Una larga caminata con el imperialismo ruso en la mochila
Nueva Sociedad 301 / Septiembre - Octubre 2022
La Revolución Rusa de octubre de 1917 hizo pensar a muchos que, junto con el capitalismo, había sido también abolido el imperialismo ruso. La historia se encargó pronto de refutar esta perspectiva. No obstante, la cuestión ha sido muy difícil de abordar en las izquierdas hasta el día de hoy. Desde Polonia, muchas de estas cuestiones se veían con más claridad.
Tenía 11 años cuando, una noche de mayo de 1954, mi padre me despertó para decirme que la ciudad de Diên Biên Phu acababa de caer. Él había seguido de cerca la primera guerra de Indochina. Esas batallas lo apasionaban y me contagió ese interés. Muy politizado, mi padre era un demócrata visceral, anticomunista, pero también anticolonialista. Estaba desgarrado. El Ejército Popular Vietnamita, dirigido por los comunistas, acababa de asestar una derrota histórica al ejército colonial francés. Yo, por mi parte, estaba del lado del pueblo colonizado que estaba venciendo a una gran potencia imperialista. Algo muy extraordinario parecía pasar en el mundo.
Mi ciudad natal, Lodz, era uno de los más grandes centros industriales de Polonia. El 19 de octubre de 1956, temprano por la mañana, salía hacia la escuela –estaba en primer año de la secundaria–, cuando mi padre, que por la noche había escuchado las radioemisoras occidentales que emitían en polaco, me trasmitió dos noticias muy inquietantes. Una, que Nikita Jruschov, rodeado de varios miembros de su Buró Político y mariscales, acababa de aterrizar inesperadamente en Varsovia. Otra, que las tropas soviéticas habían salido de sus bases en el oeste de Polonia y marchaban hacia el centro del país, visiblemente sobre la capital.
La crisis política era enorme. En junio se habían levantado, algunos incluso tomando las armas, los obreros de la ciudad de Poznan. El ejército los aplastó con los tanques lanzados sobre la ciudad, pero ahora en las fábricas de todo el país surgían consejos obreros. Reclamaban una democracia socialista, la gestión obrera de las empresas y la participación en el ejercicio del poder. La juventud estudiantil se radicalizaba y salía a las calles. El régimen organizado en torno del Partido Comunista (llamado oficialmente Partido Obrero Unificado Polaco) tambaleaba; la burocracia gobernante se hundía en las luchas de facciones. Para legitimarse, invitó a su antiguo líder Władysław Gomułka, que había estado en la cárcel durante varios años –los estalinistas lo habían acusado de «desviación nacionalista de derecha»–, a que volviera a asumir la dirección del partido. Los comunistas polacos se atrevieron a tomar una decisión que, hasta entonces, no se tomaba en Varsovia sino en Moscú. En el Kremlin se enfurecieron. Jruschov, no invitado, vino para restablecer el orden bajo la amenaza de una intervención militar.
Al mediodía, todos los alumnos del liceo participamos de una asamblea para discutir si se reformaba o se disolvía la organización juvenil única y se formaba una nueva –o quizás varias diferentes–. Durante el debate irrumpió de repente en el aula el director. Con una expresión muy marcial en su rostro, tomó la palabra para pronunciar tres frases que se grabarían en mi memoria: «Las tropas soviéticas se acercan a nuestra ciudad. Si entran, los estudiantes no deben faltar en las barricadas. Somos un liceo patriótico, nuestro patrón es Tadeusz Kościuszko1». Y se fue. De vuelta en casa, fui en bicicleta hasta las afueras de la ciudad y en un camino boscoso tropecé con un grupo de militares soviéticos. De lejos, con gestos decididos, me ordenaron dar marcha atrás.
Luego se supo que ese día, mientras Gomułka y Jruschov discutían encarnizadamente a puertas cerradas en Varsovia, el mariscal soviético Konstantín Rokossovski, ministro de Defensa de Polonia, y otros generales rusos mantenían firmemente el control sobre las tropas terrestres de las Fuerzas Armadas polacas. Sin embargo, lo perdieron sobre los mandos de la Fuerza Aérea y la Marina de Guerra. Además, quedaban fuera de su control las tropas del Ministerio del Interior. Todas estas fuerzas militares se encontraban ya bajo el mando de los generales pertenecientes a la fracción «reformadora» del partido. Ellos decidieron impedir que las tropas soviéticas tomaran Varsovia u otra gran ciudad, incluida la mía. Si avanzaban, ellos ordenarían a las tropas bajo su mando resistir y llamarían a las armas a los trabajadores y la juventud. Parece que, dominada por los «reformadores» y alertada por estos «generales de Octubre», la dirección provincial del partido transmitió la noticia a nuestro director.
