Opinión
mayo 2016

#refugeeswelcome vs. «Alemania, levántate»​ La cuestión de los refugiados y el poder de movilización de los nuevos medios

La batalla entre quienes apoyan la recepción de refugiados y quienes se oponen también se produce en las redes sociales

#refugeeswelcome vs. «Alemania, levántate»​  La cuestión de los refugiados y el poder de movilización de los nuevos medios

Firas Al Shater no llama en absoluto la atención en Berlín en 2016. Tiene barba, varios aretes y un chaleco pasado de moda sobre una camisa blanca. Podría ser uno de los muchos hipsters digitales que están sentados en el café St. Oberholz o en la Betahaus junto a un café flat white y sueñan con una start-up de éxito apabullante. Pero este hombre de 26 años no forma parte de la bohemia berlinesa, sino que hace dos años o más tuvo que huir de Siria con rumbo a Europa. También él cree en el poder de Internet.

Al Shater maneja el canal de YouTube «Zukar», en el que describe «Alemania desde la perspectiva de un refugiado». Lo hace con humor y de manera desenvuelta, con animaciones propias del género y cortes veloces. «Antes hice películas», cuenta, «cuando no estaba en la cárcel por haber hecho películas». El video titulado «Quiénes son estos alemanes», obtuvo en poco menos de dos semanas más de 400.000 visitas. Faris Al Shater aparece allí con ojos vendados y brazos abiertos de par en par en la Alexanderplatz. Delante de él yace sobre el suelo un letrero de cartón: «Soy un refugiado sirio. Confío en ti. ¿Confías en mí? ¡Abrázame!»

Con esta campaña, Al Shater desea averiguar dónde está parado el «hombre de la calle» con respecto a la cuestión de los refugiados, si del lado de los activistas de #refugeeswelcome que agitan banderas con el arco iris o en la chusma histérica de AfD-Pegida. O en algún punto medio. Por lo demás, el video tiene un final feliz. Después de haber sido ignorado un rato por los transeúntes, Faris Al Shater recibe un primer abrazo. Luego otro más. Y otro. Su conclusión: «Cuando los alemanes comienzan algo, no se detienen por nada».

El canal de video «Zukar» es solo uno de los numerosos proyectos web que intentan utilizar el poder de las redes sociales para facilitar la integración de los refugiados. Hay tutoriales en video que muestran a los recién llegados cómo pueden abrir una cuenta bancaria. En Google Maps hay un «mapa de bienvenida para refugiados» en el que se marcaron centros de atención y ofrecimientos de ayuda. Y hay aplicaciones tales como REFUGErmany y plataformas como Wefugee, donde pueden contactarse gente dispuesta a ayudar y refugiados (aquí se trata tanto de cuestiones relacionadas con la solución de temas burocráticos como dónde encontrar un buen equipo de fútbol). «Los medios digitales pueden generar una comunicación de igual a igual», sentencia la autora y ciberactivista Anke Domscheit-Berg. Esta mujer de 48 años ha albergado desde 2015 a decenas de refugiados en su casa de Berlín y es la impulsora de la campaña #refugeehackathon en Alemania, una maratón de programadores en la que se desarrollaron soluciones digitales para ayudar a refugiados y voluntarios. Domscheit-Berg dice: «Estas aplicaciones ayudan a los recién llegados a orientarse en un país extranjero, a comunicarse y también para muchos otros desafíos: sobre todo, para recuperar un poco de autonomía y poder volver a manejar sus vidas de forma más independiente.»

