Entrevista
octubre 2019

La irreverencia de decir lo que una siente

Entrevista a Patricia González Viñoly

Patricia González Viñoly es candidata a diputada por el Frente Amplio en Montevideo. Integra El Abrazo, una coalición electoral integrada por jóvenes que desarrollaron un espacio propio frente al inmovilismo de los sectores políticos clásicos. En medio de una situación regional amenazadora en términos democráticos, González Viñoly busca revitalizar los discursos de izquierda en un país que vive las elecciones más inciertas de los últimos años.

<p>La irreverencia de decir lo que una siente</p>  Entrevista a Patricia González Viñoly

Por primera vez desde que el Frente Amplio está en el gobierno, las encuestas indican un panorama complicado para la izquierda en Uruguay. Desde Ir, el sector político del que usted forma parte, eligieron sumarse a un nuevo espacio dentro del Frente Amplio llamado El Abrazo. ¿Podría contarnos de qué se trata este espacio?

El Abrazo es un proyecto político. Es una alianza que nos permitió ver todo lo que tenemos en común, por encima de lo que nos diferencia y entender que hay una batalla que en este momento tenemos que dar juntos y juntas. Es el encuentro de cuatro sectores que tienen trayectos distintos. Somos sectores del Frente Amplio que anteriormente conformamos otros espacios políticos y que decidimos crear un espacio joven porque no logramos transformar los espacios ocupados por quienes siempre habían estado allí. El Abrazo también surge de un colectivo que viene de un lugar muy interesante: es gente que está en la política partidaria, que es frenteamplista, que no tenía un sector, pero tenía un colectivo en el que se juntaba a debatir política. Es el colectivo Plena, que reunió a mucha gente joven e interesante. Nuestro planteo fundamental es que la situación debe cambiar. El Frente Amplio tiene que cambiar. No se puede hablar de renovación y que la renovación sea gente de 60 años. El Frente Amplio tiene que aggiornar su agenda a la agenda política del mundo, la izquierda tiene que profundizarse y tenemos que hablar mucho más hacia adelante que hacia atrás. Hicimos muchísimas cosas, cambiamos el país: sí, nosotros lo creemos, pero también creemos que queda mucho y queremos poner toda nuestra energía humana y militante en pensar cómo transformamos la realidad de tanta gente. Tenemos condiciones estructurales de una enorme cantidad de gente que todavía vive mal y a la que el Estado no le da respuesta. No está todo hecho. No sé si hay que pensar en qué modelo de mundo queremos, pero desigualdad sigue habiendo, exclusión sigue habiendo, marginalidad sigue habiendo y, por lo tanto, tiene que seguir habiendo una izquierda que piense cómo resolver eso y cómo tener unas ideas distintas sobre la política pública. El Abrazo es también un desafío. Para cualquiera sería más cómodo quedarse con lo suyo y hacer un acuerdo técnico en lugar de hacer un acuerdo político y militar juntos. Todos necesitábamos una parte del otro y de la otra. Cuando nos encontramos, las piezas encajaron bien. Así nació y eso es El Abrazo.

¿Cuáles son sus pretensiones para un futuro gobierno del Frente Amplio, en caso de que gane las elecciones?

