Opinión
febrero 2020

¿Quién ganó y quién perdió en las últimas elecciones peruanas?

Cuando en abril de 2019, Alan García decidió escapar de la justicia acabando con su vida, el elenco reciente de la política peruana dio, sin saberlo, un decidido paso hacia su desaparición. Las elecciones del 26 de enero confirman esta tendencia. La crisis del fujimorismo, la enorme fragmentación y dispersión del voto, y la sorpresa del Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP), con tonalidades milenaristas, se suman a una reconfiguración del eje izquierda/derecha en el país.

¿Quién ganó y quién perdió en las últimas elecciones peruanas?

El congreso peruano que ha surgido de la votación del 26 de enero pasado, producto de la disolución constitucional del Parlamento, puede ser resumido en dos palabras: fragmentado y desnacionalizado. Mientras que en 2016 fueron seis los partidos que lograron ingresar al Parlamento, esta vez han sido nueve las organizaciones políticas que han superado la valla electoral. Mientras que en 2016 las tres primeras fuerzas políticas acumulaban 84% de las bancas; hoy los tres primeros alcanzan solo 47%. Mientras que hace cuatro años la primera fuerza política logró 56% de los escaños, el 26 de enero el partido más votado ha obtenido tan solo 19% de los asientos en el Parlamento.

Mientras que en el congreso pasado la distancia entre el partido más votado y el menos votado fue de 29 puntos porcentuales y de 68 bancas congresales, en estas elecciones dicha distancia es de 4 puntos y de 16 bancas. Respecto al periodo inmediatamente anterior el congreso es hoy más fragmentado que el que se inició en 2016.

En segundo lugar, los resultados de las elecciones parlamentarias han producido también una desnacionalización de la competencia partidaria. Si bien en anteriores procesos electorales es posible observar patrones de votación con un marcado acento territorial, en estas elecciones la fragmentación ha tendido a potenciar dicho efecto. La desviación estándar respecto del promedio nacional para el conjunto del sistema partidario se sitúa en 55%. Es decir, existe una alta variación entre el promedio nacional de cada partido y el resultado obtenido en el nivel de distrito electoral. Mientras que el partido más nacionalizado, es decir con la menor desviación respecto del promedio nacional sería Acción Popular, con una desviación estándar de 40,54%; el menos nacionalizado sería Somos Perú, con una desviación de 70.46% respecto a su promedio de votos nacional.

En tercer lugar, el voto blanco o viciado (voto no positivo) no ha sido significativo pero sí lo ha sido el ausentismo. Hasta una semana antes de las elecciones las encuestadoras mostraban que un 58% de los electores aún no había decidido por quien votar. En ese momento fueron varios los analistas que señalaban que se asomaba un escenario de «voto bronca» que se traduciría en un abultado número de votos no positivos. Sin embargo, ello no ocurrió.

En cuarto lugar, se han producido esperados e inesperados ganadores y perdedores.

¿Qué sucedió?

El principal perdedor de la jornada del domingo ha sido el fujimorismo. El control absoluto del Congreso que logró en el 2016 y que sería usado en palabras de Keiko Fujimori para gobernar los siguientes años ha terminado con la pulverización de su bancada congresal. Si bien esa base de poder le permitió desestabilizar seriamente el gobierno de Pedro Pablo Kucynski hasta forzar su renuncia y desarrollar una estrategia extremadamente confrontacional con el nuevo presidente, Martín Vizcarra, no le alcanzó para desarrollar un programa de gobierno.

El avance del caso Lava Jato le permitió al nuevo gobernante replantear la relación entre el gobierno y la principal fuerza política de oposición. Dicha relación se tensó hasta el límite. El único resultado posible era bien la caída de Vizcarra, bien la disolución constitucional del Parlamento. Finalmente, fue este último el escenario que se impuso.