Los tanques soviéticos se detuvieron a 100 kilómetros de Varsovia. Por la noche, Jruschov y los suyos volaron a Moscú. Después de su partida, el Comité Central eligió soberanamente a Gomułka para el puesto del primer secretario del Partido. En Varsovia, las patrullas conjuntas de obreros, soldados y estudiantes salieron a las calles para difundir ediciones extraordinarias de periódicos con la noticia. Pero la tensión política no bajaba. No se sabía qué harían los soviéticos. El día 23, una manifestación de los estudiantes en Budapest, en solidaridad con el pueblo polaco, se convirtió en una insurrección. Como en Polonia, surgían los consejos obreros, pero a diferencia de Polonia, frente a la represión comenzaban a tomar las armas. Muchísimos polacos sentíamos que la revolución húngara, tan solidaria con nosotros, nos salvaba de una intervención militar soviética. La prensa polaca, muy libre en esos días, tenía en Hungría varios corresponsales. Entre sus dramáticos reportajes escritos desde Budapest en plena insurgencia, en medio de los combates callejeros contra los tanques soviéticos, se encuentran hoy algunos de los más preciosos testimonios de aquella revolución aplastada por el ejército soviético.
Cinco semanas después desembarcaron en Cuba los tripulantes del yate Granma.
1920 y 1939, dos invasiones
Recordando muchos años después aquella irrupción del director del liceo en el aula, intenté imaginarme lo que pasaba en ese momento por su cabeza. Creo que algo o quizás mucho tenía que ver con que, antes de que Stalin ordenara que en todos los Estados satélites del bloque soviético se procediese a la llamada «unificación del movimiento obrero», él militaba en el socialismo independentista. El partido obrero más antiguo y más fuerte, el Partido Socialista, se había formado y forjado en el combate antizarista. Durante la revolución de 1905, tenía la más importante organización de combate de todos los partidos antizaristas en el Imperio Ruso. Los bolcheviques le envidiaban entonces su aparato militar. En 1920, este partido contribuyó mucho, en el plano político, a la victoria del ejército polaco sobre el Ejército Rojo en la famosa Batalla del Río Vístula. Menos de dos años antes, Polonia había recuperado la independencia nacional, después de 130 años de partición entre la Rusia zarista, Alemania y Austria-Hungría.
A muchos genios se les ocurren también ideas desastrosas. Una de ellas se le ocurrió a Lenin: la de «probar con las bayonetas si el proletariado polaco estaba listo para una revolución»2. No se daba cuenta de que un ejército ruso, cualquiera fuese su color, si se atreviera a volver a una Polonia ya independiente sería combatido como imperialista y además correría el riesgo de recibir una gran paliza. Había incluso desgarramientos entre los propios comunistas polacos; algunos comentaban entonces en su partido que con la invasión de Polonia por el Ejército Rojo volvía, pintado de rojo, el viejo imperialismo ruso que lograba sobrevivir a la revolución. Un comunista, Julian Brun, escribió luego, en 1925, que en aquella batalla la guadaña de la revolución europea, victoriosa en la guerra civil en Rusia, había golpeado de repente la piedra de la cuestión nacional polaca y se había hecho añicos. Brun sugirió entre líneas que tal desenlace era previsible. Las consecuencias de esta derrota bolchevique para el movimiento obrero europeo eran devastadoras.
Cuatro años antes, en una polémica extraordinariamente lúcida con Rosa Luxemburgo, Lenin evocó «una de las leyes básicas de la dialéctica marxista» para explicar que una guerra revolucionaria pudiera transformarse en una guerra imperialista y viceversa. «Las guerras de la Gran Revolución Francesa», escribió entonces, «fueron guerras revolucionarias, porque tenían como objetivo la defensa de la gran revolución contra la coalición de monarquías contrarrevolucionarias». Pero cuando Napoleón «fundó el Imperio francés sojuzgando a varios Estados nacionales europeos», «esas guerras nacionales francesas se convirtieron en imperialistas y a su vez provocaron guerras de liberación nacional contra el imperialismo de Napoleón»3. Parece que en 1920 esta misma «ley de la dialéctica» se le olvidó a Lenin. Como se ve, para el líder bolchevique el concepto de imperialismo era mucho más amplio de lo que se cree cuando uno se limita a leer al respecto su «esbozo popular».
