El antisemitismo tiene un nuevo nombre
La extrema derecha contra George Soros
diciembre 2018
El magnate George Soros, de 88 años, viene siendo objeto de los ataques de la extrema derecha mundial. Con paranoia y discursos antisemitas, líderes como el húngaro Víktor Orban se lanzan contra él y lo acusan de ser un «multimillonario de izquierda» que mueve los hilos del mundo. Pero también tiene otros enemigos. Entre ellos, se destaca el presidente israelí, Benjamin Netanyahu, quien ahora afirma que Soros «financia organizaciones que buscan negarle a Israel el derecho a defenderse».
A lo largo de los siglos, los judíos han sido culpados de todo tipo de males en las sociedades cristianas y musulmanas, desde la peste del siglo XIV hasta las crisis financieras de los tiempos modernos. En 1903, Los protocolos de los sabios de Sion, un libelo producido por la policía secreta de la Rusia imperial, «expuso» un plan judío diabólico para alcanzar el dominio mundial promoviendo el liberalismo –y se convirtió en un pretexto para el antisemitismo en Europa–. Estos relatos perduran hasta el día de hoy, solo que ahora se proyectan en un solo judío: George Soros.
Los teóricos conspirativos de la derecha antiglobalista –un grupo que hoy incluye al presidente estadounidense Donald Trump– demonizan a Soros, un judío adinerado que está profundamente comprometido con las causas liberales. El ex-conductor de Fox News Bill O’Reilly describió a Soros en 2007 como «un peligro descomunal» y como «un extremista que quiere fronteras abiertas, una política exterior de un solo mundo, drogas legalizadas, eutanasia, etc.». Para Alex Jones, fundador de Infowars, con sede en Texas, Soros no es menos que la «cabeza de la mafia judía» que conspira para desestabilizar la presidencia de Trump.
Esas figuras imaginan la mano oculta del «multimillonario de izquierda» en casi todas partes. Cuando una caravana de solicitantes de asilo centroamericanos desesperados comenzó a avanzar hacia la frontera estadounidense antes de las recientes elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, era un plan de Soros para obtener una mayoría demócrata en el Congreso. Cuando los sobrevivientes de la masacre de febrero en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, lanzaron una campaña a favor del control de armamentos, Soros supuestamente los estaba financiando. Y fue Soros quien dispuso que Christine Blasey Ford declarara que el elegido de Trump para la Corte Suprema, Brett Kavanaugh, había abusado de ella sexualmente.
Soros supuestamente también estaba detrás de los sobrevivientes de abusos sexuales que enfrentaron al senador Jeff Flake en un ascensor para exigir una investigación de las acusaciones sobre Kavanaugh y orquestó la Marcha de las Mujeres, una protesta mundial que se llevó a cabo el día después de la asunción de Trump. Inclusive movió los hilos cuando el mariscal de campo de la NFL Colin Kaepernick se arrodilló mientras sonaba el himno nacional para protestar por la violencia policial contra los negros.
Pero los designios imaginarios de Soros no se limitan a Estados Unidos, ni son todos recientes. Sus detractores dicen que, sin ayuda de nadie, ha desestabilizado gobiernos en Malasia, Tailandia, Indonesia, Japón, Rusia, Francia y el Reino Unido.
¿Cómo llegó Soros a convertirse en semejante villano?
Soros es lo que el difunto historiador Isaac Deutscher llamaba un «judío no judío»: alguien que buscaba ideas, inspiración y satisfacción más allá de los límites del judaísmo y, aun así, seguía perteneciendo a la tradición judía. Esa postura muchas veces permite al judío no judío hacer aportes importantes a la ciencia, la cultura y la política.
Este es por cierto el caso de Soros, quien es no solo un filántropo esclarecido, sino también un intelectual perceptivo que participa en los debates más acalorados de hoy. Soros ha propuesto soluciones audaces para un amplio rango de problemas, entre ellos el Brexit, la reforma de la eurozona, la política migratoria y la crisis del capitalismo global.
