Tema central
NUSO Nº 283 / Septiembre - Octubre 2019

Cuatro futuros para armar

Dibujar cuatro tipos ideales de futuro puede resultar un ejercicio especulativo provechoso. ¿Un mundo igualitario con abundancia (comunista), con abundancia pero jerárquico (rentista), igualitario y con escasez (socialista) o jerárquico y con escasez (exterminista)? Cada una de estas posibilidades conlleva diversos proyectos políticos y proyecciones sobre cómo será la vida futura.

Cuatro futuros para armar

En su discurso ante el campamento de Occupy Wall Street en el parque Zuccotti, Slavoj Žižek se lamentó de que sea «fácil imaginar el fin del mundo, pero no podamos imaginar el fin del capitalismo». Es una paráfrasis de un comentario que hizo hace algunos años, cuando la hegemonía del neoliberalismo todavía parecía absoluta. Sin embargo, la existencia misma de Occupy Wall Street sugiere que el fin del capitalismo se ha vuelto últimamente un poco más fácil de imaginar. Al principio, esta idea tomó una forma mayormente sombría y distópica: en el apogeo de la crisis financiera, con la economía global aparentemente en colapso total, el fin del capitalismo parecía ser el comienzo de un periodo de violencia anárquica y miseria. Y aún podría serlo, con la eurozona tambaleándose al borde del colapso mientras escribo este artículo. Pero, más recientemente, la propagación de la protesta mundial de El Cairo a Madrid, de Madison a Wall Street, le ha dado a la izquierda alguna razón para aumentar tímidamente sus esperanzas de un futuro mejor después del capitalismo.Algo de lo que podemos estar seguros es de que el capitalismo terminará. Quizás no pronto, pero probablemente dentro de no mucho tiempo; después de todo, la humanidad nunca ha logrado crear un sistema social eterno, y el capitalismo es un orden notablemente más precario y volátil que la mayoría de los que lo precedieron. La pregunta, entonces, es qué vendrá después. Rosa Luxemburgo, en respuesta al inicio de la Primera Guerra Mundial, citó una frase de Friedrich Engels: «La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie»1. Con ese espíritu, ofrezco un experimento mental, un intento de dar sentido a nuestros futuros posibles. Estos son algunos de los socialismos a los que podemos llegar si una izquierda resurgente tuviese éxito, y las barbaries a las que podemos ser condenados si fracasamos.

Gran parte de la bibliografía sobre economías poscapitalistas se preocupa por el problema de la gestión laboral en ausencia de patrones. Sin embargo, comenzaré suponiendo que ese problema ha desaparecido, para iluminar mejor otros aspectos de la cuestión. Esto se puede hacer simplemente extrapolando la tendencia del capitalismo hacia una creciente automatización, lo cual hace que la producción sea cada vez más eficiente y, al mismo tiempo, desafía la capacidad del sistema para crear empleos y, por lo tanto, para mantener la demanda de lo que se produce. Este tema ha resurgido en el pensamiento burgués: en septiembre de 2011, Farhad Manjoo escribió en Slate una larga serie sobre «La invasión de los robots»; y poco después dos economistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (mit, por sus siglas en inglés) publicaron Race Against the Machine [Carrera contra la máquina], un libro electrónico en el que argumentaban que la automatización estaba alcanzando rápidamente muchas de las áreas que hasta hace poco funcionaban como los principales motores de creación de empleo de la economía capitalista. Desde fábricas de automóviles completamente automáticas hasta computadoras que pueden diagnosticar patologías, la robotización está alcanzando no solo la manufactura, sino también gran parte del sector de servicios.

Llevada a su extremo lógico, esta dinámica nos acerca al punto en que la economía no requiere trabajo humano en absoluto. Esto no provoca automáticamente el fin del trabajo o del trabajo asalariado, como se ha predicho falsamente una y otra vez en respuesta a los nuevos desarrollos tecnológicos. Pero sí significa que las sociedades humanas enfrentarán cada vez más la posibilidad de liberar a las personas del trabajo involuntario. Que aprovechemos esa oportunidad y cómo lo hagamos dependerá de dos factores principales: uno material y el otro social. La primera cuestión es la escasez de recursos: la capacidad de encontrar fuentes de energía baratas, de extraer o reciclar materias primas y, en general, de contar con la capacidad de la Tierra para proporcionar un alto nivel de vida material para todos. Una sociedad que tenga tecnología que reemplace mano de obra y abundantes recursos puede superar la escasez con mucha mayor facilidad que una sociedad que solo tenga el primer elemento. La segunda pregunta es política: ¿qué tipo de sociedad seremos? ¿Una sociedad en la que todas las personas sean tratadas como seres libres e iguales, con el mismo derecho a participar de la riqueza de la sociedad? ¿O un orden jerárquico en el que una elite domina y controla a las masas y su acceso a los recursos sociales?

Por lo tanto, hay cuatro combinaciones lógicas de las dos oposiciones: abundancia de recursos versus escasez e igualitarismo versus jerarquía. Para poner las cosas en términos marxistas algo vulgares, el primer eje dicta la base económica del futuro poscapitalista, mientras que el segundo se refiere a la superestructura sociopolítica. Dos de los futuros posibles son socialismos (solo uno de los cuales llamaré realmente con ese nombre), mientras que los otros dos son sabores contrastantes de la barbarie.

