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Ineludible unidad para la Resistencia chilena


Nueva Sociedad 21 / Noviembre - Diciembre 1975

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Ineludible unidad para la Resistencia chilena

I
RECUENTO HISTÓRICO

La comunidad chilena, como ninguna otra de América Latina, agotó prácticamente la suma de las experiencias políticas posibles y sus respectivas expresiones de poder desde el inicio de su independencia hasta el golpe militar de septiembre de 1973. En la mayor parte de dicho curso histórico el quehacer político se expresa en formas conservadoras de poder bajo el signo de Portales, cuyo autoritarismo constitucional se proyecta ulteriormente para reforzar el período autocrático mediante un ordenamiento jurídico que sanciona la primacía de minorías pudientes por su linaje y su dinero. Los breves períodos de liberalización conocidos se reflejaron sólo en decisiones y textos legales que marcaron etapas progresistas pero limitados a definir posiciones de independencia ante la influencia del poder clerical, sin alterar lo sustantivo: el predominio de las clases conservadoras.

El sello portaliano, con su carácter elitista y aristocrático, con profundo desprecio de las masas populares, se alzará en el tiempo como el mito mágico y la filosofía política de la derecha chilena. Esta motivación política se verá complementada con su incapacidad para cumplir las tareas propias de una burguesía nacional, convirtiéndose como clase en tributaria y dependiente de los imperialismos de turno. Este cuadro político se reproduce a partir del 11 de septiembre de 1973. 

El primer cuarto del presente siglo ve nacer grandes corrientes populistas expresadas con vigor el año 20 y que, más allá de su demagogia, provocan una gran movilidad social que alienta las promociones proletarias sindicales y estimula corrientes ideológicas avanzadas que se proyectarán orgánicamente después en la década del 30 y principios del 50. Efectivamente, sobrepasando la reiteración en el poder de la oligarquía política y financiera, el dinamismo social y fortalecimiento del proletariado logran dar vida a organizaciones unitarias en los frentes sindical y político que, bajo el estímulo mundial de la lucha contra el fascismo, promueve el surgimiento del Frente Popular y su resonante victoria en 1938.

En 1933 se funda el Partido Socialista y, en 1935, nace la Falange Nacional, antecedente histórico del posterior Partido Demócrata Cristiano.

La década del 40 refleja el predominio político del Partido Radical que aglutina y expresa los intereses de la pequeña y mediana burguesía y las clases medias, a partir de la vigencia del Frente Popular, empiezan a vitalizarse por la mayor participación y jerarquía que adquieren los sectores de la enseñanza y el sector público administrativo, que se expande en la burocracia aumentada por el surgimiento de empresas autónomas del Estado, surgidas del vigoroso tronco económico financiero de la Corporación de Fomento que motiva la multiplicación de profesiones técnicas que demanda una industrialización diversificada. Los factores transaccionales con la burguesía económica y financiera de la época que no fue destruida, sino, por el contrario, ensanchó sus posibilidades de crecimiento con los ingentes recursos crediticios y de fomento que puso a su disposición el comando político gobernante, implican un verdadero retroceso en la presencia de los Partidos representantes de la clase obrera, los que a sus propios errores y divisiones, deben sumar finalmente el castigo represivo de una burguesía que termina por comandar la dirección política fundamental del país a mediados del decenio del 40 y principios del 50.

En la década del 50 surge, como reacción, un nuevo reagrupamiento nacional populista que tampoco resuelve los problemas de fondo y que termina fundamentalmente como una nueva frustración política y con una situación
económica desquiciada por una alta inflación. Sin embargo, por decisiones propias y ajenas al régimen, se posibilita el surgimiento unitario de un poderoso instrumento sindical como lo fue la Central Unica de Trabajadores y la derogación de la legislación represiva posibilita la creación de un instrumento político que agrupa, bajo moldes programáticos comunes, a los partidos que expresan la voluntad política de los trabajadores (PS-PC) y núcleos más avanzados de las clases medias, dándose vida al Frente de Acción Popular, necesaria y anticipada semilla de la triunfante Unidad Popular en septiembre de 1970.

