Los «chalecos amarillos» y la representación política
Nueva Sociedad 286 / Marzo - Abril 2020
El movimiento de los gilets jaunes expresó sentimientos profundos de injusticia que ya no están representados, expresados ni politizados por los sindicatos o las organizaciones de izquierda tradicionales. El rechazo a toda representación, que constituyó su fuerza, condujo no obstante al debilitamiento del movimiento. Esta dinámica de desintermediación de la política no es exclusiva de Francia: socava al conjunto de las democracias occidentales.
Los gilets jaunes (chalecos amarillos) estuvieron en gran medida ausentes del proceso de las elecciones europeas. Si bien dominaron la agenda política y mediática durante seis meses y desestabilizaron al poder vigente, marcaron muy poco la campaña electoral, cuyo resultado consolidó la posición de La República en Marcha (La République en marche), la agrupación de Emmanuel Macron, y confirmó el sismo electoral de 2017. Sin duda alguna, el movimiento produjo efectos estructurales de politización y socialización, y no se descarta que viva un resurgimiento, pero en el corto plazo parece licuarse y disolverse. El orden electoral y la política instituida recuperaron sus atribuciones y reimpusieron sus códigos. Esta restauración era previsible. Pero esta situación remite también a las contradicciones y las aporías del movimiento, que pueden analizarse mediante un repaso de los últimos meses.
Los «chalecos amarillos» participan de la dinámica sociopolítica actual de desintermediación (cuyo espejo invertido es el macronismo). El movimiento se desarrolló fuera de las estructuras organizadas (partidos y sindicatos), desacreditadas y poco representativas, y esta subversión de los marcos tradicionales fue una condición de posibilidad tanto de su desarrollo como de su éxito. El movimiento logró estructurarse sin apoyarse en una organización. A lo largo de las semanas, al afirmarse la intención de ser más que un movimiento de protesta fugaz, surgieron aspiraciones a la formalización. Sin embargo, estas resultaron rápidamente contradictorias y, al rechazar la representación en todas sus formas (liderazgo personalizado, ingreso en la arena electoral, organización), el movimiento se fue debilitando a lo largo del tiempo. Los «chalecos amarillos» revelan la descomposición de los canales políticos tradicionales, pero también la necesidad de mediaciones y la exigencia insuperable de la representación en las reglas del marco democrático dominante, cuya legitimidad es, sin embargo, cada vez más frágil.
En primer lugar, haremos un repaso de la dinámica de desintermediación política y analizaremos cómo el movimiento pudo desarrollarse fuera de las estructuras existentes y, al mismo tiempo, organizarse. Mostraremos luego por qué su desmovilización se debe en parte a su incapacidad para formalizar una estrategia y a su rechazo de toda forma de mediación representativa.
Un proceso multiforme de desintermediación política
En pocos meses, La República en Marcha y los «chalecos amarillos» fueron dos manifestaciones del proceso en curso de desintermediación política. Todo parece a priori enfrentar a estos dos emergentes sociopolíticos: sus consignas, su estilo, su geografía social o las adscripciones sociales de sus participantes. Ambos movimientos son ideológica y sociológicamente opuestos. Sin embargo, son las dos caras de una misma moneda: la del debilitamiento del sistema partidario y de las organizaciones tradicionales. Participan de la afirmación de la «democracia de audiencias», que se libera de las instituciones de la sociedad civil y las elites tradicionales1. Estos movimientos no son producto de tradiciones organizativas ni de culturas políticas o filiaciones intelectuales preestablecidas, sino que surgieron en relación con una coyuntura y una actualidad precisas, de una lógica de situación, en apariencia ex nihilo2. Pocos meses después, subvirtieron y desestabilizaron el sistema político: por arriba, el movimiento de Macron, más elitista; por abajo, los «chalecos amarillos», más cercanos a una base popular (con contornos complejos y variables, según las configuraciones territoriales). Hicieron irrupción en la «vieja política» y el «viejo mundo» de las organizaciones rompiendo los códigos dominantes. Se observa en ambos casos un rechazo de la «vieja política» y una aspiración a la desprofesionalización de la política que participan de una tendencia común expresada en la demanda de «que se vayan» (dégagisme). Movimientos improbables en muchos aspectos alteraron los esquemas de análisis de los observadores y los actores dominantes que no los habían anticipado y generaron un sinfín de interpretaciones, en la medida en que desestabilizan las rutinas analíticas de los investigadores3. Ambos movimientos se estructuraron también bajo formas en un sentido similares (de manera horizontal y a partir de las redes sociales, sin estructura preestablecida), pero a la vez muy diferenciadas (personalización muy fuerte en torno de un líder, por un lado; rechazo de todo liderazgo y cuestionamiento del principio mismo de representación, por el otro). Sin disponer en absoluto de los mismos recursos iniciales, ambos movimientos «hackearon» e ignoraron a los actores representativos tradicionales del sistema político.