Igualitarismo y abundancia: comunismo

Hay un famoso pasaje en el tercer volumen de El capital en el que Marx distingue entre un «reino de la necesidad» y un «reino de la libertad». En el reino de la necesidad, debemos «luchar con la naturaleza para satisfacer [nuestras] necesidades, para mantener y reproducir [nuestra] vida», mediante el trabajo físico en la producción. Este reino de la necesidad, dice Marx, existe «en todas las formaciones sociales y bajo todos los modos de producción posibles», presumiblemente incluyendo el socialismo. Lo que distingue al socialismo, entonces, es que la producción está planificada racionalmente y organizada democráticamente, en lugar de operar según el antojo del capitalista o del mercado. Para Marx, sin embargo, este nivel de sociedad no era el verdadero objetivo de la revolución, sino simplemente una condición previa para «ese desarrollo de las potencias humanas como un fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, que, sin embargo, solo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad».En otro pasaje, Marx sugiere que algún día tal vez podamos liberarnos del reino de la necesidad por completo. En la Crítica del Programa de Gotha imagina que

En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!2

Los críticos de Marx a menudo han usado este pasaje en su contra, retratándolo como una utopía totalmente inverosímil. ¿Qué sociedad posible podría ser tan productiva como para que los humanos estén completamente liberados de tener que realizar algún tipo de trabajo involuntario e insatisfactorio? Sin embargo, la promesa de una automatización generalizada es que podría llevar a cabo tal liberación, o por lo menos aproximársele, si es que encontramos una manera de lidiar con la necesidad de generar energía y asegurar recursos. Pero los desarrollos tecnológicos recientes han tenido lugar no solo en la producción de materias primas, sino también en la generación de la energía necesaria para operar las fábricas automáticas y las impresoras 3d del futuro. Por lo tanto, un posible futuro post-escasez combina la tecnología que ahorra mano de obra con una alternativa al régimen energético actual, que en última instancia está limitado tanto por la escasez física como por la destructividad ecológica de los combustibles fósiles. Esto está lejos de estar garantizado, pero hay indicadores esperanzadores. El costo de producir y operar paneles solares, por ejemplo, ha estado cayendo dramáticamente durante la década pasada; siguiendo este camino, para 2020 podrían ser más baratos que nuestras actuales fuentes de energía eléctrica3. Si la energía barata y la automatización se combinan con métodos de fabricación o reciclaje eficiente de materias primas, entonces realmente habremos dejado atrás «la economía» como mecanismo social para gestionar escasez. ¿Qué hay más allá de ese horizonte?No es que todo el trabajo cesaría, en el sentido de que todos simplemente nos quedaríamos sentados en medio de la disipación y la modorra. Como dice Marx, «el trabajo se ha convertido no solo en un medio de vida sino en la primera necesidad vital». Independientemente de cuáles fueran las actividades y proyectos que emprendiéramos, participaríamos en ellos porque los encontraríamos inherentemente satisfactorios, no porque necesitáramos un salario o debiéramos nuestras horas mensuales a la cooperativa. Esto no es tan inverosímil considerando el grado en que las decisiones sobre el trabajo ya son impulsadas por consideraciones no materiales entre aquellos que tienen el privilegio de optar: millones de personas eligen hacer un posgrado, convertirse en trabajadores sociales o crear pequeñas granjas orgánicas, incluso cuando pueden elegir carreras mucho más lucrativas.

La desaparición del trabajo asalariado puede parecer hoy un sueño lejano. Pero había una vez –antes de que el movimiento obrero se retirara de la demanda de jornadas laborales más cortas y antes de que se estancara y de que se invirtiera la larga tendencia hacia la reducción de las semanas laborales– un mundo en el que la gente realmente se preocupaba por lo que haríamos después de ser liberados del trabajo. En su ensayo «Las posibilidades económicas de nuestros nietos», John Maynard Keynes predijo que en unas pocas generaciones, «el hombre se enfrentará a su problema real, su problema permanente: cómo usar su libertad para evitar preocupaciones económicas apremiantes, cómo ocupar el tiempo libre que la ciencia y el interés compuesto habrán ganado para él, para vivir sabiamente, agradablemente y bien»4. Y en una discusión de 1956 publicada hace unos años, Max Horkheimer comienza comentándole como al pasar a Theodor Adorno que «hoy disponemos de suficientes fuerzas productivas; obviamente es posible proveer de bienes al mundo entero, y entonces habría que intentar eliminar el trabajo como forzosidad para el hombre»5.

Y Keynes y Adorno vivían en un mundo donde la industria solo parecía posible a escala muy grande, ya fuera en fábricas capitalistas o empresas estatales; esa forma de industria implica jerarquía sin importar la formación social en la que esté inserta. Pero los avances tecnológicos recientes sugieren la posibilidad de volver a una estructura menos centralizada, sin reducir drásticamente el nivel de vida material: la proliferación de impresoras 3d y de pequeños «laboratorios de fabricación» está haciendo cada vez más posible reducir la escala de al menos parte de la manufactura sin sacrificar por completo la productividad. Por lo tanto, en la medida en que todavía se requiera algo de trabajo humano en la producción en nuestro futuro comunista imaginado, podría tomar la forma de pequeñas cooperativas en lugar de empresas capitalistas o estatales.

Pero superar económicamente el trabajo asalariado también significa superarlo socialmente, y esto implica cambios profundos en nuestras prioridades y nuestra forma de vida. Si queremos imaginar un mundo donde el trabajo ya no sea una necesidad, probablemente sea más fructífero recurrir a la ficción antes que a la teoría. De hecho, muchas personas ya están familiarizadas con la utopía de un comunismo post-escasez, porque ha sido representado en una de las obras más conocidas de nuestra cultura popular: Star Trek. La economía y la sociedad de ese programa televisivo se basan en dos elementos técnicos básicos. Uno de ellos es la tecnología del «replicador», que es capaz de materializar cualquier objeto de la nada con solo presionar un botón. El otro es una fuente de energía aparentemente libre (o casi gratuita) descrita de forma difusa, que hace funcionar los replicadores y todo lo demás en la serie televisiva.