La burguesía monopólica y financiera aliada a la clase latifundista, dependientes del imperialismo y sin cuya asociación ellas no conciben su razón de ser, aceptando de buen grado ser agentes de intereses foráneos, añaden a su poder económico la recuperación del poder político pleno al reconquistar la Presidencia en 1958 con uno de sus más legítimos personeros, Jorge Alessandri. Los seis años de este gobierno conservador reafirman el poder de la burguesía financiera y la conservación de las granjerías imperialistas, sin que la tan repetida capacidad empresarial del Presidente logre resolver los problemas de una economía enferma que agrava la situación pauperizada de las mayorías oprimidas y explotadas. Los malabares financieros del clan empresarial alessandrista no impiden el curso progresivo de la inflación, el alza de precios y la cesantía. No pocas empresas se ven atrapadas en una engañosa política de alteración de los cambios y el endiablado juego del sistema crediticio reajustable termina por descapitalizarlas, promoviéndose quiebras, cesación de pago y mayor desempleo. Diez años más tarde los clanes financieros protegidos por la Junta dictatorial de Pinochet brindarán al país una crisis similar, agravada aún más por su carácter de genocidio contra el pueblo.

Cabe hacer presente que en el año 1958 la izquierda estuvo a punto ya de alcanzar el gobierno, que perdió por escaso margen de votos. 

Al finalizar la década del 50 América Latina se conmueve bajo el impacto de la triunfante revolución cubana. Quienes creían que la Rebeldía de Sierra Maestra y el derrocamiento de la tiranía de Batista se iba a traducir en la vivencia de un régimen democrático burgués más, como tantos otros que surgen transitoriamente en el continente después de una agonía dictatorial, se equivocaron profundamente. Cualquiera que sea el enfoque que, en el plano de la filosofía política pueda formulársele a la experiencia cubana, el hecho cierto es que ella determinó una nueva estrategia del imperialismo norteamericano que comprendió el riesgo de adelantar en esa época fórmulas ultra conservadoras de poder en los países de su patio trasero. La década del 60 refleja una efervescencia general en América Latina, surgiendo en diversos países las tendencias guerrilleristas que, estimuladas por la experiencia cubana, creen posible iniciar un camino victorioso desde centros revolucionarios que encontrarían un germen inicial propicio en los sectores rurales campesinos para recoger después la solidaridad proletaria de las masas urbanas adormiladas en las ciudades. Es la época en que, contrariamente a la experiencia y al dogma doctrinario, se piensa que la revolución vendrá del campo a la ciudad y no a la inversa como rezan los cánones ortodoxos. Para animar esa esperanza surgen noveles teóricos del foco guerrillero - hoy retractados - y, entre esas expectativas y esquemas que tratan de trasladar mecanicistamente una experiencia valiosa, original y auténtica como la cubana, perecen el Ché Guevara, el sacerdote Camilo Torres y valiosas promociones jóvenes cuya honestidad revolucionaria nadie puede desconocer. 

Junto a estos episodios heroicos de la revolución latinoamericana los personeros más lúcidos del imperialismo comprenden que para apaciguar la hoguera encendida por el ejemplo cubano ellos deben situarse en una posición favorable al reformismo político y al desarrollo económico. El pensamiento social cristiano recoge las banderas de la reforma y los planteamientos económicos insinuados por los técnicos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y otros organismos internacionales.

Son estas fuerzas, que desplazan la continuidad del comando conservador, las que asumen en Chile una rectoría política y aspiran a ganar autónomamente el gobierno el año 1964, sin dejar de recibir el poderoso aporte de las fuerzas sociales y económicas de la derecha política y de la alta burguesía chilena. 

