Opinión
febrero 2019

La carta de la oposición boliviana Una sociología del mesismo

Evo Morales enfrentará las elecciones de octubre próximo sin las anteriores certezas de triunfo arrollador de anteriores elecciones. El candidato mejor posicionado es el ex presidente Carlos Mesa, a la cabeza de una coalición «ciudadana» que expresa, sobre todo, a sectores medios urbanos. Aunque se autopercibe como mestizo, el mesismo carece aún de representación en sectores indígenas, cholos y populares y ahí están sus límites políticos y sociales.

La carta de la oposición boliviana  Una sociología del mesismo

La última encuesta que se conoce muestra al ex presidente Carlos Mesa empatado con Evo Morales con el 32% de las preferencias de los bolivianos. Dado que esta encuesta, igual que la mayoría de los sondeos públicos, tiende a sobrerrepresentar a los votantes urbanos, que en este momento son los más críticos de Morales, la situación de Mesa no resulta tan halagüeña como la que vivía en diciembre, cuando parecía que su intención de voto crecería velozmente tras la oficialización de su candidatura para las elecciones presidenciales de octubre de 2019 por el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), una sigla ya sin militantes pero con personería electoral.

Cierto es que Mesa no ha hecho campaña, sino que ha usado este tiempo para organizar el grupo político, Comunidad Ciudadana, que lo apoyará de aquí en adelante. O, mejor dicho, para reconstituirlo, pues el mesismo se formó inicialmente durante su gobierno (2003-2005), en guerra contra los partidos «tradicionales» o «neoliberales», de los que, sin embargo, era una suerte de escisión «por izquierda».

Mesa llegó al gobierno en 2002 como vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, jefe del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), arquitecto de las denominada «reformas estructurales» en Bolivia. Mesa simpatizaba con este partido, pero no formaba parte de él. Previamente había destacado como el intelectual más importante del neoliberalismo: un popular periodista e historiador que explicaba y apoyaba en la televisión las reformas privatizadoras, y que divulgaba en sus libros las ideas democrático-liberales e institucionalistas que predominaron en esta etapa, y que el MNR adoptó como propias, primero con Víctor Paz Estenssoro (1985-1989) y luego con Sánchez de Lozada (1993-1997; 2002-2003).

Durante la crisis de octubre de 2003, cuando una coalición de trabajadores, campesinos y vecinos de los barrios pobres se insurreccionaron contra Sánchez de Lozada, Mesa se apartó de él, criticó la represión con la que el gobierno pretendía defenderse y, tras la renuncia y salida del país del presidente, ocupó la silla presidencial. Durante su corto gobierno no se atrevió a cambiar el modelo neoliberal, pero coqueteó con la nacionalización de la industria del gas y estuvo a punto de convocar a la Asamblea Constituyente, tareas que al final cumpliría Evo Morales. Al comienzo de su gestión Mesa alcanzó grandes niveles de popularidad, pero luego se desprestigió por su miedo a encarar los cambios nacional-populares que demandaba la situación política y el estado de ánimo de la población.

Enfrentado al MNR y a los otros partidos tradicionales, que lo consideraban un «traidor», gobernó con el segmento intelectual y menos militante del bloque que había apoyado a Sánchez de Lozada, y tuvo que esgrimir en un par de ocasiones la posibilidad de su renuncia como medio de movilizar a la clase media que confiaba en él en contra de sus enemigos de derecha del Parlamento y de sus enemigos de izquierda de los sindicatos (sobre todo, el Movimiento al Socialismo de Morales). Al final este ejercicio desgastó su credibilidad como «capitán en medio de la tormenta» y entonces, atacado desde todos los flancos, se vio obligado a ceder su puesto al presidente de la Corte Suprema, quien convocó a las elecciones que llevaron a Morales al poder.

Mesa, sin embargo, nunca perdió del todo su popularidad entre las clases medias y esto lo llevó, primero, a figurar en las encuestas como el mejor situado para enfrentar a Morales y, segundo, a lanzarse –no sin dubitaciones– a la arena electoral. En torno a estas recientes vicisitudes ha resurgido el mesismo.

El mesismo ha sido poco estudiado. La brevedad de su estadía en el poder y el triunfo inmediatamente posterior de la revolución evista apartaron a esta corriente política de la mirada de los sociólogos y los autores. Se supuso que era una articulación pasajera de fuerzas remanentes de la debacle del orden neoliberal. Ahora ha probado que tiene un trasfondo sociológico más sólido. Resulta evidente que el mesismo y, por supuesto, el mismo Mesa, encarnan y representan políticamente a una parte bien delimitada de las elites sociales bolivianas.

¿Qué parte es esta? Para responder debemos observar el perfil de sus principales dirigentes. Casi todos ellos pertenecen a la intelligentsia nacional: periodistas, editores, académicos, ex funcionarios internacionales y ex diplomáticos. No hay empresarios y los políticos de oficio, cuya filiación consignaremos más adelante, son muy pocos. El grupo inicial, formado por los colaboradores de Mesa cuando era presidente, ha buscado extenderse en estos meses conquistando jóvenes que repiten el mismo perfil: «bien estudiados», ex alumnos de escuelas y universidades de renombre.

