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NUSO Nº 201 / Enero - Febrero 2006

Una pieza más en el rompecabeza boliviano

La crisis estructural de Bolivia es la manifestación del fin de ciclo de la estructura político territorial del Estado-nación, de un unitarismo centralista administrado tradicionalmente desde la sierra y el Altiplano. En ese contexto, en el oriente tropical del país emerge un movimiento regional guiado por una elite que busca hacerse hegemónica, que proclama la identidad camba como ideología de cohesión regional y que reivindica la autonomía política. Aunque Santa Cruz es sin duda el nuevo eje del desarrollo nacional, los procesos sociales, demográficos y migratorios que se sucedieron en su historia reciente sugieren que sus problemas son en realidad un reacomodode las fuerzas interiores de la sociedad boliviana.

Una pieza más en el rompecabeza boliviano

Una pieza más en el rompecabezas boliviano El proyecto autonomista de Santa Cruz

Alberto A. Zalles

La crisis estructural de Bolivia es la manifestación del fin de ciclo de la estructura político territorial del Estado-nación, de un unitarismo centralista administrado tradicionalmente desde la sierra y el Altiplano. En ese contexto, en el oriente tropical del país emerge un movimiento regional guiado por una elite que busca hacerse hegemónica, que proclama la identidad camba como ideología de cohesión regional y que reivindica la autonomía política. Aunque Santa Cruz es sin duda el nuevo eje del desarrollo nacional, los procesos sociales, demográficos y migratorios que se sucedieron en su historia reciente sugieren que sus problemas son en realidad un reacomodo de las fuerzas interiores de la sociedad boliviana.

La crisis boliviana y la cuestión regional

La «muerte» y el «suicidio», como prosaicamente pronostican algunos, son categorías que no pueden aplicarse a la historia de los pueblos como si se tratara de individuos. Porque los pueblos y la cultura que ellos producen no se convierten en cenizas y desaparecen en un santiamén. En todo caso, la crisis de la sociedad boliviana alude a una recomposición societal inducida por variados elementos conflictivos, entre ellos el fraccionamiento regional que indica elocuentemente el fin del ciclo de la estructura político-territorial del Estado-nación, cuyo núcleo se ubicó tradicionalmente en la sierra y el Altiplano. La emergencia de la elite cruceña introdujo un elemento más en una crisis cuyo resultado podría ser, en el peor de los casos, la división del país; o, si confiamos en la sagacidad de los actores, la consolidación de una república de estilo federal compuesta por regiones autónomas.

Bolivia está dividida entre la voluntad autonómica del departamento de Santa Cruz, que reivindica las demandas regionales del oriente del país, y las posiciones del pueblo aymara, que condensan las aspiraciones indígenas del occidente; los dos polos autonomistas son los actores más dinámicos de la refundación de Bolivia, o de su fin. Ahora bien, ambos intereses pueden justificarse como legítimos y, más allá de los anhelos emotivos y conservadores, la construcción de dos países, de dos autarquías, podrá ser provechosa si contribuye al desarrollo de la democracia, la justicia social y la convivencia pacífica.

Pero ¿quiénes guían los intereses autonomistas? ¿Cómo se manifiestan los proyectos y las ideologías, y cuáles son las posibilidades para que esas aspiraciones se realicen? La reflexión sociológica boliviana ha resuelto solo parcialmente estas preguntas. Si bien es cierto que se ha ocupado bastante del pueblo aymara (Stephenson; Ströbele-Gregor), no ha sucedido lo mismo con el proyecto cruceño, sus implicaciones políticas y las propuestas de la «Nación camba», ala separatista del movimiento. El programa de la región oriental es incomprendido en el propio país y casi desconocido en el ámbito internacional. Es sobre este tema que vamos a reflexionar en este artículo, mostrando su trasfondo histórico, sus actores y sus pretensiones de hegemonía y poder.

El nacimiento de una región

La formación de Santa Cruz se remonta al siglo XVIII, cuando era una jurisdicción de la Audiencia de Charcas. La jurisdicción de Santa Cruz se prestó como tierra de misiones, donde los jesuitas realizaron una verdadera ingeniería utópica y lograron un esplendor económico y cultural que se irradió a través de toda la provincia. Esa bonanza regional quedó trunca en 1767, cuando los religiosos fueron expulsados por el Decreto Real. Durante el periodo colonial, Santa Cruz fue un espacio periférico, cuya articulación económica y política externa jugaba al ritmo de diferentes fuerzas centrípetas que la atraían hacia el sur, hacia Paraguay y Buenos Aires, o hacia el oeste, hacia el «macizo andino» del Alto Perú.