El carácter comunista del universo de Star Trek a menudo se oscurece porque las películas y series de la saga se centran en la jerarquía militar de la Flota Estelar, que explora la galaxia y entra en conflicto con razas alienígenas. Pero incluso esta parece ser en gran medida una jerarquía elegida voluntariamente, que atrae a quienes buscan una vida de aventura y exploración; en la medida en que vislumbramos destellos de vida civil, pareciera que la jerarquía o la compulsión no la perturban. Y cuando la serie se desvía de la utopía comunista, es porque sus guionistas introducen la amenaza externa de razas alienígenas hostiles o recursos escasos para producir suficiente tensión dramática.

Sin embargo, no es necesario conjurar naves espaciales y extraterrestres para imaginar las tribulaciones de un futuro comunista. La novela de Cory Doctorow Tocando fondo en el reino mágico (2003)6 imagina un mundo post-escasez que se desarrolla en una extrapolación reconocible de los Estados Unidos actuales. Al igual que en Star Trek, la escasez material ha sido superada en este mundo. Pero Doctorow comprende que, en las sociedades humanas, ciertos bienes inmateriales siempre serán inherentemente escasos: reputación, respeto, estima entre los pares. Por lo tanto, el libro gira en torno de los intentos de varios personajes de acumular «whuffie», una especie de puntaje extra virtual que representa la estima que alguien ha acumulado de los demás. El whuffie, a su vez, se utiliza para determinar quién tiene la autoridad en cualquier empresa colectiva voluntaria; en el caso de la novela, para manejar Disneylandia.

El valor del libro de Doctorow, en contraste con Star Trek, es que plantea un mundo post-escasez, que tiene sus propias jerarquías y conflictos, en lugar de uno en el que todos viven en perfecta armonía y la política se detiene. La reputación, como sucede con el capital, puede acumularse de manera desigual y autoperpetuarse, pues aquellos que ya son populares obtienen la capacidad de hacer cosas que les deparan más atención y los hacen aún más populares. Estas dinámicas son fácilmente observables hoy en día, ya que los blogs y otras redes sociales producen «guardianes» populares capaces de determinar quién recibe atención y quién no, de una manera que no depende completamente de quién tiene dinero para gastar. Organizar la sociedad de acuerdo con quién tiene más «me gusta» en Facebook acarrea ciertos inconvenientes, por decir lo menos, incluso cuando se extrae esto de su envoltura capitalista.

Pero si no es una visión de una sociedad perfecta, esta versión del comunismo es al menos un mundo en el que el conflicto ya no se basa en la oposición entre los trabajadores asalariados y los capitalistas, o en las luchas por recursos escasos. Es un mundo en el que no todo se reduce a dinero. Una sociedad comunista seguramente tendría jerarquías de estatus, como las tienen todas las sociedades humanas y también el capitalismo. Pero en el capitalismo todas las jerarquías de estatus tienden a estar alineadas, aunque de manera imperfecta, con una jerarquía de estatus principal: la acumulación de capital y dinero. El ideal de una sociedad post-escasez es que varios tipos de valoración sean independientes, de manera que la valoración en la que uno es considerado como músico, por ejemplo sea independiente de la consideración que se obtiene como activista político, y no se pueda usar un tipo de estatus para comprar otro. En cierto sentido, entonces, es inapropiado referirse a esto como una configuración «igualitaria», ya que no sería un mundo sin jerarquías sino uno de muchas jerarquías, ninguna de las cuales es superior a las demás.

Jerarquía y abundancia: rentismo

Dadas las premisas técnicas de una automatización completa y energía libre, la utopía que ofrece Star Trek de un comunismo puro se convierte en una posibilidad, pero difícilmente en una fatalidad. Después de todo, la elite burguesa de nuestros días no solo disfruta de un acceso privilegiado a bienes materiales escasos; también disfruta de un elevado estatus y de poder social sobre las masas trabajadoras, lo cual no debe descartarse como una fuente de motivación capitalista. En definitiva, nadie puede gastar 1.000 millones de dólares en sí mismo; sin embargo, hay administradores de fondos de cobertura que ganan eso en un solo año y luego regresan por más. Para esas personas, el dinero es una fuente de poder sobre los demás, una marca de estatus y una forma de mantener el puntaje, no muy diferente del whuffie de Doctorow, excepto que es una forma de estatus que depende de la privación material de los demás. Por lo tanto, es de esperar que incluso si el trabajo se volviera superfluo en la producción, las clases dominantes se esforzarían por preservar un sistema basado en el dinero, las ganancias y el poder de clase.

La forma embrionaria del poder de clase en una economía post-escasez se puede encontrar en nuestros sistemas legales de propiedad intelectual. Si bien a los defensores contemporáneos de la propiedad intelectual les gusta hablar de ella como si fuera perfectamente análoga a otros tipos de propiedad, en realidad se basa en un principio bastante diferente. Como observan los economistas Michele Boldrin y David K. Levine, los derechos de propiedad intelectual van más allá de la concepción tradicional de la propiedad. No se limitan a garantizar «tu derecho a controlar la copia de tu idea», en la forma en que protegen mi derecho a controlar mis zapatos o mi casa. Por el contrario, les dan a los titulares de derechos la capacidad de decirles a otros cómo usar copias de una idea que «poseen». Como dicen Boldrin y Levine, «este no es un derecho otorgado ordinaria o automáticamente a los dueños de otros tipos de propiedad. Si produzco una taza de café, tengo el derecho de elegir si te la venderé o no, o si la beberé yo mismo. Pero mi derecho de propiedad no es un derecho automático tanto a venderte la taza de café como a decirte cómo beberla»7.