Como quiera que sea, la Revolución Rusa le quitó al histórico imperialismo ruso tanto sus bases antiguas –militar-feudales– como las modernas –capitalistas– y lo hizo retroceder mucho, pero imaginarse que lo eliminó es tan ingenuo como sostener que esta revolución, por ser socialista, derrocó también la opresión patriarcal o sexual. Sin embargo, fue la contrarrevolución estalinista la que lo reanimó y restauró plenamente, esta vez como un imperialismo burocrático. Polonia lo experimentó enseguida, con su nueva partición en 1939, esta vez entre la urss y la Alemania nazi. Seguida por la anexión soviética de los tres Estados bálticos y la invasión de Finlandia, la partición de Polonia fue festejada en el mundo entero, con un servilismo atroz, por los partidos comunistas. 1939 fue para la iii Internacional lo que para la ii Internacional fue 19144, porque esta partición constituía en Europa el primer acto de la lucha por un nuevo reparto imperialista del mundo. Aunque fuese obvio, lo negaban hasta los marxistas más consecuentemente antiestalinistas que habían roto con la iii Internacional. Sin embargo, la posterior participación soviética en el reparto de las «esferas de intereses» a escala internacional en Teherán y Yalta entre las grandes potencias victoriosas de la guerra mundial selló la vigencia de este imperialismo renaciente.
¿Qué previó Edgar Snow?
Con el fin de la guerra, la así llamada (por Stalin) «democracia popular» se instauraba allí donde llegaba el ejército soviético y no más allá. Por esto, como la yugoslava, «la Revolución China ganó contra la voluntad de Stalin»5 y Mao Zedong era consciente de ello tan bien como lo era Josip Broz Tito. Cada una de las revoluciones sucesivas de posguerra –primero la yugoslava y la china, luego la vietnamita, la cubana y la argelina– fue una brecha en el reparto imperialista que el mundo sufrió al final de esa guerra. Sus grilletes se rompían en las periferias de las esferas de influencia e intereses de las superpotencias opuestas y los bloques político-militares que ellas formaban o que se formaban en torno de ellas.
Por un lado, estas revoluciones subvertían las esferas de intereses de las grandes potencias occidentales y por otro, resultaban insumisas frente al Kremlin. Desafiaban inevitablemente su triple monopolio: el de la imagen de la «patria del socialismo» y, por lo tanto, modelo de la «sociedad socialista»; el de la interpretación y exposición de la doctrina «marxista-leninista»; y su liderazgo del «movimiento comunista internacional». Un firme mantenimiento de este monopolio político e ideológico era indispensable para un imperialismo que, en una sociedad no capitalista como la soviética, no se basaba sino en los monopolios puramente extraeconómicos.
Edgar Snow, mundialmente conocido por su libro de 1937 Estrella roja sobre China, previó con notable agudeza lo que las dos primeras revoluciones de posguerra significarían para el imperialismo burocrático ruso. Lo planteó justo después de la ruptura de Yugoslavia con la urss y justo antes de la toma del poder por los comunistas en China, en sus artículos publicados en The Saturday Evening Post. Esta revista estadounidense era inaccesible en Polonia, pero accidentalmente los ejemplares con los artículos de Snow estaban guardados en mi casa. Pertenecían a un amigo de mi madre, antiguo socialista convertido, como el director de mi liceo, en comunista. Funcionario del Comité Central, en 1951, durante el auge del estalinismo en Polonia, reveló las violencias salvajes cometidas contra los campesinos en una de las regiones del país durante la colectivización de la agricultura y por esta razón cayó en un peligroso conflicto con los barones de la burocracia provincial. Aparentemente, temía que la Seguridad del Estado allanara su casa y entonces su madre depositó estas revistas en nuestra casa conjuntamente con varios números de otra revista estadounidense, Life, en los cuales (a pesar del macartismo) se publicaba en entregas la famosa biografía de Tito escrita por su camarada de armas Vladímir Dedijer.
