Opinión
septiembre 2021

El proceso constituyente chileno se queda sin héroes

La Convención Constitucional cumplió su segundo mes de sesiones con algunos traspiés, que incluyeron la renuncia de uno de sus vicepresidentes por haber mentido sobre su enfermedad. La crisis de la Lista del Pueblo ha tensionado, a su vez, los imaginarios sobre la militancia social y el estallido chileno. Parece haber terminado la fase performática y comenzado el momento de la política.

El proceso constituyente chileno se queda sin héroes

La población chilena depositó muchas expectativas en la capacidad que tendría el actual proceso constituyente para dar respuesta a los males expuestos durante el estallido social vivido en octubre de 2019. 52% señalaba la «esperanza» como la principal emoción que les generaba el proceso, seguida de «alegría», con 46%. 

Para entender estas expectativas, habría que partir por comprender qué fue lo que «estalló» en el estallido chileno. Una pregunta que, a casi dos años de los hechos, está lejos de responderse por completo. El estallido logró hacer confluir una variedad de sentimientos y demandas tan diversos como apremiantes, desde críticas al precio del peaje en las carreteras hasta cuestionamientos al modelo de desarrollo extractivista, pasando por demandas respecto de un amplio espectro de derechos sociales, culturales y reproductivos. Fue una efervescencia social sin estructura ni vocería conocida. De este modo, si había un paraguas bajo el cual se podía agrupar esta multiforme multitud, era la oposición a un «otro», que se encontraría en las estructuras políticas tradicionales, los partidos, y sus formas de representación.

Un fenómeno que ha marcado la política chilena de los últimos años ha sido la caída de confianza en las instituciones. En ese marco, ninguna institución resultó tan golpeada como los partidos políticos. No solo se trata de que los partidos apenas alcanzan 6% de confianza, sino de que además hay un fenómeno de largo plazo vinculado a la desidentificación con ellos que se ha acelerado en la última década. 

Según datos del Centro de Estudios Públicos, el porcentaje de personas que se identificaba con algún partido cayó desde 53% de la población en 2006 a 22% en 2019. Es más, algunos estudios recientes han señalado que un porcentaje no menor de la población (12,9%) ha hecho de las posiciones antipartidos «tradicionales» su principal identidad.

En un intento por darle cauce institucional a la movilización que tomó las calles de Chile, un acuerdo transversal de la política propuso un proceso constituyente que diera voz a estos nuevos actores. Este acuerdo permitiría un gesto sacrificial de la elite política al entregar la Constitución de 1980 y aceptar que las nuevas reglas fueran escritas por un órgano distinto del Parlamento. En particular, se acordó que fuera una Convención Constitucional la encargada de la redacción del nuevo texto constitucional. 

Para que este espacio se consolidara como una instancia distinta de la de las diferentes formas de representación de la política convencional, se acordó que tendría tres características fundamentales. Primero, se garantizaría paridad de género entre los convencionales constituyentes electos. Segundo, se establecieron cupos reservados para los pueblos originarios. Por último, en sintonía con el fuerte sentido antipartidista de las movilizaciones, la Convención estableció un mecanismo inédito para facilitar las candidaturas independientes. Estos candidatos independientes podrían agruparse en listas que les permitieran sumar votos y competir en igualdad de condiciones con los partidos, sin necesidad de conformarse como tales.

La relación de las fuerzas movilizadas con el acuerdo que dio origen al proceso constituyente fue un tanto ambivalente. Algunas de estas fuerzas y el Partido Comunista lo consideraron una traición, sobre todo la aceptación de un quórum de dos tercios para aprobar las disposiciones constitucionales. El principal resquemor era que, si la derecha y las fuerzas conservadoras alcanzaban un tercio de la Convención, podrían tener poder de veto. Finalmente, tanto el PC como las fuerzas emergentes antipartidistas decidieron participar en el proceso, manteniendo una posición crítica y buscando tensionar el proceso desde adentro, sobrepasando lo establecido por el acuerdo original. El apoyo masivo que recibió el proceso constituyente como vía para canalizar el descontento se confirmó en un plebiscito de entrada. En este, los chilenos y las chilenas decidieron comenzar el camino hacia una nueva Constitución, con casi 80% de los votos a favor.

