Tema central
NUSO Nº 285 / Enero - Febrero 2020

Brasil: ¿cómo se «inventó» la nueva clase media?

Los cambios sociales en Brasil han sido significativos, pero ¿cómo y por qué comenzó a hablarse de nuevas clases medias para agrupar a los «ex pobres», beneficiados por las políticas públicas y los aumentos del salario mínimo? ¿Cómo influyeron los expertos, los organismos internacionales y los gobiernos? ¿Cómo experimentaron los brasileños la movilidad social y el acceso a bienes de consumo e incluso, por primera vez, a una vivienda propia?

Brasil: ¿cómo se «inventó» la nueva clase media?

En 2009, la revista The Economist proclamó a Brasil como un país de clase media con el título ya famoso «Brazil Takes Off» [Brasil despega]. En el artículo de tapa de esa edición, se hablaba de un conjunto de factores internos y externos que habrían hecho que el Estado más grande de América Latina pudiese ser señalado ya desde 2001 por economistas de Goldman Sachs como una de las grandes potencias emergentes del siglo xxi, junto con Rusia, China, la India y Sudáfrica1. Entre 2004 y 2013, el pib y el nivel de ingresos familiares habían promediado un crecimiento anual de 4% y 6%, respectivamente. En cuanto al índice de Gini –el más utilizado en el mundo para medir la desigualdad–, el país cerraba 2012 con los registros más bajos desde 1960. Por primera vez en siglos, Brasil crecía y simultáneamente redistribuía la renta, lo que beneficiaba ante todo a la base de la pirámide social. Poco a poco el país dejaba de ser la «nación del futuro» para posicionarse de cara a las transformaciones y erupciones del presente.

Algunos de los cambios habían tenido un primer impulso con el control de la inflación y la estabilidad económica propiciados por el Plan Real de 1994. El aumento en el poder adquisitivo del salario mínimo se expandió rápidamente: entre 1994 y 1999 se acumuló un incremento de 28,3%, y para la década de 2000 la revalorización alcanzó el 76% –la cifra más alta desde el retorno de la democracia en 1988–. De acuerdo con un informe de la Organización Internacional del Trabajo (oit), entre 2000 y 2011 Brasil pasó del puesto 14 al 4 en el ranking de los países que más incrementaron su salario mínimo: de 63 dólares saltó a 227 dólares. La más beneficiada fue la población brasileña económicamente activa, que también asistió a la caída en la tasa de desempleo formal observada a lo largo de la década: de 12,6% en 2002 a 4,8% en 2014.

El aumento real del salario mínimo y el consecuente descenso en el desempleo formal coincidieron con el despliegue de las políticas de expansión del crédito llevadas a cabo durante los dos mandatos sucesivos del presidente Luiz Inácio Lula da Silva a partir de 2003. Esto se canalizó por medio del acceso amplio a los servicios bancarios y los instrumentos de crédito y por la reducción en las tasas de interés mediante subsidios del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (bndes), lo que generó facilidades para los sectores más pobres. Y a esto hay que sumar la apuesta del gobierno federal por el desarrollo del mercado de consumo interno como estrategia para superar la crisis de 2008, otorgando subsidios fiscales a sectores de la industria (como en el caso de la reducción del impuesto sobre productos industrializados, ipi, que benefició a la producción de automóviles y electrodomésticos de línea blanca).

Un último efecto positivo de las políticas de redistribución surgió de los programas de transferencia condicionada de recursos, implementados a escala municipal a partir de 1995 con el Programa Bolsa Escola (Beca Escuela). Basándose en la iniciativa mexicana Oportunidades, en 2003 el gobierno de Lula da Silva promovió la unificación de programas para crear el Bolsa Família, el programa estrella de su gestión. Con el objetivo de lograr la inclusión social y la reparación histórica de la pobreza estructural –entendida ahora en su pluralidad de causas, efectos y modos de intervención–, el programa benefició en 2015 a 14 millones de familias, con una inversión anual de apenas 0,5% del pib.

