Tema central
NUSO Nº 285 / Enero - Febrero 2020

Rebelión, progresismo y economía moral La clase media argentina en las últimas dos décadas

Argentina se autopercibe desde hace décadas como un país de clases medias. Es parte del mito fundacional que pervive hasta hoy. El kirchnerismo, como otros movimientos nacional-populares, ha tenido una relación ambivalente con estos sectores: aunque algunos vieron en él un «populismo de las clases medias», estas fueron a menudo consideradas como culturalmente «colonizadas». Y es de las clases medias de donde surge la fuerza del macrismo, recientemente derrotado en las urnas.

Rebelión, progresismo y economía moral  La clase media argentina en las últimas dos décadas

No cabe duda de que llegó el tiempo de la clase media, o al menos eso sugiere la abundante producción académica sobre el tema. Numerosos libros y papers anuncian la llegada de una (nueva) clase media global; estudios de agencias internacionales de desarrollo e instituciones como el Banco Mundial proclaman su advenimiento: un vistazo rápido al archivo de esa institución revela que la cantidad de publicaciones dedicadas a la cuestión trepó a un pico histórico en la última década1. ¿Pasará el siglo xxi a la historia como el siglo de la clase media?, se pregunta Göran Therborn en un artículo publicado en New Left Review2.

América Latina no está exenta de estas percepciones; por el contrario, en 2014, el entonces presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, declaró que la región finalmente se ha vuelto una región de clase media. A escala nacional, la cuestión de la clase media evidenció también un comeback desde hace algunos años. El regreso coincide con el ascenso de los llamados gobiernos progresistas en la región: en Brasil, la política de promoción de una nueva clase media consumidora se hizo primero cuasi doctrina estatal bajo los gobiernos del Partido de los Trabajadores (pt). Luego, sin embargo, durante las protestas de 2013, aparece nuevamente la idea de una clase media opositora al gobierno petista. También en Ecuador el gobierno de Rafael Correa apeló desde el comienzo a un ideario de meritocracia –profundamente arraigado en aquellos que se consideran de clase media–. En otros países, no obstante, la idea de una clase media opuesta a los gobiernos progresistas se mantuvo durante todo el ciclo. Por ejemplo, en la última campaña electoral de Bolivia, en 2019, el gobierno de Evo Morales hizo alusiones positivas a la clase media, a la que, dijo, «hay que volver a enamorar».

¿Y en Argentina? En el país de la región con la relación tal vez más compleja y contradictoria con la clase media, los pronunciamientos durante las últimas dos décadas fueron igualmente ambivalentes. Néstor Kirchner anunciaba en 2005 que la clase media debería «de una vez por todas tener un lugar, un rol protagónico junto a la clase trabajadora»3, mientras que su sucesora, Cristina Fernández, hablaba en 2009 de una clase media que sufre «una suerte de colonización cultural» en su actuar contra los intereses de las clases populares4. Sin embargo, la misma presidenta desarrollaba en sus discursos una narrativa en la que se representaba biográficamente a sí misma como una «clasemediera» ejemplar. Además, reivindicaba el discurso sobre las clases medias de los organismos internacionales, lo que la llevó a destacar el gran desempeño económico-social de Argentina en presencia de sus pares provenientes de los países vecinos. Estas ambivalencias llevaron a una dificultad de lectura política tan grande que hasta a los analistas les fue difícil interpretar el rol de la clase media argentina en esos años. Algunos vieron confirmada la idea de una clase media resentida y antipopular que finalmente tomó revancha en la elección de Mauricio Macri en 2015, mientras que otros caracterizaron a los gobiernos kirchneristas como una suerte de peronismo o populismo «de clases medias»5.

La clase media como categoría performativa

Los discursos acerca de la clase media en América Latina, promovidos por diversos actores, han confluido en algunos momentos en forma inesperada. Ello se debe a que la expresión «clase media» invoca en sí misma una serie de nociones que difícilmente pueden ser separadas del sujeto que las enuncia: la apelación a las clases medias constituye a menudo un recurso para obtener legitimidad. Es evidente que los discursos políticos son altamente performativos. Sin embargo, lo mismo puede afirmarse sobre los análisis científicos. Ciertos términos utilizados por las ciencias sociales no son categorías meramente analíticas, son también performativas. Casos emblemáticos en este sentido son, por ejemplo, el significante «democracia» e, inversamente, «populismo».