La mutación de la forma de propiedad, de real a intelectual, cataliza la transformación de la sociedad en algo que no es reconocible como capitalismo, pero que, sin embargo, es tan desigual como este. El capitalismo, en su raíz, no se define por la presencia de capitalistas, sino por la existencia de capital, que a su vez es inseparable del proceso de producción de mercancías mediante el trabajo asalariado, d-m-d. Si desapareciera el trabajo asalariado, la clase dominante podría continuar acumulando dinero solo si retuviera la capacidad de apropiarse de un flujo de renta, lo cual surge de su control de la propiedad intelectual. Así surgiría una sociedad más rentista que capitalista.

Supongamos, por ejemplo, que toda la producción se realiza mediante el replicador de Star Trek. Para ganar dinero vendiendo artículos replicados, se debe evitar que las personas hagan lo que quieran sin pagar por ello, y esta es la función de la propiedad intelectual. El replicador solo puede obtenerse de una empresa que otorga el derecho de usar uno, ya que cualquiera que intente entregar un replicador o hacer uno con el propio replicador de la empresa estaría violando los términos de su licencia. Es más, cada vez que se hace algo con el replicador, se debe pagar un canon de licencia a quien posea los derechos de esa cosa en particular. En este mundo, si el capitán de Star Trek, Jean-Luc Picard, quisiera replicar su amado té Earl Gray caliente, tendría que pagarle a la empresa que tiene los derechos de autor del patrón replicador para el té Earl Grey caliente.

Esto resuelve el problema de cómo mantener una empresa con fines de lucro, al menos en apariencia. Cualquiera que intente satisfacer sus necesidades desde su replicador sin pagar a los cárteles de derechos de autor quedaría fuera de la ley, como quienes en la actualidad comparten archivos online. A pesar de lo absurdo de esto, este acuerdo probablemente tendría defensores entre algunos críticos contemporáneos de la cultura de intercambio en internet; Contra el rebaño digital, de Jaron Lanier, por ejemplo, llama explícitamente a imponer la «escasez artificial» en el contenido digital para restaurar su valor8. Las consecuencias de tales argumentos ya son evidentes en las demandas de la industria discográfica contra los desafortunados descargadores de archivos mp3 y en la continua intensificación del estado de vigilancia con el pretexto de combatir la piratería. La extensión de este régimen a la microfabricación de objetos físicos solo empeorará el problema. Una vez más, la ciencia ficción es esclarecedora; en este caso, el trabajo de Charles Stross, Accelerando9, nos muestra un futuro en el que los infractores de derechos de autor son perseguidos por asesinos a sueldo, mientras que Halting State [Estado de Halting y también Estado de detención]10 representa a fabbers (fabricantes digitales) clandestinos que transgreden la ley con sus impresoras 3d.

Pero una economía basada en la escasez artificial no solo es irracional, sino que también es disfuncional. Si todos se ven obligados constantemente a pagar dinero en cánones de licencia, entonces necesitan alguna forma de ganar dinero, y esto genera un nuevo problema. El dilema fundamental del rentismo es el problema de la demanda efectiva: es decir, cómo garantizar que las personas puedan ganar suficiente dinero para poder pagar los cánones de licencia de los que depende el beneficio privado. Por supuesto, esto no es tan diferente del problema que enfrentó el capitalismo industrial, pero se vuelve más grave a medida que el trabajo humano es progresivamente expulsado del sistema y los seres humanos se vuelven superfluos como factores de producción, aunque sigan siendo necesarios como consumidores. Entonces, ¿qué tipo de trabajos seguirían existiendo en esta economía?

Todavía se necesitaría de algunas personas para inventar cosas nuevas que se replicaran, por lo que quedará un lugar para una pequeña «clase creativa» de diseñadores y artistas. Y a medida que se acumulan sus creaciones, la cantidad de cosas que se pueden replicar pronto superará con creces el tiempo y el dinero disponibles para disfrutarlas. La mayor amenaza para las ganancias de una empresa determinada no será el costo de la mano de obra o las materias primas –aunque fueran mínimas o inexistentes–, sino la posibilidad de que las licencias que poseen pierdan popularidad frente a las de los competidores. El marketing y la publicidad, entonces, continuarán empleando a un número significativo de personas. Junto a los especialistas en marketing, también habrá un ejército de abogados, ya que lo que hoy es el litigio por infracciones de patentes y derechos de autor aumentará y tenderá a abarcar todos los aspectos de la actividad económica. Y finalmente, como en cualquier sociedad jerárquica, debe haber un aparato de represión para evitar que los pobres e indefensos tomen su parte de los ricos y poderosos. Hacer cumplir una ley de propiedad intelectual draconiana requerirá grandes batallones de lo que Samuel Bowles y Arjun Jayadev llaman «trabajo de guardia»: «Los esfuerzos de los supervisores, guardias y personal militar dirigidos no hacia la producción, sino hacia la ejecución de demandas derivadas de intercambios y la búsqueda o prevención de transferencias unilaterales de propiedad»11.