Sin embargo, no solo #refugeeswelcome usa el poder de movilización de los nuevos medios. En Facebook está, por ejemplo, el grupo Deutschland, steh auf («Alemania, levántate»), que tiene algo menos de 10.000 seguidores y en cuya página hay entradas con títulos tales como «Derroquen a Merkel» y «Musulmanes en Gran Bretaña violan a 1200 niños». La noticia de que los refugiados iban a poder viajar en tren de forma gratuita en Alemania fue comentada por los autores de la página maliciosamente: «Pero sí tenían miles de euros para pagarles a los traficantes de personas, ¿no?». Debajo del artículo se ven emojis y comentarios furiosos como: «Esto ya es demasiado, ¡pobre Alemania!» o «Estos cerdos tienen derecho a recibir todo» (sic). Aparecen cada vez más artículos que describen las redes sociales como peligrosas sociedades paralelas («Donde bullen el odio y el estiércol», tituló el periódico Berliner Zeitung). La periodista televisiva Dunja Hayali inició acciones legales por injurias contra un usuario de Facebook y preguntó, cuando le entregaron el premio alemán Cámara de Oro: «¿Hay realmente alguien que piense que sirve para algo todo este odio?», lo cual le valió ser elogiosamente considerada como una luchadora contra la turba 2.0. Y Hans Magnus Enzensberger describe las redes sociales en su artículo «¡Defiéndanse!» como un poder casi asocial. Su consejo: «No puede ayudarse a quien quiera tener amigos así. Quien tenga la desgracia de pertenecer a una empresa de este tipo, que huya cuanto antes.»

Como tantas veces, cuando se trata de las consecuencias del uso moderno de los medios (¿tienen que aprender con tabletas los escolares? ¿Qué pasa en la cabeza de un fanático de los videojuegos?), reinan o bien la euforia o bien un clima de ocaso de Occidente. Los medios digitales no son una fuerza del bien o del mal, sino una herramienta agnóstica en sus fines: el efecto que tengan depende de cómo se las emplea (con un martillo se pueden construir hogares para refugiados y también se le puede partir el cráneo a alguien). A pesar de ello, en 2016 debe admitirse que la sociedad modelo con fundamentos democráticos que muchos esperaban alcanzar con herramientas de política 2.0 no se ha hecho realidad. Incluso reconocidos nativos digitales como Sascha Lobo tienen una mirada crítica de las redes sociales: «La política pública se está convirtiendo en una tertulia cada vez más ruidosa, favorecida por las redes sociales pero también alimentada por los medios periodísticos tradicionales, que se enfrascan en un círculo vicioso de confidencias: cuanto más ruidosas, hay más Me gusta

Hace apenas unos pocos se soñaba con periodistas-ciudadanos que incorporasen las reglas discursivas de Habermas y creasen una nueva forma de opinión pública: el quinto poder. Y ciertamente hay gente que publica con frecuencia en la red, pero también hay muchos periodistas-ciudadanos sensacionalistas que superan en derechismo al periódico BILD.

La cuestión moral de si se debe eliminar como amigo a alguien que ha dado un Me gusta a un posteo de un movimiento como Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) o que apoya la política de «Mamá Merkel» para los refugiados está actualmente presente en todo Facebook. Muchos usuarios comentan noticias que les desagradan apelando más a su tracto digestivo que a su racionalidad: «Esto me da náuseas», «Me dan ganas de vomitar», «Qué asco». Una información que difiere de la propia visión del mundo es tratada como una bacteria Escherichia coli, no es una opinión que tenga mayor o menor legitimación, sino un germen peligroso que produce cólera nostra y a la que hay que combatir con desinfectantes discursivos. A muchos usuarios les resulta físicamente imposible tolerar opiniones diferentes o discutirlas. Esta alergia es parte del problema.

Internet nos da la posibilidad de consumir noticias en todo el mundo y compartir nuestra opinión con cualquier persona, al menos teóricamente: según del departamento de investigación de Facebook, hay «3,5 grados de separación» entre dos usuarios cualesquiera de los más de mil millones que existen. A su vez, Internet —o los algoritmos que organizan el flujo de mensajes— crean silos de información en los que uno no encuentra a nadie que no opine como uno. Eli Pariser denominó a esto «burbuja de filtros». «El sistema nos muestra cosas que supone que nosotros compraremos, leeremos o que votaremos por ellas», escribe Sherry Turkle, socióloga del MIT, en su nuevo libro Reclaiming Conversation («Recuperando la conversación»): «De este modo determina cómo miramos el mundo y qué metas consideramos asequibles.»

