Tema central
NUSO Nº 290 / Noviembre - Diciembre 2020

Fragmentar el futuro Hacia una nueva relación humano / no humano

Si la globalización fue un proceso de colonización tecnológica y de sincronización que hizo converger las temporalidades históricas en un único eje definido por la secuencia premodernidad-modernidad-posmodernidad-apocalipsis, la propuesta de Yuk Hui es «fragmentar el futuro». No se trata de rechazar la tecnología, sino de redefinir la relación entre lo humano y lo no humano, y de recuperar la diversidad técnica en un contexto de crisis planetaria.

Fragmentar el futuro  Hacia una nueva relación humano / no humano

El ascenso de la República Popular China a la cima del juego geopolítico en el siglo xxi ha supuesto un gran interés en el gigante asiático. Como sostiene Jiang Shigong, uno de los teóricos fundamentales para comprender el pensamiento político de este país de dimensiones continentales e historia milenaria, «China se puso de pie con Mao, se enriqueció con Deng Xiaoping y se hizo poderosa con Xi Jinping». Pero Jiang Shigong es un pensador semioficial leído por los grandes cuadros del Partido Comunista Chino (pcch), un intelectual prácticamente orgánico del Partido. En cambio, Yuk Hui es un filósofo, ni siquiera inorgánico: una rara avis en ascenso en el campo académico-intelectual global.

Formado inicialmente en ingeniería informática y luego volcado a la filosofía, Yuk Hui es autor de varios libros: 30 Years after Les Immatériaux [30 años después de Les Immatériaux], obra colectiva de 2015, donde piensa el legado de Jean-François Lyotard a 30 años de su muestra en el Centro Georges Pompidou; On the Existence of Digital Objects [Sobre la existencia de los objetos digitales], de 2016, en el que plantea un diálogo sobre los objetos digitales con Martin Heidegger y Gilbert Simondon; The Question Concerning Technology in China [La pregunta sobre la tecnología en China], de 2016, en el que plantea una reflexión conjunta entre pensadores de Occidente y Oriente sobre la cuestión tecnológica; Recursivity and Contingency [Recursividad y contingencia], de 2019, que busca mostrar por qué Heidegger estaba en lo correcto respecto al fin de la metafísica, y también por qué es necesario pensar más allá de Heidegger; y Art and Cosmotechnics [Arte y cosmotécnica], de 2020, donde se pregunta por la contribución de las artes para pensar la tecnología contemporánea.

En este contexto de altísima productividad del filósofo chino, Caja Negra Editora compiló y publicó en Buenos Aires Fragmentar el futuro. Ensayos sobre la tecnodiversidad, el primer libro de Yuk traducido al español (por Tadeo Lima). Reúne siete textos escritos entre 2017 y 2020 (el último, ya en plena pandemia), de los cuales cuatro son artículos publicados en la revista digital e-flux y los otros tres son conferencias pronunciadas en la Universidad de Taipéi en 2019.

Se trata de una antología representativa del pensamiento de Yuk Hui, que muestra en los distintos textos una serie de intereses y una búsqueda general de contribuir a una filosofía posteuropea que debate, principalmente, con el filósofo Martin Heidegger y busca actualizar el pensamiento del filósofo Gilbert Simondon en una perspectiva influida, entre muchos otros, por Jean-François Lyotard. La búsqueda de la tecnodiversidad, concepto que Caja Negra eligió para coronar el subtítulo, constituye un proyecto general de Yuk que se puede rastrear en su obra. Lo que este filósofo se propone es continuar el proyecto simondoniano, a sus ojos inconcluso, extendiéndose, como veremos en las próximas líneas, hacia la cuestión cosmológica de las culturas. Pensador de la cosmopolítica, propone una filosofía para la era del Antropoceno en la que es posible otra relación con la tecnología.

