Coyuntura

Rusia en América Latina (y viceversa)


Nueva Sociedad 226 / Marzo - Abril 2010

Con la desaparición de la Unión Soviética, Rusia disminuyó su peso en la escena internacional. La relación con los países latinoamericanos, con los que el ntiguo Estado ruso había iniciado vínculos diplomáticos ya en el siglo XIX, sufrió este cambio. Sin embargo, desde mediados de la década de 1990 el vínculo ha ido ganando fuerza: el intercambio comercial se ha incrementado, las visitas de jefes de Estado se multiplicaron y las asociaciones estratégicas (en especial con Brasil) se fortalecieron. El artículo analiza los diferentes aspectos de la relación ruso-latinoamericana y sostiene que se trata de una tendencia en ascenso en el nuevo orden global.

Rusia en América Latina (y viceversa)

La profundización y ampliación de los vínculos de Rusia con los países latinoamericanos constituye una de las muestras del regreso de Moscú a la política internacional multidimensional, una política con una tradición de varios siglos para el Estado ruso milenario. A pesar de sus nuevas características, tanto políticas como espaciales y demográficas, la Rusia actual es la principal heredera espiritual, cultural y geopolítica de aquel Estado, del que conserva el grueso del acervo histórico y el rol en la arena internacional como uno de los países más influyentes del mundo.

No es casual que cuando los países latinoamericanos comienzan la celebración de sus bicentenarios, se conmemoran también las fechas más importantes en el establecimiento de relaciones diplomáticas con Rusia. Dejando aparte el curioso episodio de fines del siglo XVIII, cuando el avance de los pioneros rusos les permitió entrar en contacto con la América española cerca del lugar donde se encuentra actualmente la ciudad de San Francisco, las relaciones entre Rusia y América Latina comenzaron hace cerca de 180 años. En el caso de Brasil, el inicio de los vínculos data de 1828; en el caso argentino, de 1885; y en el mexicano, de 1890, mientras que las relaciones con Uruguay comenzaron en 1857. Todo eso a pesar de las enormes distancias geográficas entre Rusia y América Latina.

Los recientes cambios históricos

La desintegración de la Unión Soviética y la aparición de la Federación de Rusia, que hoy ocupa más de dos tercios de su territorio e incluye a la mitad de su población, provocaron fuertes cambios no solo en la sociedad rusa sino también en su vinculación externa. Los dolorosos procesos de reorganización económica, política y social generaron costos altísimos. En los años 90, Rusia disminuyó considerablemente su peso en la economía mundial e incluso en el comercio internacional en comparación con los tiempos de la Unión Soviética. Uno de los vínculos más perjudicados fue el latinoamericano, en especial con aquellos países con los que se había construido una relación político-estratégica, como Cuba. En este caso, Rusia pasó del primer puesto a un lugar muy secundario en la lista de socios económicos, y el volumen de intercambio comercial disminuyó de varios miles de millones a unos pocos cientos de millones.

Pero esta realidad comenzó a cambiar entre fines de los 90 e inicios de la primera década del siglo XXI, como resultado de varios procesos y acontecimientos. En primer lugar, como consecuencia del restablecimiento del potencial económico de Rusia y, por lo tanto, de la necesidad de ampliar sus mercados externos. En este contexto, vale la pena señalar que la anterior política exterior de Moscú, motivada por las esperanzas de apertura de Occidente a Rusia, no dio los resultados deseados. En efecto, en muchos aspectos Rusia fue tratada como el perdedor de la Guerra Fría; así, se mantuvieron vigentes, por ejemplo, las barreras más odiosas para el acceso de sus productos a los mercados centrales de la economía mundial. Desde el punto de vista de la seguridad, a pesar de los abrazos diplomáticos y los elogios referentes a los avances de la democratización, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se acercaba a las fronteras rusas, absorbiendo no solo aquellos países que antes formaban parte del «bloque soviético» en Europa del Este, sino también a los que se independizaron de la misma Unión Soviética a partir de 1991. En este contexto, comenzó a primar en Moscú la sensación de contención y hasta de rechazo geopolítico por parte de Occidente, mientras que la sociedad rusa empezó a sentir una creciente desilusión por los efectos insatisfactorios de las reformas económicas y políticas y por las promesas incumplidas de Occidente. Como consecuencia, el país se reorientó. Y al inicio del nuevo siglo busca, tanto desde abajo como desde arriba, el restablecimiento de las funciones principales del Estado (tanto en el área económico-social como de seguridad) y una diversificación de la política exterior.

