Opinión
agosto 2019

La pobreza del antipopulismo

Un debate que divide a la izquierda

El antipopulismo marca una línea bien clara entre quienes son populistas y quienes no lo son. En el contexto europeo, crea la impresión de que la extrema derecha fuera un problema mientras que el centro no. El antipopulismo contribuye a que los socialdemócratas se conviertan en defensores de lo establecido, en lugar de alentarlos a hacer su trabajo y ofrecer una alternativa al neoliberalismo y a la centroderecha. En un nivel político práctico, abre la puerta al macronismo.

<p>La pobreza del antipopulismo</p>  Un debate que divide a la izquierda

La noche previa a que Agnes Heller perdiera la vida en el lago Balaton, la emisora Klubrádió transmitió una entrevista brutal a la filósofa húngara de 90 años. Entre otros temas, se le preguntó a Heller acerca de los populistas europeos y ella insistió en que la pregunta misma era incorrecta porque esos políticos no deberían ser llamados populistas sino etnonacionalistas.

Unos pocos días antes, Paul Krugman había decidido pedir claridad respecto a la situación política en Estados Unidos, luego del terrible incidente en el que Donald Trump y su público reclamaron que cuatro congresistas integrantes de minorías regresaran a sus países de origen. De acuerdo con Krugman:«Este debería ser el momento de la verdad para quien describa a Trump como ‘populista’ o quien afirme que su apoyo se basa en la ‘preocupación económica’. No es populista, es un supremacista blanco. Su apoyo no se basa en la preocupación económica sino en el racismo».

Y precisamente en la misma semana, Cas Mudde, la autoridad máxima en estudios sobre populismo, tuiteó lo siguiente: «Con tres de las cinco democracias más grandes gobernadas por un líder político de extrema derecha y el populismo de izquierda casi irrelevante en el mundo, es hora de ser más específico y exacto en nuestra terminología. Trump no es en esencia populista sino nativista/racista». Mudde sostiene que las palabras importan y que es necesario que seamos cuidadosos con nuestro vocabulario.

La pobreza conceptual: sustitución y abuso

El uso inapropiado de los términos «populista» y «populismo» no se transformó súbitamente en un problema en 2019. Y los expertos que observan la mayoría de los procesos políticos de nuestro tiempo, si no todos, a través del cristal del populismo no nos han acercado a una mejor comprensión de los problemas ni a estrategias antipopulistas eficaces. Este fracaso sugiere que se ponen demasiadas cosas diferentes en una misma canasta y que los límites del grupo etiquetado como populista son a veces arbitrarios.

El discurso sobre el populismo se queda en la superficie y se enfoca en el estilo, la perspectiva y la apariencia. Esto no solo conduce al uso excesivo del concepto sino también a reunir cualidades políticas diversas, como por ejemplo la ultraderecha y la izquierda radical, que de otro modo son archienemigas.

El empobrecimiento del vocabulario comienza con el olvido de conceptos como «demagogo» o «demagogia». El político que busca apoyo apelando a los deseos y prejuicios de la gente común en lugar de usar argumentos racionales es un demagogo. Pero con frecuencia, en el discurso contemporáneo, se utiliza en cambio la palabra «populista».

El término «populismo» se ha expandido en parte porque algunos no lograron encontrar la palabra justa, pero también porque otros eligieron deliberadamente una expresión eufemística para suavizar el debate y evitar llegar a conclusiones antagónicas. Este enfoque cauteloso también conduce al abuso de la palabra «populismo». En consecuencia, no hablamos lo suficiente sobre nacionalismo, autoritarismo, (pos y neo) fascismo y extrema derecha.

La pobreza empieza con el vocabulario y termina en la dificultad de darle una respuesta al populismo. Si es peligroso, sería necesario que lo enfrentáramos. Pero si definimos el populismo como antielitismo (sin una explicación particular sobre las estructuras sociales), ¿por qué es más peligroso que el propio elitismo? Por lo tanto, la pregunta es si la dicotomía puede rechazarse en su totalidad. Para averiguarlo, primero es necesaria una investigación más amplia del concepto y su contexto.

Los temas que faltan: la historia y la economía

El uso excesivo de la palabra «populismo» también representa un abuso de un concepto que está conectado a una tendencia específica en la historia política. En Estados Unidos, en el siglo XIX, el Movimiento Populista era una coalición políticamente orientada de reformistas agrarios del Medio Oeste y el Sur que impulsaba una amplia gama de legislación económica y política, con un perfil culturalmente conservador pero progresista en el aspecto socioeconómico.

El otro caso importante de una tendencia política «populista»fue la Argentina peronista, que tomó alguna inspiración de la Italia de Benito Mussolini. Aunque Juan Domingo Perón no construyó un Estado fascista, la influencia es innegable. Sin embargo, la Argentina preperonista fue fuertemente golpeada por la Gran Depresión global y el gobierno conservador de la época protegió las fortunas de los ricos y no hizo nada por aliviar el sufrimiento de la gente pobre. Sacar las cosas de contexto abre la puerta a usar el término populismo como un eufemismo para fascismo o a describir una forma moderada (previolenta) de este.