De los objetos técnicos a los digitales

Coexiste en Yuk Hui un archipiélago de intereses contenidos por su deseo de sistematicidad poco común en estos tiempos, como sostiene el recientemente fallecido Bernard Stiegler en su prefacio a On the Existence of Digital Objects. En este contexto, no es posible pasar por alto la importancia del pensamiento de Simondon, en tanto filósofo de la técnica, en la obra de Yuk. Gilles Deleuze en los años 60, Paolo Virno desde el autonomismo italiano y Stiegler en el cambio de milenio son algunas de las importantes recepciones que tendrá Simondon antes de Yuk Hui.Simondon, cuyas investigaciones doctorales fueron dirigidas por el filósofo Georges Canguilhem y por el fenomenólogo Maurice Merleau-Ponty, escribió su tesis capital La individualización a la luz de las nociones de forma e información1 y su tesis suplementaria El modo de existencia de los objetos técnicos2 (defendidas en 1958). Mientras que otros autores, como André Leroi-Gourhan, también considerado por Yuk, distinguen lo técnico de lo cultural y lo natural, estas distinciones no existen en Simondon. Lo que se propone Simondon es «suscitar una toma de conciencia de los objetos técnicos», porque para el filósofo francés «la cultura debe incorporar los seres técnicos bajo la forma de conocimiento y de sentido de los valores»3.

Simondon, quien fuera probablemente el pensador más retraído y secreto de su generación (comparemos con Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Michel Foucault o incluso con Michel Serres), en un espíritu que Yuk recupera, batalló en silencio contra el «humanismo fácil» que opone cultura y técnica, humano y máquina.

A partir de su relectura de Simondon, Yuk se propone ejecutar su camino hacia la fragmentación, recuperada de Lyotard y en controversia con Heidegger, en la escritura de sus diferentes libros, cuyos destellos atraviesan Fragmentar el futuro. Lo que Hui busca es desfamiliarizar y desromantizar ciertas ideas sobre la tecnología y proponer una «ecología política de las máquinas», con eje en lo que él denomina tecnodiversidad. La proliferación de los algoritmos recursivos encarna el pensamiento cibernético y se aplica a todas las esferas de la vida: lo social, lo económico y lo político. Los datos son la nueva fuente de información, lo que hace posible la ubicuidad y la efectividad de los modelos recursivos. Porque la cibernética, sostiene Yuk, es el modus operandi de máquinas que van desde smartphones hasta robots y naves espaciales. Contrariamente a otros mecanismos que se basan en una causalidad lineal, la máquina cibernética (uno de los acontecimientos más significativos del siglo xx) se basa en una causalidad circular, lo que implica que es reflexiva en el sentido fundamental de que es capaz de determinarse a sí misma en forma de una estructura recursiva.

A los ojos de Yuk Hui, «la hibridación del medioambiente natural y las máquinas constituye así un enorme sistema cuya conceptualización conduce al fin de la naturaleza y al comienzo de la ecología»4. Las máquinas modernas no son mecánicas y la ecología no es natural: son dos discursos que adhieren al principio de la cibernética. Vivimos una época cibernética, pero esta no es una disciplina más. El proyecto cibernético continúa con la lógica hegeliana de las polaridades que van camino a una identidad sintetizada: un pensamiento de la totalización que apunta a absorber al otro dentro de sí mismo. Porque si bien para Simondon la lógica reflexiva de la cibernética buscó ser la disciplina universal, capaz de unificar a todas y reemplazar a la filosofía, a los ojos de Yuk esto es insuficiente. Pensado en términos de Heidegger, esto no sería un rechazo o un odio a la filosofía, sino el producto de un final o acabamiento.

Pero el pensamiento recursivo es mucho más potente que el mecanicista. Lo recursivo permite al algoritmo absorber la contingencia para incrementar la eficacia. Aunque para Yuk el verdadero desafío de la inteligencia artificial no es desarrollar una superinteligencia posthumana, sino construir una noodiversidad, y para esto lo necesario es desarrollar una tecnodiversidad.

Yuk no apunta a oponer máquina y ecología ni a recuperar la teoría de Gaia de James Lovelock y Lynn Margulis (que sostiene que la Tierra es un súper organismo o un colectivo de organismos). Si la propuesta es más bien una «ecología de las máquinas», para esto es preciso, dice, repensar la ecología. Si el fundamento de la ecología son las diversidades, el filósofo chino propone, inspirado en el concepto de biodiversidad, el concepto de tecnodiversidad. Porque sin tecnodiversidad asistiremos, dice Yuk, a la desaparición de la biodiversidad en manos de la racionalidad moderna homogeneizante. El pensamiento ecológico, sostiene, no es solamente protección de la naturaleza; es más bien un «pensamiento político basado en medioambientes y territorios». Por eso Yuk Hui se propone un pensamiento para los tiempos actuales: una filosofía posteuropea para el Antropoceno.