La sorpresa electoral y la Lista del Pueblo

Junto con el resultado del plebiscito de entrada, el entusiasmo con el proceso se tradujo en una avalancha de candidaturas independientes que se formaron en todo el país. Fue tal el número de estas listas de independientes que algunos analistas pronosticaban un magro resultado electoral, pues la dispersión entre las opciones generaría que el caudal de votos no se tradujera en escaños. Así, se esperaba un cónclave con una conformación no muy distinta de la que tenía el Parlamento de ese momento, con hegemonía de las históricas coaliciones de derecha y centroizquierda. Lo que estos análisis no lograron anticipar fue, por un lado, la movilización electoral que se generó en oposición a estos dos bloques históricos y, por el otro, que hubo una lista de independientes que logró hacerse del caudal simbólico de la política «independiente» del estallido: la Lista del Pueblo.

En la Lista del Pueblo confluyen al menos tres elementos que rondaron el estallido social. En primer lugar, un grupo de dirigentes que lograron «hacer carne» el relato del estallido, lo que a veces se llamó «octubrismo». Este grupo, que tenía su epicentro en las movilizaciones periódicas de Plaza Italia, rebautizada como Plaza Dignidad, tenía la ventaja de que sus principales rostros habían adquirido algún nivel de notoriedad mediática y, a la vez, legitimidad social, por haber puesto el cuerpo en las protestas. 

Algunas de las figuras más reconocidas de este grupo son dos manifestantes que se hicieron famosos por sus disfraces icónicos: uno de Pikachú (Giovanna Grandón) y otro de dinosaurio (Cristóbal Andrade). En su mayoría, eran personas que no tenían recorrido político y que habían vivido el estallido como un «despertar». Su liderazgo provenía de su capacidad performática. Ellos simbolizaban a las víctimas del abuso y les daban voz con su presencia en las manifestaciones. De este modo, se volvieron parte de un panteón de héroes de la revuelta social que encarnaban en sí la voz de Plaza Dignidad. Ambos referentes resultaron elegidos y su presencia logró dotar de legitimidad a la Convención, pues materializaba la continuidad entre estallido y proceso constitucional. 

El segundo grupo de la Lista del Pueblo podría clasificarse como un mundo de izquierdas que vio en el estallido social el esperado anticipo del colapso del modelo neoliberal. Eran agrupaciones que habían participado en apuestas electorales previas, sin resultado, y que habían estado en las órbitas del PC y otros partidos de izquierda. Poseían la legitimidad de no ser partidos, pese a contar con experiencia en disputas electorales. Un ejemplo fue la participación de una vertiente del movimiento trotskista, que incluso logró elegir una constituyente. 

Por último, de los 145 candidatos que presentó la Lista del Pueblo, 68 pertenecían a movimientos sociales, en su mayoría fuera de Santiago (en la capital tenían preeminencia los dos primeros grupos). Una de las apuestas exitosas de la Lista del Pueblo fue ofrecerse como marca instrumental que, gracias a una exitosa franja televisiva, se asociara al estallido social, bajo la cual se agruparon varios movimientos sociales. Estas incorporaciones incluso se dieron después a la inscripción de las listas, lo que explica que algunas listas no llevaran el nombre «Lista del Pueblo».

La Lista del Pueblo logró un ascenso verdaderamente meteórico y terminó por definir el proceso constituyente que vive Chile. El grupo nacido bajo el alero del estallido se volvió ícono de la emergencia de un nuevo actor político que rehuía de los partidos y, en su lugar, buscaba una nueva forma de organización política. Una serie de elementos explican sus inesperado éxito electoral, pero pocos negarían que, en el fondo, la agrupación logró dar carne a una idea que rondaba en el debate público hace tiempo: la de que las víctimas de una «coalición del abuso» (empresarios, políticos, economistas, etc.) podían arrebatarle el poder a una elite indolente. Y no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo.

