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NUSO Nº 302 / Noviembre - Diciembre 2022

Rusia La implacable letra Z

La lucha contra el nazismo fue una de las justificaciones rusas para invadir Ucrania. Sin embargo, una historia de las declinaciones del antifascismo ruso, la persistencia de una conciencia guerrera e imperial, y los vínculos con las extremas derechas europeas debilitan la retórica del Kremlin y sus defensores fuera de Rusia.

Rusia  La implacable letra Z

En la escuela nos enseñaban a amar la muerte.
En Svetlana Aleksiévich, La guerra no tiene rostro de mujer1


El antifascismo en la Unión Soviética: tenue y engañoso

Es comprensible que la Unión Soviética haya llegado a ser vista, a través de la batalla de Stalingrado y de la bandera roja que ondeó sobre el Reichstag, como el baluarte antinazi por excelencia. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial era todavía una herida abierta cuando Stalin ordenó el asesinato de los dirigentes del Comité Judío Antifascista de la urss, que había organizado la solidaridad de la comunidad judía internacional con la urss durante la guerra: fueron asesinados por ser judíos y por ser antifascistas. La más inimaginable de las victorias póstumas del nazismo.El antisemitismo era la columna vertebral del nazismo. El neonazismo en Occidente se ha visto obligado, si no a evacuar este aspecto, al menos a silenciarlo, sin dejar de ser profundamente racista y conservando el culto a la fuerza y a la violencia. Frente a estos componentes no existió una labor educativa seria en la urss, tanto más necesaria cuanto que se habían heredado valores similares de la época zarista. El Holocausto fue reconocido como lo que fue solo después de la disolución de la urss

El antisemitismo fue a veces alimentado y fomentado por las autoridades. Detrás de la retórica del internacionalismo, la política interna real mantuvo la violencia como condición de vida y revitalizó en una parte quizá mayoritaria de la población rusa los valores imperiales y coloniales, como la autoconciencia de la superioridad nacional rusa sobre los otros pueblos de la urss y sus vecinos. Hasta el lenguaje oficial soviético lo atestiguaba. Así, por ejemplo, el 31 de octubre de 1939, dos meses después del pacto entre la Alemania nazi y la urss, Viacheslav Molotov –ministro de Asuntos Exteriores y mano derecha de Stalin– justificó la ocupación de Polonia, puso en duda su existencia como Estado y unificó a las tropas alemanas y soviéticas en la misma tarea: «un breve ataque a Polonia por parte del ejército alemán y luego por parte del Ejército Rojo fue suficiente para no dejar nada de este monstruoso bastardo del Tratado de Versalles, que vivía de la opresión de las nacionalidades no polacas»2. No hay entonces que asombrarse de la desconfianza y los sentimientos antirrusos en las demás repúblicas de la urss y entre sus vecinos. 

Cualquiera que lea las actuales declaraciones de Vladímir Putin sobre el no derecho a la independencia de Ucrania y la ilegitimidad de su nacimiento como Estado no debería extrañarse ni de que sus frases y las de Molotov sean casi idénticas ni del miedo que Rusia imperial, soviética y actual infunde en los pueblos geográficamente cercanos. Existe una amplia literatura sobre estas cuestiones, y basta con mencionar episodios como el exterminio de los cuadros políticos e intelectuales nacionales, las deportaciones colectivas de pueblos (tártaros, coreanos, kalmyks, chechenos, ingushos, etc.) y la consiguiente rusificación de sus territorios o la práctica de nombrar a un ruso como número dos en los partidos comunistas que gobernaban las demás repúblicas de la urss. Gran parte de las elites culturales rusas y soviéticas estuvieron lejos de ser impermeables a estas actitudes racistas y compartían una misma visión imperial de los pueblos vecinos. Incluso Josef Brodsky, el inmenso poeta, Premio Nobel y disidente expulsado de la urss, se desprendió físicamente de la variante soviética del imperio, pero conservó su matriz aun después de la disolución. En un encuentro literario internacional en 1992, cuando Brodsky «saludaba y abrazaba a todo el mundo», le presentaron a la gran poeta ucraniana Oksana Zabuzhko. Entonces, desde las alturas imperiales de la ilusoria y colonialista identidad «eslavo, es decir ruso», Brodsky, «con una sonrisa socarrona y una mirada depredadora», se limitó a un lacónico «¿Ucrania? ¿Dónde queda?»3.

