Artículo
NUSO Nº 44 / Septiembre - Octubre 1979

Vigencia del marxismo: perspectiva socialista democrática

   

Vigencia del marxismo: perspectiva socialista democrática

Introducción

Uno de los empeños más constantes de las clases dominantes es el de tratar de demostrar que el marxismo -la más influyente y vigorosa expresión teórica del movimiento obrero internacional- sería una doctrina vinculada al totalitarismo y a la violación de los derechos humanos, aparte de ser una interpretación «errónea» de los fenómenos económicos y sociales contemporáneos.

Nosotros defenderemos, en forma esquemática, la tesis de que el marxismo tiene vigencia como método de análisis social y como guía general para la acción liberadora de clases explotadas y pueblos oprimidos. Esa vigencia depende, empero, de que el marxismo supere algunas de sus actuales expresiones deformadas, dogmáticas y cerradas. Hay que volver a las fuentes primeras. Como los reformadores enfrentados al catolicismo dogmatizado de la época de la Inquisición, opinamos que es de valor incalculable la lectura siempre nueva y fresca de las escrituras originales, para aplicarlas a la solución de problemas de nuestra propia realidad existencial. 

Opinamos que para declarar vigente al marxismo, no se requiere defender cada una de sus enseñanzas tradicionalmente aceptadas. Marx y Engels jamás quisieron ser profetas, y siempre señalaron que la «verdad» es un proceso dialéctico en el cual cada nueva etapa niega versiones que anteriormente parecían indudables. Siempre dispuestos a revisar sus propias opiniones a la luz del avance de la ciencia, Marx y Engels están al lado de quienes utilizan su método de análisis, aun para demostrar la falsedad de tal o cual afirmación comúnmente considerada como «ortodoxamente» marxista. Según Lukács, más auténticamente marxista es el que emplea el método dialéctico para refutar a Marx, que el que se declare creyente en un Marx dogmático e infalible1. Para ser marxista, solo hace falta, por una parte, utilizar el método de análisis materialista dialéctico y materialista histórico y, por la otra, sentirse identificado con la lucha por el ascenso histórico de los desposeídos.

Bases teóricas

La visión materialista dialéctica del universo y del hombre está resistiendo la prueba del tiempo, con tal de ser aplicada en forma abierta y crítica. 

Hoy la mayoría de los hombres científicos y progresistas, sin excluir los ubicados dentro de corrientes religiosas, aceptan que tanto la naturaleza como el hombre evolucionan por saltos ascendentes desde formas sencillas hacia otras más complejas, y desde la materia hacia el espíritu, de modo que aquella precede y condiciona a este. Al mismo tiempo, el avance de la ciencia natural empírica tiende a demostrar cada vez más la unidad esencial entre materia y energía y la interdependencia entre lo físico y lo psíquico. 

Un aspecto en el cual el marxismo tradicional puede y debe ser revisado, sin que ello afecte su validez esencial, es el referente a la crítica de la religión. Para Marx y Engels, el único tipo conocido de expresión religiosa fue la expresión reaccionaria: aceptación sumisa del mundo existente como «valle de lágrimas» puesto como castigo divino o como prueba de paciencia y piedad, con indiferencia ante las injusticias sociales y la ignorancia. Ningún hombre medianamente progresista de nuestro tiempo pondrá en duda que ese tipo de sensibilidad religiosa es opio para el pueblo y lamentable desde todo punto de vista, sirviendo para conservar intactas las estructuras de explotación. Pero se encuentra en ascenso hoy en día una religiosidad nueva, cuyo mejor exponente fue Teilhard de Chardin, religiosidad que coloca en el primer plano la ciencia, la justicia, la libertad y el deber de transformar al mundo para abrirle al hombre el camino colectivo hacia Dios. Es casi seguro que, de haber conocido ese fenómeno, Marx y Engels habrían revisado su juicio sobre la función histórica de la religión. Y hay algo más: hoy en día hasta la cosmovisión del cristiano moderno se basa en la noción de la materialidad de un universo en proceso de cristificación evolutiva (o revolucionaria). Entre el cosmos de Engels y el de Teilhard de Chardin, la diferencia ya no es una insalvable oposición entre materialismo y espiritualidad, sino simplemente la cuestión de la apertura del círculo cósmico: Engels concibe todo lo existente como flujo continuo y circular a través del espacio-tiempo infinito, mientras Teilhard lo mira como espiral abierta hacia un Punto Omega ultrafinito2.

