Opinión

En busca de los intelectuales perdidos 


abril 2024

En su reciente libro Las dos torres, la ensayista argentina Beatriz Sarlo recupera algunos de sus textos críticos más salientes. Sus análisis no solo se destacan por la diversidad de materias que aborda, sino también y sobre todo por su preocupación por una figura que se encuentra en crisis: la del intelectual público.

<p>En busca de los intelectuales perdidos </p>
Lucas Bayley / Revista Sendero

En «Un debate sobre la cultura», célebre artículo publicado en 1991 en Nueva Sociedad, Beatriz Sarlo afirmaba: «La crisis de la cultura letrada es un dato y no una hipótesis, y esta crisis involucra el arte tal como lo hemos conocido hasta este fin de siglo». Con la potencia de un statement, la cita condensaba a la perfección una de las preocupaciones centrales de aquel ensayo de comienzos de la década de 1990: la función de la crítica frente a un paisaje finisecular surcado por grandes transformaciones sociales, culturales e ideológicas. Inserto en una polémica más general –y de época– en torno del debate modernidad/posmodernidad, el diagnóstico de la ensayista argentina respecto de los cambios operados en el seno de la cultura letrada y, en términos más generales, en torno del lugar y la capacidad de interpelación del discurso intelectual en la esfera pública, no era nuevo. De hecho, toda una línea de sus textos publicados entre principios de la década de 1980 y mediados de la de 1990 en Punto de Vista (1978-2008), la emblemática revista de cultura y política que dirigió durante 30 años y que ha sido estudiada de modo agudo por la investigadora Sofía Mercader1, pero también en otras revistas culturales, publicaciones académicas e incluso en suplementos de la prensa periódica, pueden ser leídos e interpretados a la luz de estas reflexiones. Revisitar estos debates a más de 30 años de distancia –y en un contexto igualmente desafiante en cuanto a modificaciones en los modos de producción, circulación y consumo de los bienes artísticos y culturales– bien podría resultar interesante para abordar el más reciente libro de Sarlo: Las dos torres. ¿Puede la cultura contemporánea pensar algo nuevo?, publicado por Siglo XXI Editores en febrero de este año.

Ensayista, crítica literaria, profesora, editora, periodista cultural: la trayectoria intelectual de Beatriz Sarlo (1942) es amplia y multifacética y comprende, desde mediados de la década de 1960 hasta el presente, un arco de intervenciones públicas sobre distintos aspectos de la vida social y cultural argentina, de la literatura de los siglos XIX y XX a sus estudios sobre nacionalismo y vanguardia estética, cultura popular y cultura de masas, medios y sociedad.

Intereses diversos convergen en la mirada aguda, lúcida y siempre crítica de una figura como la de Sarlo; una verdadera intelectual «todoterreno» o intelectual anfibia, capaz de transitar por distintos espacios de circulación: de la militancia política a la academia, de la escritura de libros y la edición de revistas al periodismo y los medios masivos de comunicación. Una figura que, por otra parte, ha transcendido las fronteras argentinas para ampliar su influencia hacia otras latitudes; como Ángel Rama, Jorge Schwartz, Carlos Monsiváis, Néstor García Canclini, Renato Ortiz, Jesús Martin Barbero o Nelly Richard, por citar solo algunos grandes nombres, Sarlo es, también, una intelectual latinoamericana que no ha dejado de reflexionar sobre los procesos de modernización y de mezcla cultural, sobre todo a partir del que quizás sea su mejor libro: Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930 (Siglo XXI Editores), editado en 1988 y que, gracias la persuasión de sus hipótesis críticas, a la audacia de su enfoque metodológico y a la apertura que posibilitó en términos de nuevas agendas de investigación, se ha transformado, con el correr de las décadas, en un verdadero «clásico del ensayo cultural latinoamericano».

