Opinión
octubre 2021

Elecciones en Venezuela: certezas e incertidumbres

Venezuela se encamina a votar en las elecciones regionales y municipales. Los pronósticos auguran una victoria para el oficialismo. Pero la duda es si el voto protesta podrá reducir la diferencia.

<p>Elecciones en Venezuela: certezas e incertidumbres</p>

Para el próximo 21 de noviembre están convocadas unas elecciones con algunas características particulares. Se elegirán 23 gobernadores, 335 alcaldes, 253 legisladores de los estados y 2.471 concejales. De los legisladores regionales y municipales, 77 representarán a los pueblos originarios. En total, se votarán 3.082 cargos de representación por los que compiten 70.244 aspirantes. Están llamados a sufragar un total de 21.283.590 electores. Son las primeras elecciones desde 2008 en las que se renovarán simultáneamente todos los poderes regionales y municipales.

Las últimas regionales y municipales se llevaron a cabo en octubre y diciembre de 2017, respectivamente. Aunque la noticia destacó el número de gobernaciones y alcaldías ganadas por cada movimiento, una manera distinta para ver los resultados es según los votos obtenidos por cada partido o alianza. Es una medición más fidedigna de la fuerza política de cada quién. En las regionales, el oficialismo obtuvo 5.814.903 votos y los movimientos de la oposición sumaron 4.983.626. La diferencia fue de 831.277 votos a favor del gobierno de Nicolás Maduro. La abstención fue de 38,9%. En las regionales de 2012 la diferencia fue de 970.457 votos a favor del oficialismo, con una abstención de 46,1%. 

Es importante destacar que la oposición no estaba en su mejor momento en octubre de 2017. Pagaba el precio del fracaso de su estrategia de protestas para producir un «quiebre en la coalición dominante» que desalojara a Maduro del poder y abriera la puerta a una transición. Las regionales de 2017 fue la última elección a la que la oposición asistió unida. A partir de esa fecha, la oposición se divide. En las municipales de diciembre de ese mismo año, la diferencia a favor del gobierno aumentó de manera significativa. El Gran Polo Patriótico (GPP), la alianza de partidos pro gobierno que encabeza el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) sumó 6.517.506 votos mientras que el sector de la oposición que participó obtuvo solo 2.622.058. La diferencia a favor del GPP fue así de 3.895.448 votos. La abstención en la municipales alcanzó el 52,6%. 

Las regionales y municipales de 2021 despiertan interés porque aunque los resultados son inciertos, al final nadie sabe cuanta gente irá a votar ni cómo lo hará. El escenario de 2021 es distinto al de 2017. Hay certezas pero también incertidumbre.

¿Qué pasó entre 2017 y 2021? 

El gobierno tomó conciencia de que si quiere mantenerse en el poder tiene que ser un «autoritarismo con gestión». Maduro no quiere ser simplemente un despotēs sino encabezar un gobierno mínimamente competente. Para ello inició una pequeña apertura en la economía y en la política. En este marco, desde septiembre de 2019 inició conversaciones con sectores de la oposición y de la sociedad civil. Entre los resultados se cuenta la designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral en mayo de 2021 el cual tuvo respaldo unánime del Parlamento. Este consejo quiere mostrar que es transparente e imparcial. Su página web (cne.gob.ve) tiene más información pública y en una decisión sin precedentes, aceptó y modificó sus reglamentos para permitir la observación internacional, no solo la de la Unión Europea sino la de cualquier país que quiera enviar observadores. Es una señal importante de apertura porque a la última elección a la que asistió la UE como observadora fueron las presidenciales de diciembre de 2006.

El CNE habilitó a su vez la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que representa a la antigua alianza opositora. Esta tarjeta es la que ha obtenido la mayor cantidad de votos como partido, incluso por encima de la del PSUV. Igualmente, sin que mediara alguna decisión formal, políticos de la oposición perseguidos por el gobierno, pudieron regresar a Venezuela y hoy son candidatos. Entre ellos está Américo De Grazia, hoy distante de su movimiento, La Causa R, quien compite en el estado Bolívar, al sur de Venezuela, y Tomás Guanipa del partido Primero Justicia, quien aspira a la Alcaldía del municipio Libertador de la ciudad de Caracas.

En la oposición también hay cambios. El principal es la constatación de que la estrategia de la «presión y el quiebre» para sacar a Maduro del poder no funcionó. Desde las municipales de 2013, esta fue la estrategia privilegiada, la que pasó por diversas etapas: electoral, política, parlamentaria, militar, e internacional a partir de 2019.