El resultado electoral de la Convención fue un golpe a las expectativas de quienes esperaban un retorno a la política pre-estallido social. Primero, las dos coaliciones históricas tuvieron magros resultados. La derecha alcanzó un porcentaje paupérrimo de votos: 20%. Esto la dejó lejos de alcanzar el tercio de los convencionales y de un potencial poder de veto. La coalición de centroizquierda vio a sus fuerzas de centro y más moderadas desplomarse. Quizás el ejemplo más notorio de esta crisis fue el de la Democracia Cristiana, que solo logró elegir a un militante de sus filas para la Convención Constitucional (el presidente del partido). 

En segundo lugar, la recientemente estrenada alianza electoral entre el Partido Comunista y la nueva izquierda del Frente Amplio sorprendió con una bancada electa que consolidó su relevancia política. En tercer lugar, y el hito más relevante de estas elecciones, se produjo un éxito contundente de los independientes. De los 155 miembros de la Convención Constitucional, 103 no tienen militancia política. Algunos de estos independientes fueron elegidos dentro de listas de partidos, pero un contingente importante surgió de listas de independientes. De estas, la más votada y con mayor número de constituyentes fue por lejos la Lista del Pueblo (27 bancas). En definitiva, la Convención mostraba un importante nivel de fragmentación entre las fuerzas políticas tradicionales e independientes y la incorporación de muchas figuras sin experiencia política previa ni lealtad con colectivos políticos. Ninguna fuerza quedó cerca de alcanzar los dos tercios necesarios para aprobar disposiciones constitucionales, pero ninguna quedó tampoco cerca del tercio para vetarlas. Lo quisieran o no, todos estaban condenados a ponerse de acuerdo.

La Convención se pone en marcha

Los primeros encuentros de la Convención Constitucional han visto un acelerado proceso de conformación de nuevas alianzas, clivajes y adversidades. Si bien los convencionales se han resistido a denominar a sus agrupaciones «bancadas», para diferenciarse de lo que ocurre en el Congreso, en la práctica se observa la conformación de tres grupos que han marcado los debates según su alineación. La derecha, en que conviven agrupaciones de tendencias más extremas y moderadas, ha funcionado como el bloque más consolidado. Si bien ha habido algunos gestos de desmarque simbólico desde los sectores más moderados, la disciplina interna ha sido indiscutible. Este bloque reúne aproximadamente 38 convencionales. 

El segundo bloque lo ha conformado la Lista del Pueblo, los independientes de movimientos sociales, representantes de pueblos originarios y el Partido Comunista. Si bien este es el bloque más grande de la Convención, también viene siendo el menos disciplinado y han existido varias fricciones internas. Aproximadamente 60 constituyentes pertenecen a este grupo. 

Por último, el Frente Amplio, que fue en alianza con el PC para la elecciones constitucionales, se ha encontrado con el Partido Socialista (denominado Colectivo Socialista en la Convención), que también se ha alejado de sus aliados electorales de la Democracia Cristiana y otros partidos en la tradicional coalición de centroizquierda. Estos dos, además, han actuado con cercanía a un grupo de independientes más moderados (llamados Independientes No Neutrales). Frente Amplio, Colectivo Socialista e Independientes No Neutrales han terminado funcionado como una bisagra, lo que les ha dado una importante cuota de poder. Aproximadamente 46 convencionales están en este bloque. El resto de los convencionales, es decir, unos 11, no están alineados.

Un ejemplo claro de su dinámica fueron las primeras votaciones que realizó la Convenciónal, en las que se eligió a la presidenta y al vicepresidente. Como presidenta se eligió a Elisa Loncon, representante mapuche, y como vicepresidente a Jaime Bassa, constituyente independiente, pero elegido en la lista del Frente Amplio. Este fue el ticket empujado por el Frente Amplio y Colectivo Socialista. Estos se impusieron ante la candidata a la Presidencia impulsada por la Lista del Pueblo y el PC, Isabel Godoy, representante del pueblo colla, y a Rodrigo Rojas Vade, impulsado por la Lista del Pueblo y otros constituyentes independientes. Este último tenía una especial importancia simbólica para la Lista del Pueblo como exponente del octubrismo. 