En línea con estas inquietudes, Las dos torres, el libro más reciente de Sarlo, retoma la reflexión crítica sobre varios de los objetos de análisis antes mencionados. Dividido en tres grandes apartados, el libro se compone de 19 textos –varios de ellos inéditos–, escritos o leídos entre 1992 y 2018. Ensayos, conferencias, notas periodísticas: el corpus es variado, pero todo indica que ha sido concebido, desde el plano editorial, con un cierto grado de unicidad y hasta de voluntad programática. Y no porque se trate de una summa sarliana, sino porque, leídos en su conjunto, los textos que integran Las dos torres condensan –en la diversidad de sus objetos de análisis y en la coincidencia de su enfoque metodológico– un programa de crítica modernista sobre los avatares de la cultura contemporánea. De la literatura al «cine de repertorio» y el teatro alternativo, de la música de vanguardia y las artes visuales y performáticas al marketing turístico de los grandes museos, los intereses sobre los que se detiene la mirada de la crítica en estos ensayos forman parte de un paisaje cultural que –para retomar una imagen que la propia Sarlo utilizó en la década de 1980 para caracterizar el campo intelectual de la posdictadura argentina– podría describirse como «doblemente fracturado».

La primera fractura remite a la distancia entre los públicos; una separación que se ha ido ampliando de modo creciente en las últimas cuatro décadas, hasta un punto en el que resultaría imposible hablar, para el caso de la literatura, de una «esfera literaria única», ya que los libros se dispersan en editoriales de distinto tamaño y alcance, mientras el lectorado está cada vez más estratificado y los «nuevos públicos» se constituyen en parcelas bien delimitadas. Para Sarlo se trata de segmentos o franjas de público en donde las líneas de fractura están dadas por diferencias estéticas que no harían sino separar, de modo ciertamente irresoluble, la literatura y los consumos culturales mainstream –organizados según dictados de la moda y el mercado, incluso mediante la imitación y la codificación de formas histórica o anteriormente valoradas como «de calidad»– de aquellas obras que apuntan a un público reducido, de «nicho» y que trabajan con formas cercanas a la experimentación vanguardista. La segunda fractura, por su parte, es la que señala la pérdida de agudeza del discurso crítico –de la crítica literaria, pero también de la crítica cultural en sentido amplio– y, sobre todo, la dificultad de legitimación de la «cultura letrada» en tanto organizador cultural.

A riesgo de forzar la interpretación, podría decirse que esta doble escisión o fractura es la que vertebra todo el libro, como si Las dos torres fuese el resultado de haber reunido un conjunto de intervenciones críticas que, aunque espaciadas en el tiempo, traducen una misma inquietud de época. Se trata de un malestar cultural que subyace en todos los ensayos –pero que probablemente alcance en «La literatura y el arte en la cultura de la imagen», «La literatura en la esfera pública» y «Sensibilidad, cultura y política: el cambio de siglo» sus puntos más altos en términos de hipótesis interpretativa– y no hace más que dar cuenta, este malestar, de la horadación progresiva de los cimientos sobre los cuales se edificó buena parte del programa cultural reformista que, hasta bien entrado el siglo XX, trazó los contornos particulares de la tradición moderna a la que adscribe Sarlo y sobre la cual, vale señalar, se recorta su figura de gran intelectual pública.

 Un cosmopolitismo desde América Latina

«El ensayista no dice lo que ya sabe, sino que hace (muestra) lo que va sabiendo; sobre todo, indica lo que todavía no sabe», afirma Sarlo casi al comienzo del primer ensayo de Las dos torres. Ese texto, que se titula «Del otro lado del horizonte», es una muestra cabal del proceder crítico sarliano: se escribe en tiempo presente sobre lo que aún se desconoce o no termina de entenderse del todo. Menos una demostración segura de ideas que la escritura misma de un movimiento de interrogación, el modo ensayístico de Sarlo –que puede ser leído, en este texto particular, como una suerte de síntesis programática– atraviesa todas las intervenciones reunidas en este libro, incluso aquellas que no fueron originalmente textos escritos, sino conferencias o lecturas públicas. Buenos Aires, Belo Horizonte, Río de Janeiro, Cambridge, San Pablo, Barcelona: las escalas de este recorrido contradicen, aunque sea en parte, la recordada autofiguración de la propia Sarlo como una «intelectual de cabotaje», cuyo cosmopolitismo, indefectiblemente «criollo», radicaría no tanto en el interés temático como en la actualización bibliográfica. Si sobre lo segundo no caben dudas –y ahí están todos los ensayos de Las dos torres que prueban cómo Sarlo leyó, criticó, seleccionó e interpretó, de modo específico y localizado, varias de las modas críticas y teóricas del último medio siglo: de la crítica literaria francesa al materialismo cultural inglés, de los teóricos del posmodernismo a los estudios culturales estadounidenses–, la primera afirmación, la de la una supuesta ausencia de «organización cosmopolita» de los intereses temáticos, podría, sin embargo, ser relativizada.