«Clase media», sin lugar a duda, se cuenta dentro de las categorías altamente performativas. En Estados Unidos y Europa no transcurre campaña electoral alguna sin que los competidores invoquen a la clase media como motor de la sociedad y como un sector social que debe reforzarse. eeuu es, en efecto, un caso ejemplar en el que la clase media aparece como sujeto constitutivo y mito fundacional de la nación misma. A la vez, en Europa, desde hace unas décadas, los partidos históricos ya no se representan a sí mismos como expresiones de los distintos polos del antagonismo entre capital y trabajo, sino que luchan por figurar como verdaderos representantes de este lugar mítico asociado al mismo tiempo a posiciones «centristas» en el mapa ideológico.

El historiador Ezequiel Adamovsky, autor de Historia de la clase media argentina6, aportó algunas observaciones perspicaces con respecto al funcionamiento performativo de la categoría en cuestión. Adamovsky la descifra como una «metáfora geográfica» que coloca a un actor en un supuesto centro de la sociedad. Pero, como observa, ni los polos entre los cuales se debería ubicar este centro son explicitados, ni se responde a la pregunta más general sobre si verdaderamente se puede suponer que existe el «centro» de una sociedad. Empero, la metáfora del «medio» despliega una sutil operación performativa que mezcla posicionamiento social con posturas políticas. El politólogo alemán Herfried Münkler, por ejemplo, advirtió que en el contexto de lo que él percibe como una radicalización de los extremos políticos, el medio/centro es «un lugar fuertemente amenazado» y sostiene que «quien quiera defender el centro político debe empezar por la preservación del punto medio social»7. Tal equiparación tiene una larga tradición dentro de la filosofía política: el «punto medio» es imaginado como el equivalente a cohesión social y equilibrio político, y el dueño de este lugar metafórico del «medio» de la sociedad –la clase media– se convierte en la encarnación de la moderación social y política8.

Tal noción de «clase media» como indicador de una sociedad más justa, políticamente equilibrada o promotora de valores democráticos predomina hasta hoy en día. Es sorprendente que se mantenga a pesar de su poco sostén empírico. América Latina y en particular el caso de Argentina constituyen ejemplos de que las clases medias, en ciertos momentos de la historia, no dudaron en confraternizar con algunas de las dictaduras más sangrientas, como plantea José Nun en su famoso ensayo sobre el golpe militar de clase media9. Tampoco hay evidencia alguna de que la tan mencionada nueva clase media global en países como China y la India sea más propensa a convicciones democráticas o tenga miradas políticas más mesuradas que otros grupos sociales. Pero ni los numerosos estudios históricos ni trabajos recientes acerca de sus valores políticos han logrado alterar la creencia en una clase media como actor democratizador. En este artículo, en lugar de asumir la hipótesis de una clase media ubicada siempre a mitad de camino entre los clivajes políticos, se exponen tres lecturas acerca del comportamiento político de la clase media argentina durante las últimas dos décadas. A nuestro entender, estas líneas de lectura –que abordan las movilizaciones de la clase media, los cambios dentro de su estructura social y su integración en el llamado «pacto de consumo»– aportan algunas claves, no para resolver el enigma de la clase media argentina, sino para intentar comprenderla en sus ambivalencias.

Signos cambiantes de la movilización de la clase media

Los estudios más interesantes durante las últimas décadas se inscriben en una línea de trabajo que, frente a los problemas de definición de la clase media, se propone abandonar los intentos de una delimitación objetiva (económica) para enfocarse principalmente en la subjetividad y la autopercepción de quienes se autodefinen de clase media. Esa perspectiva constructivista hace, pues, hincapié en las prácticas cotidianas y en la necesidad de reafirmación de sus líneas de delimitación y se focaliza especialmente en la clase media como identidad10.

