Tema central | Minidiccionario del presente
NUSO Nº 302 / Noviembre - Diciembre 2022

Melancolía Izquierdas y feminismos

El concepto de melancolía se ha instalado como una de las vías para indagar sobre los fracasos de las izquierdas, las sucesivas derrotas del pasado y el «fin de las utopías». Sin embargo, los abordajes «melancólicos» suelen subestimar a los feminismos y los movimientos LGBT+. Incorporarlos de manera plural puede servir para repensar de manera productiva los proyectos emancipatorios. 

Melancolía  Izquierdas y feminismos

Bilis negra, humor saturnino, dilación hamletiana, genio literario, talante artístico, trabajo psíquico… la melancolía es un concepto de larga trayectoria en el pensamiento occidental. El diccionario en castellano ofrece una definición sencilla que acompaña su circulación en el sentido común: «Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada». Sin embargo, esa simplicidad oculta una potente ambivalencia que provoca la constante relectura del término y la reconfiguración permanente de los límites de su significado. 

Su etimología latina con origen griego remite a la oscuridad del alma y a la densidad corporal. La bilis negra, como uno de los cuatro humores básicos, fue central en la filosofía y la medicina antiguas. Desde aquellas primeras formulaciones, el término atravesó el mundo medieval tensionado por la referencia a la patología, la demonología y la búsqueda de caracterizar la condición humana. Cristal para observar el mundo y motor particular de la acción, la melancolía devino un elemento cardinal para interpretar obras artísticas, escrituras filosóficas, literaturas o quehaceres políticos. Cerca del vigor creativo, pero también de la locura, esa inquietante composición explica, en parte, su productividad reflexiva e hizo que, a lo largo de los siglos, cargara tanto con apreciaciones positivas como con fuertes denostaciones. 

Así, condenada y celebrada, pero nunca olvidada, la noción «melancolía» llega a la Modernidad temprana y, entre otros hitos, protagoniza un libro ineludible: Anatomía de la melancolía, de Robert Burton (1621)1. En esa argumentación resulta diagnóstico sobre la subjetividad y, a la vez, clave para una crítica humanista de la religión y la política imperantes. Esa doble condición permanece en un recorrido imposible de reponer en su totalidad, pero en el que no puede omitirse el célebre ensayo de Sigmund Freud «Duelo y melancolía», escrito durante la primera década del siglo xx. Allí, el psicoanálisis delineaba una oposición que dará lugar a innumerables reelaboraciones y cuyas huellas reaparecen en cada producción literaria, cinematográfica, musical o visual que ronda la idea de la melancolía, con particular insistencia en los inicios del nuevo milenio. 

Parte de ese resurgimiento se registra en las reflexiones teóricas y políticas que retoman el concepto «melancolía de izquierda» propuesto por Walter Benjamin en la década de 1930. Al reseñar la obra del poeta Erich Kästner, Benjamin denunciaba una postura política ensimismada e indolente, aficionada al culto de las viejas ideas. Esa sugestiva crítica a la intelectualidad de izquierda inspirará una intervención de la filósofa y politóloga estadounidense Wendy Brown, quien en un artículo publicado al filo del cierre del siglo xx recuperaba la «melancolía de izquierda» para evaluar ciertos aspectos de la denominada «crisis del marxismo», extendida tras la implosión de la experiencia soviética y la caída del Muro de Berlín2

Sin sortear el vocabulario de las pasiones –aunque aclarando que la respuesta estaba menos en la terapia emocional que en la acción política–, Brown no dejaba de valorar la potencia de la tristeza y el claroscuro anímico que el propio Benjamin cultivaba. Sin embargo, hacía notar cómo la pérdida de legitimidad del paradigma marxista y la conciencia cabal de las derivas autoritarias provocaban una decepción inmovilizante, la dificultad de proponer caminos alternativos y, sobre todo, la tranquilizadora identificación de «chivos expiatorios» para ese incómodo presente político, a saber: las políticas de la identidad (vinculadas a la cuestión racial y de género) y el posestructuralismo/posmodernismo (de profundo impacto sobre la categoría de sujeto y la noción de universalidad). Su intención no era evitar la discusión ni desconocer los desafíos de aquellas instancias, sino identificar las consecuencias de esa queja que ofrecía a la ortodoxia un refugio defensivo a resguardo de toda autocrítica. Según ella, este sentido negativo de la melancolía encarnaría en una izquierda (marxista) de fuerte apego de culpabilidad hacia el pasado, obstinado rechazo del presente y una consiguiente y fatal parálisis sobre la imaginación futura. 

