Opinión
febrero 2017

Paz, temor e incertidumbre

Colombia bajo el «efecto Trump»

Las decisiones de Trump pueden afectar seriamente el actual proceso de paz en Colombia. Además, podrían trastocar la situación económica del país.

<p>Paz, temor e incertidumbre</p>  Colombia bajo el «efecto Trump»

Las primeras semanas de Donald Trump en el poder han profundizado el unilateralismo y la incertidumbre. El nuevo mandatario comenzó propinando sus clásicos ataques a México y siguió con la población musulmana. Sin embargo, sus presiones afectarán a otros países y sectores, incluso a antiguos aliados de Estados Unidos.

Para Michael Shifter, de Diálogo Interamericano, Colombia no ha aparecido como una prioridad. Pero hay temor de que Trump y el contexto que genera interfieran en la implementación del acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y dificulten la negociación con la otra guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que por fin se inicia el 7 de febrero.

Como señala Adam Isacson de Wola, Trump no es amigo de soluciones políticas complejas como el acuerdo con las FARC y tiende a oponerse a todo pacto político con una fuerza hostil, como lo muestra el ataque al tratado con Irán. El rechazo del ex-presidente Uribe al acuerdo con las FARC encuentra ahora en Washington un ambiente mucho más propicio. Ya en la plataforma del Partido Republicano de 2016, así como entre asesores de Trump y congresistas republicanos cubano-americanos, le hacen eco al uribismo, que pide endurecimiento de la Casa Blanca y el Congreso estadounidense en contra del acuerdo. De intervenir, Trump podría ahondar la fractura colombiana, que ya comienza a profundizarse con el temprano despegue de la campaña presidencial hacia 2018, cuyo resultado será decisivo para poner fin al uso de la violencia en la política.

Barack Obama apoyó la negociación y el acuerdo final con las FARC y promovió la transformación del Plan Colombia en Paz Colombia con apoyo bipartidista; así, ambas cámaras del Congreso, de mayoría republicana, aprobaron 450 millones de dólares de ayuda. Al no conciliarse el presupuesto de 2017, ese aporte deberá ser reconsiderado, pero Trump ya prometió reducir el presupuesto federal y, en particular, los gastos en el exterior.

En respuesta a las preguntas de los miembros de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado en su proceso de confirmación como secretario de Estado, Rex Tillerson dijo: «Me gustaría revisar los detalles del reciente acuerdo de paz y determinar hasta qué punto deberá Estados Unidos respaldarlo» y añadió que haría «todo lo posible» por continuar la alianza con Colombia para que «cumpla su compromiso de refrenar la producción de drogas, ahora que el flujo de cocaína ha aumentado».

En el acuerdo, las FARC se comprometieron a romper su compromiso con actividades ilícitas como la de las drogas, que utilizaron para financiar la guerra. Las leyes para aplicar lo acordado consideran esa financiación como «delito conexo» con la rebelión, al menos si fue efectivamente usada con ese fin, excluyendo así los dineros acumulados, que serán perseguidos y penalizados. Sin embargo, en el entorno de Trump hay quienes exigen que las FARC respondan por su involucramiento en los delitos de drogas y solicitan la extradición de algunos de sus líderes.

Otro eje de las presiones norteamericanas puede relacionarse con el problema más general de la producción y el tráfico de estupefacientes. Bajo el gobierno de Juan Manuel Santos, Colombia promovió el debate internacional sobre el fracaso de la guerra contra las drogas y dio unos primeros pasos hacia un nuevo enfoque nacional. Este empezó con el fin de la fumigación aérea de cultivos para mercados ilícitos y sigue ahora en las negociaciones del gobierno con pequeños productores, como parte del plan de sustitución contemplado en el acuerdo con las FARC.

En los últimos años esos cultivos han tenido un nuevo ciclo de auge por razones muy diversas según la región: desvalorización de los productos minero-energéticos, devaluación del peso, fracaso de cultivos alternativos, expectativa de la negociación con las guerrillas, etc. Según el mismo Isacson, cuando en marzo o abril se presente el cálculo del gobierno estadounidense sobre el aumento de los cultivos de coca en 2016, aumentará la impaciencia de Washington respecto del acuerdo con las FARC.

El general John Kelly, nuevo secretario de Seguridad Nacional, declaró a una emisora colombiana que las FARC –consideradas por Uribe como un «cartel» de drogas– seguirán en la lista de terroristas hasta que hayan cumplido lo pactado en el acuerdo, y luego agregó: «estamos a la expectativa de ver qué es lo que pasa». Kelly elogió la tarea antidrogas de las Fuerzas Armadas de Colombia y, tras el rumor de que Colombia podría ser incluida en una segunda lista de países excluidos del libre ingreso a Estados Unidos, aseguró que no está ni estará en ninguna lista de vetados por organismos de seguridad de esa nación.