En primer lugar, porque los «grandes temas» que aparecen como objeto de la mirada sarliana (globalización, arte contemporáneo, transnacionalización de la literatura, medios de comunicación, consumos audiovisuales) participan de una discusión que es, a la vez, local y global; constatación que no impide reconocer, en cada caso, las inflexiones particulares y nacionales de algunas de estas nociones, sino señalar que estas se presentan de modo articulado y en distintas escalas, como parte de un continuum de la cultura y de la experiencia vivida. En segundo lugar, porque tanto los lugares de procedencia de las revistas que fueron soporte inicial de publicación de algunas versiones escritas de estos ensayos –Uruguay, Cuba, España e Italia– como los libros colectivos del que también formaron parte varios de ellos antes de ser incluidos en Las dos torres dan cuenta de la existencia de redes de sociabilidad e intercambio editorial e intelectual a escala regional, aunque no solamente. Algo que, por otra parte, no debería sorprender, dado que tanto la trayectoria de la propia Sarlo como la relevancia del proyecto de Punto de Vista en tanto formación colectiva constituyen un capítulo fundamental de la historia intelectual y cultural latinoamericana del último medio siglo; una historia compuesta, como no podía ser de otra manera, por diálogos entre revistas, proyectos editoriales compartidos y lecturas en común.

Entre Raymond Williams y Walter Benjamin 

Si hubiera que mencionar una presencia recurrente en los ensayos que componen Las dos torres habría que remitir a un nombre propio: Raymond Williams. De hecho, la evocación de su figura, de sus grandes escritos y de la forma en que el autor de Marxismo y literatura abordó la siempre tensa y conflictiva relación entre cultura y sociedad están presentes, de modo revelador, en el texto más antiguo y en el más reciente de los aquí reunidos. Pronunciada en Cambridge en 1992, «Pagar una deuda» es una conferencia notable por varias razones. En principio, por lo que anuncia desde su título: el tributo a un gran maestro. Luego, porque la intervención va mucho más allá de la mera semblanza de ocasión o del recuerdo de un autor importante en términos formativos; lo que Sarlo ensaya a propósito de Williams es una clave interpretativa de su propia biografía intelectual. Mucho se ha escrito sobre la recepción crítica de Williams en Punto de Vista y sobre la «operación» de importación teórica no solo de este autor, sino también de Richard Hoggart y de aquello que se ha dado en llamar «materialismo cultural» inglés; de allí que importe menos aludir esa historia que señalar la persistencia de una deuda intelectual, sobre la que la ensayista ha vuelto varias veces a lo largo de los años y que se extiende incluso hasta el presente, como es el caso de «Marx entre el campo y la ciudad», el más reciente de los textos incluidos en Las dos torres, que data de 2018.

La otra gran presencia de este libro es la de Walter Benjamin, sobre el que Sarlo ya había escrito y al que le había dedicado incluso un libro entero que era, asimismo, una colección de ensayos. De múltiples maneras, Sarlo recurre a Benjamin para pensar dos cuestiones que, dada su recurrencia, adquieren la forma de una «insistencia crítica». La primera de ellas, ineludible, es la que concierne a la reproducibilidad técnica del arte y su consiguiente pérdida del «aura»; una idea que está presente de un modo u otro en varios textos de Las dos torres, pero que se tematiza de modo directo en «En busca del aura», el gran homenaje que Sarlo le dedica a la Sala Lugones del Teatro San Martín de Buenos Aires y a la todavía aurática experiencia de ver cine en salas. La segunda cuestión sobre la que Sarlo insiste a partir de su lectura de Benjamin –central para comprender el modo en que la ensayista reflexiona sobre el «cambio de siglo» en un escenario de remisión de la modernidad– es la preocupación benjaminiana por el «coleccionismo» –sobre el que Sarlo escribe en «El saber del coleccionista», otro ensayo notable– y, sobre todo, por lo «anticuado»; no por lo «viejo», dado que este ha perdido toda cualidad pulsátil que pueda ser redimida, sino por aquellas huellas del pasado que aún perviven en el presente con todas sus marcas de historicidad y de productividad ideológico-cultural. De allí que la ciudad –y, sobre todo, la «experiencia» que ella presupone– sea, para ambos, un objeto de atención privilegiada: un espacio a indagar en tanto configuración material y simbólica.


