Opinión
diciembre 2020

Primavera árabe: ¿una rebelión que no dio frutos?

Diez años después de la Primavera Árabe, Oriente Medio y África del Norte son la zona de conflicto más grande del mundo. ¿Por qué el cambio de época –por ahora– no se produjo?

Primavera árabe: ¿una rebelión que no dio frutos?

La Primavera Árabe comenzó hace diez años con la autoinmolación del joven vendedor de frutas y verduras Mohamed Bouazizi en la ciudad de Sidi Bouzid, en el centro de Túnez. Este suicidio provocó manifestaciones y protestas masivas, primero en todo Túnez, luego en Egipto, y finalmente sacudió al mundo árabe en su totalidad. Decenas de miles de personas salieron a las calles, protestaron contra dictadores y gobernantes autocráticos y reclamaron justicia social, libertad y dignidad. El proceso representó un punto de inflexión histórico: en Túnez y Egipto, Zine el-Abidine Ben Ali y Hosni Mubarak, quienes detentaban el poder hacía muchos años, fueron derrocados.

En Europa, estos acontecimientos fueron celebrados como la lucha de la juventud árabe por la libertad, la democracia y la autodeterminación, y sus protagonistas fueron colmados de premios y homenajes. Pero la esperanza de que esto fuese un punto de inflexión en la política se vio frustrada. Solo en Túnez hubo un cambio de régimen y comenzó un proceso de democratización duradero. En la mayoría de los países, la gente no ha podido lograr progresos reales. En algunos lugares, las circunstancias son peores hoy que antes.

Oriente Medio y África del Norte son actualmente la zona de conflicto más grande del mundo. Reinan la inestabilidad y la incertidumbre en todas partes. La población crece rápidamente, el desempleo es elevado, especialmente entre los jóvenes, y las perspectivas económicas son malas. La brecha de ingresos y riqueza entre la Unión Europea y el norte de África aumenta cada año. El endeudamiento de los países crece y, con él, la dependencia de los acreedores internacionales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Políticamente dominan los Estados autoritarios y los sistemas represivos, sobre todo el régimen militar de Egipto y las monarquías del Golfo, que han liderado la contrarrevolución en todas partes.

La Primavera Árabe terminó en un fiasco en Siria y Yemen. Las devastadoras guerras cobran allí innumerables vidas, destruyen las ciudades y la infraestructura y obligan a millones de personas a huir. En Siria, siete millones de personas, un tercio de la población, ya han abandonado su tierra natal. La mayoría de ellas vive en enormes campos de refugiados en Turquía, o bien en Jordania y el Líbano, dos países que luchan por sobrevivir.

La intervención militar de potencias extranjeras solo ha prolongado el sufrimiento. Al igual que Yemen y Libia, Siria se ha convertido desde hace mucho tiempo en un escenario de guerras entre países que compiten por la supremacía en la región: Turquía, bajo Recep Tayyip Erdoğan y su partido gobernante, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), se presenta cada vez más abiertamente como una potencia protectora de los Hermanos Musulmanes, al tiempo que vuelve a fantasear con ser la gran potencia otomana; Rusia expande su influencia en Egipto, envía mercenarios a Libia y ha asegurado temporalmente el poder para el presidente sirio Assad; Irán está trazando un arco chiíta que va desde Teherán, pasa por Iraq y llega hasta el poderoso Hezbolá en el Líbano; Arabia Saudita se ve a sí misma como una potencia hegemónica en la región y recibió un gran apoyo del gobierno de Donald Trump.

Es incierto cómo evolucionarán los acontecimientos en la región. Sin embargo, lo seguro es que crisis globales como el cambio climático y la pandemia de covid-19 prometen más adversidades. El cambio climático, porque el aumento de la temperatura eleva el riesgo de sequías e inundaciones y amenaza el futuro de la agricultura. La pandemia, porque en la mayoría de los países encuentra sistemas de salud en ruinas y una crónica falta de financiación, y en los países en guerra civil también halla una población debilitada que vive en malas condiciones de higiene o en ciudades destruidas.

Las consecuencias económicas serán incluso más graves que los riesgos para la salud. Faltan los recursos financieros para fondos de rescate o medidas de estímulo económico. Hasta ahora ha faltado ayuda focalizada de los países industrializados. La recesión económica después de semanas de cuarentenas y toques de queda, el colapso del turismo y la interrupción de las cadenas de suministro han provocado un aumento del desempleo y la pobreza. No hay subsidio de desempleo parcial ni seguro de desempleo para las familias afectadas. La mayoría de los Estados han solicitado préstamos de emergencia al FMI.