Una filosofía para el Antropoceno

Dijimos que Yuk, de la mano de Simondon pero también más allá, piensa contra una concepción convencional que tiende a pensar las máquinas y la naturaleza como opuestas: las máquinas artificiales y mecánicas, por un lado, y la ecología como natural y orgánica, por otro. Además, la irrupción del problema del Antropoceno –toma de conciencia de la crisis climática– y la llamada disrupción digital –la crisis generada por las innovaciones técnicas en la vida social– no dejan de estar conectadas entre sí. La una y la otra se retroalimentan: la crisis climática contemporánea es producto del progreso técnico. Y, al mismo tiempo, es producto de un pensamiento monotecnologicista.

La experiencia del tiempo contemporáneo implica la sincronización de los mundos premodernos no europeos mediante el progreso tecnológico. Hay una aceleración del tiempo histórico que diversos autores contemporáneos intentan dilucidar y que interesa a Yuk. En los años que van de 1990 a 2020, una parte de los debates teóricos pasaron de discutir el fin de la Historia a pensar la irrupción del problema climático y la cuestión de la técnica: pasamos de Fukuyama a Fukushima. Y ahí entra en juego un concepto tan importante como el de Antropoceno: una era en la que la acción humana se constituye en una fuerza geológica, como sostuvo Paul Crutzen, principal difusor del concepto, en la revista Nature.

De este modo el Holoceno llegaría a su fin cerca de 1774 con la creación de la máquina a vapor. Y siglos después, a mediados del xx, habría otro salto técnico de la mano de la «gran aceleración» tecnológica del siglo pasado, como sostiene Eric Ellis5. En este contexto, el Antropoceno sería una era geológica marcada por la acción humana como gran determinante de la Tierra, en virtud de la energía liberada en un impulso modernizador y de desarrollo que habría sido tan fuerte que terminó modificando equilibrios fundamentales del planeta y destruyendo su biodiversidad. Esta destrucción es producto, a los ojos de Yuk, de un pensamiento monotecnologicista nacido en Occidente y difundido por el mundo. Este impulso occidental hace que el mundo sea más moderno que nunca, pero menos occidental, dado el ascenso que implica la globalización para parte del mundo no occidental, en un bumerán inesperado. Se produce un desplazamiento de Europa del centro del mundo que preocuparía a autores como Carl Schmitt ya en la primera mitad del siglo xx y que se trasladará en tiempos más recientes a parte del pensamiento neoconservador y neorreaccionario que interesará a Yuk.

Pero entonces, a los ojos de cierta filosofía de la historia de Occidente, la historia era lineal e iba en una dirección: de Oriente a Occidente. «La historia debe comenzar con el imperio chino»6, decía Hegel en su obra sobre la filosofía de la historia. La historia tendría un principio y un final. Eso repetía el filósofo ruso-francés Alexandre Kojève en sus seminarios sobre Hegel en París entre 1933 y 1939. Kojève, introductor de Hegel en Francia, principal referencia teórica de Francis Fukuyama en su polémico ensayo, fue amigo de Leo Strauss, colega epistolar de Carl Schmitt y maestro del mentor de Simondon: Maurice Merleau-Ponty. Los acontecimientos posteriores al último acto de la historia temporal –es decir, la batalla de Jena en 1806– son leídos por Kojève desde esta lógica que hace posible entender la Revolución China como la mera introducción del Código Napoleónico en la nación asiática. Asimismo, desde la irónica mirada de Kojève, los soviéticos serían simplemente estadounidenses pobres, que en un futuro no muy lejano devendrán rusos ricos. ¿Qué hay después del final de la historia? El alineamiento de las provincias: rusos y chinos, latinoamericanos y africanos alcanzarán, todos, el fin de la Historia.

