Entrevista
septiembre 2023

Françafrique o cómo poner fin a las lógicas neocoloniales

Entrevista a Amzat Boukari-Yabara

Disponible en portugués

La sucesión de golpes militares en el África francófona da cuenta de complejos cambios geopolíticos, el papel de Francia en la región y la necesidad de salir del círculo vicioso elecciones fraudulentas-golpes de Estado.

<p><em>Françafrique</em> o cómo poner fin a las lógicas neocoloniales</p>  Entrevista a Amzat Boukari-Yabara

Después el golpe de Estado en Níger en julio pasado, vino el golpe de Estado en Gabón en agosto, que marca el fin de la dominación de la familia Bongo en este país francófono de África central desde 1967, con Omar Bongo y su hijo Ali. Si se añaden los golpes de Estado en Guinea, Malí y Burkina Faso, cinco países de esta parte de África han experimentado un cambio de régimen en estos dos últimos años. Esto expresa un cuestionamiento a la política francesa hacia sus antiguas colonias, el rechazo de la Françafrique (una forma de relación neocolonial de Francia con sus antiguas colonias) por los jóvenes de los países francófonos y la perspectiva de renovación del panafricanismo. El historiador beninés Amzat Boukari-Yabara, actual presidente de La Ligue Panafricaine-Umoja analiza esta situación, que presenta muchas aristas geopolíticas. Boukari-Yabara es autor de Africa Unite! Une histoire du panafricanisme [Africa Unite! Una historia del panafricanismo] (La Découverte, París, 2017) y codirector de la obra colectiva L’empire qui ne veut pas mourir, une histoire de la Françafrique [El imperio que no quiere morir, una historia de la Françafrique] (Seuil, París, 2021).

¿Cómo analiza los golpes de Estado de los últimos meses en Níger y Gabón?

Los golpes de Estado ocurridos durante este verano boreal en esos dos países son de naturaleza diferente y tienen causas también distintas. En el caso de Gabón, una familia y un clan se mantenían en el poder desde hace casi 60 años a pesar de las protestas populares. Este régimen debería haber caído ya en 2016, cuando Ali Bongo debió recurrir al fraude para seguir en el poder. Hubo una represión violenta, un baño de sangre. Para 2023, se esperaban nuevas protestas populares y la consecuente represión, y si bien parecía más probable que Ali Bongo se mantuviera en el poder, se abría la posibilidad de su eventual caída, dadas las dinámicas (geo)políticas actuales. Al final, hubo un golpe de Estado electoral con la proclamación de la victoria de Ali Bongo, seguido inmediatamente de un golpe de Estado militar, que las Fuerzas Armadas justificaron como un medio de evitar un baño de sangre. Pero esta parece más bien una revolución palaciega, una renovación de las formas de control del poder por la elite. Una parte del clan Bongo está detrás del general Oligui Nguema, el nuevo presidente de transición. Otra parte fue apartada de mala manera del poder. Es una ruptura en la continuidad muy importante desde el punto de vista simbólico, porque no tener un Bongo a la cabeza de Gabón hace saltar una barrera psicológica. Es un golpe de Estado que ha recibido el apoyo de quienes tienen la costumbre de condenar los golpes de Estado, en particular de Francia.

En el caso de Níger, estamos ante un golpe de Estado militar que destituyó a un presidente con legitimidad democrática, aunque esto no signifique mucho en el contexto nigerino. Este golpe se inscribe en el contexto de la crisis de seguridad del Sahel -una región donde las amenazas terroristas han alimentado la presencia militar francesa-: además de los mencionados, tuvimos los golpes en Malí y Burkina Faso entre 2021 y 2022. 

