Tema central
NUSO Nº 297 / Enero - Febrero 2022

Las paradojas de las socialdemocracias nórdicas

La socialdemocracia gobierna hoy los cuatro países nórdicos –Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca–, luego de gobiernos conservadores y del crecimiento de las extremas derechas. No obstante, la masa de votos a los socialdemócratas no ha aumentado y han crecido partidos a su izquierda. Si sumamos el reciente triunfo del Partido Socialdemócrata de Alemania, se puede ver que la socialdemocracia es una fuerza debilitada, pero que todavía mantiene su vigencia.

Las paradojas de las socialdemocracias nórdicas

El 14 de octubre de 2021 Noruega vio la llegada de un gobierno socialdemócrata tras ocho años de dominio de la derecha. Los cuatro países nórdicos –Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia– se encuentran así bajo la conducción de partidos del mismo signo político1. La «crisis de la socialdemocracia», tan debatida a escala internacional, es un fenómeno complejo. El ejemplo nórdico no anuncia la superación de una crisis histórica, sino que pone de relieve varios aspectos de su complejidad. 

En general, no fue por avances electorales que la socialdemocracia volvió al poder en estos países. En el caso de Noruega, el Partido Laborista (dna, por sus siglas en noruego) perdió en realidad 1,1% de los votos desde 2017, y con 26,3% obtuvo poco más de una cuarta parte de los sufragios. El Partido Socialdemócrata de Finlandia (sdp, por sus siglas en finlandés) sí logró un leve crecimiento en 2019, pero apenas llegó a 17,7% y quedó muy por debajo de sus resultados del siglo xx. En el caso danés, aunque la socialdemocracia tuvo un ligero retroceso en los comicios y pasó de 26,3% en 2015 a 25,9% en 2019, el porcentaje alcanzado terminó siendo suficiente para expulsar a la derecha y formar un nuevo gobierno. El Partido Socialdemócrata de Suecia (sap, por sus siglas en sueco) registró el peor resultado electoral de su historia desde la introducción del sufragio masculino cuasi universal en 1911 y cayó a 28,3%, luego del 31% de 2014. Sin embargo, después de largas negociaciones, los números conseguidos le permitieron mantener el cargo de primer ministro al que había accedido en 2014.

¿Por qué las elecciones generaron gobiernos liderados por socialdemócratas en los cuatro países nórdicos? Lo que ocurrió, básicamente, fue que el paisaje político se vio reconfigurado por la caída (o la exclusión de las coaliciones de gobierno, en el caso de Suecia) de los partidos xenófobos y por el significativo avance de las fuerzas situadas a la izquierda de la socialdemocracia. El Partido Popular Danés perdió prácticamente 60% del apoyo que había obtenido en 2015, en parte porque los socialdemócratas han abrazado su programa antiinmigratorio. En el campo de la extrema derecha, lo obtenido por el Partido del Progreso de Noruega se redujo casi un tercio con respecto a 2017. Los Verdaderos Finlandeses perdieron apenas 0,2% y los Demócratas de Suecia sumaron en 2018 4,8% más que en 2014, pero este ascenso no hizo más que reafirmar su exclusión por parte de dos de los cuatro partidos burgueses (como se los denomina en Suecia). En el campo político opuesto, hubo una mejora de los partidos de izquierda y de la Liga Verde finlandesa. Dinamarca y Noruega tienen ahora dos partidos ubicados a la izquierda de la socialdemocracia en sus parlamentos, que crecieron en conjunto 2,6% y 3,9%, respectivamente. A su vez, aumentó 2,3% el respaldo al Partido de la Izquierda de Suecia y 1% a la Alianza de la Izquierda de Finlandia. 

En resumen, las últimas elecciones parlamentarias permitieron a los partidos socialdemócratas llegar al gobierno en los países nórdicos porque su menor caudal de votos terminó siendo compensado por el crecimiento de fuerzas situadas a su izquierda y porque las combinaciones políticas de derecha quedaron debilitadas ante el retroceso de los principales partidos burgueses y el declive o exclusión de su crucial apoyo xenófobo. Cabe destacar que los socialdemócratas alemanes lograron acceder recientemente a la Cancillería en un contexto de similar ambigüedad. Aunque el Partido Socialdemócrata de Alemania (spd, por sus siglas en alemán) tuvo un crecimiento en los comicios de septiembre de 2021 (se despegó de su mínimo histórico de 20,5% en 2017 y alcanzó un 25,7%), este resultado estuvo 13 puntos porcentuales por debajo del respaldo que había obtenido cuando encabezó un gobierno por última vez (en 2002). Los porcentajes conseguidos por el spd en la votación de 2021 fueron incluso inferiores a los de 1898. La presencia de un canciller socialdemócrata no se debe tanto a la fortaleza del spd, sino más bien a una caída récord de la Unión Demócrata Cristiana (cdu) y a un máximo histórico de Los Verdes.

