Tema central
NUSO Nº 310 / Marzo - Abril 2024

Irán: contestación doméstica y retos regionales

Las protestas ocurridas en Irán tras la muerte de la joven Mahsa Amini se caracterizaron por una amplia participación de mujeres, en su mayoría jóvenes, y parecieron marcar un punto de inflexión: una gran parte de la población ya no solo pide reformas, sino el fin del régimen teocrático. Las amenazas vienen hoy principalmente del interior. Entre tanto, la región se reconfigura al ritmo de la influencia de China, que logró un acercamiento «histórico» entre Irán y Arabia Saudita.

Irán: contestación doméstica y retos regionales

Los últimos acontecimientos registrados en Irán evidencian que nos encontramos ante un significativo cambio de paradigma y que la mayor amenaza para la pervivencia del régimen teocrático iraní instaurado tras la Revolución Islámica de 1979 ya no proviene del exterior, sino del interior del país. Así lo constata la intensificación de las movilizaciones populares en el curso de la última década, no solo por razones de índole económica, como venía sucediendo hasta ahora, sino también con una creciente dimensión política, dado que las manifestaciones registradas tras el asesinato de Mahsa Amini en otoño de 2022 no demandaban la introducción de reformas, sino la caída del régimen. El hecho de que Irán y Arabia Saudita hayan aceptado normalizar sus relaciones, tras décadas de tensiones y gracias a la mediación china, refuerza esta idea de cambio de ciclo; Estados Unidos no parece estar en condiciones de mantener su posición hegemónica en el Golfo Pérsico, tal y como venía haciendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La irrupción en escena de China y, en menor medida, de Rusia viene a demostrar que nos encontramos ante el advenimiento de un orden multipolar que podría reemplazar el orden unipolar vigente desde el final de la Guerra Fría.

El aumento de la contestación interna en Irán

La última ola de movilizaciones contra el régimen iraní se desató poco después del asesinato de Mahsa Amini, una joven de etnia kurda que visitaba Teherán. Amini fue detenida por la Policía de la Moral el 14 de septiembre de 2022 bajo la acusación de llevar el hiyab de «manera inapropiada» y, dos días después, falleció como consecuencia de los golpes que recibió. La viralización de la noticia provocó la indignación generalizada de amplios sectores de la sociedad iraní, que se echaron a la calle en señal de protesta. Su funeral se convirtió en un acto de desafío en el que los asistentes corearon el lema «Mujer, vida, libertad» (gin, giyan, azadi, en kurdo), que pronto se convertiría, una vez traducido al persa (zan, zendegi, azadi), en el lema más repetido en las multitudinarias manifestaciones que se desataron a lo largo y ancho del país. 

Como en anteriores ocasiones, el régimen recurrió a la violencia para tratar de contenerlas, lo que tuvo un elevado costo en términos humanos, ya que más de 500 personas fueron asesinadas y otras 20.000 fueron detenidas en las siguientes semanas. Tras la brutal represión de las protestas, los manifestantes elevaron el listón de sus demandas y empezaron a generalizarse lemas como «No queremos la República Islámica», «Abajo el dictador» e, incluso, «Muerte a Jamenei», lo que representaba un desafío sin precedentes contra el régimen teocrático iraní. En opinión de Saeid Golkar, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Tennessee:

A medida que la República Islámica ha ido perdiendo legitimidad y se ha vuelto incapaz e incompetente, se ha convertido en un Estado policial. En estos momentos, su principal estrategia es la «victoria con el terror» (nasr bi-l-ru’b), en referencia a un hadiz del profeta Mahoma. Siguiendo esta estrategia, el régimen ha empleado una violencia generalizada. La brutalidad de las fuerzas de seguridad ha incluido disparos directos, duras palizas, torturas, violaciones, toma de rehenes, robo de cadáveres de manifestantes muertos y operaciones de terror en los barrios mediante el envío de matones para destruir las propiedades de la gente.1

Esto es una indicación de que el régimen no está dispuesto a tolerar la menor disidencia y, si es necesario, está dispuesto a morir matando. 