En cuanto al materialismo histórico, cada vez más los historiadores del presente aceptan la importancia cardinal del factor económico y de los contrastantes intereses de clases. Aceptan la interacción entre el individuo y la sociedad, así como de las «fuerzas profundas»entre si. Las investigaciones antropológicas e históricas de los últimos años tienden a reforzar más bien que a debilitar el concepto marxista de la historia como serie de contradicciones entre fuerzas tecnológicas pujantes y relaciones sociales retrasadas, o como serie de sucesivas luchas y treguas entre clases. Los únicos que todavía lloran a lágrima viva porque el marxismo ignoraría la «dignidad del hombre» o la «importancia del espíritu» en la historia, son los hipócritas, o los que jamás han leído a Marx y Engels y no saben que estos siempre afirmaron que el hombre hace su propia historia, y que el factor económico es decisivo solo «en última instancia»3.

Economía y sociedad 

La economía marxista puede ser defendida contra sus críticos sobre todo en estos años de recesión económica, sintomática de una crisis estructural del sistema capitalista. Ernest Mandel ha demostrado en su Tratado de economía marxista que los datos empíricos de la actualidad económica internacional tienden a demostrar la veracidad de análisis fundamentales hechos por Carlos Marx hace más de un siglo.

La teoría del valor trabajo, liberada de ciertas formulaciones abstractas, se reduce a la afirmación de que el trabajo social es la fuente y la medida del valor de cambio de las mercancías. De ahí se deriva la teoría marxista de la plusvalía: el trabajo es una mercancía distinta de todas las demás mercancías por cuanto tiene la capacidad de crear un valor adicional a su propio valor de cambio. Este valor adicional, o plusvalía, es apropiado por el capitalista, de donde se deriva el hecho de que el productor colectivo directo sea incapaz de adquirir la totalidad de su propio producto. De allí, y del desorden de una economía basada en la propiedad y el control privados sobre los medios de producción, surge la tendencia siempre recurrente hacia la crisis de sobreproducción y subconsumo. Por otra parte, Marx analizó la tendencia inherente al modo de producción capitalista, hacia la baja de la tasa de ganancias y, por ende, una explotación más acentuada del trabajador colectivo por el patrono colectivo, con el fin de contrarrestar esa tendencia. Asimismo, durante el proceso capitalista, tiende a concentrarse cada vez más la propiedad en pocas manos, acentuándose la ruina de las capas medias independientes y propietarias, y ampliándose las filas del proletariado, entendido como la masa de aquellos que no tienen otra cosa que vender en el mercado que su fuerza de trabajo (que en las condiciones de la segunda mitad del siglo XX incluye la fuerza de trabajo científica, técnica y logístico-organizativa). El capitalismo en crisis o en peligro de crisis estructural se expande hacia países periféricos, donde el capital invertido rinde ganancias más elevadas que en los centros industriales ya saturados, y donde el bajo costo de la mano de obra permite la captación de una plusvalía mayor. La reciente historia de las transnacionales ciertamente confirma ese análisis en buena parte. Mandel nos demuestra, paso a paso, cómo estas tendencias básicas se han realizado en el siglo XX, con variantes que Marx y Engels no pudieron prever, pero que no contradicen la tesis esencial4

Se objeta que Marx previó una pauperización absoluta (o aparentemente absoluta) del proletariado y un constante incremento del número de proletarios o desposeídos en relación con la población global, y que ello no se ha realizado. En realidad, las afirmaciones de Marx sobre la pauperización son algo ambiguas y no excluyen sino más bien alientan una interpretación relativista. Actualmente, en los centros industrializados, ha aumentado el número de asalariados administrativos, gerenciales y técnico-profesionales que no corresponden a la noción del proletariado, sino más bien la de una «clase media» nueva. También es cierto que estos asalariados, y los propios obreros, poseen cada año más automóviles, neveras y televisores, y pasan sus vacaciones en Hawai, Bangkok o Bali. Pero tales hechos empíricos no desmienten básicamente las tesis marxistas. En primer lugar, si los salarios nominales suben, los salarios reales a veces bajan por periodos prolongados. En segundo término, la explotación de trabajadores de los países periféricos o neocoloniales permite a los asalariados de los centros dominantes disfrutar de una situación privilegiada. Para apreciar la verdadera situación global del trabajador colectivo en el área capitalista, es necesario contar no solo a la minoría que vive en los centros industrializados, sino también las mayorías que vegetan en la mayor miseria en las periferias subdesarrolladas. 