Túnez fue el país donde surgió la Primavera Árabe. Allí celebró su primer y mayor éxito: la caída del autócrata Ben Ali y su huida al exilio. Allí se pudo imponer una Constitución que puede compararse perfectamente con las de otras democracias del mundo. Allí, una sociedad civil laica y atenta luchó contra el intento del readmitido Partido del Renacimiento (Ennahda) de empujar al país hacia una orientación islámico-conservadora. El llamado Cuarteto para el Diálogo Nacional, integrado por sindicatos y asociaciones de empleadores, la Orden Nacional de los Abogados y la Liga de los Derechos Humanos de Túnez, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2015. También fue allí donde se dio la prueba de que es posible que una democracia funcione en un país islámico, tal como había reclamado el difunto primer ministro Béji Caïd Essebsi.

Que Túnez sea el único país de la Primavera Árabe donde esto haya dado resultado se debe ciertamente también al hecho de que es un país pequeño con escasas materias primas. Se encuentra al margen de los escenarios en los que las grandes potencias regionales luchan por la supremacía o por el acceso a los recursos. Pero otros factores fueron los determinantes: el fundador del Estado, Habib Bourguiba, había planificado una senda secular para el país desde el principio. Prohibió la poligamia y el velo en las escuelas, en los organismos públicos y en los tribunales. Ya en 1956, año de la independencia, estableció la igualdad entre hombres y mujeres en una Ley del Estado Civil sin precedentes en el mundo árabe. Las leyes sobre divorcio y embarazo eran comparables a las leyes alemanas actuales. Se deseaba la participación de la mujer en la vida social y, como resultado, muchas mujeres ocuparon cargos directivos en universidades y tribunales, en el sistema de salud y en la política. Además, hace décadas existe también un seguro médico y de pensiones legal que proporciona a las personas al menos un mínimo de seguridad social. Y, con la Unión General Tunecina del Trabajo, el país tiene un movimiento sindical libre y poderoso.

Precisamente estos son los requisitos que no se dieron en los demás países de la Primavera Árabe y muestran que al comienzo de un proceso de transformación no solo debe haber elecciones libres. La importancia de estas no es menor a la de promover el compromiso cívico en lugar de obstaculizarlo. Sindicatos libres, medios independientes con periodistas competentes y valientes, creación de partidos laicos y, sobre todo, mujeres comprometidas, son los requisitos reales para la transformación democrática. Sin un cambio fundamental en las relaciones de género y sin una separación más clara entre Estado y religión el mundo árabe no podrá tener un gran futuro.

La Primavera Árabe apenas estuvo a la altura de las expectativas que despertó. En este sentido, puede ser calificada de revolución fallida. Sin embargo, marca un punto de inflexión histórico. Demostró por primera vez que también la gente del mundo árabe está dispuesta a salir a las calles por sus derechos y es capaz de derrocar a los déspotas. Hoy, diez años después, las consecuencias negativas del mal gobierno, la corrupción y la economía clientelar son cada vez más visibles en toda la región. Para la mayoría de la gente hace ya mucho tiempo que los gobernantes carecen de legitimidad política. El descontento por la penosa situación permanecerá y seguirá creciendo cuando la economía –como es de temer– empeore aún más. Los toques de queda y las prohibiciones de contacto personal que se impusieron durante la crisis del coronavirus han frenado por un tiempo, como efecto secundario, una serie de protestas.

Las transformaciones democráticas son procesos largos y arduos que no pueden controlarse ni detenerse de la noche a la mañana. Además, hay que señalar que, contrariamente a lo que algunos creen, la democracia liberal al estilo europeo no es vista en todas partes como modelo y forma de gobierno preferida. Si Europa quiere desempeñar en el futuro un papel en los países del mundo árabe, la UE debe finalmente diseñar y seguir una política en común para el Mediterráneo, en lugar de aparecer regularmente como un club de economías rivales de distintos Estados.

En aquel entonces, Europa se quedó dormida y no aprovechó las oportunidades de la Primavera Árabe. Pero cuando llegue el momento, los disconformes, los valientes, los jóvenes, que no quieren que les roben el futuro, volverán a reclamar trabajo y pan, libertad, dignidad y una perspectiva para sus vidas. Entonces podrán recurrir a experiencias pasadas y construir sobre esa base. La Primavera Árabe fue un gran temblor. Le seguirán más, una Primavera Árabe 2.0.

Traducción: Carlos Díaz Rocca

Fuente: IPG



Newsletter

Suscribase al newsletter