Opinión
enero 2019

¿Por qué las mujeres votan a populistas de derecha?

Notas sobre Hungría y Polonia

En países como Hungría y Polonia, muchas mujeres votan a los llamados populismos de derecha. ¿Votar por figuras iliberales como Viktor Orbán es una traición a sus intereses de género o «falsa conciencia»? El progresismo debería ser capaz de hacerse preguntas incómodas para entender la situación y dar respuestas políticas.

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«¿Qué les pasa?», se preguntaba un columnista de The Guardian que cuestionaba el apoyo sostenido de las mujeres al Partido Republicano en Estados Unidos. El tema tiene poco de novedoso, pero aun así la pregunta se reitera con frecuencia entre los analistas progresistas, casi siempre acompañada de una noticia sombría sobre algún contragolpe patriarcal en el marco de gobiernos populistas de derecha.

Sin embargo, en lugar de profundizar nuestra comprensión de los aspectos de género del populismo de derecha en ascenso, la pregunta invita a dar por zanjado el asunto justificando el apoyo femenino a estos proyectos en términos de una «falsa conciencia» de las mujeres –esto es, de un desconocimiento de la opresión– o de un «ejercicio del privilegio», en el sentido de una traición a los intereses de género o a los grupos minoritarios en pos de beneficios individuales.

Por definición, la pregunta misma trata a las mujeres como víctimas o dobles agentes del patriarcado, en lugar de llevarnos a tomar a las mujeres y sus vidas en serio. También pasa por alto la complejidad ideológica de los proyectos de derecha, que no son únicamente anti-mujeres, sino que combinan elementos reaccionarios con la promoción de algunos intereses de las mujeres. Al presentar a las mujeres de derecha como un problema que requiere una respuesta inmediata, también desvía la atención de las causas estructurales que nutren el apoyo a las políticas de derecha entre las mujeres.

En lugar de preguntar qué les pasa a las mujeres de derecha, deberíamos preguntarnos qué pasa con el sistema político-económico en el que están inmersas y con las alternativas políticas de las que disponen. Polonia y Hungría pueden darnos alguna pista al respecto. En estos países, los partidos en el gobierno, Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco) en Polonia desde 2015 y la alianza Fidesz- Partido Popular Demócrata Cristiano (KDNP, por sus siglas en húngaro) en Hungría desde 2010, se han involucrado en una transformación iliberal que ha desmantelado instituciones democráticas liberales tales como el Estado de derecho, ha colonizado el aparato estatal, ha apuntado contra la sociedad civil basada en derechos y la ha securitizado, y ha ido desmantelando la infraestructura liberal responsable de garantizar los derechos de las mujeres.

A pesar de esta plataforma radical, ambos partidos llegaron al poder gracias a un porcentaje ligeramente mayor de votantes mujeres que de varones y cuentan con su apoyo constante. 39,7% de las mujeres polacas apoyaron al PiS en 2015, en comparación con 38,5% de hombres, y esta cifra solo disminuyó ligeramente después de dos años de gobierno, pese a las amenazas en curso contra los derechos reproductivos. En 2018, en el contexto de un récord de participación electoral, 52% de las mujeres votaron por Fidesz-KDNP, contra 46% de hombres. ¿Cómo podemos entender este apoyo sostenido?

No votan únicamente como mujeres

Primero y principal: la realidad política que el discurso feminista corriente oscurece es que los problemas de los votantes traspasan las líneas de género y con frecuencia están determinados por divisiones socioeconómicas más amplias. Las mujeres votan por estos partidos no solo como mujeres, sino a causa de problemas y deseos que comparten con los hombres de su colectivo nacional o clase social, lo que nos recuerda las limitaciones de los proyectos políticos basados únicamente en una construcción a partir de los intereses de las mujeres. Un estudio húngaro reciente señala que los problemas más apremiantes que destacan las mujeres son la explotación en el mercado de trabajo y el deplorable estado de los sistemas de atención sanitaria y de educación.

Estos temas tienen, por supuesto, una dimensión de género subyacente –como la feminización de ciertos empleos mal pagos o el peso sobre las mujeres de los trabajosd e cuidado–, pero van más allá. En una contexto en que las mujeres no ven que ningún partido aborde esos problemas de género, siguen creyendo que Fidesz-KDNP las representa mejor.

Otra respuesta es que los populistas de derecha abordan de hecho algunos de los intereses prácticos de género de las mujeres: aquellos que Maxine Molyneux vio surgir a partir del posicionamiento de las mujeres dentro de la división del trabajo por género, antes que como resultado de una teoría de la opresión femenina. Tanto el PiS como Fidesz-KNDP han revertido ciertas consecuencias socioeconómicas de la transformación post-1989 que afectaron en particular a las mujeres, en tanto responsables primarias del presupuesto de los hogares, de los hijos y de otros trabajos de cuidados. En Europa central, la transición a la democracia liberal se entrelazó con la adhesión a un orden mundial neoliberal que asignaba a la región una posición semiperiférica.

Entre otros temas, esto tomó la forma de un retroceso del Estado en las áreas responsables del bienestar social y los servicios públicos, lo que resultó en una creciente mercantilización de estas prestaciones para quienes podían solventarlas y una refamiliarización para quienes no podían hacerlo. Estos cambios empoderaron a algunas mujeres dentro de su propia clase social, aunque trasladaron la carga económica de la austeridad a aquellas de una posición económica inferior. El feminismo cultural dominante volvía difícil formular los problemas estructurales. La inseguridad y la desigualdad que creaba este régimen ambivalente de género es precisamente lo que los dos partidos antiliberales de Europa central han explotado en relación con sus votantes mujeres.