En la propia Europa occidental y Norteamérica, si bien ha decrecido el número de proletarios «clásicos» (obreros manuales), siendo ellos hoy menos numerosos que los trabajadores de cuello blanco, por el otro lado no cabe duda de que avanza sin cesar el proceso de proletarización en su sentido más amplio y más fundamental: decrece el número de pequeñas empresas independientes, que son absorbidas por empresas grandes; aumenta el grado de dependencia del capitalista pequeño frente al grande; disminuye el número de profesionales universitarios de libre ejercicio con respecto a los profesionales universitarios asalariados. En otras palabras, avanza el proceso de expropiación de la pequeña burguesía y su transformación en masa asalariada. Si se sustituye la palabra «proletario» por la de «asalariado», todas las previsiones de Marx y Engels se están cumpliendo aún en tos centros industriales, donde por otra parte sí se puede demostrar que existe una pauperización relativa, si se compara el lento aumento del salario real con el vertiginoso crecimiento del patrimonio e ingreso de las grandes empresas oligopólicas5.

En su brillante estudio, Die Klassentheorie von Marx und Engels, el difunto y lamentado Michael Mauke ha demostrado, por otra parte, que bajo las condiciones del capitalismo tardío, o capitalismo de la segunda mitad del siglo XX, los trabajadores de cuello blanco sí llenan las condiciones que Marx y Engels establecen para definir al proletario. Hace cien años, los trabajadores administrativos, organizativos, gerenciales y comerciales no eran «productores directos», mientras que bajo las circunstancias de nuestra época una gran parte de ellos sí lo son6.

Lucha de clases y democracia socialista 

Marx y Engels ciertamente tuvieron razón al afirmar que las contradicciones inherentes al capitalismo conducirán a la humanidad hacia la disyuntiva: socialismo o barbarie. De recesión en recesión, de choque imperialista en choque imperialista, el sistema mostró todo el alcance de sus potencialidades neobárbaras con el nazifascismo y la Segunda Guerra Mundial. En cambio, el auge y desarrollo del socialismo son procesos más lentos y complejos de lo que supusieron los dos grandes científicos de la revolución. No solamente el capitalismo ha demostrado una mayor capacidad de resistencia y de adaptación de lo que ellos pensaron, sino que el socialismo ascendente se está encontrando en dificultades y ha sufrido deformaciones graves e imprevistas. Han surgido formas de transición entre el capitalismo y el socialismo, cuya posibilidad Marx y Engels jamás sospecharon, aunque tampoco dijeron nada que negara la posibilidad de tales etapas intermedias.

Los dos maestros del socialismo científico insistieron siempre en que la acción de la clase obrera debía ser política a la vez que sindical. La historia ha tendido a darles la razón en ese aspecto. Los anarquistas o anarcosindicalistas que, en los países ibéricos sobre todo, actuaron al margen de la política por la «acción económica directa», jamás alcanzaron objetivos positivos y solo fueron eficaces como catalizadores de violencia.

Por otra parte, Marx y Engels defendieron sin tregua la noción de que el movimiento obrero no debe tener una estructura elitesca o autoritaria, sino ser un movimiento de masas, con democracia interna. Atacaron a los «grandes hombres del exilio» alemán después de 1849 por su empeño en realizar la revolución por vía conspirativa, dirigiendo a las masas desde arriba7. Censuraron a Bakunin por su autoritarismo disfrazado de antiautoritarismo8. Con respeto pero con firmeza criticaron igualmente a Blanqui y sus seguidores por creer que una elite revolucionaria minoritaria sería capaz de derrocar el orden existente, sin la participación consciente y democrática de las masas populares9. En una de sus cartas más brillantes y hermosas, dirigida a un socialista danés, el viejo Engels condenó todo intento de suprimir la libertad de discusión y de discrepancia en el seno de un partido obrero: solo en caso de clandestinidad y de peligro extremo, la mayoría tendría derecho temporalmente a coartar la libertad de expresión de la minoría10