Años más tarde los leí todos y me ayudaron mucho a comprender algo clave. Snow anticipaba que, «con el tiempo, cada uno se daría cuenta» de que el cisma comunista yugoslavo «establecía la primera frontera efectiva a la expansión del comunismo mundial en tanto que extensión del nacionalismo ruso» (subrayado por Snow). Predecía también que lo mismo pasaría con la Revolución China, porque «China se convertiría en la primera gran potencia gobernada por los comunistas e independiente del dictado moscovita». Estimaba que «lo que comenzaba en Belgrado no era la destintegración del socialismo y el comunismo como una fuerza mundial, sino el repudio de la dictadura rusa sobre ella»6. Diez años más tarde, muchos hechos sugerían que esta sería también la dinámica de la Revolución Cubana. Hoy se sabe que había en ella importantes tendencias que operaban en este sentido.
En la Convención Constituyente de 1940, Eduardo Chibás, luego líder del ala izquierda, nacionalista revolucionaria, del Partido Ortodoxo, en cuyo seno surgiría el Movimiento 26 de Julio, sostuvo una polémica ardiente con los comunistas, en la cual condenó a la urss como imperialista y reivindicó el combate antiestalinista de León Trotsky. Chibás «distingue a los comunistas de partido respecto de los que considera ‘verdaderos marxistas’», explica Julio César Guanche. Acusa a los diputados comunistas que defienden a la urss de defender no el comunismo «sino a la burocracia infame que traicionara todos los postulados marxistas y leninistas, que se ha adueñado del Estado ruso para explotar sin escrúpulo ni pudor a las grandes masas»7.
A fines de 1957, René Ramos Latour, jefe de Acción y Sabotaje del m-26, le escribía a un Ernesto «Che» Guevara que aún no se había distanciado del Kremlin y era entonces conocido en el movimiento como prosoviético:
Nosotros queremos una América fuerte dueña de su destino, una América que se enfrente altiva a los Estados Unidos, Rusia, China o cualquier potencia que trate de atentar contra su independencia económica y política. En cambio los que tienen tu preparación ideológica piensan que la solución a nuestro males está en liberarnos del nocivo dominio «yanki» por medio del no menos nocivo domino «soviético».8
Simultáneamente, otro dirigente del m-26, Armando Hart, solidario con Ramos Latour, le escribía a Guevara (aunque no le enviaría la carta) a propósito de su «interpretación del proceso histórico de la Revolución Rusa». Decía que «a nosotros no nos ha quedado más remedio que hacer esta pequeña revolución nacional, porque los guías del proletariado mundial convirtieron el formidable estallido de 1917 en una revolución nacionalista» y «nos dejaron a los pueblos situados fuera de ese país sin la oportunidad de desencadenar una revolución universal que acaso hoy venga por caminos insospechados»9.
De la Crisis de Octubre a la de enero de 1968
La Crisis de Octubre de 1962 fue efecto de un cambio aventurero en la geopolítica de superpotencia de la urss10. Rompiendo una fuerte resistencia de la burocracia soviética, Jruschov le brindó un apoyo decidido a una nueva revolución, la cubana, para, so pretexto de defenderla, someter a eeuu a una presión nuclear desde su más próximo «patio trasero». Explotó de esta manera la dura situación de Cuba frente al imperialismo estadounidense. Además de llevar al mundo al borde de la aniquilación, operó sobre esta revolución de tal manera que, como lo diría luego Fidel Castro, «ella fue víctima ingenuamente de todas estas cosas sutiles que nosotros no éramos capaces de concebir en un partido [comunista] o en una dirección revolucionaria» que, como lo habían creído los cubanos, era la soviética. El mismo Castro denunciaría el hecho de que con la salida de la Crisis de Octubre la Revolución Cubana se encontraba «ante un aliado en plena retirada y casi más que en retirada, en plena fuga», y que sus condiciones de seguridad eran mucho más precarias de las previas a la crisis. Además, a los dirigentes cubanos se les transmitieron desde Moscú juicios como el del mariscal Rodión Malinovski, quien afirmaba que, en el caso de una invasión por parte de eeuu, Cuba solo podía resistir 72 horas, lo que, en las palabras de Fidel, no era sino «una insinuación a la rendición»11.