En 1776, luego de la creación del Virreinato del Río de la Plata, Santa Cruz tuvo que trasladar su capital a Cochabamba, lo que revela una mayor dependencia respecto del eje político y cultural andino, del cual constituyó un entorno agrícola. En cuanto a su situación fronteriza, Santa Cruz se formó contra la influencia portuguesa y, a lo largo del siglo XIX, contra los afanes expansionistas de Brasil. En el periodo de la lucha independentista de 1809-1825 (y, más precisamente, durante la revuelta guerrillera protagonizada por Ignacio Warnes y José M. «Cañoto» Baca), Santa Cruz expresó, como el resto del Alto Perú, una marcada compartimentación regional, lo que condicionó el carácter sectorial que adoptó la resistencia anticolonial en los Andes altoperuanos. La parcelación de la resistencia dio lugar a la noción de las «republiquetas», cuerpos políticos provinciales reunidos casi espontáneamente para emprender la lucha armada contra el ejército español (Arguedas, p. 38; Finot, p. 164).

Una vez creada la república boliviana, y sobre todo después de las pérdidas territoriales sufridas en el siglo XIX, el Estado nacional buscó afirmar su espacio geográfico, especialmente en el oriente tropical, donde la densidad de población era extremadamente baja. Podemos destacar, en este sentido, varios momentos y factores importantes en este proceso.

El primero es el interés por la colonización interna del país, lo que implicaba hacer efectivo el control sobre los territorios al este de los Andes. Esa voluntad nació con la independencia y constituyó un proyecto a fines del siglo XIX (García Jordán) bajo el siguiente esquema: poblar las tierras «baldías» a través del fomento del asentamiento de pioneros, de preferencia europeos, capaces de desarrollar la agricultura y la explotación forestal, sin preocuparse por la situación de las poblaciones indígenas de la selva. Este tipo de colonización venía a desmitificar la extendida leyenda de El Dorado, la ilusión de riquezas que solo requerían el riesgo de la aventura. Lacolonización se convirtió en un proyecto de acción planificada, en el que la prosperidad se prometía como efecto de la inversión de trabajo y esfuerzo civilizador. El ordenamiento territorial anhelado se inspiraba, en suma, en un positivismo sociológico propio de la época.

Un segundo factor relevante en la integración del oriente al espacio nacional apareció con la Guerra del Chaco, que demostró el abandono de las regiones cruceña y chaqueña. La falta de vías de transporte era tal que la logística y el avituallamiento de las tropas fueron una preocupación insoluble para el ejército boliviano (Klein, p. 197). De otra parte, se dice que en el Chaco se encontraron jóvenes de todas las clases sociales, provenientes de distintos lugares, que serían luego los actores de la Revolución Nacional de 1952. Evidentemente, una cosa es cierta: de los más de 60.000 soldados muertos en campaña, la mayoría fueron indígenas aymaras y quechuas. Sin embargo, la guerra permitió tomar conciencia del potencial económico que podía aportar la región oriental, algo que se concretó en las décadas siguientes con la explotación de petróleo en los territorios de Tarija y Santa Cruz, de donde fueron exitosamente desalojados los paraguayos al final de la confrontación (Querejazu Calvo).

Finalizada la guerra, en junio de 1936, se abrió una época de audaz integración del oriente, y especialmente del departamento de Santa Cruz. Fue clave la misión estadounidense conocida como el «Plan Bohan», de 1941, que sentó las bases para el financiamiento y la creación del Banco Agrícola, la Corporación Boliviana de Fomento y la construcción del oleoducto Camiri-Cochabamba y la carretera pavimentada Cochabamba-Santa Cruz (Baptista, p. 528; PNUD, p. 19). Se establecieron también las condiciones para la agroindustria cruceña, orientada a la producción de caña de azúcar, algodón y arroz. La carretera sirvió para garantizar el comercio y, sobre todo, para el traslado de la mano de obra andina que llegaría masivamente desde 1952.

