Opinión
abril 2022

El muerto que habla 

¿Y si el orden liberal se fortalece con la invasión a Ucrania?

Lejos de haber acelerado su descomposición, la invasión rusa a Ucrania puede estar generando un fortalecimiento del orden liberal internacional. La reacción frente al ataque de Putin muestra que las bases ideológicas que le dieron forma se mantienen vigentes.

<p>El muerto que habla </p>
<p>¿Y si el orden liberal se fortalece con la invasión a Ucrania?</p>

A poco de más de un mes de la invasión rusa a Ucrania, el inicio de la guerra en ese país ha agregado un nuevo capítulo de incertidumbre e imprevisibilidad a la situación internacional. La violación de los principios de soberanía e integridad territorial por parte de Moscú y la incapacidad de los organismos internacionales para evitar la escalada bélica son, para muchos, indicadores claros de que el llamado orden liberal mundial continúa en declive. 

Surgido cuando Reino Unido era la potencia hegemónica, el orden liberal siguió desarrollándose bajo el liderazgo de Estados Unidos y se expandió tras el fin de la Guerra Fría. El despliegue de ese sistema estuvo marcado por una serie de preceptos, entre los que se destacaban la conformación de un mercado mundial centrado en la globalización y la interdependencia económica, el fomento de la cooperación mediante instituciones multilaterales y la búsqueda de la expansión de la democracia liberal y el régimen de derecho.

Como otra cara de la misma moneda, este orden también se construyó sobre la idea de la superioridad de Occidente y la necesidad de universalizar sus preceptos desde una concepción lineal del progreso. De esta forma, cuantos más países se unieran, mayor estabilidad, paz y aumento del bienestar económico a nivel global se conseguiría.

La suerte de los sistemas internacionales debe considerarse, sin embargo, como un proceso de actividad continua de orden y desorden, en el que intervienen acciones y reacciones que pueden tender hacia uno u otro lado. En tal sentido, luego de que el orden liberal sufriera impugnaciones «desde adentro» —principalmente, por parte de los partidos y movimientos iliberales y de la derecha radical—, la invasión rusa despertó enérgicos discursos y prácticas que reivindican sus principios. Esta reacción se ha expresado de diferentes formas: desde el aislamiento político del Kremlin, pasando por una catarata de sanciones económicas, hasta una ola de cancelación sobre «todo lo que sea ruso» por parte de empresas, redes sociales e individuos en general.

La guerra en Ucrania ha reanimado los fundamentos ideológicos del orden liberal, especialmente entre los países occidentales. Gobiernos, empresas, medios de comunicación, plataformas digitales y ciudadanos en general han colocado a la guerra en Ucrania como un hito en el que se ponen en juego algunas de las ideas y valores constitutivos del sistema internacional y la vida social en general.

Esta concepción de la guerra en Ucrania como un parteaguas no es casual. Un aspecto central del orden liberal es su pretensión de universalidad, lo que implica que los estados no occidentales se vean persuadidos de unirse voluntariamente y abrir sus sistemas políticos y económicos sobre la base des normas, reglas y prácticas. En ese marco, Ucrania se ha convertido en una trinchera del liberalismo: un país que, habiéndose formado previamente parte de la órbita comunista, busca occidentalizarse e internalizar los preceptos de la democracia representativa, pero se ve amenazada por una potencia «iliberal» y revisionista. En una columna publicada en la revista The Atlantic, la escritora liberal-conservadora Anne Applebaum expresa bien el espíritu de esta suerte de cruzada liberal: «la guerra en Ucrania es una causa global en la que se lucha por un conjunto de ideas universales: la democracia, el nacionalismo cívico basado en el respeto por el Estado de derecho y la resolución pacífica e institucionalizada de las disputas».

Orden internacional e ideología

En el discurso convencional moderno, el desorden internacional está asociado a la aparición de cualidades que generan incertidumbre sobre la perdurabilidad de las reglas que rigen la política y la economía a escala global. Desde esta mirada, la guerra en Ucrania constituiría un nuevo capítulo de la larga crisis del orden global liberal. Algunos sitúan el comienzo de su descomposición en 2001, cuando tras los atentados a las Torres Gemelas, Estados Unidos apeló a la política unilateral de la guerra preventiva. Ese hecho habría causado un primer quiebre. Luego se sumarían otros factores, como la crisis económica de 2008, la emergencia de las extremas derechas, incluido el ascenso al poder de Donald Trump, las crisis ambientales y sanitarias o la rivalidad geopolítica entre China y Estados Unidos.