Producto de esa derrota, se ha producido un recambio en la dirección política del fujimorismo. Según la prensa, la lista que postuló en estas elecciones ha sido confeccionada por Alberto Fujimori desde su celda y han sido políticos cercanos al ex mandatario quienes han ocupado prominentes lugares en ella. Tres días después de las elecciones, el resultado es una bancada de 15 congresistas y una líder, Keiko Fujimori, que por orden judicial ha vuelto a prisión.

Al igual que el «partido naranja», otras organizaciones que apostaron fuertemente por la confrontación con Vizcarra han sido severamente golpeadas. La más importante de ellas es el Partido Aprista, el que por primera vez en más de sesenta años no ha obtenido ningún escaño.

El segundo grupo de perdedores, podría denominarse el sorpresivo. En este conjunto se podría ubicar en primer lugar a Juntos por el Perú, la coalición de que tiene a Verónika Mendoza como su principal figura. Si bien las encuestas no vaticinaban buenos resultados, esto era atribuido sobre todo a posibles problemas de medición. Las razones de la expectativa eran dobles, por un lado, la izquierda en el Parlamento se había alineado en contra de la obstrucción fujimorista –la postura más popular en la opinión pública nacional– y por otro lado, el recuerdo de la alta votación de Mendoza en 2016. Sin embargo, la agrupación de izquierda se quedó fuera del congreso al no superar el umbral mínimo de 5% de la votación nacional que permite ingresar al parlamento. Mendoza ha visto como todo el sur andino, que tres años atrás la apoyó masivamente, esta vez ha optado por otras opciones.

El otro grupo cuyo rendimiento electoral ha estado muy por debajo de sus expectativas es el Partido Morado. Su líder, Julio Guzmán, se ubica en los primeros lugares de las encuestas de cara a las futuras elecciones presidenciales de 2021. Sin embargo, su partido acaba de ubicarse en último lugar con tan solo 9 escaños.

En la vereda de en frente se ubican nuevamente dos grupos de ganadores. El primero es el de los ganadores previsibles, integrado por Acción Popular, Alianza por el Progreso y Podemos Perú. En el primer caso, las encuestas previas ya colocaban a Acción Popular al tope de las preferencias de los electores. Los resultados de este domingo han convertido a este partido en la bancada más grande del parlamento con 25 escaños. De esta manera, Acción Popular ha encadenado dos buenas elecciones: las regionales y locales de 2018 y las congresales de este año. Se trata del partido del ex presidente Fernando Belaúnde Terry, que es una marca partidaria reconocida por los electores y, sobre todo, no muy salpicado con los escándalos de corrupción más recientes.

Alianza por el Progreso, el partido del empresario educativo César Acuña, ha alcanzado la segunda bancada más grande con 22 escaños y ha expandido su área geográfica de influencia generalmente ubicada en la costa norte del país. El último ganador ha sido un movimiento de corte personalista, Podemos Perú. Los importantes recursos económicos del dueño y financista del partido, José Luna Gálvez, unidos a un cabeza de lista con mucho arrastre en Lima –el ex ministro de Humala Daniel Urresti– le han permitido a esta agrupación obtener 11 parlamentarios. Luna Gálvez y Urresti se encuentran inmersos en importantes procesos judiciales, el primero por financiamiento ilícito de campaña y presuntos sobornos a autoridades judiciales; mientras que el segundo debe enfrentar un juicio por asesinato ocurrido durante el conflicto armado interno.