Estas transformaciones en la composición de la sociedad brasileña desestabilizaron creencias muy arraigadas en torno de la desigualdad, la pobreza y la movilidad social. Se abrieron nuevos espacios políticos, económicos y subjetivos de intervención para un gran sector de la población, y la descripción del fenómeno pasó a ocupar el centro del debate entre los intelectuales con mayor presencia pública. Muchos comenzaron a hablar de una «nueva clase media» emergente. En poco tiempo, economistas, sociólogos, policy makers, formadores de opinión, periodistas y consultores de imagen pasaron a disputarse las interpretaciones del legado político, económico y subjetivo de esa movilidad. ¿Brasil se estaba convirtiendo en una sociedad de clase media? ¿O acaso se estaba dando un cambio general en una estratificación que internamente preservaba sus diferencias sociales y económicas? Y en ese proceso, ¿las familias estaban realmente accediendo a la ciudadanía y convirtiéndose en trabajadores formales? ¿O solo devenían consumidores integrados en una amplificada sociedad de consumo, con el eje puesto en la circulación internacional de bienes y productos?

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El concepto de «clase media» siempre fue usado con reluctancia por los estudiosos de las economías políticas en América Latina. Aun en países como Argentina y Chile, con su historial de amplia inmigración europea y el protagonismo de sus sectores intermedios en la fundación ideológica de la nación, la inestabilidad económica, la corrupción endémica y el comportamiento tradicional de las elites dirigentes habrían limitado la formación de sectores medios a lo largo del siglo xx2. Pese a ello, incluso algunas instituciones tradicionales de ayuda financiera internacional como el Banco Mundial –por lo común, interesadas en apoyar proyectos para combatir la pobreza– han reconocido recientemente el ascenso social de millones de familias que anteriormente vivían por debajo de la línea de pobreza3. Asimismo, en el campo de la discusión sociológica, las clases medias volvieron a posicionarse como clave analítica para la comprensión de procesos globales complejos y multidimensionales, desde la creación de nuevas cadenas interconectadas de producción capitalista y la instalación de nuevos mercados consumidores hasta la formación de estilos de vida transnacionales4.

Habiendo tal avalancha de planteos mediáticos, políticos y analíticos respecto del retorno del desarrollo en América Latina y su articulación con la clase media, ¿qué es exactamente lo que se entiende cuando desde miríadas de agentes y agencias se apela a este concepto? ¿Se trata de un grupo de enfoques que comparten condiciones objetivas –tales como las nociones de empleo o nivel de ingresos– y percepciones más o menos unificadas, empíricamente mensurables, siguiendo en esto el planteo que respecto de la clase media desplegaron historiadores sociales como E. P. Thompson5 y sociólogos como Charles Wright Mills6? ¿O estamos ante un relato histórico-político, una invocación discursiva más que una realidad en sí; una narración potente empleada para lograr ciertos objetivos políticos, identitarios y sociales? O, incluso, ¿podría tratarse de clases medias como conjuntos heteróclitos de expresiones cognitivas y emocionales, formas subjetivas de ver y construir el mundo, estructuras de símbolos y sentimientos a través de las cuales los distintos grupos se diferencian, como proponen los antropólogos que han reflexionado sobre este tema?

Desde la sociología más atenta a esta complejidad, podría suponerse que un abordaje económico ofrece mayor claridad y simplicidad conceptual al análisis de las clases medias. A fin de cuentas, los economistas se han empeñado siempre en calcular, delimitar y pronosticar los límites de riqueza e ingresos en las distintas clases sociales, combinando sus resultados y contrastándolos en tiempo y espacio. Pese a ello, una definición economicista de las clases medias queda subordinada a permanentes reajustes y nunca es única o inmutable. Tomemos como ejemplo la línea de pobreza fijada por el Banco Mundial, un instrumento que subraya las diferencias en los ingresos y las aloja en jerarquías de pertenencia sumamente delimitadas. En un influyente artículo publicado en 2009 al calor del debate sobre la emergencia de nuevas clases medias globales en los brics, el economista del Banco Mundial Martin Ravallion escribió que tales clases medias no podían definirse siguiendo los patrones normalmente aplicados para esos grupos en Occidente. Explicar cómo 1.200 millones de personas ascendieron a clases medias entre 1990 y 2002 exigía, según Ravaillon, recalibrar las fronteras inferior y superior en los ingresos de los sectores medios para los países en vías de desarrollo, llevándolas respectivamente a 2 dólares y 13 dólares por día a precios de 2005 (y preservando la paridad en el poder adquisitivo). Estos nuevos límites se mantenían por encima de la línea de pobreza promedio en los distintos países en vías de desarrollo, aunque no por casualidad quedaban por debajo de la línea de pobreza estadounidense (13 dólares diarios per cápita). Por lo demás, la redefinición de esas fronteras para los ingresos ayudaba, según el economista en cuestión, a «observar» mejor las dinámicas de movilidad económica y social en el interior de esas clases, lo que habilitaba comparaciones entre países con similares ingresos medios.

