Opinión
junio 2023

Colonialismo ruso, Europa del Este y luchas anticoloniales globales

La invasión rusa de Ucrania ha planteado varias discusiones sobre la cuestión colonial y el postsocialismo. Una de ellas pone el foco en el relato que señala que 1989 puede leerse como un simple «regreso» de Europa del Este a Europa e incorpora cuestiones étnico-raciales al debate.

<p>Colonialismo ruso, Europa del Este y luchas anticoloniales globales</p>

En los últimos años ha habido una creciente tendencia entre académicos y activistas de Europa del Este a establecer paralelismos y conexiones entre lo «poscolonial» y lo «postsocialista». Una postura diferente es la de Adem Ferizaj, quien sostiene en su reciente reseña del libro White Enclosures: Racial Capitalism and Coloniality along the Balkan Route (Duke University Press, 2022) que el uso de enfoques poscoloniales en el contexto del postsocialismo «conduce a la errónea analogía de que el postsocialismo es más o menos el poscolonialismo de todas las poblaciones afectadas por la caída del Muro de Berlín». La invasión rusa de Ucrania, sin provocación previa, ha dado un nuevo impulso a esta discusión. Por ejemplo, presentar a Ucrania y otros países de Europa del Este como ex-colonias soviéticas/rusas ha generado, a veces, expectativas de que los países del «Sur global» se solidarizarían con Ucrania y encontrarían vínculos con la experiencia del imperialismo soviético/ruso en Europa central y oriental. De esa lógica se deduce que la experiencia del colonialismo y la opresión debería impulsar vínculos solidarios entre Ucrania, el este de Europa y el «Sur global».

Sin embargo, resulta revelador que la iniciativa de crear vínculos solidarios y buscar conexiones entre el postsocialismo y el poscolonialismo, el este de Europa y el «Sur global», haya sido unidireccional y haya venido predominantemente, si no exclusivamente, de países ubicados al este de Europa. Esta es una buena instancia para reflexionar sobre las conexiones que el análisis del imperialismo ruso nos permite hacer entre el este de Europa y el sur no europeo.

No hay dudas de que la invasión rusa debe ser entendida como nacionalista e imperialista, y de que la mayoría blanca de Rusia debe repensar la historia rusa a través del prisma del imperialismo, al tiempo que los académicos de la región se dedican a un vasto trabajo que ha discutido la aplicabilidad del concepto de «colonial» al caso del Imperio Ruso/Unión Soviética/Federación Rusa. Otra pregunta que hay que hacerse es dónde nos deja la discusión sobre el imperialismo ruso en relación con las luchas anticoloniales globales, y cuáles serían las bases para buscar vínculos solidarios con los (anteriormente) colonizados en otras partes del mundo. En este artículo, propongo que construir analogías entre el poscolonialismo y el postsocialismo podría ser algo apresurado y que, como mínimo, se requiere examinar la participación activa de la región en la vigilancia de las fronteras físicas y simbólicas de «Europa».

El «regreso a Europa» y la vigilancia de las fronteras de la Unión Europea

Como señalan los académicos críticos del postsocialismo, uno de los relatos a través de los cuales las elites de Europa occidental y oriental entendieron la era posterior a 1989 fue el de un «regreso a Europa» Se lo narra como una liberación de la ocupación/el colonialismo soviético, el «bolchevismo orientalista», y un regreso a la «civilización europea» y a un «hogar europeo común». Subrayar la europeidad innata se ha convertido en la prioridad de muchos discursos identitarios en la región. Las nociones de Europa y europeidad volvieron a ser centrales en la narrativa sobre la guerra en Ucrania: los ucranianos no solo defienden su derecho a existir como nación, sino que luchan «por los valores europeos», lo cual debería supuestamente reforzar el apoyo a Ucrania. Este encuadre también sugiere que la libertad, la justicia y la igualdad son valores intrínsecamente europeos, con lo que se pasan por alto las luchas en pos de los mismos valores en un mundo no europeo. La apelación a los «valores europeos» también fue visible en el contexto de la tragedia actual y la violencia ejercida en la frontera entre Polonia y Bielorrusia; algunos activistas han señalado que Polonia debería adoptar los «valores europeos» para evitar que los migrantes mueran de frío o hambre en los bosques, aunque se diría que es precisamente «la defensa de nuestro estilo de vida europeo» el valor que condena a la gente a morir en los bosques y los mares.