Mantener el pleno empleo en una economía rentista será una lucha constante. Es poco probable que las cuatro áreas que acabamos de describir puedan reemplazar completamente todos los trabajos perdidos por la automatización. Además, estos trabajos están sujetos a innovaciones que ahorran mano de obra. El marketing se puede hacer con minería de datos y algoritmos; gran parte de las tareas rutinarias de la práctica legal pueden ser reemplazadas por software; el trabajo de vigilancia puede realizarse mediante drones en lugar de policía humana. Incluso parte del trabajo de la invención de productos podría algún día ser encargado a computadoras que posean cierta rudimentaria inteligencia artificial creativa.

Y si la automatización falla, la elite rentista puede colonizar nuestro tiempo libre para extraer mano de obra gratuita. Facebook ya confía en sus usuarios para crear contenido gratis, y la reciente moda de la «gamificación» sugiere que las corporaciones están muy interesadas en encontrar formas de convertir el trabajo de sus empleados en actividades que las personas encuentren placenteras, para que, de este modo, las lleven a cabo de forma gratuita en su propio tiempo. El investigador informático Luis von Ahn, por ejemplo, se ha especializado en el desarrollo de «juegos con un propósito» (games with a purpose), aplicaciones que se presentan a los usuarios como entretenimientos divertidos al tiempo que realizan una tarea computacional útil. Uno de los juegos de Von Ahn pedía a los usuarios que identificaran objetos en una serie de fotos, y los datos se volvían a introducir en una base que se utilizó para buscar imágenes. Esta línea de investigación evoca el mundo de la novela El juego de Ender, de Orson Scott Card12, en la que los niños pelean remotamente una guerra interestelar a través de lo que creen que son videojuegos.

Todo esto significa que la sociedad del rentismo probablemente estaría sujeta a una tendencia persistente hacia el subempleo, que la clase dominante debería contrarrestar de alguna manera para mantener el sistema unido. Esto implica hacer realidad una visión que el difunto André Gorz, basado en Marx, tenía de la sociedad postindustrial: «la distribución de los medios de pago debe corresponder al volumen de riqueza socialmente producida y no al volumen de trabajo realizado». Esto podría implicar gravar las ganancias de las empresas rentables y redistribuir el dinero entre los consumidores, posiblemente como un ingreso garantizado sin condiciones y quizás a cambio de realizar algún tipo de trabajo insignificante. Pero incluso si la redistribución es deseable desde el punto de vista de la clase como un todo, surge un problema de acción colectiva; cualquier empresa individual o persona rica se sentirá tentada a aprovecharse de los otros y, por lo tanto, se resistirá a los esfuerzos por imponer un impuesto redistributivo. El gobierno también podría simplemente imprimir dinero para dar a la clase trabajadora, pero la inflación resultante sería una forma indirecta de redistribución y también sería resistida. Finalmente, existe la opción de financiar el consumo a través del endeudamiento de los consumidores, pero es probable que los lectores de principios del siglo xxi no necesiten recordar las limitaciones inherentes a esa solución.Frente a todos estos problemas, uno podría preguntarse por qué la clase rentista se molestaría en tratar de extraer ganancias de las personas, ya que de todos modos podrían replicar lo que quisieran. ¿Qué impide que la sociedad simplemente se disuelva en el escenario comunista de la sección anterior? Es posible que nadie tenga suficientes licencias para satisfacer todas sus necesidades, por lo que todos necesitarán más ingresos para pagar sus propios costos de licencia. Es posible tener el patrón replicador para una manzana, pero solo poder hacer manzanas no es suficiente para sobrevivir. En esta lectura, a la clase rentista pertenecen solo aquellos que poseen suficientes licencias para cubrir todos sus cánones de licencia.

O tal vez, como se señaló al principio, la clase dominante protegería su posición privilegiada para proteger a su vez el poder que tiene sobre los demás, otorgado a los que están en la cima de una sociedad dividida en clases. Esto sugiere otra solución al problema de subempleo del rentismo: la contratación de personas para realizar servicios personales podría convertirse en una marca de estatus, incluso si la automatización la hiciera estrictamente innecesaria. El tan anunciado auge de la economía de servicios evolucionaría hasta convertirse en una versión futurista de la Inglaterra del siglo xix o partes de la India actual, donde la elite puede darse el lujo de contratar a un gran número de servidores.

Pero esta sociedad solo puede persistir mientras una mayoría acepte la legitimidad de su jerarquía de gobierno. Quizás el poder de la ideología sería lo suficientemente fuerte como para inducir a la gente a aceptar el estado de cosas descripto aquí. O tal vez la gente comenzaría a preguntarse por qué el patrimonio del conocimiento y la cultura está encerrado en leyes restrictivas, cuando, para usar un eslogan recientemente popular, «otro mundo es posible» más allá del régimen de escasez artificial.

Igualitarismo y escasez: socialismo

Hemos visto que la combinación de producción automatizada y recursos abundantes nos da o bien la utopía pura del comunismo, o bien la distopía absurda del rentismo; pero ¿y si la energía y los recursos siguen siendo escasos? En ese caso, llegamos a un mundo caracterizado simultáneamente por la abundancia y la escasez, en el que la liberación de la producción se desarrolla junto con una planificación y gestión intensificadas de los insumos para esa producción. La necesidad de controlar la mano de obra desaparece, pero la necesidad de gestionar la escasez continúa.Debe entenderse que la escasez de insumos físicos para la producción abarca mucho más que materias primas específicas como el petróleo o el mineral de hierro: el efecto maligno del capitalismo en el medio ambiente amenaza con causar daños permanentes a los climas y ecosistemas de los que depende gran parte de nuestra economía actual. El cambio climático ya ha comenzado a causar estragos en el sistema alimentario mundial, y las generaciones futuras posiblemente vean en la variedad de alimentos disponibles hoy en día una edad de oro insostenible. (Las generaciones anteriores de escritores de ciencia ficción a veces imaginaban que un día elegiríamos consumir toda nuestra nutrición en forma de una píldora sin sabor; y lo podemos hacer, si fuera necesario). Y bajo las proyecciones más severas, muchas áreas que ahora están densamente pobladas pueden volverse inhabitables, lo que impondría costos severos de relocalización y reconstrucción a nuestros descendientes.