Paralelamente, los países latinoamericanos, una vez superada la ola reformista neoliberal y de democratización, comenzaron también a experimentar cambios, vinculados, por un lado, al rechazo del costo social de las transformaciones económicas y, por otro, a las nuevas posibilidades de avance electoral de las fuerzas políticas alternativas. En el ámbito internacional, se agotó la hipnosis de la unipolaridad. El exceso de «poder duro» (hard power) por parte de Washington durante el gobierno de George W. Bush, que en sus inicios generó una limitación a la autonomía de los Estados latinoamericanos en la arena internacional, provocó posteriormente una fuerte irritación en la opinión pública de la región. América Latina ha registrado la importancia del ascenso de nuevos polos de desarrollo dinámicos en la economía mundial, que crean chances alternativas de vinculación externa. En este sentido, es sintomático el rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), incluso en su versión light, junto con el lanzamiento del proyecto integracionista sudamericano (Unasur) y la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), basado en la cercanía política como consecuencia del giro a la izquierda en la región. A todo eso se añaden los esfuerzos para construir puentes hacia la Unión Europea y los mercados emergentes del Sudeste asiático. Por supuesto, el creciente mercado ruso atrae cada vez más la atención de los empresarios latinoamericanos.

En este último caso, no se trató de un descubrimiento sorpresivo. Los latinoamericanos comenzaron a tocar las puertas de Moscú ya en la segunda mitad de los 90, cada año con mayor insistencia. Políticos, parlamentarios y hombres de negocios han visitado Rusia. En esta primera fase, los latinoamericanos se han mostrado más activos que los rusos. Ocurre que la inercia «occidentalista» en la mentalidad de la elite política y los incipientes empresarios de la nueva Rusia no permitieron entender, en un comienzo, el significado y la potencialidad de la colaboración con América Latina. Sin embargo, el imperativo de diversificar las relaciones exteriores actuó y, poco a poco, abrió el camino para una nueva mirada hacia América Latina. La interacción político-diplomática se elevó al nivel más alto durante la presidencia de Vladimir Putin, culminando, en el siguiente periodo, con las visitas del presidente Dimitri Medvédev a Perú, Brasil, Venezuela y Cuba en 2008. En total, desde 2000 hasta 2008, los presidentes de Rusia visitaron la región cinco veces y los ministros de Relaciones Exteriores realizaron nueve viajes, en dos ocasiones pasando por varios países. A su vez, solo en 2009 visitaron Rusia los presidentes de Chile, Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba y Ecuador, sin contar múltiples visitas a nivel ministerial.

Al mismo tiempo, desde la segunda mitad de los 90 el intercambio comercial aumentó a un ritmo que supera considerablemente el promedio mundial. Y esto, cabe subrayar, todavía sin un apoyo político-estatal significativo por parte de Rusia que, como se señaló, demoró en establecer un mecanismo adecuado de promoción de sus exportaciones a América Latina. Los países latinoamericanos se convirtieron en importantes suministradores de productos agroindustriales al mercado ruso, lo cual representa un factor positivo en la creación de un ambiente competitivo en el abastecimiento alimenticio de Rusia. Progresivamente, además, los países latinoamericanos comenzaron a enriquecer sus exportaciones con productos industriales, especialmente en el caso de Brasil y México. Por su parte, Rusia es hoy un importante exportador a América Latina de fertilizantes, productos de metalurgia ferrosa, equipo energético, helicópteros y armamento convencional.