En 1964 se inicia en Chile la primera experiencia demócrata cristiana en América Latina. Sin lugar de dudas, ella concita un interés continental y también mundial porque se anunciaba como el modelo opuesto a la revolución cubana y que, sin embargo, traería como ella la satisfacción de los anhelos de las grandes mayorías nacionales sin necesidad de utilizar la violencia. La experiencia se proyectaba en el telón de fondo de la Alianza para el Progreso que había surgido como una fórmula mágica en la nueva convivencia panamericana, con la promesa de hacer caer el  maná del cielo financiero para quienes tuvieron el valor de impulsar los nuevos
planes de reformas progresistas en la década. 

En un primer período el gobierno DC introduce apreciables reformas en los mecanismos sociales mediante el impulso de organismos comunitarios que llevan la participación de sectores marginales particularmente en el campo y en los cordones poblacionales periféricos. También es cierto que se crean atractivos para el aporte entusiasta de amplios sectores medios de técnicos y profesionales. No puede desconocerse tampoco que la experiencia motiva a densos sectores de la juventud, se estimula la organización de la mujer, y se promueve la presencia de mayor número de trabajadores en los organismos gremiales y sindicales. Pero dentro del policlasismo del partido, terminan influyendo en decisiones importantes de su política grupos empresariales de significativa influencia que sitúan al gobierno, al final del período, en un rol anti obrero y represivo.

Por otra parte, la política de reformas especialmente en el sector agrario y la inestabilidad social que define el final del período, estimulan de nuevo las aspiraciones de rectoría política de las fuerzas conservadoras que creen con bastante fundamento, que es posible recuperar a plenitud el poder político para restablecer su hegemonía perdida el año 1964 sin necesidad de compartirla con la Democracia Cristiana.

II
COYUNTURA HISTÓRICA APROVECHADA

La izquierda, entretanto, realiza un tenaz trabajo opositor y desarrolla una positiva labor de reclutamiento en los frentes de masas que le permitirá más tarde acumular las fuerzas sociales necesarias para su victoria aprovechando la división electoral de la Derecha y la Democracia Cristiana, unidas antes en 1964. Con absoluto realismo y con gran madurez política, aportada por una larga trayectoria y presencia en las luchas sociales, la izquierda chilena sabe aprovechar la coyuntura histórica favorable, encuentra el camino de su unidad y la fecunda coincidencia en un programa de gobierno cuyas líneas centrales interpretan preferidas aspiraciones de amplias capas de la población. Junto a los poderosos partidos de la clase obrera se aglutinan fuerzas laicas representadas por el Partido Radical, independientes y núcleos del pensamiento cristiano que han decidido luchar a favor del socialismo. La izquierda no sólo debe luchar contra sus tradicionales enemigos oligárquicos. También debe vencer el escepticismo, la desconfianza y el trabajo adverso de los núcleos ultristas infantilistas que rechazan la vía electoral.

Por otra parte, la DC en una actitud de recuperación doctrinaria levanta las banderas avanzadas de Radomiro Tomic y acentúa su afirmación básica de "una vía no capitalista para el desarrollo chileno", ofreciendo a las masas un programa en medida importante coincidente con el de la UP y condenatorio de las estructuras capitalistas tradicionales. Este grado de aproximación programática representa un factor favorable para que se consolide entre ambos candidatos y sus jerarquías políticas máximas el compromiso de honor de respetarse recíprocamente el triunfo del ganador en las urnas. Dicho compromiso se cumple cabalmente. Al margen de las contingencias negativas o positivas surgidas después en relación a la decisión del Congreso Pleno, el hecho cierto es que esta gran convergencia política no supo después consolidarse en la gran perspectiva del cambio vertiginoso que deberían experimentar todas las estructuras chilenas.

III
ELEMENTOS CRÍTICOS DEL PROCESO


Al gobierno de la UP se le ha enjuiciado y podrá seguírsele enjuiciando desde diversos ángulos políticos o enfoques doctrinarios. Lo valedero es que debe hacerse un esfuerzo para rechazar el criterio panegirista que pretenderá encontrarlo todo muy bien, como aquel otro, sectariamente negativo que pretende concluir que muy poco o nada de positivo alcanzó la gestión presidida por Allende1.

