Opinión
octubre 2016

¿Refundar o superar al PT?

El Partido de los Trabajadores debe realizar una autocrítica a la luz de los últimos resultados electorales. La izquierda precisa reconstruir su hegemonía.

¿Refundar o superar al PT?

Los procesos de impeachment resultan traumáticos porque implican una fuerte ruptura en la estabilidad democrática e institucional. En Brasil, este trauma tuvo una dosis aún mayor de dramatismo porque expresó el colapso del sistema representativo en formato de presidencialismo de coalición y, a la vez, el ocaso del Partido de los Trabajadores (PT), cuyo proyecto representaba la hegemonía del campo progresista hasta hace algunos años.

La primera cuestión es de orden sistémico. Urge realizar una reforma política de gran envergadura que acabe con algunas de las aberraciones que invaden cotidianamente la política brasileña. La fiscalización eficaz de las «donaciones» ilegales en campañas electorales, la disminución del número de partidos con representatividad en las cámaras para facilitar la gobernabilidad y el fin de las coligaciones entre partidos para no desvirtuar el sistema de representación constituyen aspectos muy sensibles y sin los cuales el sistema político brasileño continuará en crisis. El problema es que estas reformas de gran calado precisan un mínimo consenso social y una situación de calma política para que se dé un debate serio y cauteloso. Esto es justamente lo contrario a lo que sucede hoy en el país.

Brasil se está acostumbrando a vivir en un estado de catarsis continua y de permanentes interrupciones en su escaso sosiego social. En este estado neurótico en el que la política de «adversarios» ha sido reemplazada por la de «enemigos» y en el que se está rompiendo el diálogo, no existe espacio alguno para la discusión programática. El debate sobre el país que queremos, sobre el modelo de sociedad y sobre las reformas necesarias para conseguirlo, carece de un contexto político propicio.

El gobierno de Michel Temer será incapaz de devolver la normalidad al país. Su fragilidad se deriva de dos aspectos fundamentales. Por un lado, la falta de confianza de la población1 hacia su liderazgo. Por otro, la heterogeneidad y la inconsistencia de sus aliados y sus bases de apoyo. Temer ni siquiera lidera realmente su propia organización –el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB)– que, más que un partido, parece la aglomeración de un conjunto de caciques regionales con muchas divergencias. A esto se suman las primeras elecciones presidenciales de 2018 en las que algunos de los aliados circunstanciales de Temer, como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), se convertirán en enemigos. El tiempo de las puñaladas se acerca. Los mercados esperan ansiosamente reformas de cuño liberal: recortes, ajuste fiscal, disminución de gastos públicos, reforma laboral y cambios en el sistema jubilatorio. A menos de dos años de la próxima elección, ¿votará el Congreso a favor de estas reformas impopulares?

¿Y qué sucede con la izquierda? Durante mucho tiempo, las opciones progresistas en Brasil orbitaron en torno del PT. Tanto los sindicatos como los movimientos sociales fueron absorbidos por el poder petista y perdieron así gran parte de su autonomía. Sin embargo, el PT se institucionalizó, llegó al poder y para mantenerse en él tuvo que vender su alma de partido renovador de izquierda que venía de las bases y que respondía a ellas. En definitiva, se alejó del pueblo, se alejó de la izquierda y se transformó en un partido que no consigue representar las demandas de las mujeres, de los negros, de los indígenas y de los habitantes de la periferia. A esto se suman los enormes efectos políticos de la operación Lava Jato, uno de los cuales es un importante sentimiento que identifica al PT con prácticas corruptas.

El ejemplo más contundente de la decadencia petista es el dramático resultado de las elecciones municipales celebradas el pasado 2 de octubre. El PT perdió 59,4% de las alcaldías en todo el país. En San Pablo, donde Fernando Haddad, el candidato petista, disputaba la reelección, no fue ni siquiera necesario una segunda vuelta electoral. João Dória, del PSDB, ganó con 53,3% de los votos. La derrota de Haddad es grave, ya que representaba una posibilidad de renovación dentro del partido y era uno de los pocos dirigentes con cierta proyección. Los beneficiarios de esta debacle son el PSDB –que ganó 15,3% de los municipios– y una gran gama de partidos pequeños con poca capacidad programática y que a menudo representan proyectos personalistas de poder. El próximo congreso del PT, que se celebrará dentro de poco, evaluará el resultado de las elecciones. Las decisiones que deberán tomarse tendrán que partir de una severa autocrítica. La operación Lava Jato, claramente selectiva y partidaria, acabó golpeando duramente al PT, pero si este queda anclado en el discurso del victimismo y la persecución política sin hacer una profunda reflexión, el declive continuará.