Todas las «cosas inconcebibles», tanto sutiles como burdas, de Jruschov a la cabeza de la burocracia soviética eran enteramente concebibles si se veían como el comportamiento de una superpotencia imperialista frente a otra (eeuu), con una revolución de por medio (la cubana). La Revolución Cubana me atrajo hasta tal punto que aprendí español para seguirla lo más de cerca posible desde tan lejos. Ella generó en América Latina muchos movimientos revolucionarios que se situaban fuera de los partidos comunistas prosoviéticos y estaban en dura pugna con ellos, intentando romper con el lastre de lo que Roque Dalton llamaría la «enfermedad senil de la derecha» comunista12, que él identificaría con los partidos prosoviéticos latinoamericanos. Esos movimientos revolucionarios eran independientes políticamente de la urss y críticos de ella desde la izquierda, aunque en esta crítica procedieran muy a tientas. Yo me consideraba guevarista y me identificaba con ellos.
La tensión en las relaciones cubano-soviéticas creció durante 1966, cuando Fidel declaraba que mientras «el campo socialista tiene recursos suficientes para convertir a Viet Nam del Norte en un cementerio de aviones yankis (…) no debería ser posible que un pequeño país socialista pudiese ser bombardeado impunemente por masas de aviones imperialistas». Su mensaje dirigido a la urss y China sobre la Guerra de Vietnam era muy claro.
No hay que hacer ningún acto ofensivo, no hay que llevar a cabo ninguna acción agresiva, basta brindarle a Viet Nam todo el armamento convencional necesario para la lucha antiaérea, todos los aviones necesarios y esta técnica con todo el personal necesario, y el campo socialista posee medios para barrer de los cielos de Viet Nam del Norte los piratas aviones yankis.
Además, criticaba públicamente a la urss por desarrollar relaciones económicas con los Estados latinoamericanos cuyos gobiernos eran hostiles a la Revolución Cubana.
Mientras el Che Guevara estaba en camino a Bolivia, en Cuba, en ocasión del aniversario de la Revolución de Octubre, se llamó a los «comunistas verdaderos» de América Latina a seguir el ejemplo de Douglas Bravo, expulsado del Partido Comunista (pc) de Venezuela y presentado por los cubanos como «un símbolo de la actitud que deben seguir los comunistas latinoamericanos»13. Era todo un desafío y así se lo recibió en Moscú. Enfrentándose abiertamente al movimiento comunista prosoviético, Castro dedicó durante 1967 dos discursos a una violenta crítica del pc venezolano por haber renunciado a la lucha armada. Bajo la sigla de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (olas), Cuba patrocinaba enérgicamente la formación de un movimiento revolucionario paralelo al comunista.
El Che Guevara cayó en Bolivia mientras yo ganaba el concurso de ensayo sobre su Mensaje a la Tricontinental, convocado por Radio Habana Cuba. Como premio se me invitó a participar en la celebración del aniversario de la Revolución Cubana en La Habana. El mismo mes de enero de 1968 que pasé en la isla fue justamente el mes de la más dura tensión en las relaciones de Cuba con la urss después de la Crisis de Octubre.
«Absoluta deslealtad del partido soviético»
Hay un libro de James Blight y Philip Brenner sobre «la lucha de Cuba con las superpotencias después de la Crisis de los Misiles», editado en 2002, que revela lo que pasaba entonces en las relaciones cubano-soviéticas14. Es un libro indispensable. Esta vez, la gran crisis en estas relaciones la causó el rechazo de Castro al chantaje para que renunciara a apoyar a los movimientos revolucionarios latinoamericanos o se arriesgara a perder el apoyo soviético. En Cuba, entre los militantes que venían del antiguo Partido Comunista, apareció una disidencia; en varias publicaciones cubanas se dice hoy que era «un caballo de Troya prosoviético» y «una verdadera conspiración», apoyada en las cúpulas de poder de los Estados del bloque soviético. Fidel no lo dudaba: en esta conspiración, dijo en su discurso secreto en enero de 1968, «yo sí creo, sinceramente, que hay grave responsabilidad por parte del partido soviético» que «actuó con absoluta deslealtad en relación con nosotros»15.
Ahora se conocen los informes de los embajadores o miembros de las delegaciones de los Estados del bloque soviético que visitaban entonces Cuba, en los cuales se afirmaba que la Revolución Cubana no era socialista, Castro no era «marxista-leninista», el régimen era pequeñoburgués y anticomunista. Hay indicaciones de que se preparaba o al menos planteaba su derrocamiento y la instauración de un régimen sumiso al Kremlin.