Plantearon asimismo la necesidad de que el movimiento revolucionario de las masas trabajadoras actuase con decencia y con respeto hacia los derechos esenciales del hombre, en su política hacia estratos sociales no revolucionarios. El proletariado victorioso, luego de una revolución, debería establecer su dominación de clase o dictadura de clase, que significaría: democracia para el pueblo, restricciones a la libertad de la burguesía. Hasta podrían ser necesarios unos pocos «rudos actos de justicia revolucionaria», contra notorios pillos y conspiradores contrarrevolucionarios11. Pero toda crueldad y toda represión sistemática contra sectores enteros de la población debían ser repudiadas absolutamente. Por ningún concepto se justificarían atrocidades ni exterminios. Debía evitarse a todo trance violentar el proceso de cambio social e ideológico, y en ningún caso debía atacarse, por ejemplo, la fe religiosa de las personas. Según Marx y Engels, la propia historia se encargaría de acabar con la religión-opio, pero cualquier persecución antirreligiosa solo tendería a crear mártires y a fortalecer las creencias atacadas12

Con respecto a las alianzas de clase, Marx y Engels nunca dejan de señalar la importancia de que el proletariado logre el apoyo por lo menos de un sector sustancial de las capas medias, tanto urbanas como campesinas. Debía destacarse constantemente el hecho de que la lucha proletaria va dirigida contra la gran propiedad capitalista explotadora y no contra la pequeña y mediana propiedad. En el plano político, generalmente -salvo en etapas de ascenso popular y revolucionario excepcional- debían formarse alianzas tácticas por lo menos temporales y parciales con los partidos más avanzados de la democracia burguesa o pequeñoburguesa. La única condición imprescindible en tales casos de alianza debía ser la de que el partido del proletariado conservara su claro perfil propio13

Antes de las revoluciones de 1848, Marx y Engels concebían la toma del poder por el proletariado como resultado de levantamientos populares democráticos, con luchas de barricadas y asaltos a bastillas. La clase obrera constituiría el ala más avanzada de la democracia radical, y se impondría en una segunda etapa que seguiría muy rápidamente a la primera, cuyo carácter sería jacobino. Pero luego de la derrota de los movimientos del 48, los padres del socialismo científico comenzaron a ver que el proceso sería distinto: más largo, y con formas de lucha más complejas. Al surgir en Inglaterra, Francia, Alemania y otros países el sufragio masculino universal, Marx y Engels definitivamente se convencieron de que la senda correcta en los países desarrollados es la de la acción de masas política electoral, combinada con la lucha económica legal de los sindicatos. La clase trabajadora debía aprovecharse de las libertades constitucionales hasta lo último, y dejar a la propia burguesía la responsabilidad de violar en un momento de desesperación su propia legalidad y recurrir al terror contrarrevolucionario -que Marx y Engels aún no conocieron bajo el nombre de fascismos-14.   

Para los países no desarrollados, y particularmente Rusia, Marx y Engels reconocieron la necesidad de métodos violentos -como los de antes de 1848 en Europa central y occidental- para acabar con el despotismo e instaurar la democracia, o por lo menos algún sistema de libertades políticas como primer paso hacia el ascenso socialista. Pero aunque así fuere, y aunque justificaron, por ejemplo, el asesinato del zar Alejandro II como medida revolucionaria propia del medio ruso, en ningún caso admitieron que hasta en el medio atrasado ruso se dejara de practicar la democracia interna en el movimiento revolucionario, o que se utilizasen métodos atroces15. Sus ataques contra Nechaiev-Bakunin lo demuestran plenamente. 

Los escritos de Marx y Engels constituyen, pues, la fuente de inspiración más clara y más definida para la lucha contra las deformaciones dogmáticas, autoritarias y elitescas de la lucha de los trabajadores por su emancipación social. El estalinismo, el neoestalinismo, el dogmatismo maoísta, el despotismo aislacionista de Enver Hoxha y los horrores genocidas de Pol Pot, sin haber sido previstos en toda su dimensión terrible, fueron condenados implícitamente por los padres del socialismo científico, de la manera más decidida y enérgica. No previeron que las elites que trataran de dominar autoritariamente al movimiento obrero pudiesen adquirir un carácter de estamento o de casta dominante en la futura sociedad poscapitalista. No se les ocurrió que entre el capitalismo y el socialismo pudiesen existir etapas intermedias. Pero su persistente condena a todo lo que pudiera reproducir en el seno del bando revolucionario el fenómeno del bonapartismo y del burocratismo indica que estos fenómenos posteriores no los hubieran sorprendido y en todo caso habrían provocado su rechazo.

