Opinión
febrero 2020

¿Puede la izquierda italiana frenar a Salvini?

El mes pasado, la extrema derecha italiana no logró apoderarse de Emilia-Romaña, uno de los principales bastiones de la izquierda. Pero los resultados electorales plantean desafíos más amplios para la resistencia al creciente populismo. Mientras la izquierda resiste en regiones ricas vinculadas a su cultura política comunista y socialdemócrata, la extrema derecha avanza en regiones pobres.

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En las elecciones regionales de Italia, el poderoso líder de extrema derecha y ex ministro del interior, Matteo Salvini, fracasó en su campaña para ganar una de las principales regiones del país (la tradicionalmente izquierdista Emilia-Romaña) y así derribar la actual coalición gubernamental. El primer ministro, Giuseppe Conte, así como el actual gobernador regional, Stefano Bonaccini, del centroizquierdista Partido Democrático (PD) -que obtuvo el 51,4% de los votos el 26 de enero, imponiéndose en un claro 8% por sobre Lucía
Borgonzoni de la Lega de Salvini- pueden ahora respirar con alivio.

El que fuera el famoso «cinturón rojo» de Italia, piedra angular (con la Toscana) del comunismo italiano, rechazó la agresiva propaganda antisistema y la feroz campaña xenófoba de Salvini, un intento de borrar a la izquierda del mapa político. El futuro del país parece menos turbio ahora, con la reacción positiva del mercado de valores italiano. Sin embargo, si la Emilia-Romaña (que otrora fuera completamente izquierdista) y Bolonia, su principal ciudad, solo han detenido el avance de Salvini, ¿puede alguien más detenerlo?

Una gran diferencia

La participación electoral en Emilia-Romaña aumentó más de 20 puntos porcentuales desde hace cinco años. Esto hizo una gran diferencia. La fuerte victoria personal de Bonaccini -cuya lista electoral con su nombre añadió casi un 6% al recuento progresista- podría explicarse a primera vista por la tradición local de buen gobierno. Ésta está representada por el «modelo emiliano», caracterizado por un capitalismo templado en el seno de un gobierno socialdemócrata con una fuerte cultura de izquierdas.

Hasta los últimos días, Bonaccini luchó apasionadamente, incluso cuando su propio partido en Bolonia esperaba una gran pérdida de votos. Pero en estos tiempos históricos, los partidos tradicionales no parecen capaces por sí solos de superar a la extrema derecha y su demagógica propaganda. Y el principal desafío para Salvini vino de una inesperada movilización y activismo popular.

El «movimiento de las sardinas», llamado así porque su masa de seguidores apareció primero apretada en la Piazza Maggiore de Bolonia, añadió energía a la campaña. Su antifascismo, aunque ingenuo y meteórico en su ascenso, reinterpretó hasta cierto punto el mito del enfoque reformista del comunismo de Emilia-Romaña.

Este movimiento de base, impulsado en su mayoría por jóvenes, contra la marea populista, probablemente hegemonice los discursos en los círculos de la izquierda y los medios de comunicación en Italia durante los próximos meses. Ciertamente, revitalizó a una oposición política que se mostraba ineficaz frente al extremismo de derecha y a la xenofobia.

Grupos de base

Su nombre completo, «Sardinas contra Salvini», dice mucho sobre su naturaleza y génesis, así como sobre su voluntad de contrarrestar una victoria de extrema derecha en un bastión de izquierda. En cierto modo, recuerda a la movilización de los grupos progresistas de base en los Estados Unidos desde la elección de Donald Trump como presidente. Este activismo complejo y abigarrado - una «América media» que relanza la democracia a través por marchas de mujeres, el activismo de Black Lives Matter, campañas locales y un compromiso espontáneo de los ciudadanos en las ciudades y suburbios de muchos estados- ha estado ausente en gran parte del territorio europeo.

Nacidas en Bolonia con un movimiento espontáneo que atrajo a 15.000 personas, las sardinas representan la principal innovación de la política italiana desde hace bastante tiempo. Su número ha ido en aumento: alrededor de 100.000 personas asistieron a manifestaciones en Roma pidiendo al gobierno que cancelara todas las políticas antiinmigratorias y que contrarrestara los discursos de odio. Las manifestaciones se extendieron a otras ciudades italianas, pero también a algunas capitales europeas y a Nueva York. ¿Será esto suficiente?

