Vivir en un mundo peligroso
Nueva Sociedad 313 / Septiembre - Octubre 2024
En diálogo con Hinde Pomeraniec, el experto en relaciones internacionales Juan Gabriel Tokatlian construye una brújula para pensar estos tiempos confusos desde América Latina.
El mundo se ha vuelto un lugar desconcertante. ¿Por qué no estamos viviendo una nueva Guerra Fría? ¿Sigue perteneciendo China al denominado Sur global? ¿Cómo se está procesando la transición en las relaciones de poder global? Estas son algunas de las preguntas que responde Juan Gabriel Tokatlian, profesor plenario de la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires) y uno de los mayores expertos en relaciones internacionales de América Latina.
Aunque no pasó mucho tiempo desde que el mundo celebraba la globalización, el presente muestra una tendencia de los países a cerrarse sobre sí mismos, casi como queriendo evitar el efecto mariposa de verse afectados por problemas que nacen en otro espacio. La relocalización de empresas hoy no es prioridad y en algunos organismos se habla de un concepto, fragmentación, algo que podría estar clausurando la posibilidad de un crecimiento económico mundial. En materia política, esto viene de la mano de un rebrote de los nacionalismos y la xenofobia. Me gustaría saber cómo ves este momento y qué pensás de esta idea de un mundo con países cada vez más cerrados.
Creo que lo primero que habría que pensar es cómo nos ubicamos frente a un determinado momento de la historia para analizarla. A mi modo de ver, hay un muy largo plazo, hay ciclos más breves y acotados, y hay coyunturas precisas. ¿Qué quiero decir con esto? Una de las causas de la fragmentación del mundo a la que te estás refiriendo es que estamos viviendo, en la actualidad, un cambio profundo y de larga maduración: creo que es palpable, en nuestra cotidianidad, que asistimos a un gran viraje. Durante más de tres siglos, desde el fin del siglo xviii, primero de manera incipiente y luego de modo más acentuado, estuvimos bajo un claro predominio de Occidente. Me refiero a la preeminencia de sus valores, instituciones, reglas, preferencias, intereses, acompañado de una sensación de que ese acervo occidental podía universalizarse, en una suerte de proceso natural, expansivo y progresivo, es decir, superador. Desde finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, empezamos a ver una transformación notoria en distintas esferas, dimensiones y dinámicas: aparece lo que mi amigo y colega Roberto Russell llamó, en una nota en La Nación en julio de 2022, un mundo postoccidental, en el que surgen otros intereses, otras instituciones, otras reglas y otras preferencias que emanan de Oriente, en un sentido amplio y trascendente1.
¿Te referís al ascenso y predominio de China?
No me estoy refiriendo solo a China, sino a un conjunto de culturas y civilizaciones que están en esa parte del mundo y cuya voz, capacidad de proyección, influencia y riqueza empiezan a ser tomadas en cuenta por parte de un Occidente que ya no es omnipotente. Frente a aquel mundo relativamente homogéneo, no fragmentado, que entendíamos que dominaba Occidente y que se iba a seguir desplegando, hoy encontramos cierta confusión, cierta sensación de desconcierto; al menos, insisto y remarco, con nuestros lentes occidentalizados. ¿Qué es lo que está pasando acá? Lo que sucede es que ha ido emergiendo y se ha ido potenciando otro centro de gravitación y eso produce una «sensación» de desorden. Y a ello se agrega la irrupción más asertiva de un Sur global heterogéneo, con recursos de peso y más vocal. Hoy, como decimos en un reciente trabajo con Roberto Russell, Mónica Hirst y Ana María Sanjuán, estamos cada vez más inmersos en un orden no hegemónico2. No hay ningún país, ni coalición de países, no hay ningún Estado ni coalición de Estados que tenga una capacidad de hegemonía universal y plena. Y esto afecta por igual a Estados Unidos y China. Decía que para mirar un momento histórico también podemos tener una mirada de ciclo más corto. Y ciertamente el ciclo más corto que hemos tenido es la denominada Posguerra Fría. ¿Qué significa eso? La Guerra Fría fue una disputa integral. Era clara, se daba en todos los ámbitos: en la economía, en la política, en la diplomacia, en el campo militar. Lo que muestra la Posguerra Fría es que el proyecto de eeuu de moldear, principalmente según sus propios intereses, el orden internacional fue un proyecto ambicioso, exagerado y finalmente fallido. De ahí también proviene la imagen de fragmentación y de dispersión que tenemos, porque hemos perdido el «ordenador» fundamental que fue eeuu desde 1991, que es el año del colapso de la Unión Soviética, y que, de hecho, con los años, se fue convirtiendo en un visible «desordenador». Ahora bien, en este orden no hegemónico, lo que se puede advertir es la existencia de un sistema mundial sobrecargado de desencuentros, fricciones, peligros, luchas, disensos y contradicciones. ¿Qué esperar de tal situación sistémica? Quizás la explicación más sencilla sea la siguiente: la mayoría de las personas tiene acceso a una computadora personal. Cualquiera sea su marca, en algún momento emite una señal de alarma que indica que el «sistema» está «sobrecargado». Esto significa que hay un exceso y que no se puede seguir adelante. Por lo tanto, hay que hacer algún ajuste. La opción disponible es reducir o eliminar algunos programas y archivos, lo que permite recuperar el funcionamiento. Tomando este símil como un equivalente funcional, la cuestión es esta: ¿qué es lo que se debe eliminar o reducir en un sistema global sobrecargado? ¿La democracia? ¿La paz?