Así, La República en Marcha y los «chalecos amarillos» son tanto el producto como el germen de una dinámica de desintermediación de la política que no es exclusiva de Francia, sino que socava el conjunto de las democracias occidentales. Encarnan los intereses de grupos sociales invisibilizados o negados, que ya no se sentían representados. Las mediaciones tradicionales son ignoradas por organizaciones o movimientos que surgen y las desestabilizan utilizando las redes sociales, las plataformas y formas a la vez horizontales y verticales de movilización. Así, traducen cada uno a su manera la descomposición de las organizaciones políticas y el debilitamiento de su anclaje social.
Pero allí donde La República en Marcha logró ingresar en la política e integrarse en el sistema institucional (así como el Movimiento 5 Estrellas, aunque de un modo diferente, lo hizo en Italia), reafirmando algunas de sus tendencias (presidencialización y ultrapersonalización4), el movimiento de los «chalecos amarillos» se debilitó (gozando de un alto y persistente apoyo de la opinión pública), en parte porque no supo ofrecer una salida política a la movilización. La dificultad para estructurar el movimiento o el fracaso de sus listas en las elecciones europeas son fenómenos emblemáticos de este proceso. El movimiento reveló la descomposición social de partidos en ingravidez social y la inadaptación de los sindicatos a las transformaciones del mundo del trabajo. Demostró también la capacidad de organizarse fuera de las estructuras de representación. Pero este aspecto se transformó en debilidad y puso en jaque la durabilidad del movimiento y sus «salidas» políticas.
Una movilización por fuera de los partidos y sindicatos
Un movimiento social «autoorganizado», que surge y se desarrolla fuera de los canales tradicionales de la protesta y la representación social, no es un fenómeno novedoso. Pensemos en las «coordinadoras» en los años 1980. Estas estaban sin embargo estrictamente correlacionadas y confinadas a un sector profesional asalariado y fueron en gran medida impulsadas por militantes de la «izquierda sindical», provenientes sobre todo de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo. Habían designado interlocutores para negociar con el gobierno. El movimiento de los «chalecos amarillos» es mucho más amplio y reúne a un sector importante de adherentes que se involucran por primera vez. Es emblemático de lo que el sociólogo Albert Ogien denomina «prácticas políticas autónomas» que se desarrollan al margen de las instituciones tradicionales de la democracia representativa: agrupaciones, plataformas políticas e incluso nuevos partidos, como Momentum en Gran Bretaña, el Tea Party en Estados Unidos, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, los indignados en España, etc., que no siempre buscan la conquista del poder del Estado, sino que establecen contrapoderes democráticos y son factores de cambio social5. El modus operandi clásico de las movilizaciones iniciadas por las organizaciones tradicionales es el siguiente: lanzan una convocatoria, fijan una fecha y un lugar, organizan el traslado de los movilizados con ómnibus y buscan llamar la atención de los medios de comunicación y de los gobernantes.
La acción colectiva de los «chalecos amarillos» no rompe totalmente con ello: en efecto, hubo un llamado a la movilización el 17 de noviembre de 2018, organizado con mucha antelación. Pero la dinámica fue por lo general espontánea, descentralizada, al principio esencialmente local (el movimiento se nacionalizó rápidamente a través de los canales de noticias en continuado y las marchas a la capital los sábados). El modo de movilización que altera los esquemas de análisis clásicos es aquí molecular, sin centro ni líder, y no está encuadrado ni por un partido ni por una organización sindical. El movimiento logró imponer su vocabulario y sus símbolos y puntos de concentración: los chalecos amarillos en las rotondas.
