Opinión
febrero 2019

¿Hacia un futuro iliberal?

Contra la «ideología de género» y contra la globalización

El gobierno iliberal de Polonia avanza en la lucha contra lo que denomina «ideología de género» o «generismo». Amparado por las posturas sexistas y discriminatorias de una red de grupos derechistas que atraviesan toda Europa, el gobierno polaco plantea la existencia de una gran conspiración de un «lobby homosexual y feminista». Los «anti-generistas» proclaman proteger a los niños y la familia, así como a los valores culturales y religiosos polacos. Se lanzan en una lucha despiadada contra los y las activistas feministas, LGBTQ y de derechos humanos, a los que acusan de estar apoyados por políticos liberales y por el Occidente corrupto.

<p>¿Hacia un futuro iliberal?</p>  Contra la «ideología de género» y contra la globalización

El género es relevante en la política global. Luego de las elecciones en Estados Unidos lo sabemos mejor que nunca: el atractivo masivo de la desvergonzada misoginia de Trump es solo una parte del problema. El populismo en Estados Unidos y en cualquier otra parte no se alimenta únicamente de la inestabilidad económica y el miedo, sino también de las inquietudes en torno a las relaciones de género, la homosexualidad y la reproducción.

País tras país, las críticas de lo que los conservadores (especialmente los católicos) llaman «género» o «generismo» – políticas de igualdad de género, educación sexual, derechos reproductivos y de las personas LGBTQ – han ayudado a movilizar tanto a hombres como a mujeres, allanando el camino a líderes populistas. Aunque la oposición al feminismo y a las políticas de igualdad de género no es nueva, su actual intensificación marca un despegue respecto del paradigma neoconservador previo: el conservadurismo social está ahora explícitamente relacionado a la hostilidad hacia el capital global.

En Polonia, la victoria electoral en 2015 del partido populista de derechas Ley y Justicia estuvo precedida, y podría decirse que incluso posibilitada, por una campaña contra el «generismo» en los medios de comunicación conservadores y en el discurso religioso. Desde 2012, la Iglesia Católica de Polonia y grupos conservadores han tomado varias iniciativas, oponiéndose al uso del término «género» en documentos de políticas y en el discurso público, luchando contra la igualdad de género en la educación y la legislación (por ejemplo, la ratificación de la Convención de Estambul sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica), y buscando limitar los derechos sexuales y reproductivos. La campaña incluyó a líderes religiosos católicos, políticos conservadores, think tanks de derechas y grupos contrarios a la libre elección.

Pero otros grupos se les unieron. Un masivo movimiento de base de padres llamado Ratujmy Maluchy! [¡Salven a los pequeños!], que surgió alrededor de 2009 para oponerse a la reforma educativa, se unió a la lucha contra la Convención de Estambul sobre la base de que las medidas diseñadas para contraatacar la violencia doméstica planteaban una amenaza a la autoridad de los padres. Organizaciones de base y redes han ayudado a movilizar grandes cantidades de personas, especialmente a padres preocupados por la supuesta amenaza para sus hijos que plantean el «lobby homosexual» y los educadores sexuales. Los «anti-generistas» proclaman proteger a los niños y la familia, así como a los valores culturales y religiosos polacos, de los/as activistas feministas, LGBTQ y de derechos humanos, supuestamente apoyados por políticos liberales y por el Occidente corrupto. En el marco de este discurso anti-género, el entonces partido gobernante Plataforma Cívica, de orientación liberal conservadora, era a menudo retratado como parte de la extrema izquierda y acusado de buscar destruir la familia «tradicional» y la nación polaca, a instancias de instituciones extranjeras como la Unión Europea.

En este ataque conservador, «género» no es una etiqueta usada para discutir las diferencias entre sexos o para analizar la construcción de la masculinidad y la femineidad. Más bien, se presenta consistentemente el «género» como una conspiración internacional, originada en la revolución sexual y/o en la igualdad de género forzada de estilo comunista. Apoyada por organismos internacionales como las Naciones Unidas y el capital global, los «generistas» supuestamente apuntan a promover el aborto, la decadencia y la perversión moral, así como un individualismo rampante que destruiría las comunidades y las familias tradicionales.