La cuestión de cómo definir desde los estudios sociales a las clases medias es, en definitiva, eminentemente política. Más allá del eje que se adopte –nivel de ingresos, ocupación, escolaridad, bienes de consumo–, los límites de acuerdo con cada uno de esos ejes pueden alterarse dependiendo de las preguntas, los problemas o los intereses que se pretenda enfatizar o resolver. En mis trabajos sobre la emergencia de la nueva clase media brasileña, siempre traté de comprender los efectos (políticos, económicos, sociales y subjetivos) que subyacen a las prácticas de nominación de esos sectores intermedios. Busqué reconstituir las múltiples instancias, voces e instituciones empeñadas en construir, nominar, definir y criticar las definiciones específicas, subrayando sus efectos taxonómicos y mapeando el modo en que esas diversas concepciones circulan en la sociedad, dentro y fuera del gobierno, en lo que hace a la producción de nuevas identidades entre grupos ascendentes y a su utilización por parte de policy makers y especialistas en mercados.

Examinar la historicidad y la contingencia de esas prácticas de clasificación es, por ende, el primer paso para tratar de entender los sentidos y efectos sociopolíticos que ejercen las clases medias en el mundo contemporáneo. Sin embargo, la investigación de los estratos medios no puede agotarse ahí. Debe incluir la búsqueda de las interacciones humanas que se instalan en el trascurso de esas prácticas clasificatorias; los modos en que ciertos grupos reaccionan, contestan o se apropian de los esquemas taxonómicos; las formas en que experimentan, histórica y culturalmente, diferentes modos de ser «de clase media». De esas interacciones emergen complejas constelaciones y mapas sociales para las prácticas, los discursos y las políticas respecto de lo que significa ocupar el ambiguo «espacio del medio» en el mundo desigual e interconectado de hoy. A ese fin paso a ofrecer, en primer lugar, una breve reconstrucción de los escenarios político-discursivos en torno del ascenso y la caída de la nueva clase media brasileña. Luego propondré una teoría alternativa respecto de cómo pensar las clases medias latinoamericanas actuales, evitando los criterios de nivel de ingresos y ocupación para referirme en su lugar al conjunto sensorial de prácticas, percepciones, afectos y clasificaciones de la clase media y sus diversas mediaciones.

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En 2008, el economista Marcelo Neri publicó un libro que recogía parte de su extensa investigación al frente del Centro de Políticas Sociles (cps) de la Fundación Getúlio Vargas (fgv) y al que tituló A nova classe média: o lado brilhante dos pobres [La nueva clase media: el lado brillante de los pobres]7. La «clase media», según el economista, había pasado a englobar a todas las familias cuyo ingreso mensual, en valores de 2009, oscilaba entre 1.126 y 4.854 reales (entre 470 y 2.022 dólares), lo cual incluía a algo más de 50% de la población y hacía de esta clase una suerte de retrato de la sociedad brasileña.

La tesis de doctorado de Neri en la Universidad de Princeton en 1996 mostraba la influencia de una red emergente de experts en microeconometría y métodos cuasi experimentales para la economía, que incluía a su orientador, el profesor David Card, y al Premio Nobel de Economía Angus Deaton. Neri fue uno de los principales nodos dentro de una red transnacional de investigadores que se propusieron conectar ciencia y políticas públicas. Fue una figura central en el proceso de internacionalización de los datos microsociales producidos en Brasil a partir de instrumentos de investigación y medición.

