Opinión
agosto 2019

Votación ponderada, revolución y aplausos en una sala de conciertos

¿Y si después de todas las luchas por el sufragio universal debemos seguir mejorando las elecciones democráticas con un tipo de voto ponderado? ¿Es posible una postura progresista para un pensamiento de este tipo?

<p>Votación ponderada, revolución y aplausos en una sala de conciertos</p>

Hace varios días escuché un concierto en un auditorio que suele llenarse hasta el techo, pero ese día estaba medio vacío. Sin embargo, el concierto fue magnífico y cuando terminó, la audiencia se puso de pie para ofrecer un aplauso prolongado a los músicos.

Lo que estábamos tratando de hacer era no solo compensar por el público ausente, sino utilizar los aplausos como indicador de nuestro agradecimiento. No estábamos usando aplausos corteses como si fueran una variable digital 1-0 –aplausos sí / aplausos no–, sino yendo más allá para mostrar la fuerza de nuestra emoción.

Actualmente, en las democracias, cada persona cuenta con un voto en cada elección o referéndum. El voto, si decidimos usarlo, es binario: muestra que preferimos una opción en lugar de otra. Pero no da idea de en qué medida la preferimos.

Votación ponderada

La votación ponderada intenta remediar esto. ¿No deberían las personas que sienten algo fuerte con respecto a un tema tener la oportunidad de expresarlo, dar una señal de que sienten algo mucho más fuerte con respecto a ese tema que con respecto a otro, o algo mucho más fuerte que otra persona, que puede sentir indiferencia por las opciones o por los temas? En principio, esto es deseable, pero ¿cómo se puede conciliar con un poder de voto igual para todos? Si a las personas simplemente se les permitiera elegir el número de votos que reflejara la fuerza de sus preferencias, alguien podría tomar cinco o diez votos, mientras que otro podría tomar solo uno.

La solución radica en dar a las personas la misma cantidad de votos totales para una serie de elecciones, pero dándoles la libertad de usar estos votos de acuerdo con la intensidad de lo que sienten hacia cada elección. Es como si, en un casino, uno recibiera diez fichas: puede decidir usarlas todas en la primera ronda o jugar una en cada una de las diez rondas. Así se mantiene la igualdad entre los votantes, al tiempo que se les permite dar a conocer la fuerza de sus preferencias.

Las primeras democracias fueron ponderadas, pero en un sentido muy diferente: solo algunas categorías de personas tenían derecho a votar. Tanto en las ciudades-Estado griegas como en los Estados Unidos ante bellum, solo estaban habilitados a votar los varones libres (no esclavos). En algunos estados de Estados Unidos, el derecho a votar también estaba limitado por un censo de riqueza (cantidad de propiedades o impuestos pagados). El mismo derecho a votar censitario existió en todos los países vagamente considerados democráticos en el siglo XIX. Además, las mujeres quedaron excluidas en todos los países desarrollados hasta el final de la Primera Guerra Mundial. En esos sistemas ponderados, que hoy se preservan solo en algunas organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, se recurrió a los pesos para no dar a cada individuo (o unidad relevante, un país) la misma importancia.

En las democracias contemporáneas, tenemos un sistema de una persona, un voto (1p1v). Pero ese sistema, aunque igualitario, no permite que se exprese la fuerza de las preferencias. Un sistema de votación ponderada –una persona, n votos– resolvería ese problema.

Y no es un problema menor. Si (en Estados Unidos) uno fuera un firme defensor de Donald Trump o bien se opusiera a él con la misma fuerza, o si (en el Reino Unido) fuera un partidario del Brexit o de permanecer en la Unión Europea, está claro, creo, que desearía tener una oportunidad de expresar su convicción con más fuerza. En un sistema ponderado, sería posible: uno podría no ir a votar en las elecciones locales o en un referéndum que no le interesa y conservar todos sus votos para emitirlos a favor o en contra de Trump o del Brexit.