Pero ¿qué implicaciones tuvo el regreso al «hogar europeo» para los países que se convirtieron en Estados miembros de la Unión Europea? Entre otras cosas, la llamada «ampliación hacia el Este» (un término problemático en sí mismo) planteó nuevos desafíos para la protección de las fronteras exteriores de la Unión, si se tiene en cuenta que los nuevos Estados miembros tenían que hacerse responsables de la seguridad interna de la Unión Europea. Los Estados de Europa del Este candidatos a la membresía llegaron a ser considerados vitales para contener la inmigración ilegal. Como resultado, los nuevos miembros tuvieron que cambiar sus legislaciones en un sentido cada vez más restrictivo, lo que incluye los acuerdos de readmisión, que se convirtieron en instrumentos que permiten la expulsión de extranjeros del territorio de un Estado que ahora forma parte de la Unión Europea.

De hecho, la capacidad de control fronterizo efectivo ha sido vital para la admisión como Estados miembros. La Unión Europea canalizó una cantidad considerable de fondos para apuntalar la infraestructura y la capacidad operativa de las guardias fronterizas, de modo que se las pudiera preparar para su nueva responsabilidad de patrullar las fronteras exteriores orientales de la Unión. Como consecuencia de la llamada «crisis de los refugiados» en Europa en 2015, muchos países de Europa del Este se negaron a aceptar el cupo de refugiados alegando que «nunca habían tenido colonias» y que, por lo tanto, no tenían responsabilidad por los legados del colonialismo occidental. En el verano de 2022, Polonia, con el respaldo de la Comisión Europea, finalizó la construcción de un muro de acero de 186 kilómetros en su frontera con Bielorrusia para expulsar a los solicitantes de asilo provenientes de África y Oriente Medio, por mencionar solo uno de los muchos ejemplos de las violentas represiones que se están produciendo en las fronteras de la Unión Europea. Así, las fronteras del este y el sudeste de la Unión se han convertido en espacios de vigilancia y encarcelamiento de los inmigrantes ilegales. Este es el contexto en el cual los académicos señalan que el este de Europa es una extensión periférica del colonialismo europeo.

El trabajo etnográfico realizado entre los guardias fronterizos de Letonia evidencia esta aparente «paradoja de la europeidad»: al tiempo que los guardias de las nuevas fronteras de la Unión Europea eran capacitados para ser «tolerantes» y respetuosos de los derechos humanos conforme a los «valores europeos», se les exigía que detuvieran el movimiento de quienes amenazaban el «estilo de vida europeo». Esta paradoja no es tan ilógica como aparenta: el aparato migratorio europeo es un espacio de violencia precisamente por sus compromisos con las políticas liberales de derechos humanos, cuya extensión al mundo colonizado nunca se había pensado. Un claro ejemplo es la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (Convención de 1951), asociada hoy a la idea misma de un ser humano que goza de derechos universalizados. Sin embargo, inicialmente, la Convención fue ideada para proteger solamente a las personas desplazadas en Europa antes de 1951. La idea de derechos humanos universales fue puesta a prueba por el derecho a buscar asilo, pues amenazaba el principio de soberanía estatal de los poderosos Estados que formaban parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y mantenían sus posesiones coloniales. A la mayor parte de la población mundial se le impidió el estatus de refugiado. La enmienda a la Convención se hizo únicamente por la resistencia de los Estados coloniales que se independizaron y usaron el lenguaje del anticolonialismo. Solo en 1967 la ONU respondió a esta resistencia anticolonial adoptando el Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados, con lo que eliminó el enfoque espacial y temporal.

Este no es solo un recordatorio de que la represión violenta que se registra hoy en las fronteras de la Unión Europea no es algo reciente ni una excepción a la limitada aplicabilidad de lo «universal». Muestra también los amplios legados de los que los nuevos Estados miembros de la Unión Europea pasan a formar parte al afirmar su europeidad y convertirse en nuevos policías de las fronteras exteriores de la Unión. Esta perspectiva posiciona a estos Estados-nación no solo en relación con la Unión Europea y Rusia, sino también en relación con el marco global de la naturaleza colonial de la migración, las fronteras y la raza.