Para forjar la tesis de la nueva clase media, Neri recurrió en su libro a la utilización de frases simples y a la descripción de situaciones comunes. Perseveró en un planteo de larga data y que acabó teniendo su resonancia en la maquinaria estatal: el de la existencia de dos «Brasiles» retratados a través de una tensión entre un abordaje macro y otro microeconómico. Como él mismo afirmara, «está el Brasil de las cuentas nacionales, que se impone en la mayoría de los análisis económicos, y está el Brasil que visita a las personas en sus casas, el de las investigaciones domiciliarias. Y uno está separado del otro»8. Contrastando indicadores surgidos del pib y las encuestas nacionales de hogares (Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios, pnad), Neri propuso un nuevo modelo para la medición del crecimiento brasileño que no se amparaba en el pib como índice de bienestar, sino en el poder de compra de los ciudadanos de acuerdo con sus ingresos. Neri abría así las puertas a una imaginación económica basada menos en la productividad nacional y más en los efectos redistributivos de las políticas públicas. Tal modo de abordar las cifras se acomodaba a una perspectiva desarrollista de Estado en construcción y delimitaría una nueva etapa en las relaciones entre los economistas y el ámbito de la planificación de políticas sociales.

Para definir el lugar de la nueva clase media brasileña, el economista hizo uso del concepto de «clases económicas», valiéndose de la segmentación en cinco estratos propuesta por el Critério de Classificação Econômica Brasil. Más conocido como Critério Brasil, este índice brinda un patrón estimado respecto de la capacidad de consumo de los hogares brasileños, y fue desarrollado por la Asociación Brasileña de Empresas de Investigación sobre la base de la Investigación de Presupuestos Familiares del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (pof-ibge, por sus siglas en portugués). Su metodología se articula a partir de los bienes que poseen las familias, los cuales, mediante una jerarquía de puntos, suministran información sobre las distintas fronteras de clase económica.

Partiendo de indicadores como el trabajo y el potencial de consumo y de producción, Neri desplazó la discusión del plano estadístico al valorativo, imbuyendo a su nueva clase media de «un sentido positivo y prospectivo propio de aquel que realizó, y sigue realizando, el sueño de ascender en la vida»9. Una vez definidas las franjas arbitrarias de ingresos, su especificidad consistió en disparar preguntas sobre cuestiones no económicas y responderlas por medio de cuantificaciones y descomposiciones analíticas.

La posibilidad de proclamar a Brasil como un «país de clase media» llamó la atención del gobierno federal. Este formó, en 2011, una comisión integrada por intelectuales y políticos para analizar la cuestión. Bajo el auspicio de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la República (sae-pr), al año siguiente se formuló un nuevo criterio oficial de estratificación de la sociedad brasileña. Para tal esfuerzo (que buscaba mapear y sistematizar concepciones de la clase media en vistas a su aplicación concreta en la realidad nacional), el abordaje de Neri se combinó con un modelo matemático de estimación de vulnerabilidad. La iniciativa desembocó en el proyecto «Vozes da classe média» [voces de la clase media], que se mantuvo hasta 2015 y procuró descifrar las expectativas y los deseos de toda esa población para así mejorar la formulación de las políticas estatales. La propuesta combinaba un sistema de protección social con un modelo de expansión de mercado, y era la cristalización de lo que Neri bautizara como «el camino del medio»: «El desafío es combinar las virtudes del Estado y las virtudes de los mercados, tratando de evitar los errores en cada uno de los lados»10.

Tomando como punto de partida el trabajo seminal de Neri, las páginas centrales de los periódicos del país y del mundo pasaron a escribir la crónica de la «nueva clase media» brasileña. Si bien no desaparecerían del todo las escenas de viviendas precarias en las periferias de las grandes ciudades, las imágenes que antes llamaban a combatir la pobreza eran ahora reemplazadas por respetables familias sonrientes posando en sus entornos domésticos poblados de objetos de consumo. Aun cuando no hubiera unanimidad total11, la tesis de la «nueva clase media» se expandió con fuerza en los circuitos mediático, político y científico.

A partir de un relevamiento de los diez principales diarios brasileños, se hizo posible documentar la acelerada trayectoria y evolución de la tesis de la «nueva clase media». Se relevaron 2.159 artículos relacionados con la expresión, publicados entre enero de 2001 y abril de 2014. En el gráfico que sigue podemos ver su distribución relativa dentro de ese recorte de años. Se constata su irrupción como «frente discursivo» en 2008 –año del lanzamiento de la investigación de Neri–, su punto de auge en 2012 y su progresiva disminución desde entonces.