Pero los progresos no se limitaron al comercio. Hasta mediados de esta década, la relación económica se reducía a la compraventa, sin mayores avances en el campo de la inversión recíproca, la cooperación productiva, los servicios de ingeniería, etc. Sin embargo, en los últimos años el cuadro comenzó a cambiar con la instalación de varias empresas rusas en suelo latinoamericano, principalmente en el sector de hidrocarburos, con vistas a una participación más amplia en proyectos de envergadura.

Actualmente, Rusia se encuentra entre los socios alternativos más importantes de América Latina. No compite con China, que ya superó los 100.000 millones de dólares en su comercio con la región, pero sobrepasa los índices del otro gigante ascendente, la India. En total, en 2008 el intercambio llegó a casi 16.000 millones de dólares (ver cuadro).

Es necesario subrayar que en el avance de la relación influyó también el cambio en la percepción de la idiosincrasia latinoamericana por parte de Rusia. Desde tiempos remotos, América Latina estuvo vinculada con imágenes románticas y exóticas, junto con curiosidad y simpatía. Hubo, por momentos, una percepción solidaria de la búsqueda de caminos propios para los pueblos de la región. En los tiempos soviéticos, comenzó a predominar el estereotipo de Rusia como «hermano mayor» capaz de indicar a los pueblos latinoamericanos la vía hacia un futuro luminoso. Fue una visión desde arriba, desde las alturas, del que se considera más avanzado y sabio. Con la transición de Rusia a la economía de mercado y la democracia, la educada sociedad rusa comenzó a descubrir la cercanía de la problemática del desarrollo socioeconómico de su país con la de las naciones latinoamericanas. Aún más: resultaba claro que en América Latina se habían encontrado algunas soluciones productivas a problemas parecidos. Así, Rusia asumió el potencial de la relación, no solamente en términos económicos sino también en lo tecnológico. Hoy predomina la idea de que es posible elevar cualitativamente la colaboración con los países latinoamericanos.

Armas: mitos y realidades

Uno de los rubros más importantes de exportaciones rusas a América Latina es el armamento convencional, que ha generado no pocas especulaciones en los medios de comunicación y que, por lo tanto, vale la pena comentar detenidamente. En primer lugar, hay que tener en cuenta que desde hace tiempo Rusia ocupa el segundo lugar como exportador de armamento del mundo después de Estados Unidos: es considerado, y con razón, un exportador muy competitivo. En América Latina, Rusia ocupa el tercer lugar, después de EEUU y Francia; también desempeñan un papel cada vez más relevante otros exportadores europeos, como Suecia y España, a los que se suma China. Brasil, por su parte, sigue diversificando su complejo de industria bélica. En segundo lugar, en muchos países de la región ha comenzado el ciclo de renovación del equipamiento militar, por lo cual el mercado se ha ampliado. Según los datos del Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), los gastos militares en la región sumaron 48.100 millones de dólares en 2008, 6% más que el año anterior y 50% más que hace una década.

¿En qué medida intervienen los factores geopolíticos en este incremento de las adquisiciones de armamentos? Por supuesto, ocupan un lugar, pero afortunadamente en menor medida que en otras regiones del mundo. Sería absurdo afirmar que el suministro de armamento por parte de EEUU no tiene ninguna motivación geopolítica o estratégica. Colombia, que desde hace tiempo goza de un importante apoyo militar estadounidense, es un ejemplo obvio. Suele afirmarse que la compra de armamento ruso por parte de Venezuela crea un desequilibrio peligroso. Sin embargo, el Ejército colombiano está mucho mejor dotado que el de Venezuela. De hecho, Colombia lidera el gasto militar latinoamericano en porcentaje del PIB: 4% contra 1,3% de Venezuela. Del mismo modo, la reciente decisión estadounidense de potenciar su presencia militar en Colombia generó gran preocupación en América Latina, y no solo en los países vecinos, y creó así un pretexto para adquirir armamento adicional. Una decisión de Washington al parecer poco calculada, que se convirtió en un serio escollo en los planes de Obama de un nuevo acercamiento a América Latina basado en el «smart power».