Aleksandr Solzhenitsyn, el autor que hizo imposible que algunos continuasen negando la existencia del Gulag, no dudó en manifestar su desprecio granruso por la cultura ucraniana4. La autoconciencia imperial, bandera de las elites políticas rusas bajo el zarismo, contra la que lucharon incansablemente populistas, socialistas, anarquistas y buena parte de la primera generación bolchevique, fue un legado asumido por la urss, como un antiguo sedimento geológico y semántico que nunca parece haber terminado de modelar la superficie. La educación sobre la importancia del diálogo, la comprensión y el respeto a la alteridad en lugar de la violencia brilló por su ausencia. Intentemos, mientras leemos, imaginar la vida que simbolizan las palabras de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura: «En el fondo, somos guerreros. O estábamos en guerra o nos preparábamos para ella. Nunca hemos vivido de otra manera. De ahí viene nuestra psicología de militares. Incluso en tiempos de paz, todo era como si estuviésemos en guerra. Tocábamos el tambor, desplegábamos la bandera... El corazón se aceleraba... La gente no se daba cuenta de que estaba esclavizada, e incluso le gustaba»5. Y más aún, de la misma pluma:

En la biblioteca de la escuela, la mitad de los libros eran sobre la guerra. (...) ¿Fue una coincidencia? Siempre estábamos combatiendo o preparándonos para la guerra. Recordábamos cómo habíamos luchado. Nunca hemos vivido de otra manera, y probablemente no sabemos cómo hacerlo. No podemos imaginar lo que es vivir de otra manera, y nos llevará mucho tiempo aprenderlo. En la escuela nos enseñaron a amar la muerte. Escribíamos ensayos sobre aquello por lo que daríamos nuestra vida... Ese era nuestro sueño.6

El neonazismo en la Rusia postsoviética

La presencia neonazi en Rusia, alentada y protegida por los dirigentes del país, tiene dos aspectos, el práctico y el ideológico. 

Comencemos por el primero. Los movimientos de extrema derecha, posfascistas y neonazis occidentales han entendido perfectamente la ideología de los actuales dirigentes rusos, porque propugnan los mismos valores y aspiran, con algunos matices, al mismo tipo de sociedad. De Matteo Salvini a Marine Le Pen, llevan años alabando las políticas del Kremlin, que les ha respondido con gestos concretos de simpatía. Las reuniones de Le Pen con altos dirigentes rusos, incluido Putin, han dado sus frutos. En 2014, el Frente Nacional de Le Pen, al borde de la quiebra, recibió préstamos rusos por valor de millones de euros. Uno de ellos, por 9,6 millones de dólares, procedía del First Czech Russian Bank, que según la prensa tenía vínculos con el Kremlin. El escándalo se desencadenó a raíz de una información proporcionada por el sitio web de Mediapart, el medio de informaciones más respetado de la izquierda francesa. El banco cerró y la deuda fue transferida a la empresa rusa Aviazapchast, dirigida por antiguos militares7. El rescate financiero del Frente Nacional, rebautizado Agrupamiento Nacional, se basó en la comunión ideológica entre las dos partes: la civilización cristiana, el hombre blanco, la defensa de los valores tradicionales, el rechazo de la democracia liberal, etc. Una semana después del inicio de la invasión a Ucrania, el historiador Thomas Zimmer publicó un artículo breve pero muy informado en el que enumeraba las declaraciones de la extrema derecha estadounidense y las razones de su entusiasmo por Putin. Una derecha que afirma inequívocamente que Rusia ya no es el enemigo de Estados Unidos, sino su aliado en una lucha por la civilización blanca y cristiana contra «la izquierda militante de nuestro país» y sus ideales de una sociedad multirracial y pluralista. Zimmer cita no solo a los primeros violines como Donald Trump o Pat Buchanan, sino a toda una serie de responsables políticos seducidos por el líder ruso: «Es uno de los nuestros», dicen, «lidera una Rusia con hombres de verdad, ni homosexuales ni bisexuales, sino blancos y cristianos»8. En el periódico ruso Nóvaya Gazeta (prohibido en Rusia, se publica en el extranjero), hay un largo artículo del periodista Boris Vishnevsky publicado el 27 de marzo y titulado «¿Dónde buscar a un neonazi? Cómo la extrema derecha europea apoya las políticas del Kremlin», que comienza con estas líneas:

La «operación militar especial» [nombre oficial dado por el Kremlin a la invasión] en Ucrania se justifica oficialmente por la «lucha contra el neonazismo». La propaganda está dispuesta a encontrar «neonazis» en Ucrania en número ilimitado. El canal de televisión Russia 24 invitó al «experto en comunicación estratégica» Trofim Tatarenkov, quien sostuvo que el eslogan «No a (…)»9 es de origen nazi. El propio experto tiene el apodo de «Barbarroja» [nombre en clave con el que Hitler preparó la invasión nazi de la urss] y fue cofundador del Centro de Simpatizantes Deportivos por la Victoria, asociado a los ultras del club de fútbol Zenit, conocido por su lema «No hay negro en los colores del Zenit».10

La relación del Kremlin con la extrema derecha europea no es un secreto; los medios de comunicación rusos y europeos llevan una década hablando de ello. Pero dada la insistencia del Kremlin en señalar la paja en el ojo ajeno, es necesario recordar aquí esa relación. Vishnevsky enumera los partidos políticos europeos que apoyan al Kremlin: el Partido Nacional Democrático (npd, por sus siglas en alemán) en Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, Fuerza Nueva en Italia, Demócratas de Suecia, el Partido Popular danés. Al mismo tiempo, publica extractos de informes recientes del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, en los que se califica a estos partidos de nazis, neonazis, sucesores de Adolf Hitler, supremacistas blancos, antisemitas, negadores del Holocausto y otras caracterizaciones correctas. Estos partidos apoyaron la anexión de Crimea y sus representantes fueron invitados como observadores internacionales a los referendos de 2014 en Crimea, Dombás y Lugansk, donde confirmaron invariablemente su legitimidad y el cumplimiento de las normas internacionales. Entre ellos estaba el antisemita y racista ex-líder del Partido Nacional Británico Nick Griffin. Una de estas misiones de «observadores internacionales» fue dirigida por Mateusz Piskorski, un notorio neonazi polaco, antisemita, admirador del nacionalsocialismo y antiguo director de la revista polaca de los cabezas rapadas Odala, que exalta la «raza blanca» y a Adolf Hitler. Ya en 2006, Piskorski fue invitado a una conferencia en Moscú sobre «La otan y la seguridad en Europa», a la que asistieron más de un centenar de representantes de la administración presidencial y del gobierno ruso, miembros de la Duma Estatal y políticos. A la conferencia asistió también Luc Michel, líder del partido Comunidad Nacional Europea, que en su momento propuso crear un imperio eurosoviético desde Vladivostok hasta Dublín. Los partidos mencionados participaron en el Foro Conservador Internacional Ruso que se reunió en San Petersburgo en 2015, donde, entre otras perlas, el nazi belga Kriss Roman celebró los asesinatos de Boris Nemtsov, un líder político democrático percibido como una amenaza por el Kremlin, y de la periodista rusa Anna Politkóvskaya, que investigaba los crímenes de Ramzán Kadírov, el hombre de Putin en Chechenia. Este foro de neonazis europeos y rusos fue organizado oficialmente por el club cultural nacional ruso La Casa del Pueblo, dirigido por un antiguo líder del Partido Comunista de la Federación Rusa, Iuri Lubomirski. El club es en la práctica un apéndice del partido ruso Rodina [Patria], que a su vez es heredero de la Unión Patriótica Popular. El fundador y reconocido líder de Rodina es Dmitry Rogozin, que en ese momento era vicepresidente del gobierno ruso bajo el mandato del presidente Putin.

