Tema central
NUSO Nº 271 / Septiembre - Octubre 2017

El planeta limitado y la globalización del 1%

En la actualidad, los yacimientos de materias primas minerales y energéticas ya han sido en gran medida agotados, la desigualdades crecientemente cuestionada y la globalización muestra sus limitantes físicas, económicas, políticas y mentales. El enriquecimiento del «1%» convive con megacárceles y «campos de acogida» para refugiados y migrantes indeseados. Si no es posible cambiar nuestro limitado planeta, sí podemos poner los modos de producción y de vida en armonía con los medios de subsistencia naturales que hay en él.

El planeta limitado y la globalización del 1%

«Make America Great Again», dice el lema de Donald Trump, un lema que necesariamente va en detrimento del resto del mundo global. Pero ni siquiera el presidente de Estados Unidos podrá agrandar la Tierra. Trump podrá modificar los límites de la globalización, pero no eliminarlos1.

Así se pone de manifiesto una ironía de la globalización neoliberal, en apariencia ilimitada y benefactora de la humanidad: no abre las puertas al «gran ancho mundo», como pretendía, sino que acaba en un mundo de parcelas de estrechez nacional. Trump hace política trazando por un lado límites lo más impermeables posibles entre Estados nacionales y religiones, para proteger a «su propia gente» y al propio capital en su homeland. Por otro lado, arrasa con los límites para apoyar la expansión capitalista e inaugurar esferas en las que aún puedan obtenerse suculentas ganancias especulativas, principalmente en los mercados financieros globalizados. Y hace esto ignorando olímpicamente los límites naturales del planeta Tierra.

Así, el gobierno de Trump sigue en línea con las tendencias neoliberales del siglo pasado, del mismo modo que todos los presidentes estadounidenses que lo precedieron desde la debacle del dólar que se produjo durante la presidencia de Richard Nixon en 1971: las reglas de la política y la economía mundial se corrigen en favor de eeuu y sus aliados. La consecuencia es la globalización de la desigualdad socioeconómica y la inseguridad política2. Si en el ínterin los ocho multimillonarios más ricos del mundo (seis de los cuales provienen de eeuu) concentran una fortuna mayor que los ingresos de 3.600 millones de pobres, la mitad de todos los habitantes del planeta en los cinco continentes3, es evidente que estamos ante una «globalización del 1%»4.

Con un descaro que deja sin habla, Trump se limita a proclamar lo que es un hecho: hoy en día, la globalización es un «bien oligárquico». La globalización del 1% se esgrime contra todo aquello que pudiera llegar a afectar el «estilo de vida occidental», incluso en una «internacional nacionalista» que en cierto sentido extrae su energía de los desechos de la globalización del 1% como una especie de subproducto político. De modo que la senda de desarrollo de la globalización de ningún modo lleva directamente hacia un flat world o «mundo plano»5, tal como lo concibieron los partidarios del libre comercio, sino al terreno escabroso de un capitalismo salvaje del que ya se hablaba en el Sur global cuando en los viejos países industrializados todavía seguían cantando loas a la globalización bienhechora.

En diversos sentidos, el denominado «Sur global» ya anticipó el presente (y tal vez el futuro) del Occidente «euroamericano»6. Porque a partir del inicio de la década de 1980, allí comenzaron a probarse los métodos del neoliberalismo en el marco de los «programas de ajuste estructural», antes de que comenzaran a implementarse en el Este postsoviético y en el Occidente capitalista desarrollado.

Tercerización con ayuda del Estado: el Sur global como precursor

Esto vale ante todo para la transformación radical de la relación entre Estado nacional y economía global. En este caso, el Sur provee los modelos de aquello que Occidente podría llegar a ser o será cada vez más: las funciones de gobierno se tercerizan y quedan sujetas a actores privados –que apuntan a generar ganancias– y a toda clase de organizaciones de la sociedad civil. Con ello, bajo el signo de la «seguridad» y de supuestos intereses nacionales, se termina renunciando por completo a la transparencia democrática... no así a los límites del Estado; por el contrario, el territorio del Estado se convierte en un homeland completamente protegido. Por lo tanto, la globalización en modo alguno implica renunciar a los límites; estos son más bien fluidos. Las barreras aduaneras, los centros de entrada y, tal como lo vemos con una frecuencia cada vez mayor, incluso los campos de acogida se desplazan hacia el territorio de otros países: hacia islas en el Egeo, hacia Turquía, Túnez o Libia. Los límites marcan el área de poder de los Estados nacionales. No coinciden con los límites territoriales representados en los atlas.