El conglomerado nórdico de política y clase

Los resultados paradójicos de estos comicios ponen de relieve la importancia del sistema electoral y de partidos políticos. Todos los países nórdicos tienen sistemas parlamentarios (no presidenciales). La única república es Finlandia (el resto son monarquías constitucionales), pero su presidente tiene funciones principalmente simbólicas. Las elecciones parlamentarias se realizan por representación proporcional por encima de un cierto umbral; el más alto es el de Suecia, con 4% del total de votos para acceder al Parlamento. El sistema en cuestión propicia una fragmentación multipartidaria. En la actualidad hay diez partidos representados en el Parlamento danés, nueve en los de Finlandia y Noruega, y ocho en el de Suecia. En Finlandia, el sdp se convirtió en la primera fuerza del país, con 17,7% de los votos, apenas algo más que el 17,5% reunido por el partido xenófobo de los Verdaderos Finlandeses. El sistema de partidos de las democracias proviene de la historia vinculada a la formación del Estado-nación, la estructura de clases del país, el perfil religioso de la población y las huellas dejadas por las experiencias contingentes fundamentales de la nación. 

El sistema de partidos de los países nórdicos constituye un conglomerado con características propias. En la sección incluida a continuación, examinaremos su configuración histórica, pero antes es necesario considerar los principales factores contingentes que han repercutido en las recientes elecciones de la región y en sus resultados gubernamentales. 

Entre esos factores, se destacan dos. Uno es la nueva fuerza política que aparece en la mayoría de los países europeos: los partidos xenófobos y antiinmigración. Estos partidos están presentes y son importantes en todos los países nórdicos. Las variantes más exitosas han resultado las de Dinamarca y Noruega, que en ambos casos crecieron hasta obtener más de 20% de los votos en un par de elecciones. Los xenófobos daneses han sido un apoyo crucial para los gobiernos liberales de derecha en las primeras dos décadas de este siglo xxi; los de Noruega y Finlandia, a su vez, integraron coaliciones oficialistas de derecha. Demócratas de Suecia ha sido rechazado hasta hace poco por sus pares burgueses tradicionales, lo que dificultó la formación de gobierno. A esta organización se le adjudica un carácter tóxico por dos razones: por un lado, las elites de Suecia tienen mucho menos temor a la inmigración que las de otros países nórdicos; además, la variante local se origina en movimientos neonazis y explícitamente racistas de fines de los años 80 y principios de los 90, mientras que las de los otros tres países proceden de un populismo derechista prexenófobo. Esto ahora está cambiando de cara a las elecciones de 2022, para las cuales los xenófobos suecos han sido acogidos en un nuevo bloque burgués. 

Sin necesidad de adentrarse demasiado en la historia, podemos decir que existe una raíz esencial para el actual sistema de partidos que proviene de la formación del Estado-nación: los Estados nórdicos son antiguos órdenes políticos de carácter periférico, que se remontan hasta la Edad Media y tienen poblaciones bastante homogéneas desde el punto de vista étnico. La Noruega posmedieval se convirtió en parte del reino de Dinamarca y luego, durante el siglo xix, fue forzada a ingresar en una unión dinástica con Suecia. Finlandia formó parte de Suecia hasta 1809, cuando fue conquistada por Rusia. Aunque estas experiencias dejaron sus lógicas marcas, no implicaron divisiones traumáticas. La heteronomía previa a 1800 era prenacionalista y la nueva administración del siglo xix en Finlandia y Noruega incluyó una autonomía constitucional y cultural. Los asuntos internos quedaron en manos de las elites locales. A pesar de que hubo algunas negociaciones tensas, tanto la independencia de Noruega como la de Finlandia fueron concedidas sin violencia por la monarquía sueca en 1905 y por la Unión Soviética en 1918, respectivamente. Es por todo ello que en las democracias nórdicas jamás se estableció ningún partido hegemónico imperial o nacionalista. Tampoco surgió ningún partido demócrata cristiano importante. Las iglesias estatales luteranas dejaron los asuntos relacionados con el derecho de familia y la educación en manos del Estado y nunca intentaron en realidad organizar a la clase obrera industrial. Las «iglesias libres» disidentes sí lo intentaron, pero no pudieron llegar muy lejos porque estaban demasiado fragmentadas entre sí. Hace 100 o 150 años se orientaban al liberalismo democrático y a menudo no estaban en contra de un creciente movimiento obrero con características autónomas. Privados en gran medida de activos aptos para la movilización popular, como el nacionalismo, la hostilidad étnica y la religión moderna y politizada, los partidos conservadores de los países nórdicos no lograron adquirir nunca un predominio político a través del sufragio universal. 

En particular, hay dos características en la estructura de clases de estas naciones que resultan muy pertinentes en este contexto. Una es la autonomía de los campesinos y agricultores, basada en el trabajo de su propia tierra y en una organización cultural, cooperativa y política. Los agricultores nórdicos han sido muchas veces conservadores pero sin filiación institucional, a partir de la percepción de sus propios intereses de clase y no por la influencia de sacerdotes o terratenientes. Esta autonomía de clase fue decisiva para el avance político de la socialdemocracia nórdica en la década de 1930. Tomando como eje una política de empleo y apoyo a los precios agrícolas en un trasfondo de crisis posliberal, se desarrollaron entonces coaliciones o acuerdos entre partidos socialdemócratas y agrarios. Así ocurrió en Dinamarca y Suecia en 1933, en Noruega en 1935 y en Finlandia en 1937. 