El segundo aspecto es ideológico. La respuesta a la pregunta que sirve de título al artículo de Vishnevsky –«¿Dónde buscar a un neonazi?»– se encuentra en dos artículos publicados por la agencia de información rusa Novosti, es decir, textos escritos bajo el control del Kremlin. Uno de ellos, firmado por Timofei Sergueitsev, muestra su vocación colonialista ya desde el título: «Lo que Rusia debe hacer con Ucrania». El texto es largo, así que me limitaré a citar algunas frases sin sacarlas del contexto: «Ucrania se ha definido como una sociedad nazi (…) La desnazificación es indispensable cuando una parte importante del pueblo –muy probablemente la mayoría ha sido captada y arrastrada a su política por el régimen nazi. Es decir, cuando la hipótesis ‘el pueblo es bueno, las autoridades son malas’ no funciona». Es decir que toda Ucrania es nazi. «La desnazificación es un conjunto de medidas relativas a la masa nazi de la población, que técnicamente no puede ser castigada directamente como criminal de guerra». O sea que solo por razones técnicas no se puede destruir a la «mayoría del pueblo». «La desnazificación será inevitablemente también la desucranización». El objetivo es privar a los ucranianos de su cultura, sus sentimientos, su identidad. Pero hay que ir más allá: «La desnazificación conducirá inevitablemente a la deseuropeización». La actual dirigencia heredó ese odio por Europa y sus libertades internas de los ideólogos de la autocracia zarista y del nacionalismo granruso del siglo xix.

En este y otros textos de la misma calaña nazistoide figura por adelantado la justificación ideológica de las atrocidades seriales y cotidianas de la soldadesca putiniana contra los civiles ucranianos, las violaciones sistemáticas de mujeres, hombres y niños de corta edad o las torturas que han llegado a la castración, en vivo y filmada por sus autores y subida a las redes, de un soldado ucraniano. Atrocidades que los raros sobrevivientes cuentan hoy en las regiones liberadas por el ejército ucraniano y verificadas por las misiones de la onu.

Autosatisfacción y jarana chovinista

El «gran nacionalismo ruso», con su correspondiente conciencia imperial y belicosa que encarnaban los zares y Stalin, ya no se oculta. Cuando se las escucha hablar, las elites rusas parecen seguir viviendo en el siglo xix. La Rusia oficial se reconcilia descaradamente con su pasado imperial.

Mijaíl Piotrovsky, director del famoso y extraordinario Museo del Hermitage de San Petersburgo, declaró el 22 de junio, a propósito de la toma de conciencia de las sociedades europeo-occidentales del pasado colonialista:

¡Ya es ridículo! ¿Cuánto pueden seguir lamentándose de ese colonialismo horrible que en realidad no es tan claro como lo presentan? (…) Nosotros somos todos militaristas e imperiales. Al fin y al cabo, todos fuimos educados en la tradición imperial, y un imperio une a muchas naciones, reúne a la gente, encuentra ciertas cosas que son comunes e importantes para todos. Es muy tentador, pero es una de las, digamos, buenas tentaciones (...) Empezó en 2014, en Crimea, [cuando Rusia se embarcó en] una gran transformación global. La guerra es la autoafirmación del ser humano, de la nación.11 