En esta lógica, los repertorios de acción tradicionales se encuentran desfasados. El poder está desconcertado frente a un movimiento sobre el cual no tiene influencia y que se niega a generar interlocutores para negociar. El juego representativo tradicional se basa en una división del trabajo entre partidos y sindicatos: la defensa de los intereses sectoriales corresponde a los sindicatos y la tarea de articular esos reclamos con propuestas políticas a través de la mediación de las instituciones políticas atañe a los partidos. El modelo de las «prácticas políticas autónomas» altera ese juego establecido y en gran medida agotado. El movimiento actuó como un indicador del desmoronamiento de las organizaciones políticas: desvitalizadas y demasiado encerradas en sus juegos u objetivos propios, ya no inciden en el debate público ni logran definir la agenda pública. La protesta social pasa por otros canales.
La incomprensión de los sindicatos –y particularmente la Confederación General del Trabajo (cgt)– es en este aspecto elocuente. Al principio, ignoraron por completo a un movimiento que sin duda no comprenden porque se creó fuera de las empresas, prospera en desiertos sindicales y es sociológicamente heterogéneo. Un dirigente lionés señalaba, tras concluir el congreso de la cgt en mayo de 2019, este desconcierto: «Por primera vez, estalló un movimiento poderoso en el que no tuvimos nada que ver»6.
Rápida y estratégicamente, la cgt lo identificó con la extrema derecha y pensó que se trataba de algo pasajero. Particularmente bajo el efecto de la profesionalización del trabajo sindical, los responsables sindicales están cada vez más desfasados de aspiraciones sin embargo cercanas al centro de su labor reivindicativa, defendidas por muchos trabajadores pobres, jubilados humildes o jóvenes con empleo temporario7. Como mostró el sociólogo del sindicalismo Karel Yon, en esta situación también intervienen factores coyunturales: los sindicatos estaban centrados en sus propios juegos cuando surgió el movimiento (los escándalos en Fuerza Obrera que condujeron a la renuncia de Pascal Pavageau, las elecciones profesionales, etc.)8. La cgt buscó luego aproximarse a los «chalecos amarillos». A mediados de diciembre, se intentaron maniobras de acercamiento, pero la consigna común en favor de la huelga no tuvo éxito.
Los partidos políticos, por su parte, no ejercen ninguna influencia en el movimiento. Le Monde señala el 6 de febrero de 2019, en una investigación minuciosa respecto de los principales grupos de Facebook de los «chalecos amarillos», que los «discursos y argumentos de los partidos políticos tradicionales solo ocupan un lugar marginal, incluso anecdótico». Agrupamiento Nacional o Francia Insumisa9 están muy poco instalados en la Francia de las ciudades medianas o periurbanas. Los trabajos sobre la implantación electoral de la extrema derecha en estos territorios muestran que esta no tiene una verdadera implantación militante. Recordemos que Agrupamiento Nacional posee solo una veintena de sedes ¡en toda Francia!10.
Los partidos no representan a la Francia «de los sectores medios bajos» que son el corazón sociológico del movimiento11. Los profundos sentimientos de injusticia que han expresado los «chalecos amarillos» ya no están representados, expresados, politizados por las organizaciones de izquierda tradicionales, incluyendo las más radicales como Francia Insumisa. Aunque aprueban el pedido de «que se vayan» de Jean-Luc Mélenchon (la «revuelta ciudadana» contra las elites, la autoorganización del pueblo), su sector se mostró incapaz de hegemonizar el movimiento. Francia Insumisa está en lo esencial anclada sociológicamente en los empleados públicos, los universitarios desclasados o la «Francia de los barrios» (un tercio de los diputados de Francia Insumisa fueron elegidos en Seine-Saint-Denis12), segmentos poco presentes entre los «chalecos amarillos» movilizados. En el viejo lenguaje de la ciencia política, los «chalecos amarillos» demuestran que la función tribunicia ya no es ejercida por ninguna organización. Otrora desempeñada por el Partido Comunista, permitía encarnar la protesta social y organizarla, pero también canalizarla. En ausencia de esta regulación, el movimiento de los «chalecos amarillos» adquirió un carácter relativamente incontrolable y no pudo contener la violencia en su seno.
