Amazonia, Amazonias
Tensiones territoriales actuales
Nueva Sociedad 272 / Noviembre - Diciembre 2017
La Amazonia es la periferia de la periferia. Hasta los años 60, las distintas incursiones capitalistas moderno-coloniales en la región fueron discontinuas en tiempo y espacio. Pero hoy asistimos a una profunda reconfiguración geográfica regional, continental y global, y a un nuevo «megaproyecto de megaproyectos» para la Amazonia, notables sobre todo por el cambio de escala que representan. Así, este territorio se ve involucrado en una dinámica ideada para integrar al subcontinente en el mercado global a través de un rediseño geográfico de gran magnitud.
Nota: traducción del portugués de Cristian De Napoli.
En los días de un capitalismo que vuelve a echar mano de una de sus estrategias principales de superación de crisis –la expansión espacial–, la Amazonia cobra una relevancia particular no solo para los pueblos que la habitan, sino para todo el planeta y la humanidad. Ante esto, es necesario recuperar las implicaciones geográficas que la región amazónica nos impone y que suelen quedar relegadas cuando, en los términos del capitalismo, se habla poniendo el énfasis en cuestiones tales como los «recursos» explotables o las distancias, todo ello evaluado en su dimensión monetaria y cuantitativa –lo cual, como se sabe, significa una abstracción de las cualidades materiales de la región–.
En el caso específico de la Amazonia, ese relegamiento se da por su condición de región periférica dentro de países a su vez periféricos en el sistema-mundo capitalista moderno y colonial. Los bloques históricos de poder amazónicos son, en definitiva, bloques de poder dependientes en el interior de los países que ejercen su soberanía en la región –Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela y Surinam–, todos ellos periféricos en el marco del sistema-mundo. Por lo tanto, la colonialidad del poder y del saber se impone en el análisis, lo que lleva al predominio de una visión de la Amazonia que es más bien una visión sobre, no una visión de, la región y sus pueblos y grupos/clases sociales, sobre todo de sus grupos/clases sociales en situación de subalternización. Y una visión que se presta a ser calificada como eeuurocéntrica –si se me permite el neologismo–, habida cuenta de su lugar de origen, lejos de los países que ejercen formalmente la soberanía sobre la región.
En función de lo expuesto hasta aquí, la Amazonia tiende a ser vista como «naturaleza», «reserva de recursos», «fuente inagotable» o incluso «vacío demográfico», ideas que acaban siendo asumidas por las clases dominantes nacionales en sus relaciones de integración subordinada o «servidumbre voluntaria» (Étienne de La Boétie) respecto de los centros dinámicos del capitalismo. Esa visión ignora la complejidad geográfica de la región, que nos remite a un tiempo ancestral y nos lleva a considerar el planteo del geógrafo Milton Santos, según el cual «el espacio geográfico es una acumulación desigual de tiempos». A fin de cuentas, unos 12.000 años atrás, antes del Holoceno, la enorme extensión selvática que tanto llama la atención en los debates sobre la región no ocupaba el área que hoy ocupa.
12.000 años atrás, en efecto, la mayor parte de la región estaba cubierta de extensas sabanas, con un clima mucho más seco que el actual, producto del último periodo glaciar (glaciación Würm), en el que los casquetes polares alcanzaban las latitudes de París y Nueva York en el hemisferio norte. Entonces, con tanta agua retenida en forma de hielo, mucha menos agua circulaba en el atmósfera y menos se precipitaba bajo la forma de lluvias en las regiones tropicales o ecuatoriales, lo que limitaba la formación de selvas en esas zonas. Con todo, poseemos registros de presencia humana activa hace unos 19.000 años en la tradición cultural Chiribiquete, en lo que hoy es la Amazonia colombiana, y de unos 11.200 años atrás en el sitio de Piedra Pintada en Monte Alegre, actual Amazonia brasileña. Esto significa que la región se pobló antes de que la selva ocupara su área actual, lo que nos obliga a superar la dicotomía hombre/naturaleza, una de las dicotomías fundantes del pensamiento científico hegemónico.