Es la desatención a esos orígenes históricos lo que permite que «populismo» funcione como la palabra que engloba todo tipo de peligro extremista de la actualidad. Por ejemplo, Jan-Werner Müller sostiene que la esencia del populismo es el rechazo al pluralismo. Los populistas siempre sostendrán que solo ellos representan al pueblo y sus verdaderos intereses. Müller también propone algo que equivale a una ley de hierro del populismo: si los populistas tienen suficiente poder, terminarán creando un Estado autoritario. Pero, claramente, ni los populistas originales (los reformistas agrarios estadounidenses) ni algunos de los representantes contemporáneos (como el Movimiento 5 Estrellas en Italia) son antipluralistas o autoritarios.

Por otro lado, tanto los ejemplos clásicos del populismo como sus representantes contemporáneos tienen impulsos muy importantes en la economía política: el desarrollo desigual, las crisis capitalistas y la depresión económica que resultan en una creciente desigualdad. Exponer esta dimensión ya sea en ejemplos contemporáneos o en clásicos no es fácil, dada la brecha entre economistas y analistas políticos. Dani Rodrik es uno de los que busca superar esta brecha y en resaltar la abundante bibliografía que prueba la causalidad entre las sacudidas comerciales (por ejemplo, la penetración de productos chinos) y el surgimiento de las llamadas «tendencias populistas» tanto en Europa como en Estados Unidos.

Si la economía política es al menos tan importante como las cuestiones culturales, las estrategias antipopulistas también tienen que reflejar esta lección. Como dice Rodrik: «Son fundamentales las soluciones económicas a la desigualdad y la inseguridad». Esto rige definitivamente hoy para la Unión Europea, donde los desequilibrios económicos y sociales, en particular en tiempos de crisis, han generado un sentimiento nacionalista que ha creado o impulsado a fuerzas políticas que han sido identificadas como populistas.

En el contexto europeo, el nacionalismo aparece como una opción de contingencia contra los desequilibrios inherentes y las fallas en las políticas relativas a la integración de la Unión Europea. Por ejemplo, el chauvinismo en cuanto a los servicios públicos como una forma específica de nacionalismo económico se ha convertido en un factor significativo, principal aunque no exclusivamente en los países más ricos, que se alimenta del resentimiento contra la libre circulación de la fuerza de trabajo y la regulación de la Unión Europea que garantiza iguales derechos.

«Trump y Brexit»

Durante mucho tiempo, el populismo contemporáneo fue visto como un problema político preocupante pero no primordial. 2016 fue el año de la irrupción, cuando el populismo aparentemente se movió de los márgenes al centro y esta alteración marcó el origen del concepto gemelo «Trump y Brexit». En general, quienes usan esta fórmula no tienen idea acerca del origen de estas tendencias en apariencia anormales. Es el lenguaje de centristas que han sido «atacados por la realidad» y en lugar de reflexionar sobre las limitaciones de su centrismo, redoblan la apuesta y llegan a una ideología de lo establecido.

Los centristas que hablan de «Trump y Brexit» están especialmente perplejos ante el hecho de que un proyecto político esencialmente de derecha gane apoyo entre votantes que tradicionalmente han sido de izquierda. Esto, sin embargo, no es en absoluto un fenómeno nuevo, ni en el contexto estadounidense ni en el británico. Ya en 1980 se pudo ver cómo en Estados Unidos los votantes de clase trabajadora optaban por un candidato presidencial republicano, y en Gran Bretaña por los tories en 1979. En su época, Ronald Reagan y Margaret Thatcher fueron a menudo caracterizados como populistas. En el caso de Thatcher, esto se ligaba al concepto de «capitalismo popular» (por ejemplo, al crear la impresión de que, mediante la difusión de la propiedad compartida y la privatización de las viviendas sociales, la brecha entre quienes poseen activos y quienes trabajan para otros puede eliminarse).

Dado que los liberales tienden a dominar los estudios sobre populismo tanto en Europa como en Estados Unidos, los análisis con frecuencia pasan por alto el populismo liberal o neoliberal. Los liberales (o neoliberales), por ejemplo, se quejan de la burocracia y esconden su agenda desregulatoria detrás de críticas generales y en verdad populistas a los burócratas. Reagan dio una clase magistral de este tipo de populismo desregulatorio que se presentaba como liberación para el pueblo pero en realidad promovía la desigualdad social.

Los ejemplos de Estados Unidos y Gran Bretaña en los últimos 40 años también deberían estudiarse para entender cómo la necesidad de enfrentar los desequilibrios económicos (en particular, los déficits) y la caída económica relativa genera varias formas de nacionalismo, entre ellas el económico. «Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande» es esencialmente un eslogan nacionalista más que y no populista. Del mismo modo, la separación de Gran Bretaña de Europa continental y el Brexit han sido impulsados por el nacionalismo inglés y no por el populismo. Por otro lado, es necesario ser alarmista cuando hay una razón. Y en Estados Unidos, quienes realmente quieren ser alarmistas han estado hablando de fascismo y enfatizando que el regreso a algunos capítulos oscuros de la historiaes algo ciertamente posible.