En esta etapa tuvo particular impacto el élan modernizador inspirado por los países vecinos, cuya influencia cambió respecto del espíritu de expansión belicista del siglo XIX. La construcción del ferrocarril Corumba-Santa Cruz (1949), a iniciativa de Brasil, y del ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz (1954), por impulso argentino, manifestaron un deseo comercial y de mercado, la búsqueda de una articulación moderna que rendiría beneficios e influiría fuertemente en la mentalidad cruceña. El tercer factor de integración se sitúa en la Revolución Nacional de 1952, la etapa más acabada de la proyección del Estado hacia el oriente cruceño. Santa Cruz fue quizás la región más favorecida por la revolución, pues el excedente de la nacionalización de las minas permitió financiar y estructurar allí una sólida economía agroindustrial. Además, la revolución la dotó de los recursos humanos necesarios mediante la mano de obra campesina que, liberada del régimen latifundista en los Andes, descendió al trópico para trabajar temporalmente en la zafra o para establecerse en las áreas de colonización de San Julián y Yapacaní. A esto hay que añadir el fomento a la inmigración extranjera: la población de origen japonés que se instaló en San Juan de Yapacaní y fundó también la colonia Okinawa, y los menonitas Amish, provenientes de México y Canadá, que darían un especial impulso a la agricultura.

Un cuarto momento se registra en la década de 1970. Como maduración de los procesos económicos y de la emergencia de una elite regional deseosa de participar en el desarrollo nacional, Santa Cruz atraviesa una etapa de modernización, consolidación institucional y desarrollo urbano acelerado. Para entrar en escena, la nueva clase dominante cruceña adhiere al golpe de Estado del general Hugo Banzer y, entre 1971 y 1974, aprovecha el alza coyuntural de los precios de las materias primas, la venta de gas a Argentina y la bonanza derivada de la producción de algodón y azúcar, además de las divisas provenientes del endeudamiento externo (Grebe, p. 106). El quinto momento ocurrió en 1985, cuando el gobierno de Víctor Paz Estenssoro implementó una profunda reforma estructural para desarticular la agotada y deficitaria economía y responder a la debacle de la minería del occidente del país. La región menos impactada por la crisis estructural fue la cruceña, debido al carácter heterogéneo de su economía, al equilibrio entre el sector fiscal y el privado y a la complementación entre la actividad agropecuaria y la industrial. La única burguesía que se mantuvo en pie fue la asentada en Santa Cruz.

A pesar del crecimiento logrado en los años 70, la economía cruceña sufrió un estancamiento en la década siguiente, para cobrar un nuevo impulso a partir de 1990, como consecuencia de la explotación de las reservas de los yacimientos de gas natural y de los beneficios derivados de la producción y la venta del grano de soya. A ese dinamismo se sumó el proyecto, finalizado en 1991, de la hidrovía Paraguay-Paraná a partir de Puerto Quijarro, una terminal fluvial que ha abierto a Bolivia hacia el Atlántico: el volumen de mercancías que moviliza es tan significativo como el que se realiza a través de los puertos del Pacífico.

En síntesis, al considerar las transformaciones estructurales y territoriales ocurridas en los últimos cincuenta años en Bolivia, se puede afirmar que Santa Cruz constituye la región más emprendedora del país, «la primera economía» (PNUD, p. 50). Esta situación se explica también por la vecindad privilegiada de la región respecto de Argentina y Brasil, los socios principales del Mercosur: según los datos del Instituto Boliviano de Comercio Exterior, el 82,42% de las exportaciones bolivianas tienen como destino Brasil y Argentina; Santa Cruz produce un 56% de las mercancías destinadas al comercio exterior. El proyecto político cruceño

La voluntad autonómica de Santa Cruz está guiada por una elite que tomó cuerpo a partir de la Revolución de 1952, una nueva burguesía agraria e industrial que se formó gracias al excedente de las nacionalizaciones y de las subvenciones ofrecidas por el Estado. Una de sus particularidades es su perspicacia para dotarse de una identidad cuasi étnica, la camba, con el propósito de conciliar los orígenes culturales y sociales heterogéneos de sus habitantes. Como camba, de manera genérica, se describe a todo poblador del oriente boliviano. Este término es polisémico y funcional, pues cuando una persona de la clase dominante cruceña lo utiliza en referencia a otra de estatus inferior puede tener una connotación despectiva y equivale a «indígena». En el fondo, la identidad camba es un mestizaje de facto, maquillado y barnizado de una nostalgia castiza.

