Entrevista

«En 2017 el chavismo se juega su definición política para las próximas dos décadas»

Entrevista a Andrés Cañizález


enero 2017

El diálogo entre el chavismo y la oposición ha entrado en un punto muerto. El autoritarismo parece adueñarse del país.

<p>«En 2017 el chavismo se juega su definición política para las próximas dos décadas»</p>  Entrevista a Andrés Cañizález

A pesar de los esfuerzos de los distintos mediadores internacionales por desarrollar un proceso de acuerdo mutuo, el diálogo político entre el gobierno de Nicolás Maduro y la Mesa de Unidad Democrática (MUD) parece haber llegado a un punto muerto. ¿Cuáles son las causas fundamentales de ese fracaso? ¿Qué responsabilidad les cabe al gobierno y a la oposición?

El fracaso del diálogo político es cierto. Desde inicios de diciembre del año pasado se hizo evidente que había entrado en un punto muerto. El gobierno de Nicolás Maduro tiene, a mi juicio, una responsabilidad principal, ya que ha instrumentalizado el diálogo con la finalidad expresa de ganar tiempo, y lo ha ganado efectivamente.

El 10 de enero de 2017 resultaba una fecha simbólica para el presidente Maduro. Al lograr seguir en el poder luego de esa fecha, descarta cualquier escenario de unas elecciones presidenciales adelantadas según las normas venezolanas. Incluso si se resucitara el referéndum revocatorio, escenario que no veo factible, una derrota en la consulta electoral no le implicaría abandonar el poder, ya que en caso de ser revocado Maduro, asumiría la Presidencia el vicepresidente ejecutivo, que es un cargo de libre remoción por el mandatario. Comenzando 2017, el presidente Maduro colocó en la Vicepresidencia a Tareck El Aissami, quien fue ministro del Interior y manejó los cuerpos policiales y de inteligencia entre 2008 y 2012.

Al sentarse a la mesa de diálogo con la oposición, el gobierno logró desactivar la agenda de presión de calle, que impulsaba un sector opositor. En esa mesa hizo una serie de compromisos que luego sencillamente no cumplió. La liberación de los presos políticos es un caso simbólico de la falta de compromiso con el diálogo por parte del régimen venezolano. Tres aspectos lo evidencian: 1) en este momento, hay más presos políticos que antes de iniciarse el diálogo; 2) unos 14 presos políticos tienen boletas de excarcelación dictadas por sus jueces pero aún siguen recluidos en los calabozos del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin); 3) un ex-preso político como Gilber Caro salió en libertad en el marco del diálogo, fue juramentado como diputado (había sido elegido en 2015, estando en prisión) y ahora nuevamente ha sido detenido.

Una parte de la oposición ha pecado de falta de compromiso para sentarse a dialogar, ya que la MUD acudió dividida ante el gobierno. Asimismo, no ha tenido la capacidad de cobrar políticamente –especialmente ante la comunidad internacional– los incumplimientos del gobierno con lo acordado.

Hace algunos meses algunos analistas comenzaron a hablar del «Madurazo», en referencia a la estrategia del presidente venezolano de enrocarse en el poder al igual que lo hiciera Alberto Fujimori en el Perú de los años 90. ¿Qué nivel de consenso social tiene hoy Maduro? ¿Están dadas las condiciones para que se desarrolle una política de enrocamiento en su cargo?

El «Madurazo» ha ocurrido pero en cámara lenta. Al contrario de lo que fue el «Fujimorazo» (una acción estruendosa y rápida para anular al Poder Legislativo de Perú), Maduro realizó, durante todo 2016, una serie de acciones para socavar a la Asamblea Nacional. Es algo grave, puesto que Maduro ha desconocido el voto popular que mayoritariamente llevó a que la MUD tuviese una mayoría calificada en el Legislativo en las elecciones del 6 de diciembre de 2015.

Para su «Madurazo», el presidente se ha apoyado principalmente en el Tribunal Supremo de Justicia, bajo el argumento de que la Asamblea Nacional se «autodisolvió». El máximo tribunal tomó, durante 2016, cuatro docenas de sentencias contra decisiones del Parlamento. Incluso los diputados venezolanos tienen varios meses sin percibir sus sueldos y dietas.

¿Existen grietas dentro del chavismo? ¿Hay sectores que pretenden modificar la política ensayada por Maduro hasta este momento o se trata de meras divergencias en la aplicación de una misma estrategia? ¿Podría el chavismo recuperar una senda política novedosa y calmar los ánimos radicalizados que se viven en el país, en un contexto de crisis económica, política y social como el que se vive hoy?

En este 2017 el chavismo se juega, sin duda alguna, su definición política para las próximas dos décadas. Puede seguir por la senda autoritaria, en un esquema de suprimir elecciones como hizo con las elecciones de gobernadores provinciales en 2016, y dejar en el limbo las elecciones de alcaldes municipales, que deben realizarse en el último trimestre de 2017. Jugándose la carta de no someterse al escrutinio público, por el miedo de perder espacios, el chavismo se encamina a consolidar un modelo de autoritarismo no electoral: supresión de elecciones, existencia de numerosos presos políticos, desconocimiento de poderes públicos con legitimidad de origen, cerco a los medios y voces disidentes.

Otra posibilidad es que juegue la carta del autoritarismo electoral. Manteniendo su control sobre la sociedad y las principales instituciones, se abre a la posibilidad de compartir espacios de poder con la oposición (como gobernaciones y alcaldías). Desde mi punto de vista, esto sería lo más sano para el chavismo para proyectarse como fuerza política de largo aliento en el juego político (y democrático) venezolano.

De primera mano he conocido que existen estas y otras tantas diferencias estratégicas en el seno del chavismo, pero hasta ahora no se ventilan en público. Es probable que en este año 2017, teniendo la seguridad de que no habrá elecciones presidenciales anticipadas y por tanto no se perderá el poder presidencial, se hagan públicos los cuestionamientos desde el interior del chavismo.

Hasta hace al menos un año, diversos sectores políticos de América Latina seguían defendiendo al chavismo como un gobierno de izquierda popular que debía ser reivindicado frente a las derechas continentales. Hoy, sin embargo, la defensa del chavismo parece haber menguado incluso en esos sectores. ¿Cuáles son, a su juicio, las razones que explican esa pérdida de apoyo, no solo a nivel nacional sino también entre los formadores de opinión en América Latina?

Dado el carácter tan personalista que signó al chavismo como proyecto político, una primera causa de su debilitamiento se vincula a la desaparición física de Hugo Chávez y a la incapacidad de su heredero político, Nicolás Maduro, de mantener con éxito el legado, medido este por la obra de gobierno. La mala gestión del gobierno de Maduro ha golpeado en primer lugar a los más pobres de Venezuela, con lo cual coloca a la izquierda latinoamericana en un serio dilema, ya que precisamente el mejoramiento de las condiciones de vida de los venezolanos más humildes resultaba compatible con las banderas tradicionales de justicia social de este sector. Un tercer motivo de distanciamiento entre formadores de opinión e intelectuales latinoamericanos tiene que ver con los escándalos de corrupción y tráfico de drogas que de forma recurrente salpican ya no solo a altos funcionarios civiles y militares, sino incluso al entorno familiar de Maduro.

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