El otro grupo de ganadores, el inesperado, esta compuesto por dos partidos. El primero de ellos es Unión por el Perú. Fundado en el año 1995, desde 2001 su principal rol ha sido el de servir de vehículo legal para distintos políticos que buscan participar del proceso electoral presidencial. El más exitoso de ellos fue Ollanta Humala quien en el 2006 postuló bajo sus siglas. En esta ocasión, Antauro Humala quien purga prisión por su frustrado intento de levantamiento contra Alejandro Toledo en el 2005, encabezó el ticket por Lima. Si bien el tribunal electoral decretó que en tanto condenado no podía ser candidato, su imagen sirvió eficazmente durante la campaña. Esta organización ha logrado ubicarse en el quinto lugar y obtener 13 bancas. Más allá de esto, el dato relevante es que de la mano de Antauro Humala, UPP ha logrado más del 46% de los votos del sur andino, territorio que en 2016 apoyó masivamente a Mendoza y tradicional coto de caza de los candidatos posicionados hacia la izquierda. Esta incursión exitosa en el principal bastión de la ex candidata presidencial, pone en cuestión el liderazgo de esta dentro de la izquierda y plantea interrogantes sobre la viabilidad de su futura candidatura en el 2021.

El segundo inesperado ganador del domingo es el Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP). Fundado en la década de 1980, durante sus 30 años de existencia solo había obtenido 3 curules: hoy aparece como la tercera bancada más grande con 15 parlamentarios. Sin embargo, esto no es lo más sorpresivo, sino su naturaleza como organización política. El FREPAP es un partido creado por la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal. Este partido posee no solo una extensa red de locales a lo largo del país y un número de militantes que supera a otros partidos con mayor proyección electoral, sino también un símbolo partidario reconocible, que en tiempos de incertidumbre como los actuales parece tener un gran valor.

El avance de este partido no debe ser confundido con el avance de otras formaciones políticas de tipo evangélico que se ha producido en América Latina. En primer lugar, la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal no se reconoce, ni es reconocida como parte del movimiento evangélico. La razón teológica fundamental es que el fundador de esta iglesia, Ezequiel Ataucusi, se reconoce como el nuevo mesías a diferencia del resto de iglesias cristianas que siguen esperando su llegada. Además, se encuentran alejados de esta combinación de teología de la prosperidad y conservadurismo social que ha movido a estos movimientos políticos.

Se trata de una religión de tipo milenarista y mesiánica que coloca a los peruanos como pueblo escogido y a Perú, específicamente a la selva peruana, como la nueva tierra prometida. En esta visión, los Incas, antiguos peruanos, serían en realidad una de las tribus perdidas de Israel, hecho que justificaría su papel como pueblo elegido.

Si bien conservadores en temas de género y valores, el eje del programa político no se centra en ese campo. Incluye una fuerte participación del Estado en la economía, así como un decidido apoyo estatal a la agricultura familiar, motor de desarrollo del país. Asimismo, entre sus propuestas figuran una serie de reformas destinadas a combatir la corrupción.

¿Qué tienen en común los sorpresivos derrotados y algunos de los partidos victoriosos? Básicamente, que las decisiones sobre la no participación de sus futuros candidatos presidenciales parecen haber sellado su destino electoral. Tanto Juntos por el Perú y el Partido Morado optaron por no hacer participar en estas elecciones a sus principales líderes. Mendoza como Guzmán tuvieron la oportunidad de encabezar las boletas de sus partidos pero decidieron no hacerlo para protegerse de posibles malos resultados. En cambio, partidos como Podemos Perú y Unión por el Perú basaron toda su campaña en la participación de los que serán sus candidatos presidenciales dentro de un año. En ambos casos su buena perfomance se debe al efecto arrastre uno real y el otro simbólico que han producido sus candidaturas sobre los electores.

Mientras, la decisión de Mendoza y Guzmán de no participar de la contienda no solo disminuyó las chances de su partido sino que no lograron blindarlos frente a las dudas respecto a sus futuras candidaturas. En cambio Urresti y Antauro Humala han logrado posicionarse como candidatos potencialmente competitivos en el escenario 2021.

Las relaciones Ejecutivo-Legislativo

El ganador definitivo de esta coyuntura ha sido sin duda el presidente Vizcarra, que no participó directamente de estas elecciones. Los comicios son el resultado final de la confrontación política que se inició en julio de 2018, tres meses después que reemplazara en la presidencia a Kuczynski. Ese mes, el descubrimiento de una red de tráfico de influencias que involucraba no solo a jueces y fiscales sino también a políticos y sus operadores le permitió a Vizcarra independizarse del fujimorismo lanzando una serie de políticas anticorrupción que afectaban también intereses del partido naranja.