Y además de la falta de alineamientos claros, ¿cuáles serían las grandes diferencias entre el estado actual y el de la Guerra Fría?
Las diferencias son muchas. Me detengo en una de tantas. Durante la Guerra Fría, teníamos lo que en la disciplina de las relaciones internacionales llamamos «escasas opciones estratégicas». ¿Qué podías hacer como país, en especial, en lo que antaño se conoció como Tercer Mundo? Te plegabas a eeuu o buscabas un contrapeso y eventualmente te juntabas con la urss si Washington no te lo impedía con todo su arsenal de medidas directas o clandestinas; la mayoría de ellas, coercitivas. Lo que en aquellos años apareció como la Tercera Posición, el No Alineamiento o la neutralidad, era como una tangente que trataba de evitar esas tomas de posición. Pero al final del día, y sobre todo si un país estaba ubicado en este Occidente meridional, entendía que los límites de su acción eran tangibles y restringidos, salvo en los contados momentos en que la distensión relativa entre las superpotencias y la disposición política interna en cada país permitían más juego. En definitiva, un mundo conocido y claro. Lo que tenemos ahora es un mundo que paradójicamente abre el abanico de las opciones estratégicas disponibles para aquellos que pueden y saben cómo «alinear» voluntad, capacidad y oportunidad. A diferencia del pasado, el actual actor ascendente, China, no viene con promesas de ideología, viene con billetera; de allí, en parte, la magnitud del desafío que presenta a Occidente. Viene con finanzas. Viene con comercio. Viene con inversiones. Viene con asistencia. Aunque Washington insiste –digamos, con poco eco al momento por estas tierras latinoamericanas– en que se trata de un «actor maligno». Y ello, con un eeuu que ofrece escasas «zanahorias», mucho bullying discursivo y poco consenso doméstico para desplegar el uso de la fuerza en la región, como lo probó el caso de Venezuela durante el gobierno de Donald Trump.
¿No supimos aprovechar como región ese momento de repliegue de eeuu?
Creo que en América Latina no fuimos conscientes, en los años 90 y a principios de los 2000, de que se abrían alternativas de juego tan grandes. Frente a ese horizonte potencialmente más abierto en el nuevo siglo, y antes de que eeuu se concentrara en su «guerra contra el terrorismo» y se replegara relativamente de América Latina, la región, en vez de actuar más conjuntamente, se vio inmersa en dinámicas de dispersión, de desagregación de esfuerzos enmarcados en la expectativa de un «regionalismo abierto» que nos iba a impulsar, entre otras cosas, hacia una agregación de preferencias y propósitos. Volvimos a hacer algo que, paradójicamente, fue típico durante buena parte de la Guerra Fría y que fue el «sálvese quien pueda», «yo me sumo a Washington». Antes fueron los regímenes militares y sus esperanzas de cultivar «relaciones especiales» con eeuu; ahora eran los gobiernos democráticos con la esperanza puesta en el «Consenso de Washington» y la eventual Área de Libre Comercio de las Américas [alca]. Los años 90 se cerraron con una región dispersa, mirando más al norte del continente que al mundo en su conjunto y reforzando las fracturas que resurgen de tiempo en tiempo. Al comienzo del nuevo siglo, con Washington concentrado en Oriente Medio y Asia central, gobiernos de la llamada «marea rosa» reanimaron el espíritu asociativo, en especial en América del Sur. Pero eso también se fue desdibujando en la segunda década del siglo xxi. El resultado fue una gradual y manifiesta dificultad para mejorar la capacidad de negociación colectiva; algo que contribuyó a hacer de Latinoamérica una región menos gravitante a escala mundial.
Estabas hablando de dónde estábamos y en qué devino esa situación post-Guerra Fría, con el retraimiento de eeuu y el ascenso y protagonismo de China y otros países de esa región. Desconocemos muchísimo qué pasa fuera de Occidente. Si pensamos en Latinoamérica, ¿dónde estamos parados?