 Reafirmación de la blancura 

La discusión sobre el carácter colonial en la región, especialmente si se la aparta de las luchas anticoloniales globales, también puede eludir fácilmente las controversias raciales y el deseo de afirmar la pertenencia a la blancura europea. De hecho, es posible llevar adelante estudios poscoloniales sin siquiera abordar de manera crítica las cuestiones raciales, una conversación importante que ha estado muy ausente en la reciente discusión sobre lo poscolonial en la región. Mi trabajo etnográfico mostró que los trabajadores inmigrantes provenientes de países postsoviéticos a menudo eligen la europeidad y la blancura por encima de la clase y las luchas contra la explotación y las malas condiciones laborales como bases para solidarizarse con otros trabajadores que sufren por prejuicios de raza. Al experimentar como inmigrantes pérdida de calificación y degradación social, muchos me decían que eran más merecedores de progreso social que los no blancos, ya que eran «educados, europeos y blancos». Antes de la invasión a gran escala, algunos inmigrantes ucranianos que vivían en Polonia hablaban de su deseo de irse a «Occidente», a la Europa «real» (léase Alemania), y hablaban de la «afluencia» de refugiados de Oriente Medio como una realidad que afectaba su imagen de cómo debería ser «Europa». Esto no difiere de lo que pasa con muchos otros inmigrantes de Europa del Este, que reproducen la norma de la blancura cuando ellos mismos sufren prejuicios raciales.

El compromiso con lo poscolonial en el contexto del postsocialismo puede convertirse fácilmente en una herramienta selectiva y conveniente por sí misma para afirmar la europeidad y la blancura propias frente al «Imperio Asiático», cuando se desconecta de las luchas anticoloniales globales y la cuestión global de la raza. El deseo de ser reconocido como blanco en el proceso de liberación del colonialismo ruso impide la solidaridad con otras luchas anticoloniales. El lenguaje de lo poscolonial en la región puede recubrirse fácilmente con reclamos de blancura y el deseo de reforzar los «valores europeos» que expulsan a personas de las fronteras de la Unión. De hecho, aunque la discusión sobre el colonialismo se acepta cada vez más en relación con Rusia, para muchas personas de Europa del Este, ser comparadas con el «Tercer Mundo» es la peor ofensa.

Relatos alternativos

Una de las alternativas es narrar la región no solo a través del relato liberal de un «regreso a Europa» –ampliamente criticado por muchos académicos de Europa del Este en la última década–, lo que ha significado, entre otras cosas, la aceptación del violento aparato fronterizo de la Unión Europea, sino también a través de las historias del internacionalismo del «Segundo-Tercer Mundo» y las luchas anticoloniales globales. No se trata de un llamado a la nostalgia postsocialista por un progreso socialista sin colonias y daltónico. De hecho, con frecuencia los Estados socialistas no tuvieron en cuenta la violencia contra las minorías que sufrían prejuicios raciales dentro de sus propios límites. En lugar de este rápido regreso idealizado, revisar estas historias puede ser una invitación a plantear la cuestión de la solidaridad entre los anticolonialismos a escala mundial y a examinar la complicidad actual de la región con la violencia contra el «Sur global». Esto no solo requiere revisar las historias de lo que se ha denominado «globalizaciones alternativas» (las conexiones entre el «Segundo» y el «Tercer» Mundo que esquivaron a Occidente), sino también ver a la región posicionada dentro de los órdenes capitalistas raciales globales, los regímenes fronterizos militarizados y las historias del pensamiento con luchas (anti)coloniales globales.

Este es el pensamiento a través de las experiencias anticoloniales al que podría invitarnos el interés por lo poscolonial en Europa del Este que ha despertado la invasión rusa. A medida que la discusión sobre lo «poscolonial» en la región cobra popularidad dentro y fuera de los círculos académicos, debemos resistir la tentación de adscribir la región al «recinto blanco» como consumación de la progresiva «integración» europea,a expensas de quienes huyen de las mismas bombas rusas que caen más lejos de «Europa».

 

Fuente: LeftEast

Traducción: Carlos Díaz Rocca



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