En cuanto a La República en Marcha, esta demostró que su mayoría parlamentaria en gran medida está políticamente desarraigada. Los 300 diputados macronistas solo tienen una débil influencia en sus territorios locales de elección y fueron con frecuencia mucho más blancos de críticas que mediadores. La secuencia mostró que La República en Marcha paga el precio de la ausencia de un verdadero partido en el cual apoyarse. La casi totalidad de los partidos de oposición buscaron apropiarse del movimiento desde modalidades y ángulos diferentes (Los Republicanos lo vieron primero como la ratificación de su retórica contra los impuestos), pero sin verdadero éxito. La intención de incluir a toda costa al movimiento en las categorías interpretativas de la política y los esquemas partidarios resultó un fracaso. Indudablemente, su composición social heterogénea no era «apropiable» por parte de los partidos. François Dubet lo recuerda: las organizaciones partidarias son la herencia del «régimen de clases sociales»13. Las clases ofrecían una representación unificada y estable de las desigualdades y forjaban identidades colectivas. Los partidos se acoplaban (parcialmente) a esas identidades y las alimentaban. Les daban a los dominados una forma de dignidad integrándolos. Los «chalecos amarillos», por su parte, expresan una forma de individualización del descontento social que vuelve problemática su agregación en reivindicaciones más articuladas, aun cuando Dubet subestime, equivocadamente según nuestro criterio, la dimensión colectiva y política del movimiento.
Esta ausencia general de influencias partidarias y esta sensación de que el movimiento escapa a todos los marcos de la política representativa alimentaron la percepción de que existía una crisis política. El movimiento resultó de hecho apartidario y/o antipartidario. Según una encuesta realizada por un equipo de politólogos de Grenoble, 60% de los consultados no se ubican en el eje izquierda/derecha (rechazan ese eje) y 8% ni a la izquierda ni a la derecha (niveles de desafiliación mucho más altos que en la población francesa en general)14. Una inmensa desconfianza respecto de las organizaciones políticas y del mecanismo representativo surge del material recogido por los investigadores. La crítica a los partidos va de la mano de una concepción aconflictiva y consensuada de la política, de la creencia de que los intereses de cada uno pueden respetarse y de una representación monista e idealizada del «pueblo», al que no se piensa como atravesado por conflictos de clases. La desconfianza apunta a las elites políticas y de la política profesional («el pueblo contra los gobernantes»15) y muy poco a la patronal, apenas cuestionada. Aquí también, la heterogeneidad social del movimiento y su diversidad ideológica son un obstáculo a toda politización conflictiva.
Tal como lo señala Samuel Hayat:
el movimiento de los «chalecos amarillos» se opone a los tecnócratas pero retoma en gran medida su concepción peyorativa de la política partidaria y la manera de pensar la acción pública. El ciudadanismo es el equivalente democrático del macronismo; ambos nos dicen que hay que acabar con las ideologías: tanto uno como otro reducen la política a una serie de problemas que hay que resolver, preguntas que hay que responder.16
Una forma de organización sui géneris
Los «chalecos amarillos» no son sin embargo un movimiento social salvaje, que rechaza toda forma de intermediación. Si bien el movimiento prescindió de una organización, estructuró su accionar articulando hábilmente y de manera multicentrada la dimensión territorial y la digital, las luchas alrededor de las rotondas y las redes sociales, las acciones en las provincias y las manifestaciones en París. En efecto, se produjo un trabajo de mediación política y social sin organización ni representación en sus formas habituales.
Una vez más, el movimiento demuestra el potencial de movilización que ofrece internet y su capacidad de ampliar el acceso a la palabra pública. Las redes sociales y su viralización ocuparon un lugar en la organización. Tienden a funcionar como vectores y propulsores contestatarios poderosos, que permitieron unir a gente desconocida en forma inmediata y coordinar apoyos y consignas. Facebook se impuso rápidamente como la «rotonda de las rotondas» y una forma de «asamblea general» permanente y explosiva del movimiento.