En comparación con la Europa occidental continental, la región nórdica se urbanizó e industrializó de manera tardía, rápida y exitosa. Las implicancias de clase de este proceso se reflejaron sobre todo en dos aspectos. Antes de que apareciera el movimiento obrero de inspiración marxista, había pocos rastros de una burguesía urbana moderna en el terreno social y político. El rápido desarrollo socioeconómico dio entonces fuerza y recursos al movimiento obrero, que adquirió una suerte de predominio político en los años 1930 y –más allá de algunas fisuras y retrocesos en las décadas de 1970 y 1980– lo mantuvo durante 50 o 60 años hasta la llegada del nuevo milenio.

Movilización y desmovilización de la clase obrera

El movimiento obrero nórdico creció con una fortaleza única bajo las premisas antes mencionadas. La socialdemocracia finlandesa fue el primer partido laborista europeo en ganar una mayoría parlamentaria (con 47% de los votos en 1916) y el segundo en el mundo, después de Australia (en 1910). Este éxito se debió en gran medida a su pronta llegada a los pequeños agricultores y trabajadores rurales. En Suecia, los partidos socialdemócrata, socialista y comunista obtuvieron en conjunto más de la mitad de los sufragios en 1932-1952, 1958-1970, 1982, 1985 y 1994, mientras que la socialdemocracia lo hizo por sí sola en 1940 y 1968; en Noruega, todas las elecciones celebradas desde 1945 hasta 1969 inclusive dieron como resultado una mayoría absoluta de los partidos laboristas. Los partidos obreros solo obtuvieron la mayoría de los votos en Dinamarca y Finlandia una vez, en 1966. Las mayorías obreras en los países nórdicos estuvieron siempre dominadas por la socialdemocracia, excepto en Finlandia. Las divisiones generadas a causa de la Revolución Rusa han obstaculizado desde entonces la adhesión a la socialdemocracia finlandesa, que debe compartir el voto de la clase trabajadora con un partido comunista fuerte. 

El voto de clase (medido por el simple índice de Alford como la diferencia entre el porcentaje de trabajadores manuales que votan por el laborismo y el porcentaje de clase media que opta por esa misma corriente, o por métodos estadísticos más sofisticados) ha sido extraordinariamente fuerte en los países nórdicos, mayor que en cualquier otro lugar de Europa, en Australia o en el mundo de las elecciones democráticas. Pese a la importante caída experimentada desde 1960 en Suecia y Noruega y desde 1970 en Dinamarca y Finlandia, el voto de clase sigue siendo menos débil que en otros países2. Pero en los comicios suecos de 2018, por primera vez al menos desde el avance ocurrido a comienzos de la década de 1930, solo una minoría de los trabajadores se inclinó por los partidos laboristas: un tercio por la socialdemocracia (lo que significó un retroceso respecto al 43% de 2014) y una décima parte por el Partido de la Izquierda. Alrededor del 30% habitual respaldó a los partidos burgueses tradicionales, mientras que 25% apoyó ahora a Demócratas de Suecia, la extrema derecha3

En las últimas décadas, los sindicatos se han debilitado y alejado mucho de los políticos socialdemócratas. No obstante, sus organizaciones se han sostenido claramente mejor que los partidos socialdemócratas. La mayoría de los trabajadores nórdicos siguen perteneciendo a asociaciones gremiales. Con niveles que van desde 50% en Noruega hasta 67% en Dinamarca, los cuatro países de la región son los más sindicalizados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)4.

Cuatro tonos de rosa

Los cuatro gobiernos nórdicos actuales, liderados en todos los casos por socialdemócratas, se diferencian por sus antecedentes, limitaciones y ambiciones. Solo uno de ellos cuenta con mayoría parlamentaria: la coalición finlandesa, que está integrada por cinco partidos. En cuanto al color, el abanico abarca desde un tono más azulado que rosa, como en la continuidad gubernamental sueca, hasta el rojo escarlata del gabinete reformista noruego. En el medio están la coalición finlandesa y la minoría unipartidista danesa; ambas se acercan a la orientación noruega, aunque aparentemente existe algo más de proximidad en el caso danés que en el finlandés. 

En Suecia hubo cambio de gobierno en 2014, cuando una alianza de cuatro partidos burgueses fue desplazada después de ocho años en el poder. La alianza estaba encabezada por los conservadores tradicionales, el Partido Moderado, quienes imitaron directamente a Tony Blair en su adaptación a las políticas de Margaret Thatcher. El partido fue rebautizado como Los Nuevos Moderados y protegió a la población con empleo, lo que incluyó un total respeto por los derechos sindicales y la defensa contra la Unión Europea. Al mismo tiempo, impuso medidas de austeridad sobre la gente que dependía de los beneficios del Estado y promovió una política agresiva dirigida a la privatización y mercantilización de la educación y otros servicios públicos. Respecto a la inmigración, el gobierno fue abierto y acogedor. 