Rojas Vade se hizo conocido por protestar en Plaza Dignidad con el torso descubierto exponiendo el catéter de su quimioterapia. Se lo veía en varias protestas portando un cartel con la leyenda «No lucho contra el cáncer, lucho para pagar la quimio». De modo aún más dramático, el constituyente se declaraba desahuciado. Habría dejado su quimioterapia y participaría en la Convención mientras su cuerpo se lo permitiera. No solo era un héroe más del estallido, era un mártir por la nueva Constitución. Su cuerpo era literalmente lo que le daba legitimidad y le permitía encarnar a las víctimas del abuso en el sistema de salud y, por extensión, de todo el sistema. Por eso cuando, a poco andar, se definió expandir la mesa directiva e incorporar a «vicepresidentes adjuntos» de los distintos sectores de la Convención, a nadie sorprendió que fuera él el elegido de la Lista del Pueblo.

La puesta en marcha de la Convención funcionó, pese a la gran heterogeneidad y a los importantes niveles de fragmentación. Los convencionales lograron coordinarse y trabajar con relativa eficacia en la redacción de un reglamento para la redacción de la nueva Constitución. El tono a ratos se crispaba, pero el ánimo general era siempre colaborativo. Tanto fue así, que se llegó a una propuesta final de reglamento dentro de los plazos establecidos. Si bien las encuestas mostraban una baja en los niveles de aprobación de la Convención, esto era esperable una vez terminada la luna de miel. Después de todo, con 30%, seguía siendo por lejos  el órgano político de mayor aceptación. Sin embargo, hubo un elemento de tensionamiento externo que tuvo especial repercusión sobre las dinámicas de la convención: las elecciones presidenciales.

La desintegración de la Lista del Pueblo

Una de las explicaciones del distanciamiento en la Convención entre el PC (que se acercó a la Lista del Pueblo) y el FA (que se acercó al Colectivo Socialista) se encuentra en la disputa presidencial que se desató de forma paralela al proceso constituyente. El candidato presidencial del PC, Daniel Jadue, competía con el candidato presidencial del FA, Gabriel Boric, en unas primarias que definirían al candidato de la coalición. Ambos se encontraban en las antípodas del debate sobre el acuerdo que dio origen al proceso constituyente. Mientras que Boric es visto como uno de los actores fundamentales del acuerdo, lo que implicó que lo firmara incluso llevando la contra a su partido, Jadue se mostró muy crítico y señaló que había sido suscrito de espaldas al movimiento social. 

El PC había apostado a volverse una especie de traducción política del estallido social, a través de la figura de Jadue. Esta tesis se resumía en las reiteradas declaraciones que manifestaban que Jadue era el único político que podía caminar por Plaza Dignidad sin ser increpado. En coherencia con esta tesis, el PC había empujado un decidido acercamiento hacia la Lista del Pueblo, a través de varios gestos en la Convención. En cambio, el FA y Boric apostaban a una base de apoyo más difusa que escapaba los márgenes de Plaza Dignidad. Tenían la convicción de que se estaba sobreestimando el apoyo que recibieron las protestas, asumiéndolas como señal de radicalización en el eje izquierda-derecha, cuando, en realidad, reflejarían un descontento con la elite política y económica. En definitiva, según la óptica del FA, la gente quería cambios profundos al modelo económico y una renovación de las dirigencias políticas, pero también quería un horizonte de tranquilidad. En particular, subsistía el mundo de los votantes socialistas, desilusionados con el rumbo que había tomado la coalición de centroizquierda y la dirigencia del Partido Socialista. Este era el amplio mundo al que Boric aspiraba llegar, en sintonía con su pertenencia ideológica al «tronco histórico» del PS como socialista libertario.

