Opinión
octubre 2016

Para poner la revuelta populista en su lugar

Aunque 2016 es el año de la revuelta contra las elites, ya hay muchos que comienzan a descreer del populismo. En Estados Unidos la retórica de Trump parece estar alejada de los sentimientos de la mayoría de los votantes

Para poner la revuelta populista en su lugar

En muchas democracias occidentales, este es un año de revuelta contra las elites. El éxito de la campaña del Brexit en Gran Bretaña, la inesperada captura por parte de Donald Trump del Partido Republicano en Estados Unidos y el éxito de los partidos populistas en Alemania y otras partes presagia para muchos el fin de una era. Como señaló el columnista del Financial Times Philip Stephens, «el presente orden global –el sistema liberal basado en reglas establecido en 1945 y que se expandió después del fin de la Guerra Fría– está bajo una presión sin precedentes. La globalización está en retirada».

En verdad, tal vez sea prematuro extraer esas conclusiones generales.

Algunos economistas atribuyen el auge actual del populismo a la «hiper-globalización» de los años 1990, cuando la liberalización de los flujos financieros internacionales y la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) –y particularmente el acceso de China a la Organización en 2001– recibían la mayor atención. Según un estudio, las importaciones chinas eliminaron casi un millón de empleos industriales en Estados Unidos entre 1999 y 2011; si se incluyen los proveedores y las industrias relacionadas, las pérdidas llegan a 2,4 millones.

Como sostiene el economista y Premio Nobel Angus Deaton, «lo que es delirante es que algunos de los que se oponen a la globalización se olvidan de que 1.000 millones de personas han salido de la pobreza en gran medida gracias a la globalización». Aun así, agrega que los economistas tienen la responsabilidad moral de dejar de ignorar a los que están rezagados. El crecimiento lento y la mayor desigualdad le echan combustible al fuego político.

Pero deberíamos ser cautelosos a la hora de atribuir el populismo exclusivamente a la aflicción económica. Los votantes polacos eligieron un gobierno populista a pesar de haberse beneficiado con una de las tasas más altas de crecimiento económico de Europa, mientras que Canadá parece haber estado inmune en 2016 al espíritu anti-establishment que sacude a su vecino.

En un estudio minucioso del creciente respaldo a los partidos populistas en Europa, los politólogos Ronald Inglehart de la Universidad de Michigan y Pippa Norris de Harvard determinaron que la inseguridad económica frente a los cambios de la fuerza laboral en las sociedades posindustriales no incidía tanto como el contragolpe cultural. En otras palabras, el respaldo al populismo es una reacción de sectores alguna vez predominantes de la población ante cambios en los valores que amenazan su estatus. «La revolución silenciosa de los años 1970 parece haber engendrado hoy una reacción contrarrevolucionaria rabiosa y resentida», concluyen Inglehart y Norris.

En Estados Unidos, las encuestas demuestran que la base de seguidores de Trump se inclina hacia hombres blancos de más edad y menos educados. Los jóvenes, las mujeres y las minorías están subrepresentados en su coalición. Más de 40% del electorado respalda a Trump, pero con un desempleo bajo a escala nacional, solo una pequeña parte de ese respaldo responde principalmente al apoyo que recibe en zonas pobres.

Por el contrario, en Estados Unidos también hay otras cosas más allá de la economía que explican el resurgimiento del populismo. Una encuesta de YouGov encargada por The Economist descubrió un fuerte resentimiento racial entre los seguidores de Trump, cuya apelación a la teoría conspirativa que cuestiona la validez del certificado de nacimiento de Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, sirvió para colocarlo en el camino hacia su campaña actual. Y la oposición a la inmigración, incluida la idea de construir un muro y hacer que México lo pague, fue un argumento temprano en su plataforma nativista.

Y, sin embargo, un sondeo reciente de Pew muestra un creciente sentimiento proinmigración en Estados Unidos: 51% de los adultos dice que los recién llegados fortalecen al país, mientras que 41% cree que son una carga, comparado con 50% a mediados de 2010, cuando los efectos de la Gran Recesión todavía se sentían con crudeza. En Europa, en cambio, las repentinas llegadas en masa de refugiados políticos y económicos de Oriente Medio y África han tenido efectos políticos más fuertes. Muchos expertos especulan con que el Brexit tuvo más que ver con la migración a Gran Bretaña que con la burocracia en Bruselas.

La antipatía hacia las elites puede estar causada por resentimientos económicos y culturales. El New York Times identificó un indicador importante de los distritos que se inclinan por Trump: una población de clase trabajadora mayoritariamente blanca cuya vida se ha visto afectada negativamente en las décadas en que la economía estadounidense perdió capacidad industrial. Pero aunque no hubiera habido una globalización económica, el cambio cultural y demográfico habría creado cierto grado de populismo.

Ahora bien, es una exageración decir que la elección de 2016 subraya una tendencia aislacionista que pondrá fin a la era de la globalización. Por el contrario, las elites políticas que respaldan la globalización y una economía abierta tendrán que tomar medidas para resolver la desigualdad económica y mejorar la asistencia para aquellos afectados por el cambio. Las políticas que estimulan el crecimiento, como la inversión en infraestructura, también serán importantes.

Europa puede ser un caso diferente debido a la mayor resistencia a la inmigración, pero sería un error atribuirles demasiada importancia a las tendencias de largo plazo en la opinión pública norteamericana a partir de la retórica encendida de la campaña electoral de este año. Si bien las perspectivas de nuevos acuerdos comerciales elaborados se han visto afectadas, la revolución de la información ha fortalecido las cadenas de suministro globales y, a diferencia de los años 1930 (o inclusive de los años 1980), no ha habido un regreso al proteccionismo.

Por cierto, la economía estadounidense ha incrementado su dependencia del comercio internacional. Según datos del Banco Mundial, de 1995 a 2015, el comercio de mercancías como porcentaje del PIB total ha aumentado 4,8 puntos porcentuales. Es más, en la era de internet, el aporte de la economía digital transnacional al PIB está creciendo a pasos acelerados.

En 2014, Estados Unidos exportó 400.000 millones de dólares en servicios habilitados por tecnologías de la información y la comunicación (TIC) –casi la mitad de todas las exportaciones de servicios de el país–. Y una encuesta dada a conocer el mes pasado por el Consejo sobre Relaciones Extranjeras de Chicago determinó que 65% de los norteamericanos coincide en que la globalización es esencialmente buena para Estados Unidos, mientras que 59% dice que el comercio internacional es bueno para el país. El respaldo entre los jóvenes es aún mayor.

De manera que, si bien 2016 puede ser el año del populismo en la política, no significa que el «aislacionismo» sea una descripción precisa de las actitudes actuales de Estados Unidos hacia el mundo. En verdad, en cuestiones cruciales –como las referidas a la inmigración y al comercio–, la retórica de Trump parece estar alejada de los sentimientos de la mayoría de los votantes.


Fuente: Project Syndicate



En este artículo


Newsletter

Suscribase al newsletter