El fin de la Historia puede ser el Estado prusiano de Hegel, el comunismo marxista o el triunfo de la democracia liberal de Fukuyama. Pero más allá de todas sus diferencias, todos estos finales posibles comparten una misma lógica del tiempo y la historia. Desde esta perspectiva, esta matriz está más impregnada del pensamiento moderno de lo que la imagen de Fukuyama nos proyecta. Pero, como dijo en su momento Slavoj Žižek: «Es fácil reírse de la noción de fin de la Historia de Fukuyama, pero hoy la mayoría es fukuyamista: el capitalismo liberal-democrático es aceptado como la fórmula final de la mejor sociedad posible, donde todo lo que queda es hacerlo más justo, tolerante, etc.»7. Y así como pensadores como Karl Löwith van a explicar que el motor de esta mirada de la historia es de origen teológico-político, bíblico, Yuk va a poner sobre esto mismo el ojo en la cuestión de la relación entre técnica, cultura y naturaleza.

Desde esta mirada hay una dirección y una sincronización de los distintos territorios y civilizaciones en una misma temporalidad. A los ojos de Yuk, el mundo asiste a una sincronización del tiempo de la mano de la tecnología. Se trata de un aspecto que va más allá de la diferencia capitalismo/socialismo y que es otro efecto también clave de la modernidad monotecnologicista. Por eso el autor chino dirá que uno de los grandes fracasos del siglo xx ha sido la incapacidad de articular lo local y lo tecnológico. Yuk recupera una cita de Paul Valéry de 1919 en uno de los artículos de Fragmentar el futuro: «el fenómeno de la explotación del globo, el fenómeno de la igualación de las técnicas, el fenómeno democrático, que hacen prever una diminutio capitis de Europa ¿deben tomarse como decisiones absolutas del destino?». La modernidad técnica europea es estandarizadora y proveedora de una pulsión homogeneizadora que podemos encontrar incluso en Karl Marx y Friedrich Engels. Estos sentencian, en su célebre Manifiesto comunista, que la fuerza de la historia, de la mano de la burguesía, «del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente».

Esto tiene derivaciones de todo tipo, y una de ellas es la corriente aceleracionista8. Hay un fragmento de El Anti Edipo de Gilles Deleuze y Felix Guattari que ha sido muy releído por el aceleracionismo. En él, los autores se preguntan si es preciso retirarse del mercado mundial, como aconsejaba Samir Amin a los países del Tercer Mundo, al modo de una renovación de la «solución económica fascista», o si había que hacer lo contrario. Para los aceleracionistas, lo que hay que hacer no es retirarse del proceso sino, por el contrario, ir más lejos, «acelerar el proceso, como decía Nietzsche», según dicta el fragmento de Deleuze y Guattari. Pero hay un «aceleracionismo fanático», como lo denomina Yuk, que con toda su fe puesta en la innovación tecnológica considera que todos nuestros problemas heredados serán resueltos por el avance tecnológico, tanto por una subversión del capitalismo gracias a la aceleración y la automatización total, como de la mano de una geoingeniería capaz de «arreglar» la Tierra. Contra este «aceleracionismo fanático», que en China habría encarnado en Deng Xiaoping, también se posiciona Yuk Hui.

Contra el nuevo modernismo reaccionario

En una conversación reciente con el escritor y pensador mexicano Rafael Toriz, Yuk Hui señaló que «China y eeuu están dominados por algunos pensadores schmittianos superficiales y por ello se reflejan entre sí». Vale remarcar que Jiang Shigong, aquel intelectual orgánico del pcch del que hablamos al principio, es uno de los grandes promotores de Carl Schmitt en la República Popular China. Pensador fundamental de la política del siglo xx, Schmitt buscó en su obra delimitar un problema inabarcable: el problema de lo político. Y lo hizo a partir del concepto de enemistad. Hay política cuando un asunto divide entre amigos y enemigos. Schmitt, como Simondon y otros, vive también un momento de alta difusión en todo el mundo, incluso en China. Esto disgusta, aparentemente, a Yuk. Pero lo interesante de la difusión de Schmitt en el gigante asiático no es solo la influencia de un pensador capital del siglo xx comprometido con el Tercer Reich en la nación asiática, sino también que su difusión expande una mirada de lo técnico, lo cultural y lo natural muy problemática, aunque común a Occidente.