El cambio de gobierno de 2014 no fue el resultado de un giro significativo a la izquierda. Los tres partidos ubicados en el espacio de centroizquierda con presencia parlamentaria registraron en realidad una variación nula en los votos: el crecimiento alcanzado por los socialdemócratas y el Partido de la Izquierda en conjunto (0,4%) terminó compensado con el retroceso de los Verdes (-0,4%). Sin embargo, hubo un nuevo partido de izquierda, Iniciativa Feminista, que con 3,1% no logró entrar al Parlamento. Obtuvieron un triunfo los xenófobos Demócratas de Suecia, que incrementaron sus votos en 7,3%, sobre todo a expensas de los partidos tradicionales de derecha. La centroderecha y la centroizquierda acordaron entonces que la fuerza con más apoyo formaría gobierno sin tener en cuenta a la extrema derecha. Los socialdemócratas pudieron configurar así una coalición de minorías con los Verdes, dejando al Partido de la Izquierda excluido de las funciones, pero no de las negociaciones sobre asuntos sociales. Si bien el gobierno resultante consiguió restablecer algunos beneficios sociales, todos los intentos por refrenar la mayor absorción corporativa de servicios sociales financiados con impuestos se vieron detenidos en el Parlamento por la oposición conjunta de los burgueses y los xenófobos. Durante la crisis europea de refugiados en 2015, el gobierno socialdemócrata mantuvo la política de puertas abiertas impulsada por la administración previa; al principio lo hizo con un amplio respaldo público, aunque pronto se multiplicaron las opiniones críticas, particularmente entre la clase trabajadora. 

Las elecciones de 2018 arrojaron un resultado similar al de 2014: ni la derecha tradicional ni la centroizquierda obtuvieron la mayoría, y Demócratas de Suecia volvió a convertirse en el eje con más fuerza que nunca y un incremento de 4,7% en sus votos. Pero esta vez la centroizquierda se debilitó por el retroceso de la socialdemocracia, que con una caída de 2,3% llegó a su mínimo histórico. Aun así, los tres partidos de la centroizquierda reunieron 144 escaños contra 143 de la derecha tradicional (en 2014 el balance era de 159 a 141, sobre un total de 349). Dos de los partidos burgueses habían roto el acuerdo de 2014 dirigido a ignorar a los xenófobos, pero otros dos seguían aferrados a él. Tras cuatro meses de negociaciones se alcanzó un nuevo acuerdo entre los partidos Socialdemócrata, Verde, del Centro y Liberal, que facilitó una continuidad de la coalición socialdemócrata-verde. 

El Partido del Centro, que tuvo su origen como Liga de los Agricultores (aliada crucial de los socialdemócratas en las décadas de 1930 y 1950) y mutó en el más neoliberal de toda Suecia, consiguió lo que buscaba: el denominado Acuerdo de Enero con sus 73 puntos. En su introducción se declaraba explícitamente que, según el Acuerdo, el Partido de la Izquierda no tendría ninguna influencia sobre la orientación política del país durante el siguiente periodo parlamentario. Sin embargo, para llegar a asumir el poder, el gobierno dependía de los votos de ese partido. Después de algunas conversaciones para limar asperezas con Stefan Löfven, el líder socialdemócrata, la dirigencia izquierdista se tragó la afrenta más allá de sus fuertes advertencias frente a dos de los 73 puntos: la flexibilización de la ley de protección del empleo y la abolición del control sobre los alquileres. 

Los 73 puntos incluían, entre otras cosas, una reducción de impuestos para las capas de ingresos más altos, un esquema general de bajas impositivas y aumento del apoyo a las empresas, un recorte drástico a la bolsa pública de trabajo y su reemplazo por «actores independientes», junto con una mayor facilidad para que los empleadores puedan despedir. Tampoco se intentaría poner un límite a las ganancias de los particulares en los servicios sociales ni en la educación, y se fortalecerían los derechos de propiedad privada sobre bosques y costas. En términos socioeconómicos, se trataba de un programa más neoliberal que el de los ocho años de alianza burguesa transcurridos entre 2006 y 2014. Lo único de tinte progresista fueron algunas medidas ambientalistas y una mayor cantidad de días de licencia paga para los progenitores empleados que vivieran con niños. 

En junio de este año, el Partido de la Izquierda retiró su apoyo como consecuencia de la introducción de alquileres a precios de mercado, y el gobierno cayó. Pero la reforma también cayó y el gobierno retornó. Su manejo de la pandemia consistió en secundar a la autoridad sanitaria encargada de decidir las políticas del área, de manera menos contundente y exitosa que la gestión del covid-19 de los otros gobiernos nórdicos, pero con mejores resultados que el resto de Europa. Quizás los deslucidos gobiernos de Löfven hayan logrado algo potencialmente importante: el electorado del Partido del Centro ha cambiado, o más bien ha sido (en parte) intercambiado. Tras la dimisión de Löfven como líder socialdemócrata y por ende como primer ministro, su sucesora –la ex-ministra de Finanzas Magdalena Andersson– debió obtener la confianza parlamentaria. Según encuestas realizadas entre votantes del Partido del Centro, una gran mayoría prefiere ahora a la candidata socialdemócrata por sobre su rival del Partido Moderado. Esto podría significar el comienzo de una larga orientación hacia la centroizquierda, aunque de cara al futuro inmediato la dirigencia de la agrupación centrista se ha atrincherado en posiciones de un liberalismo económico acérrimo. 