Y a pesar de todo, no hay seguridad ante «extranjeros» indeseables, ante migrantes y refugiados, terroristas y criminales, que logran atravesar los límites de la globalización del 1% y se dirigen al nuevo y floreciente campo de negocios de los muy rentables bordernomics en Europa, pero también en eeuu o en Australia. Allí no solo se mueven los labour migration intermediaries [intermediarios de la migración de fuerza de trabajo] creados formalmente y otros informales, a veces criminales, que operan por fuera de las reglamentaciones, entre los que se incluyen los coyotes, traficantes de personas y quienes los financian de manera formal e informal, a veces criminal, pero también grandes compañías que facilitan software y hardware para asegurar las fronteras, además de una burocracia estatal creciente7. En este rubro también pueden encontrarse viejas compañías de larga tradición que hacen sus buenos negocios con la instalación de vallas electrificadas en las fronteras, detectores y otros elementos de equipamiento militar.

Sin embargo, los únicos que pueden ganar en el siglo xxi en este nuevo coto de caza capitalista de globalización oligárquica son las naciones económicamente fuertes y el 1% más rico... igual que en los tiempos de la globalización neoliberal del siglo xx. Ellos no tienen que atenerse tozudamente a las leyes económicas, sino que pueden «corregir» la suerte que les depara la economía mundial capitalista con herramientas políticas y militares, así como mediante el poder mediático. Ahora bien, también puede suceder que el puré capitalista esté sazonado con demasiados ingredientes nacionalistas y fundamentalistas, como los aportados por Marine Le Pen, Nigel Farage, Frauke Petry, Donald Trump y otros cocineros. Lo cual permite asegurar que los días en apariencia bellos y cargados de promesas de la globalización probablemente hayan llegado a su fin definitivo.

1970 y años siguientes: la globalización y la vulnerabilidad de la Tierra

El concepto de globalización apareció en la década de 19708. Tras el primer alunizaje, las imágenes captadas por satélite del «planeta azul» dieron la vuelta por los cinco continentes, cuya población en ese entonces superaba apenas los 4.000 millones de personas. Los habitantes de la Tierra no habían podido contemplar nunca antes el planeta desde el exterior; finalmente había llegado el día. Y junto con él, llegó la perpleja conciencia de su vulnerabilidad y del hecho de que la expansión globalizadora en la «superficie limitada del planeta Tierra» (Immanuel Kant) no puede continuar indefinidamente9.

Hoy, casi 50 años después, ya no queda en los mapas mundiales un solo territorio inexplorado ni tampoco una región medianamente grande que no se encuentre expuesta a la competencia geoeconómica. En el mundo globalizado, las diferencias históricas y geográficas se allanan. La globalización neoliberal es una ruta de sentido único por la que los bulldozer transnacionales tienen libre circulación. Esto también es consecuencia del establecimiento de estándares globales, no tanto en lo relativo a la protección del medio ambiente y a los derechos de los trabajadores, sino más bien en el área de los métodos de producción técnicos, organizativos o intelectuales. Las regulaciones nacionales específicas también pasaron a un segundo plano en lo relativo a la protección de la propiedad intelectual, a las normas contables y a la calificación de riesgos crediticios, o a la hora de mediar en conflictos entre socios. Esto se debe no solo al código de la Organización Mundial del Comercio (omc): esa «unificación» del mundo en materia regulatoria también se produjo gracias a la actuación de un puñado de law firms estadounidenses, algo que pasó completamente inadvertido para la opinión pública. eeuu no solo se beneficia del hecho de que el inglés sea la lingua franca global y de que el dólar, en su calidad de moneda de referencia global, se haya vuelto un «problema del resto del mundo» (como afirmara Larry Summers, quien fuera secretario del Tesoro de Bill Clinton y economista en jefe del Banco Mundial). También su «política jurídica exterior» fue muy exitosa: a través del Ministerio de Justicia, el control de las bolsas, la Reserva Federal, la Secretaría del Tesoro y la autoridad de control de las exportaciones, eeuu impuso su modelo de derecho anglosajón de common law al resto de los países y a sus empresas10, lo que garantizó a los gigantescos estudios jurídicos con sede en suelo estadounidense suculentos botines en todo el planeta (Volskwagen lo sabe de sobra, aunque no esté exenta de culpa).