En este sentido, la relación entre naturaleza y cultura en la obra de Schmitt llamará la atención del antropólogo Philippe Descola. Dirá: «lo que me impactó de esta lectura es ver hasta qué punto el derecho y juristas tan sabios como Carl Schmitt están penetrados por una relación con la tierra típica de Occidente», y seguirá diciendo: «tomé conciencia del hecho de que nuestra relación con la tierra y el territorio es totalmente exótica, aunque la mayoría de nosotros, como Carl Schmitt, la ve como más o menos universal»9.

Por eso es que otra de las claves del pensamiento de Yuk que pueden encontrarse en Fragmentar el futuro es que las controversias que a primera vista parecen eminentemente políticas están, como no podía ser de otra forma, atravesadas por la cuestión de la técnica.

Jiang Shigong, en su texto Philosophy and History [Filosofía e historia], ofrece un claro contrapunto con la filosofía de Yuk. Jiang se diferencia de la impronta hegeliana del fin de la Historia –por considerarla demasiado religiosa, aunque es posible percibir la influencia de Schmitt en este punto– y remarca que la meta del pueblo chino no es alcanzar el paraíso, sino preguntarse por cómo encontrar un sentido duradero entre la familia, el Estado y el universo. Pero nos invita a leer la China de Xi desde el marxismo. Nos muestra que no es un hábito o un «como sí» el uso de jerga marxista-maoísta. Hay una continuidad y no una renuncia. La autoridad política de cada generación del pcch, dice, proviene de su creencia en el marxismo y en su pueblo. Schmittianos superficiales y aceleracionistas extremos parecen gobernar China. Deng Xiaoping, aquel que enriqueció a China según Jiang, es también según Yuk, como señalamos páginas atrás, «el más grande aceleracionista del mundo».

Por eso, de la mano de Yuk, es posible comprender los más importantes tópicos geopolíticos actuales a través de la cuestión técnica. Del ascenso del gigante asiático a la Alt-Right y Donald Trump, pasando por Aleksandr Duguin y Putin. En este sentido, es interesante que, para avanzar sobre la cuestión de la neorreacción, una corriente que combina posiciones antidemocráticas y protecnología10, Yuk parta del filósofo y empresario tecnológico Peter Thiel. Fundador de PayPal junto con Elon Musk, autor de un libro contra el multiculturalismo, otro sobre cómo crear empresas y numerosos artículos, Thiel fue el primer inversor externo en Facebook. Es un polemista notable y fue parte clave del equipo de transición de Trump en su arribo a la Casa Blanca. Además es, según el filósofo chino, el rey de los neorreaccionarios. Thiel, como recuerda Yuk, era un seguidor y amigo del antropólogo francés René Girard.

Si Peter Thiel es el rey, Curtis Yarvin (aka Mencius Moldbug) y Nick Land son los caballeros defensores de las comunidades digitales Reddit y 4Chan, soldados de la denominada «Ilustración oscura» (Dark Enlightenment). Yarvin es un científico computacional de Silicon Valley, autor de una serie de libros de corte libertario neocameralista –inspirado en Federico el Grande de Prusia–, que propone administrar el Estado como una gran corporación. Land es un mítico filósofo inglés del aceleracionismo, que dejó su puesto en la Universidad de Warwick, donde jugó un rol clave en el Cybernetic Culture Research Unit junto con gente como Mark Fisher, por el periodismo freelance en Shanghái. El blog de Yarvis Unqualified Reservations ha inspirado la última etapa del pensamiento de Land, así como Tlon, la startup de Yarvis, es financiada por Thiel. Aceleracionismo, tecnología, reacción: no debería sorprender que sean objeto del pensamiento de Yuk.

Los neorreaccionarios rechazan en cierto modo la Ilustración, como señala Yuk, pero solo en parte. Rechazan la democracia y la igualdad, pero no la tecnología. Recuerdan a los viejos modernistas reaccionarios estudiados por Jeffrey Herf en su clásico El modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar y el Tercer Reich11, citado también por Yuk. Con su estudio de la Alemania nazi, Herf pone en cuestión la idea de una única modernidad posible. Porque más que modernidad en general lo que hay son sociedades nacionales que se modernizan cada una a su modo. Los neorreaccionarios, con todas sus diferencias, parecen tener un aire de familia con los viejos modernistas reaccionarios. Después de todo, Herf estudia en su clásico a Heidegger y a Ernst Jünger, Carl Schmitt y Oswald Spengler, entre otros, autores que resuenan en los intereses y las preocupaciones de Yuk. Justamente a partir de la aceleración y la globalización técnica, iniciada en el siglo xviii, Yuk Hui encuentra en la Ilustración un reemplazo del monoteísmo por un monotecnologismo, que luego halla su cumbre en el actual transhumanismo propuesto por ciertos pensadores neorreaccionarios.