La elite camba se nutrió de varias fuentes: en primer lugar, de las viejas familias pioneras, cuya riqueza fue acumulada en el tiempo de las barracas gomeras del Acre del norte boliviano. Después, integró a quienes se establecieron en el oriente y supieron aprovechar la coyuntura de oportunidades económicas generada luego de la Guerra del Chaco. Esos «tristes trópicos», tierra de frontera, sirvieron de cobijo para ciertos europeos expulsados por una crisis cuya tragedia fue enmarcada por las dos guerras mundiales. Finalmente, otra ola de pioneros se trasladó a Santa Cruz como consecuencia de la Revolución de 1952: se trataba de los pocos hacendados de los Andes que verdaderamente tenían pasión por el oficio agrícola, a quienes se sumaron los comerciantes y transportistas kollas, los únicos que podían garantizar el flujo logístico en las rutas y ferrocarriles de la región.

En síntesis, la nueva elite emergente se compuso de diversos actores. Y, una vez que se sintió cohesionada, se lanzó contra el centralismo altiplánico, al que acusaba de frenar su desarrollo. En 1959 ensayó una primera acción de rebeldía y demandó al Estado el aumento de las regalías para la región. La situación no fue bien vista por el gobierno, que sofocó el movimiento luego de un enfrentamiento armado. Años después, en 1971, la elite camba se mostró más madura y comprendió que sus aspiraciones dependían de su participación en la política nacional. Por eso se implicó en el golpe de Estado comandado por el coronel Banzer, quien además era cruceño. La alianza «golpista» actuó como un movimiento cívico-militar y reunió a dos partidos otrora irreconciliables: la Falange Socialista Boliviana (FSB), arraigada principalmente en el oriente, y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), primera fuerza política nacional. A partir de entonces, el protagonismo de la elite camba fue indiscutible a todo nivel.

Hoy, la elite camba goza de cohesión social y tiene poder económico. Hay que expresarlo con todas las letras: si existe una burguesía en Bolivia, ella se encuentra en Santa Cruz. Por lo tanto, este nuevo actor es en buena parte responsable del futuro desarrollo boliviano y, sobre todo, clave para una transición que evite una pugna conflictiva entre las regiones, como la guerra civil que a fines del siglo XIX enfrentó a chuquisaqueños y paceños.

En cuanto a su acción política, la clase dominante camba supo aprovechar hábilmente el argumento autonomista de los aymaras del occidente. Recuperó el discurso autonomista para marcarlo con su sello y proyectarlo –a diferencia de los indígenas de occidente– en un horizonte modernizante, liberal y de reivindicación fiscal y financiera (Archondo).

Pero no es solo la existencia de un poder económico emergente en Santa Cruz lo que explica las aspiraciones autonomistas. El proyecto se explica también por la incomprensión y la negligencia del Estado nacional, que ha provocado la reacción y el fortalecimiento del programa autonomista que se manifestó multitudinariamente el 28 de enero de 2005 en Santa Cruz. Ese episodio marcó el punto culminante de las movilizaciones en la región: ha obligado al gobierno a programar un referéndum nacional sobre las autonomías para el 6 de julio de 2006 y lo ha impulsado a instituir la elección por sufragio universal de los prefectos departamentales, que hasta el momento eran designados por el presidente. De esta manera, se procedió a una modificación sustancial del sistema decisional y participativo de la democracia en Bolivia.

El proyecto cruceño lucha por obtener cuatro condiciones político-administrativas: a) órganos de gobierno autónomos; b) división horizontal de los poderes Ejecutivo y Legislativo; c) capacidad de tomar decisiones estratégicas e independientes que impliquen inmunidad y autonomía y d) majestad tributaria propia y estable (La Razón 12/07/05). El movimiento está protagonizado por el Comité Cívico Pro-Santa Cruz, una entidad corporativa que agrupa a una amplia gama de actores: empresarios privados, trabajadores sindicalizados, entidades barriales, pequeños comerciantes y otras organizaciones de la sociedad civil. Es consentido y estimulado por la burguesía cruceña que, con la descentralización autonómica, dispondrá, entre otras cosas, de los excedentes que prometen las reservas gasíferas. En el propósito de legitimarse, el proyecto cruceño muestra una gran capacidad para crear opinión y debate mediático; ningún otro departamento del país se ha tomado tan a pecho la reivindicación autonómica y el protagonismo en la refundación de las instituciones de Bolivia.

