Los dilemas de la oposición venezolana
Entrevista a Luis Vicente León
septiembre 2020
La oposición venezolana vuelve a dividirse sobre las estrategias para intentar alejar a Nicolás Maduro del poder. Las negociaciones de Henrique Capriles con el gobierno y su apuesta a disputar también en la arena electoral, en un contexto de debilitamiento de Juan Guaidó, movieron las fichas del tablero político con miras a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre.
La decisión de Henrique Capriles de negociar con el gobierno de Nicolás Maduro la liberación de presos políticos y una posible participación electoral generó un terremoto en la oposición venezolana. Acusado de «traidor» o considerado artífice de una jugada estratégica, el ex-candidato presidencial que perdió por escaso margen en 2013 divide aguas y vuelve al ruedo, mientras el «presidente encargado» Juan Guaidó se encuentra estancado y cada vez más debilitado. En esta entrevista con Nueva Sociedad, Luis Vicente León da algunas claves de lectura de la coyuntura política y, sobre todo, de los dilemas de la oposición, dividida en tendencias violentamente enfrentadas, ante las elecciones legislativas del próximo 6 de diciembre. León es presidente de la consultora Datanálisis y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA).
¿Cómo analiza la nueva irrupción de Henrique Capriles en la política venezolana? ¿Hasta dónde su decisión de volver al ruedo dinamitó la configuración de la oposición de estos últimos años?
Lo primero es entender que la irrupción de Capriles no es realmente lo que fractura a la oposición venezolana. La oposición ya estaba fracturada, y desde hace mucho tiempo. Esa fractura opositora es normal porque es un grupo heterogéneo que tiene un objetivo común, que es la lucha contra Nicolás Maduro, pero con visiones muy distintas sobre cómo lograr ese objetivo. Siendo un grupo que lucha por el rescate de la democracia, difícilmente se pueda exigir a ese grupo que tenga unidad de pensamiento y que acepte que se criminalice a quienes piensan diferente dentro de la propia oposición. Durante un tiempo, la popularidad de algunos eventos determinaron una unidad pegada con chicles pero que al final de cuentas funcionaba. A principios de 2019, quien se enfrentara a Juan Guaidó dentro de la oposición estaba muerto, porque él era quien corporizaba el rescate de la esperanza, el outsider, el actor que había logrado el respaldo de la comunidad internacional. 63% de los venezolanos creía en febrero del año pasado que Guaidó iba a sacar a Maduro del poder, con 60 países que lo reconocían…. No había espacio en ese momento para la disidencia. No era que hubiera acuerdo, sino que la mayoría de la oposición se decantó por apoyar a quien había logrado un respaldo mayoritario de la población, los aliados, etc. Pero luego de 20 meses, el resultado de ese proceso está a la vista. De la oferta triangular de Guaidó –cese de la la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres–, ninguna de las tres cosas se logró ni está cerca de lograrse. Hoy solo 17% cree que Guaidó puede lograr un cambio en los siguientes tres a seis meses. La cosa cambió dramáticamente. Las acciones de la oposición no fueron exitosas. La oferta de apoyo internacional se mantiene, pero no es eficiente para provocar un cambio de gobierno. La esperanza de cambio es prácticamente nula.