1989-2008: el fin de la certeza de la victoria neoliberal

Por estas circunstancias, entre otras, la globalización siempre tuvo el tufillo del capitalismo. En su etapa imperialista, como alguna vez escribiera Lenin11, este ya se encuentra en la fase de la podredumbre. Pero con la euforia por el «triunfo en la Guerra Fría» nadie lo olfateó y, por lo tanto, nadie lo planteó tampoco como un tema de debate académico. Poco a poco se fue tomando conciencia de que, a comienzos del siglo xxi, hablar del agotamiento de los recursos no es mero alarmismo12. En la actualidad, los yacimientos de materias primas minerales y energéticas en gran medida se han agotado, aunque la mayoría de los países del Sur sigan considerándose fuentes de «valores crudos», es decir, de materias primas minerales, agrarias y energéticas, pero también de mano de obra barata. La capacidad de los ecosistemas del planeta Tierra para absorber sustancias nocivas ya ha llegado a su fin, aunque Trump y otros negacionistas del cambio climático lo discutan, y ya no quedan a disposición colonias que sirvan de «vertederos» para ubicar a aquellos seres humanos que, a causa del desarrollo tecnológico, se han vuelto «superfluos». En cambio, desde la década de 1970 y a caballo de la globalización, fueron surgiendo relaciones en cierto modo coloniales en el seno de las sociedades euroamericanas, es decir, comunidades enteras de inmigrantes. Parte de este panorama está compuesto por campos de desplazados, territorios ocupados y suburbios candentes. A la inversa, los países del Sur y el Este adoptaron muchas características occidentales. Sobre todo en los asentamientos informales y en las megalópolis del Sur global, la destrucción capitalista de los contextos naturales y sociales condujo a un desarraigo de las personas de sus sistemas de referencia sociales y culturales. Las infraestructuras físicas y mentales tuvieron que adaptarse en todo el mundo. Hoy en día, una vida de individualismo radical no es algo fuera de lo común tampoco en el Sur global; en la relación entre el individuo y la variedad de mercancías, esto equivale a escalas cada vez menos humanas y transforma a un creciente número de «desarraigados»13 en perdedores.

El shock desatado por la crisis económica y financiera global de 2008 puso luego el foco en todas partes en los límites de la globalización. Se condonaron sumas inimaginables de capital, cientos de miles perdieron sus puestos de trabajo e innumerables familias, sus casas y departamentos. Más allá de eso, las certezas de la globalización se fueron por la borda, sobre todo aquella según la cual una economía mundial globalizada depara gratificaciones para todo el mundo. La idea de la «globalización del 1%» comienza a entenderse. El mundo está más desgarrado y es más desigual que nunca antes. La consecuencia es la pérdida de aceptación de las condiciones globales imperantes; se buscan nuevos esquemas de interpretación. Ha llegado la hora de concepciones políticas populistas y –de manera paradójica– de una suerte de neonacionalismo globalizado. Mercados abiertos para aumentar las exportaciones propias... cierto, pero los refugiados, aspirantes a asilo y buscadores de trabajo no deseados se quedan afuera, en la puerta, más allá del homeland de la Unión Europea, fortificado al sur de Melilla y Ceuta con murallas y cerco de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan), o más allá del homeland de eeuu al sur de San Diego y El Paso. Aquí la globalización neoliberal también muestra sus límites brutales.

Migración, la estrategia más antigua de reducción de pobreza y riesgo

Pero del modo en que se lo intenta actualmente, no podrá ponerse freno a los movimientos de fuga globales. En toda la historia de la humanidad, los seres humanos siempre migraron para intentar mejor suerte en otra parte. La migración es la estrategia más antigua de reducción de pobreza y riesgo. Ya la Biblia, sobre la cual tomaron juramento los conservadores más duros entre los políticos occidentales, cuenta no una, sino muchísimas historias de migraciones, huidas y asilo capaces de romperles el corazón no solo a los cristianos.

Los habitantes del pequeño continente europeo deberían sentirse especialmente tocados por estas penurias. La expansión colonial e imperialista de Europa, las persecuciones racistas, el Holocausto o las dos guerras mundiales iniciadas por Alemania expulsaron a millones de europeos hacia países lejanos. Sin embargo, el migrante, sobre todo cuando es de sexo masculino, es en Europa una figura aterradora identificada por el color de su piel, por su cultura o, últimamente, por su religión. Si además se le niega un estatus legal que transmita seguridad, aparece como una figura «ilegal» que dispara temores entre los «autóctonos».

En cambio, la migración temporaria o permanente siempre se considera deseable si facilita la fuga de cerebros (brain drain) de jóvenes calificados provenientes del Sur, tolerantes y con particular capacidad de adaptación, hacia las sociedades occidentales envejecidas14. Sin embargo, a falta de suficientes vías de migración legal, en su búsqueda de trabajo, seguridad y futuro, cada vez más personas se ven obligadas a recurrir a la migración irregular, difamatoriamente calificada como «ilegal», en pos de lo cual ponen en riesgo sus propias vidas. Para muchos hombres y mujeres migrantes, esa es la única posibilidad de concretar en forma individual ese «desarrollo humano» que la Organización de las Naciones Unidas (onu) proclama como una de sus principales metas para todas las personas.