Por lo demás, en días de la llegada de los invasores coloniales había cerca de 3.500.000 hombres y mujeres habitando la región. Y, tal como nos enseñan Humberto Maturana y Francisco Varela, no hay vida sin conocimiento: esos pueblos sabían/saben cazar, sabían/saben cosechar, sabían/saben pescar, sabían/saben plantar (agricultura, sobre todo en los esteros y llanuras inundables), sabían/saben curar(se) (manejando varias medicinas), sabían/saben edificar (casas de arquitectura variada), sabían/saben pintar(se) (varias artes). En suma, sabían/saben. Las áreas hoy reconocidas como de mayor biodiversidad en toda la Amazonia son las áreas ancestralmente habitadas. Para esos pueblos, la naturaleza nunca fue algo intangible, en contra de lo señalado recientemente por el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linera en Bolivia, que para justificar la expansión vial para el desarrollo y la exploración de «recursos naturales» en territorios habitados por chimanes, mojeños, yucararés y trinitarios en torno de los ríos Isiboro y Sécure acusó a estos pueblos de querer que la zona se mantuviera como «área intangible».
El metabolismo de la selva es altamente productivo habida cuenta de que, de las 500 a 700 toneladas de biomasa que suele haber en promedio en cada hectárea de la Amazonia, entre 8% y 10% se recicla a lo largo del año y brinda así una productividad biológica primaria que ronda entre 40 y 70 toneladas de biomasa por hectárea y por año, un volumen que no tiene igual en ninguna otra región del planeta.
La enorme incidencia solar característica de la franja ecuatorial y la gran disponibilidad de agua –sobre todo, tras el repliegue de la glaciación Würm– hacen posible esa elevadísima productividad biológica primaria, aun en suelos que la ciencia convencional considera pobres en nitrógeno, fósforo y potasio (n-p-k). Tal caracterización de los suelos amazónicos como pobres es otra expresión del desconocimiento derivado de la colonialidad del saber y el poder, que ignora que la gran vitalidad propia de la fauna y flora amazónicas proviene del humus que la selva le ofrece al suelo.
De ese modo, la selva vive de sí misma, y una visión cartesiana no logra captar la complejidad de la relación sol-suelo-agua-selva. Todo tiende a visualizarse en términos de una deforestación epistemológica previa a la deforestación ecológica, que deja en la ignorancia la relación suelo-selva, en la medida en que ya se accede a la región queriendo deforestarla para que sea pastura ganadera, tierra de monocultivo, zona de industria forestal o yacimiento de carbón vegetal. Decir que los suelos amazónicos son pobres porque no tienen n-p-k y porque sin la selva se aceleran los procesos de laterización y lixiviación del suelo solo tiene sentido desde una ciencia que no llega a ver que existe un complejo metabolismo sol-suelo-agua-selva y que esa es la razón de la vitalidad de la región, la misma que sus pueblos supieron aprovechar durante miles de años.
A fin de cuentas, en la selva se desarrollaron más de 200 etnias, pueblos y nacionalidades que supieron/saben vivir de esa productividad generadora de condiciones de autonomía para grupos pequeños, lo que en cierto modo ayuda a comprender la ausencia de imperios en la región. Después de todo, siempre ha sido/es posible ser libre fundando una ocupación algunos kilómetros más adelante. En la Amazonia brasileña, sobre todo en los estados de Pará, Amapá y Maranhão, fueron muchos los territorios quilombolas donde los negros buscaron ser libres huyendo de la esclavitud. Uno de los intelectuales amazónicos más lúcidos, José Veríssimo (1857-1916), afirmó que el capitalismo encontraba dificultades para afirmarse en la Amazonia en virtud de que allí siempre se puede ser libre, tanta es la riqueza provista por la selva en cada hectárea de suelo y en sus ríos llenos de peces. La Amazonia está lejos de ser un «vacío demográfico», idea derivada de un pensamiento colonizador que, al juzgar la tierra vacía, la interpreta como tierra de nadie y de ese modo se siente con derecho a ocuparla. No es de sorprender, entonces, que exista tanta violencia en la Amazonia, desde el momento en que ese pensamiento se topa con la realidad de que debajo de la mata vive mucha gente, y no es gente que acaba de llegar.