Los movimientos espontáneos, sobre todo los de jóvenes, fomentan la participación y estimulan el optimismo pero, como ya sugieren las propias sardinas, sin una propuesta y una visión política clara, acaban en divisiones internas y, en última instancia, se evaporan. La primera escisión se produjo pocas semanas después de las elecciones, en torno a una foto en la que los jóvenes fundadores posaban con el industrial italiano Luciano Benetton. No es la primera vez en la política italiana que la línea divisoria cae entre las Sardinas del norte y las del sur.

Resultados diversos

Los resultados electorales fueron diversos. Si el buen gobierno y la movilización social desempeñaron un papel relevante en Emilia-Romaña, tenemos que mirar las elecciones en la otra región, el sur de Calabria, para entender el panorama general. Salvini perdió en la Emilia-Romaña (rica) pero su coalición de «centroderecha» con Silvio Berlusconi y el partido de extrema derecha Hermanos de Italia ganó en Calabria (pobre).

Calabria no sólo es geográficamente periférica, sino que se caracteriza por la emigración y el desempleo. No ha experimentado ningún buen gobierno de izquierda en décadas anteriores, ni siquiera en los últimos años, mientras que el activismo social es todavía (relativamente) limitado. Así pues, estas elecciones confirmaron, en cierto modo, que la izquierda (y no sólo en Italia) se está volviendo más «urbanizada» -o, como dicen sus críticos más severos, más de «clase media» profesional y educada-.

El PD y el centroizquierda ganaron tanto en las principales ciudades como en el resto de Emilia-Romaña, confirmando hasta cierto punto la resistencia del «bloque histórico» progresista, como lo habría expresado el fundador del Partito Comunista Italiano (PCI), Antonio Gramsci. Lo que tradicionalmente era una sólida alianza entre los trabajadores, campesinos y pequeñas-medianas industrias que apoyaban al PCI, es ahora un pacto entre los trabajadores del tercer sector y los profesionales públicos, pero la brecha con la derecha se está estrechando.

En otras palabras, no es muy diferente de lo que le sucedió al Partido Laborista en las elecciones generales del Reino Unido, donde partes del «muro rojo» del norte de Inglaterra se movieron hacia la derecha por primera vez. Aunque la cuestión de Brexit jugó un papel fundamental allí, la crisis de identidad del partido es paralela.

La transformación antropológica

Las implicaciones son obvias, tanto en el Reino Unido como en Italia y otros lugares. Partes del «cinturón rojo» ya no son inmunes al atractivo populista de la extrema derecha nacionalista, a la propaganda anti-establishment, a los políticos anti-inmigración y a los euroescépticos. Esto representa una especie de transformación antropológica, especialmente en una región como Emilia-Romaña, donde la crisis del modelo sociopolítico local se encuentra con la esclerotización de las culturas antifascistas. Y no parece prometedor.

Es un error creer que los partidos de extrema derecha no pueden ganar el poder a nivel nacional. La Lega es ahora, increíblemente, el segundo grupo más grande en Emilia-Romaña y, como estas elecciones confirmaron, ganando cierto consenso en las regiones del sur. Estos avances son especialmente sorprendentes, dado su origen como un partido de regionalismo del norte de Italia, e incluso del separatismo.

Si aceptamos que el comunismo de Emilia fue en realidad una de las formas más avanzadas de socialdemocracia en Europa, entonces debemos explorar la crisis del modelo: las fuerzas progresistas abdicaron de su papel hegemónico para convertirse en un mero cartel electoral que recogía «intereses». La coalición regional de izquierda ganadora demostró que, para ganar, no sólo se necesita una buena gobernanza y un buen rendimiento económico, sino también una visión política y un mito.

A medida que la resistencia de los últimos bastiones contra la tendencia populista europea se vuelve cada vez más frágil, es hora de que las fuerzas progresistas encuentren nuevas formas de movilización -sin emular al nacionalismo demagógico y sus políticas- y de que aprendan algunas lecciones a nivel italiano y global. La izquierda necesita recuperar su capacidad de crear una cultura política compartida, de centrarse en respuestas integradoras y de desafiar al creciente populismo con sus armas políticas tradicionales: los derechos, la solidaridad, la igualdad, la democracia.

Fuente: Social Europe



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