La apuesta de esta estrategia es que «la presión» sobre el gobierno generaría dentro de la «coalición dominante» chavista una ruptura porque varios de sus integrantes optarían por «no hundirse» con Maduro. Entonces, lo abandonarían. Aquí entró otro supuesto de esta estrategia: los «incentivos». El principal, que quienes abandonaran a Maduro serían «perdonados» y podrían hacer vida política en la transición. El lema de los años 2017-2020 fue algo como «Si el chavismo quiere tener futuro, debe abandonar a Maduro». Pero el cálculo opositor probó estar errado desde 2013. Insistió, no obstante, en esta estrategia para complacer a un sector de la opinión pública, mantener equilibrios internos, satisfacer ompromisos internacionales y, no menos importante, para mantener una fuente de recursos.

El gobierno reprimió a la oposición, cierto: encarceló a figuras importantes, forjó juicios, torturó, aventó a dirigentes, inhabilitó e intervino partidos políticos, y se le acusa de un crimen contra un dirigente político: Fernando Albán de Primero Justicia, quien en octubre de 2018 murió en la sede de la policía política, el Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), al caer desde el décimo piso. Todo esto cuenta a la hora de explicar la situación que vive el mundo opositor, pero esto no quita que la oposición apostara por una estrategia política que fracasó. Y eso es responsabilidad suya.

Optó por centrarse en el apoyo internacional para la «presión y el quiebre» y descuidar las bases de los partidos. Desde Caracas y desde el exterior, no se prestó atención a este abandono, pero en las regiones sí. Comenzó una suerte de «goteo electoral» que hizo visible el descontento de las estructuras de base de los partidos del G4 –instancia de coordinación de partidos que apoyan al interinato de Juan Guaidó conformado por Acción Democrática (AD), Primero Justicia (PJ), Un Nuevo Tiempo (UNT) y Voluntad Popular (VP)– las que presionaron a las direcciones de los partidos para definirse sobre la cuestión electoral. Las bases de los tres primeros, e incluso del último, que es el partido de Guaidó, optaran por participar en las regionales y municipales. Voluntad Popular informó que tiene más de mil candidatos para noviembre. Las bases sobrepasaron a las direcciones. Estas tuvieron que acatar el deseo de sus militantes. 

La participación: un elemento clave 

Que las elecciones regionales y municipales sean importantes desde el punto de vista político, no significa que sean relevantes para la opinión pública. Falta poco más de un mes para las elecciones y, al menos desde Caracas, el ambiente electoral no se siente en absoluto. Ni siquiera durante el simulacro electoral del 10 de octubre pasado, a pesar del despliegue informativo de la estatal Venezolana de Televisión. Aunque la campaña electoral no ha comenzado, parece difícil que logre atraer a la población. Principalmente porque siente que su voto no cuenta o no cambiará las cosas. Esto no debe confundirse con que al público no le interesan las elecciones. Le importan, pero percibe que no cambiarán su realidad política. Si gana la oposición, el gobierno buscará la manera de disminuir el triunfo. Un ejemplo es la inconstitucional figura de los «protectores», que son impuestos por el Poder Ejecutivo para hacerle sombra a los gobernadores de la oposición. Si el gobierno pierde como en 2015, la oposición aprovechará la victoria para empujar una estrategia insurreccional. La consecuencia es el rechazo del público. En las parlamentarias de diciembre de 2020 la abstención alcanzó el 69,5%. Las elecciones de 2021 serán una prueba para ver si este «perverso esquema» de desconocimiento a los resultados se rompe. 

El promedio de abstención en las elecciones regionales y municipales entre 2004 y 2018 –un total de siete convocatorias– es de 51,3%. La participación más alta fue en las regionales de 2008 (65,5%) y la más baja en las municipales de 2018 (27,4%). Si el promedio está bien calculado, para los comicios de 2021 deben sufragar aproximadamente entre 10 y 11 millones de electores y electoras.

¿Qué dicen los sondeos de opinión? Las encuestas ofrecen una aproximación a la participación en noviembre. Sin embargo, deben tomarse con reservas. Diversos estudios de opinión venezolanos no han sido muy acertados en sus pronósticos en pasadas elecciones. El estudio de la firma de opinión Delphos encargado por la Universidad Católica Andrés Bello y de carácter público, con alcance nacional y realizado entre el 14 de junio y el 4 de julio de 2021, preguntó acerca de la disposición para ir a votar en noviembre. 53% expresó que «está seguro de ir», cifra ligeramente por encima del promedio de participación en las regionales y municipales entre 2008 y 2018.

Por grupo político, el chavismo es el más motivado a ir votar. En promedio, 77% de los identificados con el chavismo «están seguros de ir» a las regionales frente a 52% de los identificados con la oposición; 40% no se identificó ni con el gobierno ni con la oposición. ¿Cómo se distribuirá la posible participación? Esta pregunta lleva al análisis de las fortalezas y debilidades del gobierno y de la oposición. 