Los dilemas actuales
Hasta la década de 1960, las distintas incursiones capitalistas moderno-coloniales en la Amazonia fueron discontinuas en tiempo y espacio y configuraron frentes de expansión/invasión localizados. Prevalecían hasta entonces múltiples prácticas culturales conformadas durante milenios sobre la base de un metabolismo de altísima productividad biológica. Téngase en cuenta que, desde la llegada de los invasores europeos hasta los años 60, primó lo que los historiadores llamaron el «ciclo de las drogas do sertão», en el que cientos de productos del suelo conformaron el conjunto de las exportaciones, en un sistema en el que ninguno de esos productos solía superar el 3% del total exportado, excepción hecha del periodo 1870-1920, cuando el caucho se impuso rotundamente. La energía solar comandaba todo el ciclo de vida, incluso con la evapotranspiración de la selva, que redistribuía el agua a través de sus «ríos voladores». Pero en los años 60 una nueva configuración sociogeográfica comenzaría a imponerse y a contraponerse a aquel patrón de ocupación histórico-ancestral.
La Amazonia pasó entonces a vivir la tensión de territorialidades derivada de dos patrones sociogeográficos en conflicto: el patrón que se había organizado ancestral e históricamente en torno de los ríos/las várzeas/la selva y el «máximo control de pisos ecológicos» del mundo andino-amazónico (John Murra), subordinado ahora a otro patrón montado en torno de las carreteras/la tierra firme, dispuesto a explorar suelos y subsuelos, a destruir bosques y várzeas, a estropear ríos contaminando sus aguas y reduciendo su vida animal, con lo que recortaba la oferta tradicional de proteínas (peces, por ejemplo) a disposición de los pueblos.
Desde entonces, el patrón histórico-ancestral de adaptación de los asentamientos humanos encuentra dificultades para reproducirse debido a la penetración de ese nuevo patrón en toda su dinámica voraz de consumo de materia y energía en el espacio-tiempo. Cada nueva ruta en la Amazonia estimula la invasión de bosques y acelera los procesos de urbanización precaria: ambos fenómenos acaban incrementando la demanda de nuevas carreteras y caminos a construir, exigen más agua para consumo humano en espacios concentrados y más energía en forma de kilowatts y de alimentos.
Lo que gobierna esta nueva dinámica espaciotemporal es el tiempo globalizado de la competencia oligopólica del capital en el mercado internacional, competencia que exige otro tipo de energía. El tiempo de la competitividad y de la acumulación de capital produce una desconexión espaciotemporal de materia-energía y configura una subordinación del espacio (con todos sus ciclos biogeofísicos) al tiempo-reloj abstracto del capital. Esta nueva dinámica de materia y energía en el espacio-tiempo amazónico se intensificó y complejizó en los años 90 por la acción aún más directa del capital y sus políticas neoliberales («regionalismo abierto»), cuya dinámica productiva habría de trasladarse a Asia, sobre todo a China, tras la sorprendente alianza del Partido Comunista chino (pcch) con las corporaciones transnacionales con sede en los países centrales de Occidente. Desde que el sistema mundo capitalista moderno-colonial dio sus primeros pasos en 1492, hoy asistimos, por primera vez, a un paulatino desplazamiento del centro geográfico de la dinámica productiva capitalista, que encuentra en China su eje y relega al Atlántico Norte a un segundo plano. Los efectos de este cambio para la Amazonia han de ser enormes, sobre todo para las etnias/pueblos/nacionalidades y demás grupos/clases sociales amazónicos en situación de subalternización.
