Opinión
enero 2020

Guatemala ante un nuevo gobierno de derecha Alejandro Giammattei y la incertidumbre autoritaria

Alejandro Giammattei, el nuevo presidente de Guatemala, promete luchar contra los principales problemas del país. Su gobierno se inicia, sin embargo, con nombramientos de personajes de dudosa catadura ética y con declaraciones altisonantes para agradar a las derechas conservadoras que lo cobijan políticamente.

Guatemala ante un nuevo gobierno de derecha  Alejandro Giammattei y la incertidumbre autoritaria

Aunque resultó segundo en el primer turno electoral de 2019, con un escaso 14% de los votos, Alejandro Giammattei es hoy el presidente de Guatemala. En la segunda vuelta, las cosas fueron más simples para él. El candidato derechista logró vencer a Sandra Torres, su contrincante por la Unión Nacional de la Esperanza (UNE), con 57,95% de los votos. Las elecciones, sin embargo, estuvieron marcadas por una abstención de alrededor de 60%, la ausencia de debate y la falta de propuestas sólidas por parte de ambos contendientes.

Candidato por cuarta vez a la Presidencia (siempre con organizaciones políticas diferentes y de escaso arraigo social), Giammattei fue postulado esta vez por el nuevo partido Vamos, una formación que en su programa electoral se declaró «de ideología demócrata progresista, al servicio de los intereses de Guatemala», pese a ser una fuerza de derecha. El nuevo presidente tiene, además, poca experiencia como funcionario público: solo tuvo efímeros pasos por cargos secundarios en la Municipalidad de Guatemala.

El único cargo gubernamental que ocupó fue el de director del Sistema Penitenciario (2006-2007), donde formó equipo con el grupo que, distanciado del ex-presidente Álvaro Arzú por disputas de poder, optó por aplicar una política de limpieza social contra la delincuencia, al grado de ajusticiar a siete reos dentro de un centro de detención bajo la responsabilidad del ahora presidente. Acusado de complicidad y responsabilidad administrativa con el crimen, Giammatei consiguió ser absuelto mediante argucias judiciales. Por ese mismo crimen fue condenado en abril de 2018, en Suiza, el para entonces director general de la Policía Nacional Civil Erwin Sperisen.

Crítico, como todo candidato, de la corrupción que corroe todas las instancias gubernamentales, una de sus primeras acciones ha sido crear una comisión gubernamental contra la corrupción que no tendrá capacidad ejecutiva y dejará en manos del presidente la persecución penal. Como ente burocrático, sin independencia ejecutiva ni experiencia profesional en investigación criminal, la comisión no podrá llenar el vacío que en la investigación y denuncia contra la corrupción tuvo la recién clausurada Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). De hecho, no se vislumbra que este nuevo ente llegue para consolidar la independencia y las capacidades de la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI), constituida y fortalecida a propuesta y con recursos de la CICIG, pero debilitada por la actual fiscal general. Muchos integrantes de la FECI se encuentran amenazados y acosados judicialmente por diputados y funcionarios acusados de corrupción.

No se vislumbra, tampoco, un esfuerzo serio del nuevo presidente para proteger los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, dados los muros que el conservadurismo religioso ha impuesto a la gestión pública. Igual de ausente se encuentra el castigo a los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el periodo del terrorismo de Estado, eufemísticamente tildado de «conflicto armado interno». Sin estos pilares fundamentados en la justicia, será imposible construir una sociedad efectivamente democrática, donde el respeto a la vida y la integridad física de todos y todas sea un principio de aplicación universal.

Giammattei no cuenta con una bancada de peso en el Poder Legislativo. De hecho, la primera acción de quienes lo apoyan fue establecer una alianza con pequeñas bancadas de derecha y ultraderecha, cooptando, para completar los votos necesarios, a diputados de centroderecha que incumplieron con la orientación de su partido de votar por la planilla de oposición. Queda en el aire, en consecuencia, la fuerte sospecha de compra de votos, lo que no podría suceder sin el beneplácito del mandatario. Además de pagos en efectivo difíciles de comprobar, se suelen usar como moneda de pago cargos y contratos para parientes y amigos en estructuras departamentales que son poco visibles en el nivel nacional.