Del próximo gobierno espero un ejercicio innovador de política pública que permita pensar los problemas complejos como verdaderamente complejos. Espero que focalice la universalidad de forma mucho más profunda, pero siempre pensando en que la transformación de los puntos de partida requiere de redistribución. Es necesario redistribuir recursos económicos para que la gente pueda acceder a sus derechos. Lamentablemente, todavía accedemos a muchos derechos por el mercado. Esto es visible, por ejemplo, en el caso de la vivienda. Una política pública de izquierda implicaría que el Estado comprara terrenos, hiciera viviendas y regulara el precio del mercado. Creo que, para los jóvenes, las jóvenes y las mujeres con hijos solas, podría ser una gran respuesta. Y hay respuestas básicas que no hemos dado. Por ejemplo, en materia de drogas, sobre las intervenciones en el consumo problemático. Hoy se puede internar a alguien si se tiene dinero. Pero si no se tiene ese dinero, las intervenciones son breves y no alcanzan para desarrollar una verdadera recuperación de adicciones complejas a drogas muy pesadas. Hoy ese derecho es un derecho de clase. Hay que pensar, al mismo tiempo, en la perspectiva de las personas que todavía no acceden a derechos como los de la salud mental. Hay que discutir, problematizar y generar espacios de apoyo a la salud mental y de rehabilitación para las personas con discapacidad en la salud. Esto no tiene que ver con una rehabilitación desde la sanidad, sino desde la vida independiente. Creo que en materia educativa también hay desafíos apasionantes. No considero que haya una crisis, pero sí un problema en la visión entre el mundo joven y el mundo adulto. Hay dificultades en la gestión de la vida de muchos gurises para terminar el liceo. La sociedad, cuando habla de crisis, los culpabiliza por no terminar sus estudios. Pero para los que tienen que trabajar, por circunstancias sociales injustas, terminar sus estudios no es algo fácil. No todos tenemos condiciones para eso. Hay que pensar en un sistema de becas para secundaria, de transferencias económicas y monetarias. Asimismo, también considero que el próximo gobierno debería imaginar y desarrollar una renta básica juvenil. La herencia, que no es solo económica, define el punto de partida. Se hereda capital económico, capital cultural, capital social y capital político. En definitiva, se hereda capital. ¿Pero cómo se redistribuye? Poniendo impuestos a las grandes herencias. Por encima de los 500.000 dólares o de los 250.000 dólares, se debe pagar un impuesto más alto. De este modo, al cumplir 18 años, el Estado asignará dinero y recursos para pensar con cada joven cuál será su proyecto. No se puede soñar sin recursos y sin capitales en un mundo capitalista. Del próximo gobierno también espero que podamos mirar en profundidad lo que sucede con la vida al interior de las desigualdades. Debemos poder construir desde las historias y trayectos de vida, desde la negritud, desde el género, desde la discapacidad. Debemos pensar cómo encontramos estrategias de vida para esas personas redistribuyendo recursos. Espero que logremos avanzar en una agenda derechos que nos permita incluir personas que no están incluidas, pero también avanzar en las agendas de derecho ya establecidas. Es necesario que tengamos la posibilidad de equivocarnos, de ensayar, de hacer nuevas cosas, de pensar en nuevas formas de la política pública. Creo que hemos tenido muchas políticas innovadoras en los diferentes gobiernos del Frente Amplio. Sin embargo, ahora necesitamos un nuevo impulso compartido y a la ciudadanía pensando junto a nosotros. El plan sigue siendo más inclusión, más redistribución y ganarle espacio al mercado. Mientras haya derechos mercantilizados habrá trabajo por hacer. El derecho a la vivienda es un derecho mercantilizado. El derecho a la salud y a la educación lo son, aunque en menor medida. Hay que aportar a que el Estado pueda generar condiciones de igualdad. Eso es lo que espero del próximo gobierno del Frente Amplio.

Cuando empezaste a militar, ¿te imaginaste tener que afrontar un momento como este, con avances de la derecha en el mundo, en la región y también en Uruguay?

No me imaginé que esto iba a volver a pasar. Empecé a militar en política hace alrededor de siete años, cuando todavía se vivía la ola de la izquierda. Empecé a militar porque tenía el mismo sentir que tengo ahora. Percibía que los discursos se iban avejentando o volviendo clásicos y que faltaba incorporar nuevos elementos que estaban en la agenda de la sociedad, pero no en la agenda política. No me imaginé, sin embargo, que íbamos a volver a un momento de la derecha. En aquel momento, se vivía el gobierno de Mújica en Uruguay y de Cristina Kirchner en Argentina. El Partido de los Trabajadores (PT) todavía gobernaba Brasil. Lo cierto es que la ola de la derecha llegó más rápido de lo que pudimos esperar. Reconozco que la llegada de Trump al gobierno de Estados Unidos y de Bolsonaro al gobierno de Brasil fueron verdaderas sorpresas para mí. Pensé que las compañeras iban a poder revertir esos procesos, que las mujeres organizadas en la calle iban a ganarle al fascismo. Pensé que Argentina nunca iba a votar a Mauricio Macri, un hombre del mercado y las empresas. Luego, una mira el panorama desconcertada, preguntándose cómo pudo haber sucedido todo esto otra vez.

¿Cuál es su opinión de la lucha de las mujeres en el continente? ¿Qué ha aportado el

Si observamos los asesinatos de Berta Cáceres y de Marielle Franco, nos damos cuenta de que cuando se empieza a poner el cuerpo no se sale. Y, sin embargo, la diversidad nos obliga a estar mucho más presentes. Yo creo Cáceres, Franco y tantas otras luchadoras, comparten de alguna manera un privilegio: el privilegio de la palabra, el de la escucha de los otros. Y nadie se puede ir a su casa en el medio de la adversidad cuando es conciente de las adversidades que está atravesando la gente. Es necesario poner los propios privilegios al servicio de la construcción colectiva. Creo que, en todos estos casos, nos referimos a mujeres que libraban batallas desde hacía mucho tiempo. No estaban solas, no se representaban a sí mismas. Eran mujeres con colectivos, que representaban causas y luchas. Hace pocos días, una compañera dijo: «incomodamos, pero a veces incomodamos de más». Lo que hacemos las mujeres y las feministas parece descabellado, porque ante el cinismo y ante el fascismo, la irreverencia de decir lo que una siente se ve como un agravio y se nos considera como personas peligrosas. Desde la llegada del feminismo, somos muchas las que no volvimos a sentirnos solas. Estamos convencidas de que la lucha no es en vano. Desde las batallas más pequeñas hasta las más grandes: todas las que estamos librando tienen sentido.