El oficialismo, cohesionado. Pero los votantes pueden sorprender 

La principal fortaleza del Gran Polo Patriótico es su cohesión política y electoral. A pesar que es común en los análisis de la oposición hablar de «fisuras dentro del PSUV», el partido mantiene el equilibrio interno y con sus aliados. Maduro es un primus inter pares reconocido por todos, y la gerencia cotidiana del PSUV la lleva Diosdado Cabello. Entre los dos hacen equipo y son reconocidos como líderes por las diversas «familias políticas» dentro del PSUV y por la base chavista. Las primarias abiertas realizadas en agosto pasado legitimaron las demandas de las bases principalmente respecto de las candidaturas a las alcaldías ya que de acuerdo a las cifras del PSUV, de cada diez alcaldes en ejercicio que buscaron ser validados en las primarias, solo tres obtuvieron el respaldo de las bases. Los siete restantes fueron sustituidos por nuevos candidatos. La unidad del chavismo es su principal fortaleza para noviembre. 

La debilidad del chavismo no es propiamente electoral sino de gestión. El país resiste pero no quiere un gobierno incompetente como el de Maduro. En el estudio de la consultora Delphos, 57% expresó que es «muy necesario un cambio de gobierno» y 27% que es «necesario». En otras palabras, ocho de cada diez venezolanos consideran que debe cambiarse el gobierno. 

Aunque el chavismo va cohesionado, persiste la incertidumbre sobre cómo votarán quienes participen el 21 de noviembre, principalmente por la mala situación de Venezuela. Pueden sufragar por el GPP o pueden expresar su deseo de cambio y votar en contra del gobierno. La incertidumbre –en línea con la tesis del politólogo austríaco Andreas Schedler– es la debilidad de los gobiernos autoritarios. El gobierno de Maduro no sería la excepción. 

La oposición, desprestigiada. Pero puede recuperar espacios perdidos

La debilidad de la oposición es su descrédito, promovido por la propia oposición en las luchas entre los diferentes grupos por la hegemonía. El «interinato» de Guaidó y su plataforma política, el G4, en vez de construir un movimiento de unidad y acercarse a los grupos políticos para tener legitimidad y encabezar una alianza que demandara elecciones menos desiguales, optó por desacreditar a todos los grupos que se mantuvieron fuera del G4 o que manifestaron alguna crítica a la estrategia de la «presión y el quiebre». Al no lograr sacar a Maduro, la crítica se revirtió contra el G4. La acusación de «vendidos» o «corrompidos por el gobierno» llega a toda la oposición. Incluso al G4 y al «gobierno interino». En el estudio de Delphos ya citado, ante la pregunta de por qué este no pudo aventar a Maduro de Miraflores, 73% opinó porque «algunos políticos se vendieron» y 62% cree que en la oposición «hay infiltrados» (del gobierno). Todos son «colaboracionistas». Todos están desprestigiados. 

A lo anterior se suma que dentro de la oposición hay varios sectores. El grupo de Guaidó, el G4, la Alianza Democrática (AD), el grupo de María Corina Machado y los independientes. 

La relación entre Guaidó y el G4 terminó. Ya no funciona la unidad de 2019-2020 en torno a la estrategia de la «presión y el quiebre». La separación es producto de diferencias estratégicas pero también en virtud de la emergencia de las regionales y municipales. AD, PJ, y UNT decidieron participar. Guaidó y parte de VP optaron por mantener la estrategia original de 2019 sin cuestionar de manera abierta a los partidos que van a las elecciones. El grupo de Guaidó se rearticula no tanto en partidos políticos sino en torno de figuras políticas individuales. Algo como un movimiento de notables o de cuadros, menos de partido. En su partido, Voluntad Popular (intervenido por la justicia) hay diferencias entre la visión de Leopoldo López y la de Guaidó en la línea de la «presión y quiebre» y la de otros dirigentes como Freddy Guevara, quien parece favorecer una salida negociada y por eso forma parte de la delegación opositora que se encuentra negociando en México, o las bases de VP que competirán en noviembre. 

El G4 compite con la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática. La directiva de este movimiento afirma en sus comunicados que tienen candidaturas unitarias en varios estados del país. 

Por otra parte, está la Alianza Democrática. Se trata de un movimiento de poco más de 20 partidos que nació como crítica a la estrategia del G4. En ella figuran los partidos «paralelos» que fueron reconocidos por el Tribunal Supremo de Justicia, como AD, Voluntad Popular, Copei, y Bandera Roja, lo que erosiona su legitimidad. Pero también hay movimientos de mayor tradición opositora como Avanzada Progresista. Igualmente incorporó a grupos del chavismo disidente como Redes. La alianza logró construir candidaturas unitarias para competir en las 23 gobernaciones. 