El caso argentino aparece particularmente adecuado para una perspectiva de esta naturaleza. El mito de Argentina como un país de clase media está anudado a la identidad nacional. Todos los estudios señalan una alta autoidentificación subjetiva con la clase media que no necesariamente coincide con la propia posición dentro de la estructura social. Según los últimos datos de World Value Survey (2014), 57,8% de la población se autopercibe de clase media. En 2012, la cifra alcanzaba el 69,9%. Estos resultados coinciden con los de otras encuestas, como la de Latinobarómetro, respecto al elevado nivel de la autopercepción como clase media por parte de los argentinos. Latinobarómetro arroja que un promedio de 83,6% de los argentinos, entre 2011 y 2018, se autoidentifican como de clase media (este porcentaje incluye, empero, tres subcategorías de clase media, lo que explica en parte la diferencia porcentual). Igualmente, más allá de los porcentajes, la conclusión interesante a extraer es el dato relativo al elevado nivel de esta autoidentificación en comparación con otros países de la región.

La corriente teórica constructivista cobró importancia en el debate académico en el contexto de la crisis de 2001 y los años posteriores11. En aquel momento, la clase media aparece como el actor visible y movilizado en una verdadera «rebelión de clase media», como la llamó Daniel Ozarow en un libro recientemente publicado12, contra el «corralito» bancario decretado por el gobierno de Fernando de la Rúa, en medio de la profunda crisis que vivía el país en los estertores de la convertibilidad entre el peso y el dólar estadounidense (1 a 1).

Ozarow, en una perspectiva que parte de las movilizaciones de la clase media durante las últimas dos décadas, echa luz sobre sus demandas y motivos políticos. El autor rastrea cómo la rebelión de 2001-2002, caracterizada por sus rasgos de solidaridad interclasista entre la clase media y las clases populares13, se fue apagando y dio lugar a otro tipo de adhesiones y movilizaciones de signo conservador e incluso reaccionario, en las cuales se retomaban tópicos como la (in)seguridad o el repudio a lo que se percibió como una intromisión ilegítima del gobierno. En este sentido, se pueden distinguir otros tres ciclos importantes bajo las gestiones kirchneristas en los cuales la clase media aparece como actor movilizado o, mejor dicho, en los que se produce lo que se interpretó como movilizaciones de la clase media: primero, las manifestaciones entre 2004 y 2006 ligadas al secuestro y posterior asesinato de Axel Blumberg por motivos económicos; segundo, las movilizaciones en el contexto del conflicto con los sectores agroindustriales («el campo») en 2008; y tercero, las movilizaciones de 2012 y 2013, que contenían un amplio abanico de demandas pero se caracterizaban principalmente por un rechazo común hacia el gobierno de Cristina Fernández. El detonante no era solo la situación económica (desaceleración, inflación, «cepo»), cuya percepción discutiremos más adelante, sino que también cobraron importancia temas como la corrupción. Claves en este sentido fueron, por un lado, la «tragedia de Once», en 201214, que puso sobre la mesa el tema de la corrupción, pero también, por otro, una creciente percepción de la clase media de un abuso de poder por parte del gobierno nacional, sobre la base de, por ejemplo, rumores sobre una reforma constitucional para introducir la reelección para un tercer mandato del kirchnerismo en el poder. Entonces las movilizaciones de este tercer ciclo, durante 2012 y 2013, denunciaron la «korrupción» o «corrupción k» y una supuesta «diktadura», y expresaron un fuerte rechazo, en especial hacia la figura de la presidenta (a quien llamaban de manera insultante la «kretina»).

Un cuarto ciclo que retoma expresiones de la clase media se distingue durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando un sector urbano se moviliza en julio de 2016 en los llamados «ruidazos» contra la suba de las tarifas de servicios públicos como electricidad, gas o transporte. Sin embargo, las movilizaciones que se produjeron desde la asunción de Macri no tendieron a ser interpretadas como movilizaciones de clase media. Más allá de que lo fueran o no, este hecho permite ver dos debilidades de la perspectiva misma: por un lado, se corre el riesgo de adoptar acríticamente la autodescripción de los propios actores movilizados que, como vimos, buscan asociar clases medias con vocación democrática. Se genera así un sesgo hacia parte de la clase media que se reclama «democrática», mientras se rechaza –desde un antiperonismo histórico– a los gobiernos kirchneristas como antidemocráticos. Como consecuencia, se pierden de vista las ambivalencias y los intentos de integración hegemónica que los gobiernos kirchneristas, sin lugar a duda, impulsaron. Por otro lado, hay un segundo problema que arrastran los enfoques que parten de las movilizaciones sociales: indagan principalmente aquellos momentos excepcionales en los que la clase media se moviliza. En este sentido, los signos de las movilizaciones de la clase media argentina fueron cambiando con el tiempo y se reestablecieron las viejas fronteras entre peronismo y antiperonismo como uno de sus ejes centrales. Sin embargo, son casos excepcionales en los cuales los posicionamientos políticos son expresados públicamente. No parece arriesgado afirmar que la opinión política se mueve mucho más en términos de consensos tácitos que en apoyos o rechazos activos que además se hacen públicos. Es decir, mientras la perspectiva de las movilizaciones sociales arroja luz sobre las formas y razones de rechazo (o apoyo) expresadas explícitamente, se dieron también dinámicas más «silenciosas» que jugaron un rol en estos tiempos. Para comprenderlas, hacen falta otros acercamientos al tema de la clase media.