El internacionalismo es otro elemento del pensamiento marxista que conserva toda su vigencia. El capitalismo de la segunda mitad del siglo XX es transnacional por definición, y ya la clase trabajadora está aprendiendo empíricamente que la única forma de resistir al poder de las empresas transnacionales es la coordinación internacional de la acción de sindicatos y partidos obreros.

Asimismo, ha demostrado ser correcto el pensamiento básico de Marx y Engels sobre el colonialismo. Del mismo modo, en ese plano, Lenin ha hecho aportes de valor incontestable. El concepto leninista (antes ya esbozado por Kautsky), de que la Internacional Obrera debe establecer una estrecha alianza táctica con los movimientos de liberación de los países coloniales y semicoloniales (hoy neocoloniales), responde a la realidad de la segunda mitad del siglo XX. Como lo hemos señalado nosotros mismos en obras publicadas, Marx y Engels comenzaron por ser eurocéntricos y convencidos de que el colonialismo tenía aspectos objetivamente positivos. Creyeron, en todo caso, en una primera etapa, que las colonias y semicolonias no se podrían liberar antes de que el proletariado tomase el poder en los centros dominantes. Pero a partir del Gran Motín de la India, y de la Guerra de los Taiping en China, descubrieron el valor revolucionario de las luchas de liberación nacional en países de la periferia. La lucha de Irlanda (que Marx y Engels miraron como país colonial) terminó por convencerlos de que no era cierto que el proletariado de los centros podía hacer la revolución primero para luego aportar la libertad a las colonias: por el contrario, solo la liberación de las colonias sería capaz de sacudir al sistema capitalista dominante lo suficientemente, como para que la clase trabajadora tuviese la posibilidad de emanciparse. Kautsky, Lenin y los leninistas de diversas tendencias continuaron desarrollando estos conceptos. El gran movimiento descolonizador de la segunda mitad de nuestro siglo demuestra la profunda veracidad de la visión marxista. El gradual fortalecimiento del Tercer Mundo y sus presiones sobre los centros dominantes aceleran la crisis del capitalismo y ayudan objetivamente a las fuerzas obreras y populares de los centros dominantes a cuestionar y transformar el sistema. Paulatinamente tiende a establecerse también una coordinación subjetiva entre las fuerzas progresistas del Tercer Mundo y las de los centros industrializados16

Han quedado derrotadas, por el avance objetivo de la historia, tanto las revisiones reformistas del marxismo original, como las dogmáticas y autoritarias. La socialdemocracia bernsteiniana, que solo mira la realidad superficial de los centros industrializados y se olvida del drama revolucionario del Tercer Mundo, y que afirma que la participación de los trabajadores en el poder y la riqueza tiende a ascender cada vez más, sin conflicto ni ruptura violenta, pierde credibilidad cada vez que sobreviene un periodo de recesión y de crisis. La concentración cada vez mayor del poder económico y por ende político en manos de gigantescos consorcios transnacionales vinculados a tecnoburguesías y burocracias estatales; la militarización como respuesta a la recesión; la intransigencia del capitalismo transnacional frente a las exigencias de los pueblos del Tercer Mundo; el permanente peligro fascista; el impacto revolucionario y progresista (pese a todas sus fallas y deformaciones) de las sociedades socialistas burocráticas que desafían al capitalismo y reducen su espacio; la creciente aceptación del socialismo por parte de los pueblos neocolonizados; el hecho fundamental de que el capitalismo solo hace concesiones al pueblo cuando se lo somete a las más duras presiones, todo tiende a demostrar que es falsa la tesis de la evolución indolora de un sistema a otro. 

Por otra parte, tampoco el modelo comunista tal como existe hoy en día en países como la URSS responde a las exigencias del movimiento obrero. Nuestra crítica al modelo soviético o chino, es decir, al modelo socialista burocrático, no se debe a razones sentimentales. Todas las revoluciones y movimientos de liberación han sido sanguinarios (trátese de Cromwell, de Robespierre o del Bolívar de la Guerra a Muerte). Deberíamos aceptar la crueldad si su efecto fuese el de acelerar el avance y la liberación de la humanidad. Pero lo que le reprochamos al modelo burocrático es que ejerce la represión contra el propio pueblo trabajador y no contra clases opresoras. Le reprochamos a la capa burocrática dominante de los mencionados países que frena el avance del socialismo. Al monopolizar el poder de decisión e impedir que todo el pueblo trabajador ejerza el poder democráticamente, mantiene a sus sociedades en el nivel de un colectivismo presocialista, en lugar de impulsarlas hacia un socialismo maduro y pleno. Sin democracia no hay socialismo maduro y pleno, ya que el socialismo no es otra cosa que la democracia extendida a todos los ámbitos de la actividad humana en sociedad.