Otorgándoles un carácter no jerárquico, las redes generaron fenómenos de liderazgo localizados y luego nacionales que no deben menospreciarse. Se opera, así, una forma de reintermediación digital. A través de las redes sociales, el movimiento también produjo y estableció su propia comunicación fuera de los canales mediáticos tradicionales e impuso progresivamente su lenguaje y sus códigos en los estudios de televisión, que se volvieron ávidos de figuras «ordinarias» y anónimas. Facebook, Twitter, WhatsApp, etc. parecen haber reducido la ventaja estructural que las elites o las organizaciones tradicionales tienen sobre los ciudadanos o las poblaciones dominadas, a saber, el monopolio de las opiniones, el control de la agenda, el orden del día, aquello de lo que se habla, «lo que pasa» y lo que es importante.
El movimiento cumplió otra función sin tener una organización formal. Se desarrolló poco a poco un trabajo de elaboración de una línea política, desde luego de manera fragmentada, pero que condujo a una ampliación de la causa inicial (la oposición al impuesto al combustible, detonante de la movilización) a demandas de carácter más general. Los «chalecos amarillos» permitieron compartir los sufrimientos sociales, que se volvieron públicos, y alentaron relatos de penurias individuales, pero este papel meramente expresivo fue superado progresivamente por la transmutación de las penurias individuales en una causa colectiva que emergió aun en la confusión. Los «chalecos amarillos» fueron a menudo analizados principalmente como la expresión negativa de una protesta o de «pasiones tristes», retomando la expresión bastante despectiva de Dubet. Pero este enfoque no hace justicia al trabajo político desarrollado, aunque haya ocurrido de manera desordenada.
Se articularon principios de justicia social, dignidad, reconocimiento, mucho más allá de los reclamos puntuales iniciales. El 28 de noviembre se publicó una lista de 42 demandas relativamente coherente17. De hecho, los «chalecos amarillos» lograron interconectar una serie de desigualdades a partir de una cuestión de poder adquisitivo ligada al impuesto al combustible. Si bien los reclamos fueron creciendo a menudo de manera contradictoria y sin prioridades, formando un listado inconexo18, lograron finalmente introducir la justicia social en el corazón del debate público.
La encuesta de Jean-Yves Dormagen y Geoffrey Pion en Dieppe muestra el apoyo unánime a un núcleo de reivindicaciones en torno de una agenda de justicia social. La revalorización del salario mínimo, el restablecimiento del impuesto de solidaridad a la fortuna y el aumento de las jubilaciones generaron la aprobación de 90% de las personas consultadas19.
Además de la estructuración de la opinión pública, el movimiento asumió otra función que los partidos y organizaciones políticas ejercen cada vez menos: la de sociabilidad, solidaridad y socialización20. Las encuestas o los medios de comunicación dieron cuenta de la convivencia en las rotondas y de la fraternidad y la ayuda mutua que las animaban. Los «chalecos amarillos» revelaron la soledad y la desocupación, especialmente de las mujeres solas muy presentes en el movimiento, pero también la aspiración al intercambio, la ayuda, la reciprocidad. Todos estos son valores que tienden a desaparecer de los partidos de izquierda, cuya sociabilidad se debilita y que son cada vez menos lugares de convivencia y conocimiento mutuo. Estos intercambios y estas relaciones sociales fueron también el crisol de un proceso de politización y aprendizaje de la política.
