Tema central
NUSO Nº 289 / Septiembre - Octubre 2020

Entrar, transitar o vivir en la frontera sur de México

Cruzar la frontera sur de México es afrontar, desafiar e incluso dar la vuelta a las adversidades del contexto de llegada, reconstruyendo, reinventando o resignificando un mundo convencional y de dominio para encontrar acomodo en los márgenes, en el «no lugar», en la no morada. Desde los relatos migrantes, en los que abundan la parquedad y el silencio y se vislumbran emociones, es posible leer el significado que tienen hechos como transitar sin documentos a un país que no es el propio, enfrentarse por primera vez a «polleros» o, directamente, no hablar bien en español.

Entrar, transitar o vivir en la frontera sur de México

Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje: son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son solo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles1


Entrar y transitar la frontera

Tapachula, Chiapas, llamada la «perla del Soconusco», es una de las ciudades fronterizas más importantes del sur de México, un espacio conocido por muchos migrantes de Centroamérica, del Caribe y de nacionalidades extracontinentales (africanos, asiáticos). Las cifras no son exactas, pero de acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (oim), en 2019 México registró la llegada de más de 450.000 personas, que cruzaron la frontera entre ese país y Guatemala para pedir asilo o seguir su camino hacia Estados Unidos2; la mayoría de ellos son jóvenes hombres y mujeres que huyen de la violencia de las pandillas en sus países de origen3 pero también de la violencia del Estado, como es el caso de algunos hondureños que sufren los embates del extractivismo y del desplazamiento forzado, así como de la pobreza y la desigualdad histórica vividas en Centroamérica. Otros van en busca del llamado «sueño americano».

Este espacio de la frontera sur de México tiene tres cruces importantes: Unión Juárez/Sibinal, Talismán/El Carmen y Ciudad Hidalgo/Tecún Umán. Los tres tienen dinámicas transfronterizas muy particulares, desde la económica y la cultural hasta las historias cotidianas de la población asentada en esta frontera. Se trata de un lugar dinámico y de un espacio de encuentro/desencuentro, de diálogo/conflicto. La frontera sur de México está cargada de sueños, pesadillas y realidades para muchas mujeres, hombres, niños y niñas, adolescentes y jóvenes que día a día cruzan por estos lugares.

Las experiencias vertidas en el tránsito son diversas. La mayoría de las personas que he entrevistado tuvo inconvenientes con diversos actores, desde «polleros», como se conoce a quienes se dedican al tráfico de personas, hasta agentes del Instituto Nacional de Migración o de la policía local o estatal mexicana. La ciudad de Tapachula ha sido poblada, habitada y sentida por muchos emigrantes. Algunos la han hecho suya desde las calles y parques como el Miguel Hidalgo, ubicado en el corazón de la ciudad. Se trata de espacios públicos en los que se generan tanto redes de solidaridad como procesos de exclusión, que ocurren entre locales y sujetos provenientes de otros países, quienes crean imaginarios sobre esos otros que llegan después de cruzar el río Suchiate en la frontera.

En este municipio fronterizo también se teje una narrativa delictiva con los jóvenes centroamericanos que se deriva de su construcción corporal e identitaria, íntimamente vinculada a las narrativas de combate contra la inseguridad o la delincuencia. Algunos sectores de la sociedad han tratado de nombrar y hacer vivibles los cambios en los diferentes espacios donde se mueven los migrantes, y en el marco de estos, sus impactos se vinculan con hechos que hoy cobran relevancia, como la violencia en sus distintas manifestaciones.