Lo que interesa es separar la paja del grano y valorar en su justa medida los juicioscríticos de aquellos sectores que interesa compaginar en un esfuerzo común para la recuperación democrática. Para este propósito no necesitamos recoger los juicios mal intencionados ni la montaña de injurias deleznables construidas por el fascismo y los medios de comunicación de la soberbia burguesía nacional. En la propia izquierda algunos afirman ligeramente que el gobierno de la UP se desploma más "por lo que no hizo que por lo que hizo" y, a partir de esa premisa que consideramos errónea, se quieren hacer buenas algunas consignas que resultaron infructuosas para sostener al gobierno. "Avanzar sin transar" y la errónea táctica de ir conformando un núcleo destructor de la propia esencia de la UP, como lo era la teoría del "polo revolucionario", fue malogrando la unidad política de la izquierda y obligando a emplear energías en disuadir o neutralizar los grupos más ultristas que creyeron, tal vez de buena fe - pero negativamente por sus resultados - que en el contexto chileno era posible quemar etapas antes que las circunstancias objetivas así lo permitiesen. Se cayó así en una actitud de inmadurez política y de afiebramiento consignista que en nada contribuyó a resolver los verdaderos y grandes problemas que esta experiencia verdaderamente revolucionaria, no reformista, debía solucionar de acuerdo al único compromiso serio con el pueblo que era el Programa definido en el curso de la campaña presidencial.

Al otro lado de la barricada y en forma sistemáticamente hostil se va estructurando una oposición conspirativa de los sectores más reaccionarios que, a la hora de las pruebas, se ha demostrado que contaron con el apoyo logístico, monetario e inteligente de los servicios policiales del imperialismo y el gigantesco apoyo material de las empresas transnacionales lesionadas por la política del gobierno de la UP.

La DC contribuye innegablemente a ratificar la legitimidad de la elección de Salvador Allende en el Congreso Pleno. Previamente, exige la incorporación al  texto constitucional del llamado Estatuto de Garantías Democráticas. Hubo quienes en la izquierda pensamos en esos momentos que la suma de garantías estaba ya expresada en la Constitución vigente y que la reforma que ella requería era la de consagrar un capitulo relativo a los derechos económicos y sociales del pueblo de Chile. Pensamos que el tiempo nos ha dado la razón, pues, al margen de la critica honesta y objetiva que pueda hacérsele al gobierno de Allende, lo cierto es que dicho Estatuto manipulado por la reacción fue un factor de chantaje en manos de la derecha y sirvió de pretexto en los tramos finales para declarar la inconstitucionalidad del gobierno y dar fundamento aparente al golpe
antidemocrático. 

El dinámico proceso de transformaciones profundas de las estructuras económicas por el honesto cumplimiento del Programa, lesiona grandes intereses de la burguesía nacional monopólica y latifundista y la irrevocable decisión de nacionalizar el cobre y los centros de inversión foráneos, agudizan el proceso. Se liberan apreciables fuerzas sociales y productivas ligadas anteriormente a los grupos tradicionales de dominación y se radicalizan las posiciones antagónicas entre las fuerzas que presionaban por una nueva sociedad y aquellas que se negaban a perder sus privilegios. El embate principal contra el gobierno de la UP corre a cuenta del imperialismo que mueve y financia sus peones internos ubicados en los gremios del transporte, en los medios de comunicación de masas - léase principalmente "El Mercurio" -, en los Partidos Políticos y variados agentes conspirativos.

