Opinión
junio 2019

Resaca derechista: lecciones para México

Si algo enseñan las experiencias de la «marea rosa» en América Latina es la resiliencia del neoliberalismo y el amplio repertorio de estrategias que pueden desplegarse contra un gobierno progresista. ¿Podría pasar lo mismo en el México de López Obrador? ¿Qué rasgos de la oposición a los gobiernos progresistas latinoamericanos encontramos hoy en México?

Resaca derechista: lecciones para México

Recientemente, el analista mexicano Javier Tello retomó en un interesante texto en la revista Nexos una serie de ensayos sobre los errores de la «marea rosa», poniendo énfasis en lo que llama «las ventajas políticas del atraso». Con ello, Tello se refería a los beneficios que la tardía llegada de la izquierda al poder en México puede brindar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), permitiéndole aprender de la experiencia de los proyectos progresistas que lo antecedieron en la región y trazar así una ruta de riesgos.

En este texto me propongo continuar la construcción de esa ruta para el gobierno de López Obrador, pero cambiando el foco hacia lo que Tello llama «la resaca derechista», específicamente, a las estrategias de la derecha latinoamericana que contribuyeron a su regreso al poder.

¿Qué rasgos de la oposición a los gobiernos progresistas latinoamericanos encontramos hoy en México? Encuentro dos similitudes y un riesgo compartido sobre el que, dada la trayectoria de AMLO, es necesario advertir: la estrategia de refugio en la sociedad civil de los adversarios del gobierno, la lógica «destituyente» que vertebra las manifestaciones opositoras y, finalmente, la politización de la justicia.

El refugio de la sociedad civil

La supervivencia de la derecha en América Latina durante la «marea rosa» no hubiera sido posible sin la aplicación de un modelo de política que puso énfasis en la creación y fortalecimiento de redes de organizaciones en la sociedad civil, entre las que destacaron los think tanks de orientación neoliberal. Este «modelo think tank» de política, como lo denominan Karin Fischer y Dieter Plehwe, adquirió especial relevancia en los momentos de fracaso electoral, pues permitió que los líderes políticos de la oposición que se encontraron huérfanos de cargos públicos encontraran refugio en la sociedad civil, donde se dedicaron a reclutar y capacitar personal con miras al futuro.

Un ejemplo de este proceso es Chile, en donde un buen número de posiciones en los gobiernos de Sebastián Piñera han sido ocupadas por políticos que provienen de organizaciones civiles y think tanks neoliberales, entre los que destacan el Instituto Libertad y Desarrollo, la Fundación para el Progreso y la Fundación Avanza Chile, creada por el propio Piñera al terminar su primer mandato para fungir como oposición al gobierno de Michelle Bachelet y preparar su vuelta a La Moneda.

En México, existe desde hace tiempo una deriva oligárquica de la sociedad civil mexicana, en la que un grupo de ONGs vinculadas al poder político y económico han actuado como sus portavoces. Desde que AMLO se refirió a estas organizaciones con el mote de «sociedad civil fifí», quedó claro que desempeñarían un papel protagónico dentro de la oposición a su gobierno. Sin embargo, existen indicios adicionales que permiten establecer paralelismos entre lo que ocurre en México y el «modelo think tank» de la derecha latinoamericana, entre los que destacan la labor como articuladoras de la crítica al lopezobradorismo que han desempeñado algunas organizaciones civiles (como, por ejemplo, las financiadas por el empresario Claudio X. González) con mucho más éxito que los partidos políticos de oposición; el nombramiento del director del think tank Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) como nueva cabeza de Reforma, uno de los diarios con una línea editorial más crítica con el gobierno de AMLO; y el repentino interés de los partidos de oposición por la sociedad civil, manifiesto en un reciente foro convocado por el Senado en el que el exsecretario de Gobernación del gobierno de Enrique Peña Nieto trató de presentarse como el nuevo campeón del asociacionismo mexicano.

Hoy resulta difícil pensar en un político militante de un partido que pueda abanderar un frente exitoso contra el lopezobradorismo; los intentos de crear a un Macri, un Piñera o un Bolsonaro mexicano vendrán de la sociedad civil.