Regionalismo, identidad y demografía

Como toda ideología, el regionalismo cruceño se funda en una reinterpretación de la historia y en la invención de una mitología y una simbología que tienen por finalidad consolidar una identidad y legitimar un particular proyecto societal. Y, como toda ideología, manifiesta también ambigüedad en su confrontación con la realidad: las representaciones de lo cruceño y de lo camba que produce responden a una panoplia de discursos contradictorios, que van desde el extremismo nacionalista hasta un multiculturalismo contemporizador; desde la creencia de que existe una raza camba «blanca», de origen europeo, moderna, emprendedora y dispuesta a separarse de Bolivia, hasta la moderada reivindicación de la diferencia cultural, que aboga por una convivencia armoniosa entre todos los bolivianos. En su perspectiva folklórica, la ideología regionalista presenta al hombre camba como un ser audaz, derrochador y cachafaz, al lado de una mujer camba virtuosa, casera, recatada, además de bella y sensual.

Para desmitificar y desencantar la ideología regionalista de la identidad camba es pertinente recurrir al análisis de la realidad demográfica, una manera de retratar con mayor precisión a la sociedad regional concreta y el curso contemporáneo de su formación. Para realizar ese ejercicio, revisaremos la información sobre Santa Cruz provista por el Censo Nacional de Población y Vivienda 2001, elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas, y nos detendremos en dos temas importantes: la autoidentificación étnica y la procedencia (origen geográfico) de la población.

Al analizar la autoidentificación étnica de la población mayor de 15 años, se evidencia que un importante porcentaje (37,49%) se autodefine como indígena. Entre ellos, lo que sorprende es que los indígenas andinos sobrepasan en proporción a los indígenas amazónicos, es decir que la población étnica proveniente de San Cruz constituye una minoría (16,57%). De la población que no se identifica como indígena, el 62,51% constituye la población camba propiamente dicha (diferente de los indígenas amazónicos, guaraníes, chiquitanos y mojeños). En esta lectura, el término camba designa a la población mestiza, que se atribuye un carácter cultural particular, en contraposición al kolla que, por exclusión, remite a toda persona que nació en el occidente.

Anotemos algunos fenómenos incontestables en sus consecuencias y en sus implicaciones ideológicas. En primer lugar, el censo muestra que la población de Santa Cruz, como la del resto del país, está compuesta por diferentes identidades étnicas. Para resolver esa cuestión, el proyecto autonomista cruceño aboga por una inclusión regionalista, «nacionalista», de los individuos dentro de la identidad camba, con lo cual subsume la cuestión étnica.

Un segundo dato importante surge al observar la distribución de la población del departamento por edad y lugar de nacimiento. La población de origen extranjera es ínfima: 1,98%. Esto revela que el ideal de poblar el oriente con inmigrantes «blancos», de origen europeo, no se hizo realidad. Los dos proyectos que verdaderamente aportaron población extranjera a Santa Cruz fueron la inmigración de japoneses y la de menonitas: en el caso de los japoneses, formaron matrimonios mixtos; en el de los menonitas, permanecieron como grupos endogámicos. Es decir que el mestizaje camba no tiene nada que ver con una supuesta mezcla entre una gran proporción de población extranjera y la población local. El mestizaje camba es una mezcla de los bolivianos entre sí.

Aunque en términos absolutos la población nacida en Santa Cruz es mayoritaria (72,77%), si desagregamos ese resultado por edades podemos establecer que es en el rango de la generación de 0 a 29 años donde se puede percibir una verdadera diferencia de proporciones entre los nacidos en Santa Cruz, que son una amplia mayoría, y los nacidos fuera del departamento. En cambio, en lo que concierne a la generación de 30 a 59 años se percibe una equidad entre cruceños y aquellos provenientes de otros departamentos. Dicho de otra manera, los jóvenes nacidos con el boom migratorio proveen la consistencia cuantitativa al grupo de origen cruceño de la población.