Los dilemas estratégicos del movimiento
Esta autoorganización fue eficaz, pero pronto se planteó la cuestión de la durabilidad del movimiento y, luego, la de su organización. Si bien el juego representativo fue subvertido, este impone a su vez sus reglas. Las fuerzas del movimiento (su flexibilidad, su informalidad, su horizontalidad, etc.) son también sus debilidades (ausencia de horizonte estratégico claro, de legibilidad, etc.). Puesto que pretendía ser algo más que una protesta puntual (lo que se infiere por la ampliación de sus marcos reivindicativos), surgieron sus aporías. A partir de febrero de 2019, la fractura entre la estrategia de la calle y la de las urnas fue cada vez más fuerte; y esta última conllevaba la formalización de una organización en la perspectiva de las elecciones europeas de mayo de 2019. Convertirse o no en una organización (no necesariamente ligada al juego electoral): esta fue una de las cuestiones centrales que sacudieron a los «chalecos amarillos». Rápidamente se impuso un dilema: entrar en el juego representativo (electoral, especialmente, o en el campo de las organizaciones del movimiento social) para perdurar y tener peso, encontrar una «salida», a riesgo de la normalización y la institucionalización, o mantener una forma de movimiento no organizado o sin lógica de representación, conforme a su estilo y garante de su eficacia hasta entonces. Para decirlo con otras palabras y resumir una alternativa clásica de los movimientos emergentes: tomar partido a riesgo de ser tomado por la política partidaria. El movimiento Noche en Pie (Nuit debout), algunos años atrás, estuvo atravesado por los mismos interrogantes y dilemas. Los movilizados ¿son tan reacios a toda organización? Es posible dudar de ello. La encuesta de Dormagen y Pion en Dieppe muestra que 91% de los consultados desean estructurarse en un movimiento organizado y duradero, y que 80% piensa que se necesitan voceros para representarlos. La cuestión práctica del «cómo» es más problemática...
Diversas «estructuras» de coordinación nacional de los «chalecos amarillos» se constituyeron en torno de tres legitimidades principales: la de las redes, la de los estudios de televisión y la del terreno, pero el movimiento no fijó reglas organizacionales. A pesar de los numerosos microlíderes que generaron, los «chalecos amarillos» carecen de representantes oficiales y eluden la exhortación de los gobernantes que los incitan a producirlos. Impulsados por su influencia en las redes, los líderes reivindican el hecho de no serlo y son cuestionados si lo son demasiado. Todo intento de encontrar voceros fracasó. A fines de noviembre, una parte del movimiento anunció la creación de una delegación de ocho interlocutores, luego de una consulta a 30.000 personas en internet. Pero «estos mensajeros», que no fueron concebidos como «tomadores de decisiones», fueron rápidamente desaprobados. Un representante habría sin duda afectado la identificación amplia de la que gozó el movimiento, pero la ausencia de líderes reconocidos también tuvo un efecto negativo: el sentido del movimiento fue construido desde afuera. A falta de voceros, lo hicieron hablar... mucho y a menudo para perjudicarlo.
Una agrupación de «chalecos amarillos» de los estudios de televisión surgió en torno de Hayk Shahinyan, el Colectivo del 17 de noviembre; este impulsó un proyecto de lista efímero para las elecciones europeas encabezado por Ingrid Levavasseur, pero el proyecto fracasó rápidamente. Se lanzaron otros proyectos de listas (una decena) que tuvieron una suerte similar. Las lógicas del juego electoral pusieron bajo tensión al movimiento. «En el momento en que uno aspira a obtener votos, ya no puede librar el combate de las ideas», señalaba en febrero François Boulo, vocero de los «chalecos amarillos» de Ruan, «ya que uno participa de estrategias para hacerse elegir»21. Si bien el gilet jaune Éric Drouet invitó a no dispersar el voto para tener peso en las elecciones europeas, esto no se tradujo políticamente durante los comicios. Finalmente, se presentaron tres listas reivindicando a los «chalecos amarillos» en las elecciones europeas, que obtuvieron sumadas 1% de los votos. Paralelamente, intentó tomar cuerpo otra dinámica no electoral de coordinación de los «chalecos amarillos». El 30 de noviembre, una agrupación de rotondas de Commercy, pequeña ciudad de Mosa, lanzó un llamado a crear en toda Francia asambleas populares, según principios cercanos al municipalismo libertario. La cuestión democrática de la representación del movimiento estuvo en el corazón de la primera Asamblea de las Asambleas que convocó en enero a un centenar de delegaciones en esta ciudad. El rechazo a la representación política constituyó la base de este proceso marcado por el repudio a la jerarquía y a la delegación. La legitimidad de los delegados de esta asamblea para hablar en nombre de todos los «chalecos amarillos» fue constantemente cuestionada. «Hay tanta desconfianza, se siente temor a traicionar y ser identificado con lo que se combate: ese diputado al que le delegamos nuestro voto y que, una vez en la Asamblea, actúa sin consultarnos nunca», decía Dominique, 57 años, proveniente de Seine-et-Marne. Un animador de los debates se preguntaba: «¿Cómo organizarse para ser lo más democrático posible? ¿Se da cuenta?, es lo que tratamos de hacer esta noche y cuesta mucho. ¡La democracia es súper difícil!»22. En el llamado final, se lee: «No queremos ‘representantes’ que terminen necesariamente hablando por nosotros (...) Si se designan representantes y voceros, eso terminará volviéndonos pasivos. Peor aún: no tardaremos en reproducir el sistema y funcionar de arriba hacia abajo como los crápulas que nos gobiernan». O incluso: «No pongamos de nuevo el dedo en el engranaje de la representación y la cooptación».