Las movilizaciones registradas en Irán guardan no pocos paralelismos con las sucedidas durante las Primaveras Árabes, así como algunas diferencias significativas. La inmolación de Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante de la localidad de Sidi Bouzid, encendió la llama de la revolución en Túnez en 2011, al igual que el asesinato de Mahsa Amini sirvió de catalizador de las protestas en Irán. En ambos casos, se trató de manifestaciones espontáneas convocadas a través de las redes sociales y que no fueron encabezadas ni lideradas por ningún grupo o líder en particular. Los manifestantes optaron por la resistencia civil y convocaron huelgas generales de amplio seguimiento haciendo una verdadera demostración de fuerza. Asimismo, fueron capaces de aunar a amplios sectores de la población independientemente de su procedencia, su etnia, su confesión, su clase, su género o su edad. Como en las Primaveras Árabes, los jóvenes iraníes tuvieron un papel central en las movilizaciones y, como en aquel entonces, el régimen iraní recurrió a las teorías de la conspiración para justificar su sangrienta represión, acusando a sus rivales regionales e internacionales de intentar sembrar el caos y desestabilizar al gobierno. La máxima autoridad del país, el guía supremo Alí Jamenei, llegó a describir los disturbios como un «complot pasivo y aficionado del enemigo en respuesta al progreso y las grandes iniciativas de la gran nación iraní»2. Del mismo modo, la prensa afín al régimen consideró que las protestas eran disturbios fomentados desde el exterior, pero que «la gente del Irán islámico había pisoteado sus deseos» de provocar el colapso del régimen. 

Las mujeres jugaron un papel protagónico en las protestas desarrolladas en Irán tras el asesinato de Mahsa Amini; se enfrentaron, en un primer momento en solitario, contra los aparatos represivos del régimen iraní para exigir la derogación de la ley del velo, que obliga a las mujeres a cubrirse el rostro con el hiyab, y la disolución de la Policía de la Moral, encargada de velar por el cumplimiento de esa normativa y habitualmente acusada de excederse en sus funciones. Desde la instauración de la República Islámica en 1979, la situación de las mujeres iraníes no ha dejado de deteriorarse. A pesar de que más de 50% de las iraníes tienen estudios universitarios, tan solo representan 16% de la fuerza laboral, una de las tasas más bajas a escala mundial, lo que evidencia la voluntad del régimen de perpetuar su desigualdad y limitar sus derechos. 

La profesora Nayereh Tohidi, catedrática emérita en el departamento de Estudios de Género y Mujeres de la Universidad del Estado de California, interpreta que el movimiento «Mujer, vida, libertad» representa un punto de inflexión transformador e irreversible para la sociedad, la política y las relaciones de género en Irán. Se trata de un movimiento social revolucionario integral que plantea reivindicaciones relacionadas con los conflictos en torno de los sistemas de valores y los choques culturales, así como con la política, la economía, el género, la sexualidad, el origen étnico, la religión y las políticas de igualdad3. En esta misma línea se pronuncia Asef Bayat, profesor de la Universidad de Illinois y uno de los máximos expertos en la evolución sociopolítica de Irán: «Se trata de un levantamiento en el que las mujeres desempeñan un papel central. Da la sensación de que se ha producido un cambio de paradigma en las subjetividades iraníes; esto se refleja en la centralidad de las mujeres y su dignidad, que se relaciona más ampliamente con la dignidad humana. Es algo sin precedentes»4

Además del papel de las mujeres a la vanguardia de las protestas, otro elemento que debe destacarse es la naturaleza transversal de las movilizaciones que aunaron a una parte significativa de la población iraní con independencia de su origen o su condición: del ámbito rural y el urbano; de clase media y baja; de etnia persa, azerí, kurda, árabe y baluchí; hombres y mujeres; mayores y jóvenes. Como destaca Shabnam Holliday, profesora de la Universidad de Plymouth, el lema de las manifestaciones se ha generalizado en varias de las lenguas habladas en el país como el baluchí, el azerí y el kurdo, además del persa, lo que es una forma de reivindicar la diversidad étnica del país, ya que «Irán está formado por varias naciones»5

Los jóvenes han tenido también un enorme protagonismo, en tanto y en cuanto son el sector social más afectado por las altas tasas de desempleo y con un horizonte vital más limitado; de ahí que sean quienes más tienen que ganar y menos tienen que perder. Debe tenerse en cuenta que dos terceras partes de los 88 millones de iraníes nacieron después de la Revolución Islámica de 1979 y de la instauración del régimen teocrático por parte de Ruhollah Jomeini. Por lo tanto, han vivido toda su vida bajo un Estado policial en el que las libertades públicas están severamente restringidas y el activismo político es duramente perseguido. Esta situación explica que la mayor parte de los campus universitarios se convirtieran en puntos neurálgicos de las movilizaciones. 