Rebelión o revolución

A falta de tal posibilidad de votación ponderada, ¿cuáles son las alternativas para aquellos que realmente tienen una postura muy fuerte acerca de algunos temas? Básicamente, tan solo la desobediencia civil, la rebelión o la revolución.

A menudo se dice que las revoluciones son asuntos minoritarios. Ni la Guerra de Independencia de Estados Unidos ni la Revolución Rusa habrían (probablemente) sucedido con un sistema 1p1v. La razón por la que sucedieron es que para aquellos a quienes el problema realmente les importaba, solo quedaba la violencia: a diferencia de las personas que no tomaban partido, los revolucionarios estaban dispuestos a morir por su causa, que es, en cierto modo, la expresión más cabal del voto ponderado. Pero hoy en día deberíamos poder hacerlo mejor, sin derramar sangre.

En Mercados radicales. Cómo subvertir el capitalismo y la democracia para lograr una sociedad justa -un excelente libro de Antoni Bosch publicado recientemente-, Eric Posner y Glen Weyl proponen una forma especial de votación ponderada, la «votación cuadrática», donde cada persona tiene n votos pero si él o ella decide acumularlos y usarlos para una sola elección, el poder de esos votos es menor.

Supongamos que usted y yo tenemos nueve votos cada uno, pero yo decido usar los míos en nueve elecciones mientras que usted los acumula para usarlos en una elección que le interese. Según la votación cuadrática, mi poder de votación total sería de nueve (nueve veces uno); el suyo sería de solo tres (raíz cuadrada de nueve, de ahí el término «cuadrática»).

El sistema de votación cuadrática garantizaría la igualdad entre los ciudadanos y permitiría que se expresara la fuerza de las preferencias, al tiempo que penalizaría el enfoque en un solo tema (o en unos pocos). Por supuesto, son posibles muchas formas alternativas de votación ponderada, incluida la más simple, donde cada voto tiene el mismo poder.

Las dificultades

Las dificultades radican en otra parte: ¿deberían las personas recibir el mismo número de votos por (digamos) un periodo de cuatro años o más? Y luego, como los votantes no saben qué elecciones futuras vendrán –o (digamos) quiénes serían los candidatos en las elecciones presidenciales estadounidenses en 2020–, ¿cómo podrían juzgar la importancia relativa de una elección frente a otra?

Supongamos hipotéticamente que uno es un decidido votante anti-Trump pero ya ha utilizado todos sus votos en las elecciones de 2016 y, por lo tanto, no le queda ninguno para 2020. En ese caso, ya no será tenido en cuenta en absoluto. O supongamos que uno era un votante indiferente en ese momento y que ya ha acumulado un montón de votos que, en caso de una elección muy ajustada en 2020, podrían ser muy valiosos. ¿Qué debería hacer? Un único individuo, así de indiferente, podría valer lo que valen otros diez individuos comprometidos pero que ya han usado todos sus votos.

Del mismo modo, la votación ponderada no resuelve el problema de quién tiene derecho a votar en primer lugar. El estatus político de los territorios que aspiran a la independencia no puede resolverse mediante una votación ponderada antes de acordar quién tiene derecho a votar (básicamente, solo el territorio en cuestión o la unidad mayor).

Hay muchos otros problemas que uno puede imaginar. Sin embargo, la verdad fundamental de la votación ponderada sigue siendo incontrovertible: deberíamos ser capaces de idear un sistema que permita que las preferencias se expresen no solo como elecciones binarias, sino también en su totalidad, incluida la fuerza que subyace a nuestra opinión. Volviendo al ejemplo de la sala de conciertos, deberíamos poder recompensar a aquellos a quienes admiramos con un aplauso más largo de lo habitual.

Fuente: Este artículo es una publicación conjunta de Social Europe y el IPS-Journal

Traducción: Carlos Díaz Rocca



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