Opinión
marzo 2021

Elecciones regionales en Bolivia

Un mapa para armar

Las elecciones regionales en Bolivia confirman al Movimiento al Socialismo (MAS) como único partido con base territorial a escala nacional. Santa Cruz se alinea con el conservador Luis Fernando Camacho y la ex-presidenta Jeanine Áñez sufre una dura derrota en su región. La ex-titular del senado Eva Copa gana de manera contundente en El Alto por fuera del MAS. Una lectura de los resultados y de sus efectos nacionales.

<p>Elecciones regionales en Bolivia</p>  Un mapa para armar

Las elecciones para alcaldes y gobernadores en Bolivia realizadas el pasado 7 de marzo dejan al menos tres tendencias, más allá de la fragmentación natural de los resultados en este tipo de elecciones: 

(a) el Movimiento al Socialismo (MAS), como suele ocurrir en las regionales, reduce su votación respecto de las contiendas generales y pierde en las grandes ciudades. Aún así, se mantiene como el único partido de alcance nacional.

(b) Se consolidan fuerzas de oposición ubicadas en la derecha con poder territorial y el partido de Carlos Mesa, segundo en 2019 y 2020, obtiene resultados irrelevantes. Pero estas fuerzas no tienen, por ahora, una articulación nacional. 

(c) Tienen un rol importante candidatos que formaron parte del MAS, o bien porque ganan en algunas ciudades y regiones, o bien porque reducen la votación del MAS y permiten triunfos opositores.

Nuevo escenario

Después de la contundente victoria de Luis Arce en octubre pasado –con 55,11% contra 28,83% de Carlos Mesa–, se instaló un clima muy favorable para el MAS de cara a las elecciones municipales y departamentales. La oposición de derecha quedó golpeada por el resultado, que no había anticipado en las dimensiones en que ocurrió, y entró en una fase de reproches públicos sobre quién había sido más responsable de que el MAS retornase al poder en apenas un año, mejorando ampliamente su votación respecto a las elecciones anuladas de 2019 y obteniendo mayoría absoluta en las dos cámaras legislativas. 

Las diferentes expresiones de la derecha nacional, desde lacentroderecha de Mesa hasta la nueva derecha extrema autonomista del líder cruceño Luis Fernando Camacho, habían logrado una unidad de acción contra el MAS en 2019, que derivó en el golpe y la caída del gobierno de Evo Morales. Operó entonces una exitosa división de tareas. Mesa, segundo en las presidenciales de 2019, fue quien desconoció el resultado, llamó a la «resistencia» y denunció «un fraude monumental» dentro y fuera del país; Camacho fue quien comandó un paro cívico en Santa Cruz y quien llevó adelante, como él mismo reconocería poco después, las acciones ilegales con militares y policías. A ellos se sumó Demócratas –en ese entonces el principal partido de Santa Cruz, pero que no había llegado a 5% de los votos en las elecciones de octubre de 2019–, al que pertenecía la senadora Jeanine Añez, que recaló en la Presidencia. Pero la luna de miel dura poco: la unidad se resquebrajó en tres candidaturas presidenciales, las de Mesa, Camacho y Añez (quien finalmente declinó su postulación). Bajo la gestión de esta última, se produjeron represiones violentas que terminaron con más de tres decenas de muertos y Bolivia vivió una deficiente gestión gubernamental, plagada de acusaciones de corrupción, en medio de los estragos de la pandemia de covid-19. Sin embargo, la sanción ciudadana fue compartida y afectó a las diferentes expresiones del espacio enfrentado al MAS: la oposición, como un todo a cargo del país, quedó asociada al retroceso en términos de convivencia, al nuevo auge de la discriminación étnica y a los malos resultados económicos. Con estos antecedentes, parecía que el MAS podía romper la tradición de obtener en las elecciones locales un desempeño bastante inferior al de las generales.