Y ahí vuelve a aparecer Capriles…
Era natural, en este marco, que salieran a la luz las diferencias y otros actores que piensan distinto a Guaidó internamente, aunque tengan el mismo objetivo –la salida de Maduro del poder y el rescate de la democracia–, aparecieran retando a Guaidó. No tiene nada de malo que eso ocurra. Yo parto de la premisa de que votar o no votar, en estas circunstancias, es un dilema falso; los dos van al barranco. Pero sí creo que era obvio que iba a ocurrir una fractura que se iba a poner sobre la mesa. Y también creo que Capriles tenía el derecho a plantearlo. Como también lo tiene María Corina Machado a expresar su planteamiento extremo y radical de que no hay nada que hacer, excepto pedirle a los marines que resuelvan el problema. A mí me parece un planteamiento éticamente cuestionable pero también estéril, ya que la propia respuesta de Estados Unidos, en boca de Elliott Abrams, fue que eso es realismo mágico. Pero ella plantea las cosas como si Guaidó fuera el culpable de que los marines no hubieran venido; como si él tuviera una app en su celular donde aprieta «marines» y ellos nos bombardean y sacan a Maduro. Eso es absurdo. Pero no se puede imponer el consenso a los «coñazos», como decimos en Venezuela. Yo rechazo la idea de que cualquiera que plantee algo distinto a Guaidó entonces sea un traidor o esté comprado por el gobierno. Esto no es un tema de buenos o malos. Es un tema de estrategias, y lo que vemos es que la estrategia de estos últimos meses condujo a la «ere paralizada», como denominamos a un juego en Venezuela; nos paramos todos y nadie puede hacer nada diferente a quienes están congelados sin límite de tiempo: nadie puede votar, nadie puede negociar, nadie puede luchar. No hacemos nada: Guaidó se queda donde está, los diputados anteriores se quedan donde están… y Maduro se queda como está.
Como no hay una elección competitiva, el «presidente encargado» sigue siendo Guaidó bajo la figura de la «continuidad administrativa», que es un planteamiento apoyado por Estados Unidos. Eso es como decirles a los venezolanos que tú estás nombrando un emperador, un Carlos V que no tiene que validarse ni ir a ningún proceso electoral, que no importa si es popular o no, que no importa si aglutina o no a las fuerzas opositoras y se queda per saecula saeculorum porque el «fin de la usurpación» no está a la vista.
Usted dice que no cree ni en la posibilidad electoral ni en la no electoral hoy, ¿entonces?
El tema fundamental es que, si tú lo analizas desde la perspectiva de la abstención, el problema es que Maduro va a tener igual su elección y además les colocas un problema nuevo a tus aliados internacionales. A Estados Unidos no tanto porque ya dijo que va a reconocer a Guaidó, pero sí a Europa. Para Alemania o España, sostener a alguien a quien se le vence el mandato no es una opción. Pero incluso en Estados Unidos el tiempo va a jugar en contra de Guaidó por el «efecto Aristide». [El ex presidente haitiano] Jean-Bertrand Aristide era reconocido, al igual que el sha de Irán, ¿pero qué pasa cuando pasa el tiempo y no puedes cambiar el gobierno? ¿Cuánto tiempo pasa antes de que te vuelvas irrelevante? La oposición por continuidad está condenada a la irrelevancia.
Ahora, ¿votar es la solución? Tampoco. Y ahí está el problema. Es claro que en Venezuela no hay un evento electoral competitivo, ya que no cumple con las condiciones democráticas mínimas. Con ninguna. Ahora bien, ¿cuándo vale la pena votar? Teóricamente, siempre será preferible una acción que una inacción. Es más probable provocar un momentum de ruptura votando que absteniéndose. La abstención es normalmente desastrosa. La participación es entonces una búsqueda que no reconoce la legitimidad del gobierno ni intenta ganar formalmente, lo que intenta es construir un momentum de tensión, que se convierta en una especie de evento nacional que, como en una corrida, pica al toro, y busca un momento de lucha y de fractura, una épica.
El problema en Venezuela es que eso es difícil de hacer con la oposición unida, y con una dividida ya no tienes opción. Con una oposición fracturada en la que incluso el líder máximo te dice que no vayas, una parte de la comunidad internacional te dice que no votes, y muchos dicen que quienes voten son unos traidores, para Capriles convertir su llamado al voto en un río rebelde es demasiado cuesta arriba. Él lucha a contracorriente porque la gente está muy decepcionada de todo: de la elección, de la protesta, de la marcha, de la negociación, de las luchas, de los marines, hasta de los mercenarios, porque es que acá ha habido de todo. Y todo ha fracasado. Y sin esperanza esa conversión es muy difícil. Por eso no creo que ninguna de las dos estrategias tal como están planteadas vaya a ningún lado. O sea, en mi opinión, el gobierno ganó esta batalla. Pero rescato que el planteamiento de Capriles no es simplemente votar; Capriles ha dicho que hay que usar el voto como un instrumento de lucha. Eso es diferente al planteamiento de la Mesa de Diálogo Nacional, que sostiene que hay que votar y tratar de ganar en la elección controlada. Carriles ni siquiera ha dicho que se va a presentar en estas condiciones. Él colocó sobre la mesa una negociación que terminó con la liberación de 100presos políticos y termina también con una invitación del gobierno venezolano a la observación internacional europea por primera vez en 16 años.
