Opinión
noviembre 2022

Estados Unidos: alivio demócrata, crisis republicana

Las elecciones estadounidenses frenaron la pronosticada «ola republicana» y dieron un buen resultado a los demócratas. En gran medida constituyeron una reacción hacia la deriva extremista del Partido Republicano y a la ofensiva conservadora contra el aborto. De este modo, como ocurre pocas veces con los oficialismos estadounidenses en las elecciones de mitad de término, Joe Biden y los demócratas tienen motivos para celebrar.

<p>Estados Unidos: alivio demócrata, crisis republicana</p>

Cuando a comienzos de 2021 Joe Biden asumió como presidente de Estados Unidos con mayoría en ambas cámaras del Congreso, el reloj comenzó inmediatamente a hacer tic-tac. El Senado se dividió en partes iguales (50-50), pero los demócratas se alzaron con el control debido al desempate de la vicepresidente Kamala Harris. En la la Cámara de Representantes los republicanos tienen un estrecho margen a su favor de 222 a 213 (cada uno de los 435 miembros de la Cámara se presenta a elecciones cada dos años, mientras que los senadores duran en sus funciones seis años, por lo que 1/3 van a elecciones junto con cada elección nacional). 

Tal como lo hicieron durante la presidencia de Barack Obama, los republicanos se rehusaron siempre a cooperar en asuntos de importancia. La estrechísima mayoría demócrata, requerida para aprobar cualquier ley, pronto entraría en zona  de riesgo: el oficialismo casi siempre ha perdido terreno en las elecciones de medio término. Desde la Segunda Guerra Mundial, el partido en el gobierno ha perdido un promedio de 27 escaños en la Cámara de Representantes. Solo hubo dos excepciones: en 1998 y en 2002. En la primera, los demócratas ganaron algunos escaños, con una economía fuerte y altos índices de aprobación para el entonces presidente Bill Clinton. En 2002, los republicanos ganaron algunos asientos después del 11 de Septiembre y ayudados por los altos índices de aprobación para el entonces presidente George W. Bush. Pero el índice de aprobación de Joe Biden, cercano a 40%, no ha sido alto. Si 2022 hubiese sido un año normal, los demócratas hubiesen perdido muchas bancas. Pero la pregunta sigue siendo: ¿fue 2022 un año normal o la amenaza que representa Donald Trump ha lanzado la política estadounidense a una nueva órbita?

El veredicto que dieron las urnas el 8 de noviembre sugiere que la respuesta a esta última pregunta es un sí. El resultado electoral no fue la enorme derrota que muchos demócratas temían y los republicanos esperaban. Biden se veía encantado. Al momento de escribir este artículo, los demócratas mantendrían el control del Senado, aunque por escaso margen, y perderían el control de la Cámara de Representantes, también por poca diferencia. El control republicano de la Cámara de Representantes dará poder e influencia a los miembros más lunáticos de su bancada, lo que pondrá de relieve el extremismo del partido, que tuvo un costo en estas elecciones. De lado demócrata, después de las elecciones de 2020 hubo tensión entre los demócratas progresistas y los demócratas moderados sobre si sus candidatos de izquierda habían corrido el partido demasiado hacia ese sector para muchos votantes. Pero los resultados de 2022, en los que ganaron terreno los demócratas progresistas, han aplazado esa discusión. Ahora son los republicanos quienes deben enfrentar la realidad de que las teorías conspirativas, la negación de los resultados electorales y el culto a la personalidad en torno a Trump impulsan y al mismo tiempo frenan al partido. «Esto es un desastre absoluto», dijo un comentarista conservador el miércoles, «los votantes han condenado al Partido Republicano».

