Opinión
diciembre 2019

¿Qué hará la derecha uruguaya? Los enigmas de Luis Lacalle Pou

Luis Lacalle Pou, el nuevo presidente de Uruguay, no cuenta con mayorías parlamentarias de su propio partido. Además, la diferencia de votos que obtuvo respecto al Frente Amplio es solo de un 1,5%. El nuevo presidente, ubicado en la centroderecha, puede enfrentar fuertes resistencias, en especial para llevar adelante reformas impopulares. Después de tres gobiernos del Frente Amplio, Lacalle Pou asume como un presidente débil.

¿Qué hará la derecha uruguaya?  Los enigmas de Luis Lacalle Pou

Las elecciones nacionales de 2019 en Uruguay implicaron la alternancia en el gobierno luego de 15 años ininterrumpidos de administraciones del Frente Amplio (FA), un partido de centroizquierda que llegó por primera vez al gobierno nacional en 2005. En la primera vuelta, celebrada el 27 de octubre, el FA –con la fórmula Daniel Martínez-Graciela Villar– fue el partido más votado: obtuvo 39% de los votos frente a 28,6% del Partido Nacional (PN), un partido de centroderecha que se presentó con la fórmula Luis Lacalle Pou-Beatriz Argimón. El tercer partido fue el Partido Colorado (PC), con 12,3%, mientras que la gran novedad fue la irrupción de un partido de derecha, Cabildo Abierto (CA), que obtuvo 11% de los votos. Este fue el mejor desempeño de un cuarto partido desde el retorno de la democracia en 1985.

El 24 de noviembre se realizó la segunda vuelta de la elección presidencial, donde la fórmula del PN, que encabezó una coalición de centroderecha con otros cuatro partidos, le ganó a la fórmula del frenteamplista. La llamada Coalición Multicolor se integró con cinco partido: el PN, el PC, CA y dos partidos menores, el Partido de la Gente (PdG) y el Partido Independiente (PI). Durante el mes de campaña que separó la primera vuelta de la segunda, las encuestadoras mostraron diferencias estables de más de cinco puntos entre las fórmulas del FA y el PN, a favor de esta última. Sin embargo, contra estos pronósticos, la segunda vuelta de 2019 se definió por 37.042 votos (1,5%). Esta fue la segunda vuelta más competitiva de Uruguay desde que se usó por primera este tipo de elección presidencial en 1999.

¿Qué explica la derrota del FA?

Hace algo más de un año, en octubre de 2018, era razonable pensar que el FA perdería el gobierno y que Luis Lacalle Pou sería el nuevo presidente de Uruguay. La explicación era sencilla: la evaluación de la gestión de gobierno de Tabaré Vázquez estaba por debajo de 30%, el nivel más bajo de los tres gobiernos del FA. Además, las evaluaciones sociotrópicas de la economía (cómo las personas ven la situación económica general más allá de su situación personal) eran fuertemente pesimistas. El contexto económico regional e internacional y los errores del gobierno parecían condenar al FA a la derrota. Lo único que ponía cierta incertidumbre en este panorama era la popularidad del principal líder de la oposición: Lacalle Pou generaba antipatía en cerca de la mitad del electorado (según las diferentes mediciones de opinión pública).

La campaña electoral no logró cambiar este panorama. Ninguno de estos tres componentes tuvo cambios significativos en un año. El último mes y medio previo a la primera vuelta pareció alterar en algo esta percepción en base a la importante movilización que generó el FA. Sin embargo, los resultados de 27 de octubre mostraron que esa movilización, si impactó algo en el resultado, fue para hacer que la derrota del oficialismo no fuera más severa. El FA redujo su votación en más 8 puntos porcentuales respecto a la primera vuelta de 2014.

Con un FA en declive, el PN no pudo capitalizar la fuga de votos de la izquierda y terminó con un 2% menos que cinco años antes. El PC, el otro partido tradicional de centroderecha, con Ernesto Talvi como candidato (ubicado más al centro que Lacalle Pou), tampoco logró mejorar electoralmente. La novedad fue un nuevo partido de derecha, CA. Este partido, de creación meteórica, rompió en menos de siete meses de vida con el duopolio del PN y el PC en la derecha del espectro político. Su líder, Guido Manini Ríos, el ex-comandante en jefe del Ejército pasado a retiro por Vázquez a comienzos de 2019, logró conformar por primera vez un partido exclusivamente de derecha exitoso que se alzó con 11% de los votos, 11 diputados y tres senadores.