La periodista que lo entrevistó describió a un hombre que se regodeaba mientras hablaba. No se trata de un caso aislado. En marzo, Putin organizó un festival de música en el mayor estadio de fútbol de la capital ante una multitud de decenas de miles de personas que celebraban con algarabía la invasión y la muerte de propios y ajenos en Ucrania. En el espectáculo de las celebraciones en las gradas de los estadios y en las confesiones autocomplacientes sobre «la guerra como autoafirmación del ser humano y de la nación», lo más interesante no es el renacimiento de las celebraciones y expresiones preferidas del Tercer Reich, porque desde entonces, los bombardeos de universidades, maternidades, teatros, hospitales y edificios de vivienda, las columnas de refugiados, las torturas y ejecuciones masivas, los nombres de Bucha, Irpin, Mariupol o Izioum también nos han acostumbrado al olor pardo. Lo que sorprende y al mismo tiempo exige un análisis es la alegría de quienes, como dirigentes o espectadores sentados cómodamente lejos de la acción, acogen con entusiasmo la guerra. Piotrovsky enunció una particular síntesis de la milenaria herencia cultural rusa, pero excluyendo la solidaridad de Herzen y Bakunin con el levantamiento polaco de 1863 o las investigaciones de Politkóvskaya de los crímenes de Chechenia y, en general, a todos aquellos a los que Putin, en este festival, llamó «mosquitos» –diferenciándose apenas de Stalin, que los llamaba «moscas»–, anunciando a la multitud jubilosa la próxima destrucción de aquellos cuya única culpa, ayer y hoy, es salvar la dignidad de Rusia al no confundir orgullo de la cultura rusa con superioridad nacional.

La euforia de Piotrovsky es la de un hombre ilustrado, que reconoce que él y la nación, ambos identificados en el culto al militarismo y en la vieja mentalidad imperial, se afirman con la guerra. Su parresía, su «decir todo» en el que define entre risas el militarismo como un rasgo inherente al ser humano, es la alegría del cínico que dice la verdad (Foucault). Pero su júbilo, por un lado, hace de su parresía una expresión primitiva de su miseria ética, mientras que, por otro lado, al confesar que espera la autoafirmación de la Nación a través de la guerra, Piotrovsky confiesa a su pesar la existencia de una debilidad que no identifica, un conocimiento que se le escapa.

La letra es implacable

El conocimiento que se le escapa es la letra z, el signo que distingue a las fuerzas militares rusas que invadieron Ucrania, pero que también aparece en las imágenes de propaganda y es llevado con orgullo por los partidarios del presidente. Esta elección se presta a dos observaciones. En primer lugar, según la explicación oficial, se trata de la primera letra de la preposición za, «por», que en el vocabulario de la guerra se asocia inmediatamente en ruso con el famoso eslogan «Por la patria» (Za Rodinu). Pero hay algo que falta en esta explicación: en la mayoría de los casos, esta expresión no era más que la mitad de la consigna que, a través de millones de carteles, inundó todo el territorio soviético y animó a los trabajadores de la retaguardia y a los combatientes soviéticos durante la guerra contra el nazismo en 1941-1945. La segunda parte del eslogan era «Za Stalina». El lema completo era «Por la patria. Por Stalin».

La letra z invita a una asociación libre de esta invasión rusa con el nombre del que es presentado como el artífice de la victoria sobre el nazismo, ocultando sus errores garrafales y en detrimento no solo del heroísmo de los pueblos soviéticos, sino también de la capacidad e inteligencia de los cuadros militares que se la pasaron corrigiendo en el frente las órdenes erróneas del Amo. Está como en suspenso, implícita, pero es perfectamente comprensible para cualquier habitante de la antigua urss: ayer Stalin derrotó al nazismo, hoy…

En segundo lugar, la letra z en ruso se escribe como un 3. Sin embargo, en una guerra justificada por una propaganda obsesiva basada en el sentimiento nacional, chovinista e imperial, que defiende valores morales arcaicos, unidos al patriotismo bajo el lema «restauración de la unidad del mundo ruso», es decir, la unión de las tierras de Rusia, Bielorrusia y Ucrania (¿para empezar?), o sea, la desaparición de bielorrusos y ucranianos transformados en rusos, el Kremlin eligió como bandera y símbolo la transliteración de la letra rusa «3» para mostrarla a través de su equivalente en las lenguas del odiado mundo occidental. Y no cualquier letra occidental, sino la z. Al mismo tiempo, anuncian que invaden para desnazificar, y lo hacen de la forma más cruel posible, haciendo que su símbolo z se asocie ampliamente con el nazismo. Las tropas rusas son ahora equiparadas a los nazis por la opinión mundial y, en particular, por el pueblo ucraniano en su conjunto y por los rusos que se oponen a la guerra.