Durante aproximadamente dos años en el poder, los demócratas han conseguido algunos logros reales, pero siguen muy lejos de los cambios transformadores. La primera ley importante aprobada por los demócratas, a principios de 2021, fue un programa de asistencia para hacer frente a la pandemia de covid-19. Incluía fondos para escuelas, transporte, y proveía de transferencias en efectivo a personas de bajos y medianos ingresos. Muchos objetivos progresistas clave, como un salario mínimo de 15 dólares por hora, no llegaron a incluirse en el texto final de la norma. Sin embargo, a medida que las personas regresaban al trabajo y la pandemia se debilitaba, el mercado laboral mejoró rápidamente. Desde un pico del 14,7% de desempleo en plena pandemia –en abril de 2020—, la tasa cayó rápidamente y, para diciembre de 2021, no llegaba al 4%, porcentaje en el que se ha mantenido durante todo 2022. La presidencia de Barack Obama se vio obstaculizada por una lenta recuperación de la crisis económica y reclamos de austeridad, lo que hizo que hubiese una significativa pérdida de bancas en las primeras elecciones de medio término. Los demócratas esta vez prefirieron gastar de más y esto calentó la economía. Durante un tiempo, el crecimiento salarial fue más alto para los trabajadores de sueldos más bajos, ya que muchos empleadores aumentaron los salarios ante el alza de la demanda y la escasez de trabajadores. Empleadores de primera línea como Amazon, la cadena de grandes tiendas Target y la cadena de cafeterías Starbucks, han comenzado a ofrecer salarios mínimos de 15 dólares por hora con la esperanza de atraer empleados.

Pero después del Plan de Rescate, los demócratas lucharon por la aprobación de más leyes. Las conversaciones se empantanaron entonces con los miembros más conservadores de la bancada en el Senado. A medida que las negociaciones se prolongaban, el desafío económico fundamental parecía cambiar: pasó de los problemas para trabajar debido al Covid-19 al problema de la inflación, ya que el aumento de los precios comenzó a erosionar los salarios reales. En un contexto de alta inflación, no se esperaba que el Estado gastase lo que se había pensado, y los demócratas comenzaron a intranquilizarse porque no lograrían ninguno de sus principales objetivos para 2020, salvo haber quitado del camino a Trump. Finalmente, en agosto de 2022 se aprobó otro proyecto de ley, eufemísticamente denominado Ley de Reducción de la Inflación, pero se trataba en realidad de una inversión principalmente de fondos federales en la lucha contra el cambio climático.

Casi al mismo tiempo, Biden anunció un plan de condonación de préstamos estudiantiles de hasta 20.000 dólares para aquellos cuyos ingresos no fueran demasiado altos. Gran parte de la deuda estudiantil consiste en préstamos del gobierno federal, que da al presidente autoridad para cancelarlos recurriendo a potestades para casos de emergencia, pero el plan está hoy bloqueado por un tribunal federal conservador. Al hacer esto, Biden estaba actuando sobre parte de un reclamo de los demócratas más radicales. La cancelación de préstamos fue llevada a la arena política por las protestas de Occupy Wall Street en 2011 y fue una de las principales causas fomentadas por las campañas de Bernie Sanders de 2016 y 2020. Si bien la cancelación o la «desmercantilización» de la educación superior no es una solución estructural, es muy popular entre los jóvenes, para quienes el costo de la educación superior ha aumentado sustancialmente en comparación con las generaciones anteriores. En las elecciones de medio término, los votantes menores de 30 años —para quienes el costo de la universidad y el cambio climático son prioridades— favorecieron a los demócratas en la competencia por la Cámara de Representantes, con márgenes significativos, de 63% a 35%.

Sin embargo, todos estos logros fueron temas difíciles para los demócratas frente a las elecciones de medio término. Se podía culpar a las transferencias en efectivo de contribuir a la inflación, y Biden tuvo que trabajar duro para asegurarse de que el alivio de la deuda estudiantil no fuera visto como un regalo para los ya privilegiados. Las medidas en materia climática —algo que, de todos modos, apenas incipiente— podría hacer que la gente culpase a la administración por los altos precios de la gasolina. Todas estas líneas de ataque son, en gran medida, poco vinculadas a la realidad. Pero eso no hizo que los demócratas se dejaran intimidar.

De hecho, los ataques republicanos fueron, en general, injustos y se basan en grandes inexactitudes. Se centraron, lógicamente, en el aumento de los precios, que atribuyeron al gasto de los demócratas, lo cual es poco verosímil dada la naturaleza global del problema. Y golpearon sin piedad a las políticas de combate contra la delincuencia. Las repercusiones de las protestas masivas de 2020 tras el asesinato del afroestadounidense George Floyd todavía están presentes en el sistema político. Los llamados generalizados a «desfinanciar a la Policía» —que generalmente implicaban, como contrapartida, un compromiso a financiar la atención de la salud mental y los servicios comunitarios— casi no tuvieron eco entre los políticos y fueron evocados en pocos lugares. En un importante discurso, Joe Biden prometió «financiar a la Policía». Pero varias ideas para reformar el sistema de justicia penal, de modo que sea menos punitivo y menos racista, siguen siendo populares entre los demócratas.