Por su filosofía política centrista y por la naturaleza misma del actual ordenamiento internacional, Rusia no busca –y no puede buscar– una presencia militar en América Latina. Esto no corresponde a sus intereses pragmáticos y realistas en el ámbito internacional. Es lógico y comprensible que las inquietudes de Rusia relacionadas con su seguridad exterior se limiten al entorno inmediato en Europa y Asia y al mantenimiento, ya no de una paridad como la que existía en tiempos soviéticos, pero sí de cierto equilibrio entre los poseedores de mayor potencial nuclear y coheteril. Por eso, Moscú se esfuerza actualmente para encontrar consensos con el gobierno de Obama. En este marco, una prueba de que Rusia ya no tiene intereses en América Latina al estilo de la Guerra Fría fue el desmantelamiento del último reducto de presencia militar en Cuba (la potente instalación de monitoreo electrónico en Lourdes), durante el comienzo del primer mandato de Putin. Teniendo en cuenta estos datos, las especulaciones y el ruido generados por la decisión de Rusia de realizar un ejercicio conjunto con Venezuela, con aviones y buques militares en el Caribe en noviembre de 2008, no tuvieron relación con el sentido puramente simbólico de este acontecimiento, que fue apenas una muestra de que Rusia tiene derecho a ese tipo de ejercicios a partir de la invitación oficial de Estados soberanos. Algo que, por otra parte, otras potencias realizan habitualmente: por ejemplo, EEUU en el Mar Negro (a poca distancia de las fronteras rusas).

Desde 2000 hasta hoy, Rusia firmó unos 200 acuerdos de cooperación con países latinoamericanos y caribeños en diferentes temas, entre ellos el técnico-militar, incluyendo a Brasil (2004), Perú (2004), Argentina (2004), Chile (2004), Venezuela (2009) y Bolivia (2009). Desde hace tiempo mantiene un acuerdo de la misma índole con Cuba, basado en el suministro de piezas de repuesto para el Ejército cubano equipado con armamento soviético. Es interesante mencionar también que Colombia firmó un acuerdo de colaboración técnico-militar con Rusia en 1996. Ninguno de estos acuerdos presupone la instalación de infraestructura militar rusa en la región ni, mucho menos, de bases militares. Los convenios crean los marcos y las condiciones generales para la compra y venta de material bélico convencional, las pautas de financiamiento y las garantías para la protección de la propiedad intelectual. En el caso venezolano, el más comentado por los medios, se trató de la apertura de una línea de préstamo de 2.200 millones de dólares. La suma es considerable, pero ¿quién de los grandes exportadores de armamento no ofrece financiamiento crediticio?

Los comentaristas de la política rusa en América Latina muchas veces prefieren destacar las relaciones con aquellos países en los que gobiernan los líderes de la llamada «izquierda radical», en especial Venezuela. Desde luego, es atractivo, desde el punto de vista periodístico y teniendo en cuenta el papel de Hugo Chávez como uno de los principales newsmakers de la región, poner el foco en este punto. Pero estos análisis olvidan, o simplemente no quieren tomar en cuenta, que el grueso del intercambio comercial ruso con América Latina no es con Venezuela sino con Brasil. El peso de ese país en el intercambio total de Rusia con la región pasó de 11% en 1992 a más de 40% en 2008. Argentina ocupa el segundo lugar, con 12,4% del total, seguida por México (7,7%). El intercambio con Venezuela apenas representa 6% del total, y el de Cuba 1,7%.