Clase profesional-gerencial y militancia estatal

Un abordaje clásico respecto de la clase media parte de un análisis de las ocupaciones y ramas de actividad económica. Esta mirada cuenta con una larga tradición en las ciencias sociales argentinas, ya que tiene sus fundamentos en los estudios clásicos de Gino Germani como «La clase media en la ciudad de Buenos Aires. Estudio preliminar», de 1942. Los trabajos de Germani instauraron algunos de los mitos políticos acerca de Argentina como país de clase media (otra vez, es muy recomendable el examen riguroso por parte de Adamovsky, quien, revisando los datos de Germani, cuestiona las conclusiones de gran alcance político del sociólogo).

Los estudios que se inscriben en este enfoque coinciden con el diagnóstico de que la clase media (inferior) fue un polo dinámico en la estructura social posterior a 2001. Ese sector de la clase media experimentó una expansión acelerada y aumentó su peso en la composición social. Son especialmente los asalariados de tareas administrativas, los técnicos y profesionales de gestión del Estado y los empleados del sector salud, educativo y de investigación quienes crecen a partir de 200315. Esta dinámica, empero, comienza a estancarse durante la última gestión de Cristina Fernández. Los mismos estudios advierten sobre cierta arbitrariedad e insuficiencia de los criterios exclusivamente económicos para establecer un recorte entre los sectores populares y la clase media. Sin embargo, se pueden retomar sus conclusiones con respecto a qué ramas de actividades y grupos ocupacionales se expandieron en esos años. Se trata –hemos señalado antes– de grupos fuertemente ligados a un proyecto de desarrollo empujado desde el Estado y al despliegue estatal en el área de las políticas sociales.

Esto nos lleva a una observación interesante con respecto a los cambios estructurales y el comportamiento político de la clase media. John y Barbara Ehrenreich propusieron en la década de 1970 la expresión «clase profesional-gerencial» (professional-managerial class) para el caso de eeuu. Se referían con ella a un sector que tiene sus raíces en la ampliación del Estado y las reformas progresistas de comienzos del siglo xx y obtiene hegemonía durante los años 60. Estos autores subsumen bajo esta expresión a empleados estatales, maestros, gente del sector de producción cultural y también periodistas –cabe aclarar que los autores no se referían solamente a empleados estatales sino a todo un conjunto de instituciones sociales y entidades culturales y educativas vinculadas a la expansión estatal–. Más allá de la definición precisa en términos sociológicos, el aspecto enriquecedor de este concepto es la hipótesis política vinculada. Ehrenreich y Ehrenreich argumentan que se trata de una clase –desde su punto de vista existe incluso un «antagonismo objetivo», por ejemplo entre esta clase y la clase obrera– cuya función principal es mediar en el conflicto entre capital y trabajo, ejercer cierto control social y cultural y garantizar así la estabilidad social16.

En este sentido, la expresión «populismo de clases medias»17 utilizada por Maristella Svampa tal vez represente una exageración, ya que tiende a invisibilizar otras vertientes importantes del kirchnerismo. Sin embargo, nos lleva a poner el foco en la militancia estatal de una parte de la clase media durante los gobiernos kirchneristas. No solo explica las mejoras materiales (empleos, becas, mejoras salariales, etc.) de ese sector, sino también cierto apego al proyecto progresista y las formas de militancia que se dieron durante aquellos años.