En síntesis, las estadísticas demuestran que ser camba significa, sobre todo, asimilarse a un estilo de vida y a una mentalidad que ha creado la sociedad cruceña. El proyecto autonómico confronta, en su interior, el mismo dilema presente en el resto del país, la cuestión étnica, que debe ser resuelta por el conjunto de la sociedad boliviana. Esto implica que Santa Cruz tiene que contar a la población indígena andina, aymaras y quechuas, como parte integrante de su proyecto societal.

Reflexiones finales

Santa Cruz se ha beneficiado de un largo proceso de modernización cuyo hecho culminante fue la revolución nacionalista de 1952. Funda su poder económico en una consolidada estructura agroindustrial y en el potencial de su riqueza en hidrocarburos. Al mismo tiempo, fue tempranamente integrada en la dinámica de influencias establecidas por Argentina y Brasil, países que demostraron un claro interés por lograr una conexión eficaz con la capital cruceña a través de la construcción de ferrocarriles. Santa Cruz aparece como la región más aventajada y como la más dispuesta a participar en el espacio de integración del Mercosur, aunque su interés exportador no la aleje totalmente de los países andinos, principales compradores de la soya que produce.

La elite camba tiene uno de los proyectos autonomistas más viables dentro del programa de reformas estructurales pendientes de la sociedad boliviana. Su contraparte, el proyecto autonomista aymara, no ha logrado armarse de un programa integrado y tiene dificultades para articular un discurso ideológico de cohesión nacional. La elite dominante del occidente kolla está compuesta por integrantes de un movimiento indigenista de base sindical y por funcionarios que se nutren del raquítico sistema de las instituciones estatales y de los cuadros surgidos de las ONG. Los agentes capaces de crear una economía como la de Santa Cruz se encuentran ausentes.

La identidad camba está ligada a una mentalidad y a un estilo de vida moldeados por la clase dominante. Si esta identidad emergente tiene dificultades para reinventarse un pasado, su interés pragmático consiste más bien en mostrarse atractiva para las nuevas generaciones, para los hijos de los migrantes kollas, a quienes invita a participar de su cosmovisión. El discurso identitario camba se presenta como un «operante ideológico» de tipo nacionalista que sirve para aunar los intereses regionales y formular una estrategia de refundación de la sociedad boliviana.

La renuncia del presidente Carlos Mesa y la convocatoria anticipada a elecciones nacionales y de prefectos en diciembre de 2005 marcaron una tregua social en Bolivia. El nuevo gobierno debe resolver múltiples cuestiones: en lo político, de manera perentoria, la cuestión de las autonomías y la promesa de una asamblea constituyente; en lo económico, la cuestión del control de la explotación del gas, cuyos ingresos podrían ayudar a paliar la pobreza del pueblo; en lo cultural, el clivaje étnico. Esas cuestiones incumben directamente a Santa Cruz.

Paradójicamente, la región oriental no se ve representada entre los políticos que lideraron las fuerzas mayoritarias en las elecciones presidenciales del 18 de diciembre, aunque el electorado cruceño se inclinó por Podemos, partido que llevó como candidato presidencial a Jorge Quiroga, nacido en Cochabamba. En el occidente del país la población se inclinó por el MAS de Evo Morales, cuyo origen y fuerza provienen de los sindicatos de campesinos cocaleros del Chapare cochabambino. En tal sentido, Cochabamba no manifiesta ambiciones autonomistas y, como región intermedia –chawpirana en el léxico quechua–, pareciera limitarse a aportar dirigentes políticos para la resolución de la polarización territorial y geográfica del conflicto entre oriente y occidente.

En fin, la refundación societal en Bolivia promete nuevos episodios conflictivos: esperemos que la reorganización del rompecabezas político-territorial del Estado avance en el sentido de la creación de una sociedad abierta, que consolide la democracia y concilie los intereses de sus múltiples actores.

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Prensa consultada

El Deber, Santa Cruz.La Razón, La Paz.Los Tiempos, Cochabamba.


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 201, Enero - Febrero 2006, ISSN: 0251-3552


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