Bajo el rótulo de migración mixta (mixed migration), hoy en día se superponen la migración por motivos laborales, la huida y la reunión de familias. Al mismo tiempo, este tipo de migración, que en el futuro quizá se transforme en la regla, coincide con la transformación de la economía local en favor de las relaciones de trabajo desreguladas y flexibilizadas. Por lo tanto, la migración suele ser forzada por «factores push» (de expulsión). Entre ellos se incluye la pérdida de una fuente de ingresos, como consecuencia de la exportación de desempleo proveniente de los países más competitivos del Norte hacia el Sur global, vinculada a la exportación de bienes y servicios. Pero también recae dentro de esta categoría el colapso de los ecosistemas en los países del Sur (principalmente en el Sudeste asiático y en el África subsahariana) provocado por el 20% más rico de la población mundial. El número creciente de «países que fracasan» y los consiguientes conflictos que ese fracaso conlleva contribuyen en no poca medida a la emigración, ya que a muchas personas se les arrebata toda clase de seguridad en la configuración de sus vidas.

La emigración proveniente de regiones desfavorecidas se intensifica en las regiones de inmigración por «factores pull» (de atracción). Porque en las sociedades industrializadas, que se retraen y envejecen, la afluencia de hombres y mujeres migrantes sin protección legal también constituye un instrumento de competencia geoeconómica. De esta manera, el capital inmóvil de muchos países industrializados (en la agricultura, en la construcción y en una serie de ramos de servicios) tiene la posibilidad de instrumentalizar la ilegalidad de los migrantes creada por los regímenes fronterizos de los Estados nacionales como filtro para una oferta flexible de trabajadores frente a una demanda que fluctúa según la coyuntura.

En la economía mundial de organización capitalista, las corrientes migratorias no son entonces de naturaleza pasajera. Permanecerán para equilibrar la demanda pull y la oferta push en los mercados de trabajo globalizados. De ello también se encargan las redes en parte oficiales, en parte criminales, de los intermediarios del mercado laboral, de instituciones, agentes y negociantes de un mercado de migración floreciente, transnacional con especialización regional, que opera en el espacio global y se encarga de que a la globalización del 1% no se le escapen los desarraigados. Por un lado, para frenar la afluencia de los migrantes indeseados se levantan nuevos muros infranqueables y vallas fronterizas. Por otro lado, los que erigen los muros perciben el «bienestar de su nación» amenazado por la emigración de muchos y mucho de lo que en realidad debería permanecer en el país. En la economía globalizada, el bien común de un país exige, por un lado, la apertura a la circulación transnacional de dinero y capitales, sobre todo al aluvión de mercancías y a las transacciones financieras de las instituciones financieras globalizadas. Por otro lado, se requiere un blindaje para proteger de la competencia no deseada a los sujetos de la economía que se definen a través de su nacionalidad. Así que no solamente se crean muros y vallas, sino también megacárceles (tanto en eeuu como en Brasil o Filipinas) o «campos de acogida» para refugiados y migrantes que la ue pretende gestionar en sus fronteras exteriores o, preferentemente, lejos de ellas, como ocurre en África.

Fronteras racionales hacia mundos externos

Tal es el mundo descripto por Jean-Christophe Rufin en su novela distópica Globalia15, un mundo caótico de «no zonas» excluidas y de la zona incluida de los «globalios», es decir, de los ciudadanos occidentales civilizados de la Tierra, incluidos en el sistema, que viven bajo una tranquilizadora cúpula de cristal. A todo esto, en Euroamérica la distopía ya es realidad. En las últimas décadas, la globalización neoliberal se ha convertido en un régimen brutal de inclusión y exclusión. En Globalia, la mitad del mundo se define como una «no zona» de refugiados, aspirantes a asilo, apátridas y pobres necesitados. Ellos son el objeto de la defensa militar. Para los globalios, todos esos excluidos son culpables de su destino o simuladores que se resisten a la racionalidad de las reglas para la «pacificación» de este mundo.

Para que la economía de Globalia funcione, el mundo exterior se establece como la fuente de todos los materiales y energías necesarios y también como el vertedero de todos los desechos, esto es: aguas residuales, aire de salida y personas superfluas (wasted lives)16. De ahí que construir muros sea altamente racional. Permite arrojar al otro lado del cerco todo aquello que pudiera resultar un escollo en la prosecución racional de las metas del comercio: el intento de sacar la máxima ganancia posible17.

Es decir que no son los excluidos, sino los globalios quienes marcan los «límites de la globalización», límites que no deben ser superados por el libre comercio y la desregulación, sino que se consolidan con poder para excluir a los que no pertenecen y no son deseados. Los globalios creen que pueden dar rienda suelta a sus libertades solo dentro de las fronteras trazadas por ellos mismos. De ahí que las vallas fronterizas y la propaganda hostil contra los migrantes, por un lado, y los espacios desregulados para la especulación en los mercados financieros y de mercancías, por el otro, constituyen medidas racionales y no contradicciones. Las libertades neoliberales de mercado y los regímenes duros de fronteras se llevan de maravillas. La globalización neoliberal crea un mundo de parcelas cercadas: es la consecuencia inevitable de la externalización, sin la cual la actuación económica en condiciones capitalistas globalizadas se volvería irracional.