Algunos datos comparados

En las elecciones generales de 2014, por ejemplo, el MAS obtuvo 61,3% de los votos, y la segunda fuerza, la alianza Unidad Demócrata (UD), con Samuel Doria Medina como candidato, 24,23%. Una diferencia de casi 40 puntos. Sin embargo, en las elecciones municipales y departamentales de inicios de 2015, el MAS logró solamente ganar en dos de las diez capitales, Sucre y Potosí, aunque ganó cinco de las nueve gobernaciones en primera vuelta (Oruro, Potosí, Pando, Cochabamba y Chuquisaca). Distintas fuerzas de oposición ganaron en Santa Cruz, La Paz y Tarija. Y en un apretado balotaje el MAS sumó la gobernación del Bení, en el oriente del país. En esas elecciones los miembros de UD le arrebataron al MAS dos municipios importantes: la Alcaldía de la populosa ciudad de El Alto, uno de los bastiones de Evo Morales, y la de Cochabamba. De este modo, luego de unas exitosas generales, el MAS obtuvo solo 41,79% de los votos tomando en cuenta la votación lograda en las nueve gobernaciones.

En las elecciones locales del domingo pasado, podemos ver una situación general parecida, pero con algunos cambios de grado respecto de 2014 que merecen una mirada detenida. 

(a) Un dato a destacar es la falta de fuerza territorial de Comunidad Ciudadana (CC), el partido de Carlos Mesa, que pese a su segundo lugar en las elecciones presidenciales de 2019 y 2020 no obtuvo ahora ninguna victoria significativa. Más bien, sus apoyos resultaron marginales incluso en plazas en las que Mesa tuvo un buen desempeño hace solo cinco meses. Por ejemplo, en el municipio de La Paz, donde fue primera fuerza con 51% el año pasado, no logró siquiera sostener la candidatura a la Alcaldía del ex-rector de la Universidad Mayor de San Andrés, Waldo Albarracín, quien se retiró de la carrera al constatar que las encuestas no lo acompañaban. En Sucre, donde en las elecciones del año anterior había conseguido la mayoría absoluta de los votos, su candidato a alcalde quedó levemente arriba de 10%. En la ciudad de Cochabamba, donde en octubre pasado había conseguido más de 45%, su candidato obtenía resultados marginales. En las gobernaciones su situación no fue mucho mejor: en La Paz, su candidato obtenía menos de 1% y en Pando, donde incluso había sido aliado de una figura popular de la extrema derecha local, quedó debajo de 15%. Hay una sola excepción que no tiene nada que ver con los méritos ni la fortaleza política de CC ni de Mesa: en un ajustado recuento, Gary Añez, periodista muy popular en Santa Cruz de la Sierra, pelea voto a voto el sillón de la Alcaldía con el ex-alcalde Jhonny Fernández.

(b) Las figuras políticas victoriosas del campo opositor se ubican en buena medida a la derecha de Mesa. En Santa Cruz, luego de un modesto desempeño en la presidencial, con 14% de los votos, Luis Fernando Camacho ganó con el margen necesario para lograr la Gobernación sin necesidad de una segunda vuelta. Y en Cochabamba, Manfred Reyes Villa, fuera del país durante los últimos años, ganó con contundencia la Alcaldía. En Sucre, el ex-diputado falangista Horacio Poppe quedó a muy pocos votos de ganar esa Alcaldía en su primera elección municipal. Estas tres son las caras más visibles de liderazgos locales con proyección nacional, bien implantados territorialmente, con un repertorio discursivo ultraconservador, religioso e identitario.