La situación actual del mundo muestra lo que en la disciplina de las relaciones internacionales llamamos «coyuntura crítica», periodos –que no son necesariamente breves, sino que pueden ser extensos– en que se resquebrajan pautas y parámetros, en que se producen transformaciones exponenciales en distintos campos, que es necesario interpretar a escala mundial, no parroquial ni local y, lo más importante, que obligan a las elites a ponderar y concebir nuevos cursos de acción. Eso no se puede postergar mucho tiempo. Y en este punto quiero hacer una comparación histórica con la primera etapa del siglo xx. En ese momento, el mundo atravesaba una situación muy singular: el gradual ascenso de eeuu y el paulatino descenso del Reino Unido. Esto es, había una transición de poder, prestigio e influencia de consecuencias significativas. En esa coyuntura extendida, que en Argentina cubrió diferentes gobiernos y tipos de regímenes políticos, la elite de nuestro país adoptó la estrategia de seguir abrazada al Reino Unido en lugar de advertir la expansión de eeuu y sus efectos. Obviamente la elite de la época tomó esa decisión por razones prácticas, no por motivos dogmáticos. La tomó porque con eeuu había una relación competitiva y compleja, mientras que con Europa había una relación complementaria y cercana. ¿Nos ayuda ese antecedente para pensar el presente? Creo que sí y mucho. Hoy es evidente que existen dos grandes actores que compiten y un conjunto muy importante de naciones de referencia en el Sur global, al tiempo que el peso de actores no estatales es notable; entre otros, las corporaciones más poderosas y sus dueños. Según el informe de 2023 sobre los ultrarricos (Ultra Wealth Report), hay en el mundo unos 395.000 individuos con una fortuna conjunta de unos 45 billones de dólares, mientras la riqueza mundial ese año fue de 454 billones, según datos del Credit Suisse. Ahora bien, quiero destacar que mientras eeuu y su principal aliado, Europa, se han debilitado en años recientes y Washington está pagando el precio de tres décadas de sobreextensión, esto no implica que Occidente esté en un proceso de decaimiento irreversible ni que eeuu se enfrente a un declive inminente. Y el ascenso chino, que ha sido paulatino y extraordinario, no es un ascenso sencillo y seguro tampoco. Mi punto aquí es que la elite argentina tiene un desafío monumental: o entiende cuáles son los intereses nacionales que defender en medio de estos cambios profundos, o vamos a seguir tomando decisiones erráticas, mal informadas, inconsistentes, anacrónicas, confusas. Entonces, el punto de partida debería ser considerar, por un lado, si esa disputa se está exacerbando o no; por otro, qué elementos de competencia o de cooperación se presentan, de forma tal de comprender cuál es el lugar que estratégicamente puedo y quiero ocupar con miras al segundo cuarto de siglo. Lo otro que analizaría es qué capacidades tangibles y atributos intangibles poseo. Yo viví 18 años en Colombia. Para un colombiano o colombiana promedio, el pasado fue difícil, penoso y hasta atroz. Lo único que tiene por delante un colombiano es el futuro, que puede ser algo mejor. Porque si mira para atrás, ve la violencia de los años 40, 50, 60, 70, 80, 90 y comienzos de este siglo, que dejó cientos de miles de muertos y millones de desplazados internos e inmigrantes internacionales. La violencia insurgente, del narcotráfico, paramilitar, institucional. La fe del colombiano está puesta en su futuro. Yo diría que hoy, lamentablemente, cada vez para más argentinos el mejor futuro es su pasado. Antes –mucho antes– hicimos bien varias cosas. Antes teníamos niveles de cohesión social envidiables. Antes fuimos una sociedad mucho menos desigual. Antes, antes y antes. Y creo que esta percepción es muy importante para saber cómo se posiciona el país en esta disputa global. Eso nos puede abrir opciones o restringir oportunidades. Hace un siglo, leímos el mundo de un modo que, en última instancia, nos aferró al poder declinante a pesar de que transitoria y relativamente lográbamos hacer frente a crisis como la Gran Depresión. ¿Está nuestra dirigencia leyendo el mundo con los ojos abiertos y la mente despejada?
Supongo que hay circunstancias que pueden ser determinantes para la toma de decisiones o para las conductas que pueden seguir los gobiernos. Entiendo que el combo que se armó entre la pandemia de covid-19 y la guerra en Ucrania necesariamente influyó en esta dirección.
Sin duda tu observación es muy acertada. Pero quiero entrarle al tema por otro lado. Por ejemplo, Argentina tiene una valiosa tradición de producción intelectual sobre autonomía relativa en los asuntos internacionales. En esos análisis sobresale un concepto, que remarcaba Juan Carlos Puig, uno de los grandes internacionalistas que tuvo el país: para ser viable, la autonomía requiere contar con atributos reales. Y el elemento clave hoy más que nunca es un modelo que se asiente en la investigación e innovación en ciencia y tecnología. ¿Es posible identificar en la Argentina actual un conjunto de actores públicos y privados que pueda comprometerse en una iniciativa de largo plazo para interconectar el Estado, la comunidad científica y el mundo empresarial, tal como han hecho, con éxito, grandes y medianas potencias? ¿Persiste un impulso autonomista que pueda conducir políticamente esa iniciativa? El actual gobierno ¿tiene la disposición y el compromiso para activar un modelo productivo que coloque en el centro el componente de ciencia y tecnología? En el cuadro internacional presente y futuro, los países que carezcan de autonomía tecnológica serán apenas espectadores de la política mundial. Me temo que para el gobierno actual la inversión en ciencia y tecnología es un «costo» que reducir y el compromiso Estado-empresa-científicos, algo innecesario. Casi inconveniente.
Coincido en cuanto a esa inquietud; las señales no son alentadoras. Vuelvo a eeuu y China y a la relación entre ambos países, compleja para analizar. ¿El concepto de autonomía relativa podría ayudarnos a interpretar mejor ese vínculo?