Vivir y habitar una ciudad fronteriza

Cuando se arma el rompecabezas del municipio y su gente, se entienden los distintos significados de la experiencia migratoria; estamos lejos de poder decir la última palabra. Poco a poco, algunos emigrantes han encontrado diversas formas de vivir en este lugar, algunos venden comida en las calles, otros tienen pequeños negocios donde se ofrece comida tradicional de sus lugares de origen, como las pupusas salvadoreñas o las baleadas de Honduras; recientemente se incorporó al menú gastronómico el ragú de carne a la jardinera que ofrecen algunos haitianos o el congrí cubano. Otras personas tienen peluquerías o barberías ubicadas en el primer cuadro del parque central, en su mayoría se trata de hondureños que han vivido en eeuu y ofrecen los últimos cortes y peinados a la moda. A partir de la llegada de una segunda oleada de haitianos y africanos al municipio a mediados del año pasado, se difundió otra moda: las trenzas negras o de colores. Por los andadores del parque Miguel Hidalgo y apostadas en sillas de plástico, mujeres afrodescendientes se peinan y reivindican sus corporalidades, mientras los hombres, que hablan poco español, ofrecen a los transeúntes los peinados a través de una carta con fotos con diferentes tipos de cortes.

En la región también se observa la presencia histórica de guatemaltecos, la mano de obra que ha potenciado este lugar desde el siglo xix, con quienes se comparten historias de la división fronteriza del Estado-nación, del refugio derivado de la guerra civil en los años 80, de los linajes familiares de larga data. La mayoría eran jornaleros (hombres, mujeres y niños) que llegaban por temporadas para el corte de café en algunas fincas de dueños alemanes y mexicanos que se asentaron durante la época del Porfiriato. Ejemplo de ello son las fincas Argovia, Hamburgo, Irlanda y Santa Rita, que están en la memoria de varios trabajadores y pobladores de esta región. Algunos jornaleros se quedaron a vivir en este espacio, se nacionalizaron y mantienen lazos con sus lugares de origen más allá de la frontera. En la actualidad, el trabajo transfronterizo se mantiene, pero hay menos demanda de jornaleros debido a la crisis del café y el ocaso de algunas fincas. En Tapachula y otros municipios aledaños, las mujeres guatemaltecas trabajan en casas de pobladores locales como empleadas domésticas y algunas cruzan a diario la frontera para llegar a su empleo.

Las cantinas, los «botaneros» y los bares son parte de la cotidianidad de este municipio fronterizo, que cuenta con un clima cálido y húmedo todo el año. Muchas mujeres de Centroamérica trabajan como «ficheras», que acompañan a los clientes mientras beben cerveza y escuchan música como reguetón, rancheras y cumbias; otras son trabajadoras sexuales en algunos espacios del centro de la ciudad o en cantinas aledañas. Algunas más trabajan en los bares nocturnos históricos, como «El Jacalito» o «El Marinero», como bailarinas de table dance. Por su parte, algunos salvadoreños y hondureños trabajan como guardias de seguridad en estos mismos espacios, los haitianos recientemente se han empleado en trabajos de construcción en la ciudad, y algunos cubanos lo hacen en el sector de servicios, como meseros en restaurantes.

Los espacios habitacionales también se han diversificado, sobre todo desde hace dos años. Muchos salvadoreños, hondureños y guatemaltecos rentan casas en las colonias Buenos Aires y Cafetales, que se encuentran en la periferia sur de la ciudad y son conocidas por los habitantes locales como los pequeños espacios donde están los migrantes o «los centroamericanos». Algunas familias haitianas que están cerca de la Estación Migratoria Siglo xxi se apostaron en colonias que son consideradas marginadas o irregulares por el gobierno municipal, otros encontraron algunos espacios más baratos, cómodos pero retirados, por ejemplo, en Viva México o la localidad de Xochimilco, a unos 20 de minutos de Tapachula; otros más se fueron a las vecindades del centro de la ciudad, a vivir en cuartos húmedos y con poca ventilación, cuyo alquiler oscila entre los 30 o 40 dólares al mes.

En la ciudad, muchos migrantes y habitantes locales se han enamorado experimentando el amor en una ciudad de frontera, viven en unión libre o se casan «por todas leyes», como dicen algunos habitantes del lugar. Sin embargo, un sector de la población local también muestra su rechazo al señalar que algunas mujeres son «roba maridos» y se culpabiliza a las hondureñas por ser muy guapas, un imaginario que poco a poco se ha ido desmontando a partir de la diversidad de nacionalidades que transitan por este lugar.