La lógica destituyente

Dos manifestaciones relevantes se han realizado contra el gobierno de López Obrador: la que se llevó a cabo el 11 de noviembre del año pasado —aún durante el periodo de transición— y la que tuvo lugar el pasado 5 de mayo. Ambas estuvieron animadas por lo que en la Argentina de los Kirchner se bautizó como «lógica destituyente».

Salvo la marcha de noviembre, en la que ocupó un lugar destacado la protesta ante la decisión de cancelar la construcción de un aeropuerto, los reclamos de quienes se han manifestado contra AMLO no se han centrado en las políticas públicas de su administración sino en la figura misma del presidente. El problema de raíz de los inconformes no parece ser esta o aquella decisión de AMLO sino el propio hecho de que ocupe la presidencia. El periodista Ricardo Raphael llamó al acto del 5 de mayo «la marcha de la destitución presidencial», subrayando lo inaudito de que antes de cumplir seis meses de gestión, los opositores de AMLO —entre ellos dos expresidentes— exigieran su renuncia.

Como ha señalado Ludolfo Paramio, movilizaciones con demandas similares han aparecido en América Latina con cierta frecuencia. Algunas han sido exitosas: las que terminaron con los gobiernos de Fernando de la Rúa en Argentina (2001) y de Lucio Gutiérrez en Ecuador (2005), por ejemplo. De igual modo, tuvieron un rol fundamental en la oposición a Cristina Fernández o Dilma Rousseff. En todos estos casos, los contingentes que salieron a la calle pertenecían, al menos en términos de identificación, a la clase media: un grupo social tradicionalmente asociado con la estabilidad política, pero que en América Latina tiene una historia vinculada a lo contrario.

El problema de esta «lógica destituyente» es que, aunque no esté respaldada por una mayoría ni se construya a partir de un delito o falta grave del presidente —como es el caso de México— puede abrir la puerta a que un actor busque constituirse como un poder por encima de las instituciones democráticamente electas, poniendo en entredicho la legitimidad de un gobierno favorecido por 53% de los votantes. Con ello, el espectro de los «poderes fácticos» habría vuelto a la política mexicana, si es que alguna vez la abandonó.

El riesgo de politización de la justicia

En la trayectoria de López Obrador ocupa un lugar aparte el episodio en el que, como jefe de gobierno de la Ciudad de México, fue sometido a un proceso de desafuero para impedir su candidatura presidencial en 2006. El incidente llama la atención sobre la tercera lección de la «resaca derechista» latinoamericana para México: el riesgo de politización de la justicia. Como explica Gaspard Estrada, la administración de la justicia con fines partidistas en la región es un hecho indiscutible. La muestra más notoria de este fenómeno, que en un momento de profundización de la polarización política se vuelve más preocupante, son los procesos que culminaron con el encarcelamiento de Lula y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil: el primero fue víctima de una campaña de persecución política, mediática y judicial para evitar su participación en las elecciones, mientras que la segunda fue destituida sin haber incurrido en ningún delito sino en una maniobra de contabilidad.

Con un parlamento dominado por el partido del presidente López Obrador, es una buena noticia para la salud democrática de México que el Poder Judicial actúe como un contrapeso al gobierno. Empero, resulta llamativo la reciente llegada de diversos cuadros del gobierno de Enrique Peña Nieto a las áreas de comunicación y administración tanto de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como del órgano de gobierno del Poder Judicial, el Consejo de la Judicatura. ¿Desde ahí también busca reconstruirse la oposición?

¿Podría pasar aquí?

Hoy la oposición a López Obrador no existe: lo que hay es una reacción difusa e inconexa que no está siendo articulada por los partidos políticos. Sin embargo, sería ingenuo pensar que el germen de un futuro proyecto derechista para México no crece ya en otros lugares y con otros ropajes.

Si algo enseñan las experiencias de la «marea rosa» en América Latina es la resiliencia del neoliberalismo y el amplio repertorio de estrategias que pueden desplegarse contra un gobierno progresista. ¿Podría pasar lo mismo aquí? La victoria electoral de 2018 no debe convertirse en una hibris que nos impida prever ese riesgo.



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