Pero al mismo tiempo, precisamente en virtud de esa misma globalización, se internalizan espacios que alguna vez fueron externos18. Ya no se puede seguir extrayendo de la naturaleza como si fuera el cuerno de la abundancia si ese cuerno debe ser llenado con recursos internos. Por eso, la «racionalidad europea del dominio mundial» (Max Weber) perdería su base de negocio si ya no pudiera seguir saqueando el mundo externo para un mejor funcionamiento del propio sistema y, al mismo tiempo, externalizar todos aquellos elementos que alteran el modo de funcionamiento racional del sistema.

El dinero no une, el dinero divide

Lo que se cuestiona, en definitiva, es la supuesta forma superior de racionalidad en una economía de mercado capitalista: el dinero. Porque el dinero no une, como se afirmaba; el dinero divide y excluye... en cada uno de los países y en todo el mundo. En principio, el dinero es el medio de compra con el cual pueden adquirirse bienes y servicios en el mercado. Sin dinero esto no funciona, y por eso una economía de mercado es siempre una economía monetaria. El dinero otorga además poder económico, peso político, influencia y prestigio social. Cuanto más dinero, más altas las torres babilónicas que se construyen, más codiciosa la actitud de los que ya son ricos, más ostentosa y repugnante la vestimenta... Y más fácil también la adquisición de una visa.

Por lo tanto, el dinero divide en ricos y pobres. Lo que Aristóteles sabía, para Trump y sus seguidores es un hecho reprimido, un fake. El dinero es algo doble, de ahí la doble contabilidad, la máxima creación de la racionalidad europea: un crédito al Banco Central, el tesoro de un soberano o el patrimonio producido por la nación son al mismo tiempo una obligación, una deuda que hay que atender. En cambio, para los desgraciados del 99%, a los que Hillary Clinton compadeció ostensiblemente, pero sin éxito, en la campaña electoral estadounidense en 2016, solo hay monedas. Para ellos, el gran dinero solo existe en forma de deudas, incluso deudas del Estado, cuyo servicio deben pagar para continuar acrecentando el patrimonio monetario del 1%. La doble página contable del dinero se revela entonces como división de clases; del lado del debe, los que pagan los servicios de deuda, y del lado del haber, los propietarios de patrimonio monetario que oyen el tintineo del dinero en la caja.

Pero ¡un momento!, objetarán algunos. Con tasas de interés cero o negativas como las que hay en eeuu y Europa desde hace algunos años, la carga de deuda real se vuelve cada vez más baja y el crecimiento de los patrimonios, negativo. Aquí resuenan en los oídos las quejas por una expropiación de los pequeños ahorristas. Sin embargo, al mismo tiempo hay capital prestado que se desaprovecha, porque a pesar de las tasas de interés en cero, la demanda es insuficiente. ¿Por qué? Evidentemente, porque a pesar de las tasas de interés bajas, las oportunidades de inversión lucrativa resultan insuficientes.

Se ahorra demasiado, dice no solo Ben Bernanke, jefe de la Reserva Federal en los tiempos de George W. Bush y Barack Obama19. Los desequilibrios en las balanzas de pagos en el mercado mundial así lo demuestran. Los superávits como el de Alemania indican que se ahorra demasiado y se invierte demasiado poco, los déficits en eeuu y en otras partes indican lo contrario.¿Puede entonces interpretarse el proteccionismo de Trump como una respuesta a esta afrenta... y como un legítimo llamado a los alemanes para que se decidan de una buena vez por todas a invertir más? Lo cierto es que esta simple pregunta desestima las causas de la economía real que llevan a una falta de rentabilidad o lucro20. La rentabilidad de las nuevas inversiones de capital también es una consecuencia del cambio en la estructura etaria de la población activa en los viejos países industrializados: cuanto más alto el promedio de edad, menor el lucro del capital invertido. A esto se agrega la tendencia a la retracción en el crecimiento de la productividad laboral, que también reduce el rédito de las inversiones reales.

El fatal retorno de lo reprimido

Además, el retorno de lo reprimido que conocemos del psicoanálisis lo experimentamos en la economía globalizada como retorno de lo externalizado. La racionalidad europea en los medios y en los fines exige alcanzar un fin con la menor cantidad posible de medios. Por eso, es racional disponer en forma lo más generosa posible de los medios que la naturaleza ofrece, lo cual, por otra parte, en la historia del capitalismo siempre ha sucedido. Karl Marx caracterizó este fenómeno como la utilización de un «regalo gratuito de la naturaleza»21, y Kant señaló que la superficie esférica del planeta era limitada. Por eso, el desprecio de los límites ecológicos del crecimiento en algún momento se paga.