La caída electoral del FA y la fragmentación de la centroderecha dejaron la primera vuelta presidencial y la elección legislativa sin un claro ganador, salvo por el militar devenido en político. La distribución de votos a favor de los partidos de oposición, que sumaron en conjunto 54%, y la conformación inmediata de la coalición multicolor en apoyo a Lacalle Pou hacían avisorar una segunda vuelta prácticamente definida. Aunque el líder de la oposición y artífice de la Coalición Multicolor no generó altos niveles de movilización, analistas, políticos y periodistas daban por liquidada la contienda. Las mediciones de opinión pública colaboraron con esta percepción. Las estimaciones de las diferentes encuestadoras mostraban una diferencia consistente en favor de Lacalle Pou de entre cinco y ocho puntos porcentuales, que se mantuvo constante durante todo noviembre.

Al igual que en la primera vuelta, el ritmo anodino de la campaña solo se vio alterado por los reflejos de movilización territorial del FA. De manera más decidida y concretando la concurrencia de adherentes previamente no movilizados, el FA cedió su campaña a sus bases. La iniciativa fue llamada «voto a voto» y se centraba en el contacto personal y la posibilidad de persuadir votantes de otros partidos en la primera vuelta. Otro hecho relevante de la campaña fue el llamado del líder de CA a los integrantes de las Fuerzas Armadas para que no se dejaran engañar por el FA y su campaña de cercanía y votaran por Lacalle Pou. El 24 de noviembre parecía que todo se trataba de un trámite que confirmaría a Lacalle Pou como presidente. Sin embargo, las elecciones arrojaron un resultado sumamente ajustado. Lacalle Pou no solo no alcanzó el 50% de los votos, sino que superó a Martínez por solo 1,5% de los votos.

¿Qué esperar de la centroderecha en el poder?

Los desafíos del gobierno de Lacalle Pou son múltiples. En términos políticos, lidera una coalición heterogénea y fragmentada. Aunque los gobiernos de coalición del PN y el PC no son una novedad en Uruguay, la coalición de Lacalle Pou no solo está integrada por su socio histórico, el PC, sino también por CA, un partido conformado por outsiders cuyos comportamientos generan más incertidumbres que certezas. Además, Lacalle Pou carece de lo que la bibliografía en ciencia política llama «mandato político». Un presidente tiene mandato político cuando reúne dos condiciones: cuenta con mayorías parlamentarias de su partido y la diferencia de votos que obtuvo respecto al segundo candidato es mayor a 10%. Lacalle Pou no reúne ninguna de estas dos condiciones. Los presidentes con mandato político tienen las «manos libres» para llevar adelante las agendas que reflejan sus preferencias. En cambio, Lacalle Pou es un presidente débil en este sentido. Además, puede enfrentar fuertes resistencias, en especial para llevar adelante reformas impopulares. Su desempeño electoral tampoco lo presenta como un líder que mida más o al menos lo mismo electoralmente que su coalición de gobierno, los resultados de la segunda vuelta lo debilitaron también frente a sus socios de coalición.

En términos de políticas públicas, Lacalle Pou hizo campaña con una doble promesa: reducir el déficit fiscal sin subir impuestos y mantener las principales políticas sociales del FA. Estos objetivos de política están en tensión. Por un lado, sus principales bases de apoyo político, los sectores empresariales y agroexportadores, esperan una reducción de impuestos y tarifas y un mayor ritmo de devaluación del peso. Por otro, los sectores populares esperan que no se recorte el gasto público social ni el poder de compra de los salarios y jubilaciones. La expectativa de reducción del déficit fiscal en estas condiciones queda supeditada a aumentar la eficiencia del Estado en sus gastos de funcionamiento, lo que la hace poco creíble o difícilmente realizable. A estas tensiones, se deben sumar las derivadas de la búsqueda de relanzar el crecimiento económico sobre la base de flexibilizar la negociación salarial y enlentecer el crecimiento del salario real. Esta política encontrará resistencias de sindicatos fortalecidos por las políticas de los gobiernos de izquierda.

Las transformaciones impulsadas por el FA generaron una economía política muy diferente de la que las políticas liberales debieron enfrentarse en la década de 1990. Hoy, el movimiento social y el sindicalismo cuentan con mayor poder organizativo. En este contexto, un presidente políticamente débil (sin un claro mandato de cambio), con restricciones fiscales y una agenda pro mercado, auguran políticas públicas menos consistentes y una dinámica política más conflictiva para los próximos años.



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