Las corporalidades de muchos centroamericanos en Tapachula nos llevan a conocer las manifestaciones de sus travesías, de sus emociones, de sus vivencias. Pareciera que se vuelve a recordar la experiencia de esa «expulsión silenciosa» de los lugares de origen, que también se refleja en frases como: «ya estamos acostumbrados» o «hay que aguantar porque somos centroamericanos». Sin embargo, aun con esa precaria o inexistente relación intersubjetiva, se abren espacios para construirse un mundo en ese lugar y en ese tiempo, es decir, una vida concreta y social, en una cultura que no es propia pero tampoco ajena, una dialéctica quizás de irrupción, así sea fragmentada y precaria, de las fronteras. Se comienza a vivir, pero también a mostrar qué es ser «catracho» (hondureño), «chapín» (guatemalteco) o «guanaco» (salvadoreño), o también qué es ser caribeño o africano. «En Tapachula hay de todo, gente buena y mala», comentan varios migrantes centroamericanos. La experiencia de movilidad se torna en un territorio «imaginado» y «vivido» antes y durante la estancia en él. Son pues estos espacios fronterizos donde se ponen en juego imaginarios diversos y a veces divergentes en torno de los migrantes. En el sur de México escuchamos decir «somos como las pupusas, las baleadas y las quesadillas, tenemos algo en común»; sin embargo, también hay xenofobia y racismo4.

Cacofonías fronterizas desde el sur de México

Cruzar la frontera sur de México es afrontar, desafiar e incluso dar la vuelta a las adversidades del contexto de llegada, reconstruyendo, reinventando o resignificando un mundo convencional y de dominio para encontrar acomodo en los márgenes, en el «no lugar», en la no morada. Desde los propios relatos de las mujeres y los hombres migrantes en este otro sur, en los que abundan la parquedad y el silencio y se vislumbran emociones que se intenta guardar o contener, podemos leer el significado que para ellos tienen hechos como transitar sin documentos un país que no es el propio, enfrentarse por primera vez a «polleros» que les cobran para atravesar la frontera, no hablar bien español en el caso de algunos africanos, aceptar trabajos con salarios y condiciones que no eran las esperadas, enviar las pocas remesas a quienes se quedaron, hacer llevadera la vida en un espacio que parece propio pero es distinto o tiene sus propios matices. Todo ello representa una experiencia que solo es posible entender desde los relatos de sus protagonistas y el habitar cotidianamente un lugar fronterizo.

En las últimas dos décadas, la migración en tránsito por México se ha constituido como uno de los fenómenos de movilidad humana más importantes del país, tanto por su magnitud como por las condiciones en que acontece. Esta modalidad migratoria ha logrado una cobertura mediática, académica y social que nos ha permitido conocer causas, efectos, composición, así como los riesgos y vulnerabilidades de las personas que ingresan en territorio mexicano de forma irregular y que a lo largo de todo el trayecto se vuelven víctimas de diferentes actores. En este marco, «migrar en masa» adquirió relevancia como una estrategia para hacer frente a la violencia e impunidad en el tránsito migratorio. Al igual que con la visibilización del tránsito «ordinario» de centroamericanos y centroamericanas a partir del año 2010, las denominadas «caravanas» o «éxodos» en 2018, 2019 y principios de 2020 se volvieron nuevamente epicentros de muestras de rechazo y de acogida5.