El grupo Vente, de María Corina Machado se reclama liberal. La posición inamovible de Machado es que la participación electoral «legitima al régimen». Por eso, quienes asistan a votar «cohabitan» con «la dictadura». Lo que se requiere es una «amenaza creíble» para que el gobierno «se sienta rodeado» y negocie su salida del poder.

Finalmente, hay grupos independientes que pueden tener relaciones con alguno de los movimientos bosquejados. Los independientes están delimitados a un municipio o estado. Por ejemplo, la Alianza del Lápiz, la que postuló a Antonio Ecarri para la alcaldía del municipio Libertador de Caracas. Ecarri tiene una postura crítica frente al G4. También destaca el movimiento Fuerza Vecinal, que integra a alcaldes de la región capital y de algunos estados de Venezuela. Este grupo compite con el G4.

Todos estos agrupamientos tienen algo en común: buscan mejorar su posición luego del 21 de noviembre. Lo que se define en la oposición es qué alianza tendrá la legitimidad y fuerza política para afirmarse como la oposición frente al gobierno de Maduro tras las elecciones. La competencia en términos electorales será entre el G4 y la Alianza Democrática. Cada uno lleva candidaturas unitarias dentro de sus alianzas, pero no entre ellas. Los independientes podrán rivalizar en algunos estados como Miranda. 

La fortaleza para la oposición residirá en que los votantes quieran protestar contra el gobierno o expresar su deseo de cambio, y el vehículo para hacerlo sea votar por los candidatos de oposición realmente existentes.

Un pronóstico tentativo 

Hacer un pronóstico sobre los resultados en noviembre resulta difícil. Principalmente porque es una elección crítica en el sentido que rompe con el molde de las elecciones previas. En 2021 asiste casi toda la oposición. Esto, junto a ciertas condiciones que hacen menos desigual la elección y la agobiante situación económico-social de Venezuela, es lo que crea la zona de incertidumbre para los pronósticos.

Hay un pronóstico general: el oficialismo ganará todo o casi todo. La oposición no saldrá bien. En una primera aproximación, es así. El momento opositor no es bueno: concurren divididos, el clima es de recriminaciones mutuas, el G4 anunció tarde su voluntad de participar y el público opositor sigue escéptico frente a las elecciones. 

Las proyecciones del candidato de la Alianza Democrática para el estado Aragua –en la región central de Venezuela– Luis Eduardo Martínez apoya el pronóstico sombrío para la oposición. Mientras el GPP tiene un solo aspirante para cada puesto en disputa, las fuerzas de la oposición van con 22.

Pero hay otro análisis. Los votantes no solo sufragan de manera instrumental, sino son sujetos que portan valores. Y hay un deseo de cambio en Venezuela. La dura vida en el país ya no se soporta. La principal responsabilidad de la gestión la tiene el gobierno. La oposición no está totalmente exenta porque adoptó una estrategia insurreccional que tuvo efectos en la vida cotidiana de la población, pero la responsabilidad central es del Poder Ejecutivo. La sociedad quiere otra vida. Aquí entra la incertidumbre que puede favorecer el voto opositor. El gobierno tiene una estructura, una maquinaria, pero esta no controla la conciencia de los votantes, aún en el marco de una forma de gobierno autoritaria.

Hay algunos indicadores de esta intención de voto en favor de la oposición. Muy tenues, pero están. Según Delphos, la intención de voto entre quienes afirman estar «muy seguros de ir a votar» es de 38,2% para los movimientos opositores (G4 + Alianza Democrática), 28,5% para el GPP, mientras que 30,4% se mantiene indeciso. Es decir, la suma de la intención de voto para la oposición es mayor que la del GPP. Tocará ver cómo se definen los «No sabe» y si la oposición podrá unirse al final de la campaña, o si opera algo como una «economía del voto» dentro de la oposición en favor de alguno de los candidatos, sean del G4 o de la AD. 

Todo dependerá de cómo la oposición lleve su campaña. El gobierno intuye esta posibilidad de un voto en su contra y, como siempre, se adelanta con las consignas. Para esta elección, la consigna del GPP es «Venezuela tiene con qué». Aunque casi todos los análisis vaticinan un resultado opositor muy pobre y el comienzo de una crisis interna por el fracaso electoral, la situación conserva algunos márgenes de incertidumbre y se mantiene abierta. De todos modos, más que ganar, la oposición buscará salir menos golpeada de lo que se espera.

Lo que es una certeza es que luego del 21 de noviembre el mapa político venezolano será otro y otros serán los escenarios políticos a analizar. 


En este artículo


Newsletter

Suscribase al newsletter