Pacto de consumo y economía moral de la clase media

En busca de una delimitación de la clase media, la definición tal vez más recurrente sea la promovida por los organismos internacionales, que postulan el ascenso de una clase media latinoamericana. Un muy citado informe del Banco Mundial afirma que entre 2003 y 2009 la clase media de América Latina y el Caribe creció 50% y superó los 152 millones de personas. Argentina se ubica entre los países líderes, con un crecimiento de la clase media superior a 10%18.

El estudio define la clase media sobre la base de los ingresos –entre 10 y 50 dólares paridad poder adquisitivo (ppa) diarios–. La arbitrariedad de la definición utilizada por los economistas fue criticada en múltiples oportunidades19. Además, una mirada más cercana al ascenso de una supuesta clase media latinoamericana muestra grandes diferencias entre los países de la región. Sin embargo, si quitamos de estos estudios su terminología clasista, quedan como punto de partida sus datos con respecto a los niveles de ingreso20. Veremos entonces más en detalle el caso argentino.

Aquí se muestra que los salarios reales para el periodo que se inicia en 2003 han aumentado y que esto es particularmente evidente en el sector privado. Los ingresos medios pudieron recuperar su nivel de consumo anterior a la crisis de 2001 y a veces incluso aumentarlo. Cabe aclarar además que, si bien es cierto que durante la primera presidencia de Néstor Kirchner se observan las mejoras más importantes, no es adecuado reducirlas a este periodo, como sucede a menudo en los análisis que hacen una fuerte distinción entre su mandato y el de Cristina Fernández con respecto a su carácter de clase media. Después de un crecimiento reducido en 2008 (4,1%) y una caída en 2009 (-5,9 %), los años 2010 y 2011 se caracterizaron por una fuerte recuperación económica. Hoy, en tiempos de las cifras revisadas del entonces cuestionado Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (indec), la caída de 2009 queda en evidencia. En aquel momento, sin embargo, prevalecía una sensación de que se había logrado esquivar comparativamente bien la crisis económica global. Emblemáticos ejemplos de aquella percepción son las cifras récord de ventas en los shoppings y de autos cero kilómetro o viajes al exterior, que indican la permanencia de altos niveles de consumo de las clases medias y altas en estos dos años. En el periodo 2012-2013, aunque el nivel de consumo se estancó, se mantuvieron en gran parte los beneficios de las primeras dos gestiones kirchneristas.

Este estancamiento se convirtió más tarde en una reducción de los niveles de consumo. El Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (cifra) ubica la caída de los salarios reales bajo la gestión de Macri, hasta febrero de 2019, en 12,1% para el sector privado, mientras que en el sector público se redujo 19,1%21. En esos cuatro años se volvió programática la famosa frase del economista Javier González Fraga –nombrado presidente del Banco de la Nación Argentina– en pleno recorte de subsidios de servicios públicos a comienzos de 2016, cuando afirmaba que desde 2003 se había hecho «creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior»22. Se ha propuesto la expresión «pacto de consumo» para entender cierta integración material de la clase media post-200323. Sin embargo, se cometería un error si se la entendiese en clave meramente economicista. Más bien, la idea apunta a la dimensión política dentro de la economía y algo que se podría llamar –tomando en préstamo el célebre concepto de E.P. Thompson– «economía moral de la clase media». Tal como mostró el historiador británico, más allá de la necesidad material, subyacía a los motines de hambre en Inglaterra durante el siglo xviii un sistema de normas y valores sociales sobre lo que se consideraba una economía justa y un buen gobierno; algo similar se puede identificar en el caso de la clase media argentina.

Queremos resaltar dos aspectos de esta idea. Primero, la expresión «economía moral» visibiliza la importancia de lo cotidiano para entender la idiosincrasia de la clase media. Se han atribuido los problemas de los gobiernos progresistas en la región a la caída de los precios de los commodities a partir de 2013. Es cierto que la reducción de los ingresos por exportaciones de recursos naturales disminuyó los márgenes de maniobra que permitía la coyuntura política. Empero, no alcanzan los datos económicos duros para explicar la visión crecientemente negativa de la clase media acerca de las políticas kirchneristas. Si bien los problemas estructurales del modelo económico se hacen cada vez más visibles a partir de 2012 (fin del boom de los commodities, déficit energético, restricción externa), las medidas económicas tomadas afectaron especialmente algunos de los núcleos identitarios más arraigados en el modo de vida de la clase media. El ejemplo al que más se acudió fue el del llamado «cepo» (la imposición de restricciones a la compra de dólares): dentro del universo de tal economía moral, este fue interpretado por sectores de la clase media como limitación a la libertad personal y apartamiento del mundo globalizado.