Sin embargo, en este contexto no pueden excusarse los errores y fallas tácticas de la propia izquierda. Su tardanza en definir un criterio sobre las áreas de la economía que de acuerdo al Programa debió precisarse para amparar y dejar vigentes la  pequeña y mediana propiedad, cuyas expresiones sociales, tanto en la ciudad como en el campo, fueron empujadas al lado del enemigo principal por la acción irreflexiva del infantilismo izquierdizante. La irresolución para ir a una consulta plebiscitaria en el momento oportuno para establecer nuevas relaciones jurídicas y formas constitucionales que lograsen una legítima y mayor representatividad de
las mayorías nacionales en modernos órganos de poder y cuyo principal marco de referencia en la consulta debería haberse referido a los Derechos Económicos y Sociales del pueblo y a la plenitud soberana de Chile para nacionalizar sus riquezas básicas. Tal posibilidad coyuntural pudo y debió aprovecharse mediante la Convocatoria a una Asamblea Constituyente luego del resonante triunfo cívicomunicipal de abril de 1971. También debemos señalar como factor de crítica la ausencia de una política eficaz para las Fuerzas Armadas y, lo que es peor, la carencia de comprensión y apoyo oportuno hacia los sectores democráticos existentes en su seno. A la inversa, fue notoria la debilidad para castigar con energía a los conspiradores y golpistas que actuaron desde la propia victoria de Allende y cuya penúltima expresión desembozada ocurrió en junio de 1973, en el putsch llamado el "tanquetazo". Otra grave debilidad fue aceptar por el Gobierno el auspicio de la legislación sobre control de armas que por sobre su objetivo formal implicó un impúdico proceso de persecución contra los trabajadores y sus sindicatos. 

No pueden olvidarse tampoco las actitudes de provocación de grupos ultristas cuyas filas fueron penetradas hábilmente por la CIA y el Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Algunos de ellos son ahora los mejores delatores y torturadores de la Junta. Finalmente, un hecho principalísimo en el contexto crítico objetivo y como fruto de la ausencia de dirección política, fue el aislamiento en que se deja a la clase obrera para enfrentar a sus enemigos en el instante crucial del enfrentamiento. 

IV
SECTARISMOS QUE FACILITAN EL GOLPE

En este juego de presiones políticas y conspirativas en que el principal rol lo juega el imperialismo, sectarismos recíprocos entre izquierda y DC hacen imposible el diálogo y hay quienes en el campo opositor llegan a la conclusión que es preferible la caída de Allende presionando a los poderes públicos para que adopten acuerdos declarando la ilegitimidad en que había caído el Gobierno. La derecha lleva la voz cantante en esta artera maniobra y trabaja con tenacidad e insolencia en todos los frentes: Poder Judicial, Contraloría, Parlamento, colegios profesionales, disparan una y otra vez sus baterías contra el Gobierno debilitándolo en su imagen
constitucional mediante una intensa campaña que busca convertir en verdad esa falsa afirmación como necesario ingrediente para justificar la intromisión golpista de las Fuerzas Armadas.
Lo que interesa destacar es que en las etapas más críticas y declinantes del Gobierno de la UP a los sectores más lúcidos de la DC y a los elementos más reflexivos de la izquierda les faltó coraje y clarividencia para llegar a tiempo a un consenso que evitara el colapso totalitario en que se cae el 11 de septiembre de 1973, fecha que inicia el capítulo más abyecto y degradante de la historia de Chile. 

Hubo dos sectores que se equivocaron: el ala de la Democracia Cristiana más comprometida con el status, que pensó ilusoriamente que a la caída de Allende la fruta madura le caería en sus manos, anticipando un eventual turno de reemplazo  en el poder y aquellos otros que desde la izquierda, con vana jactancia, pensaron que la hora del enfrentamiento no sólo era útil y necesaria, sino que sus esquemas irreales de excesiva valoración del poder popular le conducían subjetivamente a una victoria militar.

Una y otra ilusión han costado demasiado caras al pueblo. 