En las encuestas, parecía que la victoria de Jadue era inevitable. En algunas Boric ni siquiera aparecía. Sin embargo, el dirigente del FA obtuvo una sorpresiva y aplastante victoria con más de 60% de los votos y una alta participación. Además de afectar el equilibrio de fuerzas entre los convencionales del PC y del FA, el resultado inesperado tuvo un impacto indirecto en la Lista del Pueblo. El sector de izquierda de esta rechazaba que justamente fuera un representante del acuerdo de nueva Constitución quien terminara encarnando el discurso de cambio en la presidencial. Además, este sector percibía que se abría un nicho de votantes, despojados de la opción de Jadue. Esto los llevó a impulsar la candidatura presidencial de Cristian Cuevas, ex-militante del PC y del FA, quien había apoyado a Jadue en primarias. Sin embargo, en una serie de confusos y un tanto bochornosos incidentes, la Lista del Pueblo terminó bajando su candidatura y optando por la del candidato mapuche Diego Ancalao. 

En el proceso, la orgánica de la Lista del Pueblo se quebró y desmembró. Varios convencionales abandonaron el colectivo. El incidente más complejo ocurrió cuando la candidatura de Ancalao fue finalmente rechazada, pues se descubrió que miles de las firmas para su inscripción habían sido obtenidas de forma fraudulenta (el notario que firmó la gran mayoría de ellas llevaba muerto varios meses, entre otras irregularidades). Como última estrategia de salvación, los constituyentes elegidos por la Lista del Pueblo decidieron dar por terminada cualquier vinculación con la organización y, para dejar en claro su quiebre, adoptaron el nombre de Pueblo Constituyente. Sin embargo, pocos días después el recientemente estrenado colectivo recibió un golpe directo a su línea de flotación. En un reportaje periodístico se develó que Rodrigo Rojas Vade nunca tuvo cáncer. Caía así una de las figuras más icónicas, no solo de la Lista del Pueblo, sino del estallido. Caía el máximo exponente del heroísmo performático del octubrismo. Quien fuera el mejor exponente del panteón heroico de la víctimas terminó siendo percibido como uno más en el engranaje de engaños y abusos.

Dos meses después

La caída de Rojas Vade se dio exactamente a dos meses de inaugurada la Convención, cuando esta celebraba su cuenta pública. Era una cuenta pública marcada por los avances en el reglamento y, más allá de algunos incidentes menores, exitosa gestión de la mesa. De hecho, el vicepresidente Bassa se declaraba optimista, concluida la fase de instalación y ad portas de comenzar la discusión de fondo constitucional. Después del escándalo, buena parte de la tarea que se le viene a la Convención ha quedado cuesta arriba y se requerirá de mucho talento para sortear el impasse. Si bien el golpe afectó a un convencional de una lista, la crisis ha terminado siendo sentida por la Convención en su conjunto. Quienes siempre se opusieron a este proceso, tanto desde la izquierda como desde la derecha, han encontrado una herida difícil de sanar y están apostando a que seguirá agrandándose.

No obstante, todavía hay algunas razones para mantener el optimismo. Más allá del innegable terremoto que ha sufrido la Convención, aún se la percibe como una entidad con el potencial de ser algo distinto a la política establecida. Tiene a su favor parecerse a Chile más que cualquier otro órgano de representación. La Convención sigue teniendo la posibilidad de ser el epicentro de conformaciones identitarias, lo que le permitiría traer una necesaria regeneración política. 

Es el espacio de conformación de un nuevo «nosotros» amplio que incluiría a toda la sociedad, pero a la vez es la cancha en que están emergiendo nuevas identidades particulares, que deberán permitir la mediación que no logran producir los partidos históricos. En este esfuerzo, que nunca iba a ser miel sobre hojuelas, las distintas fuerzas políticas se verán a ratos como adversarios y en otros como cómplices. Pero una cosa es segura: el éxito no dependerá de algunas figuras luminosas que puedan guiar este esfuerzo por sus virtudes personales. El momento performático ha terminado. Ni víctimas heroicas ni victimarios abusadores. Es la hora de la política. 



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