Otro ejemplo en la misma clave es el consumo de productos de marcas importadas. Mezcla de herencia de la cultura de la década de 1990 con cuestiones estructurales de la economía argentina, la demanda de estos productos persiste en un alto nivel. Su disponibilidad y el ascenso a pautas de consumo internacionalizadas siguen siendo un rasgo importante de la identidad de los consumidores de clase media24. Pero no es una cuestión meramente «cultural», sino que se traduce en un desafío macroeconómico. De hecho, los productos de consumo importados alcanzaron según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (indec), para el periodo 2003-2015, el 11,1% de todas las importaciones. Las regulaciones de importaciones desde 2012 afectaron especialmente a estos bienes de consumo y fueron interpretadas como una intervención ilegítima por parte del Estado en la economía y en la vida personal. Las movilizaciones urbanas de 2012 y 2013 fueron clara expresión del rechazo hacia la politización continua de la economía en el nivel de la vida cotidiana.

Segundo, la identidad como consumidor juega desde la década de 1990 un rol clave en esta economía moral y se mantiene presente durante el kirchnerismo. Muchas veces esta afirmación es malentendida como una crítica al consumo en general. Pero más que una crítica a las mejoras y al bienestar material, se trata de una observación con respecto a cierta continuidad de lo que Verónica Gago describió como «ciudadanía a través del consumo»25. La perspectiva de una economía moral de la clase media explica la atracción de la propuesta de Cambiemos en 2015. Su promesa de una «despolitización» de la política económica y la devolución de las libertades de los consumidores percibidas como derechos (el desenvolvimiento personal en la esfera de consumo, para lo cual el Estado debería garantizar acceso y elección libre) armonizó con las ideas involucradas en esta economía moral de un buen gobierno y funcionamiento de la economía. Las afirmaciones de Macri respecto a que la inflación no sería un problema en su mandato, ya que solo se debía a la anomalía populista, fue en este sentido la promesa de una economía «normal», como en los países «serios». En la misma clave se pueden leer los pronunciamientos respecto al «regreso al mundo», que prometieron una renovada credibilidad y respetabilidad a escala mundial. La liberación del mercado cambiario cumplió, por su parte, la ilusión de una libertad contrapuesta a las restricciones opresivas durante el kirchnerismo, más allá de las posibilidades económicas reales del individuo.

El no haber logrado cumplir con la promesa de desterrar las preocupaciones económicas de la vida cotidiana ni posibilitar el acceso a las anheladas pautas de consumo internacionalizadas explica, a la vez, el desencanto posterior con el gobierno de Macri. En especial en 2019, las altas cifras de inflación o la vuelta al control de cambios fueron derrotas simbólicas particularmente abrumadoras, ya que iban en contra de la economía moral de la clase media argentina. Encontrar el equilibrio con respecto a esa economía moral, apelar a un progresismo moderado y, a la vez, lidiar con los rasgos persistentes de una identidad antiperonista serán claves para la flamante presidencia de Alberto Fernández en los años que vienen, si, como parece por el momento, se lanza a otro intento por parte de un gobierno peronista de seducir a la clase media argentina.


Nota: este artículo se enmarca en el proyecto de investigación «Clases medias en disputa: discursos e identidades en torno a los sectores medios de Bolivia y Argentina», desarrollado en el Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados (CALAS), sede Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

  • 1.

    Revisando su archivo, solo el Banco Mundial cuenta con 145 publicaciones acerca del tema entre 2010 y 2019. Entre 2000 y 2009 llegan a 82.

  • 2.

    G. Therborn: «Las clases sociales en el siglo XXI» en New Left Review No 78, 1-2/2013.

  • 3.

    «Palabras del presidente Néstor Kirchner en el acto de firma de convenios con la Cooperativa 25 de Marzo», 11/10/2005, www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/24829-blank-5705506.

  • 4.