Ambos núcleos políticos se equivocaron. Ambos lucharon contra el consenso y bloquearon el diálogo. Ambos lucharon inconscientemente a favor del fascismo.
Ambos sectores no supieron, en definitiva, distinguir ni ubicar al enemigo principal. Por su grave responsabilidad y ceguera política hoy no puede permitírseles a esos sectores bloquear el consenso que el pueblo martirizado
reclama para derrotar al fascismo.

La culminación del período se expresa finalmente que en Chile una burguesía ávida de poder y de riqueza acude al expediente opresivo del fascismo para consolidar indefinidamente, si es posible, un dominio exclusivista y dictatorial. Cuenta para ello con el apoyo del imperialismo norteamericano, las simpatías de las clases conservadoras latinoamericanas y la colaboración del gorilato continental.

Dicha estructura de Poder no sólo excluye la presencia de la izquierda en la escena nacional, sino, además, el más leve intento de ejercer actividades políticas a los partidos distantes de una inspiración marxista. En Chile se  desata una guerra a muerte, a sangre y a fuego, contra socialistas, comunistas, miristas, mapucistas, cristianos de izquierda y radicales; pero también se decide, como elemento insustituible de la política dictatorial de la alta burguesía, el receso de los partidos  opositores a la Unidad Popular sin excepción, prohibiéndoseles su más mínima intervención en los asuntos del Estado. Por cierto que esto no cuenta para los grupos empresariales, tecnócratas y agentes conspirativos de estos mismos  partidos, quienes se embarcan y cobran su precio en el barco pirata de la tiranía. El dominio totalitario del gobierno no admite reservas ni deserciones: si es necesario se allanan iglesias o se asesinan sacerdotes; se estimula la división de la Iglesia Luterana Evangélica o se alientan desde el Poder a los prelados más conservadores a criticar la autoridad eclesiástica del cardenal Silva Henríquez. El diputado DC Huepe, comparte la prisión con parlamentarios de la UP, y al exilio forzoso no sólo caminan en una diáspora gigante personeros de la izquierda, sino también deben hacerlo calificadas personalidades  democrata-cristianas.

V
EL PUEBLO RECLAMA UNA ALTERNATIVA POLÍTICA


La Junta Militar no ha podido crear una base social de apoyo singularizada en términos orgánicos y políticos. No tienen tras de sí propiamente un movimiento de respaldo como logran conformarlo algunas dictaduras, especialmente los regímenes naci-fascistas. Esto conduce a algunos analistas a deducir que la tiranía en Chile no asume las características propias del fascismo tanto porque le falta una expresión militante como un movimiento corporativo de masas. De allí concluyen  que la dictadura es simplemente gorila y, por tanto, con breve vigencia en el tiempo. Sin negar que un análisis preciso sobre la caracterización del régimen asume importancia, vale la pena recordar que numerosas tiranías latinoamericanas  no han necesitado estructurarse como modelo fascista para perpetuarse en el Poder. Porque son numerosos los ejemplos, resulta innecesario  recordarlos. Lo que interesa ahora destacar es que la inmensa mayoría de los chilenos no adscritos al régimen tiránico requieren con urgencia un Comando Unificado y un Proyecto Político que ofrezca alternativas para su reemplazo. Mientras no se una la resistencia, la dictadura fatalmente se prolongará en el tiempo y si los sectores democráticos que gravitan en la comunidad chilena no convergen a un propósito libertario, no habrá posibilidad alguna de liberación de nuestro país. Comprendemos que la tarea no es fácil; por el contrario, es compleja y difícil. Se trata de fuerzas que han chocado una y otra vez en los últimos veinte años por la conquista del poder político y a su turno cada una asumió lugares de oposición o gobierno proyectando con vigor en ambas instancias su patrimonio político y programático. La UP con menor tiempo en el Gobierno, pero quemando etapas aceleradas que ahorraban años y acortaban metas. En todo caso no hay que olvidar que aquella pugna se dió generalmente en el marco de la normalidad democrática a excepción de los días que precedieron al golpe. Rebasando la hora de las recriminaciones debemos hacer un esfuerzo para comprender que el contexto  histórico ha cambiado y que todos los valores inherentes a la dignidad del hombre han sido brutalmente atropellados y destruidos con vileza por el régimen de facto imperante.