La trampa de lo establecido

Tanto los modernizadores conservadores como los progresistas de fines del siglo XX crearon su propia versión de cruces políticos que tenían como objetivo reducir el espacio para alternativas. El centrismo progresista confiaba en el arte de la triangulación (creando la nueva izquierda a partir de elementos de la vieja izquierda y de la nueva derecha), lo que en definitiva contribuyó a que los socialdemócratas perdieran a menudo su carácter y fundamento. Esto creó un espacio para que fuesen sustituidos por otros diversos partidos.

El centrismo puede ser una táctica para varias tendencias políticas, incluyendo la socialdemocracia. El antipopulismo, sin embargo, convierte el orden establecido en ideología y promueve la ignorancia de la economía política (lo que es más importante: de las causas y las consecuencias de la desigualdad) en cuanto a la teoría, y una necesidad de ofrecer alternativas en la práctica. No fueron los populistas contemporáneos, sino Thatcher a principios de la década de 1980 quien alcanzó la fama al decir «No hay alternativa».

El antipopulismo marca una línea bien clara entre quienes son populistas y quienes no lo son. En el contexto europeo, crea la impresión de que la extrema derecha fuera un problema mientras que el centro no, y de que no hay una conexión entre la política de extrema derecha y las políticas de centroderecha. También puede conducir a la falsa conclusión de que los progresistas comparten con la centroderecha y los neoliberales el interés (o incluso la misión) de defender algún tipo de convencionalismo, que suele permanecer sin definir por los observadores del populismo.

El antipopulismo contribuye así a que los socialdemócratas se conviertan en defensores de lo establecido (del statu quo ex ante), en lugar de alentarlos a hacer su trabajo y ofrecer una alternativa al neoliberalismo y a la centroderecha. En un nivel político práctico, abre la puerta al macronismo (es decir, a la creencia de que los progresistas supuestamente deben integrarse al amplio paraguas de Macron, proeuropeo pero esencialmente tecnocrático y elitista, y que evitar la extrema derecha requiere abandonar la agenda social).

El convencionalismo creó en consecuencia un sinónimo de «populista», que es «iliberal». Esto tiene un valor agregado, porque conecta los casos europeos problemáticos con sistemas no europeos o semieuropeos que se consideran híbridos, lo que a menudo significa que tienen un contenido autoritario con una fachada democrática. Por otro lado, algunos iliberales como Viktor Orbán pueden con facilidad torcer el concepto y enorgullecerse de esta calificación, ya que el liberalismo como tendencia política ha sido una corriente minoritaria en Europa desde el siglo pasado. Por eso, estar en contra del liberalismo puede no ser necesariamente antidemocrático, sino solo una forma diferente de democracia.

Una palabra no puede decir todo

Si bien no es totalmente irrelevante como concepto, el actual uso excesivo del término «populismo» aparece como un signo de pereza intelectual. Para un análisis político riguroso, necesitamos un vocabulario más amplio; los fenómenos específicos deben ser llamados por su nombre correcto. Nunca se ha explicado apropiadamente por qué las tendencias nacionalistas, autoritarias, de extrema derecha y neofascistas no deberían ser llamadas «nacionalistas», «autoritarias», «de extrema derecha» o «neofascistas» sino «populistas».

En un contexto europeo, es importante distinguir entre quienes insisten en volver a un marco nacional (principalmente en la derecha) y quienes prefieren una integración mayor y más rápida y la solidaridad como una solución (sobre todo en la izquierda). En la derecha, tenemos que distinguir entre euroescépticos y eurófobos, y también se debe reconocer la existencia de un nacionalismo de izquierda, anti-Unión Europea.

El nacionalismo puede escalar y eso siempre incrementa el riesgo de violencia y conflicto. Sin embargo, aglutinar todo bajo la etiqueta de «populismo» no ayuda a entender la seriedad de las amenazas contra la democracia y los derechos humanos. Los antipopulistas con frecuencia eligen ser alarmistas, pero al usar un eufemismo en lugar de los verdaderos nombres logran el efecto contrario, ya que desconectan las tendencias de la extrema derecha contemporánea de sus raíces.

Observar la sustancia y no solo el estilo requiere prestar atención al contexto cultural y a los cimientos económicos. Menos morfología y más economía política ayudarán a los progresistas a analizar mejor las tendencias de extrema derecha y nacionalistas y a desarrollar estrategias más efectivas contra el extremismo de derecha en nombre de la humanidad, la igualdad y la solidaridad.

Traducción: María Alejandra Cucchi

Fuente: https://www.ips-journal.eu/regions/europe/article/show/the-poverty-of-anti-populism-3648/



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