Opinión
mayo 2020

Estados Unidos: la pandemia y las elecciones

A principios de noviembre, Estados Unidos elegirá un nuevo presidente. La elección se dirimirá entre Donald Trump y el demócrata Joe Biden. ¿Puede la pandemia cambiar algo en los comicios? ¿Qué pasará con los votantes en una elección que ha dejado afuera a los candidatos de la izquierda demócrata?

Estados Unidos: la pandemia y las elecciones

A principios de noviembre, algunos y algunas estadounidenses tendrán la oportunidad de votar para darle al actual presidente cuatro años más de mandato o para reemplazarlo por el candidato del Partido Demócrata, Joseph Biden, y para renovar a un tercio de los miembros del Senado (33 escaños) y a todos los miembros de la Cámara de Representantes (468 escaños). Este breve texto tiene como fin explicar por qué la primera oración habla de «algunos y algunas estadounidenses» y sugiere que está en riesgo la mismísima realización de las elecciones.

Al ver que su base electoral está cada vez más enferma (por el alcohol, las drogas y la falta de buena atención médica) y más envejecida, el Partido Republicano está eliminando a los posibles votantes demócratas de las listas, dibujando los distritos electorales a su favor, combatiendo la inmigración de potenciales votantes hispanoparlantes relativamente pobres y recibiendo dinero del 1% de la población que se enriqueció por la desregulación económica y un cuantioso beneficio en el impuesto sobre la renta. Además, con el presidente Donald Trump como abanderado, se están intensificando el racismo, la envidia étnica, el odio de clase desde los sectores más acomodados y el sexismo. A lo largo de la historia, ha sido más fácil atraer gente a la derecha movilizando el resentimiento que prometiendo su mejora. La crueldad, las artimañas y la inteligencia política de la derecha le han dado el control de la Corte Suprema y muchos tribunales federales inferiores, el Senado estadounidense y la mayoría de las gobernaciones y legislaturas estatales. En cuanto al papel de Trump, Max Weber nunca resolvió por completo la cuestión de si el carisma fluía del individuo carismático o de un grupo de seguidores necesitados de creer en él y sus profecías. Y como Trump es un individuo públicamente visible pero emocionalmente retorcido, la segunda opción, la lealtad de sus fieles y fervientes seguidores, parece ser el factor más importante.

El Partido Demócrata, con la silenciosa ayuda del ex-presidente Barack Obama, ha solucionado sus divisiones entre izquierda y derecha en beneficio de su ala derecha, con el fin de unirse para derrotar a Trump. También obtiene su sostén económico de los muy ricos, por lo que seguirá siendo un partido de la derecha moderada. Ergo, el candidato es Biden. Las mujeres negras, las hispanas, las que cuentan con cierto nivel educativo, y otras minorías, especialmente de los suburbios, votarán por los demócratas en noviembre. Dados el racismo, el sexismo y las feroces políticas de clase, raza y género de los republicanos, no tienen otra opción. Algunos jóvenes de izquierda que habían apoyado a Bernie Sanders podrían seguir a su líder para apoyar al candidato demócrata. Pero Bernie abandonó la carrera electoral porque sus potenciales jóvenes votantes de izquierda alejados de la participación política –y que él creía que comenzarían a actuar en política– no salieron a apoyarlo. Entonces, cabe dudar de que estos y estas jóvenes se apresuren a concurrir a los lugares de votación para apoyar al moderado y anciano Biden (quien parece no tener talento para interpretar a un simpático abuelo). El apoyo de Obama (quien ha conservado una alta popularidad en su partido) a Biden, que ya se hizo público, atraerá más votantes para los demócratas. Trump y su círculo están extremadamente nerviosos por este giro de los acontecimientos. Todo esto es política estadounidense clásica, aunque el narcisista demente haya reconvertido al Partido Republicano en una organización abierta a experimentos fascistas.

El nuevo factor político, cada vez más importante desde febrero, es la pandemia. En Estados Unidos, la esencia de la acción democrática en la esfera pública –la gente que se une para luchar por una causa común– ha sido suprimida. Sin embargo, las redes sociales han cambiado la conversación política en todas partes, e incluso han unido brevemente a algunos grupos (por ejemplo, los coloridos movimientos de Europa, Oriente Medio y Occupy Wall Street) que no pudieron crear organizaciones duraderas que concentrasen y canalizasen la rabia, las esperanzas y la energía de sus participantes. ¿Hasta qué punto la pandemia actual, que seguirá estando en Estados Unidos durante el otoño, influirá en la política? Para responder esta pregunta, también debemos preguntarnos cómo las elecciones de noviembre se verán afectadas por la recesión económica prevista (que la pandemia ha acelerado). Quizás podamos comenzar con un interesante estudio de caso sobre cómo la pandemia podría influir en elecciones democráticas.