La principal novedad con respecto a las protestas registradas desde 2009, cuando cientos de miles de iraníes tomaron las calles para manifestarse contra las irregularidades registradas durante las elecciones presidenciales en las que se impuso, de manera fraudulenta, Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), es que en esta ocasión las clases medias y bajas han formado un frente común para expresar su malestar. Esta vez no solo han tomado las calles los sectores más desfavorecidos, sino también buena parte de la clase media que se empobreció durante los últimos años como consecuencia de la aguda crisis económica que azota al país. En opinión de Ali Fathollah-Nejad, investigador del Instituto Issam Fares de Políticas Públicas y Asuntos Internacionales de la Universidad Americana de Beirut: «Durante las dos últimas revueltas nacionales faltó una alianza intersectorial (...) La clase media ya no cree que la estabilidad a cualquier precio sirva necesariamente a sus intereses, pues se enfrenta a elevadas tasas de desempleo, especialmente entre las mujeres, los licenciados y los jóvenes. En consecuencia, las cuestiones del pan y la libertad se han vuelto inseparables»6

Efectivamente, la desafección de la población hacia el régimen iraní no ha hecho más que intensificarse en el curso de los últimos años como resultado de la aguda crisis económica que azota al país desde 2018, año del restablecimiento de las sanciones económicas por parte del gobierno de Donald Trump, crisis que se agudizó por la pandemia del covid-19 en los años posteriores. En el bienio 2018-2019, la economía iraní retrocedió 4,8%. Aunque en el siguiente bienio el crecimiento sumó 8%, lo cierto es que el aumento de la inflación ha disparado la pobreza. Como señala el Banco Mundial en su informe anual sobre Irán de 2023,

la gran contracción de las exportaciones de petróleo ejerció una gran presión sobre las finanzas públicas y elevó la inflación por encima de 40% durante cuatro años consecutivos. La elevada y sostenida inflación provocó una reducción sustancial del poder adquisitivo de los hogares. Al mismo tiempo, la creación de empleo fue insuficiente para absorber la gran cantidad de jóvenes y personas con educación que se incorporaban al mercado laboral.7 

El fenómeno de la pobreza es especialmente visible en las regiones periféricas como Kermanshah, Kurdistán o Baluchistán, que han sido abandonadas a su suerte por parte del gobierno central, pero también es notorio en las barriadas pobres de las periferias de las grandes urbes como Teherán o Isfahán. 

En realidad, no se trata del primer levantamiento ni del único que ha sido reprimido brutalmente por la Guardia Revolucionaria y los basiyis, las fuerzas paramilitares del régimen. En sus 45 años de existencia, la República Islámica no ha dejado de recurrir a la represión para perseguir cualquier atisbo de oposición y suprimir la libertad de expresión, asociación y reunión. Desde la entrada en el siglo xxi, Irán ha asistido a una espiral imparable de manifestaciones que denotan la creciente frustración de la población hacia su gobierno. En 2009, millones de iraníes se echaron a las calles tras la reelección de Mahmud Ahmadineyad para protestar contra el fraude electoral. En 2011, tras el estallido de las Primaveras Árabes, cientos de miles de personas volvieron a manifestarse, aunque nuevamente chocaron con el muro de la represión. En estos dos brotes de descontento, miles de personas fueron detenidas y encarceladas y los líderes de las movilizaciones, algunos de ellos destacados representantes del sector reformista del propio régimen, fueron puestos bajo arresto domiciliario. 

Una vez más, en diciembre de 2017 estallaron movilizaciones populares para protestar por el deterioro de la situación socioeconómica, incluso antes del restablecimiento de las sanciones por parte de Trump, quien en mayo de 2018 se retiró del acuerdo sobre el programa nuclear iraní alcanzado por el g-5+1 (los cinco integrantes permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania): el Plan de Acción Integral Conjunto (paic). Las protestas masivas en más de 100 ciudades se prolongaron hasta enero de 2018. Los participantes exigían mejores condiciones de vida, nuevas oportunidades laborales y la ampliación de derechos y libertades. El gobierno respondió recurriendo, una vez más, a la represión de las protestas y a la detención masiva de los manifestantes. 

La decisión del gobierno iraní, el 15 de noviembre de 2019, de triplicar el precio de la gasolina para contener el déficit público, en el marco de un «presupuesto de resistencia», desató una nueva oleada de protestas. El estallido se dejó notar con más intensidad en las ciudades medianas y pequeñas, así como en la periferia de Teherán, zonas donde se concentra la pobreza y que reclaman una mejor redistribución de la riqueza. De hecho, muchos de los manifestantes provenían precisamente de las clases humildes, las más afectadas por las draconianas medidas adoptadas por el gobierno del reformista Hasán Rohaní (2013-2021). Durante esas movilizaciones se reclamó la caída del régimen, lo que desató una violenta represión por parte de las fuerzas de seguridad, en el curso de la cual se disparó a los manifestantes con munición real, lo que provocó la muerte de 1.500 personas mientras otras miles fueron detenidas. Como suele ocurrir en estos casos, el guía supremo Alí Jamenei culpó a las potencias regionales de estar detrás de los disturbios al señalar en una reunión con los mandos de los basiyis:

Nuestros enemigos han gastado una gran cantidad de dinero diseñando esta conspiración y estaban esperando la oportunidad de implementarla mediante la destrucción y los asesinatos. Asumieron que la crisis de la gasolina era la oportunidad deseada que estaban buscando y movilizaron a su ejército. Sin embargo, la nación iraní aplastó el movimiento del enemigo con una magnífica exhibición.8

Es importante insistir en las notables diferencias entre las movilizaciones de 2009 y las de 2022. Saeid Golkar considera que las manifestaciones que se sucedieron a finales de la década pasada marcaban un punto de inflexión, ya que por primera vez eran encabezadas por las clases más bajas, que tradicionalmente habían sido la base social del régimen: «Las protestas estudiantiles y el Movimiento Verde fueron principalmente movimientos de clase media que exigían la reforma del sistema y estaban dirigidos por los reformistas, las protestas de 2017-2018 y 2019 estuvieron integradas principalmente por las clases bajas iraníes que protestaban contra las dificultades económicas, el estancamiento y la subida de los precios del petróleo en 2019»9

Si en 2009 los sectores reformistas planteaban la necesidad de introducir cambios dentro del sistema del velayat-e faqih (gobierno del jurisconsulto) instaurado en 1979, en 2022 se busca derribar el sistema ya que se considera que es incapaz de reformarse internamente. Como subraya el profesor Alireza Eshraghi:

Las recientes protestas marcan un cambio tectónico en el método y la retórica para expresar la disidencia en la República Islámica de Irán. El Movimiento Verde de 2009 discutió con el nezam [régimen], en gran medida en sus términos y utilizando su terminología. Los manifestantes apelaron explícitamente a los signos y mensajes islámicos, invocaron y se apropiaron de la memoria de Ruhollah Jomeini, citaron los textos legales ratificados por las instituciones del régimen y suplicaron en vano el apoyo de los marya [rango más alto en el clero] chiitas. Los manifestantes de 2022 no han tenido en cuenta ninguno de estos elementos: ya no les importa persuadir al nezam.10

Todo ello evidencia que la principal amenaza para la supervivencia del régimen ya no procede del exterior, sino del interior del país. A pesar de que Israel está detrás de una serie de asesinatos de científicos iraníes y de actos de sabotaje contra su programa nuclear, lo cierto es que no cuenta con el respaldo de eeuu para lanzar un ataque de gran envergadura contra las instalaciones nucleares iraníes, ya que tal movimiento podría desestabilizar el conjunto de la región y abrir un nuevo frente de tensión en la conflictiva escena internacional. Como ha subrayado Ali Fathollah-Nejad, las movilizaciones «demuestran la creciente y generalizada frustración con el régimen y su incapacidad para satisfacer las necesidades más básicas de la población. No solo se ha puesto en peligro la estabilidad del régimen, sino también su propia supervivencia, ya que la clase política y securitaria ha comprendido que la principal amenaza procede del interior del país, no del exterior»11

A pesar de las continuas apelaciones al diálogo como medio para resolver la crisis por parte del ex-presidente Mohamed Jatamí (1997-2005), una de las cabezas visibles del campo reformista, lo cierto es que esa vía no ha funcionado en el pasado y lo único que ha logrado es polarizar más a la sociedad iraní entre los defensores y detractores del régimen. Parece evidente que el sistema teocrático es incapaz de reformarse a sí mismo, pese a las reiteradas demandas por parte de la sociedad y, además, está dispuesto a atrincherarse en el poder para perpetuarse e, incluso, a morir matando, tal y como ha hecho el presidente Bashar al-Asad en Siria, el principal aliado estratégico de Teherán en la región. 

Algunos destacados miembros del sector reformista parecen ser conscientes del impasse en el que se encuentran y de la incapacidad del régimen para reformarse. De hecho, Mir Hosein Musaví, que compitió contra Ahmadineyad en las elecciones de 2009 y fue sometido a arresto domiciliario desde entonces, defiende la disolución del régimen, la legalización de los partidos políticos, la celebración de nuevas elecciones y la instauración de un gobierno plenamente democrático. En definitiva, las protestas de 2022 han roto la baraja y ya no se piden cambios cosméticos, sino una ruptura total:

La visión del mundo del Estado gobernante se ha basado en una ideología totalitaria hostil y beligerante que refleja la instrumentalización de la fe y su conversión en una ideología de Estado, el islamismo, contradictoria con las realidades laicas del mundo moderno y con los intereses nacionales y las aspiraciones democráticas de la mayoría de la población de Irán y de fuera de sus fronteras.12