La intelligentsia es una de las varias clases medias nacionales, la que se destaca por la posesión de capital educativo o, dicho de manera más clásica, «medios espirituales de producción». En Bolivia, el capital educativo más valioso se adquiere por medio de la educación elitista, de la cual han quedado marginados por barreras pedagógica y sociales los grupos de estatus menos prestigioso, como los «cholos» e indígenas. En suma, el acceso a la educación elitista (escuelas de renombre, estudios en el extranjero) requiere de capitales simbólicos elevados, que en el país se asocian a la «blanquitud».

El núcleo mesista proviene principalmente de la parte occidental de Bolivia. Muchos de sus miembros ostentan apellidos prestigiosos en esta región del país (Quiroga, Paz, Aliaga, Gumucio, Mariaca, Ormachea, Urioste, etc.) Estos dirigentes salen directamente de la elite blanca tradicional, aunque los mesistas preferirían ser considerados «mestizos», como se desprende de la obra escrita de Mesa, quien escribió el ensayo La sirena y el charango para defender al mestizaje como solución de las tensiones étnicas del país.

El truco está en que entre los mesistas casi no encontramos mestizos en el sentido de cholos, si usamos esta palabra en uno de los dos significados habituales que ha tenido en la literatura nacional: arribistas con poco capital simbólico que buscan «blaquearse» o habitantes de origen indígena de las ciudades. «Mestizo» se convierte así la auto-identificación moderna –post Revolución Nacional de 1952– de uno de los grupos de estatus más elevado del país.

La justificación de este estilo de crecimiento es de índole aristocrática o, para ser más precisos, tecnocrática: si se ha convocado a tales o cuales ha sido porque se busca que gobiernen los «mejores». Los mejores, a la vez, son aquellos que se destacan en distintos campos profesionales. Ahora bien, puesto que logran esta distinción gracias a la educación elitista ya descrita, esta distinción está determinada por la jerarquía tradicional del estatus en el país, que pone a los blancos (aunque se llamen «mestizos») arriba y a los «indios» (aunque no se reconozcan como tales) abajo.

La intelligentsia blanca ha tenido varias expresiones políticas a lo largo de la historia. En el siglo XIX, el setembrismo y el partido liberal, aunque este también fue un instrumento político de los cholos. En el siglo XX, el silismo (seguidores del presidente proto-nacionalista Hernando Siles), el falangismo y los partidos radicales de izquierda surgidos de la Democracia Cristiana a fines de los años 60, el Ejército de Liberación Nacional y el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR). Y ahora, el mesismo.

Como se ve, las ideologías adoptadas por la intelligentsia boliviana han sido muy diferentes. El común denominador de estos diversos partidos proviene de estar constituidos por grupos de estatus alto que a la vez son ilustrados, lo que los impregna de una misma actitud respecto a los «otros» con los que compiten en el campo político, a saber, los cholos. Esta actitud repetitiva cristaliza en un fuerte sentimiento de superioridad (a veces clasista, a veces intelectual, a veces moral) que funciona como elemento cohesionador, casi siempre inconsciente, de quienes lo ostentan.

Si les preguntáramos, probablemente los mesistas no aceptarían que: a) casi todos sus dirigentes forman parte del estatus blanco, en relaciones íntimas con el grupo más elevado en nuestra escala del prestigio social, que es el que en Bolivia se denomina «jailón» (el equivalente a «cuico», «cheto» o «pijo»), y b) tienden a ver a los sectores poblacionales cholos e indígenas con paternalismo y superioridad, anotando los defectos de mentalidad que estos supuestamente tienen (autoritarios, depredadores, corporativos, maleantes –los cholos– e ignorantes, ingenuos, carne de cañón, mal comprendidos –los indios–). Sin embargo, su condición sociológica resulta evidente a muchos observadores externos, y el clasismo que hemos anotado posiblemente explique su estancamiento en las encuestas. Hasta ahora Mesa ha rechazado hacer alguna alianza con los partidos fogueados en la oposición a Morales y no ha desplegado ninguna estrategia para penetrar en los sectores indígenas e indigenizados del país, que son el baluarte del MAS.

En el MIR la intelligentsia tuvo que mezclarse con sectores plebeyos de gran fortaleza; una vez que el MIR se dividió, en 1985, el sector intelectual blanco del partido formó el Movimiento Bolivia Libre (MBL), que no por casualidad es el lugar de proveniencia de varios de los actuales dirigentes y asesores del mesismo. Hace años, parte del MBL devino en el Movimiento sin Miedo, que tampoco por casualidad es la matriz de SOL.BO, el principal aliado externo de Mesa. Otro aliado importante de este, el frente del gobernador tarijeño Adrián Oliva, muestra el mismo perfil sociológico, pues está conformado por jóvenes tecnócratas.

Otros grupos han querido entrar en Comunidad Ciudadana, pero no han mostrado las credenciales necesarias para lograrlo. Probablemente todavía haya una versión más compleja, «ampliada», del mesismo. Si en cambio esta no naciera, las limitaciones de esta corriente para representar a la «Bolivia real» podrían convertirse en un formidable obstáculo, tanto para vencer electoralmente a Morales, aún desgastado por los años en el poder y presentarse sin aval constitucional, como, sobre todo, para gobernar con eficiencia en la estela de un intenso periodo «indígena y popular».



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