La asonada nigerina se inscribe también en los enfrentamientos internos del Ejército y del poder pero, al igual que en Gabón, responde al mismo tiempo a las expectativas de cambio de la población, que ha acogido con expectativa estos golpes de Estado. Sin embargo, a diferencia de Gabón, hay una fuerte condena de Francia. Y en el seno de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), se desató una verdadera crisis en la que Níger es visto como un casus belli. Han surgido reacciones que no se habían visto en Malí y Burkina Faso, como la posibilidad de una intervención militar. El golpe de Estado en Níger es importante porque Mohamed Bazoum, el presidente derrocado, es un fiel aliado de Francia. Níger es un lugar importante para París por las reservas de uranio. Pero, a diferencia de Gabón, cuenta además con la presencia de militares estadounidenses. Esto juega un papel importante en el ámbito diplomático. En Gabón, en cambio, el viraje de Ali Bongo al adherirse al Commonwealth fue leído por Francia como una declaración de guerra y el signo de que había que cambiar de peón sin derrocar el sistema.

Con estos golpes de Estado, se plantea la cuestión de nuevas formas de lealtad entre Francia y sus antiguas colonias, luego de movilizaciones populares que intentan hacerse oír en todos los niveles, pero que también se desarrollan en marcos geopolíticos más amplios y complejos.

¿Estos acontecimientos ilustran a la vez una reprobación profunda del modelo instalado por la denominada Françafrique y una desilusión con respecto a la democratización en el África francófona, o solo un resentimiento antifrancés, como algunos políticos y medios de comunicación franceses parecen dar a entender?

Sinceramente, el problema es que parecería que las opciones de las poblaciones africanas se limitaran al fraude o los golpes de Estado. Yo diría que estas crisis ponen en el primer plano la cuestión del modelo político, así como la falta de Estado de derecho y la impunidad reinante. Son elementos muy importantes que no se destacan cuando se habla del desencanto de la población de estos países con la democracia y con la política.

El sentimiento antifrancés es el resultado de una política de control, de depredación, de dominación, de humillación en algunos casos, a la que no son ajenos los regímenes hoy puestos en cuestión. Creo que al mantener a Bazoum prisionero en su palacio presidencial, hay una forma de humillación por parte de los generales nigerinos que responde a la arrogancia del presidente depuesto, incluso contra su propio ejército. Por otra parte, en el caso de Gabón, el video del derrocado Ali Bongo llamando al mundo a «hacer ruido» para alertar sobre su situación y la de su familia es también una forma de humillación, pero de la que él mismo es el primer responsable. Los poderosos que han reinado bajo el terror están ahora desnudos. Las imágenes de maletas de millones de francos CFA, filmadas y utilizadas publicitariamente por la junta militar, son también una forma de humillación para individuos que pensaban que el dinero podía comprarlo todo. Los golpes de Estado incluyen siempre también acciones mediáticas que deben apoyarse en imágenes impactantes para difundir en la opinión pública el discurso de un antes y un después.

El sentimiento antifrancés también se construye y difunde a través del uso de las redes sociales. Basta con que haya dos banderas rusas en una manifestación de 20.000 personas para que se hable de una manipulación por los rusos. Basta una bandera francesa quemada por una decena de personas para que se amplíe a toda una población un sentimiento que permita deslegitimar la ira y la protesta, reducirla a una simple manipulación de los africanos, incapaces de reflexionar. El llamado «sentimiento antifrancés» es también una manera mediante la cual Francia busca presentarse como víctima de los golpes de Estado y de la propaganda rusa, y una forma de decirse que no tiene nada que reprocharse porque todo sería consecuencia del accionar de un rival malintencionado y no de sus propias políticas. 