Los protagonistas en la historia noruega también son el socialdemócrata Partido Laborista y el Partido de Centro, aunque uno de los actores y el contexto son muy diferentes. La agrupación mencionada en segundo término se formó, al igual que en Suecia, como Partido de los Agricultores, pero permanece mucho más arraigada al mundo rural en un país menos urbanizado. Noruega mantiene un nivel de servicios públicos rurales que ha sido abandonado en Suecia. El Partido de Centro noruego no ha sido cooptado por el liberalismo de una clase media urbanizada y, junto con el Partido de la Izquierda Socialista, jugó un papel clave en la exitosa resistencia contra los planes de adhesión a la ue impulsados por socialdemócratas y conservadores. 

El contexto de la reciente formación de gobierno en Noruega fue una clara derrota del Partido Conservador y su principal socio en la coalición (hasta 2020), el xenófobo y neoliberal Partido del Progreso. Juntos perdieron 8,3% de los votos, después de haber gobernado durante ocho años unidos a dos aliados de derecha más pequeños. Los vencedores electorales fueron el Partido de Centro y dos agrupaciones situadas a la izquierda de la socialdemocracia, que a su vez tuvo un retroceso. La primera opción de los socialdemócratas era un gobierno mayoritario del Partido Laborista (26% de los votos), Centro (13,5%) e Izquierda Socialista (6%). Pero esta última fuerza, insatisfecha con la propuesta, se retiró de las negociaciones. El Laborista y el Partido de Centro procedieron entonces a formar una coalición de minorías, tolerada por la Izquierda Socialista y el Partido Rojo (2,4%), que sumó 89 de los 169 escaños. 

La plataforma de gobierno es un llamado explícito a una reforma: «Las elecciones de 2021 definían qué tipo de sociedad es la que queremos. Los resultados arrojaron una mayoría histórica en favor de una dirección nueva y más justa para el país. (...) Tras ocho años en los que aumentaron las diferencias y la centralización, el gobierno trasladará el poder a la gente común en todas las áreas de la sociedad». Se promete defender y promover el Estado de Bienestar de manera vigorosa. «No se comercializarán las prestaciones sociales fundamentales, y el nuevo gobierno reducirá significativamente el alcance de los actores comerciales en el área del bienestar. (...) El gobierno apuntará a reducir el uso de mecanismos del mercado en todos los ámbitos del Estado de Bienestar. (...) Es necesario limitar la actual lógica del mercado, la gestión por objetivos y la privatización de los servicios de salud». Cabe destacar que, de todos modos, estas últimas tendencias están menos difundidas que en Suecia, donde los socialdemócratas incluso se han visto forzados a profundizarlas para permanecer en el poder5

El límite al reformismo noruego, algo típico en la mayoría de los reformismos, está dado por la estructura económica de poder. En la Noruega contemporánea, el núcleo de esa estructura es el sector (mayormente público) del gas y del petróleo. Dos semanas antes de la Conferencia de Glasgow sobre cambio climático, la plataforma de gobierno declaraba lo siguiente: «Se desarrollará la industria petrolera noruega, no se la desmantelará. (...) Se seguirán dando permisos para realizar exploraciones de petróleo y de gas en nuevas áreas»6. Esa es una de las principales razones por las cuales la Izquierda Socialista no se unió al gobierno. 

Mientras la política parlamentaria contemporánea de los tres países escandinavos suele describirse en términos de dos bloques compuestos por la izquierda y la derecha (aunque en la práctica eso no se ve con tanta frecuencia ni con tanta claridad), la situación partidaria en Finlandia es de una promiscuidad general, en la que cualquier alianza es posible. De hecho, en una ocasión los socialdemócratas y los conservadores gobernaron juntos. En otra, al igual que en Noruega, el partido xenófobo (los Verdaderos Finlandeses) ha sido incluido en el gobierno. Esta despolarización es un fenómeno de las últimas décadas. Anteriormente, en comparación con los demás países nórdicos, Finlandia mostraba grietas mucho más profundas, que se remontaban a la sangrienta guerra civil de 1918 entre los trabajadores y campesinos «rojos» y los burgueses y propietarios agrícolas «blancos». Después de la división entre comunistas y socialdemócratas, estos últimos nunca lograron convertirse en un partido dominante con 40%-45% de los votos, como en los otros países nórdicos; debieron conformarse con ser la primera minoría con 25%, y luego decayeron. 