Muy pronto, una frase que comenzó en Fredric Jameson y estalló con Slavoj Žižek sintetizaría ese estado de las cosas. Según se repite, sería más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Y ante ese desaliento, en algunos autores marxistas, la melancolía volverá no ya en su costado paralizante, sino en su lado productivo. El caso más evidente es el del historiador italiano y actual catedrático en la Universidad de Cornell Enzo Traverso, con su libro Melancolía de izquierda (2016)3 y, en una atractiva variante fantasmagórica, la obra del escritor y crítico cultural británico Mark Fisher (2013)4. Ambas propuestas toman distancia de ese estado anímico ligado a la oscuridad, la dilación y la traba del deseo; explotan, en cambio, la oportunidad del gesto melancólico para conservar la memoria del pasado aun ante la pesada carga de las derrotas. Consideran que solo así sería factible combatir la inacción y propiciar una reformulación de las opciones políticas futuras. 

En una línea de reflexión que, partiendo de Freud y Benjamin, pasa por Jacques Derrida, Michael Löwy y Daniel Bensaïd, entre otros, los análisis de Traverso y Fisher no ahorran amargura a la descripción del clima contemporáneo. Sus enfoques se dan en el marco de un «giro afectivo» que supone una actualización de la deliberación sobre afectividad y emociones en la vida política5. En el caso de Traverso, se registra un tono emocional del presente ligado a la desesperanza, el eclipse de las utopías, la desilusión, el duelo de expectativas, las pérdidas ominosas y la desazón de ver reducido el pasado revolucionario al totalitarismo y al horror. Si bien su cruda evaluación alcanza a «los movimientos que lucharon por cambiar el mundo con el principio de igualdad en el centro de su programa», dedica mayor atención al marxismo y su cultura política. Esa reducción confesa hace que sus tesis se extiendan a otros movimientos emancipatorios con menor eficacia, en especial si pensamos en el feminismo. Para que su argumentación se sostenga con tal nivel de generalización, exige una operación muy precisa que consiste en reducir la experiencia feminista y del movimiento de mujeres a un «feminismo revolucionario» coincidente con el socialismo y el comunismo, dejando afuera las experiencias anarquistas. Al mismo tiempo, postula una correlación lógica entre la «caída de las utopías feministas» y la extensión de los «estudios académicos», además de caracterizar como «regresivas» las «políticas de identidad». Si concede que los «logros académicos» son «significativos», es para indicar, enseguida, que «dejaron de considerar el sexo y la raza como marcadores de opresión histórica». En su apoyo, el autor cita a la teórica feminista Rosi Braidotti y, sintomáticamente, incluye una afirmación de la ya mencionada Wendy Brown, si bien al reponer ese fragmento en el artículo de donde proviene, se nos revela que carece del sentido que necesita Traverso para sustentar su afirmación. 

Aunque sin diálogo directo, Fisher coincidiría con el italiano en recuperar el sentido positivo de la melancolía. Más orientado a describir el presente del «realismo capitalista» que la constelación de experiencias pasadas, propuso una muy interesante reflexión sobre la «lenta cancelación del futuro», figura que tomaba del filósofo Franco «Bifo» Berardi. En una obra inspiradora, clausurada por el suicidio en 2017, Fisher hacía explícitas sus diferencias respecto de las formas negativas de la melancolía –tanto de la señalada por Brown como de la «melancolía poscolonial» postulada por Paul Gilroy–, a la vez que abogaba por un análisis materialista marxista de la depresión que personalmente lo acechaba. En un sugerente recorrido por la cultura pop, las producciones audiovisuales y la industria musical, Fisher convocaba a los espectros que rondan a favor de la acción política y que, en su rememoración, no demoran en la nostalgia inoperante a quien los cultiva. 

Con sus diferencias, ambos autores responden a la crítica de Brown con una elocuente torsión argumentativa que, en forma de una nueva «melancolía de izquierda» y de una «hauntología» creativa, procura una mejor relación con el pasado, la revitalización de las luchas presentes y una inspiradora proyección. Coinciden, también, en considerar «significativos» los avances de los derechos sexogenéricos, al mismo tiempo que señalan la captura de esas luchas por el insaciable orden neoliberal. 