La intensificación de las movilizaciones en el curso de los últimos años es una clara muestra de la creciente frustración popular y, sobre todo, del divorcio existente entre el régimen y la sociedad. En las últimas dos décadas, diversos colectivos han salido a la calle para protestar por la carestía de la vida, la intensificación de la pobreza o el aumento del desempleo, pero también por la falta de libertades o la corrupción del régimen. Como señala Moisés Garduño, las movilizaciones evidencian que «la dinámica predominante de protesta política en Irán está cambiando hacia una creciente radicalización de las fuerzas sociales de barrios precarizados afectados por la inflación, el desempleo y la economía informal»13. Ante este panorama, cabe preguntarse si la pervivencia del régimen iraní está realmente amenazada, dado el creciente malestar popular y la intensificación de las movilizaciones en su contra. En el pasado, el recurso a la represión y la violencia por parte del régimen logró su objetivo, ya que consiguió desmovilizar la calle y detener las muestras de descontento. Como ocurriera en 2018 y 2019, también la ola de descontento experimentada tras el asesinato de Mahsa Amini fue perdiendo fuelle en los últimos meses de 2022 y prácticamente se diluyó a principios de 2023. En opinión de Simon Mabon, profesor de la Universidad de Lancaster,

el consenso general entre los expertos que estudian Irán es que el régimen sobrevivirá. La profundamente represiva estrategia necropolítica de regulación de la vida –matando a los manifestantes y creando un clima de miedo–, sumada al hecho de que actualmente las protestas no alcanzan el volumen que se suele considerar necesario para llevar a cabo una revolución, garantizará con toda probabilidad la supervivencia inmediata de la República Islámica.14

China y la normalización de relaciones entre Irán y Arabia Saudita

Oriente Medio está experimentando una reconfiguración que se ha acelerado en el curso de los últimos años. Tres elementos son claves para entender estas transformaciones que están modificando de manera radical su orden regional. El primero de ellos es el progresivo repliegue de eeuu de Oriente Medio desde la presidencia de Barack Obama, quien dejó clara su intención de focalizar su atención en el Sudeste asiático, y la asunción de sus postulados por sus dos sucesores: Donald Trump y Joe Biden. El segundo de ellos es la irrupción en escena de otros actores, como Rusia y China, que pretenden llenar este vacío, ya sea mediante intervenciones militares (caso del primero, que no ha dudado en desplegar efectivos tanto en Siria como en Libia) o mediante la intensificación de los intercambios comerciales (caso del segundo, que ha optado por diversificar sus relaciones y se ha convertido así en el principal socio comercial de Arabia Saudita). El tercero de ellos es el intento de Israel de abanderar un frente antiiraní en la región mediante la aproximación a varios países del Golfo, como Emiratos Árabes Unidos y Baréin, con los que ha normalizado sus relaciones mediante los Acuerdos de Abraham de 2020 y ha firmado importantes pactos de seguridad. 

Como resultado de estos cambios, China cuenta cada vez con mayor presencia en Oriente Medio y pretende utilizar su privilegiada posición para tratar de estabilizar una región que considera vital para sus intereses, ya que es su principal proveedor energético. En los últimos años ha conseguido, incluso, desplazar a eeuu como principal socio comercial de Arabia Saudita, uno de los pivotes de la estrategia regional estadounidense. Por ello no nos debería extrañar que haya tratado de rentabilizar esta situación mediante el planteamiento de una iniciativa diplomática para tratar de acercar las posiciones de los dos principales actores del Golfo Pérsico: Irán y Arabia Saudita, que se han comprometido en Beijing a normalizar sus relaciones diplomáticas y a intensificar sus intercambios comerciales, en un intento de poner fin a varias décadas de enfrentamientos y tensiones, en muchos casos alentadas desde Washington y Jerusalén. 

Debe recordarse que la Revolución Islámica de 1979 marcó un antes y un después en las relaciones entre Irán y Arabia Saudita y transformó radicalmente el orden regional, ya que provocó la caída del shah Reza Pahlevi, el principal aliado de eeuu en el Golfo Pérsico. El establecimiento de un gobierno islamista chiita basado en el principio del velayat-e faqih y dirigido por el ayatolá Jomeini fue acompañado por el intento de exportar la Revolución Islámica al conjunto de la región mediante la movilización de las minorías chiitas en los países vecinos, incluida Arabia Saudita. Desde entonces, las relaciones bilaterales entre ambos países se caracterizaron por el antagonismo religioso-ideológico y la competencia geoestratégica, ya que «tanto Teherán como Riad se consideran a sí mismos los líderes naturales no solo de Oriente Medio, sino también del mundo musulmán en general»15