Ya a lo largo de la década de 1990 algunos organismos multilaterales, como el Banco Interamericano de Desarrollo (bid) y el Banco Mundial, en conexión con gobiernos de distintos países del continente americano, venían promoviendo un nuevo diseño para sus relaciones en América Central, el Caribe y América del Sur. Desde 1994 se llevaban adelante algunas tratativas en el marco de la Alianza de Libre Comercio de las Américas (alca), que darían la base para lo que más tarde, y a propuesta del presidente Fernando Henrique Cardoso, acabó configurándose en 2000 con el nombre de Iniciativa de Integración Regional Sudamericana (iirsa). El objetivo de la iirsa era ejecutar los proyectos materiales (carreteras, represas, centrales hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, comunicaciones) complementarios al plan de ajuste estructural según las normas del Consenso de Washington que se hacían necesarios para una nueva fase de acumulación de capital.
Las tratativas que, como el alca, propiciaban el interamericanismo –concepto clave de la diplomacia estadounidense de cara al resto de los países americanos– eran la actualización de la doctrina Monroe y de su ambigua expresión «América para los americanos», pero muy pronto les saldrían abiertamente al cruce otras construcciones, sobre todo a partir de 1998 con la elección de Hugo Chávez en Venezuela. Ya en 2003, con la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, lo que les resultaba difícil a los gobiernos alineados con el neoliberalismo se hacía viable en este otro escenario: un redireccionamiento del papel del Estado –que en Brasil se llevó a cabo a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (bndes)–, que financió a las grandes corporaciones nacionales brasileñas para emprender la ejecución de las obras de iirsa.
Así, un proyecto surgido de las entrañas del neoliberalismo encontraba las condiciones financieras para materializarse en gobiernos que se posicionaban por fuera de sus entramados, en otro campo político y en buena medida articulados con movimientos sociales de base popular. La creciente importancia de China en el escenario económico mundial abriría una nueva brecha en las relaciones exteriores de los países del continente americano, brecha que no se ofrecía en la geografía política mundial desde fines de la Guerra Fría. Las oportunidades de negocios con Asia, sobre todo con China, principal importador de commodities del mundo, darían lugar a la expansión del capital en el ámbito de los agronegocios (soja, maíz, carnes, eucaliptus), las compañías mineras y las grandes empresas de ingeniería y construcción civil (carreteras, centrales eléctricas, puertos, etc.), fundamentales para la generación de la infraestructura que los otros sectores necesitaban. Con esto, disminuía la dependencia económica, sobre todo comercial, de los distintos países al sur del río Bravo respecto de eeuu. Cierto sentimiento antiestadounidense, dígase al pasar, reemplazó ingenuamente al viejo antiimperialismo en distintos sectores de las izquierdas latinoamericanas.
Nos encontramos así ante una profunda reconfiguración geográfica regional, continental y global, con la apertura de una nueva fase de acumulación de capital y una nueva alianza entre clases y fracciones de clase (sindicalistas ligados a fondos de jubilación, capital financiero, gestores militares y diplomáticos, empresas de ingeniería y construcción civil, grandes corporaciones de agronegocios y minería y hasta gestores del pcch). Como afirma Maristella Svampa, del Consenso de Washington se pasó al «Consenso de los Commodities».