Isacson considera que «la ayuda a Colombia continuará, aunque quizá sea más militar y con más restricciones que antes. Sin embargo, es menos probable que Colombia pueda construir con Washington una relación paciente, positiva y tolerante de las complejidades y las ambigüedades». Aunque ve más señales desalentadoras que esperanzadoras, entre estas últimas recuerda que los republicanos, mayoría ahora en todas las ramas del poder, apoyaron la solicitud «Paz Colombia» y que Trump no ha dicho nada sobre este país. Además, en entidades como el Departamento de Estado y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) hay consenso de que ese acuerdo es la mejor ruta para Colombia. Sin embargo, con el nuevo gobierno, esta afirmación no representa ninguna garantía.

La reacción de Trump contra los tratados de libre comercio (TLC) agrega preocupaciones. Hasta ahora ha atacado los TLC multilaterales en el Pacífico y con América del Norte, pero podría incrementar la presión para renegociar, bajo el lema «America First», acuerdos bilaterales como el que tiene con Colombia, a pesar de que este beneficia las exportaciones de Estados Unidos y genera efectos negativos en Colombia, en especial en el campo. En un informe unilateral de la oficina de comercio de Estados Unidos, Colombia aparece en la lista de países que no protegen la propiedad intelectual o no cumple con otros compromisos. De imponérsele aranceles al país, se verían afectadas tanto las exportaciones colombianas a Estados Unidos –de 10.000 millones de dólares, un tercio del total– como la recuperación del crecimiento económico nacional.

Otros asuntos tampoco llaman a la calma. Un alza de las tasas de interés en Estados Unidos tendría en Colombia efectos en la financiación del déficit fiscal y la deuda pública, la devaluación y el alza de las propias tasas de interés, el crecimiento y el empleo. La persecución a los inmigrantes puede disminuir las transferencias que se envían desde Estados Unidos y que en Colombia equivalen a un tercio de las exportaciones, lo que afectaría la economía nacional y el ingreso de muchas familias. La prohibición hecha por Trump del uso de fondos estadounidenses en temas relacionados con el aborto o los derechos reproductivos repercute fuertemente en las ONG colombianas.

Ante los ataques de Trump a México, la V Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) no articuló una estrategia conjunta que pudiera impedir que cada país de la región se vea obligado a responder a las presiones estadounidenses en forma individual o se vea forzado a guardar silencio, como lo han hecho hasta ahora los dirigentes latinoamericanos.

Resultó positivo que la Cumbre Mundial de Premios Nobel de Paz, que se acaba de realizar en Bogotá con la participación con 17 de ellos, rodeara de apoyo al proceso de paz colombiano y llamara a «los Estados para que combatan el discurso del odio basado en discriminaciones por razones étnicas, racistas, religiosas, de género, de discapacidad o de cualquier otra índole». El ex-presidente de Costa Rica, Óscar Arias, señaló: «estamos viviendo los mejores y los peores tiempos», xenofobia y odio en efervescencia en Estados Unidos y parte de Europa, mientras «el conflicto armado de Colombia da señales de que su final está cerca». No faltaron allí las denuncias contra Trump. La estadounidense Jody Williams cuestionó «cómo se le dio una oportunidad al hombre que usó violencia, racismo y sexismo en la campaña para convertirse en presidente». Tawakkul Karman, periodista de Yemen, lo calificó de racista por «señalar a los musulmanes por su religión». La abogada iraní Shirin Ebadi, primera musulmana en recibir el Nobel de la Paz, dijo: «hemos luchado por la paz y ahora nos llaman terroristas». Para Rigoberta Menchú, «el muro amenaza nuestra globalidad, pues les siembra miedo a los estadounidenses y a todo el mundo».

Como reciente Nobel, además de defender el Acuerdo con las FARC y el diálogo con el ELN, el presidente Santos calificó de absurda la medida contra los inmigrantes aunque sin nombrar a Trump– y criticó «la discriminación, la crisis de los refugiados y el rechazo creciente y absurdo a los migrantes, el discurso de odio y exclusión que conquista los corazones atemorizados». Además, sostuvo que este mensaje «debe calar hondo para que lo expandamos al mundo entero: nuestro pueblo es uno solo y se llama el mundo, y nuestra raza es una sola y se llama humanidad».

En el reino de la incertidumbre siempre habrá un lugar para la esperanza. Colombia sigue siendo uno de los pocos lugares del mundo actual donde se logra un acuerdo de paz. Así lo han reconocido numerosos dirigentes internacionales y hasta ahora los dos partidos estadounidenses también lo han asumido. Esperemos que ahora los republicanos no caigan también en su propia trampa.



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