Opinión
enero 2019

La amistad franco-germana no basta

Angela Merkel y Emmanuel Macron han dado un paso importante para reforzar la asociación franco-alemana con la firma del Tratado de Aquisgrán. Pero en la medida en que el pacto excluye a todos los demás estados miembros de la Unión Europea, se corre el riesgo de profundizar aún más las divisiones del continente.

<p>La amistad franco-germana no basta</p>

La reciente firma del Tratado de Aquisgrán nos invita a reflexionar sobre cómo ha evolucionado la relación franco-germana en Europa desde que ambos países adoptaran por primera vez un pacto de amistad bilateral, el Tratado del Elíseo en 1963.

En esencia, el Tratado de Aquisgrán se plantea formar una Unión de Defensa Europea, lo cual no es una idea nueva. En años tan lejanos como 1950, se discutieron propuestas similares, cuando Estados Unidos se preparaba para entrar en la Guerra de Corea. Estados Unidos llamó a que Alemania Occidental se integrara a una nueva Comunidad de Defensa Europea. Pero en 1954 el Parlamento francés, temiendo volverse demasiado dependiente de los estadounidenses, rechazó la formación de una unión defensiva bajo el Plan Pleven y el Tratado de París.

Aun así, durante las negociaciones sobre el Tratado del Elíseo menos de una década más tarde, el Presidente Charles de Gaulle vio la oportunidad de presionar por más independencia de Europa Occidental de los Estados Unidos. De allí que el texto original de tratado no hiciera mención alguna a la relación de Francia o Alemania con Estados Unidos, Reino Unido, la OTAN u otros acuerdos internacionales importantes. Pero esta omisión no pasó desapercibida. Cediendo a la presión del presidente John F. Kennedy, el Bundestag alemán añadió un preámbulo llamando a Francia y Alemania a cooperar estrechamente con Estados Unidos y Reino Unido.

Este nuevo lenguaje frustró los planes de de Gaulle de crear un contrapeso europeo occidental a Estados Unidos, y en último término produjo discordias entre Francia y Alemania. Según Alain Peyrefitte -el confidente de de Gaulle-, el presidente francés se quejaba de que los alemanes «se comportaban como cerdos, sometiéndose tan completamente al poderío estadounidense. Traicionan el espíritu del Tratado entre Francia y Alemania, y traicionan a Europa». Más adelante, de Gaulle describiría el comportamiento alemán en este periodo como «su gran desilusión».

El concepto de una «autonomía estratégica» europea era un componente central del gaullismo. Hoy protagoniza los debates sobre integración europea y es central en la propia visión del Presidente Emmanuel Macron sobre las reformas que se deben emprender en la Unión Europea (UE). La meta de Francia hoy es la misma de los años 60 del siglo pasado, cuando primero adquirió armas nucleares: liberar a Alemania y a la UE de la abrumadora influencia estadounidense.

En las décadas subsiguientes, las semillas de la desconfianza gaullista hacia los alemanes se han disimulado celebrando el Tratado del Elíseo, que había logrado lo aparentemente inalcanzable: amistad con el Erbfiend –el enemigo hereditario- apenas unos cuantos años después de que ambos países se hubieran enzarzado en la más salvaje guerra conocida por la humanidad.

Como seguimiento al Tratado del Elíseo, el Tratado de Aquisgrán puede saludarse como un símbolo de la amistad entre Francia y Alemania. Pero los alemanes no debieran olvidar que ambos acuerdos consagran una estrategia política que no se encuentra en la dirección tradicional de Alemania de equilibrar su amistad con Francia al tiempo que fortalece sus relaciones transatlánticas con Estados Unidos y Reino Unido.

Con esto no quiero sugerir que los dos acuerdos de amistad entre Francia y Alemania no valgan nada. Pero al poner demasiado énfasis en la noción de que «juntos podemos hacerlo», Francia y Alemania podrían acabar viendo que han alcanzado una victoria pírrica para el proyecto europeo.

Después de todo, hay razones para preocuparse sobre cómo se percibirá el nuevo acuerdo en otras capitales europeas. Un ciudadano polaco, italiano, griego, suizo o español que lea el texto tal vez encuentre extraño que los dos ejemplos europeos del multilateralismo firmen un trato bilateral que excluya a todos los demás. ¿Qué ocurrió con el principio de soberanía e igualdad entre los estados miembros de la UE?

Además, Francia y Alemania ven el mundo de manera diferente. Mientras la integración al orden liberal occidental está consagrada en la Constitución (Grundgesetz) alemana, la política exterior francesa se guía por los intereses nacionales que tenga en un momento dado. Al igual que su precursor, el Tratado de Aquisgrán diluye estas diferentes miradas con una neblina de buenas intenciones.

El Tratado del Elíseo simbolizó el fin de la enemistad entre Alemania y Francia, pero con el Tratado de Aquisgrán han ido más allá. La intención que declaran ahora es impedir la división interna de la UE.

No hay dudas de que existen crecientes divisiones entre el norte y el sur (y también entre Francia y Alemania) sobre asuntos financieros y políticas económicas. A los estados miembros occidentales les preocupa el estado de derecho en los países miembros del este, y los del noroeste desean enfrentar la corrupción, el crimen organizado y la débil gobernanza en el sudeste. Y, sin embargo, precisamente en estos retos que cruzan toda la UE el Tratado de Aquisgrán carece de especificidad.

Si bien no hay dudas de que el proyecto europeo depende de Francia y Alemania, eso no quiere decir que solo ellos puedan preservarlo. Sin una postura más sensible a sus socios europeos, arriesgan dar la impresión de que todo lo que se espera o necesita es mera obediencia al eje franco-germano.

Pero Francia y Alemania tienen intereses diferentes. Si bien Alemania apoyaría plenamente que el Brexit se anulara para poder conservar el equilibrio interno de la UE, Francia podría verlo como una oportunidad para aumentar su propio peso político, económico y militar dentro del bloque. No importa que una «Europa más francesa» sin Reino Unido sea más débil en la escena internacional. A pesar de tener dos países con armas nucleares, otras potencias ya consideran a la UE como políticamente irrelevante.

En un mundo de carnívoros geopolíticos, los europeos somos los últimos vegetarianos. Sin Reino Unido, nos volveremos veganos y posiblemente presas. En consecuencia, lo que importa en realidad no una «autonomía estratégica» sino la preservación de la soberanía europea en un contexto internacional en veloz cambio. Francia y Alemania deben comprometerse a lograr ese objetivo. La amistad franco-germana es necesaria para Europa, pero no bastará para garantizar nuestro lugar en el mundo.


Fuente: Project Syndicate

Traducción: David Meléndez Tormen



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