Este sentimiento no es ajeno a la negativa de Francia a comprender que las cosas deben fluir. Francia se siente el blanco, la víctima de todo lo que ocurre en sus antiguas colonias porque tiene un acuerdo personal con regímenes y dirigentes, no con los Estados y sus pueblos. Bazoum es el hombre de Francia. Si Bazoum es destituido, Francia lo toma entonces de manera muy personal, en lugar de analizar la situación, de ser más pragmática, como lo son los estadounidenses, los chinos, los alemanes, los canadienses, etc. Cuando Idriss Déby, el presidente de Chad, fue asesinado, Francia contribuyó a instalar en la cúspide del poder a su hijo, en lugar de apoyar el proceso previsto en la Constitución, ya que el vínculo françafricano es más fuerte que el respeto republicano de las instituciones. Emmanuel Macron, en persona, viajó a N’Djamena, la capital del Chad, porque era un «asunto personal». Francia debe demostrar que está presente al lado de sus aliados, que los defiende, que los legitima. Así ocurrió con Alassane Ouattara, a quien Nicolas Sarkozy, su «amigo personal de 20 años», ayudó a hacerse con el poder en Costa de Marfil. Los amigos africanos de Francia reciben apoyo, cueste lo que cueste. Este empecinamiento termina justificando las propias reacciones en su contra. El sentimiento de rechazo a la injerencia francesa es evidente entre la población movilizada. Después, quedan otros sectores de la población que no están especialmente movilizados o que no ven cómo el hecho de atacar a Francia pueda cambiar realmente nada en su situación.

¿La reacción del poder francés, en particular con respecto al golpe de Estado en Níger, muestra el mantenimiento de una visión françafricana de la política exterior bajo Macron, a riesgo de estar en contradicción con las realidades y las aspiraciones de los pueblos de los países del África francófona?

Creo que Francia se enfrenta hoy a dirigentes que no quieren necesariamente romper, pero que acogen a otros socios, en un contexto en el que Francia considera que el mero hecho de abrirse a la competencia geopolítica constituye un motivo de ruptura. La pérdida de la exclusividad y del monopolio no es aceptable. Francia partió de Malí tomando la coartada de la presencia rusa, y más precisamente de los milicianos del grupo Wagner, chantajeando al régimen de transición de Bamako. Hay algo del orden del mantenimiento de la exclusividad, del monopolio, que plantea problemas y que forma parte de la lógica de la Françafrique. En Níger, Bazoum era el representante de Francia en la región. También hay intereses relacionados con las cuestiones migratorias y geoestratégicas. Pero, en términos generales, la reacción francesa frente al Níger es básicamente neocolonial. 

La decisión de Macron de mantener al embajador, a quien las nuevas autoridades ya no aceptan, con el pretexto de que Francia no reconocerá más que la autoridad del presidente depuesto Bazoum, no es sostenible. Sería necesario más pragmatismo y flexibilidad, y menos frontalidad y sobreactuación. Pero para Francia es complicado porque teme un efecto dominó. Si retrocede en alguna de sus antiguas colonias, teme que su fuerza de disuasión se derrumbe en todas las demás. Se aferra, en vez de anticiparse y recalcular. Entramos en un esquema típicamente «françafricano». Ello es tanto más cierto cuanto que Francia utiliza otras instituciones, como la mencionada CEDEAO, a través de los presidentes que le son cercanos -los de Costa de Marfil, Senegal y Benín- para tratar de impulsar su estrategia y soluciones.

Como historiador del panafricanismo, ¿estima que estos golpes de Estado pueden inscribirse en una perspectiva panafricana?

Creo que son golpes de Estado que tienen, cada uno, su historia interna. Las situaciones son muy diferentes según los países. Los golpes de Estado tampoco son una garantía de panafricanismo o de oposición a Francia. En Senegal, donde no hubo golpe, las protestas son sin duda mucho más fuertes que en Níger o en Gabón. Leer estos elementos a través del único prisma de los golpes de Estado es reduccionista y erróneo. La dificultad es que Francia lee la política africana, el ritmo de las sociedades africanas, solo en relación con lo que se mueve, lo que cambia. Pero no ve todo lo que perdura. La cuestión del panafricanismo me parece todavía bastante vaga porque los hombres que han llegado al poder en los diferentes países pueden tener una retórica panafricana, pero en la práctica las cosas son más complejas.

