Nunca fue tan fácil, nunca fue tan difícil
enero 2023
La invasión de los tres poderes del Estado dejó ver la rapidez con la que el bolsonarismo radical pareció ponerlos en jaque. Pero la reacción antigolpista mostró que esta aspiración es hoy casi imposible en Brasil.
A los golpistas seguidores de Bolsonaro no les costó casi nada escenificar su reinado en la Plaza de los Tres Poderes. Es un hecho que buena parte de ellos pasaron dos meses penando bajo el sol y la lluvia en defensa de un golpe delante del cuartel general del Ejército, en Brasilia. Pero siempre fueron tratados con ese cariño áspero por los militares y las demás fuerzas de seguridad. Nunca se vio un aparato de seguridad tan amable, tan respetuoso. Los golpistas eran gente amiga, aliados del corazón. Por eso pudieron organizarse con tranquilidad, elegir la fecha adecuada para actuar y transformar Brasilia en una vergüenza internacional.
Esa es nuestra gran diferencia –para peor– respecto a la invasión del Capitolio en Washington, DC, el 6 de enero de 2021. Allí, las fuerzas de seguridad actuaron con eficiencia y rapidez, tanto que, poco después se retomó la sesión parlamentaria que proclamó la victoria de Joe Biden. Los militares norteamericanos cumplieron su papel constitucional. En Brasilia, se montó el teatro de que los terroristas estaban simplemente haciendo «manifestaciones democráticas» y «protestas pacíficas», incluso en palabras del previsor nuevo ministro de Defensa, José Múcio. Por eso, subir la rampa del Planalto, destruir la sala de los plenarios del Supremo Tribunal Federal o deslizarse en tobogán hacia la mesa del Congreso nunca fue tan fácil para el extremismo de derecha. Es claro que si las fuerzas de seguridad –desde la Policía Militar del Distrito Federal a los generales del Ejército– estuviesen del lado de la democracia y del orden, nada de eso habría sucedido. O, por lo menos, nada habría sido tan fácil.
Lo difícil –y esto es lo que deja a Bolsonaro y a los bolsonaristas genuinamente indignados– es que el autoritarismo fascista, a base de golpes y destrozos, ya no es suficiente para lograr que el golpe triunfe. Antes lo era. Ahora, el empresariado, los banqueros, la prensa, los gobiernos extranjeros, nadie está en la fila golpista. Los ciudadanos brasileños, que acudieron masivamente a las urnas y eligieron una vez más a Lula, no están en la fila golpista. Las primeras manifestaciones llegadas del exterior son de apoyo a la democracia brasileña y de repudio al terrorismo fascista. Entre las autoridades locales, se escucha repudio, y algún silencio cómplice, pero es raro escuchar alabanzas como la del diputado Ricardo Barros, que fue líder del gobierno de Bolsonaro en la Cámara y pensó que el vandalismo era hermoso. A excepción de las Jovem Pan de la vida [por el canal bolsonarista], la prensa, masivamente, informó sobre los disturbios golpistas como disturbios golpistas, sin eufemismos.
Nada de eso significa que el golpe sea imposible. Significa, por ahora, que el radicalismo bolsonarista puede reunir a millares de golpistas pero, todavía, no logra construir un país. Por todo eso, nunca fue tan fácil producir disturbios en Brasilia en nombre de un golpe, pero sigue siendo difícil matar a la democracia.
Nota: la versión original de este artículo en portugués se publicó en la revista Piauí el 8/1/2023 y está disponible
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