Nuestro tercer futuro, entonces, es uno en el que nadie necesita llevar a cabo trabajo, y sin embargo las personas no son libres de consumir tanto como quisieran. Se requiere algún tipo de gobierno y el comunismo puro está excluido como una posibilidad; en su lugar, lo que obtenemos es una versión del socialismo y alguna forma de planificación económica. Sin embargo, en contraste con los planes del siglo xx, los del futuro con recursos limitados se relacionan principalmente con la gestión del consumo, en lugar de la producción. Es decir, todavía pensamos en el replicador; la tarea es administrar los insumos que lo alimentan.

Esto puede parecer bastante poco prometedor. El consumo, después de todo, era precisamente el área en la que la planificación al estilo soviético era más deficiente. Una sociedad que puede armarse para la guerra contra los nazis, pero que luego está sujeta a una escasez interminable y donde la gente tiene que hacer fila para recibir alimentos no es algo muy inspirador. Pero la verdadera lección de la Unión Soviética y sus imitadores es que aún no había llegado la hora de la planificación. Y cuando llegó, la esclerosis burocrática y las deficiencias políticas del sistema comunista resultaron incapaces de acomodarse a ella. En las décadas de 1950 y 1960, los economistas soviéticos intentaron heroicamente reconstruir su economía para hacerla más viable: una de las figuras más destacadas en este esfuerzo fue el ganador del Premio Nobel Leonid Kantoróvich, cuya historia se cuenta en forma de ficción en el libro de Francis Spufford, Abundancia roja13. El esfuerzo no dio resultado, no porque la planificación fuera imposible en principio, sino porque era técnica y políticamente imposible en la urss de aquella época. Técnicamente, porque todavía no se disponía de suficiente poder computacional, y políticamente porque la elite burocrática soviética no estaba dispuesta a desprenderse del poder y los privilegios logrados bajo el sistema existente.

Pero los esfuerzos de Kantoróvich y de los teóricos contemporáneos de la planificación, como , sugieren que es posible alguna forma de planificación eficiente y democrática14. Y que esta será necesaria en un mundo de recursos escasos: si bien la producción capitalista privada ha tenido mucho éxito en incentivar la innovación tecnológica que ahorra mano de obra, ha demostrado ser desastrosa para proteger el medio ambiente o racionar recursos escasos. Incluso en un mundo poscapitalista y poslaboral, se necesita algún tipo de coordinación para garantizar que los individuos no traten el planeta de una manera que, en conjunto, sea insostenible. Lo que se necesita, como dijo Michael Löwy, es algún tipo de «planificación democrática global» que se base en un debate pluralista y democrático en lugar del gobierno de los burócratas15.

Sin embargo, debe hacerse una distinción entre la planificación democrática y una economía completamente no mercantil. Una economía socialista podría emplear una planificación racional sin dejar de ofrecer algún tipo de intercambio de mercado, además de dinero y precios. Esto, de hecho, fue una de las ideas de Kantoróvich; en lugar de eliminar las señales de precios, quería convertir los precios en mecanismos para transformar los objetivos de producción planificada en realidades económicas. Los intentos actuales de poner un precio a las emisiones de carbono a través de esquemas de emisiones negociables con fijación de límites máximos apuntan en esta dirección: si bien utilizan el mercado como mecanismo de coordinación, también son una forma de planificación, ya que el paso clave es la decisión no mercantil sobre qué nivel de emisiones de carbono es aceptable. Este enfoque podría verse bastante diferente de lo que es hoy, si se generaliza y se implementa sin relaciones de propiedad capitalistas y desigualdades económicas.

Supongamos que todos recibieran un salario no como contraprestación por el trabajo sino como un derecho humano. El salario no compraría los productos del trabajo de otros, sino más bien el derecho a usar una cierta cantidad de energía y recursos cuando uno use los replicadores. Los mercados podrían desarrollarse en la medida en que las personas eligieran cambiar un tipo de permiso de consumo por otro, pero esto sería lo que el sociólogo Erik Olin Wright llama «capitalismo entre adultos que consienten», en lugar de la participación involuntaria en el trabajo asalariado impulsada por la amenaza del hambre.

Dada la necesidad de determinar y alcanzar niveles estables de consumo –y así, establecer precios–, el Estado no puede desvanecerse, como lo hace en el escenario comunista. Y donde hay escasez, seguramente habrá conflictos políticos, incluso cuando estos ya no sean conflictos de clases. Conflictos entre regiones, entre generaciones, entre aquellos que están más preocupados por el cuidado a largo plazo del medio ambiente y aquellos que prefieren más consumo material a corto plazo: pues bien, ninguno de estos será fácil de resolver. Pero al menos habremos llegado al otro lado del capitalismo como sociedad democrática, y más o menos enteros.