Sin embargo, hay algunas juventudes que empujan, que marchan de Dakar a Bamako, de Conakry a Bamako, de Bamako a Uagadugú, con voluntad de avanzar hacia el panafricanismo. Un panafricanismo de los pueblos. Pero no es en nombre del panafricanismo que se han producido golpes de Estado. Podemos disociar golpes de Estado y panafricanismo y preguntarnos por el fin de estas transiciones, que necesariamente replantearán la relación con instituciones que se proclaman panafricanas, pero que podemos ver que en realidad no lo son. Pienso en la CEDEAO, en la Unión Africana. Cuando Malí regrese a la CEDEAO, donde fue suspendida, si es que esta no estalla, ya no será la misma Malí que debió abandonar. 

Uno de los retos es que estas instituciones -que incluyen a la Unión Africana- se cuestionen también a sí mismas, para ver cómo van a cambiar sus prácticas de modo que estén mucho más cerca de las aspiraciones de la gente y sean más capaces de anticiparse a las crisis. Aquí es donde tenemos que hacer preguntas y proponer soluciones, para que el panafricanismo también pueda aportar una solución a los golpes de Estado.

¿Qué papel pueden desempeñar las diásporas presentes en Occidente, incluidas las de América Latina, en el proceso de emancipación general del continente africano?

Las diásporas de América Latina tienen la experiencia de la lucha contra las dictaduras, contra los regímenes militares, por la obtención de derechos sociales y culturales, de reconocimiento ciudadano. El estudio de la historia de los golpes de Estado en América del Sur puede ayudar a leer de manera diferente los golpes de Estado que tienen lugar en África. En segundo lugar, debemos animar a los países de América del Sur a interesarse más por África, para ir hacia resoluciones de conflictos en el marco de las relaciones Sur-Sur, que permitan dejar a un lado a las potencias imperiales, sean Francia, Rusia, Estados Unidos, China o Reino Unido. Países como Venezuela, Brasil, Colombia o Cuba podrían jugar un papel en virtud de sus poblaciones afrodescendientes.

En cuanto a las diásporas que viven en los países occidentales, la prioridad es informarse sobre la situación que reina en los países africanos afectados por las crisis actuales. Crear fondos de solidaridad en beneficio de sus poblaciones. Sobre todo en los ámbitos de la educación, la cultura y la salud, sectores devastados desde los programas de ajuste estructural de los años 80 y 90. Intentar influir en la política francesa en sus declaraciones con respecto a los países africanos. La diplomacia francesa se permite palabras y posturas que no se permite frente a los demás países del mundo. No he oído a la ministra de Relaciones Exteriores Catherine Colonna hablar de la junta birmana en los términos en que lo hace respecto a los regímenes africanos. Existe una especie de racismo explícito en la clase política francesa, en la sociedad francesa, cuando se trata de hablar de África. Existe un desfase entre la pasión de esta clase política por hablar de África como si este continente le perteneciera y, al mismo tiempo, el racismo contra los inmigrantes, los afrodescendientes que están en suelo francés y que a menudo son franceses. Son posiciones esquizofrénicas que permiten a figuras como [el referente de extrema derecha] Éric Zemmour, o incluso a Macron, manipular la ignorancia de la sociedad francesa sobre la historia colonial, sobre la historia de África e incluso sobre la historia de Francia en lo que se refiere a africanidad. Pero al mismo tiempo, Francia, y en menor medida Bélgica o Canadá, son países en los que los festivales culturales hacen honor a África con escritores, músicos, creaciones en las que la diáspora desempeña un papel fundamental. 

Finalmente, el último elemento reside en la dimensión colonial de Francia con respecto a las Antillas, en este caso Martinica y Guadalupe, y después Guayana Francesa, Reunión y Kanaky [nombre dado a Nueva Caledonia por los independentistas kanaks]. Francia sigue siendo un imperio que no quiere perecer. Françafrique puede desaparecer, pero no quiere. Nuestro trabajo, como intelectuales y activistas, es definir claramente Françafrique e identificar los aspectos vitales de este sistema neocolonial para poner fin a la lógica que lo mantiene con vida.



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