De carácter eufórico, centralizador y autoritario, Giammattei ha empezado a mostrar sus ejes de gobierno y su forma de pensar el Estado. En los ministerios de Gobernación y Defensa ha colocado a personas de pasado oscuro, tanto en términos de su propia probidad ética como de sus implicaciones en casos de violaciones a los derechos humanos. En áreas vinculadas a la salud y el desarrollo ha nombrado a gente inexperta. Si bien en su discurso de toma de posesión afirmó, con gestos dramáticos y firmes, que el combate contra la desnutrición infantil, que afecta a 47% de los niños, será su tema prioritario y fundamental, en el documento llamado «Política General de Gobierno», aprobado por su equipo, la meta a alcanzar es muy modesta. Es decir, el asunto no es, para sus funcionarios y asesores, una cuestión de vital importancia.

Aunque en términos de política exterior Giammattei ha optado por reconstruir las relaciones con los países que abierta y decididamente apoyaron el funcionamiento de la CICIG (al grado de revertir la decisión del anterior mandatario que cerró la embajada del país en Suecia y solicitó la salida de su embajador), en el ámbito latinoamericano se ha colocado del lado de la derecha que quiere derrocar por cualquier medio a Nicolás Maduro en Venezuela. Sus primeros actos fueron recibir al embajador sueco, haciendo pública la reapertura de la Embajada de Guatemala en Estocolmo y, luego de su entrevista con el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, declarar la ruptura de relaciones con Venezuela y la expulsión inmediata del encargado de negocios.

A pesar de esos esfuerzos, o posiblemente a causa de ellos, su aislamiento internacional aún es evidente, como lo demuestra que a su toma de posesión solo hayan asistido cuatro presidentes: Nayib Bukele de El Salvador, Juan Orlando Hernández de Honduras, Lenín Moreno de Ecuador e Iván Duque de Colombia, todos alineados, por distintas razones, de manera irrestricta e incuestionable, con la política exterior estadounidense.

Guatemala mantiene una envidiable estabilidad macroeconómica, producto principalmente del peso significativo de las remesas de dólares que los inmigrantes envían cada mes a sus familiares. Desde 2015, constituyen más de 35% de las divisas que ingresan en el país y han llegado a representar, para 2019 y según datos del Banco de Guatemala, 13% del PIB, lo que supera al ingreso de divisas por exportaciones y, claramente, a la inversión extranjera directa, que apenas constituyó 1% del PIB.

La exportación de mano de obra barata es lo que mantiene la economía, lo que trae complejos problemas para el país, ya que sin una industria capaz de mejorar los índices de empleo, la expulsión de trabajadores será una constante. Si las políticas migratorias xenófobas de Estados Unidos continúan, el desempleo se hará más que evidente y se incrementarán los conflictos y la criminalidad social, única salida de sobrevivencia para jóvenes con nulas expectativas laborales.

Todas las calificadoras de riesgo coinciden en considerar el bajo nivel de ingresos tributarios –por debajo de 10% del PIB– como uno de los principales problemas económicos pero, dado el control que el sector empresarial local tiene del Ministerio de Finanzas Públicas y del Congreso, resulta más que difícil que el gobierno de Giammattei intente un aumento de impuestos a las grandes ganancias, o que intente dinamizar el empleo y el consumo ampliando la inversión pública en áreas estratégicas.

Preso de sus propias contradicciones ideológicas y rehén de las limitaciones económicas autoimpuestas al convertirse en el candidato salvavidas de las derechas más conservadoras y enemigas de un Estado económicamente proactivo, las expectativas sobre el gobierno de Giammattei son inciertas. Podrá, tal vez, recuperar la confianza de la población en el aparato de gobierno, pero no se lo vislumbra capaz de sentar las bases para resolver los problemas básicos de la inmensa mayoría de la población, que son la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades.



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