A esto se suma el hecho de que es menor la probabilidad de que los usuarios de las redes sociales compartan sus opiniones, si suponen que sus amigos, fans o seguidores no las aprobarán: todos desean recibir un Me gusta. Esto fue descubierto por el renombrado Pew Research Center en un estudio titulado «Las redes sociales y el espiral de silencio». Ya en 2007 describió Cass Sunstein, jurista y asesor de Obama, en su libro Republic 2.0 («República 2.0») una «polarización de grupos» que se —sostiene— da cuando los grupos tienen una firme sensación de tener opiniones coincidentes y cuando solo se comunican dentro del mismo. Esto —prosigue— hace que se generen puntos de vista extremos y lleva a una menor tolerancia frente a otras posiciones. Esta «balcanización de Internet» se torna especialmente visible en la actualidad cuando se trata de la ruta balcánica de los refugiados. Uno de los símbolos de la cultura alemana de bienvenida y del segundo Cuento de Verano1 fue el hashtag #refugeeswelcome, que apareció en Twitter, en afiches y en páginas web. Unos pocos meses después, cambia el clima social y #refugeeswelcome podría pasar a formar parte de una colección junto con el hashtag #StopKony o #Bringbackourgirls; íconos ambivalentes en una nueva era de las comunicaciones que acaso sean tanto sinónimos de movilización masiva en las redes como también de la falta de resultados finales en numerosas campañas que se hacen solo online. Si política, según Max Weber, es perforar duras tablas, entonces el llamado «activista de 5 minutos», que piensa que puede apoyar un cambio social haciendo una donación mediante PayPal o con un clic en el botón Me gusta, produce apenas viruta. «El lento y duro trabajo de la política se está perdiendo», escribe Turkle, «El leer, analizar, intentar persuadir a otra persona, que tiene un punto de vista diferente. (...) La política necesita conservaciones e interlocutores que admitan que el mundo es más complejo que lo que pensaban originalmente.»

Acaso sea una buena señal que en la página VolunteerPlaner.org no haya eslóganes sublimes sino solo un botón sobre el que puede hacerse un clic y tiene la leyenda «Quiero ayudar» y un par de cifras: poco menos de 40.000 voluntarios han aportado más de 100.000 horas de trabajo. «Este tipo de páginas intentan hacer coincidir oferta y demanda», explica Domscheit-Berg. De lo que se trata es de impedir que se produzcan cuellos de botella y largos tiempos de espera. La experta en computadoras utiliza una lengua fría y técnica, habla de casos de uso, bancos de datos estructurados y escalabilidad, pero lo que en verdad le interesa es el calor y la cercanía. «Los medios electrónicos son solo el facilitador», dice Domscheit-Berg, «mucho más importantes son los contactos reales que a través de ellos se generan entre las personas».

El mundo digital se basa en el código binario, hay solo unos y ceros, verdadero o falso, negro o blanco. Pero nuestra forma de pensar sobre el mundo digital debe ser más compleja que este fundamento. «La conversación cara a cara es la actividad más humana de todas», escribe Turkle en su relevante libro, que tiene como subtítulo «The Power of Talk in an Digital Age» («El poder de la conversación en la era digital»). «Cuando nos exponemos a la presencia del otro, aprendemos a escuchar y desarrollamos la capacidad de la empatía.»

Quizás sea así: solo si hablamos lo suficiente con los demás podemos también gritarnos por Facebook.


Traducción: Carlos Díaz Rocca

  • 1.

    Referencia a «Deutschland. Ein Sommermärchen» («Alemania. Un cuento de verano»), documental de Sönke Wortmann (N. del T.).


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