 ¿Qué pasó con el campo cultural?

La pregunta por las transformaciones operadas en la «esfera cultural» en tiempos en que el mercado y los medios audiovisuales actúan cada vez más como organizadores de la producción, circulación y consumo de los bienes simbólicos resulta clave para entender otra zona importante del libro: los ensayos dedicados al arte contemporáneo, al cine y la música de vanguardia, escritos entre 2000 y 2010. La datación importa porque no es casual que sea en estas páginas de Las dos torres donde más resuenen los ecos de la «última» Punto de Vista, aquella del «giro estético» mencionado por la propia Sarlo en «Final», la nota editorial del número 90, de abril de 2008: una revista cada vez más inclinada a la defensa radical de la novedad estética y la inclusión de nuevos temas y objetos de análisis, como el urbanismo, las artes visuales, el cine, la fotografía o la música contemporánea.

De hecho, fue en Punto de Vista donde se publicaron originalmente dos de los ensayos más representativos sobre estos temas, que integran también el volumen: «La duración como arte» y «La estética de las buenas causas». Leídos en serie, ambos textos articulan los extremos (¿las dos torres?) de una «gran división»2: distinción de matriz fuertemente adorniana basada en la separación indeclinable entre el arte «elevado», «culto», «autónomo» o de «vanguardia» y la llamada «industria cultural» o «cultura de masas». Importa menos historiar cada una de estas conceptualizaciones –o pronunciarse sobre si sigue siendo pertinente en términos analíticos leer la cultura contemporánea desde esta noción teórica– que señalar cómo esta distinción sigue siendo, para Sarlo, operativa en términos descriptivos, explicativos y, en especial, valorativos. En efecto, si la audición completa del Cuarteto n° 2 de Morton Feldman y la lectura pública en continuado de Moby Dick durante más de un día entero son el punto de partida a partir del cual Sarlo reflexiona, en el primero de estos ensayos, sobre la potencialidad del arte para producir experiencias estéticas radicales, el segundo analiza el proceso contrario: asimilados a la lógica mercantil y de la cultura audiovisual, los grandes museos y galerías de arte se han convertido en «parques temáticos» donde lo que muchas se presenta como rupturista e innovador no es más que un «arte declarativo» que privilegia el «mensaje» por sobre cualquier filo de crítica estética y se convierte en una ideología supletoria de la buena conciencia.

Aunque no refiere al mundo de las artes visuales, el teatro o la música de vanguardia, la radicalidad estética que Sarlo atribuye a una obra como la de W.G. Sebald –el último gran escritor europeo contemporáneo que impactó de modo notable en Sarlo y sobre el que escribió varias veces durante los primeros años 2000– conecta, de algún modo, en «W.G. Sebald: un maestro de la paráfrasis», con lo que la ensayista, en sintonía con los valores estético-literarios que defienden la autonomía del arte, pueda aún producir: un efecto a la vez de distanciamiento e interpelación estética que, sin recurrir a la alegoría, trabaja con aquello que es irrecuperable de la experiencia y, en el límite, resistente a toda interpretación.

 La locación del universo intelectual

Como rastros de su origen periodístico, varios de los textos reunidos en Las dos torres conservan la inmediatez, el registro y la velocidad de haber sido escritos en «tiempo presente», para usar una imagen a la que la propia Sarlo ha recurrido varias veces para caracterizar su propia práctica ensayística. Dirigidos a un público amplio como suele serlo el de las publicaciones de la prensa periódica –interesado en novedades artísticas, editoriales y culturales, pero no necesariamente especializado–, varios ensayos de este libro («El pliegue del género», «¿Qué es ser culto? Una pregunta sin muchas respuestas», «Estéticas en el mercado» y «Tiempo presente») podrían leerse en diálogo con esa zona de la producción sarliana desplegada, a lo largo de las décadas, en publicaciones político-culturales (Los Libros, Punto de Vista) y, sobre todo, en diarios, revistas, semanarios y suplementos culturales de la prensa periódica, mayormente argentina: Página/30, Trespuntos, el suplemento «Cultura y Nación» de Clarín, la revista Viva, los suplementos «Radar» y «Radar Libros» del diario Página/12 o, más recientemente, Revista Ñ, los suplementos culturales de La Nación y de Perfil, Babelia y Télam.