Jerarquía y escasez: exterminismo

Pero si no llegamos como iguales y los límites ambientales continúan presionándonos, nos enfrentamos al cuarto y más inquietante de nuestros futuros posibles. En cierto modo, se parece al comunismo con el que comenzamos, pero es un comunismo para unos pocos. Una verdad paradójica sobre esa elite global que hemos aprendido a llamar el «1%» es que, si bien se define por su control de una gran parte de la riqueza monetaria del mundo, es al mismo tiempo el fragmento de humanidad cuya vida cotidiana está menos dominada por el dinero. Como ha escrito Charles Stross, los más ricos habitan una existencia en la que la mayoría de los bienes mundanos son, en efecto, gratuitos16. Es decir, su riqueza es tan grande en relación con el costo de los alimentos, la vivienda, los viajes y otras comodidades, que rara vez tienen que considerar el costo de algo. Pueden tener lo que quieran.

Es decir que para los muy ricos, el mundo ya es algo así como el comunismo descripto anteriormente. La diferencia, por supuesto, es que su condición post-escasez es posible no solo por las máquinas sino por el trabajo de la clase trabajadora global. Pero una visión optimista de los procesos futuros –el futuro que he descrito como comunismo– es que eventualmente llegaremos a un estado en el que todos seamos, en cierto sentido, el 1%. Como dice la famosa frase de William Gibson: «El futuro ya está aquí; simplemente está distribuido de manera desigual».

Pero ¿qué pasa si los recursos y la energía son demasiado escasos para permitir que todos disfruten del nivel de vida material de los ricos de hoy? ¿Qué sucede si llegamos a un futuro que ya no requiere la mano de obra del proletariado de masas en la producción, pero que no puede proporcionar a todos un nivel de consumo arbitrariamente alto? Si llegamos a ese mundo como una sociedad igualitaria, la respuesta es el régimen socialista de conservación compartida descripto en la sección anterior. Pero si, en cambio, seguimos siendo una sociedad polarizada entre una elite privilegiada y una masa oprimida, entonces la trayectoria más plausible conduce a algo mucho más oscuro; lo llamaré con el término que E.P. Thompson usó para describir una distopía diferente, durante el pico de la Guerra Fría: exterminismo.

El gran peligro que representa la automatización de la producción en el contexto de un mundo con jerarquía y recursos escasos es que hace que la gran masa de personas sea superflua desde el punto de vista de la elite gobernante. Esto contrasta con el capitalismo, donde el antagonismo entre capital y trabajo se caracterizó tanto por un choque de intereses como por una relación de dependencia mutua: los trabajadores dependen de los capitalistas siempre que no controlen los medios de producción ellos mismos, mientras que los capitalistas necesitan trabajadores para operar sus fábricas y tiendas. Es como lo decía la letra del himno «Solidaridad para siempre»: «Se han llevado innumerables millones que ganaron sin haber trabajado nunca / pero sin nuestro cerebro y músculo no puede girar ni una sola rueda». Con el surgimiento de los robots, el segundo verso deja de tener vigencia.

La existencia de una multitud empobrecida y económicamente superflua plantea un gran peligro para la clase dominante, que naturalmente temerá la expropiación inminente; ante esta amenaza, se presentan varios cursos de acción. Las masas pueden ser compradas con cierto grado de redistribución de recursos, por ejemplo si los ricos comparten su riqueza en forma de programas de bienestar social, al menos si las limitaciones de recursos no son demasiado estrechas. Pero además de reintroducir potencialmente la escasez en la vida de los ricos, es probable que esta solución conduzca a una cantidad cada vez mayor de demandas por parte de las masas y que haga crecer así, una vez más, el fantasma de la expropiación. Esto es esencialmente lo que sucedió en el punto culminante del Estado de Bienestar, cuando los patrones comenzaron a temer que tanto las ganancias como el control sobre el lugar de trabajo se les escaparan de las manos.

Si comprar a las muchedumbres enojadas no es una estrategia sostenible, otra opción es simplemente huir y esconderse de ellas. Esta es la trayectoria de lo que el sociólogo Bryan Turner llama « 17: un orden en el que «los gobiernos y otras organizaciones buscan regular los espacios y, donde es necesario, inmovilizar los flujos de personas, bienes y servicios» a través del «cierre, barreras burocráticas, exclusiones legales y registros». Comunidades cerradas, islas privadas, guetos, prisiones, paranoia del terrorismo, cuarentenas biológicas; juntos, estos equivalen a un gulag global invertido, donde los ricos viven en pequeñas islas de riqueza esparcidas alrededor de un océano de miseria. En Tropic of Chaos [Trópico de Caos]18, Christian Parenti argumenta que ya estamos construyendo este nuevo orden, pues el cambio climático provoca lo que él llama la «convergencia catastrófica» de disrupción ecológica, desigualdad económica y fracaso del Estado. El legado del colonialismo y el neoliberalismo es que los países ricos, junto con las elites de los más pobres, han facilitado la desintegración en la violencia anárquica, ya que varias facciones tribales y políticas luchan por la decreciente bonanza de los ecosistemas dañados. Frente a esta sombría realidad, muchos de los ricos –que, en términos globales, también incluyen a muchos trabajadores de los países ricos– se han resignado a encerrarse en sus fortalezas, para ser protegidos por drones no tripulados y contratistas militares privados. El trabajo de guardia que encontrábamos en la sociedad rentista reaparece en una forma aún más malévola, ya que unos pocos afortunados son empleados como ejecutantes y protectores de los ricos.