Y son enormes las implicaciones concretas de este nuevo megaproyecto de megaproyectos para la Amazonia, sobre todo en relación con el cambio de escala que representan. A fin de cuentas, los diez Ejes de Integración y Desarrollo (eid) de iirsa se pensaron para la integración física de los mercados a escala global, sin contemplar escalas locales o regionales. Las escalas local, regional y hasta nacional son, dentro de ese esquema, meros «pasajes», «flujos», «corredores». El concepto de región dejó de ser tomado como referencia para la integración y ahora importan los corredores y los flujos. El acceso a la tierra, el agua, los minerales del subsuelo, el petróleo y el gas entran en una disputa entre sectores de poder desigual, ya que los eid y sus corredores atraen a los grandes capitales, que se apropian de la renta de la tierra e imponen su dinámica espaciotemporal explotando grandes territorios y volúmenes de producción, al tiempo que atraen y moldean a otros sectores ligados al pequeño comercio, la especulación inmobiliaria, las drogas, la prostitución y demás. La llegada de miles de obreros y trabajadores golondrina es recibida con aumentos de precios en las tiendas de consumos básicos, lo que hace imposible para los habitantes locales llegar a fin de mes. Después, cuando se terminan las obras, lo que queda es desempleo, delincuencia, drogadicción y violencia, ahí donde poco tiempo atrás todo era promesas de desarrollo. En fin, la integración por arriba desintegra por abajo.
Ante esta reconfiguración, la Amazonia se ve involucrada en una dinámica ideada para integrar al subcontinente en el mercado global a través de un rediseño geográfico de gran magnitud. Con el cambio, la región queda ante un proceso de inserción que ya no es discontinuo espacial y temporalmente –como solía ser hasta entonces– y que implica una acción política de otra magnitud, otro volumen de recursos financieros y otra escala panamazónica-sudamericana de inserción global a través de la iirsa y de esos cinco de un total de diez eid proyectados para la región.
Si desde las décadas de 1960 y 1970 podemos hablar ya de una fase inicial de megaproyectos para la Amazonia, ahora nos encontramos ante un megaproyecto que aglutina y estructura varios megaproyectos. Se trata de un nuevo patrón geográfico que el antropólogo Paul Little denominó «industrialización de la selva» y que ha de traer enormes consecuencias ecológicas, culturales y políticas no solo en la región sino en todo el planeta. Como apunta Little:
Los megaproyectos extractivos y de infraestructura forman parte de otro modo de adaptación humana: la industrialización. Los megaproyectos requieren grandes cantidades de energía, dependen de millares de personas para su construcción, reciben altas cantidades de capital financiero y tecnológico y transforman el paisaje forestal y los flujos hidrológicos donde se localizan. En suma, los megaproyectos transforman el modo de adaptación a la floresta, cambio que resulta ser particularmente brusco en áreas rurales donde las formas tradicionales de adaptación siguen estando vigentes. Históricamente, el proceso de industrialización de una región duraba décadas (por ejemplo, el proceso de industrialización de Inglaterra) y los cambios que provocó fueron internalizados por distintas generaciones en forma gradual y de distintas formas. En el caso de los megaproyectos amazónicos, estamos frente a procesos extremadamente veloces de industrialización en los cuales áreas rurales se transforman en áreas urbanizadas en el lapso de pocos años. La velocidad de la industrialización está acompañada por su aspecto impositivo. No se consulta a los pueblos locales antes de la instalación del megaproyecto sobre la «industrialización» de sus territorios y el cambio en su modo de adaptación. Por eso, son procesos forzosos de industrialización de la selva.
Estas intervenciones sobre la región tienen un grado de coordinación panamazónica nunca antes visto. Un nivel de actuación interestatal propiamente panamazónico emerge de ello, pero es una integración hecha por Estados subordinados voluntariamente a la inteligencia de los think tanks estratégicamente atrincherados bajo instituciones como el Banco de Compensación Internacional (bci) y la Organización Mundial del Comercio (omc), que controlan el mundo sin tener que rendir cuentas a los ciudadanos de ningún Estado soberano. Dígase al pasar que, en su mayoría, se trata de cuadros formados en la sólida convicción de que existe un pensamiento universal cuyos parámetros, inventados por ellos mismos, sirven de indicadores de la realidad, mientras ignoran la diversidad de modos de pensar, actuar y sentir que la humanidad inventó. Ante ese pensamiento, los habitantes de la Amazonia cumplen un rol subordinado por el hecho de vivir en una región periférica de países periféricos, y aún más olvidados son los grupos/clases sociales en situación de subalternización. La magnitud del impacto social y ambiental generado por ese megaproyecto de megaproyectos es de un nivel cualitativamente superior debido al tamaño y la amplitud geográfica de los proyectos, el número de obras llevadas a cabo simultáneamente y la cantidad de capital inyectado en ellas.