Sin embargo, bien puede decirse que la actual coalición conducida por la socialdemocracia es un gobierno de centroizquierda, sobre todo con Sanna Marin, la primera ministra designada en segundo término7. En el bloque están incluidos el sdp (17,7% de los votos); el Partido del Centro, líder del anterior gobierno luego golpeado en las urnas (13,8%, con una caída de 7,3%); la Liga Verde (11,5%); la Alianza de la Izquierda (8,2%); y el Partido Popular Sueco de Finlandia (4,5%), que representa a la pequeña pero políticamente hábil minoría de habla sueca y es un integrante casi permanente de cualquier coalición. 

En 2019 el gobierno de coalición, liderado por el Partido del Centro y acompañado por el conservadurismo tradicional de Coalición Nacional y la derecha xenófoba de los Verdaderos Finlandeses como coprotagonistas, convocó a elecciones anticipadas. El Parlamento había rechazado su principal propuesta, vinculada a una reorganización del sistema de salud. Tenía dos ingredientes fundamentales: un traslado administrativo desde municipalidades hacia nuevas regiones y el apoyo a la intervención de agentes comerciales, impulsado por el Partido de Coalición Nacional. La salida de los Verdaderos Finlandeses y de Coalición Nacional inclinó la balanza gubernamental hacia la izquierda. La nueva coalición logró que su variante de reforma sanitaria fuera aprobada por el Parlamento en junio de 2021. Incluía a las nuevas regiones con responsabilidad sobre las prestaciones de salud y mostraba una clara orientación igualitaria y pública. «El objetivo central de la reforma será reducir las desigualdades en salud y bienestar», decía la declaración gubernamental, que luego agregaba: «El sector público será el principal proveedor de los servicios (...) el sector privado y el tercer sector actuarán como proveedores complementarios». 

A diferencia de lo ocurrido en Noruega, la declaración gubernamental del nuevo gabinete finlandés no contiene ningún quiebre explícito con el pasado, sino que destaca el compromiso de proteger y desarrollar el Estado de Bienestar. «Nuestro objetivo es transformar Finlandia de manera tal que para 2030 sea sostenible desde el punto de vista social, económico y ecológico. En un Estado de Bienestar nórdico es la economía la que está al servicio de la población, no al revés». También hay una promesa igualitaria. «Finlandia será un país más justo y equitativo (...). Se reducirán las desigualdades en salud, bienestar e ingresos, y habrá una mayor inclusión social». Se señala asimismo: «Más gente se enfrenta ahora al riesgo de pobreza y exclusión. El gobierno actuará con determinación para reducir la pobreza y la exclusión, especialmente entre los jubilados y las familias con niños». La «Finlandia justa, igualitaria e inclusiva» es uno de los siete «temas estratégicos» de la coalición, que mencionan en primer lugar una «Finlandia con neutralidad en carbono, que proteja la biodiversidad»8. Al igual que los gobiernos de Dinamarca y Noruega, el gabinete finlandés mostró una reacción rápida y vigorosa frente a los efectos del covid-19. El apoyo a la socialdemocracia pegó un salto temporal hacia el verano de 2020; registró un aumento de casi 6% en relación con el resultado electoral, para luego volver al nivel inicial. La intervención más dramática del gobierno se produjo a comienzos de 2020, cuando el virus parecía propagarse más allá de la capital. Se convocó entonces al Ejército para que aislara la región metropolitana del resto del país. 

La inmigración y la xenofobia se han convertido en grandes problemas en todos los países nórdicos y han generado nuevos partidos de extrema derecha de magnitud considerable en todos ellos. Estas agrupaciones se incorporaron al ámbito de la política tradicional de manera más temprana y profunda en Dinamarca que en el resto de la región. En ese país, la legislación reciente incluye normas migratorias cada vez más restrictivas, políticas de asimilación forzosa y para destruir la concentración en «guetos» de los inmigrantes y su descendencia, así como castigos especiales y más severos para los delitos cometidos por quienes viven en esas zonas. Entre los exponentes tradicionales, el Partido Liberal se puso a la vanguardia de esta tendencia y gobernó Dinamarca durante la primera década del siglo xxi con el apoyo del xenófobo Partido Popular Danés. El mayor perjudicado por esta alianza liberal-xenófoba fue la socialdemocracia, enfrentada a una extrema derecha posicionada como alternativa en favor del Estado de Bienestar, pero solo para los nativos. Los socialdemócratas se adaptaron gradualmente al nuevo clima cultural, pero nunca lo suficiente. 

La política electoral danesa tiene una particular volatilidad debido a la cantidad de partidos que superan el bajo umbral (2% de los votos) y cuentan con representación parlamentaria. A pesar de un nuevo retroceso socialdemócrata (esta vez, pequeño) y de un ligero crecimiento del Partido Liberal para transformarse en la primera minoría, el dominio de la coalición de derecha se quebró en 2011 como consecuencia de un gran avance del Partido Social Liberal9 y del desastre sufrido por los conservadores. La coalición de centroizquierda resultante luego fue depuesta en 2015 pese a la significativa mejora de los socialdemócratas (que se convirtieron en el partido más votado) y al derrumbe de los liberales. El gran vencedor fue el xenófobo Partido Popular Danés, mientras que los dos socios de la coalición socialdemócrata sufrieron una dura caída. La coalición liberal de derecha regresó entonces al poder. En 2019 la ruleta se detuvo nuevamente en el color rojo. En comparación con las cifras previas, los socialdemócratas descendieron un poco y el Partido Liberal creció. Pero el Partido Popular Danés prácticamente colapsó y un partido liberal más pequeño también perdió votos, situación a la que se contrapuso el avance del Partido Social Liberal y de los dos partidos ubicados a la izquierda de la socialdemocracia. 