En efecto. Hasta hace unos años, predominaba una condición de rivalidad atenuada e interdependencia paulatina entre los dos. Desde el segundo mandato de [Barack] Obama, a lo largo del gobierno de [Donald] Trump y durante todo el de [Joe] Biden, se fueron consolidando una rivalidad acentuada y una interdependencia decreciente. No hay aún una disputa integral ni un desacople mutuo: Beijing y Washington conocen sus fortalezas y debilidades y se mueven cada vez más condicionados por la respectiva política interna. Biden, que no quiso parecer blando, endureció el mensaje y las acciones frente a China, y Xi Jinping busca reafirmar, cada vez con más insistencia, el nacionalismo y la estabilidad doméstica. De hecho, en 2022, a pesar de todas las restricciones que primero Trump y luego Biden impusieron, el comercio entre eeuu y China tuvo un récord histórico y alcanzó los 690.000 millones de dólares. Abro un paréntesis para comparar esta relación tan compleja que tiene eeuu con China con la que tuvo con la urss. Durante la Guerra Fría, el año de mayor comercio bilateral entre eeuu y la urss fue 1979, con un total de 4.900 millones de dólares de intercambio. A su turno, con otro ritmo, retórica e intensidad, también Europa pretende desacoplarse más gradualmente de China. Mientras tanto, eeuu y Europa sí han acelerado el desacople con Rusia; en unos años habrá que evaluar si esto no constituyó un error capital por parte de Occidente. Washington y Bruselas ya saben que si no intentan reindustrializar parte de sus economías, su capacidad de competir con China (y con la India también) se verá afectada, y la primacía interna del capital financiero, en eeuu y Europa, generará mayor malestar social, pues implicará en la práctica un desmantelamiento adicional del Estado de Bienestar ya erosionado. ¿Qué está haciendo China, entonces? China, que hace tiempo dejó de ser parte del Sur, busca anticiparse a un eventual mayor desacoplamiento de Occidente, contener las fricciones con la India, manejar cuidadosamente su hoy estrecha relación con Rusia, evitar tensiones contraproducentes con sus vecinos y acercarse más al Sur global, aunque quizás con menos recursos que durante la segunda década de este siglo.
Por eso, África. Por eso, nosotros.
Por eso, África. Por eso, América Latina. Y, por lo tanto, lo que procura es que su Iniciativa de la Ruta y la Franja –un megaproyecto dirigido a potenciar relaciones materiales urbi et orbi, a semejanza de lo que fue la llamada Ruta de la Seda, que buscó acrecentar el comercio con Europa vía Asia central en los años de apogeo del Imperio chino– sea más activa y decisiva. Sin embargo, sus principales socios comerciales son, en ese orden, sus vecinos próximos, la Unión Europea y eeuu.
¿Qué querés decir cuando decís que China tiene o aporta menos recursos?
Quiero decir que, entre 2013 y 2018, la cantidad de inversiones, financiamiento y asistencia que China otorgó a los países que habían firmado el memorándum de entendimiento en el marco de la Iniciativa de la Ruta y de la Franja fue muy superior a lo que ha venido destinando desde 2019. En parte por la pandemia de covid-19, en parte porque se redujo su tasa de crecimiento, y en parte porque está colocando muchos más recursos en su área más cercana. A eso se añade una natural heterogeneidad que viene desde el Sur global, distinta de la homogeneidad propia del Occidente más desarrollado, que incide en la posibilidad de acción colectiva y de presentar una voz común y única. Es un Sur global muy asertivo, pero no necesariamente unívoco en sus posiciones, como lo reflejan las votaciones en temas cruciales en la onu [Organización de las Naciones Unidas]. La voz es más audible, sin duda; lo que también sucede es que en Occidente hay muchos que no parecen querer oír el mensaje. Y a la vez me pregunto qué trae de nuevo el Sur global. La Paz de Westfalia, en 1648, fue un acuerdo diplomático-institucional que procuró organizar la vida política en Europa. Este esquema europeo se extendió hasta convertirse en un esquema mundial: Occidente, por vía de la expansión de sus distintos imperios, fue propagando el sistema estadocéntrico e irradió instituciones, reglas, prácticas e ideas que las distintas periferias fueron asimilando (o que les fueron impuestas). En ese contexto, es pertinente interrogarnos si con el despertar del Sur global estamos en el camino de una suerte de «Southfalia». ¿Surgen nuevos valores, se impulsan reformas de alcance vasto, se alientan principios innovadores, hay estímulos a modos alternativos, menos individuales y más colaborativos de liderazgo? Por ahora, Southfalia muestra varios elementos de continuidad, otros de readaptación y aun otros de incipiente cambio respecto de Westfalia.
A veces hay marcas históricas y culturales fuertes que no se borran. Hay un preconcepto bastante generalizado que asegura que China forma parte del Sur global. Pero vos decís que eso ya no es así...