En 2010, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) pasó a tomar el control de la agenda de proyectos de la iirsa por medio del Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento (Cosiplan). Son 544 proyectos que totalizan un monto de inversiones estimado en 130.000 millones de dólares. De sus 31 proyectos prioritarios, 14 tocan de manera directa a la Amazonia. En todos estos casos, son proyectos de energía, transporte y comunicaciones, tales como represas hidroeléctricas, carreteras, hidrovías, redes ferroviarias, canales, puertos, aeropuertos y tendido de cables de comunicación. Su financiación proviene básicamente del sector público, ya sea a través de bancos nacionales de desarrollo o de bancos multilaterales en los cuales los Estados o las provincias son protagonistas. Es financiación que redunda, en definitiva, en deuda pública.
Varios de estos megaproyectos implican acuerdos binacionales, como por ejemplo entre Ecuador y China para el financiamiento y la construcción de la represa Coca Codo Sinclair; entre el Estado venezolano y la empresa china Citic Group, para emprender el mapa minero del país que dio origen al ya célebre Arco Minero del Orinoco; o como el ambicioso Acuerdo Energético Perú-Brasil, que apunta a financiar un conjunto de obras, no una obra específica, en la Amazonia andina.
De este modo, intereses contradictorios, atravesados por estrategias geopolíticas diversas, condicionan el devenir de la Amazonia y de sus pueblos: a) el interés imperialista estadounidense, con su propuesta del alca temporalmente suspendida a raíz de la movilización social contraria a su ejecución; b) el de distintos sectores locales que aspiran a instituir el alca e inviabilizar la integración sudamericana con los tratados de libre comercio; c) el de los sectores que, principalmente desde Brasil, promueven la unidad latinoamericana, sobre todo sudamericana, y que, según algunos enfoques, incluyen un componente subimperialista; d) el de la integración promovida por Venezuela, Bolivia y Ecuador en los términos de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (alba); e) la presencia cada vez mayor de China en la región y f) las territorialidades indígenas, quilombolas/cimarronas y campesinas que vienen siendo objeto de un intensa violencia por parte de ese proceso de integración que integra a «los de arriba» y desintegra a «los de abajo».
Así las cosas, en sus luchas emancipatorias las poblaciones amazónicas se enfrentan a un nuevo tipo de desafío, dado el nivel de coordinación panamazónica en curso, nunca antes visto. No se puede comprender el destino de la Amazonia, sobre todo de los amazónicos en situación de subalternización, si se ignoran esas tensiones territoriales que atraviesan la región.
Frente al significado que tiene la Amazonia de cara al colapso ambiental provocado por la dinámica civilizatoria capitalista de matriz eeuurocéntrica, entran en contradicción nuevos y viejos paradigmas y sus prácticas: a) el viejo paradigma de la «extracción destructiva» del saqueo, la rapiña y la devastación en la explotación minera, la extracción maderera, el avance de la ganadería y el monocultivo, frente a b) el paradigma ecológico de la «selva de pie». Este último, a su vez, pone en tensión, de un lado, la vertiente capitalista de la «economía verde» y sus «latifundios genéticos» (que une el capital financiero con las industrias ligadas a la biotecnología y la ingeniería genética que, a través de ong internacionales, entran a disputarles espacio a los movimientos sociales); y, del otro lado, a los movimientos que luchan «por la vida, la dignidad y el territorio», según la consigna de las grandes marchas que en 1990 partieron de la Amazonia boliviana y ecuatoriana rumbo a las capitales de ambos países, o que se identifican con la consigna «no hay defensa de la selva sin los pueblos de la selva», en palabras del recolector y sindicalista del caucho Chico Mendes.