Tras la debacle de 2015 dimitió la líder de los socialdemócratas Helle Thorning-Schmidt, apodada «Gucci Helle» –elegante personaje de la Tercera Vía, que apuntaba a hacer de Dinamarca un «Estado de competencia»– y su sucesora marcó otro rumbo. Mette Frederiksen venía del ala izquierda del partido y el nuevo rumbo tenía dos aspectos principales: uno era el retorno a la socialdemocracia del Estado de Bienestar y la Primera Vía; el otro era el compromiso de una política antiinmigración dura. Funcionó en términos del rompecabezas parlamentario. Los votos perdidos por el Partido Popular Danés se distribuyeron de manera variada y fueron a parar a partidos xenófobos desperdigados, a los liberales y también a los socialdemócratas, que captaron una gran parte. De todos modos, estos últimos no obtuvieron un crecimiento neto, ya que dejaron ir votos hacia la izquierda y hacia sectores más cosmopolitas de los social-liberales. 

La mejor manera de gestionar las dos caras del nuevo rumbo era a través de un gobierno minoritario unipartidista que buscara apoyo en las fuerzas de derecha para las políticas migratorias y en la izquierda para las políticas sociales. Frederiksen propuso ese objetivo en su campaña electoral, por lo cual después no hubo negociaciones de coalición. Sin embargo, para ser primera ministra tuvo que obtener el respaldo de la izquierda y de los social-liberales, lo que dio lugar a una declaración conjunta titulada «Dirección justa para Dinamarca». En ella se afirma que las elecciones de 2019 le han dado a Dinamarca «una oportunidad histórica para establecer una nueva dirección política»10. La declaración es un catálogo bastante concreto de objetivos en materia de políticas, sin propuestas de reformas o proyectos trascendentes. Se trata de una socialdemocracia claramente correctiva. Las ambiciones son modestas, se resumen en la frase «Fortaleceremos nuevamente nuestro bienestar». Entre los requisitos básicos para la política económica del gobierno, se señala la necesidad de que «no aumenten las brechas económicas en la sociedad, que no se reduzcan los impuestos en los sectores más altos y que no se deteriore la red de seguridad social». Se promete un fondo para la mejora del bienestar (welfare lift) equivalente a más de 1.000 millones de dólares para 2025. «El dinero ha de invertirse en el crecimiento de los niños, en educación y en una mejor capacitación para combatir la pobreza, reducir la desigualdad y asegurar un buen marco de condiciones a las empresas danesas». La política climática es más ambiciosa y plantea objetivos vinculantes. También hay una sección sobre inmigración y sobre Dinamarca en el mundo, en la cual se suaviza la estridente retórica nativista utilizada por Frederiksen en su campaña. 

La socialdemocracia nórdica ha venido sufriendo una merma en su caudal electoral, con una caída de 30%-40% respecto a los resultados de las décadas de 1950-1960. No obstante, aún ocupa una posición central en los sistemas partidarios nacionales. Pese a todo su éxito anterior, no ha suprimido la oposición a su izquierda. Con el tiempo, esta última se ha convertido en una socialdemocracia más de izquierda, especialmente tras la desaparición del comunismo, pero su importancia ahora crece a partir del retroceso socialdemócrata. Por el momento, los partidos de izquierda –hay dos en Dinamarca y Noruega, uno en Finlandia y uno en Suecia– son más fuertes en Dinamarca. En las últimas elecciones parlamentarias, la relación entre la socialdemocracia y la izquierda fue de 2 a 1. En los comicios municipales de noviembre de 2021, el más radical de los dos partidos daneses de izquierda, la Lista de Unidad de la Alianza Roji-Verde, obtuvo 24,6% de los votos y puso fin a un siglo de dominio electoral socialdemócrata en Copenhague, que se derrumbó hasta 17,3%.

Conclusión: perspectivas de la socialdemocracia

La presencia de gobiernos (liderados por) socialdemócratas en los cuatro países nórdicos no indica hoy una nueva tendencia política, ni siquiera si se considera que una coalición alemana del mismo signo ha asumido sus funciones durante el proceso de escritura de este artículo. La volatilidad electoral y las eventuales secuelas derivadas de sistemas partidarios móviles y fragmentados generan incertidumbre respecto a las perspectivas de la socialdemocracia en la región. En principio, su actual posición gobernante significa dos cosas: por un lado, confirma y ratifica el final de la hegemonía del neoliberalismo, desplazado por su evidente incapacidad para enfrentar la pandemia. Lo hicieron las fuerzas conservadoras con un cambio de rumbo, el Congreso de Estados Unidos, la Comisión de la ue y los tories británicos. Ahora se lo sigue haciendo para proteger los Estados de Bienestar más desarrollados. En segundo lugar, las recientes elecciones celebradas en el norte de Europa demuestran que la socialdemocracia es una fuerza debilitada pero que todavía tiene vigencia. Se encuentra en una crisis, pero esta crisis no es terminal. 

