Opinión
octubre 2023

Argentina frena (por ahora) a la extrema derecha

El resultado de la primera vuelta electoral muestra una remontada del peronismo y abre un nuevo escenario rumbo a la segunda vuelta del 19 de noviembre, que será entre el peronista Sergio Massa y el libertario Javier Milei. Algunas de las razones del vuelco del electorado.

<p>Argentina frena (por ahora) a la extrema derecha</p>

Argentina activó el freno. Tras una ola opositora que, en las primarias del 13 de agosto pasado, le pasó por encima al peronismo gobernante y puso al libertario de extrema derecha Javier Milei a las puertas de la Casa Rosada, el electorado pareció reaccionar ante lo que parecía un salto al vacío. Entre las PASO –primarias abiertas, simultáneas y obligatorias– y las elecciones de este 22 de octubre, la posibilidad de triunfo del candidato libertario encendió todas las alarmas, y esa sensación le permitió recuperar terreno a un peronismo que consiguió el milagro que esperaba sin demasiada convicción. Salvo en el caso del propio Sergio Massa, un político con una excepcional voluntad de poder.

Massa obtuvo un inesperado 36,6%; Milei, de La Libertad Avanza (LLA), se estancó en 30%; y Patricia Bullrich, de la alianza de centroderecha Juntos por el Cambio (JxC), se derrumbó a 23,8%.

El hecho de que Massa, siendo el ministro de Economía del actual gobierno peronista, que acarrea una inflación de más de 120% anual y fortísimas escaladas del dólar, haya obtenido este resultado podría parecer extraño. Pero el candidato aprovechó su cargo para tomar una serie de medidas –llamadas despectivamente por algunos medios «plan platita»– que incluyeron la eliminación del impuesto a las ganancias a los salarios y varios paliativos a la crisis social que vive el país. Además, en una campaña caracterizada por las invectivas soeces de Milei y una Patricia Bullrich que tras la primaria no encontró un eje, Massa apareció como el «adulto en la habitación». Mientras que Milei intentaba aterrizar, de manera caótica, su utopía «anarcocapitalista» en un proyecto gubernamental, el apoyo a Massa terminó siendo una especie de voto defensivo de una parte de la sociedad. Milei se enredó incluso con su propuesta más efectista –la dolarización– y se juntó con lo peor de la «casta» que decía combatir, como el sindicalismo filomafioso del dirigente gastronómico Luis Barrionuevo.

Massa se mostró como presidenciable y apeló a su proverbial pragmatismo: logró contener el voto de izquierda, parte del cual en las primarias fue al dirigente social Juan Grabois, y mantener su alianza con Cristina Fernández de Kirchner, pero también se volvió el instrumento para frenar a Milei, sobre todo ante el peligro de que este ganara en primera vuelta. Incluso votantes tradicionales de la izquierda trotskista decidieron «taparse la nariz» y votar por el ministro de Economía.

Ministro y candidato, Massa hizo gala de su astucia política para presentarse como alguien que «agarró el fierro caliente cuando nadie quería hacerlo» y como el hombre que, pese a todo, «frenó el estallido». En ese mismo sentido, logró instalar, al menos en su discurso, que los diversos males que aquejan a la economía argentina actual se derivan de las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), debido al endeudamiento bajo el gobierno de Mauricio Macri, y de los intentos desestabilizadores de la oposición de derecha. Al mismo tiempo, logró despegarse del kirchnerismo, mostrando que como presidente no será el mismo que como ministro de un gobierno peronista caotizado por las peleas entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Fernández de Kirchner. Además, Massa estableció una alianza sólida con el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, quien logró su reelección en un territorio clave para el peronismo.

Massa asumió una campaña en la que se ubicó a sí mismo como el único político capaz de administrar el Estado argentino. El actual ministro de Economía se calzó, en definitiva, el traje que mejor le queda: el de un hombre de la clase política capaz de moverse pragmáticamente por distintos ámbitos, incluso el del establishment, y de ofrecer diálogos en diversas direcciones. A fin de cuentas, como el representante de la «casta» política tan denostada por Milei. 