Más allá de las diferencias entre cada una de estas publicaciones, lo cierto es que todas ellas comparten al menos un rasgo en común: participan de una esfera pública ampliada, en la que Sarlo no ha dejado de intervenir de modo cada vez más frecuente. Por supuesto que en las últimas décadas, las condiciones de producción y circulación de la literatura y de los consumos culturales han cambiado –y sobre eso mismo escribe Sarlo en «Periodismo cultural, literatura contemporánea y nuevos medios de comunicación», tal vez el texto de Las dos torres que más hipótesis ofrezca sobre esta cuestión–, pero eso no quita que Sarlo siga pensando en que aún es posible restituir una centralidad para la crítica literaria y cultural que, como puede observarse a partir de la lectura conjunta de estos ensayos, se avizora un tanto perdida o debilitada: por la hegemonía de los medios audiovisuales, por la segmentación de los públicos y las audiencias, por cambios operados en el mercado editorial e, incluso, por el desdibujamiento mismo de la figura del intelectual en su versión siglo XX. Como sea, para Sarlo, escribir en la prensa y en publicaciones periódicas sigue siendo una ocasión privilegiada para ejercitar una «voluntad de intervención» en los debates estéticos y literarios del presente –muchas veces, incluso, animada por el espíritu de la polémica intelectual, como en «Vocación de memoria. Ciudad y museo», «Épica de la multitud o de la consolación por la filosofía» y «Escrituras en guerra»–, pero también y, sobre todo, una ocasión para defender el lugar de la crítica como instancia de mediación fundamental en los procesos de selección, recepción y valoración del arte, la literatura y los consumos culturales.

Hacia el final del primer apartado de Escenas de la vida posmoderna (Siglo XXI Editores, 1994), titulado «Preguntas», Sarlo afirmaba: «Es cierto que la voz de la crítica no pertenece solo a los intelectuales, pero hay un deber del saber que todavía tiene fuerza moral. La historia dirá, dentro de décadas, si verdaderamente el final de este siglo vio el ocaso definitivo del intelectual crítico. Mientras tanto no nos apuremos». Han pasado 30 años de esta afirmación. Tiempo suficiente para saber que muchas cosas han cambiado, pero también para ejercitar una suerte de balance, aunque más no sea bajo la forma en que procede el Angelus Novus de Paul Klee según una de las más conocidas tesis benjaminianas sobre la historia: con la mirada vuelta atrás, avanzando a ciegas de espaldas rumbo al porvenir.

En estos 30 años, la producción crítica de Sarlo ha conocido distintas etapas, varias de ellas solapadas en un mismo periodo: la escritura de libros, la edición de una revista, la docencia universitaria, la intervención en la prensa periódica y en medios de comunicación audiovisuales. Todas estas acciones participan, sin embargo, de una misma confianza intelectual: el tiempo de la crítica es el tiempo de la intervención. «Hay que dar vueltas alrededor de lo que no se entiende», afirma Sarlo al comienzo de otro de los textos que componen este libro. En efecto, bien podría pensarse que los ensayos reunidos en Las dos torres giran en torno de esa divisa: un modo de seguir pensando y escribiendo sobre los objetos del presente que es, al fin y al cabo, una apuesta por la sobrevida de la crítica en tanto discurso socialmente valorado. Porque se sabe: el suelo de la crítica es el presente. Y al presente pertenecen, todavía, los grandes intelectuales públicos.

  • 1.

    Sofía Mercader: Punto de vista: historia de un proyecto intelectual, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2024.


  • 2.

    Andreas Huyssen: Después de la gran división. Modernismo, cultura de masas, posmodernismo, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2002.

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