Fragmentar la nueva normalidad

Como recuerda Yuk, a partir de mediados del siglo xx los datos adquieren un nuevo sentido como información computacional que es producida y modulada por seres humanos. La sociedad disciplinaria de la que habló Michel Foucault habría alcanzado su cumbre a mediados del siglo xx con la crisis de la escuela, la cárcel y el hospital, y por eso, en Fragmentar el futuro, Yuk rescata el concepto de «sociedades de control» de Deleuze buscando pensar más allá de la sociedad de vigilancia. En el siglo xxi, la sociedad de control de la que habló Deleuze, a los ojos de Hui, pega un salto en el que asistimos a la autorregulación de sistemas automáticos que varían en escala. Esto lo podemos ver tanto en corporaciones globales como Google, en ciudades como Londres, en un Estado-nación como China o en el planeta Tierra en su conjunto.

La pandemia de covid-19 es una oportunidad para buscar respuestas en el pensamiento de Yuk sobre un acontecimiento global atravesado por los intereses del filósofo chino. Porque si bien el covid-19 no es producto de la innovación técnica –o al menos no parece haber pruebas al respecto–, ni es efecto directo del cambio climático, el virus es un caso de irrupción de lo no humano en lo humano. Y el tratamiento de la pandemia constituye un caso privilegiado para poner en crisis una concepción política mayoritaria en el mundo que está atravesada por las distinciones modernas entre naturaleza y cultura, entre cultura y técnica y entre lo humano y lo no humano.

El coronavirus, dice Yuk, hace implosionar la división entre lo biológico y lo político. Asistimos a cuarentenas de millones de personas, movilizaciones militares, cierres de fronteras, suspensiones de vuelos internacionales, ciudades con barricadas puestas por sus propios ciudadanos para que no ingrese nadie, cierres masivos de comercios, etc. La pandemia global nos impulsa a construir una nueva inmunología global, en un contexto en que el «retorno del Estado-nación» pone en evidencia sus propios límites.

Por eso Yuk Hui recupera un polémico planteo de Peter Sloterdijk a partir de la controversia por los refugiados en Alemania en general y el papel de Angela Merkel en particular. «Todavía nos falta aprender a glorificar las fronteras», decía Sloterdijk en una entrevista de 2016 con la revista Cicero. El filósofo alemán, «el hombre más libre de Europa», como suele decirse, va a proponer un nuevo «diseño inmune-global» y un «proteccionismo del todo». Desde hace años, Sloterdijk ha estado planteando cuestiones que recién hoy parecen tomar relevancia para muchos críticos, y por eso Yuk lo recupera con justicia. Pero no deja de señalar los riesgos de la cuestión inmunológica señalando incluso, una vez más, la dimensión «schmittiana» del presente.

Dado que las formas de racismo son eminentemente inmunológicas, como estudió a finales de los años 70 Foucault, Yuk dirá que hemoso sido arrojados a un contexto, el de la pandemia, en el que la enemistad schmittiana se verá muy posiblemente reforzada. En esta línea de rescate de cierto schmittianismo, Yuk lee la pandemia como ligada a la normalización del estado de emergencia instaurado tras los ataques a la Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Pero, a diferencia de las lecturas neoconservadoras, Yuk no encuentra en esa excepción una expresión de la fortaleza de los Estados-nación, sino una señal de debilidad e impotencia de estos.