En los debates presidenciales, transmitidos simultáneamente por distintas cadenas de televisión, Massa enfrentó a sus rivales con un discurso que destacaba la necesidad de avanzar en una nueva etapa política, sin destruir las conquistas de los 40 años de democracia que se cumplen en diciembre próximo. Frente a las posiciones más ideologizadas del kirchnerismo, que han hecho y hacen gala del «enfrentamiento con la derecha» y de una permanente conjura del «fascismo», Massa utilizó un discurso que, según sus propias palabras, se basaba en evitar «la bronca y el odio». Frente a Milei y Bullrich, ofreció propuestas concretas en distintas materias y evidenció que la suya será, en distintos ámbitos, una política «centrada». Frente a la derecha de Milei y Bullrich, trató de aparecer como una suerte de extremo centro y llamó a un «gobierno de unidad nacional» con «todos», incluidos la centroderecha y los libertarios. Al mismo tiempo, su campaña se basó en el poder territorial del peronismo que, tras ser sorprendido por Milei en las PASO, activó todos los resortes de su poder local. No hay que olvidar que, para las primarias, el peronismo potenció de diversas formas a Milei para debilitar a la coalición JxC, a la que consideraba más difícil de vencer en una segunda vuelta. Al final, esta estrategia podría funcionar.

Mientras que la oposición de Milei y Bullrich proyectaba una visión fuertemente decadentista del país, Massa centró su campaña en un mensaje positivo y en la idea de que «no somos un país de mierda». Para reducir a Milei, afirmó que la propuesta estrella del candidato libertario (la dolarización) solo se aplicó en tres países: Zimbawe, El Salvador y Ecuador -este último inmerso hoy en una profunda crisis-. Y para contrarrestar los ataques de Bullrich, que fue muy dura espetándole que había «duplicado el índice de inflación», el candidato peronista planteó que la propuesta de desdoblamiento monetario de la candidata de centroderecha parecía «copiada de Venezuela y Cuba», dos países con los que la derecha, lógicamente, relaciona tradicionalmente al kirchnerismo.

Otro de los aspectos claves de la campaña de Massa fue la forma en que se mostró de cara a la sociedad. El peronismo, incluso el de matriz progresista, presentó a Massa como un «hombre normal» frente a la «locura» de Milei. Esa idea de «normalidad» se combinó con la defensa del Estado frente al «anarcocapitalismo» de la ley de la selva de Milei. Massa, pese a su propio papel como ministro y contra todo pronóstico, logró volver convincente su discurso de «previsibilidad».

Tras su victoria en las primarias, Milei no pudo aprovechar el envión para generar una ola imparable. Los propios libertarios pensaban que estaban cerca de un triunfo en primera vuelta (con 40% y diez puntos de diferencia sobre el segundo). Pero, de a poco, su perfil extravagante le fue pasando factura. Sus frases célebres, como «Entre la mafia y el Estado prefiero a la mafia. La mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite»; sus posiciones contra la educación pública, así como su idea de que debería haber un mercado de órganos humanos o su posición en favor de la libre portación de armas, comenzaron a perforar su blindaje. Lo mismo sucedió con su negacionismo del terrorismo de Estado durante la dictadura, en contra del consenso democrático vigente en el país.

A Milei, sin embargo, no lo afectaron solo sus propias declaraciones –muchas de las cuales eran previas a la campaña electoral–, sino también la de algunos otros personajes de su círculo cercano. Por ejemplo, la candidata a diputada Lilia Lemoine dijo que su primer proyecto sería una ley para permitir a los varones renunciar a la paternidad, ya que las mujeres, con la aprobación del aborto en Argentina en 2020, tienen «privilegio de [poder] matar a sus hijos» y renunciar a ser madres. Y uno de los consejeros de Milei, Alberto Benegas Lynch, propuso suspender las relaciones diplomáticas con el Vaticano mientras Francisco siga siendo papa.