La Asamblea de las Asambleas se reunió dos veces más. Alrededor de 700 «chalecos amarillos», delegados de 235 grupos de toda Francia, se reunieron en abril en Saint-Nazaire para la segunda Asamblea de las Asambleas, y luego en junio en Montceau-les-Mines. La intención de estructurar el movimiento en el largo plazo («implantarse en el largo plazo») se reafirmó, pero de la manera más horizontal posible. Sin embargo, aquí también se observa un estancamiento. Esta segunda dinámica también se bloquea...
El movimiento no resistió el paso del tiempo, aun cuando haya gozado de un largo y poderoso apoyo de la opinión pública. El escenario del pasaje de la esfera social a la espera política o electoral fracasó rápidamente y marcó así el límite del proceso de desintermediación en marcha. Los «chalecos amarillos» expresan a la vez una aspiración a la política y un rechazo de la política instituida y electoral. La oposición entre el arriba y el abajo está en el corazón del movimiento, que participa, desde este punto de vista, de una «situación populista» (aunque el rechazo de la figura de un líder lo distancia a la vez del populismo). En este movimiento, las organizaciones y mediaciones no tienen cabida porque su descrédito es muy profundo, pero también porque se basan en una concepción monista de un pueblo homogéneo cuya defensa de intereses, de alguna manera, se daría por sentada. Tal como lo recordaba recientemente Yves Mény:
la democracia tal como funciona está basada en la representación y supone una mediación generalizada de las relaciones sociales y políticas. Grupos, sindicatos y partidos agrupan, estructuran, organizan, movilizan y actúan por cuenta de individuos, consumidores, ciudadanos que no tienen necesariamente las cualidades, los medios y la voluntad o la disponibilidad de tiempo necesarios para la acción individual. Estos filtros están desapareciendo o, en todo caso, atraviesan una profunda crisis.23
Los «chalecos amarillos» son un poderoso indicador de esta crisis, pero también de las dificultades que deben superarse. En efecto, se produjo una mediación que se beneficia de los recursos tecnológicos de las redes sociales, pero el rechazo de la representación lleva al movimiento a una forma de callejón sin salida político y estratégico. No ser o convertirse en un partido o una organización: es a la vez la fuerza de los «chalecos amarillos»... y su debilidad.
Marcado por una horizontalidad radical que se acentuó con el tiempo, el movimiento se condena a la impotencia. Participa de una poderosa corriente de desafiliación respecto de las instituciones de la sociedad civil y las elites, pero resulta un peso por la incapacidad de producir nuevas mediaciones que superen el estado de movilización. La politización del movimiento según esquemas clásicos habría sin duda exacerbado sus contradicciones. En la democracia representativa, las organizaciones siguen siendo estructuras indispensables para incorporar en forma duradera intereses colectivos, defenderlos y encarnarlos en el sistema político a través de programas y propuestas, a condición de renovar radicalmente su modelo.
Indicadores del estado de desestructuración política de las capas populares, los «chalecos amarillos» representan un desafío para la izquierda: ¿qué mediaciones reconstruir con la sociedad cuando el descrédito de las organizaciones es radical? A pesar de sus dificultades, los «chalecos amarillos» habrán puesto en el centro del debate público la cuestión democrática. Lejos de desplazarse hacia temáticas xenófobas, su agenda evolucionó, con cierta coherencia, de la justicia social a la cuestión democrática, según un proceso bastante cercano a Nuit debout (mientras que sociológicamente ambos movimientos estaban al principio muy diferenciados)24. Como si, actualmente, la cuestión de la democratización de las instituciones fuese la condición previa a la resolución de la crisis social...