Nos enfrentamos, por tanto, a dos desafíos. El primero es reconfigurar y refundar el PT para que vuelva a acercarse a sus bases y a su programa original. Desgraciadamente, la dirección del partido está lejos de demostrar que considera importante esta renovación. Continúan las viejas alianzas, continúan las maniobras que lo llevaron a esta decadencia y lo alejaron de la izquierda. Si el PT no realiza la esperada reforma interna, deberemos comenzar a reconstruir la izquierda por fuera de la hegemonía petista, cimentada tal vez en un pospetismo que permita pensar en nuevas formas de hacer política y que articule nuevas agendas para volver a acercar la política a los ciudadanos. El actor más relevante en este proceso es el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que se ubica como la izquierda del PT y que, a pesar de ciertas posturas reprobables, es una de las organizaciones que habilitan el resurgimiento del debate sobre el progresismo. Lamentablemente, aún no encontró una fórmula de crecimiento electoral que le permita tener posibilidades de disputar la Presidencia o aumentar el número de diputados.

Toda crisis es un momento de oportunidad. El campo progresista en Brasil está catatónico pero, una vez superado el trauma colectivo del impeachment, deberá pensar en formas de organización para la lucha por derechos, tanto en el campo institucional como en las calles. Habrá quien afirme que un clima de apatía política se apoderó de los brasileños. Lo cierto es que cada vez más personas se muestran desinteresadas por la política institucional, pero no es menos cierto que existen nuevas e interesantes dinámicas de jóvenes en lucha. Las escuelas de estudiantes secundarios que fueron ocupadas durante meses como respuesta al proyecto de reorganización escolar del gobierno de San Pablo son el mejor ejemplo. El desafío es colocar en diálogo a la izquierda más institucional con estas nuevas formas de movilización.

Si la izquierda está pasando momentos de debilidad, los discursos conservadores y punitivos están ganando un espacio muy representativo tanto en el Parlamento como en las calles. En una investigación que llevé a cabo junto con el profesor Pablo Ortellado durante las manifestaciones en favor del impeachment, pude percibir el componente clasista y racista de las protestas. La inclusión social a través del consumo de millones de brasileños durante el periodo petista creó en Brasil un clima de tensión de clases y de discursos de odio que está muy presente en las rutinas políticas y sociales. 70,9% de los manifestantes afirmaba que las becas universitarias fomentan el racismo; 60,4%, que el programa de redistribución de renta Bolsa Família «financia a perezosos»; 86,40%, que la mejor manera de conseguir una sociedad en paz es aumentar las penas a los criminales y 70,40% afirmaba creer en el discurso de la meritocracia2. Con una izquierda frágil, el conservadurismo fundamentalista, punitivo y retrógrado gana más espacio. Propuestas de ley como la de flexibilización en la portación de armas, la reducción de la mayoría de edad penal o proyectos como el polémico «Escuela Sin Partido», que prohíbe las manifestaciones políticas de profesores y alumnos dentro de los colegios, avanzan rápidamente.

Si el gobierno de Temer no naufraga antes, enfrentaremos un 2018 muy complicado. No sabemos si Luiz Inácio Lula da Silva llegará a las elecciones o si su candidatura se verá comprometida por el Lava Jato. Si llega, los datos apuntan a que estaría en primer lugar en intención de voto3, dada la ausencia de un rival con su capital político en los partidos de oposición. Pero 2018 todavía está lejos y nos enfrentamos a un reto más inminente: ¿cómo reconstruir el campo de la izquierda? ¿Cómo absorber la riqueza de las movilizaciones populares que se suceden en las ciudades brasileñas e incorporarlas al debate institucional? En definitiva, una pregunta flota en el aire: ¿hay que refundar o hay que superar al PT?



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