Hace algunos años, el propio Milei consideró al papa como «el representante del Maligno en la Tierra». «Habría que informarle al imbécil que está en Roma que la envidia, que es la base de la justicia social, es un pecado capital», dijo, a los gritos, en un programa de televisión. Y luego sentenció: «Los Estados son una invención del Maligno». Aunque las declaraciones se produjeron en 2020, se viralizaron tras la victoria del libertario en las PASO. La respuesta no se hizo esperar y llegó de la mano de la propia Iglesia católica, cuando un grupo de «curas villeros» (curas de barrios populares) organizaron una masiva misa de desagravio. La gran pregunta es cuál sería, en un eventual gobierno de Milei, su relación con el papa argentino, que nunca visitó su país tras su nombramiento en 2013 y dijo querer hacerlo en 2024. Lo que sí está claro es la opinión del papa, quien solo unos días antes de la elección presidencial argentina afirmó sin mencionar al destinatario: «Les tengo mucho miedo a los flautistas de Hamelin… el Mesías es uno solo que nos salvó a todos. Los demás son todos payasos del mesianismo». Massa anunció, en su discurso postelectoral, que buscará que Francisco visite el país el año próximo. Quizás hoy Milei se pregunte, como Stalin alguna vez, ¿cuántas divisiones tiene el papa?

La idea de Milei del Estado como mal absoluto a veces tomó un carácter oscuro, como cuando dijo en televisión, ya siendo diputado: «El Estado es un pedófilo en un jardín de infantes, con los nenes encadenados y bañados en vaselina». De hecho, su estabilidad psicológica fue una variable en esta elección. La propia elite económica desconfía de él –en parte porque en caso de ganar será minoritario en el Congreso y no tiene equipos serios de gobierno– y la revista liberal The Economist lo consideró un peligro para la democracia argentina. 

En este contexto, el apoyo de Jair Bolsonaro no le aportó, sin duda, respetabilidad. El candidato libertario no dejó nada sin hacer en esta elección. No solo criticó a la casta, sino que se enfrentó a los grandes medios y consideró «ensobrados» (sobornados) a varios de sus periodistas. Además, criticó sin piedad a Bullrich, la candidata apoyada por gran parte del establishment y a quien él mismo elogiaba poco tiempo antes. La llamó «montonera asesina» por su militancia en el peronismo revolucionario de los años 70. Negacionista del cambio climático y admirador de Donald Trump y del partido ultra español Vox, y con una motosierra como símbolo de campaña, Milei encarnó lo que el estadounidense Jeffrey Tucker llama «libertarismo brutalista», con un proyecto y una puesta en escena que han atraído a muchos votantes (su 30% era inimaginable hace unos meses) pero también ha, asustado a demasiada gente, que votó para evitar su victoria.

JxC tendrá, pese a su declive en las presidenciales, un gran número de gobernadores provinciales. Pero muchos de ellos pertenecen a la Unión Cívica Radical (UCR), una fuerza política histórica que integra JxC pero cuya relación con el partido de Mauricio Macri -Propuesta Republicana (PRO)- no ha estado exenta de tensiones. Con la derrota electoral de Bullrich, se abre la pregunta sobre la continuidad de esta coalición. Milei ha logrado dar el sorpasso –al menos en esta contienda electoral– y algunos de los que integran JxC podrían tomar otras direcciones. ¿Se sumarán dirigentes radicales al «gobierno de unidad nacional» que propone el candidato peronista? Las incógnitas se irán despejando en los próximos días.

Se abre ahora un nuevo escenario: Massa buscará aprovechar el cambio de expectativas para darle un impulso decisivo a su campaña y deberá atraer a votantes de centro y centroderecha, y también a los del peronista disidente Juan Schiaretti, que obtuvo casi 7%. Milei, por su parte, buscará atraer los votos de Bullrich para lograr, en sus palabras, la «revolución liberal». Tras los resultados, el libertario desplazó sus ataques al kirchnerismo y tácitamente llamó a Bullrich y a su sector a una alianza, tratando de suturar heridas. El escenario es abierto, aunque la cancha se inclinó este 22 de octubre en favor de Massa.


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