Algunos tipos de delitos, incluido el homicidio, aumentaron en 2020 y 2021. Los altos costos de la vivienda, la falta de atención de la salud mental y las difíciles condiciones que impuso la pandemia han contribuido visiblemente a los problemas de personas sin hogar en muchas ciudades importantes. Sin embargo, las tasas de criminalidad en todo el país continúan siendo muy inferiores a las de la década de 1990, y la ciudad de Nueva York, profundamente demócrata, sigue siendo mucho más segura que, por ejemplo, el firmemente republicano estado de Oklahoma. Pero la criminalidad como problema le permite a los republicanos movilizar a los votantes contra los demócratas, las ciudades, las protestas y las personas no blancas. Pueden decir, por ejemplo, que los demócratas contribuyeron a crear un ambiente en el que los policías empezaron a tener miedo de hacer su trabajo. La falsa afirmación de que el apoyo demócrata a la reforma de las fianzas hizo que fueran liberados criminales violentos apareció repetidamente en la publicidad republicana. Incluso cuando un hombre vinculado a las tesis complotistas de la derecha irrumpió en la casa de la líder de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y agredió violentamente a su esposo, la reacción inmediata de la derecha fue tratar de presentarlo como otro ejemplo de la criminalidad fuera de control en las ciudades demócratas.

En términos más generales, los republicanos han organizado su energía en torno a causas que pueden describirse como «anti woke» («woke» es el término utilizado por la derecha para referirse despectivamente a las ideas progresistas). Entre ellas puede encontrarse la criminalidad, relacionada con el argumento de que los demócratas están demasiado concentrados en combatir el racismo como para proteger a la gente de los delincuentes. Mucha energía de base se dedica a los temas de la «batalla cultural»: que la «cultura de la cancelación» apunta a controlar el discurso, convirtiendo así a los liberales/progresistas en verdaderos totalitarios; que la «teoría crítica de la raza» está adoctrinando contra los blancos en las escuelas; que las drag queens les leen libros a los niños en su biblioteca local o la «ideología de género» enseñada por docentes sexualiza precozmente al alumnado; que los atletas trans vuelven desleal el deporte femenino. 

La indignación cambia de un objetivo a otro con cierta regularidad, pero la furia se mantiene en un alto nivel, impulsada por los medios conservadores. Los miembros de las juntas escolares (que son elegidos en la mayoría de las ciudades y generalmente no reciben remuneración) ahora reciben amenazas de muerte con regularidad, como también las personas (incluidos los republicanos) que supervisan el conteo de votos y administran las elecciones. Y aunque el Partido Republicano aún no se ha movido en materia de política fiscal, algunos intelectuales de derecha parecen estar yendo más allá del conservadurismo del gobierno pequeño de la era Reagan y están contemplando, en cambio, la necesidad de un Estado fuerte que sea capaz de defender a las familias tradicionales de aquello que se percibe como amenaza proveniente de las instituciones «woke», que van desde empresas hasta universidades. Tucker Carlson, el propagandista más hábil de Fox News, rinde homenaje a la Hungría de Viktor Orbán, llamándolo un «pequeño país con muchas lecciones para nosotros» y puede transmitir un documental llamado «Hungría contra Soros. La lucha por la civilización». La reorientación de ciertos sectores del Partido Republicano hacia una postura nacionalista en favor de un Estado fuerte, racista, antisemita y ultrapatriótico, incluido el culto a la personalidad y la fijación con el acceso a las armas, y dotado de un sofisticado aparato de propaganda, ha generado preocupación por la violencia política y surge la duda de si es «fascismo» la palabra adecuada para describirlo (para este debate interminable prefiero usar el término «fascismo con características de reality show»).