A diferencia de otras mujeres políticas que luego de consolidarse como referentes del feminismo se integraron a algún partido político, usted se desarrolló dentro del Frente Amplio. ¿Cómo es ese recorrido? ¿Qué tensiones entran en juego en un espacio que alguna vez definió como «liderado por varones blancos y mayores»?

Considero que tengo una ventaja y es que soy una enamorada de la política. Llegué a la política siendo feminista, me afilié a un sector (el Ir) que asumía ese tema como central. Lo trascendente fue el proceso de comprensión de las personas en sus diferentes contextos. Eso, claro, se vincula a la historia personal de vida. Ante la pobreza o ante la violencia, existe más de una opción. O el enojo y la bronca con las personas que se supone que nos pusieron en ese lugar o, de alguna manera, la comprensión de que hay procesos sistémicos de los que las personas también son y somos víctimas. Es decir, existe la posibilidad de asumir que una es un producto de una sociedad y de una construcción general. Yo llevo muchos años militando. Comencé como delegada de la clase en la escuela, aunque es algo que sigue siendo complejo en el caso de las mujeres. La militancia de las mujeres no siempre es bien vista ni bien recibida. Lo que se pondera, en nuestro caso, es el perfil bajo. Hay muchos a los que no les gusta que las mujeres tomemos la palabra. Pero así fue mi llegada a la política: como una militante. Es algo que sucedió sin que lo eligiera directamente.

En mi trayectoria, trabajé en el Ministerio de Desarrollo Social y, cuando me ofrecieron trabajar en la Asesoría para la Igualdad de Género de la Intendencia de Montevideo, dudé. No sabía si estaba a la altura. Al principio las cosas no fueron fáciles. Éramos 20 mujeres. Muchas estaban lastimadas por el propio ámbito institucional. Sin embargo, con diversas compañeras reorganizamos el trabajo. Con amor, con reflexión y con pensamiento, transformamos esa institución. Eso me permitió acercarme a las compañeras de los movimientos sociales, a procesar críticas, a escuchar. Lo cierto es que la forma de resistencia en un espacio político masculino y hegemónico es el feminismo. Es así como se forjan espacios donde pensar, donde llorar, donde construirnos como sujetos políticos con los compañeros y las compañeras. Es cierto que las personas debemos transformarnos, pero también debemos transformar el sistema. Por supuesto, no creo que todas podamos hacerlo de la misma manera. No creo que debamos pedirle eso a ninguna compañera. Yo misma no puedo hacerlo siempre: hay días y momentos en los que es más difícil. Pero entiendo que mi rol es ese: el de poder empatizar, explicar y pensar para ser agentes de cambio y de transformación.

Estás apuntando a un puesto de diputada en el Parlamento, un lugar que se concibe como de negociación. ¿Desde qué lugar se pueden poner en práctica estos sentimientos -como el enojo, la tristeza y la empatía- a la hora de discutir o negociar con la derecha más conservadora?

Creo que no son dimensiones disociadas. Evidentemente, es difícil empatizar y comprender ciertas concepciones del mundo. Es muy complejo ponerse en el lugar del otro cuando consideramos que ese otro tiene falencias en términos de solidaridad. Hay algunos planteos de la derecha que resultan incomprensibles. La idea, por ejemplo, de que hay personas mejores que otras o que quienes detentan más poder o riqueza han llegado más lejos porque hicieron algo más que los demás. Esta derecha no cree en las condiciones materiales de existencia como condicionantes. No creen que poseen privilegios y no están dispuestos a entregarlos. Esas ideas son muy difíciles para construir vínculos. Al mismo tiempo, la democracia incluye el valor de la diversidad y no debemos perderlo. Por lo tanto, no son nuestros enemigos, sino personas que se paran y piensan en lugares distintos. En el plano de pensar y de sentir podemos ser diferentes y podemos encontrarnos en otros lugares. Eso nos sucede en nuestras propias familias. Amamos a personas que están en las antípodas de nuestro pensamiento político. El amor y el cariño no se ponen en juego por eso. Tenemos que poder vincularnos, más allá de que a nuestros paradigmas de vida estén separados por un abismo. En mi caso, mis principales vínculos y amigos son gente de izquierda, porque resulta lógico que uno comparta experiencias con gente más aproximada a sus ideas y a su modo de vida. Podemos pensar diferente a otros e incluso indignarnos con pensamientos ajenos, pero también podemos construir vínculos con esas mismas personas. Esto es central para construir políticamente. No podemos escuchar solo aquello que compartimos. Tenemos que hacer el esfuerzo por escuchar también a quienes están en las antípodas de nuestro pensamiento. Eso puede aportarnos en la construcción de nuestros propios argumentos. Hay argumentos de gente de derecha que, aunque una no los comparta, pueden ser interesantes. Escuchar es importante e imprescindible.


Esta entrevista fue realizada con la participación de Rafael Sanseviero

Foto: http://montevideo.gub.uy/sites/default/files/biblioteca/art5776.jpg


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