El obstruccionismo del Congreso y el ejercicio desleal de la oposición fujimorista llevó a la relación Ejecutivo-Legislativo a un callejón sin salida. Uno de los dos debía perder su poder político. El calculo del fujimorismo se basaba en dos premisas que se demostraron falsas al final de la confrontación: por un lado, creyeron que los recursos e instrumentos de poder que garantiza el Parlamento eran suficientes para triunfar en su pugna política; y por otro que el presidente nunca se atrevería a utilizar el arma de la disolución del Congreso contemplada en la Constitución.

El cierre del Congreso, controlado por el fujimorismo, y los resultados del domingo 26 garantizan el fin de la tensión entre ambos poderes del Estado. Ciertamente la nueva composición y la fragmentación del nuevo Legislativo harán prácticamente imposible que la dinámica de enfrentamiento se replique. Sin embargo, esos mismos rasgos hacen poco probable que el gobierno pueda empujar una ambiciosa agenda de reformas, las cuales requieren diversos tipos de mayorías calificadas. Asimismo, resulta difícil que el Parlamento pueda cumplir con algunas de sus funciones propias como la recomposición del Tribunal Constitucional debido similares problemas de coordinación.

Colofón

Cuando en abril de 2019, Alan García decidió escapar de la justicia a través del cañón de un revolver, el elenco reciente de la política peruana dio, sin saberlo, un decidido paso hacia su desaparición. Al calor de los procesos judiciales o de los conflictos con Vizcarra otras fuerzas y líderes políticos parecen seguir la misma senda: la prisión preventiva de Keiko Fujimori y de Alejandro Toledo (en Estados Unidos), la prisión domiciliaria del ex presidente Kuczynski, la orden de impedimento de salida del país de Ollanta Humala y de Nadine Heredia, así como situaciones similares en las que se encuentran otros políticos de segunda línea hablan del fin del elenco político estable de las últimas dos décadas.

Los resultados electorales congresales son expresión de esa situación. Las fuerzas políticas del ciclo político anterior se encuentran severamente golpeadas. La dispersión de las preferencias reflejan un electorado que parece no decidir a qué figuras y partidos colocar como dominantes en cada uno de los distintos sectores políticos.

También se podría afirmar que el propio diseño espacial del escenario está aún por definirse. Intuitivamente se podría afirmar que parece haber ocurrido una reconfiguración del eje izquierda/derecha. Las opciones más conservadoras (incluyendo al fujimorismo que adoptó la agenda antiderechos) no han recibido mayores apoyos electorales, lo que recortó el extremo derecho de este eje. Mientras que por el lado izquierda, la buena performance de Antauro Humala ha hecho crecer el lado izquierdo de este eje, aunque esto es relativizado por sus posiciones nacionalistas xenófobas y autoritarias Dónde ubicará una fuerza como el FREPAP en estas coordenadas y cuál es el significado de su votación, son preguntas que deberán ser respondidas en un futuro próximo.

Las elecciones parecen haber dejado una lección. Es posible que el nuevo sistema de partidos muera sin haber nunca madurado. Los actores de ese sistema parecen haber muerto políticamente, sin haberse nunca consolidado. Nada hace pensar que los actores victoriosos del domingo último tenga como foco la reestructuración del sistema patidario. Al igual que quienes los precedieron, quizás su vida política útil termine sin que ningún tipo de consolidación política se haya producido. En cierta forma, es un destino trágico pues es el descongelamiento permanente del sistema partidario es el que permite que estos nuevos actores aparezcan, pero será la misma dinámica la que explicará luego su propia desaparición. En el Perú político parece que es posible morir sin crecer.



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