No basta desear la caída de la dictadura. Hay que actuar y hacerlo racionalmente uniendo a las fuerzas opositoras favorables al cambio político y social para que articulen una alternativa posible, elaboren un proyecto programático que cohesione al pueblo y lo estimule a una mayor resistencia en contra de la dictadura. Tras este objetivo central debe adquirirse conciencia que no se trata de levantar anticipadamente el muro infranqueable de posiciones rígidas que puedan actuar como factores excluyentes entre sí. La hora ineludible de Chile atormentado exige acumular fuerzas para derrotar al fascismo pronto y no retardar esa decisión histórica mediante tesis preciosistas que resbalan sobre la epidermis de un pueblo  hambreado y prisionero. Hay quienes piensan que no hay otro camino que la "vía armada", opinión que respetamos, discrepando de ella. Los jóvenes del MIR son  quienes la preconizan con preferencia y han tratado de probar su eficacia con un balance heroico, pero trágico. Miguel Henríquez, líder consecuente, es un digno pero dramático ejemplo de lo que afirmamos. Es cierto que hay que combinar todos los métodos posibles en la lucha contra la tiranía y es también indiscutible que no se puede rechazar "perse" una insurrección popular, una guerra total en contra de la Junta opresora. Si ella objetivamente pudiese surgir, obligaría sin vacilaciones a fundirse en ese torrente revolucionario a todos quienes amamos la libertad. Sin embargo, pensamos honestamente que la vía armada no representa una alternativa real y posible hoy en Chile; lo contrario es confundir las condiciones objetivas con las aspiraciones subjetivas e interpretar deformadamente una situación concreta. Y esto hay que afirmarlo con decisión aun cuando se irrite la epidermis de algunos  compañeros de buena fe y de otros, que no la tienen tan buena, a cuyas excomuniones críticas nos exponemos. Por último, debe tenerse presente la evolución de la posición cubana que sin lesionar la solidez de su sociedad socialista, en la vida internacional camina más por los canales de los entendimientos diplomáticos y políticos que por el estímulo de los focos guerrilleros en el continente. Los recientes acuerdos de los Partidos Comunistas de  América Latina reunidos en la Habana, con la obvia participación del Partido de la Revolución Cubana, estimulan al mecanismo de los pactos y las alianzas contra las fuerzas reaccionarias e imperialistas.  Finalmente, pensar que para derrocar a la tiranía hay que esperar con paciencia que se den las condiciones óptimas para el asalto revolucionario al Poder, menospreciando etapas intermedias, es prolongar por largo tiempo la vigencia del régimen opresivo en Chile. Lo que es viable ahora y no mañana, es el reagrupamiento de fuerzas antifascistas dispuestas a promover el desplome y el cambio de la dictadura. Por sobre las  dificultades que no desconocemos, afirmamos que esa exigencia política es ineludible y la voluntad de lograrla, por sobre las vacilaciones y cálculos esquematistas del exilio, se impondrá por la vida misma al interior de Chile y amasada por el pueblo con su rebeldía y su martirio. 