Un esfuerzo de redistribución exitoso

El ejemplo paradigmático es Familia 500+, un programa emblemático que el PiS lanzó inmediatamente después de llegar al poder, que ofrece a las familias una transferencia no condicionada de efectivo de 500 eslotis (el equivalente a 120 euros) por cada segundo hijo y los subsiguientes hasta que cumplen 18 años, y por cada primer hijo en familias cuyo ingreso mensual está por debajo de 190 euros por integrante de la familia.

Este programa, la mayor política redistributiva desde 1989, disminuyó la pobreza en forma sustancial entre las familias con hijos y recibió apoyo popular. Mientras la oposición señala atinadamente sus limitaciones –en particular, una dependencia del modelo familiar tradicional que desfavorece a familias monoparentales–, la medida le demuestra al electorado que su gobierno realmente gobierna y que tiene la capacidad de presionar en favor de un nuevo contrato social que respete su dignidad.

En Hungría, se otorga una fuerte prioridad a la política familiar al servicio de la política demográfica. Los beneficios ligados al empleo remunerado –que muestran una clara preferencia por familias heterosexuales, no romaníes, con un ingreso decente– se han incrementado. En cuanto a las clases más bajas, tres medidas resaltan por su efecto tangible en la vida cotidiana de las mujeres: la expansión del programa de trabajo público, que provee un ingreso mensual inferior a un sueldo mínimo pero mayor que los subsidios; la intervención estatal en el sector energético, que resulta en menores costos de los servicios, y un incremento importante en el salario mínimo, que redujo también la brecha salarial por género –las mujeres representan una amplia porción de los sectores peor remunerados–.

Sin alternativas a la vista

¿A quién deberían votar las mujeres? En todos los electorados, el llamado a votar por el «mal menor» como alternativa a un regreso al pasado está perdiendo impulso como mecanismo movilizador. Como sostiene el historiadora húngara Andrea Pető, la mera resistencia no es suficiente; es necesario ver cómo se llegó a este punto y sacar conclusiones.

Sin embargo, en la campaña electoral reciente, la oposición húngara se concentró en las limitaciones del sistema electoral de una sola vuelta y en saber si se necesitan coaliciones técnicas y cuáles serían estas coaliciones. No hicieron ningún esfuerzo por construir apoyo de las bases en los ocho años previos, ni desarrollaron una alternativa que fuera más allá de la oposición «Orbán o Europa». Si los partidos de la oposición están preocupados en sostener pilares que se desmoronan o en hacer que las cosas sigan tal como están, no es sorprendente que la derecha iliberal capte tanto a hombres como a mujeres.

Utilizar lo que la escritora estadounidense Cynthia Enloe llamó «curiosidad feminista» y considerar con seriedad a todas las mujeres, sus vidas y su comportamiento electoral puede resultar esclarecedor. Enfatizar las limitaciones de las políticas identitarias, la importancia de los intereses prácticos y la ausencia de alternativas viables nos lleva a ir más allá del marco simplista de la reacción al momento de entender el apoyo de las mujeres a la derecha en Polonia y Hungría.

En lugar de ver el familiarismo y el tradicionalismo promovidos por la política de derecha iliberal como meramente reaccionarios y patriarcales, quizás sea beneficioso verlos como políticas emancipatorias moderadas para algunos, en un momento en que la política progresista enfrenta una crisis de legitimidad más amplia. Crecen en importancia cuando las redes de solidaridad más amplias y los canales alternativos de influencia política están siendo desmantelados, al ofrecer seguridad social y representación política a una comunidad claramente delimitada.

Para las mujeres, dos malas no hacen una buena

Aprovechando los fracasos en la transformación y la capacidad limitada de los movimientos y partidos progresistas para producir una emancipación real, la derecha populista de Europa central logró momentáneamente sumar mujeres a su proyecto. Esto va en contra de la ilusión de que las mujeres son quienes nos pueden salvar de la derecha.

Sin embargo, el hecho de que tanto el paradigma neoliberal dominante como los puntos ciegos del feminismo identitario o cultural que no pueden lidiar con los problemas estructurales sean el problema y no la solución no hace que la respuesta iliberal se vuelva correcta. De hecho, Jarosław Kaczyński y Viktor Orbán no están construyendo una democracia social, sino un capitalismo nacional de amigos con ayuda social familiar.

El modelo de gobierno empleado por los populistas de derecha trae consigo inseguridades y exclusiones: una grave polarización, la restricción de las libertades de prensa y académica, la colonización del Estado, la erradicación de la perspectiva de género en el mundo académico, en la política y más allá, además de un productivismo despiadado puesto de manifiesto en la recientemente adoptada «Ley de Esclavos» en Hungría (1) y en la desestimación de reclamos de ayuda social para discapacitados en Polonia.

Sin embargo, para subsanar los males, se necesita algo más que etiquetar de manera condescendiente al electorado femenino como aliado del patriarcado. Se necesita una política que aprenda de sus fracasos y que combine los intereses prácticos de las votantes con objetivos feministas estratégicos: una política que aborde los problemas socioeconómicos de las mujeres de manera tal que transforme, en lugar de petrificar, las relaciones de género.


(1) Esta iniciativa ha generado una ola de protestas con fuerte presencia de mujeres (N.d.E.)


Este artículo fue publicado originalmente en IPS en inglés con el título «Beyond the anti-women backlash».

Traducción: María Alejandra Cucchi



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