La imposición arbitraria de cambio de sexo en niños inocentes es presuntamente uno de los objetivos del movimiento. El concepto de «género» se asocia sistemáticamente con la abolición de las diferencias entre los sexos y con el caos en el ámbito de la sexualidad humana, lo cual conduce a la despoblación en algunas partes del mundo. El «anti-generismo» no es tan solo una peculiaridad polaca. Un discurso similar puede encontrarse en cualquier otro lugar. En la Rusia contemporánea, las afirmaciones de que los homosexuales y los promotores de la igualdad de género amenazan a los valores tradicionales locales ha fortalecido el apoyo popular al régimen de Putin; en Francia, la movilización masiva contra el matrimonio gay contribuyó claramente a la popularidad del Frente Nacional.

En Estados Unidos, la abierta misoginia de Donald Trump no impidió su victoria, y los votantes tampoco parecieron movilizarse ante la posibilidad de elegir a la primera presidente mujer del país (de hecho, 53% de las mujeres blancas votaron por Trump). ¿Cuál es la conexión entre el ascenso del populismo de derechas y el «anti-generismo»? Estas dos ideologías convergen no solo en la promoción de una visión socialmente conservadora de las relaciones de género, sino también en responsabilizar a las élites liberales por el declive económico y social de la población en su conjunto.

Hemos desarrollado nuestro análisis a través de la participación en varios proyectos colaborativos que responden a recientes campañas anti-género en Europa, así como mediante nuestra experiencia activista, que incluye la participación en iniciativas que fueron objetivo de la campaña anti-género de Polonia. Hemos analizamos numerosos textos: libros y artículos escritos por voces clave del circuito anti-género; entrevistas y declaraciones públicas por parte de defensores del anti generismo (incluyendo dos Papas, líderes católicos locales e intelectuales); cobertura mediática de eventos antigénero; y varios materiales publicados en páginas web de movimientos y organizaciones, como la red polaca www.stopgender.pl y plataformas internacionales como www.citizengo.org o www.lifesitenews.com.

Todos los textos «anti-género» ponen en juego un sentido de peligro inminente por parte de las élites liberales, incluyendo a feministas que son presentadas como peligrosas y poderosas. Los opositores a la igualdad de género y los derechos de los homosexuales declaran representar a la gente común, descrita como trabajadora y dedicada a sus familias. Resulta importante señalar que el sentido subyacente de victimización tiene dimensiones tanto culturales como económicas: los «generistas» estarían bien financiados y conectados con las élites globales mientras que la gente común estaría pagando el precio de la globalización. Esta dinámica económica y cultural interconectada se refleja claramente en la estrategia discursiva preferida por el «anti-generismo»: el uso de una versión conservadora de un marco anticolonial.

El «generismo» se presenta insistentemente como una imposición extranjera, equiparada con la colonización, y se la compara con los totalitarismos del siglo XX y con el terrorismo global. Este argumento está desconectado de los debates sobre la histórica dominación colonial de Occidente, pero se usa frecuentemente incluso en países sin historia colonial como Polonia. Como en todas las narrativas populistas, esta retórica se opone a la élite internacional corrupta, que explota a la gente común, y «la gente» misma, presentada como local, auténtica y asediada. Un claro ejemplo de este tipo de discurso anti-género provino del entonces Ministro de Justicia de Polonia, Jarosław Gowin, quien en 2012 se opuso enérgicamente a la ratificación de la Convención de Estambul. Afirmó que la Convención es «un operador de la ideología de género», un caballo de Troya ideológico cuya agenda oculta era el desmantelamiento de las familias tradicionales y los valores culturales locales. De manera similar, en enero de 2016 el Papa Francisco advirtió a los fieles contra la «ideología de género» como una imposición peligrosa de los países occidentales ricos, una forma de colonización ideológica pero también económica. De acuerdo con el Papa, la ayuda y la educación extranjeras están rutinariamente atadas a políticas de igualdad de género, pero las «familias buenas y fuertes» pueden sobreponerse a esta amenaza.