Hay que añadir otro aspecto y es que el discurso de la nueva clase media brasileña también circuló, floreció y cosechó frutos en otro destacado circuito: el del marketing volcado a los consumidores de ingresos bajos. El discurso en cuestión fue fundamental para la reinvención de ese marketing. Institutos de investigación de mercado y especialistas en públicos consumidores firmaron contratos millonarios de consultoría con empresas interesadas en comercializar sus productos apuntando al nuevo público. En simultáneo, un boom de noticias y cifras sobre consumo se extendía en los medios: generosos ingresos familiares, acceso a créditos y a bienes perdurables, y un potencial de consumo anual de más de un billón de reales (461.000 millones de dólares)12.

Entre 2012 y 2014 dirigí entrevistas a experts de mercado en tres institutos de investigación especializados en la nueva clase media brasileña: Data Popular, Plano cde y Black Box. Procuré observar los modos en que antropólogos, sociólogos del mercado y otros profesionales de las ciencias sociales usaban metodologías científicas, como etnografía de corta duración, para encuadrar los deseos, ansiedades y expectativas de este nuevo segmento poblacional. A lo largo de la década de 2000, el instituto Data Popular se consolidó como la principal referencia para ese mercado. El instituto surgió en 2001 como ramificación de Popular Comunicação, una agencia de comunicación y marketing que ya venía emprendiendo esfuerzos por direccionar sus estrategias de mercado hacia las «clases populares». A lo largo de todo ese proceso, la agencia apeló a un profuso abanico de términos para referirse al que sería el objeto de la movilidad económica: «ex-pobres», «clases populares», «base de la pirámide», «clase c», así hasta finalmente llegar a «nueva clase media». La transición reflejaba las influencias intelectuales de Henrique Meirelles y de su equipo interdisciplinario de expertos, compuesto por sociólogos, antropólogos, economistas y demógrafos. La profusión terminológica dejaba expuestos los caminos taxonómicos recorridos en todo ese ensamblaje, así como las vías de circulación de ideas y los pasos y transformaciones de un registro a otro: de la ciencia al gobierno, del gobierno al mercado, y finalmente de vuelta a la ciencia.

Como una fábula destinada a narrar una historia de desarrollo y éxito, hubo una performance y un agenciamiento de la «nueva clase media» en tanto categoría, moldeando cierta percepción acerca del rumbo seguido por el país durante la década de 2000. La tesis de la nueva clase media fue igualmente importante para los designios del gobierno federal en un momento clave de la política económica mundial. En octubre de 2008, el presidente Lula da Silva se mostró optimista en cuanto a los efectos en Brasil de la crisis estadounidense, que en aquel momento estaba en su punto más álgido y venía arrastrando a casi todos los países europeos. Muy a su estilo, Lula da Silva dijo entonces que el «tsunami», si llegaba a Brasil, tendría el efecto de una «olita»13. Para protegerse de su impacto, el gobierno decidía concentrarse en el estímulo al mercado interno: recortes de impuestos para las industrias automotriz y de electrodomésticos se sucedieron de manera cotidiana, lo que elevó los índices de optimismo en la población. Ante ese escenario, el libro de Neri y los esfuerzos de los institutos de investigación de mercado como Data Popular, al tiempo que aportaban una estrategia de recuperación con énfasis en la creación y el estímulo a un «mercado para gente de ingresos bajos», garantizaban la legitimidad científica de una conquista simbólica que había que preservar: la «salida» de la pobreza para un contingente importante de brasileños. Sin embargo, a medida que tal modelo de desarrollo pasó a evidenciar su agotamiento y el país se fue hundiendo en una grave crisis económica, con una vertiginosa caída de su pib y un incremento de la inflación y el desempleo, la tesis de la nueva clase media brasileña pasó a perder adeptos, hasta caer prácticamente en desuso a partir de 2015.

***

Vimos hasta aquí cómo los usos políticos y discursivos de ideas consolidadas respecto de las clases medias generan efectos duraderos sobre las políticas públicas, los gobiernos y los mercados. En este último tramo pretendo mostrar cómo los estudios empíricos sobre esos nuevos sectores demográficos permiten, en la medida en que exploran realidades, lenguajes y prácticas de clase, desplazar algunos conocimientos arraigados sobre las clases medias basados en el nivel de ingresos, la ocupación o el bienestar.