Exacto. En el texto que escribí con Russell, Hirst y Sanjuán y que mencioné antes, ponemos en entredicho una noción bastante arraigada entre nosotros y en la región. No es correcto asimilar la Guerra Fría entre eeuu y la urss a la relación entre eeuu y China. Si seguimos pensando en esa clave, nos vamos a equivocar, tanto intelectual como políticamente. Debemos reflexionar y actuar desde el ámbito en el que estamos: en y desde Latinoamérica. Cuando nos referimos con los tres colegas a «los dos Nortes», afirmamos que el complejo vínculo entre Washington y Beijing no replica lo que fue la pugna integral Este-Oeste del pasado, que expresaba nítidamente dos modelos antitéticos. Hoy existen dos Nortes que expresan variaciones del modo de producción capitalista. Un Norte liderado básicamente por eeuu, bastante cohesivo, con un proyecto universalista persistente y que refleja una actitud de resistencia ante la pérdida relativa de poder de Occidente. Y otro Norte encabezado por China de un modo más difuso e incipiente, con un énfasis en los particularismos y que se inserta en el contexto del regreso de aquellos que se vieron históricamente agraviados, atacados, ignorados por Occidente.
Países y culturas no considerados.
Maltratados, obstaculizados, vilipendiados, sí. No son parte del «club». Todos ellos, más cercanos geográficamente al segundo Norte, prefieren impugnar ese «club occidental» y algunos pretenden, de ser posible, forjar otro club.
Es, en cierto punto, un conjunto de orgullos heridos.
Sí. Pero no solo eso. Las ofensas y los castigos no se olvidan. Son países con tradiciones culturales propias, que han aportado al mundo. Un artículo de junio de 2023 de Martin Wolf en el Financial Times recordaba que, hasta 1820, es decir hasta principios del siglo xix, 60% del producto bruto mundial se generaba en Asia3. Apenas 25% provenía de lo que hoy llamamos «Occidente». Son países –los que «regresan»– que han tenido un pasado de gloria, que han sido muy dinámicos económicamente, y hasta muy potentes en lo militar. En muchos casos, antiguos imperios. Los países a los que en Occidente llamamos «emergentes» se consideran, de hecho, «reemergentes». Es otro código. ¿China los orienta y somete a todos? No. Por eso digo que en esta etapa el avance de Beijing se manifiesta en un liderazgo difuso e incipiente. No es bueno olvidar viejas diferencias y fricciones que pueden reaparecer en un contexto muy volátil y tenso.
¿Pero es posible vislumbrar una ambición de liderazgo hegemónico total por parte de China?
China no pretende dominar a todos, pero sí que graviten a su alrededor. Yo creo que ellos entienden que en esta fase histórica no quieren ser hegemónicos –eso siempre genera contracoaliciones– ni están en condiciones de hacerlo, por razones internas e internacionales. Para China, lo principal sigue siendo asegurar su desarrollo y la estabilidad: conocen su propia historia, sus debilidades y sus fracasos. Han aprendido de ellos. Por eso, en buena medida, China ha llegado a donde hoy está.
Y además tienen tiempo para eso. Su idea de qué es una urgencia es otra.
Tienen tiempo. Cuando hace unos años, en 2017, Xi Jinping dijo que China aspiraba a ser la mayor potencia del mundo en inteligencia artificial en 2030, algunos se sorprendieron y creyeron que era una exageración. Es probable que lo consiga. Lo que quiero señalar es que las proyecciones temporales y las visiones de largo plazo de China son muy diferentes a las nuestras. Si volvemos a esta idea de los dos Nortes, así descriptos y en estas condiciones, creo que vamos a ver en el mundo un nivel de conflictividad cada vez mayor, aunque con ámbitos de interdependencia derivados de ciertas cuestiones, como el cambio climático. Ya no estamos en un escenario incierto e inestable sino en uno pugnaz y peligroso.
¿Y cómo se definiría entonces el momento que estamos viviendo? ¿No hay un consenso para definirlo?
Hoy hay un debate interesante en el Norte tradicional, que es Occidente para nosotros, respecto de qué es lo que estamos viviendo. Una de las interpretaciones más usuales es que estamos atravesando una nueva transición de poder, influencia y prestigio, en la que hay poderes ascendentes y poderes descendentes: va a haber alguien que se caiga y alguien que se consolide, para decirlo de manera sintética. Esto ya ha pasado. Hubo un momento de auge del Reino Unido y después su desplome. Hemos vivido el pico del auge de eeuu y entonces deberíamos prepararnos ahora para su desmoronamiento. Hay otros abordajes que señalan que las transiciones de poder son momentos en los cuales también aumenta la probabilidad de una confrontación militar mayor que, de algún modo, explicita esa caída y ese auge. Y hay, a su turno, perspectivas que señalan que estamos ante una segunda Guerra Fría y toman como punto de referencia la Guerra Fría que conocimos, eeuu versus la urss, y entonces trasladan miméticamente esa situación cambiando la figura del adversario de Washington. A mi entender, el primer conjunto de aproximaciones que hablan de la transición de poder exagera la capacidad potencialmente hegemónica de China, y sobredimensiona o sobreactúa una sensación de descenso inmediato de eeuu. Estas cosas no suelen suceder así; son procesos mucho más complejos, más dilatados, con idas y vueltas, con sobresaltos y contingencias. En segundo lugar, las aproximaciones que equiparan Guerra Fría 1 (entre 1947 y 1991) y Guerra Fría 2 (en el presente) son, como ya señalé, muy erradas, porque aquí –me refiero a eeuu-China– no estamos hablando de dos modelos totalmente antagónicos destinados a un enfrentamiento decisivo. No estamos hablando de una lucha capitalismo versus socialismo. Porque, además, la única simetría que existió entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría, eeuu y la urss, fue la militar. En 1982 eran los países con el mayor número de ojivas nucleares; aproximadamente 10.000 cada uno. Más allá de eso, formal y prácticamente no hubo vínculos de importancia entre ambos. No había lazos culturales ni educativos. No había agendas densas –salvo, por ejemplo, la del control de armas de destrucción masiva– que requiriesen colaborar activamente.