Así, el presidente Biden y los demócratas hicieron de la protección de la democracia en sí una pieza central de su campaña. Biden sostenía que era la mismísima democracia la que estaba en juego «en la boleta electoral». En la Cámara de Representantes, una comisión selecta ha estado celebrando audiencias para investigar los ataques al Capitolio del 6 de enero de 2020, y han sido probablemente las audiencias del Congreso más importantes desde que las investigaciones del Watergate forzaron la renuncia de Richard Nixon a comienzos de la década de 1970. Hablando con testigos y reuniendo pruebas, han demostrado claramente que Trump fue el autor intelectual del ataque, alentando a sus seguidores con sus mentiras sobre los resultados electorales. El testimonio de Cassidy Hutchinson, quien fuera asistente del jefe de gabinete de Trump, fue el más explosivo, e incluyó detalles tales como que Trump sabía que la muchedumbre estaba armada. En su memoria, el presidente, congregando a la multitud el día 6, dijo: «Me importa un bledo que tengan armas. No están aquí para lastimarme… Dejen entrar a mi gente. Pueden marchar al Capitolio desde aquí».

Sin embargo, el trabajo de la comisión parece haber tenido poco impacto entre los republicanos. Más de 60% de ellos responden en las encuestas que siguen creyendo que la victoria de Biden en 2020 fue ilegítima. Pero el trabajo de la comisión destaca cambios en el Partido Republicano. Liz Cheney, la hija del vicepresidente de George W. Bush, Dick Cheney, fue uno de los dos republicanos que aceptaron ser parte de la comisión. Los Cheney y Trump han llegado a detestarse mutuamente: en 2016, Trump calificó la guerra de Irak como un «gran y grueso error». El grupo «neoconservador» al que Cheney era cercano en la Casa Blanca de Bush y que planeó la guerra de Irak, se consideraba enemigo de la tiranía y veía a Trump como una manifestación del tipo de cosas contra las que luchaba. En 2022, en una publicidad de apoyo a su hija, Dick Cheney dijo que «en los 236 años de historia de nuestra nación, nunca ha habido una persona que represente una amenaza mayor para nuestra república como Donald Trump». Liz Cheney perdió esa elección ante el candidato respaldado por Trump.

El otro tema que unió a los demócratas en esta elección fue la protección del derecho al aborto que también, en cierto modo, está relacionado con cuestiones de democracia y gobernabilidad. En junio pasado, por 6 votos contra 3, la Corte Suprema revocó la decisión de 1973 —tomada por una Corte Suprema diferente— que había legalizado el aborto en los cincuenta estados. Con este fallo, tal como era antes de 1973, los estados pueden decidir si el aborto es legal y bajo qué condiciones. Los conservadores calificaron la decisión como un avance en favor de la democracia y restituyeron el poder de decisión a los estados. Pero muchas mujeres se enfrentaron a la pérdida repentina de un derecho garantizado por generaciones. Esto también ha puesto en duda la legitimidad política de la Corte, sobre todo porque la mayoría conservadora de 6 a 3 es producto del abuso de poder y no de la voluntad popular. El cargo de todo juez de la Corte es vitalicio, cada miembro es designado por el presidente y necesita ser confirmado por el Senado. En 2016, cuando murió el juez conservador Antonin Scalia, el líder republicano del Senado, Mitch McConnell, se negó sin más a celebrar audiencias para el candidato del presidente Obama durante nueve meses, aludiendo que «debía decidir el pueblo». Finalmente fue Trump quien designó y confirmó un reemplazo, y luego otro. Cuando la jueza liberal Ruth Badger Ginsburg murió en 2020, unas semanas antes de las elecciones, McConnell apresuró la aprobación de un reemplazo en cuestión de días. Cuando se le preguntó si no le parecía un acto de hipocresía, dijo que era simplemente una cuestión de poder. Revertir Roe contra Wade, el caso que legalizó el aborto, ha sido el objetivo central del movimiento legal conservador durante décadas, y fue una justificación de muchos conservadores religiosos para apoyar a Trump, a pesar de su evidente falta de conducta moral.