Para mi investigación de doctorado estudié los efectos políticos, económicos y subjetivos de la política brasileña de vivienda social dirigida a la nueva clase media. El programa Minha Casa Minha Vida [mi casa, mi vida], lanzado en 2009 mientras se encaminaba a su fin el segundo mandato del presidente Lula da Silva, rápidamente se convirtió en el mayor plan habitacional de la historia brasileña. Para 2016, habían sido construidas casi cuatro millones de unidades por el gobierno federal, lo que inyectó 55.000 millones de dólares en la economía nacional y fortaleció la industria de la construcción civil.

Mi interés pasaba por comprender los modos locales de organización política de la demanda de unidades habitacionales, las reconfiguraciones de poder y de participación, así como los tipos de subjetividades políticas y económicas que se estaban generando a través de las políticas públicas destinadas a mejorar la distribución de ingresos y la inclusión social por medio de los mercados de consumo. A lo largo de cuatro años, conversé con arquitectos, planificadores, policy makers, políticos, constructores, líderes comunitarios y beneficiarios de ese programa. Mi etnografía mapeó distintas trayectorias familiares que, invariablemente, se desplazaban desde espacios informales, ocupados de manera irregular, sin infraestructura pública y urbana, hacia departamentos tipo en barrios de clase media. Esas personas, abandonadas durante décadas por políticos y políticas convencionales, rechazadas por el mercado por carecer de acceso al crédito, habían encontrado una apertura para concretar el sueño de la casa propia. «Pasé del morro al asfalto», escuché decir más de una vez. Para muchos era la primera vez que participaban en movimientos sociales, gracias a que, como me dijo un señor llamado Miguel, «sentí que era la única oportunidad de salir de aquí. De mejorar mi vida».

Expandiéndose por las periferias brasileñas, los proyectos habitacionales se convirtieron en espacios de ejercicio de una nueva forma posneoliberal de gestión de la pobreza, basada en la redistribución social y el acceso a los mercados de consumo. Personas como Miguel, que durante décadas habían quedado al margen de los procesos decisorios, entraron en movimiento y pasaron a ser visibles para el radar de los gobiernos y los mercados. Localizados y reclutados por líderes comunitarios, se volvieron ciudadanos activistas en la búsqueda de la casa propia, movilizándose por el interior de las configuraciones locales de las políticas públicas: los variopintos terrenos transitados por políticos, urbanistas, arquitectos, vendedores de negocios, representantes de bancos públicos, líderes vecinales y distintas personas en busca de mejores condiciones de vida.

En un largo y arduo proceso de movilización a fin de obtener la casa propia, las personas disponían tan solo de su esperanza en un futuro mejor, lejos de la pobreza. Cuando finalmente conversé con beneficiarios del programa ya en sus nuevos departamentos, uno de ellos me dijo: «Donde vivía antes no existía clase social. Acá somos todos de clase media. Veníamos de no tener nada, ni casa ni ninguna cosa. Antes éramos personas descartables. Ahora tenemos voz como consumidores. El tema este de la clase no es algo que la gente traiga adentro suyo; la gente va cambiando su mente y va desarrollando una clase social».

Fue ahí cuando me di cuenta de que, en las múltiples historias de mis interlocutores, la construcción de la clase media aparecía como un proceso simbiótico y no simplemente como una posición fija. Mucho más que esto, se trataba de un proceso de transformación simultáneo en las mentes y en las estructuras de oportunidad, un proceso en el que los sujetos se transformaban a medida que iban haciendo uso de los instrumentos y las materialidades que la política pública ofrecía. Esta combinación de infraestructuras y subjetividades acabó otorgando una visión multifacética y compleja sobre la formación de las clases medias como, al mismo tiempo, devenires históricos, políticos, materiales y afectivo-morales específicos.

Contra la idea de clase como posición fija, vertical y estructurada, lo que les importaba a esas personas eran justamente los conectores que las llevaban de un lugar a otro, de un tiempo a otro, de una esperanza a otra. Nosotros, como estudiosos sociales atentos a la cartografía sensorial de esos tropos de significado, necesitamos recuperar esos conjuntos de imágenes, palabras, materialidades y capas de historia a través de los cuales se experimenta, estratifica y sitúa en tiempo y espacio el ascenso social. Esa sensorialidad de clase media nos lanza a la búsqueda de conectores empíricos con los cuales aprehender procesos de estratificación en sus diversos niveles locales, nacionales y globales; materiales que toman configuraciones económicas e históricas más amplias y las articulan con las experiencias y lenguajes de las personas directamente implicadas.