El marxismo es la gran corriente teórica que con equivocaciones menores, pero con aciertos fundamentales, nos viene enseñando el camino del capitalismo hacia el socialismo, incluida en ese proceso la liberación del Tercer Mundo. El socialdemocratismo reformista, por un lado, y el autoritarismo burocrático, por el otro, son desviaciones históricas, que más temprano que tarde serán superadas y corregidas por la lucha siempre fresca y renovada de los trabajadores y los pueblos todos. Entre ambas deformaciones crece paulatinamente, enriqueciéndose con las experiencias tanto de la socialdemocracia como del comunismo, el socialismo democrático, entendido en su sentido más amplio.

Para nosotros, el socialismo democrático -heredero y representante de la auténtica línea general del pensamiento marxista, manejado en forma flexible y dialéctica, de acuerdo con su propio método- está integrado por todas aquellas corrientes del movimiento obrero internacional que se ubican resueltamente a la izquierda de la socialdemocracia, rechazando el reformismo intranscendente y la línea de «administrar el capitalismo», y que al mismo tiempo también evitan el escollo del dogmatismo y del autoritarismo burocrático. Forman parte de esa corriente ciertos partidos socialdemócratas de izquierda, tales como el de Suecia, así como las alas izquierdas de partidos socialdemócratas y socialistas de otros países europeos occidentales. Igualmente forman parte de la corriente del socialismo democrático en su sentido más amplio los llamados «eurocomunistas» de España, Italia, tal vez Francia y algunos otros países. Se encuentran también en la órbita del socialismo democrático los comunistas autogestores de Yugoslavia. Están en ella, muchos movimientos socialistas de Asia, África y el Oriente Medio, que buscan fórmulas de democracia socialista ajustadas a la condición de sus respectivos países. 

En América Latina, son socialistas democráticos los partidos y grupos que rechazan el reformismo populista y abrazan la causa de la transformación estructural, mientras al mismo tiempo practican en su seno la democracia interna y propugnan proyectos de socialismo pluralista. 

Se nos objetará que muchos de los grupos citados -tales como el sueco y muchos afroasiáticos- no se dicen marxistas ni tal vez lo sean conscientemente. Pero si se examinan sus tesis y programas, es evidente a primera vista la profunda influencia que el marxismo ha tenido en ellos. El método de análisis y los postulados básicos se aproximan al pensamiento de los dos clásicos alemanes. En parte se disocian del marxismo por motivos tácticos, para no asustar a la población de su país, y en parte lo hacen por considerar que hoy en día se acostumbra calificar de «marxista», sobre todo al que sea seguidor de una de las versiones pretendidamente «ortodoxas» y dogmatizadas de esa teoría.

Conclusiones para nuestra situación

De lo anteriormente dicho, nos parece claro que existe una velada comunidad de intereses entre conservadores y estalinistas o neoestalinistas en el empeño de presentar al «marxismo» como doctrina cerrada y dogmática. Quienes anhelan infundir al movimiento socialista internacional un aliento de renovación intelectual y de superación humanista, necesariamente deben oponerse a ese empeño y, mediante un retorno a las fuentes del pensamiento de Marx y Engels, deben demostrar que estos extraordinarios dirigentes de los trabajadores del mundo no fueron ni dogmáticos, ni autoritarios, sino que su doctrina bien entendida y bien aplicada, lleva implícita la democracia integral y la libre crítica.

Solo por la demostración de que el marxismo es democrático y pluralista, lograremos sacar de su actual aislamiento al movimiento socialista de Venezuela y de otros países. Solo si demostramos que el marxismo permite y hasta exige la libre discusión y el respeto a los derechos del hombre individual, estaremos en capacidad de derrotar la propaganda reaccionaria (objetivamente reforzada por los marxistas autoritarios y dogmáticos) que ha convencido a millones de trabajadores y personas de las capas medias de la presunta maldad «totalitaria» del movimiento inspirado por las ideas de Marx y de Engels. El día en que dejemos en claro, contra viento y marea, que el auténtico marxismo es el socialismo democrático y no el burocratismo, respetable solo como etapa de transición en algunos países, habremos desbloqueado al socialismo y abierto el camino hacia él, para millones de trabajadores manuales e intelectuales que todavía se mantienen bajo dirección o influencia de los partidos burgueses, básicamente porque creen que el marxismo y el socialismo son idénticos con los imperfectos y transitorios modelos existentes en algunos países. 