No había vínculos estatales ni privados.
Ni estatales ni privados. En aquel momento, ambos actores trataban de mantener su autarquía frente al otro. No había puntos de contacto significativos. En contraposición, lo que hoy tenemos entre eeuu y China es una relación en la que la asimetría militar en favor de eeuu es evidente, medida en términos de capacidad nuclear, de presupuestos de defensa (el de Beijing frente al presupuesto combinado de Washington y sus aliados en Europa, Asia y Oceanía) o de cantidad de bases en el mundo (China solo tiene una en Yibutí, y eeuu, unas 700 en 80 países). Ya es usual, entre los «halcones» demócratas y republicanos por igual, exagerar la capacidad militar de China y su presupuesto de defensa. Sí mantienen una relación considerable y mutuamente benéfica en otras áreas, como el comercio, como ya señalamos. Adicionalmente, el valor de las inversiones de eeuu en China para el periodo 2000-2022 era de 126.000 millones de dólares, mientras que el de las de China en eeuu era de unos 53.000 millones. Y de acuerdo con datos de la Oficina de Asuntos Educativos y Culturales del Departamento de Estado estadounidense, de los 1.057.188 estudiantes extranjeros que recibió eeuu en 2023, 289.526 provenían de China. En eeuu viven unas 2.500.000 personas de origen chino y las remesas son claves para sus familias: en 2021 fueron de 53.000 millones. Sin embargo, hay áreas en las que eeuu busca desacoplarse de China; particularmente aquellas consideradas sensibles, vinculadas a la alta tecnología y a materiales críticos para la defensa.
Vos decís que es diferente a lo que ocurría con la urss.
Absolutamente diferente. Es decir, hay lazos culturales, educativos, financieros, comerciales; algo incomparable con lo escasas y limitadas que fueron las relaciones soviético-estadounidenses. Hablamos de dos variantes del capitalismo. Hoy en día, uno más competitivo que el otro. Uno más vinculado al mundo privado y el otro más vinculado al papel del Estado. Uno dominado por un sistema bipartidista, el otro dominado por un partido único. Pero que tampoco es el viejo Partido Comunista de la expansión de la revolución y las 100 flores de Mao. Por ejemplo, más de un tercio de los líderes del pcch [Partido Comunista de China] actual son individuos con formación en ingeniería, matemáticas y ciencias duras. ¿Quiere decir esto que no hay competencia entre eeuu y China? La hay y es fortísima. Y se va a incrementar y tensionar, sea quien fuere el presidente que ocupe la Casa Blanca. Pero encuadrar esa relación según la lógica de la Guerra Fría es un equívoco formidable. Además, decir livianamente que estamos en otra Guerra Fría implica olvidar el costo que tuvo para América Latina la Guerra Fría real, entre Washington y Moscú. Fuimos uno de los tantos conejillos de Indias de aquella disputa. Aquí hubo dictaduras, regímenes oprobiosos, situaciones violentas que provocaron que se perdieran generaciones enteras, proyectos de desarrollo que fueron obstaculizados. Latinoamérica perdió, y mucho, en la Guerra Fría. La promoción y la imposición del «cambio de régimen» en la región por parte de Washington –como lo muestra un estudio de Samuel Absher, Robin Grier y Kevin Grier4– fueron muy onerosas para América Latina. ¿Quiénes, por qué y para qué buscan recrear la idea de que asistimos a una segunda Guerra Fría entre eeuu y China? Recrearla es un ejercicio que tendría enormes costos. Si «compramos» ese enfoque, corremos mayor riesgo de ser poco viables doméstica y regionalmente mientras dejamos que eeuu y China nos usen como espacio de lucha y subordinación.
En un artículo reciente citabas la frase de Washington que dice que «la nación que siente hacia otra un odio o un cariño habitual es, en cierta medida, su esclava» y citabas también a Maquiavelo, que sugería proceder con moderación y «saber conciliar prudencia y humanidad». Decías en ese texto que Washington nos enseña el valor del equilibrio y Maquiavelo el de la cautela5. ¿Son esos los valores que hay que contemplar en las relaciones internacionales?