VI
TAREAS PARA CHILE LIBERADO


El golpe militar de septiembre de 1973 puso al desnudo definitivamente el carácter antinacional de la burguesía chilena y su profundo desprecio y odio por el pueblo. Sabíamos de su frialdad para promover matanzas y masacres en contra de campesinos, mineros, estudiantes o pobladores. Pero nunca como ahora se demostró tanto sadismo y vesánica crueldad para torturar, vejar, humillar, asesinar o apresar a decenas de miles de hombres, mujeres, niños o ancianos. Chile se  convierte en una cárcel gigantesca que facilita el genocidio gigante y la maldad del sistema origina el repudio universal y la calificación de Pinochet entre los tres más sanguinarios jefes de estado en el mundo. Digna ubicación para quien se alza entre  el crimen y la traición. La derecha en el proceso quema impúdicamente sus propios valores jurídicos y morales y será imposible que se salve en el futuro del infierno de la condenación  masiva del pueblo chileno. Lo decimos para quienes piensan que pueden retornar al control político guiñándole un ojo a la derecha y sonriéndole a una parte de la izquierda. La hora no da para engaños.  La resumida relación histórica ya relatada está también significando que las fórmulas derechistas de poder, abiertas o disfrazadas, no pueden significar una alternativa de poder aceptable para Chile, cuyos trabajadores no aceptarán seguir  siendo gobernados por minorías. Tampoco el futuro permitirá reeditar soluciones populistas de gobierno por su probada intrascendencia y ambigüedad de propósitos. El mundo contemporáneo camina aceleradamente a formas cada vez  más avanzadas de desarrollo social y político y las zonas más atrasadas de Asia y África conquistan formas de poder que sepultan a sus viejas sociedades. La lucha por la libertad en Chile, el rescate de los derechos humanos y políticos, deben estar unidos a una tajante decisión por obtener un sistema despojado de las viejas estructuras y cánones capitalistas y con la presencia actuante del pueblo en  múltiples formas de acción comunitarias, de autogestión y administración en los centros productivos industriales y agrarios, en centros vecinales y gobiernos locales. La masiva incorporación del pueblo organizado en órganos de decisión debe complementarse con una política firme y resuelta que cautele el carácter honestamente plural del proceso y de un ineludible contenido humanista y democrático que eche raíces definitivas para evitar toda forma ulterior de poder totalitario.

El país recuperado a la libertad y al pleno goce de los derechos humanos impulsará un Plan Económico de Emergencia que en el período más breve posible rehaga y recomponga el grave daño causado por los tecnócratas de la dictadura y autores de  una grave política desnacionalizadora y dependiente del imperialismo. El Plan debe destruir toda forma de dominación monopólica y rescatar para el patrimonio nacional las empresas estratégicas de la economía, precisando las normas de amparo al área de la pequeña y mediana propiedad agrícola, minera e industrial. El restablecimiento del poder adquisitivo real de los trabajadores y la redistribución del ingreso con sentido social, serán mecanismos inherentes a dicho Plan de Emergencia.

El Plan deberá contar con una gran disciplina social consciente de los trabajadores, quienes, por los compromisos políticos y programáticos del consenso, deberán estar ciertos que dicha disciplina colectiva se les pide no para el usufructo de una  minoría, sino de todos los chilenos. Las Fuerzas Armadas, liberadas de sus mandos dictatoriales de minoría, deberán volver al sometimiento del poder civil, jurídico y constitucional, impulsándose una 
vasta campaña de reorientación democrática en sus filas hasta sellar y confundir su razón de ser con los intereses del pueblo que conforma la Patria verdadera y soberana.

Las diversas corrientes religiosas y filosóficas deberán contar con las más amplias garantías, como elemento esencial del pluralismo en la comunidad liberada. Sólo se excluirá, sin flaquezas ni vacilaciones, todo vestigio de expresión fascistizante, por su probado carácter inhumano y criminal.  El Chile nuevo, liberado de la tutela de las empresas multinacionales se hará presente en el mundo con la más amplia y soberana vinculación  diplomática, política y comercial, desarrollando sus mejores afinidades en el campo de los países no alineados y con una resuelta adhesión a las aspiraciones integradoras latinoamericanas.

El Chile libre y soberano de mañana no podrá aceptar la dependencia de ningún vaticano ideológico y sus decisiones cardinales deben estar impregnadas de un profundo sello nacional como trasunto de las luchas del pueblo en su propio  contexto histórico. 

Finalmente, no necesitamos insistir en que estas premisas programáticas son generales y por lo mismo no tienen el carácter de únicas o excluyentes. Cada cual aportará lo suyo en la hora trascendente de la coincidencia.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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