Según este enfoque, las fuentes de desorden pueden ser coyunturales (guerras, crisis económicas, climáticas) o producto de dinámicas estructurales (cambios en las relaciones sociales de producción y redistribuciones de poder entre Estados, que pueden incluir o no procesos de transición hegemónica entre potencias. Siguiendo los tipos de alteraciones que define Aaron McKeil, tanto el ascenso de China como la acción belicista de Rusia serían casos de alteración del orden internacional «desde afuera». Es decir, una potencia inicia una guerra o acción desafiante que atenta contra el orden establecido o, en un estadio más profundo, se conforma una coalición contrahegemónica que cuestiona los fundamentos del orden internacional y tiene la fuerza suficiente como para proponer un cambio completo de orden o modificaciones parciales dentro del orden que favorezcan a la coalición desafiante.

Una segunda opción es que el orden internacional se debilite –y, en última instancia, se disuelva– por un funcionamiento defectuoso o disfuncional, producto de una brecha entre lo que la gente espera de ese orden (seguridad, prosperidad económica, libertad) y lo que efectivamente «recibe». En este caso, el desorden ya no se produce por la acción de una potencia o un grupo de estados revisionistas «externos», sino que se origina en las propias sociedades y estados que dieron forma a ese orden. La expansión de la extrema derecha y los líderes populistas «antiglobalistas», los efectos de la crisis climática y la deficitaria cooperación interestatal frente a la pandemia de covid-19 son indicadores de esta disfuncionalidad «interna» del orden liberal mundial, en tanto implican una falla o un cuestionamiento de algunos sus principios fundamentales, como la democracia, el libre comercio, la globalización, la cooperación y el multilateralismo.

Profundizando esta mirada, cabe resaltar que la sostenibilidad de un orden internacional no depende únicamente del poder material de un Estado o de un grupo de Estados, sino que, como señala Robert Cox en su clásico libro Production, Power, and World Order: Social Forces in the Making of History [Producción, poder y orden mundial, las fuerzas sociales en la construcción de la historia], todo orden mundial hegemónico está sustentado por una dimensión ideológica. 

El trasfondo del orden implica la existencia de un conjunto de ideas que configuran lo que es bueno y deseable, tanto en la vida social como en las normas y prácticas de la política internacional. Estas ideas indican cuándo es válido utilizar la violencia, qué se considera una agresión internacional, cuándo una acción es considerada como legítima defensa, a través de qué mecanismos se deben gestionar los problemas globales o cuál es el mejor tipo de régimen político para vivir. Los órdenes internacionales tienen una identidad hegemónica y su estabilidad depende, en buena medida, de la fuerza que tengan las ideas y valores entre los gobiernos, las elites y los individuos en general. Para que un orden sea perdurable, en los países que le han dado forma esas ideas deben ser nítidamente hegemónicas. En tal sentido, las prácticas y discursos reaccionarios esgrimidos por los partidos de ultraderecha de Occidente, constituirían un reflejo de una crisis de hegemonía del orden liberal o una expresión de lo que Dittmer y Kim definen como una crisis de identidad: en nuevas condiciones históricas, los fundamentos del «yo colectivo» se vuelven inaceptables para buena parte de la comunidad.

La reacción occidental

Frente al mentado proceso de descomposición del orden liberal, la invasión rusa a Ucrania parece estar fortaleciéndolo, al menos en lo que respecta a uno de los elementos fundamentales: el de sus bases ideológicas. Esto se hace evidente en el carácter que ha tomado la reacción de los países y las sociedades occidentales frente al conflicto. En el plano político, decenas de países han condenado a Rusia por violar el principio de integridad territorial. Asimismo, se han aplicado sanciones –políticas, diplomáticas y económicas– de todo tipo, a tal punto que Rusia es hoy el país con más sanciones en el mundo, muy por encima de los denominados «Estados paria» como Siria, Irán o Venezuela.

Aunque la guerra en Ucrania puso en cuestión la premisa liberal de que la interdependencia económica –como la que tienen Rusia y Europa por el suministro de gas– disuade las posibilidades de conflicto, lo cierto es que al mismo tiempo ha revalorizado una idea que aún perdura con fuerza en el imaginario liberal: que las democracias son menos beligerantes. La narrativa dominante sindica a Putin como el villano en sentido estricto: sus argumentos belicistas resuenan como excusas de un régimen autoritario, que mantiene en su ADN las ambiciones imperiales del zarismo y el período soviético y ve a Occidente como una amenaza, en contraposición con una Ucrania pacífica, que busca consolidar una democracia liberal y unirse a instituciones como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o la Unión Europea.

En la bibliografía sobre relaciones internacionales, quienes sostienen que las democracias son más pacíficas basan su explicación en el rol que juegan las instituciones y la discusión pública. Los líderes democráticos que libran una guerra son responsables, a través de las instituciones democráticas, de los costos y beneficios que implica el conflicto armado. Por ello, si inician una guerra se arriesgan a ser expulsados del cargo, especialmente si pierden, o si la guerra es larga o costosa. Según esta misma lógica, los gobiernos autoritarios, en cambio, cuentan con mayor margen para reprimir todo tipo de oposición y mantenerse en el poder durante y después de la guerra. Esto hace que tengan menos incentivos para evitar el conflicto, especialmente si el contendiente es un país democrático.