En Venezuela, afortunadamente, el esfuerzo por descubrir el verdadero carácter democrático y humanista del marxismo se está llevando a cabo desde hace por lo menos diez años, no solo por parte de individuos y de grupos pequeños, sino de organizaciones políticas de estimable importancia. Como en otras partes del mundo, la tarea fue emprendida partiendo de tres posiciones iniciales: la socialdemócrata, la comunista, y la socialcristiana. Del bando socialdemócrata salieron los hombres y las mujeres del PRN y posteriormente los del MEP, cuya tesis política de 1970, revisada en 1975, hace un análisis dialéctico del mundo actual y de la situación venezolana, y presenta un programa medianamente claro y coherente de liberación y de democracia socialista. Del Partido Comunista, por su parte, salió el MAS, cuyos dirigentes se adelantaron a muchos de los análisis críticos y los esbozos programáticos realizados posteriormente por los llamados eurocomunistas del viejo mundo. De la tradición socialcristiana surgieron grupos cristianos de izquierda o socialistas, representantes de la Teología de la Liberación y que utilizan en gran medida el método marxista de análisis social. Partiendo de tres fuentes distintas y antagónicas, los movimientos señalados convergieron hacia una posición -hoy compartida en muchos aspectos por el MIR y por otras agrupaciones de izquierda- de búsqueda de una vía socialista que tenga en cuenta las peculiaridades nacionales de Venezuela sin dejar de ser solidaria del movimiento obrero mundial en toda su amplitud y sus variados matices; una vía que combine el empeño revolucionario de transformar a fondo las estructuras con el mayor respeto a la democracia y la diversidad en el seno del pueblo; una vía, por fin, que rescate la vigencia del marxismo fundamental, enfatizando sus elementos humanistas y pluralistas. 

  • 1.

    G. Lukács: «Was ist orthodoxer Marxismus?» en Geschichte und Klassenbewusstsein, Berlín, 1923, p. 13.

  • 2.

    Friedrich Engels: «Dialektik der Natur» en Marx-Engels Werke (MEW) XX, p. 327; Pierre Teilhard de Chardin: Le phénomène humain, París, 1948.

  • 3.

    F. Engels: «Carta a Joseph Bloch», 21/9/1890, MEW XXXVII, p. 463.

  • 4.

    Ernest Mandel: Traite d'économie marxiste, Julliard, París, 1962, 2 tomos, cap. I-V, X-XIV.

  • 5.

    Wolfgang Abendroth: Sozialgeschichte der europäischen Arbeiterbewegung, Fráncfort, 1965, p. 111, 182.

  • 6.

    Michael Mauke: Die Klassentheorie von Marx und Engels, Europäische Verlagsanstalt, Fráncfort, 1971, p. 155-167.

  • 7.

    C. Marx y F. Engels: «Die grossen Männer des Exils» en MEW VIII, 235-335.

  • 8.

    Las polémicas contra el bakuninismo están dispersas en MEW XVIII, sobre todo p. 341 y 424-440.

  • 9.

    F. Engels: «Flüchtlingsliteratur» en MEW XVIII, 529-535.

  • 10.

    F. Engels: «Carta a Gerson Trier» en MEW XXXVII, 326-328.

  • 11.

    F. Engels: «Carta a Otto Von Boenigk», 21/8/1890, en MEW XXXVII, 447.

  • 12.

    MEW XVIII, 424-440 y 532, MEW XXXIV, 514.

  • 13.

    F. Engels: «Carta a Gerson Trier», cit.

  • 14.

    F. Engels: Prólogo a la edición de 1895 de Luchas de clases en Francia, de C. Marx, MEW VII, 511- 527. F. Engels: «Carta a August Bebel» en MEW XXXVIII, 489.

  • 15.

    C. Marx y F. Engels: «Comunicación al Mitin Eslavo», 21/3/1881, en MEW XIX, 244; F. Engels: «KaiserlichRussische Wirkloche Geheime Dynamiträte» en MEW XXI, 189-190.

  • 16.

    D. Boersner: The Bolsheviks and the National and Colonial Question, Droz, Ginebra, 1957, 1-27.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 44, Septiembre - Octubre 1979, ISSN: 0251-3552


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