La cacofonía fronteriza en el sur de México sigue y seguirá creciendo. Para muestra, los hechos de los últimos años. En 2014, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, se siguieron implementando nuevas políticas migratorias derivadas de la presión de eeuu y se llevaron a cabo operativos que modificaron rutas y situaciones de las personas migrantes. En 2018, con la llegada de Andrés Manuel López Obrador, parecía abrirse una oportunidad o esperanza en el cambio de dirección de la política migratoria para el sur de México, sobre todo cuando se anunciaron de manera breve «puertas abiertas en la frontera sur» y las Tarjetas de Visitantes por Razones Humanitarias para los centroamericanos o quienes las necesitaran. Pero a finales de 2018 y principios de 2019 fueron más visibles las caravanas migrantes (que ya tenían años realizándose) y desde la Casa Blanca el presidente Donald Trump anunció a través de tuits que «México no está haciendo nada». Poco después llegó la amenaza de la subida de aranceles y, de manera sorprendente, el discurso de respeto a los derechos humanos dio un giro repentino y se optó por una férrea política de contención migratoria. Es así como la puerta del sur de México se cimbró con la llegada de la recién creada Guardia Nacional, bajo el discurso de resguardar y «poner orden» en esta frontera.

En 2020, la puerta se ha trabado con la pandemia que colocó a muchos migrantes en tránsito, solicitantes de refugio y refugiados en una aparente inmovilidad. El covid-19 puso a algunos en pausa para emprender el viaje, llegar al norte y de ahí «dar el brinco» a «los Estados», como se refieren a eeuu. Las vidas de numerosos migrantes en la frontera sur de México y otras en el mundo entró en una fase inquietante, de riesgos y de más vulnerabilidades; los peligros abundan mientras las respuestas de los gobiernos son inapropiadas e inconsecuentes con las realidades de las personas migrantes. Muchas fronteras en la región se encuentran cerradas y se olvida a su gente, otros no tienen la capacidad para brindar o salvaguardar sus vidas. Desde Tapachula, Chiapas, México, las narraciones de muchos migrantes enfrentan este conflicto, destilan sentimientos de incomprensión y desesperación, y proyectan en sus voces y sus palabras esa tensión entre pérdida de rumbo que se torna en abierto desafío y muchas esperanzas. Por el momento, muchas personas varadas, solicitantes o refugiados en este espacio de la frontera ironizan con que, a la espera de seguir rumbo al «sueño americano», viven mientras tanto el «sueño mexicano».

  • 1.

    Siruela, Barcelona, 2019.

  • 2.

    La frontera está conformada, del lado de Guatemala, por los departamentos San Marcos, Huehuetenango, Quiché, Alta Verapaz y el Petén, y del lado de México, por los municipios Suchiate, Cacahoatán, Frontera Hidalgo, Unión Juárez, Tuxtla Chico y Tapachula.

  • 3.

    Después de los tratados de paz en la región centroamericana, en la década de 1990, surge una problemática de la que se habla mucho, pero se conoce poco: las pandillas juveniles centroamericanas. Desde 1992, EEUU inicia un proceso de deportación masiva de jóvenes que habían ingresado en clicas, pandillas o agrupamientos juveniles. El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha (MS-13) agrupaban a miles de jóvenes huérfanos de la guerra civil y otros más que encontraban cobijo en la «gran familia». Las deportaciones masivas a El Salvador, Honduras y Guatemala se dan en un escenario complejo para la población juvenil, y muchos jóvenes pandilleros deciden enfrascarse en una guerra entre pandillas y con las fuerzas policiacas, que respondieron con más violencia y una criminalización hacia ellos que ha dejado miles de muertos y desplazados. Ver Alfredo Nateras Domínguez: Vivo por mi madre y muero por mi barrio. Significados de la violencia y la muerte en el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha, Sedesol / Imjuve / UAM, Ciudad de México, 2014.

  • 4.

    I.F. Porraz Gómez: «¡Salir a buscarse la vida! La experiencia de algunos jóvenes centroamericanos en Tapachula» en Chiapas Paralelo, 11/7/2019.

  • 5.

    I.F. Porraz Gómez y Rafael Alonso Hernández: «De la xenofobia a la solidaridad: etnografías fronterizas de la ‘caravana migrante’» en Frontera Norte, en prensa.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 289, Septiembre - Octubre 2020, ISSN: 0251-3552


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