(c) El capítulo de los referentes políticos descontentos con la elección de candidaturas en el MAS no ha faltado en esta elección y algunos han tenido buenos resultados. Empezamos por la más mediática: la joven política alteña Eva Copa, presidenta del Senado durante la crisis de 2020, era una de las aspirantes  a la Alcaldía de El Alto por parte del MAS, pero al ser elegido otro candidato por la dirección del partido decidió inscribirse por la sigla Jallala, auspiciada por el recientemente fallecido e histórico líder indígena Felipe Quispe, el «Mallku». Copa, quien fue acusada de demasiado «tibia» por sectores del MAS, y hasta de haber sido funcional al gobierno de Áñez, logró una victoria rotunda en El Alto con alrededor de 70% de los votos, según datos preliminares. Y otros ex-masistas lograron buenos resultados en otras partes del país; en particular, cabe señalar el desempeño electoral del dirigente campesino Damian Condori en el departamento de Chuquisaca, quien muy probablemente logre ser gobernador. Esto es un reflejo de las complejas dinámicas internas de este partido de base campesina popular.

¿Y cómo fue el desempeño del MAS? Con los datos preliminares vemos que ganará en primera vuelta las gobernaciones de Cochabamba, Oruro y Potosí. La de La Paz tendrá que esperar al cómputo final, pero es probable que, por la mínima, el candidato del MAS Franklin Flores logre la victoria sin necesidad de una segunda vuelta. Flores ha mejorado en algunos puntos el resultado de las elecciones locales de 2015. En Pando y Chuquisaca habrá balotajes complicados para el MAS. Si bien parece claro que en Santa Cruz Camacho ganará en primera vuelta, el candidato del MAS, Mario Cronembold, mejoraría los resultados respecto a la última elección departamental y se moverá cerca del techo porcentual del MAS en una elección autónomica (38% en 2010). En Tarija habrá segunda vuelta entre el ex-alcalde y líder local Oscar Montes y el candidato del MAS, Álvaro Ruiz, quien también, como Cronembold y Flores, mejora en algo el resultado de la anterior elección autonómica. 

En el plano municipal, recordemos que en 2015, uno de sus mejores momentos en términos de hegemonía política, el MAS había logrado apenas dos de las diez plazas más importantes (las capitales departamentales más El Alto). Ahora, mientras avanza el cómputo oficial, estaba ganando una (Sucre) y quedaba muy cerca en otra (Oruro). En las restantes ocho ciudades capitales, en general, su desempeño ha sido algo inferior al de 2015 y no tiene opciones de ganar. Habrá que esperar al cómputo final para poder ver la votación nacional obtenida y la diferencia con los comicios presidenciales del año pasado.

(d) En el espacio de la derecha, en Bolivia ocurre algo parecido a lo de Brasil, España o Costa Rica. Cuando la derecha tradicional se acerca demasiado a la extrema derecha, esta última termina marcando la agenda y conquistando posiciones, debilitando al ala moderada. Es elocuente la desaparición de Demócratas: tras 15 años en la gobernación de Santa Cruz, el domingo pasado no llevaron ni siquiera candidato a esa cita y, en la elección de la capital cruceña, su candidato pasó apenas el 5%; por su parte, el ex-gobernador de Beni Ernesto Suárez tampoco logró ganar la Alcaldía de Trinidad. La extinción política de Luis Revilla y Sol.bo muestra lo mismo en La Paz. Y el fenómeno se extiende a  los magros resultados de  Doria Medina y su partido Unidad Nacional, o al tercer lugar que obtuvo el gobernador de Tarija Adrián Oliva en su intento de ser reelecto. Y cabe destacar el tercer lugar que las proyecciones le daban a la propia Jeanine Áñez en su bastión de Beni, con alrededor de 15%. Es probable que Luis Fernando Camacho, Manfred Reyes Villa y Horacio Poppe poco a poco asuman un rol más central, radical y polarizador como oposición al MAS.

Más allá de los números

Hay una fijación notable de muchos voceros mediáticos de la oposición con Evo Morales. Lanzan con frecuencia declaraciones y sentencias muy llamativas. En muchos casos, quienes se presentan en los medios como «analistas» son antiguos políticos, a veces incluso en activo, que han sido diputados, ministros y candidatos de distintos partidos críticos hacia el MAS que pueblan las tertulias, las columnas y, muchas veces, por su entusiasta unanimidad acerca de la debilidad de ese partido, provocan que sus referentes políticos se equivoquen con más facilidad porque creen que ellos son la síntesis cabal de la opinión pública. 