En su descripción del «generismo», los líderes de la Iglesia Católica, los fundamentalistas de derecha y los referentes del movimiento anti-género vinculan la colonización ideológica con el poder económico -un poder que se ubica en instituciones y corporaciones transnacionales-. En Polonia, la mayoría de los activistas apunta a la Unión Europea. Pero otros organismos internacionales, fundaciones y asociaciones también son señaladas, incluyendo el Fondo Mundial para la Lucha contra el VIH/SIDA, la tuberculosis y la malaria, la OMS, la Organización de las Naciones Unidas, la UNICEF y el Banco Mundial. En el contexto polaco, los «anti-generistas» también han atacado las estructuras de la sociedad civil fundadas en la década de 1990 por donantes occidentales, especialmente grupos de derechos LGBTQ, como la Campaña contra la Homofobia. Estos grupos son retratados como agentes de élites extranjeras corruptas. Así lo señaló Gabriele Kuby, referente clave del «anti-generismo» europeo, en una entrevista para el Informe Católico Mundial: «Esta revolución sexual global la llevan a cabo las élites en el poder, que incluyen organizaciones internacionales como las Naciones Unidas y la Unión Europea, con su red de inescrutables suborganizaciones; corporaciones globales como Amazon, Google y Microsoft; las grandes fundaciones como Rockefeller y Guggenheim; individuos extremadamente ricos como Bill y Melina Gates, Ted Turner, George Soros y Warren Buffett; y organizaciones no gubernamentales como la Federación Internacional de Planificación Familiar y la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas».

A pesar de su énfasis en los valores «locales» y «auténticos», el movimiento anti-género se ve fortalecido por una red transnacional que incluye organizaciones como el Congreso Mundial de Familias y plataformas como CitizenGO. Por ejemplo, el Instituto Ordo Iuris de Polonia coopera estrechamente con la World Youth Alliance Europe (Alianza Juvenil Mundial de Europa), el Center for Family and Human Rights (Centro para la Familia y los Derechos Humanos), con base en Estados Unidos, el European Dignity Watch (Observatorio Europeo de la Dignidad), con base en Bruselas, y la British Society for the Protection of Unborn Children (Sociedad Británica para la Protección de los Niños No Nacidos), una de las organizaciones anti-aborto más antiguas del mundo. A pesar de estas conexiones internacionales los anti-generistas emplean un discurso anti-elitista, y para movilizar apoyos mencionan la dignidad e identidad de la gente común, a la que definen como una mayoría oprimida, y recurren con éxito a las legítimas preocupaciones que las personas tienen acerca del futuro de sus familias e hijos.

Los sectores conservadores han aprovechado la creciente sensación de ansiedad y la inestabilidad económica causada por la ideología y las políticas neoliberales. Estos sentimientos se canalizan en la forma de enojo contra las élites decadentes, retratadas en Polonia como «euroentusiastas» moralmente corruptas (un eslogan de la extrema derecha es: «¡Pedófilos y pederastas son euroentusiastas!»), o presentadas en Estados Unidos con referencias a «la deshonesta Hillary».

La nueva ola de «anti-generismo» se construye en oposición a las políticas y los discursos de igualdad de género que datan de finales de la década de 1970, pero también refleja un resurgimiento transnacional del populismo iliberal y del nacionalismo local. Al presentarse a sí mismo como un movimiento que defiende los valores locales «auténticos» y la gente común contra las fuerzas globales extranjeras y las élites ricas corruptas, y al equiparar «género» con el individualismo rampante y la explotación cultural y económica, esta estrategia allana el camino para el éxito político del populismo iliberal. El «anti-generismo» se ha vuelto un nuevo lenguaje conservador de resistencia a la globalización neoliberal.

Este artículo fue publicado originalmente en Global Dialogue



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