Por un lado, la naturaleza externa es saqueada de modo devastador; por otro, uno no puede deshacerse así nomás de lo que hay que externalizar, sino que en el planeta limitado eso regresa (generalmente, en otra parte y en otros tiempos), pero incide en el lucro. Como todo el mundo ha reprimido –es decir que ha externalizado– en todo el mundo, la tasa general de rendimiento promedio cae. Pero entonces la economía ya no tiene jugo suficiente como para mantener la tasa de rendimiento y la de crecimiento a niveles que permitan satisfacer las exigencias de los mercados financieros de disparar hacia arriba los réditos. El cuerno externo de la abundancia se vacía, la «fuerza productiva gratuita» ya no puede usarse, o por lo menos su utilización se vuelve costosa.Los grandes beneficiarios en esta situación son los actores de los mercados financieros globales: como consecuencia de las innovaciones financieras desde su desregulación, los réditos en ellos son más elevados que las tasas de rendimiento reales, los intereses reales y las tasas de crecimiento reales, a pesar de las maniobras de los bancos centrales para bajar los tipos de interés. Pero eso va contra la solución keynesiana para las crisis económicas, que en términos sencillos consistía en mejorar en términos comparativos la rentabilidad del capital invertido en la economía real, bajando por otro lado el rédito de las inversiones financieras. De ese modo, para reactivar la economía, Keynes aceptaba la «eutanasia del rentista».

Hoy, en tiempos de mercados financieros desregulados y globalizados, ocurre exactamente lo contrario. La «eutanasia del rentista» tiene que impedirse a toda costa; hay que insuflarle una vida lucrativa bajando todos los costos, eliminando toda regla, prohibición o mandato que constituya un estorbo en el camino, principalmente aplicando una «configuración fiscal favorable a los inversores», con salarios y costos no salariales bajos.

Las vías keynesianas otorgaban más rentabilidad al capital prestado y lo guiaban hacia la economía real, hacia la industria, el comercio o los servicios, donde también se creaban puestos de trabajo. Pero los guardavías neoliberales efectuaron un cambio de vía en ciencia y política. El capital prestado fluye ahora hacia los mercados financieros globalizados para sacar rédito inmediato con inversiones especulativas22. Se especula mucho pero se produce demasiado poco. Los dueños del patrimonio monetario ganan, todos los demás pierden.

En resumen, en las pocas décadas que lleva la globalización neoliberal, la Tierra ha sido convertida en un «planeta del apartheid»23. Pero hoy en día la resistencia no se produce tanto como protesta social y política, sino más bien en el nombre de reclamos nacionales, étnicos y religiosos... y a menudo se sirve del lenguaje del derecho. Tal vez las indignantes condiciones que imperan en la Tierra se toleran porque aún continúa el efecto de la mentada promesa globalizadora, que fue condensándose desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta convertirse en un doble dogma incuestionado que se entiende en todos los idiomas y en todos los círculos culturales: crecimiento y bienestar. Si todos reciben algo –tal la idea que subyace–, no es tan terrible si el incremento en algunos casos es mayor que en otros.

Pero sobre el crecimiento y el bienestar hay mucho para hablar. Primero, las fuentes de crecimiento están agotándose. En los países desarrollados, el crecimiento de la población es regresivo y también el aumento de la productividad está disminuyendo. De ahí que el crecimiento se produzca cada vez más a través del saqueo, de la sobreutilización de los recursos naturales, del cambio desigual en los mercados globales mediante la formación de precios controlada por los consorcios transnacionales y, sobre todo, mediante el sistema financiero global. Evidentemente, esa también es la apuesta del presidente Trump; por algo en su equipo de gobierno hay numerosos representantes de Wall Street, el centro del capitalismo de saqueo salvaje.

Un planeta de la desigualdad

Por eso, no es de extrañar que tras un periodo de crecimiento de varias décadas, la desigualdad se salga de control. Si bien las clases y sus organizaciones continúan luchando en muchos lugares del mundo por la parte que les corresponde en la distribución funcional, tras el «adiós al proletariado» y el descubrimiento de la no clase del «precariado»24 eso ya no tiene tanto interés. Son individuos que quieren aumentar su bienestar en la distribución personal, perdiendo de vista el hecho de que las condiciones de partida para el éxito en la lucha por la distribución también están distribuidas en forma desigual en la humanidad del 99%, porque el éxito termina dependiendo de la posición en la sociedad de clases.

Pero las diferencias verticales de clase –a pesar de la indignante desigualdad socioeconómica– pierden cada vez más su fuerza apelativa; en su lugar, las diferencias étnicas, nacionalistas, raciales, religiosas y otras se exacerban como cualidades especiales frente a los «extraños». Ya hace décadas, Ernest Gellner interpretó el rechazo a los extraños como una formación patológica de resistencia a la entropía, dirigida contra el derrumbe del orden25. Esa resistencia también puede mostrarse como un fenómeno de masas cuando personas alienadas, desposeídas y expropiadas encienden «bombas de anomia»26 en nombre de reclamos nacionales, étnicos y religiosos, y ceden así a la lógica de doble masa cuya fuerza destructiva ya fuera tematizada por Elias Canetti27. Las masas y hordas de acoso descriptas por Canetti se sirven de una lógica binaria de oposiciones nacionalistas, raciales y de otros tipos, y la lógica múltiple del mercado les importa un bledo.

