Opinión
agosto 2022

Gorbachov, el hombre que se quedó solo

El 30 de agosto murió a los 91 años el ex-líder soviético que impulsó las reformas que, sin proponérselo, acabarían con la Unión Soviética. Hijo del XX Congreso que buscó la desestalinización y considerado un sesentista, se dio cuenta de que las cosas no funcionaban, pero su plan no tuvo la coherencia ni la energía necesarias para salvar al sistema nacido en 1917 y transformado profundamente por el estalinismo.

<p>Gorbachov, el hombre que se quedó solo</p>

Mijaíl Sergueievich Gorbachov nació el 2 de marzo de 1931 en un hogar campesino de Privólnoe, una aldea del krai Stavrópol, al sudoeste de Rusia y cerca del Cáucaso. Sus primeros años se vieron sacudidos por la colectivización, la gran hambruna y las purgas. De hecho, sus dos abuelos fueron enviados al gulag –los campos de trabajo forzado soviéticos–, experiencia que dejó una fuerte marca en el pequeño Mijaíl. Luego de la Segunda Guerra Mundial se unió al Komsomol y permaneció allí hasta 1952. Sus orígenes campesinos y la obtención durante esos años de la Orden de la Bandera Roja del Trabajo le abrieron las puertas de la Universidad Estatal de Moscú, donde estudió la carrera de abogacía. 

Entre sus enormes aulas y pasillos conoció a Raísa Titarenko, una estudiante de filosofía. Ambos se casarían en 1953, siendo aún estudiantes. Ya egresado en 1955, Gorbachov regresó a su región natal para ocupar el cargo de primer secretario del Comité del Komsomol de Stavrópol y, luego pasar a ser el primer secretario del Partido en esa ciudad. No era raro verlo llegar a las aldeas caminando –algo impensado para un apparatchik–, conversar con los campesinos e interiorizarse sobre sus problemas. Hacia 1970 ya había escalado al puesto de primer secretario del Partido del krai de Stavrópol, cargo que lo convirtió automáticamente en miembro del Comité Central. Para fines de esa década retornaría a Moscú para ingresar al Secretariado en 1978 y al Politburó en 1980. Por ese entonces era uno de los miembros más jóvenes del organismo: tenía 49 años (…).

A diferencia de varios de sus colegas del Politburó, Gorbachov era un shestidesiatnik, término que podría ser traducido como sesentista y que era ampliamente usado para hacer referencia a parte de la generación que se volvió social y políticamente activa durante la década de 1960 y que recreó, participó y compartió una particular versión de la tradición de la intelliguentsia rusa, cuestión que estudió Ludmila Kochetkova. 

Si por cuestiones generacionales la gerontocracia se había iniciado en la carrera burocrática cuando Stalin todavía estaba en el poder, Gorbachov, en cambio, había comenzado su camino durante el proceso de desestalinización y transformación iniciado por Nikita Jrushchov a comienzos de los años 60. Como miembro de esa generación, se consideraba un genuino marxista y creía que gracias a la introducción de ciertas reformas existía aún la posibilidad de construir un verdadero comunismo. 

El problema era la persistencia de los herederos de Stalin, como los llamó Evgueny Evtushenko en su famoso poema de 1962. «Lo atacan desde la tribuna pero por la noche sueñan con sus tiempos», denunciaba el poeta, mostrando que aún seguían presentes aunque no lo dijeran abiertamente. El impacto que había tenido la lectura del Informe Secreto en los jóvenes sesentistas había sido muy positivo: para quienes ya conocían parte de la verdad del estalinismo, la denuncia de sus crímenes durante el Congreso era una prueba fehaciente de la voluntad a renunciar a la mentira y buscar un cambio verdadero (…). 

Cuando Gorbachov asumió el poder en 1985 nadie dudaba que la Unión Soviética era un sistema que había institucionalizado las diferencias sociales, en el que los miembros de la nomenklatura ocupaban la posición dominante. Tampoco había dudas de que el sistema se encaminaba hacia una crisis profunda si no se realizaban reformas con una relativa celeridad, sobre todo en el campo de la economía. Gorbachov, como antes Yuri Andrópov, lo sabía, y sus primeras medidas apuntaron a remover el país del adormecimiento generalizado. Ese plan terminó conociéndose como perestroika. 

En el discurso del secretario general, sin embargo, el proyecto se presentaba no solo como un intento por promover una serie de reformas que mantuvieran con vida a la Unión Soviética sino también, y sobre todo, como un intento de alcanzar los objetivos originales de 1917. Quería dejar en claro dos cosas: que el sistema era reformable y que el socialismo era posible. Pero sus reformas adolecieron de coherencia, se mostraron erráticas y resultaron inconsistentes. En ese contexto, muchos miembros de la elite percibieron cierto desconcierto. Temerosos de que esa situación escalase, algunos comenzaron a defender el viejo sistema y boicotearon cualquier tipo de iniciativa. Otros, por el contrario, buscaron sacar provecho de las herramientas promovidas por Gorbachov no tanto para reformar el sistema sino para, directamente, desmantelarlo. Desde el seno de la elite surgiría una coalición procapitalista que prepararía el camino para la transición hacia una economía de mercado. Los nuevos capitalistas serían los viejos comunistas (…). 

Los líderes de las repúblicas soviéticas –y los otros desertores del reformismo de la nomenklatura que los secundaban– estaban decididos a dejar atrás el pasado socialista para abrazar con ansias el futuro capitalista. No estaban solos: detrás de ellos venían economistas entusiastas, intelliguenty desorientados y emprendedores exitosos, todos parte de los grupos privilegiados de la sociedad soviética. Pero el accionar de la elite política fue decisivo para dar el paso. 

Una reconversión de la vieja elite comunista a una de nuevo tipo capitalista produciría un cambio de mando pacífico y sin enfrentamientos violentos que tendría sin embargo enormes consecuencias no solo para el viejo espacio soviético sino para todo el mundo. Gorbachov había querido retocar el sistema para acercarlo a sus objetivos iniciales, pero sus reformas –que se guiaron por el viejo modelo instrumental y burocrático del Partido– abrieron la puerta para desmantelar un sistema sin poder reemplazarlo por otro en el corto plazo, como apunta Stephen Cohen. Ahora estaba solo y le quedaba una única opción: el 25 de diciembre firmó su renuncia como presidente y la Unión Soviética se desvaneció en el aire para siempre.


Nota: este artículo es un extracto del libro Quien no extraña al comunismo no tiene corazón. De la disolución de la Unión Soviética a la Rusia de Putin (Crítica, Buenos Aires, 2021).


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