Recientemente, fracasó una flagrante escalada en la supresión de votantes por parte de los republicanos de Wisconsin, que fue posible debido a las necesidades de aislamiento social, y tal vez por ello puso en duda la estrategia nacional del partido para las elecciones de noviembre. La legislatura de ese estado, dominada por los republicanos, no permitió que se pospusiera la votación primaria (lo cual ya no importa, ahora que Biden está seguro de la nominación) y tampoco permitió que se pospusiera una competencia importante por una alta magistratura judicial entre un seguidor de Trump y un demócrata progresista, ni que se organizara un instrumento eficiente de envío de votos por correo. La Corte Suprema de ese estado, con predominio republicano, apoyó a los legisladores, como también lo hizo el inevitable voto de cinco a cuatro de la Corte Suprema de Estados Unidos. La consecuencia de estas decisiones fue una elección caótica, con personas que arriesgaron su salud y sus vidas haciendo fila durante horas. Y cientos de miles de votos enviados por correo se perdieron, no se contaron o fueron invalidados por llegar al Capitolio después de la fecha límite. Seguramente, en esas circunstancias, mucha gente ni siquiera habría intentado votar. Biden obtuvo la mayoría de los votos demócratas. Pero en la competencia importante, una judicatura, donde todos pudieron votar, el candidato demócrata ganó por un amplio margen. Entonces, si los republicanos intentasen la misma estrategia en los estados que dominan para sacar provecho de la pandemia y obstaculizaran la participación de votantes en noviembre, podrían verse frustrados por la resolución de los votantes demócratas y, tal vez, porque potenciales votantes republicanos se mantendrían al margen o porque sus votos emitidos por correo no se contarían. O quizás podrían encontrar otra forma de robar las elecciones, como lo hizo George W. Bush.

Pero desde la perspectiva del momento presente, esta no es una elección ordinaria. En noviembre se decidirá el futuro de la democracia estadounidense. Si los votantes progresistas acuden a votar por candidatos demócratas, hay una mayor probabilidad de derrotar a Trump y a algunos de sus acólitos en las legislaturas. Si los liberales millonarios pueden gastar más que los ricos de derecha que apoyan a los republicanos, el dinero que rige la política estadounidense estará a disposición de los demócratas. Si la pandemia continúa en otoño, es probable que Trump pierda algo de apoyo por su incompetencia. Por el momento, el Obamacare está a salvo de los estragos republicanos. Y, por último, la verdad marxista comúnmente aceptada es que, en Estados Unidos, los políticos en funciones pierden las elecciones durante la depresión económica. Entonces, desafortunadamente, lo más importante es que si la depresión se produce antes de las elecciones de principios de noviembre, los demócratas podrían llegar a la Casa Blanca y ganar algunos escaños en el Congreso.

Un camino a seguir para el progreso estadounidense

La campaña para hacer de Estados Unidos un país socialista democrático impulsada por Sanders, atrajo a grandes multitudes y numerosos votos. Sanders abandonó la carrera electoral para no provocar una lucha interna, lo que permite una especie de frente unido contra Trump, los republicanos y lo que podría acabar siendo el sistema de gobierno si este sector retiene el poder durante cuatro años más. Su campaña restauró el honor de la palabra «socialismo» en Estados Unidos. Eso quedará. Y las políticas que impulsó, especialmente el seguro médico estatal para todos, seguirán resonando. Históricamente, en Estados Unidos, una izquierda vigorosa ha florecido mejor bajo los gobiernos demócratas que bajo los republicanos. Basta pensar en el New Deal y la organización del trabajo; en la Nueva Izquierda de la década de 1960 y el cambio cultural, ambos bajo gobiernos demócratas. Si los demócratas ganan en noviembre, heredarán la depresión económica de Trump. Y no harán lo suficiente ni lo correcto para ayudar a las personas a regresar al trabajo o a una vida estable. Esto abrirá una puerta para desafiarlos desde una izquierda ahora mejor organizada, o para crear un verdadero partido de los trabajadores. Por lo tanto, la primera tarea es ocupar con demócratas progresistas la mayor cantidad posible de cargos actualmente en manos de la derecha. Luego, la izquierda organizada debe insistir en que los demócratas promulguen una legislación progresista, que incluya y, lo que es más importante, cambie las leyes laborales más represivas del mundo desarrollado. En las actuales circunstancias, la política reformista y la política radical no son opuestas; están vinculadas.

Traducción: Carlos Díaz Rocca





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