Uno de los temas más estudiados en la disciplina de las relaciones internacionales es el ascenso de los países. Cómo incrementan su talla internacional, mejoran su poder relativo y compiten agresivamente con otros. Sin embargo, hay pocos especialistas en el auge y caída de las grandes y medianas potencias. Hay trabajos sobre experiencias de civilizaciones que han colapsado. En la que quizás sea su obra más trascendental, la Muqaddimah (o Introducción a la historia universal), en el siglo xiv, Ibn Jaldún analiza el proceso de auge y caída de pueblos, gobiernos e imperios. Destaca cinco fases que cubren tres generaciones. En una primera instancia –que coincide con una primera generación–, se manifiesta, con vigor y esfuerzo, la búsqueda del ascenso, que culmina en la obtención del éxito. En un segundo momento, se administra el logro alcanzado y se reafirma la energía para preservarlo. Luego se impone el goce de la riqueza acumulada, se impone la tendencia al ocio y se debilita el poder conseguido. En un cuarto estadio, la laxitud conduce al contentamiento y al conformismo. En la quinta y última fase, predominan la desproporción, la disipación y el derroche. Un hilo conductor recorre el ascenso y el declive de familias, naciones y culturas: la asabiyyah, que es la expresión de la solidaridad, de la fortaleza, de la cohesión, de la identidad de intereses, del sentimiento de pertenencia. En la primera etapa y durante el apogeo de las potencias, es la existencia de la asabiyyah la que cimenta y moviliza a los grupos humanos (y los Estados) para alcanzar el pináculo (de poder y bienestar); en la decadencia, su ausencia acelera la pérdida (de influencia y prosperidad) y el colapso final. Carla Norrlof, de la Universidad de Toronto, examina el estado y el desarrollo de la rivalidad entre eeuu y China mediante lo que denomina la «trampa de Ibn Jaldún». En un ensayo publicado en 2020, la autora recupera la obra de Ibn Jaldún. Sirviéndose del debate presidencial de ese año entre Donald Trump y Joseph Biden, ella remarca la notable erosión de la asabiyyah en un eeuu cada vez más polarizado, desigual e irascible. No se trata de la famosa trampa de Tucídides –cuando un poder externo en ascenso rivaliza con un poder establecido–, sino de la de Ibn Jaldún. No es China, sino que son los propios estadounidenses los que están debilitando y agrietando los cimientos del poderío del país. (…)
Si yo te preguntara si hoy existen conflictos en el mundo que para nosotros están pasando desapercibidos y que podrían llegar a ser determinantes; o sea, si yo te preguntara a qué habría que prestarle atención, ¿qué me dirías?
Nosotros, y probablemente la mayoría de quienes lean este libro, somos hijos e hijas de la Guerra Fría. Y como tales, nuestro mapa de conflicto está centrado en Occidente. Cuando eeuu y la urss se pertrechaban, se preparaban, cuando uno desplegaba su influencia en Europa occidental y el otro en Europa oriental, cuando cada uno desarrollaba sus estrategias de confrontación, el escenario eventual de un posible enfrentamiento convencional o nuclear era Europa. Toda la lógica de los sistemas de defensa, de la carrera armamentista, de los principales dispositivos diplomáticos de las grandes potencias estaba concebida en un escenario europeo: si hubiera habido tercera guerra mundial, habría sido ahí. Desde hace años, el potencial de mayor confrontación se ubica en el Sudeste asiático, producto, en buena medida, no solo del ascenso de China, sino de la dinámica económica en esa parte del mundo. Pero Europa siempre reaparece con una guerra que vuelve a colocar al continente en el corazón de una hipotética confrontación bélica de proporciones significativas. Europa sí parece atrapada en una gran escaramuza entre Washington y Moscú.
Por eso la invasión rusa a Ucrania en 2022 y la guerra que aún sigue en ese territorio nos hizo pensar –y aún lo hace– que podía darse ese escenario.
La guerra en Ucrania es la remembranza de algo que tiene que ver con ese pasado. Por eso trae muchas cosas de la pre-Guerra Fría, de la Guerra Fría y de la Posguerra Fría. Profundas y antiguas interrelaciones de distinto tipo entre rusos y ucranianos constituyen un telón de fondo para la guerra lanzada por Moscú en 2022.
Sí, como la discusión por el origen de la Iglesia ortodoxa, que aunque parece algo lejano sigue estando en el fondo de la disputa.
Ucrania, entonces, ¿es una anomalía en una Europa pacificada después de la Segunda Guerra Mundial? ¿La Europa de la paz es un hiato en una trayectoria histórica atravesada por conflictos internos, guerras civiles y enfrentamientos bélicos entre países? ¿Qué implicará el auge de las nuevas derechas en el continente? ¿Qué «dominó» europeo podría llevar a una gran disputa armada? ¿Una sumatoria de guerras civiles subterráneas puede desencadenar una guerra internacional en territorio europeo? Decía que el escenario de confrontación de mayor dimensión y más probable se ubica en el Sudeste asiático. Pero, entonces, ahora –y no incluyo el polvorín de Oriente Medio y sus ramificaciones– tendríamos dos espacios geopolíticos candentes. Apunto a decir algo concreto: la humanidad no ha conocido un momento tan alarmante como el actual, con su eventual evolución cercana, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las Coreas siguen en guerra.
Las Coreas técnicamente siguen en guerra. Corea del Norte ya posee armas nucleares. La gran mayoría de los arsenales nucleares está en manos de Rusia y eeuu. En Occidente tienen, además, armas nucleares Francia y el Reino Unido. En Asia las tienen China, India y Pakistán.
Israel.