Nota: la versión original en francés de este artículo, con el título «Les gilets jaunes et les exigences de la représentation politique» fue publicada en La Vie des Idées, 10/9/2019, dis- ponible en <https://laviedesidees.fr/Les-Gilets-jaunes-et-les-exigences-de-la-representation- politique.html>. Traducción: Gustavo Recalde.
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1.
Gérard Noiriel hace referencia en diversas entrevistas al concepto de Bernard Manin. Ver Nicolas Truong: «Gérard Noiriel: ‘Les gilets jaunes replacent la question sociale au centre du jeu politique’» en Le Monde, 27/11/2018.
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2.
Especialmente en el caso de La República en Marcha, no se deben pasar por alto los fenómenos de reconversión y continuidad.
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3.
Bernard Dolez, Julien Fretel y Rémi Lefebvre: «Introduction générale. La science politique mise au défi par Emmanuel Macron» en B. Dolez, J. Fretel y R. Lefebvre (dirs.): L’entreprise Macron, Presses Universitaires de Grenoble, Grenoble, 2019.
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4.
¿Las clases dominantes serían, contrariamente a la creencia popular, menos resistentes a entregarse a un líder?
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5.
Ver A. Ogien: «Le spectre de la démocratie directe» en Libération, 31/1/2019.
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6.
Raphaëlle Besse Desmoulières: «Au congrès de la CGT, les ‘gilets jaunes’ occupent les esprits» en Le Monde, 17/5/2019.
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7.
Guillaume Gourgues y Maxime Quijoux: «Syndicalisme et gilets jaunes» en La Vie des Idées, 19/12/2018.
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8.
K. Yon: «Les syndicats dans la roue des Gilets jaunes» en «Gilets jaunes». Hypothèses sur un mouvement, La Découverte, París, 2019.
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9.
Movimiento de izquierda fundado en 2016 y liderado por Jean-Luc Mélenchon [n. del e.].
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10.
R. Lefebvre: «Des partis en apesanteur sociale?» en Igor Martinache y Frédéric Sawicki (dirs.): La fin des partis?, PUF / La Vie des Idées, en prensa.
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11.
Isabelle Coutant: «Les ‘petits-moyens’ prennent la parole» en Joseph Confavreux: Le fond de l’air est jaune, Seuil, París, 2019.
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12.
Ciudad obrera del «cinturón rojo» que hoy acoge uno de los mayores centros de negocios de Île-de-France [N. del E.].
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13.
F. Dubet: Le temps des passions tristes. Inégalités et populisme, Seuil, París, 2019.
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14.
«Qui sont vraiment les ‘gilets jaunes’? Les résultats d’une étude sociologique» en Le Monde, 26/1/2019.
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15.
Desde este punto de vista, los «chalecos amarillos» marcan un deslizamiento del «populismo» del campo político al social.
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16.
AAVV: «L’économie morale et le pouvoir» en J. Confavreaux: ob. cit.
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17.
Patrick Farbiaz: Les Gilets jaunes. Documents et textes, Éditions du Croquant, Vulaines-sur-Seine, 2019.
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18.
El rechazo al gasto público y a los impuestos coexiste de manera problemática con la demanda de intervención del Estado.
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19.
J.-Y. Dormagen y G. Pion: «Le mouvement des ‘gilets jaunes’ n’est pas un rassemblement aux revendications hétéroclites» en Le Monde, 27/12/2018.
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20.
Laurent Jeanpierre: In girum. Les leçons politiques des ronds-points, La Découverte, París, 2019.
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21.
Aline Leclerc: «Les européennes à venir divisent les ‘gilets jaunes’» en Le Monde, 12/4/2019.
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22.
A. Leclerc: «Dans la Meuse, une assemblée de ‘gilets jaunes’ de toute la France propose un appel commun» en Le Monde, 27/1/2019.
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23.
Y. Mény: Imparfaites démocraties, Presses de Sciences Po, París, 2019, p. 232.
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24.
La crisis de las modalidades de representación política y de formulación de nuevas demandas democráticas se explica sin duda por la evolución sociológica del movimiento, como lo demuestra el trabajo en curso de Magali Della Sudda en Sciences Po Bordeaux.