Si se la considera solo como una cuestión de política electoral, y dejando de lado algunas cuestiones de derechos fundamentales, la política sobre el aborto ha demostrado favorecer a los demócratas. Quienes se oponen al derecho al aborto son una minoría, y una mayoría consolidada de estadounidenses prefiere que sea legal. En agosto, una consulta popular especial en el conservador estado de Kansas rechazó la propuesta de una enmienda a su constitución que habría hecho ilegal el aborto. En estas elecciones, en los estados en los que el derecho al aborto figuraba en las boletas electorales como tema de referéndum los demócratas lograron mejores resultados que los esperados. En todos los estados donde se les consultó a los votantes se terminó salvaguardando el aborto legal. Entre ellos, varios del Medio Oeste, que generalmente son proclives a favorecer a los republicanos. En Michigan, por ejemplo, los demócratas ahora controlarán la gobernación y ambas cámaras de la Legislatura estatal. Pensilvania cambió un escaño en el Senado de republicano a demócrata y eligió a John Fetterman, quien venció a Mehmet Oz, un médico charlatán con presencia televisiva.

Fetterman, que viste pantalones cortos y un buzo con capucha, se burló sin piedad de Oz en las redes sociales por sus múltiples domicilios y su falta de conexión con Pensilvania. Su comité de campaña incluso lanzó una campaña para que Oz fuera elegido para el Salón de la Fama de Nueva Jersey, el estado vecino donde Oz vive la mayor parte del tiempo. Aunque Fetterman es graduado en Harvard, no se viste como tal, y logró comunicar una estética cotidiana incluso cuando sus ideas políticas provienen del ala progresista del partido cercana a Bernie Sanders. Ha apoyado algunas de las causas de reforma de la justicia penal que los republicanos han atacado y está a favor de la legalización de la marihuana. En medio de las preocupaciones de que el Partido Demócrata se hubiese convertido en el partido de las elites, con un discurso distanciado de los votantes corrientes, los éxitos de Fetterman sugieren que el problema puede estar menos en las posturas que en cómo estas son comunicadas y a quién se las comunica. Otros candidatos progresistas también tuvieron éxito, incluido Maxwell Alejandro Frost, de 25 años y ascendencia cubana y haitiana, quien fue elegido para la Cámara de Representantes de Florida en una noche en la que, por otra parte, a los republicanos les fue muy bien en ese estado. De hecho, es el ala moderada del Partido Demócrata la que sufrió las mayores pérdidas de votos en el estado tradicionalmente fiel de Nueva York.

Pero si es probable que este resultado alivie las tensiones internas en el Partido Demócrata, las del Partido Republicano finalmente explotarán. Entre los republicanos a los que les gustaría alejarse de Trump está el gobernador de Florida, Ron DeSantis, a quien se menciona con frecuencia como posible sucesor, y que representa una suerte de «trumpismo sin Trump». Sus políticas no difieren mucho. En septiembre gastó algo así como 12 millones de dólares para llevar dos aviones llenos de refugiados venezolanos desde Texas a Martha's Vineyard, una isla rica pero mayoritariamente demócrata en Massachusetts. Si tenía la intención de exponer la hipocresía demócrata, fracasó: una vez allí, la comunidad se solidarizó con los refugiados y los ayudó a encontrar un alojamiento más estable. Hubo dudas sobre la legalidad de las acciones de DeSantis, que podrían haberse calificado como trata de personas. Sin embargo, DeSantis no tiene el mismo tipo de energía carnavalesca que Trump.

Trump ya ha comenzado a atacar a sus posibles rivales republicanos. Su apodo para DeSantis, «Ron DeSanctimonious» no se encuentra entre sus mejores creaciones. Trump también ha amenazado con revelar información que dice tener sobre DeSantis y lo definió como un gobernador «promedio» que no habría tenido éxito sin su ayuda (de Trump). Por ahora, DeSantis se ha mantenido callado. Pero si sectores de las elites republicanas están tomando esta elección como un argumento a favor de que el partido se aleje de Trump, tendrán que convencer a sus votantes para que lo hagan. Y los seguidores de Trump tienen un vínculo emocional con el ex-presidente que será difícil de romper.

Finalmente, estas elecciones de medio término confirmaron que, a pesar de todo lo ocurrido en los últimos seis años, poco ha cambiado. El miedo y el amor por Trump siguen moldeando los comportamientos. Queda una mayoría numérica que se opone a Trump, como siempre la ha habido. Pero los números están parejos y la distribución del voto a favor de Trump y la voluntad de los republicanos electos de aprovechar todas las ventajas da a esa minoría ejerce un poder considerable. La democracia posiblemente esté «en la boleta electoral», como dice Biden, y probablemente lo estará una vez y otra vez y otra más. 


Traducción: Carlos Díaz Rocca



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