Por último, necesitamos estar atentos a las implicancias de esa política de la esperanza material (en todas sus nuevas facetas) para ver la composición de nuevas relaciones de clase en los años venideros. Con el desmantelamiento progresivo de los derechos sociales, económicos y raciales que caracteriza a la nueva ola de gobiernos conservadores en América Latina y el mundo, ¿qué políticas de la esperanza y qué experiencias de clase aparecen en nuestro horizonte? ¿Qué proyectos serán capaces de articular y traducir las esperanzas de las nuevas clases medias? ¿Cómo serán los desdoblamientos políticos de la movilidad social en el contexto de la recesión económica y la turbulencia gubernamental, con la progresiva financiarización de los proyectos de clase media, el endeudamiento y la securitización de las familias y su retracción hacia espacios privados y domésticos de respetabilidad? Ante tal proceso, entender a las clases medias en sus múltiples y móviles posicionalidades se revela crucial para comprender el futuro de las democracias latinoamericanas.


Nota: traducción del portugués de Cristian De Nápoli.

  • 1.

    La sigla BRICS fue acuñada por Goldman Sachs para referirse a ese conjunto de países, que en 2013 abarcaba 18% de la economía mundial.

  • 2.

    Michael Jiménez: «The Elision of the Middle Classes and Beyond: History Politics, and Development Studies in Latin America’s Short Twentieth Century» en Jeremy Adelman (ed.): Colonial Legacies: The Problem of Persistence in Latin American History, Routledge, Londres, 1999.

  • 3.

    Francisco H. G. Ferreira, Luis Felipe López-Calva, Maria Ana Lugo, Julian S. Messina Granovsky, Jamele P. Rigolini y Renos Vakis: La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina, Banco Mundial, Washington, DC, 2013.

  • 4.

    Rachel Heiman, Carla Freeman y Mark Liechty (eds.): The Global Middle Classes: Theorizing through Ethnography, School for Advanced Research, Santa Fe, 2012.

  • 5.

    E. P. Thompson: La formación de la clase obrera en Inglaterra [1963], Capitán Swing, Madrid, 2012.

  • 6.

    C. Wright Mills: Las clases medias en Norteamérica [1951], Aguilar, Madrid, 1957.

  • 7.

    M. Neri: A nova classe média: o lado brilhante dos pobres, CPS / FGV, Río de Janeiro, 2008.

  • 8.

    Vandsom Lima: «Renda dos mais pobres teve maior avanço com Dilma do que sob Lula, diz Neri» en Adital, 20/5/2014.

  • 9.

    M. Neri: A nova classe média. O lado brilhante da base da pirâmide, Saraiva, San Pablo, 2011, p. 18.

  • 10.

    Ibíd., p. 240.

  • 11.

    Las críticas a la tesis de la nueva clase media adoptaron básicamente dos vertientes teóricas. Por un lado, sociólogos de inspiración weberiana sugerían que las transformaciones socioeconómicas que tuvieron lugar a lo largo de la década de 2000 no fueron suficientes para modificar la estructura de ocupaciones y de capitales sociales en los diferentes estratos de la sociedad brasileña. Por otro lado, economistas y filósofos de inspiración marxista insistieron en que se trataba, en realidad, de una nueva clase trabajadora, puesto que seguían ocupando posiciones precarias dentro de una estructura binaria de clases. Algunos economistas, por lo demás, criticaron el uso que hizo Neri de las estadísticas sociales. Para conocer un minucioso debate acerca de esto, v. M. Kopper y Arlei Damo: «A emergência e evanescência da nova classe média brasileira» en Horizontes Antropológicos vol. 50 NO 24, 2018.

  • 12.

    M. Kopper: «Vestígios de um ‘Novo Brasil’. A configuração do mercado de pesquisas para a ‘base da pirâmide’» en Hilaine Yaccoub (ed.): Consumo popular: contribuições da antropologia e da sociologia, Mundo do Marketing Press, Río de Janeiro, 2015.

  • 13.

    Ricardo Galhardo: «Lula: crise é tsunami nos eua e, se chegar ao Brasil, será ‘marolinha’» en O Globo, 20/5/2014.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 285, Enero - Febrero 2020, ISSN: 0251-3552


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