Un tercer elemento que los une es su huidiza respuesta al señalamiento de Brown acerca de lo que se engloba bajo la noción de «políticas de identidad» un conjunto de experiencias y conquistas que no ha dejado de ganar presencia y multiplicar los problemas que señalara la autora. Es decir, esta nueva y prometedora melancolía de izquierda (marxista) esquiva el debate y pierde la oportunidad de enfrentar lo que continúa sin resolución –una efectiva articulación teórica entre la clase y el género–, al tiempo que no colabora en apuntalar aquello que reclama: un feminismo del cambio social que contrarreste las innegables apropiaciones del capitalismo neoliberal. 

Esa particularidad de este tipo de posiciones puede tener como una de sus causas el hecho de que las bibliotecas feministas no suelen formar parte de las lecturas sistemáticas de una gran parte del campo intelectual de izquierda y, en general, sus autores no transitan las experiencias asamblearias y manifestaciones callejeras de los feminismos. Es probable que tampoco atiendan a esa profusa circulación de ideas, un conjunto de estrategias y saberes que con frecuencia viajan desde países del Sur global hacia los grandes centros, y no al revés, como es más habitual en sus lógicas intelectuales. Por tanto, al desconocer la dinámica política concreta, es muy probable que aborden el feminismo como una expresión poco plural y no atiendan a la constante discusión acerca de «la mujer» como sujeto hegemónico del movimiento ni a las alianzas y disputas vitales con los activismos lgbt+. En el mismo sentido, no profundizar en sus intrincados antecedentes históricos –que nada tienen que envidiar a las vicisitudes del marxismo occidental– puede llevar a concluir que el feminismo liberal y su heredera, la «mujer empresaria», constituyen una completa novedad del capitalismo tardío. 

Se esperaría que, en tanto finísimos cultores de la reflexión en torno del impacto del presente en el ejercicio de las memorias, estos autores previeran que esa caracterización del siglo xxi que hace Traverso como «un tiempo marcado por un eclipse general de las utopías» –muy diferente respecto de los dos siglos anteriores abiertos con las revoluciones francesa y rusa– no tiene el mismo sentido para una persona comprometida con el activismo feminista o para quien lleve décadas participando de encuentros masivos y asambleas de mujeres. No solo porque se encuentra inmersa en la lucha por un cambio profundo y cotidiano, sino porque quizás ya leyó sobre los accidentados derechos de la ciudadana francesa, sobre la prohibición del divorcio restaurada por el Código Napoleónico o sobre el cercenamiento de las actividades políticas de las mujeres en las memorables jornadas de 1848. Es decir, no regresa al pasado con candidez nostálgica sino con el ojo suspicaz de quien –como el militante gay, la intelectual lesbiana o toda identidad racializada– hubo de seguir luchando aun en las mieles del gobierno revolucionario.

A su vez, el ejercicio de la evocación feminista no está atrapado por un momificante «deber de memoria» o por la simple veneración de glorias pasadas. Al contrario, el combate por la historia sigue vivo porque, contra los cánones establecidos y las narraciones hegemónicas, existen incontables rescates de autorías, rupturas de silencios y reediciones de obras recuperadas a contrapelo, en la mejor senda benjaminiana. Por otro lado, si al marxismo le ha sido difícil pensar cuerpos y subjetividades, bien podría recurrir con mayor entusiasmo a la intensa producción teórica y práctica de los feminismos y los activismos lgbt+, que no desdeña la problematización de esas entidades en términos personales y políticos, además de ensayar un abordaje materialista crítico. Se trata de una actualizada producción que no está exenta de la tentación de solazarse en una victimización generalizada con derecho a todo, pero resulta evidente para quien la sigue de cerca que existen incontables ejemplos de rechazo de la figura de la víctima por excelencia y una permanente construcción política en torno de la sobrevivencia y la precariedad. Y, si es innegable la insistencia de una identidad hipostasiada, se le contrapone un compromiso sostenido en la conjura de las esencias y los biologicismos. Es, también, en esa pluralidad no libre de dificultades donde se lanzan invectivas contra el imperativo de la felicidad y pululan versiones queer de las utopías que resisten o resignifican la tan mentada cooptación del neoliberalismo. 