De ahí que –a diferencia de lo que ocurría en la década de 1990– hoy en día la globalización económica ya no se asocia primariamente al bienestar y el crecimiento de la economía mundial, sino a una desigualdad en extremo aumento, más aún, a una división en el mundo que está presente en cada país, entre las clases, los géneros, las etnias, las regiones del mundo. Sea cual fuere la estadística que se mire, el modelo que se aplique, la creciente desigualdad en el mundo es insoslayable y el populismo la instrumentaliza. Esto se produce básicamente a consecuencia del extraordinario aumento de la desigualdad durante los supuestos años maravillosos de la globalización. Todas las promesas que aseguraban que no era más que una anomalía pasajera demostraron ser vacuas. Si la desigualdad no se reduce, sino que, por el contrario, va en constante aumento, todas las perspectivas de alcanzar igual participación en la vida social y en las decisiones políticas de una comunidad democrática se derrumban. Las personas resignadas no querrán erigir, alcanzar ni sostener una sociedad democrática.

A esto se suma la concentración de poder, que aumenta con la desigualdad. Y esto no solo es consecuencia de la concentración de patrimonio e ingresos, que se traduce en poder económico y político. El acceso a todos los recursos, incluso a los de la naturaleza del planeta, está abierto principalmente para aquellos que poseen poder adquisitivo monetario, para todo el resto en medida menor o directamente nula. El dinero divide, como ya lo hemos desarrollado. A esto se agrega que la distribución de los escasos recursos del planeta también se regula en forma cada vez más pronunciada con poder militar. Pero las fuerzas armadas cuestan, y solo los países e individuos ricos pueden darse el lujo de tenerlas.

La desigualdad se convierte en un escándalo público, porque por primera vez en la historia de la humanidad todos los ciudadanos del planeta saben de la existencia de los otros, en el norte y en el sur, en el este y el oeste. Y han aprendido a comparar sus estándares y modos de vida. Para sacar sus conclusiones recurren no solo a los medios, sino también a organizaciones internacionales e instituciones educativas.

Las personas aprenden: el bienestar de los unos tiene como consecuencia el malestar de los otros, 1% de los más ricos en el mundo y 99% de pobres e indigentes son las dos caras de la misma globalización. Así vuelve a confirmarse una vez más la dialéctica de desarrollo y subdesarrollo, de riqueza y pobreza, de influencia y falta de influencia, o bien –para expresarlo en términos modernos– de inclusión y exclusión en un planeta (demasiado) pequeño.

Su naturaleza no alcanza para obedecer el mandato de la racionalidad europea de dominar el mundo y, al mismo tiempo, «abrazar a millones» en forma amistosa y pacífica, como en la oda de Beethoven. Poner en práctica el mandato de la democratización al mismo tiempo para todas las personas y hacer participar a los casi 8.000 millones de personas del modo de vida del 1% de privilegiados se revela como algo teóricamente impracticable e históricamente imposible. Por lo tanto, tenemos que seguir hablando de las limitaciones físicas, económicas, políticas y mentales de la globalización. Porque la desigualdad flagrante sigue siendo el máximo escándalo en la Tierra. A nuestro limitado planeta no podemos cambiarlo, así que tenemos que empezar de una buena vez por todas a poner los modos de producción y de vida en armonía con los medios de subsistencia naturales que hay en él.