El desencadenamiento de la crisis climática y el consecuente llamamiento a una profunda transformación social ofrecen una oportunidad para que la socialdemocracia desarrolle un programa integral de reformas. El ala progresista de los demócratas lo ha hecho en eeuu con su Nuevo Pacto Verde (Green New Deal), hoy devaluado por el ala derecha del partido. Por desgracia, no ha surgido esa ambición en los movimientos socialdemócratas del norte de Europa. No existe una visión socioecológica amplia en las declaraciones gubernamentales de los países nórdicos, ni en el programa electoral o el acuerdo de coalición del spd. Mientras se destaca el objetivo de alcanzar la neutralidad en carbono para 2045, la política climática hace hincapié en la competitividad nacional, la creación de empleo y el liderazgo internacional. La declaración del gobierno danés de 2019 lo sintetiza: «El mercado mundial de la transición hacia una economía verde está creciendo (...). Para las empresas danesas es una oportunidad única, que será aprovechada». En su discurso de asunción, la nueva líder socialdemócrata y primera ministra sueca Magdalena Andersson saludó «el comienzo de una revolución industrial verde en Suecia». En Alemania, el reciente acuerdo de coalición entre socialdemócratas, verdes y liberales tiene la misma perspectiva: «Vemos el camino hacia un mundo neutral en co2 como una gran oportunidad para la posición industrial de Alemania». 

Al parecer, los socialdemócratas del norte de Europa se ven a sí mismos sobreviviendo cómodamente como si fueran administradores de un capitalismo verde en enclaves privilegiados, mientras el mundo –según la ciencia del clima– se torna cada vez más hostil. Sin embargo, las perspectivas inciertas denotan que quizás no sea esa la última palabra de la socialdemocracia europea.


Nota: traducción del inglés de Mariano Grynszpan.

  • 1.

    En realidad, hay cinco países nórdicos soberanos. El quinto es Islandia, pero ha sido excluido del presente análisis porque tiene una población de apenas 370.000 habitantes y un sistema específico de partidos con una socialdemocracia débil; hoy el país es gobernado por una peculiar coalición de izquierda y derecha liderada por la primera ministra Katrín Jakobsdóttir, perteneciente al Movimiento de Izquierda-Verde.

  • 2.

    Paul Nieuwbeerta: The Democratic Class Struggle in Twenty Countries, 1945-1990, Nimega, Ámsterdam, 1995, tabla 2.5; Amory Gethin, Clara Martinez-Toledano y Thomas Piketty (dirs.): Clivages politiques et inégalités sociales. Une étude de 50 démocraties, EHESS/Gallimard/Seuil, París, 2021, p. 46 y cap. 4.

  • 3.

    Datos obtenidos a partir de sondeos en los centros electorales.

  • 4.

    OCDE: Trade Union dataset, disponible en https://stats.oecd.org/. El promedio de la OCDE es de 16%. En realidad, hay un país más sindicalizado que estos cuatro casos: Islandia, que también es un país nórdico, aparece en el primer lugar con una tasa de 92%.

  • 5.

    Ya antes de los consabidos 73 puntos incluidos en el Acuerdo de Enero de 2019, el Estado de Bienestar se había visto más socavado por las privatizaciones y la mercantilización en Suecia que en el resto de los países nórdicos. Ver Mats Hallenberg: «Den privatiserade välfärdsstaten» [El Estado de Bienestar privatizado] en Erik Bodensten et al. (eds.): Nordens historiker [Historiadores de los países nórdicos], Universidad de Lund, Departamento de Historia, Lund, 2018.

  • 6.

    Las citas textuales han sido extraídas de la Plataforma de Hurdal, denominada así por la localidad y el hotel donde se forjó el programa y disponible en www.regjeringen.no.

  • 7.

    Antti Rinne, líder del Partido Socialdemócrata desde 2014, había sido designado primer ministro tras las elecciones de 2019, pero se vio obligado a renunciar después de un conflicto con los trabajadores del servicio postal que desencadenó grandes huelgas de solidaridad con un amplio apoyo social.

  • 8.

    Todas las citas textuales han sido extraídas del programa oficial de gobierno de la primera ministra Marin, «Osallistava ja osaava Suomi. Sosiaalisesti, taloudellisesti ja ekologisesti kestävä yhteiskunta» [Finlandia inclusiva y competente: social, económica y ecológicamente sostenible], 2019, disponible en https://valtioneuvosto.fi.

  • 9.

    El nombre oficial del partido es Izquierda Radical, pero no refiere a la izquierda clásica sino que se trata de una antigua escisión del Partido Liberal, denominado a su vez Venstre («Izquierda» en danés).

  • 10.

    Citas textuales extraídas de la edición de www.alltinget.dk/misc.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 297, Enero - Febrero 2022, ISSN: 0251-3552


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