La irrupción en escena del régimen islámico iraní, de carácter revolucionario y antiimperialista, ponía en peligro el tradicional monopolio del islam político detentado por la conservadora Arabia Saudita, cuyos monarcas son también guardianes de La Meca y Medina. En su testamento, el guía supremo Jomeini acusó a la dinastía saudita de «traicionar a los dos lugares sagrados» y de estar «incapacitada» para encargarse de la peregrinación y los asuntos de la Kaaba (templo de la Meca). Como señala Banafsheh Keynoush, «la República Islámica de Irán era la antítesis de la monarquía saudita»16

Tras la Primavera Árabe de 2011, Irán aprovechó el caos resultante para expandir su esfera de influencia en Oriente Medio hasta abarcar un amplio arco chiita que va desde Irán hasta Líbano, pasando por Iraq, Siria y Yemen, países donde la influencia iraní se ha intensificado tras el colapso de las Primaveras Árabes gracias a la financiación de diversas milicias armadas de corte islamista. Todos estos movimientos fueron contemplados con preocupación por Arabia Saudita, que los consideró una amenaza para la estabilidad regional y para los intereses del reino en el Golfo. La reacción saudita no se dejó esperar y Riad abanderó la creación de una coalición de países árabes suníes como contrapeso a Irán, aunque sus resultados han sido decepcionantes17.

La firma de un acuerdo entre Irán y el g-5+1 para suspender el enriquecimiento de uranio de su programa nuclear, el 14 de julio de 2015, significó un nuevo contratiempo para Arabia Saudita, ya que abría las puertas a una eventual normalización de relaciones entre Occidente y el régimen iraní. El Plan de Acción Integral Conjunto (paic) fue el resultado de tres años de conversaciones secretas en las que tomó parte la administración de Obama y en las que se logró que Irán detuviese su programa nuclear a cambio del progresivo levantamiento de las sanciones internacionales que pesaban sobre el país. La llegada de Trump a la Casa Blanca significó un alivio para la monarquía saudita, ya que el republicano anunció su retirada del paic en mayo de 2018 y la adopción de una política de «máxima presión» sobre Irán por medio del restablecimiento de sanciones, lo que agravó la crisis económica en el país persa e intensificó las movilizaciones populares contra su régimen teocrático. 

Israel fue el principal beneficiado por esta estrategia que pretendía golpear la economía iraní, aunque no logró que el gobierno de Trump autorizase un ataque contra sus instalaciones nucleares, tal y como pretendía el primer ministro Benjamin Netanyahu pese a las reticencias del estamento militar. Ante el restablecimiento de las sanciones, Irán optó por afianzar sus relaciones con Oriente y firmó, en 2021, un acuerdo de cooperación con China de 25 años de duración que, sin embargo, no generó los beneficios que se esperaban, entre otras razones por el temor de las empresas chinas con mayor presencia en el mercado occidental a ser sancionadas por Washington. 

El punto álgido de las tensiones irano-sauditas fue la intervención de Riad en Yemen el 26 de marzo de 2015 en defensa del gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi y con la intención de frenar el avance de Ansar Allah, la milicia hutí que había conquistado no solo la capital de Saná, sino también el estratégico puerto de Adén, en el estrecho de Bab al-Mandeb que da entrada al mar Rojo. El pretexto empleado para justificar esta intervención armada, que contó con el respaldo de Emiratos Árabes Unidos y otros países árabes, fue la necesidad de impedir que la milicia hutí, aliada de Irán en el sur de la península Arábiga, siguiera ganando terreno en un país considerado tradicionalmente como el patio trasero de Arabia Saudita. 

Después de varios años de tensiones y enfrentamientos, ambos países decidieron apostar por la vía diplomática para dirimir sus diferencias con la mediación, en primer lugar, de Iraq y Omán, y en segundo lugar, de China, que fue capaz de desencallar los últimos flecos que impedían culminar un acuerdo. En diciembre de 2022, el presidente chino Xi Jinping se reunió con el rey Salman y el príncipe heredero Muhammad Bin Salman en Riad y dos meses más tarde invitó al presidente iraní Ebrahim Raisi a visitar Beijing. El 10 de marzo de 2023, China, Irán y Arabia Saudita emitieron un comunicado trilateral en el que anunciaban el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la reapertura de sus embajadas, cerradas desde 2016, cuando la delegación diplomática saudita en Teherán fue atacada por una turba de manifestantes que protestaban por la ejecución del líder chiita Nimr Baqr al-Nimr en Arabia Saudita. 