La decisión de sumar al fin del ciclo revolucionario de izquierda a todas las expresiones del feminismo diverso recuerda una lúcida crítica de la filósofa francesa Françoise Collin, quien, en el apogeo de algunas teorías posestructuralistas que ella misma celebraba, se preguntaba con algo de sorna acerca del afán de los filósofos por la desmantelación del Sujeto soberano y la Verdad justo en el momento en que las mujeres terminaban por asumir esa posición y tomaban la palabra pública6. En un sentido similar, si acordamos que estamos en plena ebullición de los debates por la identidad «mujer», la visibilidad de subjetividades no masculinas y la voz pública de otras identidades en flagrante discusión de la binariedad y el mandato heterosexual… ¿justo ahora se cierra el ciclo revolucionario emancipatorio? Aunque la debacle ecológica nos amenaza, esa muletilla tan actual sobre la falta de imaginación para superar el sistema en su totalidad sin perder el planeta, ¿es realmente válida para todo el mundo preocupado por el cambio social? 

Este señalamiento parcial de dos propuestas teóricas y políticas diversas y complejas no busca desechar por completo el convite a una melancolía de izquierda y a una hauntología que convocan a una relación más productiva con el pasado, a activar un imaginario de superación del capitalismo y a dejar de hacer el duelo de mala manera por los futuros perdidos. De hecho, podría ser un buen recurso para luchar contra las versiones mainstream del feminismo neoliberal y las capturas del imaginario de la libertad sexual por parte del consumismo y las «nuevas derechas». Lo que se pretende es advertir sobre un posible nuevo mojón en la larga historia de fructíferos encuentros y consiguientes desencuentros entre la izquierda marxista y los feminismos. Mientras dudamos de su voluntariosa generalización, a esta vuelta de la melancolía en sentido positivo se le podría pedir incluso más ilusión porque, tal vez con otras vanguardias, diferentes directrices teóricas e insospechadas operativas políticas, se abre la posibilidad de pensar si todo el arco de los feminismos y los activismos lgbt+ van a caer, sin dar batalla, en el fatal «realismo capitalista» o podrían ser parte de una alternativa que todavía ni siquiera imaginamos. 

Así como el marxismo materialista continúa siendo unos de los prismas fundamentales para analizar el capitalismo tardío, una perspectiva crítica de género tiene todavía mucho por decir en esta nueva inflexión melancólica. Algo nos sugiere el director Lars Von Trier con su película Melancolía (2011), justamente dedicada a poner en imágenes (oníricas, dramáticas, pictóricas) un inminente y devastador fin del mundo. Observando a la protagonista femenina, Slavoj Žižek encontró cierto optimismo en el guion y celebró la serena aceptación de la bellísima Justine quien, en su depresión, ya no participaba de la fiesta decadente de su familia burguesa ni de la vida misma. Es tiempo de que esa atención inveterada sobre lo femenino rote para hacer foco en la masculinidad; así repararíamos en la coincidente tendencia escurridiza de los personajes centrales: el Novio que renuncia al compromiso nupcial, el Padre que huye de la charla filial y el Hombre dueño de casa y proveedor que sucumbe cuando su Ciencia y sus previsiones fallan estrepitosamente. 

Suspender los nombres propios y aplicar este lente sobre la «masculinidad del intelectual de izquierda» propiciaría un análisis de las implicancias objetivas de su lectura, una perspectiva que tiende a desconocer su condición situada y se permite diagnosticar el presente, releer el pasado emancipatorio y animar transformaciones futuras con insuficiente atención a las experiencias políticas de los feminismos plurales. Que no estarán asaltando Bastillas ni tomando Palacios de Invierno, pero protagonizan una de las revoluciones de las estructuras sociales y subjetivas más prometedoras del nuevo siglo.

  • 1.

    R. Burton: Anatomía de la melancolía, Alianza, Madrid, 2008.

  • 2.

    W. Brown: «Resisting Left Melancholy» en Boundary 2 vol. 26 No 3, 1999, pp. 19-27. [Hay traducción al español: «Resistir la melancolía de izquierda» en Revista Rosa, 3/2/2020].

  • 3.

    E. Traverso: Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria, FCE, Ciudad de México, 2018.

  • 4.

    M. Fisher: «La lenta cancelación del futuro» en Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre la depresión, hauntología y futuros perdidos, Caja Negra, Buenos Aires, 2018.

  • 5.

    Ann Cvetkovich: «Affect» en Bruce Burgett y Glenn Hendler (eds.): Keywords for American Cultural Studies, NYU Press, Nueva York, 2007; Jonathan Flatley: Affective Mapping: Melancholia and Politics of Modernism, Harvard UP, Cambridge, 2009.

  • 6.

    F. Collin: «Praxis de la diferencia. Notas sobre lo trágico del sujeto» en Mora No 1, 1995.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 302, Noviembre - Diciembre 2022, ISSN: 0251-3552


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