Durante los convulsos meses de gobierno de Áñez, estos analistas aseguraban que «70% de los bolivianos no querían que volviera el MAS»; luego las urnas en octubre refutaron esos análisis, incluso pronunciados el mismo día de los comicios de octubre de 2020. Casi de inmediato repitieron, no obstante, que Evo Morales no había tenido nada que ver con esa victoria, incluso que había sido a pesar de él. Ahora, sin embargo, sostienen que la supuesta «derrota» del MAS de estas elecciones locales es culpa exclusiva del ex-presidente por la selección de candidatos, pasando por alto que, como mencionamos, el MAS siempre tuvo resultados mucho más bajos en las contiendas regionales que en las nacionales. Alguno más aventurero señaló que este resultado «tritura la victoria de octubre [de Arce y Choquehuanca]». En fin, tanto en octubre como en marzo se ve, con algo más de intensidad, que el MAS tiene una serie de dificultades para lograr amplias mayorías, sobre todo, en las ciudades capitales. Como sabemos, es en esos espacios donde hay una comprensión distinta de lo colectivo, un deseo más intenso de modernidad, una exigencia mayor frente a la capacidad de la gestión eficiente, cotidiana y, también demandas más intensas de renovación política. Y también sabemos que, desde su fundación, el MAS es un partido con una fuerte identidad rural.

Está claro que donde no hubo líderes descontentos de peso que abandonaron el MAS, el desempeño electoral del oficialismo en general fue mejor. Ahora bien, una cosa es el éxito electoral, otra el desempeño de la gestión. El ejemplo de Felix Patzi es elocuente: el ex-ministro de educación de Morales ganó la Gobernación de La Paz en 2015 por fuera del MAS, pero en la elección del domingo pasado no llegó a los dos dígitos y quedó cuarto en su intento de reelección. Probablemente Eva Copa haya tomado nota sobre ello y por eso haya sido mucho más cuidadosa que Patzi en no marcar diferencias tan pronunciadas con el gobierno de Arce y se haya mostrado cercana al vicepresidente Choquehuanca (que expresa un sector distanciado de parte del círculo más cercano a Morales y capitaliza su identidad aymara). Incluso cuando critica a Morales, Copa pone más el acento en el entorno del ex-presidente que, según dice, lo aisló y lo llevó a tomar malas decisiones. De hecho, en sus primeras declaraciones posteriores a su victoria le ha pedido a la Asamblea Legislativa que aceleren el proceso contra Áñez por la represión en Senkata y Sacaba. Es decir, se mueve, por ahora, en la frontera del MAS. 

En estos años de fuerte crisis económica y sanitaria, las autoridades locales buscarán sintonía, o al menos no enfrentamiento, con el gobierno central. Y en ese marco Copa ha recordado que tiene buena relación con Arce. Además, sabe que El Alto vota en clave rebelde, como pasó en 2015, cuando le dio una amplia mayoría a Soledad Chapetón como protesta contra el candidato del MAS Edgar Patana, acusado de corrupción, y que es una ciudad que luego exige «resultados» en término de obras y empleo, como también lo sabe Chapetón, cuya aprobación fue muy baja desde su segundo año de gestión. El peso político de El Alto y la dimensión de su victoria le da a Copa un rol importante en el campo político popular. La duración y la intensidad de este rol estarán asociadas a los resultados de su administración. Posiblemente no sea casual que a Chapetón, conocida como «la Sole», le siga otra mujer joven, como un voto de rechazo a ciertos «barones» de las organizaciones sociales y corporativas alteñas, en una mezcla de transformaciones de género y ansias de modernización. Tampoco es probable que El Alto sea menos exigente con Copa que con Chapetón, cuya compleja gestión local le impidió su salto al ámbito nacional.



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