¿Esto es suficiente? Claramente, no. Para el propio Capriles tampoco es suficiente. Obviamente, el gobierno está interesado, incluso desesperado por lograr que él participe, por mostrar la fractura opositora, por pincelar de legitimidad la elección. Y Capriles lo sabe y juega rudo para tratar de conseguir condiciones. Si tú miras la historia de una revolución, ¿cuándo han colapsado los gobiernos? Cuando se equivocaron, cuando hicieron un miscalculation en el proceso electoral. Y lo que Capriles piensa es: «todo el mundo cree que vamos a contracorriente, pero si yo logro unas condiciones electorales significativamente mejores que incluyan la observación electoral europea, con las condiciones que exige Europa para una observación, es posible que nosotros consigamos algún clic que llame a la gente al voto y en ese proceso construir el momentum». No es fácil, pero lo otro es una propuesta de inacción para paralizar un juego que está perdido. Es una opción sí y solo sí él logra lo que yo crea que él quiere lograr la postergación de las elecciones y tratar, mientras tanto, de convencer a la gente de participar. Es complicado, pero al menos le doy el beneficio de la duda, porque es una acción y no una inacción.
Como analista de opinión pública, ¿cuál es hoy la popularidad de Maduro? Eso siempre parece un enigma.
Maduro tiene alrededor de 13% de apoyo popular. Eso es bastante estable en los últimos 16 meses. Pero eso no quiere decir que vaya a sacar 13% en una elección. Porque al final, el porcentaje de la elección depende también de la abstención. Y la mayoría de la abstención es opositora. Si le restas eso, el porcentaje se dispara hacia arriba y hasta podría ganar. Además, él en una campaña también crece, sobre todo si consideras que 51% de los venezolanos sigue apoyando la gestión de Hugo Chávez. Ven un cortocircuito entre Maduro y el legado de Chávez, pero no son opositores convencionales. Entonces, seguimos teniendo un país dividido. Pero claro, la gestión de Maduro es tan mala que le es difícil reconectarse con esa parte de la población y el rechazo es mayoritario en todos los estratos socioeconómicos. La oposición crece simplemente porque es oposición, pero mucha gente preferiría a Chávez, solo que Chávez ya no existe. El peor enemigo para Maduro es el mismo Chávez, como una especie de espejo que muestra una diferencia brutal entre ambos.
¿Qué pasa con la oposición? Que Guaidó, que es su líder máximo, tiene 26%. Es el doble que Maduro, sí, pero es 26%. Y eso, con abstención, es demoledor. Por eso creo que Guaidó tiene razón en abstenerse.
Pese a todo, Maduro ¿puede rescatar algo? Puede. Yo recuerdo a Chávez venir de abajo y volver a subir en una campaña. Yo no creo que Maduro pueda ganarle a una oposición unida, pero le puede ganar perfectamente a una oposición polifracturada. Porque la fractura no es solo Capriles-Guaidó-María Corina. Es Capriles, Guaidó, María Corina, Mesa de Unidad, votar o no votar, líderes en el exterior y líderes en Venezuela, deseo de invasión militar extranjera versus negociación. Todo eso es simplemente un pastel que complica la interpretación simple de que Maduro es minoritario. Claro que es minoritario, en un país normal perdería. Pero en Venezuela no es tan simple.