Es lógico, por supuesto, que Brasil sea el primer socio de Rusia en América Latina, no solo por su tamaño y potencia económica sino también por la proximidad o coincidencia en los principios básicos de la política exterior de ambos países. En efecto, el nivel de las relaciones bilaterales se elevó a «colaboración estratégica» ya en 1997. Paso a paso, el campo de cooperación se ha ido ampliando y se ha proyectado al ámbito multilateral. Desde 2005, Brasil y Rusia –junto con la India y China– participan en las consultas ministeriales del «cuarteto». Con la institucionalización del grupo BRIC en 2009 y la decisión de realizar una cumbre anual, este mecanismo fortaleció el vínculo entre ambos países, que consideran que el grupo puede jugar una función positiva en una época de transición hacia un orden multipolar.

Ambos países han participado en la elaboración de una plataforma común de los países BRIC para la última reunión del G-20 realizada en Pittsburgh. Rusia valora mucho la participación de América Latina en el G-20, que incluye a Argentina y México además de Brasil. En los tiempos difíciles de crisis económica mundial, es indispensable el aporte creativo de América Latina en la búsqueda de recetas para reestructurar la arquitectura económico-financiera global.

Desafíos de la relación

La crisis económica mundial fue una severa lección para Rusia y para otros países, incluso para muchos latinoamericanos. Está claro que, a pesar de una importante acumulación de reservas, Rusia demoró su modernización productiva y no avanzó lo suficiente en una diversificación innovadora. Si no fuera por eso, el costo de la crisis podría haber sido mucho menor. En sintonía con otros índices macroeconómicos, el comercio ruso-latinoamericano se deterioró en 2009. Pero vale la pena indicar que, para América Latina, el impacto de la crisis en el intercambio fue relativamente menor. Según datos preliminares, durante los primeros nueve meses de 2009, las exportaciones latinoamericanas a Rusia disminuyeron 26% (contra un promedio mundial de 32-33%), en tanto que las exportaciones de Rusia a América Latina cayeron 46%.

El reconocimiento de las lecciones de la crisis en Rusia fue expresado oficialmente en el último mensaje del presidente Dimitri Medvédev al Parlamento Federal. Allí se anunció la decisión política de fomentar la modernización de la economía nacional. En este contexto, Rusia está interesada en modernizar también su colaboración económica con sus socios latinoamericanos. Según la Concepción de la Política Exterior de la Federación de Rusia aprobada por el presidente Medvédev, la colaboración política, económico-comercial y cultural con América Latina es una de las prioridades internacionales del país. Como subrayó el ministro de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov, la cooperación con los países latinoamericanos y caribeños tiene un carácter estratégico a largo plazo. Está fundada en el pragmatismo, en la aspiración a materializar la cooperación en proyectos mutuamente ventajosos, en la atracción recíproca y las simpatías entre los pueblos. Ambas partes han logrado un entendimiento común gracias a la proximidad de enfoques en los problemas claves del mundo actual. Lavrov sostiene que los socios latinoamericanos son aliados naturales en asuntos tales como la necesidad de garantizar la supremacía del derecho internacional, la consolidación de los mecanismos multilaterales para solucionar los problemas internacionales, el papel central de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la búsqueda de respuestas colectivas a los retos de la actualidad. Las opiniones coinciden en lo que se refiere a la reforma de la arquitectura financiera mundial, la importancia de respetar la diversidad cultural y la inadmisión de divisiones por cuestiones de civilización.

Rusia y los países latinoamericanos enfrentan el desafío común de superar una crisis que ellos no han generado. La recuperación es costosa. Pero permite ver con mayor claridad que las soluciones solo son posibles en el marco de una acción solidaria, coordinada y verdaderamente multilateral. La experiencia acumulada de cooperación y los vínculos más sólidos en el ámbito político-diplomático, junto con el aumento del comercio, van a dar mayores frutos, junto con proyectos de inversiones de envergadura, tanto en América Latina como en Rusia. En suma, la colaboración ruso-latinoamericana es una tendencia ascendente en el nuevo orden global.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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