Israel las tiene: se calcula que unas 90 ojivas. Corea del Norte ha ensamblado como mínimo unas 30. Hay nueve países que, se ha comprobado, poseen ojivas nucleares. Y hay que tener en cuenta qué sucederá con Irán. Un experto no oficial calificado, David Albright, se preguntaba recientemente –con razón y sin alarmismo– con qué velocidad Irán podría desarrollar un programa de armas nucleares6. A lo que se podría agregar la tentación nuclear de varios otros, a la luz de la guerra en Ucrania, el caso de Corea del Norte, la violencia en Oriente Medio y diversas dinámicas conflictivas regionales. Uno de los mayores problemas contemporáneos es el estado crítico en que se halla el régimen de no proliferación nuclear.
Pero hasta que no explota algo, miramos para el otro lado.
Estamos atravesando un fenomenal reacomodo de fuerzas, fenómenos y factores de la política mundial. Parte de ello se expresa en una redistribución de poder, influencia y prestigio tradicionalmente centrados en Occidente, que hoy se manifiestan y expanden en Oriente. Una parte del mundo que aún desconocemos: sus historias nacionales, sus culturas, sus hábitos, sus estructuras políticas, sus economías, sus expresiones artísticas. Uno de los esfuerzos de nuestro sistema educativo en el futuro inmediato debería destinarse a estudiar y conocer esa parte del mundo, del mismo modo que nuestras representaciones diplomáticas allá deberían ser más numerosas y estar mejor dotadas. Nuestros empresarios deberían mirar más al mundo no occidental, y nuestros jóvenes, procurar becas de apoyo y hacer más posgrados en países de Asia. Se trata de poner la atención a la vez en Occidente y Oriente, siempre recordando que los contactos entre culturas han sido un fenómeno histórico enriquecedor y que suponer que hay una hostilidad natural entre civilizaciones es inexacto, salvo que se pretenda construir y reforzar tal antagonismo.
Estamos en un momento de incertidumbre en términos de la democracia y, al mismo tiempo, la violencia reaparece en territorios tradicionalmente en conflicto y también en focos que parecían adormecidos. ¿Pensás que vamos hacia un mundo todavía más convulsionado?
Muchas veces leemos y escuchamos en los medios y en las redes que se habla de un mundo incierto. Es un lugar común referirse a ello, quizás porque hay épocas en que predomina lo incierto. Esa no es ninguna novedad. La gran novedad es que estamos en un mundo plagado de amenazas de distinto tipo y creciente intensidad, porque se están erosionando los factores moderadores en el sistema internacional. Por ejemplo, el multilateralismo. Cuando funciona el multilateralismo, cuando se pueden agregar intereses, se puede llegar a moderar –y hasta revertir– una situación muy delicada. Cuando los mecanismos multilaterales se desgastan o flaquean, por la razón que fuera, entonces la moderación no encuentra espacio y gana la pugnacidad. Además, este es un mundo hipermilitarizado. En 2022 se batió el récord en materia de gastos militares. Cada vez hay más incrementos en gastos de defensa, en especial por parte de eeuu, China, Rusia y la India. Cada vez aparecen más señales, discursos y movimientos que insinúan una mayor disposición a cruzar el umbral nuclear y ponderar el uso de armas de destrucción masiva. Después de la pandemia vino la guerra derivada de la invasión rusa a Ucrania, la guerra Israel-Hamás y la exacerbación de fricciones en el Cáucaso, el norte de África, la península coreana, entre otros. Por otro lado, se observa un notable aumento del malestar social a escala mundial, acompañado de una situación económica global frágil. A todo lo anterior se suma el alto grado de polarización política en eeuu, Europa y América Latina, combinado con nacionalismos menos cosmopolitas y proyectos reaccionarios en marcha en distintos países. A la vez, la orfandad de grandes líderes reconocidos en el mundo es elocuente. Finalmente, vivimos un deterioro ambiental gravísimo. Conclusión: todos estos son factores de inmoderación. En 1982 se estrenó una excelente película del director australiano Peter Weir, El año que vivimos en peligro. Hoy vivimos una era de inusitada peligrosidad.
Nota: esta entrevista es un extracto de Juan Tokatlian: Consejos no solicitados sobre política internacional. Conversaciones con Hinde Pomeraniec, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2024. Se ha mantenido el voseo del texto original.
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1.
R. Russell: «La Argentina y un mapa de ruta para un mundo post occidental» en La Nación, 28/7/2022.
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2.
M. Hirst, R. Russell, A.M. Sanjuán y J. Tokatlian: «América Latina y el Sur Global en tiempos sin hegemonías» en CIDOB, 4/2024.
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3.
M. Wolf: «The Myth of the ‘Asian Century’» en Financial Times, 6/6/2023.
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4.
S. Absher, R. Grier y K. Grier: «The Consequences of CIA-Sponsored Regime Change in Latin America» en European Journal of Political Economy vol. 80, 12/2023.
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5.
J. Tokatlian: «Argentina en el mundo: consejos no solicitados» en Clarín, 18/9/2023.
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6.
D. Albright: «How Quickly Could Iran Make Nuclear Weapons Today?», Institute for Science and International Security, 8/1/2024.