Discípulo del filósofo Karl Popper, ha promovido las sociedades abiertas como la máxima garantía de libertad de la tiranía y del adoctrinamiento religioso o ideológico, y como un arma poderosa contra la creciente desigualdad social. Una comunidad globalizada que neutraliza la influencia del nacionalismo –cree con razón– es vital para que podamos enfrentar amenazas existenciales como el cambio climático y el conflicto nuclear.
Así, más allá de ofrecer financiamiento para programas paliativos, Soros utiliza su filantropía para defender la visión de una sociedad verdaderamente libre gobernada por líderes democráticamente responsables. Por ejemplo, su fundación desempeñó un papel fundamental a la hora de difundir ideales democráticos más allá de la Cortina de Hierro, tanto antes como después de que esta cayera. Es esta dimensión del trabajo de Soros –junto con el simple hecho de que es un financista judío adinerado– lo que tanto enfurece a la extrema derecha, empezando por los países cuyas transiciones democráticas alguna vez respaldó.
Mientras las democracias del este de Europa se desmoronan políticamente, Soros ha hecho donaciones a ONG que luchan contra la corrupción y el autoritarismo. Esto ha llevado al presidente ruso Vladímir Putin a impedir que Open Society Foundations entregara préstamos a organizaciones y artistas rusos.
En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán, quien alguna vez recibió una beca de Soros para estudiar en Oxford, introdujo la llamada «Ley Stop Soros», que prohíbe «promover y respaldar la inmigración ilegal». El texto impreciso de la ley implica que el gobierno podría, en teoría, arrestar a cualquiera que ofreciera algún tipo de asistencia a inmigrantes indocumentados.
Sin embargo, quizá la manifestación más perniciosa de esta histeria anti-Soros haya ocurrido en Israel. Contra el consejo de su propio embajador en Hungría, quien denunció los ataques antisemitas de Orbán contra Soros, el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu ha culpado a Soros de «financiar organizaciones que buscan negarle a Israel el derecho a defenderse» e introdujo su propia «ley Soros» destinada a poner fin a ese financiamiento.
Sin dudas, la acusación de Netanyahu es irracional. De los 1.000 millones de dólares que Open Society Foundations dona anualmente a escala mundial, unos 3 millones fueron a ONG israelíes y palestinas. En el tope de la lista figura la universidad palestina Al-Quds, cuyo rector, Sari Nusseibeh, creó un plan de paz conjuntamente con Ami Ayalon, ex-almirante y director de la Agencia de Seguridad de Israel (más conocida como Shin Bet). Otro receptor, B’Tselem, es un grupo israelí que monitorea las violaciones a los derechos humanos en los territorios ocupados.
Mientras tanto, Netanyahu permite donaciones de miles de millones de dólares para la construcción de asentamientos por parte de donantes de derecha como Sheldon Edelson. En verdad, Netanyahu muchas veces se ha aliado con cualquier gobierno o partido, inclusive antisemitas de extrema derecha, que esté dispuesto respaldar la represión de los palestinos en zonas ocupadas. De manera que lo que estamos viendo es un primer ministro israelí que se asocia a descendientes ideológicos de fascistas europeos para atacar a un sobreviviente del Holocausto cuya filantropía cumple el principio, llamado tikkun olam, de que los judíos deben hacer cosas para mejorar o reparar el mundo. El hijo de Netanyahu, Yair, llegó al extremo de publicar en su página de Facebook una caricatura antisemita indignante que atacaba a Soros con imágenes nazis.
Algunos individuos «ultrarricos», como Charles y David Koch, quienes controlan la segunda empresa privada más grande de Estados Unidos, utilizan su riqueza de maneras opacas y subversivas. Son ellos, no Soros y su transparente Open Society Foundations, los que representan la verdadera amenaza para nuestra política y nuestras sociedades.
Fuente: Project Syndicate