En esta línea, Yuk es quizás más fiel a Schmitt que algunos de los «schmittianos superficiales» a quienes él mismo critica, porque la crisis del Estado moderno fue señalada múltiples veces por el propio Schmitt. Ya no estamos contenidos por el viejo Estado moderno que separaba interior y exterior, guerra y paz, civiles y militares. Asistimos a una crisis de las soberanías nacionales, atravesadas por guerras de baja intensidad interminables y en las que la distinción entre civiles y militares es difusa. Vivimos, de este modo, en una «guerra civil mundial», en un contexto en el que «el Deus Mortalis [el Estado] está muerto», como sentenció en más de una ocasión el jurista alemán. Por eso Yuk, frente a esta crisis, en lugar de incorporarle a la mirada trágica schmittiana optimismo intervencionista atlántico, como hacen los neoconservadores norteamericanos, o realismo maoísta, como hacen sus pares chinos, le aplica su proyecto de una filosofía de la técnica posteuropea.

Dirá Yuk, coincidiendo con Schmitt en que desde la Guerra Fría asistimos a una competencia entre Estados que no hace más que erosionarlos, que encontramos una cultura monotecnológica que no busca equilibrar progreso económico y progreso tecnológico, sino que los asimila avanzando hacia un apocalipsis final. Pero si Schmitt apostó al rol de la política para detener el apocalipsis, en Yuk la política parece no ser suficiente. Porque si para los aceleracionistas, como dice el filósofo chino, la política será superada por la aceleración tecnológica, para él la política «pura» es impotente frente al colapso por venir producto del monotecnologismo.

El final de la globalización unilateral, «que ha sido sucedida por una competición de aceleración tecnológica, por cantos de sirena de la guerras y singularidad tecnológica y las quimeras transhumanistas», y la irrupción del Antropoceno, sostiene Yuk, nos fuerzan a pensar la cosmopolítica y la posibilidad de otros futuros tecnológicos diferentes. Una cosmopolítica que implica la reconciliación entre lo universal y lo particular, donde debemos no solo pensar un nuevo cosmopolitismo sino ir más allá y redescubrir el cosmos. Para Yuk, no hay forma de salir del callejón sin salida de la modernidad, encarnado en el monotecnologismo, sin confrontar con la cuestión técnica. Es preciso repensar la cosmopolítica en relación con la cosmotécnica, que es la unificación del orden cósmico y moral a través de las actividades técnicas. Porque la technē griega, se apura en señalar Yuk, es solamente una forma de cosmotécnica, pero hay muchas otras posibles que implican nuevas relaciones entre tradición y desarrollo tecnológico frente al tiempo homogéneo de la sincronización del que hablamos anteriormente.

El coronavirus, como todas las grandes catástrofes que vinieron antes, nos invita a preguntarnos hacia dónde vamos. Porque el virus es un fenómeno contingente, que si bien disparó la actual crisis, es un acelerador de lo que ya estaba en movimiento. Y es una oportunidad para pensar qué hacer. Frente a ese tiempo homogéneo, hijo de la sincronización tecnológica, Yuk propone una fragmentación de inspiración lyotardiana como respuesta a la culminación de la metafísica de Heidegger. Y esa fragmentación implica romper con la convergencia tecnológica para abrir el camino a que el pensamiento diverja y se diferencie. ¿Qué hacer? es una pregunta a la que Yuk le opone una búsqueda por construir una respuesta que sea más compleja que simplemente acelerar o detener: mejor, fragmentar.

  • 1.

    La individualización a la luz de las nociones de forma e información, Cactus, Buenos Aires, 2015.

  • 2.

    Prometeo, Buenos Aires, 2007.

  • 3.

    Ibíd., p. 31.

  • 4.

    Yuk Hui: Fragmentar el futuro, cit., p. 117.

  • 5.

    Anthropocene, Oxford, Hampshire, 2018, p. 53.

  • 6.

    Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Alianza, Madrid, 1997, p. 221.

  • 7.

    S. Žižek: First As Tragedy, Then As Farce, Verso, Nueva York, 2009, p. 88.

  • 8.

    Ver Armen Avanessian y Mauro Reis (comps.): Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, Caja Negra, Buenos Aires, 2017.

  • 9.

    P. Descola: La composición de los mundos, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2016, p. 210.

  • 10.

    Ver Nick Land: The Dark Enlightenment, www.thedarkenlightenment.com/the-dark-enlightenment-by-nick-land/.

  • 11.

    FCE, Buenos Aires, 1990.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 290, Noviembre - Diciembre 2020, ISSN: 0251-3552


Newsletter

Suscribase al newsletter