Pero esto también es un equilibrio inestable, por la misma razón básica que lo es comprar a las masas. Mientras existan hordas caídas en la miseria, existe el peligro de que algún día sea imposible mantenerlas a raya. Una vez que el trabajo de las masas se haya vuelto superfluo, acechará una solución final: la guerra genocida de los ricos contra los pobres. Muchos han calificado el film protagonizado por Justin Timberlake, El precio del mañana (Andrew Niccol, 2011), de película marxista19, pero es más precisamente una parábola del camino hacia el exterminismo. En la película, una pequeña clase dominante vive eternamente (esto es literal) en sus enclaves cerrados gracias a la tecnología genética, mientras que todos los demás están programados para morir a los 25 años, a menos que puedan mendigar, pedir prestado o robar más tiempo. Lo único que salva a los trabajadores es que los ricos aún necesitan algo de su trabajo; cuando esa necesidad deje de existir, presumiblemente también la clase trabajadora dejará de existir.

De ahí surge el exterminismo como descripción de este tipo de sociedad. Este telos genocida puede parecer un extravagante nivel de barbarie propio de villano de cómic; tal vez no sea razonable pensar que un mundo marcado por los holocaustos del siglo xx podría volver a hundirse en tal depravación. Por otra parte, eeuu ya es un país donde ha habido un precandidato serio a la Presidencia que gozaba ejecutando a inocentes, mientras que un comandante en jefe puede ordenar a la ligera el asesinato de ciudadanos estadounidenses sin siquiera atisbos de debido proceso y ante el aplauso generalizado de los liberales20.

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Estas cuatro visiones son tipos abstractos ideales, esencias platónicas de una sociedad. Omiten muchos de los detalles desordenados de la historia e ignoran la realidad de que escasez/abundancia e igualdad/jerarquía no son simples dicotomías, sino más bien escalas con muchos posibles puntos intermedios. Pero mi inspiración, al bosquejar estos retratos simplificados, fue el modelo de una sociedad puramente capitalista que Marx desarrolló en El capital: un ideal que nunca puede reflejarse perfectamente en los complejos conjuntos de la historia económica real, pero que ilumina elementos únicos y fundamentales de un particular orden social. Los socialismos y las barbaries descriptos aquí deberían considerarse como caminos que la humanidad podría tomar, incluso aunque sean destinos que nunca alcanzaremos. Con cierto conocimiento de lo que se encuentra al final de cada camino, quizás podamos evitar avanzar en la dirección equivocada.

Nota: la versión original en inglés de este artículo apareció en Jacobin, 12/2011, disponible en <www.jacobinmag.com/2011/12/four-futures/>, y dio origen al libro Four Futures: Life After Capitalism, Verso, Londres, 2016. Traducción de Carlos Díaz Rocca.

Imagen: Umberto Boccioni, La città che sale

  • 1.

    R. Luxemburgo: «El folleto Junius. La crisis de la socialdemocracia alemana», 1915, en Marxists Internet Archive, www.marxists.org/.

  • 2.

    K. Marx: Crítica al Programa de Gotha, Ricardo Aguilera, Madrid, 1968, p. 24.

  • 3.

    Ramez Naam: «Smaller, Cheaper, Faster: Does Moore’s Law Apply to Solar Cells?» en Scientific American, 16/3/2011.

  • 4.

    J. M. Keynes: «Economic Possibilities for Our Grandchildren» en Marxist Internet Archive, www.marxist.org.

  • 5.

    T. W. Adorno y M. Horkheimer: «¿Hacia un nuevo Manifiesto?» en New Left Review No 65, 2010, p. 38.

  • 6.

    C. Doctorow: Tocando fondo, AJEC, Granada, 2005.

  • 7.

    M. Boldrin y D. K. Levine: «Property Rights and Intellectual Monopoly» en dklevine.com, s./f., www.dklevine.com/general/intellectual/coffee.htm.

  • 8.

    J. Lanier: Contra el rebaño digital. Un manifiesto, Debate, Barcelona, 2011.

  • 9.

    Bibliópolis, Madrid, 2011.

  • 10.

    Ace Book, Nueva York, 2014.

  • 11.

    A. Jayadev y S. Bowles: «Guard Labor» en Journal of Development Economics vol. 79 No 2, 2006.

  • 12.

    Ediciones B, Barcelona, 1987.

  • 13.

    Turner, Madrid, 2011.

  • 14.

    P. Cockshott y A. Cottrell: Toward a New Socialism, Spokesman Books, Nottingham, 1993.

  • 15.

    M. Löwy: «Eco-Socialism and Democratic Planning» en Socialist Register vol. 43, 2007.

  • 16.

    C. Stross: «A Cultural Thought Experiment» en Charlie’s Diary, www.antipope.org/charlie/blog-static/2011/10/a-cultural-experiment.html, 22/10/2011.

  • 17.

    B. Turner: «The Enclave Society: Towards a Sociology of Immobility» en European Journal of Social Theory vol. 10 No 2, 2007.

  • 18.

    Nation Books, Nueva York, 2011.

  • 19.

    Stuart Klawans: «Times Squared» en The Nation, 9/11/2011.

  • 20.

    Se refiere al entonces gobernador de Texas y precandidato presidencial republicano Mick Perry, quien bajo su mandato firmó 200 ejecuciones, una cifra récord que incluía a inocentes, enfermos mentales y menores de edad al cometer el delito, según denunció Amnistía Internacional; y la segunda referencia es al ataque con dron decidido por Barack Obama que causó la muerte del ciudadano estadounidense-yemení Anwar al-Awlaki, presuntamente vinculado a la organización terrorista Al Qaeda [n. del e.].

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 283, Septiembre - Octubre 2019, ISSN: 0251-3552


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