    «Inauguración de la muestra Día de la Lealtad, 17 de octubre», 9/10/2009, www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/21478-blank-15851578.

  • 5.

    Juan Ciucci: «El kirchnerismo es el peronismo de las clases medias», entrevista a Carlos Altamirano en Agencia Paco Urondo, 13/9/2013; Maristella Svampa: Debates latinoamericanos: indianismo, desarrollo, dependencia y populismo, Edhasa, Buenos Aires, 2016.

  • 6.

    E. Adamovsky: Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Planeta, Buenos Aires, 2012.

  • 7.

    H. Münkler: «Die Mitte, ein hochgradig gefährdeter Ort» en Süddeutsche Zeitung, 23/6/2016.

  • 8.

    E. Adamovsky: «Aristotle, Diderot, Liberalism and the Idea of ‘Middle Class’: A Comparison of Two Contexts of Emergence of a Metaphorical Formation» en History of Political Thought vol. 26 No 2, 2005.

  • 9.

    J. Nun: «América Latina: la crisis hegemónica y el golpe militar» en Desarrollo Económico vol. 6 No 22/23, 1966.

  • 10.

    Ver Sergio Visacovsky: «Estudios sobre ‘clase media’ en la antropología social: una agenda para la Argentina» en Avá No 13, 2008.

  • 11.

    Este enfoque tiene su expresión institucional a partir de 2004 en un grupo de trabajo y, más tarde, en el Programa de Estudios sobre Clases Medias que funcionó entre 2011 y 2017 en el Centro de Investigaciones Sociales-Instituto de Desarrollo Económico y Social (CIS-IDES).

  • 12.

    D. Ozarow: The Mobilization and Demobilization of Middle-Class Revolt: Comparative Insights from Argentina, Routledge, Nueva York, 2019.

  • 13.

    Por ejemplo, la unidad entre los piqueteros (movimientos sociales de base territorial que cortaban caminos) y las clases medias que organizaban cacerolazos y asambleas en los barrios.

  • 14.

    El 22 de febrero, un accidente de tren de la línea Sarmiento en la estación Once, en Buenos Aires, causó 51 muertos y cientos de heridos.

  • 15.

    V. por ejemplo Gabriela Benza: «La estructura de clases argentina durante la década 2003-2013» en Gabriel Kessler (comp.): La sociedad argentina hoy: radiografía de una nueva estructura, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2016; Héctor Palomino y Pablo Dalle: «Movilización, cambios en la estructura de clases y convergencia de ingresos en Argentina entre 2003 y 2013» en Realidad Económica vol. 56 No 218, 2016.

  • 16.

    B. Ehrenreich y J. Ehrenreich: «The Professional-Managerial Class» en Pat Walker (comp.): Between Labor and Capital, South End Press, Boston, 1979.

  • 17.

    M. Svampa: ob. cit.

  • 18.

    Francisco H. G. Ferreira, Julian Messina, Jamele Rigolini, Luis-Felipe López-Calva, Maria Ana Lugo y Renos Vakis: La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina, Banco Mundial, Washington, dc, 2013.

  • 19.

    E. Adamovsky: «‘Clase media’: reflexiones sobre los (malos) usos académicos de una categoría» en Nueva Sociedad No 247, 9-10/2013, disponible en www.nuso.org.

  • 20.

    V. por ejemplo Nancy Birdsall: «A Note on the Middle Class in Latin America», Working Paper NO 303, Center for Global Development, Washington, DC, 2012.

  • 21.

    CIFRA: Informe sobre situación del mercado de trabajo No 6, 2019.

  • 22.

    «González Fraga: ‘Le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior’» en Infobae, 27/5/2016.

  • 23.

    T. Boos: «Pact of Consumption – Kirchnerism and the Argentinian Middle Class» en Austrian Journal of Development vol. 33 No 4, 2017.

  • 24.

    Ulrich Brand y Markus Wissen: Imperiale Lebensweise: Zur Ausbeutung von Menschen und Natur in Zeiten des globalen Kapitalismus, Oekom, Múnich, 2017.

  • 25.

    V. Gago: «Financialization of Popular Life and the Extractive Operations of Capital: A Perspective from Argentina» en South Atlantic Quarterly vol. 114 No 1, 2015.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 285, Enero - Febrero 2020, ISSN: 0251-3552


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