  • 1. Birgit Mahnkopf: es investigadora en Ciencias Sociales y docente de Política Social Europea en la Escuela Superior de Ciencias Económicas y Derecho (hwr) de Berlín.Elmar Altvater: es economista y sociólogo. Fue profesor del departamento de Ciencias Políticas en la Universidad Libre de Berlín. Ha publicado numerosos libros sobre la evolución del capitalismo, la teoría del Estado, la política de desarrollo y la relación entre economía y política.Palabras claves: 1%, capitalismo, desigualdad, globalización, migración.Nota: la versión original de este artículo en alemán se publicó en Blätter für deutsche und internationale Politik No 5/2017, con el título «Der begrenzte Planet und die Globalisierung des einen Prozent». Traducción de Alejandra Obermeier.. V. la primera edición, publicada hace más de 20 años, de E. Altvater y B. Mahnkopf: Grenzen der Globalisierung. Ökonomie, Politik und Ökologie in der Weltgesellschaft, Westfälisches Dampfboot, Münster, 1996. [Hay edición en español: Las limitaciones de la globalización. Economía, política y ecología de la globalización, Siglo xxi, Ciudad de México, 2002].
  • 2. Ver E. Altvater y B. Mahnkopf: La globalización de la inseguridad. Trabajo en negro, dinero sucio y política informal, Paidós, Buenos Aires, 2008.
  • 3. Oxfam: «Una economía para el 99%», Oxfam Internacional, 1/2017; Oxfam: «Riqueza: tenerlo todo y querer más», Oxfam Internacional, 1/2015.
  • 4. Ver John Feffer: «Donald Trump Against the World: The Birth of a New National World Order» en TomDispatch.com, 24/1/2017.
  • 5. Thomas Friedman: La tierra es plana: breve historia del mundo globalizado del siglo xxi, Martínez Roca, Madrid, 2006.
  • 6. Jean Comaroff y John Comaroff: Teorías desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África, Siglo xxi, Buenos Aires, 2013.
  • 7. Ver Ruben Andersson: Illegality, Inc.: Clandestine Migration and the Business of Bordering Europe, University of California Press, Berkeley, 2014.
  • 8. Un panorama resumido de la historia del concepto de globalización se encuentra en el informe de la Comisión del Parlamento Alemán «Globalisierung der Weltwirtschaft», Opladen, 2002.
  • 9. Esta conclusión entró en los estudios del Club de Roma sobre los límites del crecimiento. Ver Dennis Meadows, Donella Meadows, Erich Zahn y Peter Millinger: Los límites del crecimiento. Informe al Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1972.
  • 10. Jean-Michel Quatrepoint: «Fahnder im Dienst des Imperiums» en Le Monde diplomatique, edición alemana, 1/2017.
  • 11. Vladímir Ilich Lenin: El imperialismo como fase superior del capitalismo [1916], Debarris, Barcelona, 2008.
  • 12. Ver Richard Heinberg: Peak Everything: Waking Up in the Century of Declines, New Society Publishers, Gabriola Island, 2010; E. Altvater: Das Ende des Kapitalismus, wie wir ihn kennen, Westfälisches Dampfboot, Münster, 2005; B. Mahnkopf: «Peak Everthing – Peak Capitalism? Folgen der sozial-ökologischen Krise für die Dynamik des historischen Kapitalismus», documento de trabajo Nº 02/2013, Kolleg / Postwachstum Gesellschaften, Universidad de Jena.
  • 13. Simone Weil: Die Verwurzelung. Vorspiel zu einer Erklärung der Pflichten dem Menschen gegenüber [1949], Diaphanes, Zúrich, 2011.
  • 14. Al menos esto era así hasta hace poco, cuando al prohibir la entrada al país de personas oriundas de la mayoría de los países musulmanes, Trump perdió de vista el concepto de empleo de Apple, Facebook, Google o incluso de Wall Street.
  • 15. J.-C. Rufin: Globalia, Anagrama, Barcelona, 2005.
  • 16. Zygmunt Bauman: Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Paidós, Barcelona, 2005.
  • 17. Sobre la externalización, hay una cantidad de bibliografía inabarcable. V. el estudio temprano de la década de 1940 de K. William Kapp: Volkswirtschaftliche Kosten der Privatwirtschaft, Mohr, Tubingia, 1959; tb., Stephan Lessenich: Neben uns die Sintflut. Die Externalisierungsgesellschaft und ihr Preis, Carl Hanser, Berlín, 2016.
  • 18. Espacios externos en el sentido de espacios funcionales. V. al respecto E. Altvater y B. Mahnkopf: Grenzen der Globalisierung, cit., p. 139 y s.
  • 19. B. Bernanke: «Why Are Interest Rates So Low?» en Brookings, 30/3/2015.
  • 20. Utilizamos ambos conceptos como sinónimos.
  • 21. K. Marx: El capital, tomo 1, Siglo xxi, Ciudad de México, 2007.
  • 22. En Grenzen der Globalisierung se describen extensamente el cambio de dirección de los procesos económicos por la vía keynesiana y la monetaria y sus consecuencias, al igual que la situación revelada por Thomas Piketty de que las tasas de rendimiento del capital (r) son mayores que las tasas de crecimiento económico (g): r > g. E. Altvater y B. Mahnkopf: Grenzen der Globalisierung, cit., p. 160 y ss., sobre todo p. 168.
  • 23. Naomi Klein: «How War Was Turned into a Brand» en The Guardian, 16/6/2007.
  • 24. André Gorz: Adiós al proletariado. (Más allá del socialismo), El Viejo Topo, Barcelona, 1981.
  • 25. E. Gellner: Nationalismus und Moderne, Rotbuch, Berlín, 1991.
  • 26. Jean y John Comaroff: ob. cit., p. 155.
  • 27. E. Canetti: Masa y poder, Muchnik, Barcelona, 1981.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 271, Septiembre - Octubre 2017, ISSN: 0251-3552


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