En el comunicado que se publicó tras la cumbre de Beijing, Teherán y Riad destacaron «su deseo de resolver sus diferencias a través del diálogo y la diplomacia en el marco de los lazos fraternos que los unen» y se manifestaron a favor de «respetar la soberanía de los países y la no injerencia en sus asuntos internos». También se comprometieron a recuperar diversos memorandos de cooperación en materia de economía, comercio, inversión, tecnología, ciencia, cultura, deporte y juvenil de 1998 y a revitalizar el acuerdo de seguridad de 2001. El acercamiento contemplaba asimismo la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores y el intercambio de visitas oficiales entre los jefes de Estado de ambos países. Como muestra del nuevo clima de entendimiento, el ministro de Asuntos Exteriores saudita, Faisal bin Farhan, señaló en su cuenta de Twitter: «Arabia Saudita prefiere las soluciones políticas y el diálogo» y «los países de la región tenemos un mismo destino y denominadores comunes, lo que nos hace necesario cooperar para construir un modelo de prosperidad y estabilidad para nuestros pueblos». 

El principal perjudicado por este acercamiento irano-saudita parece ser Israel, que sigue considerando a Irán como la principal amenaza para su seguridad nacional y, además, ve cómo se aleja un poco más la posibilidad de que Arabia Saudita se sume al proceso de normalización de relaciones iniciado por Emiratos Árabes Unidos y Baréin y continuado por Marruecos y Sudán a finales de 2020 con los Acuerdos de Abraham. Como señala Feras Abu Helal, «Israel quiere que el conflicto entre Irán y los países árabes siga debilitando a ambas partes, mientras mantiene su propia superioridad (...). Israel tiene razones para preferir una región en tensión con conflictos interminables; corresponde a los países árabes trabajar por un Oriente Medio más pacífico»18

También el gobierno de Biden debe contarse entre los damnificados por el acuerdo alcanzado en Beijing, ya que evidencia su manifiesta incapacidad para estabilizar Oriente Medio. El presidente demócrata no ha sido capaz de deshacerse del legado envenenado que dejó su predecesor Trump ni de resistir las exigencias de los diferentes gobiernos israelíes para mantener la estrategia de «máxima presión» contra el régimen iraní. Irán, por su parte, interpreta que la posición norteamericana en la zona está experimentando un claro retroceso desde la entrada en el siglo xxi. Según esta lectura, varios factores han socavado la hegemonía estadounidense, entre ellos las intervenciones militares en Afganistán e Iraq, pero también el ascenso de China y Rusia como nuevas potencias con presencia cada vez mayor en la zona. Para Teherán, los días del orden unipolar estarían contados y nos encaminamos a un mundo multipolar. El general Rahim Safavi, principal asesor militar del guía supremo Ali Jamenei, resumía este sentir al señalar que la guerra de Ucrania marca un punto de inflexión en «la transición de poder de Occidente a Oriente»19

Aunque habitualmente se suele abusar del adjetivo «histórico», está claro que el acuerdo alcanzado el 10 de marzo de 2023 puede catalogarse como tal, tanto por la mediación de China como por las consecuencias que podría deparar para la región. No obstante, conviene recordar que no es la primera vez que Irán y Arabia Saudita deciden aproximarse para tratar de estabilizar la región sin llegar a lograrlo. Tras la invasión iraquí de Kuwait el 2 de agosto de 1990, el presidente iraní Akbar Hashemi Rafsanyani (1989-1997) apostó por el pragmatismo para resolver las disputas regionales y restableció las relaciones diplomáticas con Arabia Saudita, lo que permitió la visita de su ministro de Asuntos Exteriores Ali Akbar Velayati al rey Fahd en Riad en abril de 1991. En esta misma línea, el presidente reformista Mohamed Jatamí realizó la primera visita oficial de un mandatario iraní a Arabia Saudita en febrero de 1998, que fue seguida en mayo de 1998 de la firma de un acuerdo de cooperación entre ambos países en los terrenos económico, cultural y deportivo. No obstante, la conflictividad regional desatada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Iraq el 20 de marzo de 2003 volvieron a enturbiar las relaciones bilaterales. 

El acuerdo es un indudable éxito diplomático de China, que hasta ahora se había contentado con fortalecer sus relaciones comerciales con buena parte de los países del Golfo, de los que depende su abastecimiento energético. Muestra, además, el creciente interés de Beijing por contribuir a resolver las disputas regionales y mediar en conflictos de larga duración, precisamente aquellos donde la diplomacia estadounidense ha mostrado sus profundas limitaciones. En opinión del diplomático italiano Marco Carnelos, el acuerdo también deja en mal lugar a la Unión Europea, ya que «China ha sustituido el poder blando que la ue intentó en vano desplegar en la zona durante décadas, confirmando aún más la actual marginación global de Europa»20. La mediación china muestra, al mismo tiempo, la formulación de un nuevo tipo de diplomacia no basado únicamente en la coerción:

El resto del mundo haría bien en tomar nota del nuevo modelo de diplomacia china: sin anteojeras ideológicas, sin caracterización maniquea del «Otro», sin sanciones económicas, sin militarización de la moneda, sin amenazas militares; solo un diálogo paciente y justo basado en la realidad sobre el terreno y en la empatía cognitiva. No solo la pax sinica podría sustituir a la pax americana en la región, sino que el petroyuán podría reemplazar al petrodólar.21

No obstante, no deberían lanzarse campanas al vuelo, ya que quedan múltiples flecos por resolver, entre ellos el futuro del programa nuclear iraní y el papel de Teherán en Siria, Iraq y Yemen. Seyed Hossein Mousavian, anterior responsable del Comité de Relaciones Exteriores de Seguridad Nacional iraní, interpreta que, para tener éxito, el acuerdo

debe complementarse con compromisos adicionales que garanticen relaciones amistosas sostenibles entre Teherán y Riad. Como los Estados regionales e islámicos más poderosos, deben comprometerse a considerar la seguridad del otro como parte integrante de la suya propia; poner fin a las ilusiones sobre la «hegemonía regional» y trabajar para crear un sistema de cooperación y seguridad colectiva entre los ocho países ribereños del Golfo; y convertir su competencia malsana en países en crisis como Yemen, Siria e Iraq en una asociación constructiva.22


Nota: una primera versión de este artículo se publicó en CEIPAZ: Policrisis y rupturas del orden global. Anuario 2022-2023, CEIPAZ, Madrid, 2023.

  • 1.

    Michael Young: «Republic of Fearlessness», entrevista a Saeid Golkar en Carnegie Middle East Center, 28/11/2022.

  • 2.

    «Leader Describes Riots as Enemy’s Passive Reaction to Iran’s Progress» en Tasnim News Agency, 12/10/2022.

  • 3.

    N. Tohidi: «Irán en transición» en Afkar / Ideas No 68, primavera de 2023.

  • 4.

    A. Bayat: «A New Iran Has Been Born — A Global Iran» en New Lines Magazine, 26/10/2022.

  • 5.

    S. Holliday: «Iran’s ‘Woman, Life, Freedom’ Movement Highlights Global Issues» en LSE, 10/2/2023.

  • 6.

    M. Young: «Can the Iranian System Survive?» en Carnegie Middle East Center, 29/9/2022.

  • 7.

    Banco Mundial: «Islamic Republic of Iran. Overview», 20/10/2022, disponible en www.worldbank.org/en/country/iran/overview.

  • 8.

    Jon Gambrell: «Iran Supreme Leader Claims Protests are a us-backed ‘conspiracy’» en Associated Press, 27/11/2019.

  • 9.

    M. Young: «Republic of Fearlessness», cit.

  • 10.

    A. Eshraghi: «Iranians are Done Debating» en Middle East Report, 19/10/2022.

  • 11.

    M. Young: «Can the Iranian System Survive?», cit.

  • 12.

    N. Tohidi: ob. cit.

  • 13.

    M. Garduño: «Prácticas emergentes en la protesta social en Irán: deconstrucción del discurso público y levantamiento del precariado» en I. Álvarez-Ossorio, Isaías Barreñada y Laura Mijares (eds.): Movilizaciones populares tras las Primaveras Árabes (2011-2021), Catarata, Madrid, 2022, p. 172.

  • 14.

    S. Mabon: « Irán: repercusiones regionales de la crisis» en Afkar / Ideas No 68, primavera de 2023.

  • 15.

    Karim Sadjadpour y Behnam Ben Taleblu: «Iran in the Middle East: Leveraging Chaos», Policy Brief No 202, fride, 5/2015, p. 4.

  • 16.

    B. Keynoush: Saudi Arabia and Iran: Friends or Foes?, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2016, p. 109.

  • 17.

    Benedetta Berti y Yoel Guzansky: «Saudi Arabia’s Foreign Policy on Iran and the Proxi War in Syria: Toward a New Chapter?» en Israel Journal of Foreign Affairs vol. 8 No 3, 2015.

  • 18.

    F. Abu Helal: «Iran-Saudi Deal: Why Israel Wants Tensions to Remain High» en Middle East Eye, 3/4/2023.

  • 19.

    Cit. en Hamidreza Azizi: «The Ukraine War: The View from Iran» en The Cairo Review of Global Affairs, otoño-invierno de 2023.

  • 20.

    M. Carnelos: «Saudi-Iran Pact: China’s Diplomatic Coup Puts us on Notice in Middle East» en Middle East Eye, 17/3/2023.

  • 21.

    Ibíd.

  • 22.

    M. Seyed Hossein: «Saudi-Iran Deal: After Years of Tension, a New Chapter for the Region Begins» en Middle East Eye, 20/3/2023.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 310, Marzo - Abril 2024, ISSN: 0251-3552


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