El Kremlin, en el alegre fragor de la «autoafirmación de la nación» a través de la guerra, dejó escapar su debilidad, simbolizada en la letra z, expuesta urbi et orbi, lo que tuvo dos efectos: el otrora ejército libertador es asimilado hoy a la Wehrmacht nazi, y el mundo fue invitado a considerar el carácter abiertamente dictatorial del régimen en el interior y su complicidad ideológica con la extrema derecha fascista o neofascista en el exterior.

No es casualidad que menos de dos meses después del inicio de una guerra que iba a durar tres días, el presidente tuviera que ordenar a su Parlamento que aprobara una ley que preveía multas y penas de prisión para quienes compararan a las tropas rusas con las de Hitler.La letra es despiadada. Y cuanto más goza con ella el enunciador, más el goce lo traiciona.


Nota: este artículo es un extracto con modificaciones del libro El dominio del amo. El Estado ruso, la guerra con Ucrania y el nuevo orden mundial, FCE, Buenos Aires, 2022.  

  • 1.

    Debate, Barcelona, 2015 [1985].

  • 2.

    V. Molotov: «Doklad o vneshnei politike Pravitelstva» [Informe sobre la política exterior del gobierno], Quinta sesión extraordinaria del Sóviet supremo de la URSS, 31 de octubre – 2 de noviembre 1939, Ediciones del Soviet Supremo de la urss, 1939, pp. 7-24, disponible en http://doc20vek.ru/node/1397. Énfasis del original.

  • 3.

    Ekaterina Margolis: «Если выпало в империи родиться» [Si por casualidad has nacido en un imperio] en Nóvaya Gazeta, 9/7/2022.

  • 4.

    Anna Colin Lebedev: Jamais frères? Ukraine et Russie: une tragédie postsoviétique, Seuil, París, 2022, p. 94.

  • 5.

    S. Aleksiévich: La fin de l’homme rouge, Acte Sud, París, 2013, pp. 18-19. [Hay edición en español: El fin del «Homo sovieticus», Acantilado, Barcelona, 2015].

  • 6.

    Ibíd., p. 6.

  • 7.

    Romain Geoffroy y Maxime Vaudano: «Présidentielle 2022: Volodymyr Zelensky souhaite que Marine Le Pen comprenne ‘qu’elle s’est trompée’ sur la Russie et Vladimir Poutine» en Le Monde, 21/4/2022.

  • 8.

    T. Zimmer: «America’s Culture War is Spilling into Actual War-War» en The Guardian, 4/3/2022.

  • 9.

    Usar la palabra «guerra» puede costar hasta 15 años de cárcel. Los puntos suspensivos reemplazan entonces a ese término. El miedo a las palabras es otra herencia zarista asumida por el Kremlin. Por ejemplo, el emperador Pablo I había prohibido en 1797 la palabra «sociedad».

  • 10.

    B. Vishnevsky: «Где искать неонациста» [Dónde buscar a un neonazi] en Nóvaya Gazeta, 27/3/2022.

  • 11.

    «Пиотровский поддержал войну, заявив, что «все мы — милитаристы и имперцы» [Piotrovsky apoyó la guerra, diciendo que todos somos militaristas e imperialistas] en The Insider, 24/6/2022, disponible en https://theins.ru. Énfasis del original.


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 302, Noviembre - Diciembre 2022, ISSN: 0251-3552


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