Otro indicador de esta suerte de revitalización del orden liberal que sobrevino a la invasión rusa es que el espíritu de cooperación e integración europea parece haberse despertado nuevamente, dejando atrás las pulsiones por los «exit» y la falta de acuerdos que se produjeron en el comienzo de la pandemia de covid-19. Múltiples encuestas revelan que la amplia mayoría de los europeos apoya las acciones mancomunadas —sea mediante la OTAN o la Unión Europea— que están llevando adelante sus gobiernos en defensa de Ucrania y que incluso respaldarían un compromiso militar para disuadir la agresión del Kremlin.

En la misma línea, la caracterización de Putin como un agresor internacional no solo hace que su figura haya perdido atractivo en buena parte del progresismo, sino que también se ha vuelto una figura menos tolerable para la extrema derecha. Varios líderes del populismo «iliberal», que hasta hace poco tejían alianzas políticas con Putin e incluso reibían apoyo financiero de este, están ahora pagando el precio de haber sido amables con quien todos señalan como el culpable de desestabilizar Europa. En Francia, la candidata de extrema derecha Marine Le Pen retiró, a poco de las elecciones presidenciales, folletos de campaña donde se la veía sonriente con el presidente ruso. En Hungría, el conflicto bélico también puso en aprietos al gobierno de Viktor Orbán, uno de los mayores aliados del Kremlin y se distanció de los países del Grupo de Visegrado. Si bien Orbán conserva altos índices de popularidad y ha triunfado holgadamente en las últimas elecciones, un sondeo de opinión reveló que 60% de los encuestados considera que Hungría se ha acercado demasiado a Putin y que Rusia es el principal responsable de la guerra por haber atacado a un Estado independiente.

Del otro lado del Atlántico, la situación no es muy distinta. El apoyo de Donald Trump a Putin ha generado cortocircuitos entre la base del partido y el ex-presidente, en tanto muchos republicanos del ala derecha se manifestaron enérgicamente contra la incursión belicista y apoyaron las sanciones a Moscú. «No hay lugar en este partido para los apologistas de Putin», afirmó Mike Pence, vicepresidente durante la gestión de Trump. Es decir, el accionar de Rusia parece haber complicado los posicionamientos de los líderes de extrema derecha, lo cual puede significar un freno al alcance de las impugnaciones «desde adentro» al orden liberal.

Por último, vale resaltar algo no menos importante: el inédito accionar de las empresas, medios de comunicación y redes sociales frente a la invasión rusa. Alegando la defensa de valores como la democracia, los derechos humanos, la libertad individual y la prensa independiente, plataformas como Facebook, Instagram, YouTube y Twitter, restringieron publicaciones y cuentas administradas por medios estatales rusos. En algunos casos, por decisión propia y, en otros, a solicitud de los gobiernos de Europa y Estados Unidos.

Asimismo, cientos de compañías e importantes multinacionales como McDonald's, Apple, Disney, Nike o Ikea se han plegado a las sanciones contra Rusia o han suspendido sus actividades comerciales en ese país. Muchas de ellas venían registrando grandes ganancias económicas y, en el caso de las compañías de hidrocarburos, son además jugadores clave en el mercado ruso, lo cual pone en duda la rentabilidad futura de sus acciones. Es la situación de British Petroleum —considerada uno de los mayores inversores extranjeros en Rusia— y otras grandes empresas de petróleo y gas como Shell, Equinor, TotalEnergies y Exxon. 

En varios de estos casos, los directivos justificaron el accionar de sus empresas calificando como inadmisible la agresión y la desobediencia del derecho internacional por parte del Kremlin. El comunicado oficial mediante el cual ExxonMobil anunció la suspensión operaciones e inversiones en Rusia comienza diciendo: «ExxonMobil apoya a la gente de Ucrania en su intento de defender su libertad y determinar su propio futuro como nación. Deploramos la acción militar ruso que viola la integridad territorial de Ucrania y pone en peligro a su pueblo». 

En definitiva, el estallido de la guerra en Ucrania puede leerse a simple vista como otro episodio de desgranamiento del alicaído orden liberal mundial. No obstante, una lectura que incluya la reacción que provocó el accionar ruso nos da la pauta de que, como sostiene Mariela Cuadro, el discurso liberal y las prácticas de liberalización, a pesar de su supuesta crisis, siguen siendo dominantes en la política internacional cotidiana. Y tanto gobiernos como actores privados parecen dispuestos a defender los valores e ideas constitutivas del liberalismo en el sistema internacional.


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