Tanto Roque Dalton como el comandante guerrillero venezolano Francisco Prada, a quienes conocí desde mi llegada a La Habana, me informaron que había arrestos de los elementos prosoviéticos integrantes de lo que Fidel Castro llamaba una «microfracción». Estuve en la tribuna en la Plaza de la Revolución cuando informó que la urss limitaba sus suministros de petróleo y llamó a ahorrarlo drásticamente. La Habana se llenó inmediatamente de bicicletas. (Unos meses más tarde, se sentiría ya una fuerte penuria de las piezas de repuesto de artillería y aviación militar). Era evidente que los soviéticos presionaban mucho. La tensión se sentía por todos los lados, incluida la manera en que se manifestaba la solidaridad cubana con Vietnam, presente de manera abrumadora, conjuntamente con la pregunta que estaba implícita en estas manifestaciones, pero también explícita en boca de muchos cubanos: «¿Qué coño hace la urss?». El Congreso Cultural de La Habana que sesionaba en aquellos días era, frente a muchos intelectuales progresistas del mundo entero que participaban en él, un acto de afirmación de la independencia de Cuba en el campo de las ideas y las políticas.
La prensa cubana destacaba y publicaba integralmente las declaraciones de las Fuerzas Armadas Rebeldes guatemaltecas que rompían con el Partido Comunista. No solo varios latinoamericanos en La Habana, sino también varios funcionarios cubanos, en diversas partes del país que yo atravesé durante un mes, me preguntaban sin rodeos: «¿No te parece que la urss es imperialista?». Cuando salía de Cuba, se hacía público el informe de Raúl Castro sobre las actividades de la «microfracción» y se informaba sobre su represión, así como sobre un discurso de diez horas, que permanecía secreto, de Fidel Castro. Hoy se conoce, aunque no enteramente. Estaba dedicado a la historia y a la valoración dramáticamente amarga de la política soviética frente a Cuba desde la Crisis de Octubre. Se expulsó de Cuba a varios diplomáticos y periodistas soviéticos involucrados en las actividades de la «microfracción». «A las autoridades soviéticas se les comunicó también la intención de retirar el oro bajo su custodia hacia un banco en Inglaterra. Esta decisión no tenía relación directa con el tema de la microfracción, pero su coincidencia en el tiempo provocó un verdadero terremoto en Moscú»16.
Mientras tanto, con el Nuevo Año Lunar, la impresionante ofensiva del ejército vietnamita sobre las posiciones del ejército estadounidense estremecía al mundo e inauguraba un año extraordinario en la historia de posguerra. La rebelión estudiantil en Polonia y la Primavera de Praga precedieron en apenas un par de meses al auge del movimiento estudiantil radical y la huelga general prolongada de la clase obrera en Francia. En medio de esta tormenta mundial, por primera vez parecía posible que se rompiera la Cortina de Hierro y que fraternizaran los movimientos emancipadores de ambos lados; entonces la burocracia soviética entró en una acción muy decidida. Como siempre, estaba lista para congelar toda revolución y todo movimiento de masas que ella misma enfrentaba y para clavar un cuchillo en la espalda de cualquier revolución que no controlara en las zonas de dominación de las grandes potencias enemigas. Contra la Primavera de Praga, un movimiento democrático tan profundo y amplio como increíblemente pacífico, lanzó no solo una enorme fuerza armada propia, sino también la de cuatro Estados satélites, incluida Polonia. En total, hasta medio millón de soldados.
Estudiar la cuestión del imperialismo ruso
Era la tercera intervención militar soviética en su propio bloque, después de la de 1953 en Alemania del Este y la de 1956 en Hungría. Esta vez, en el Pacto de Varsovia se produjeron rupturas: Rumania y Albania condenaron la intervención, como lo hizo también, situada fuera de los bloques, Yugoslavia. Observé la actitud de la izquierda latinoamericana. Fidel Castro tomó una posición ambigua, pero muy negativamente apreciada en Moscú. Los movimientos que dependían del apoyo cubano hicieron lo mismo o callaron. Me impresionaron tres tomas de posición en Chile. «¿Qué es esto sino una versión de la ‘Doctrina Johnson’ para el campo socialista?»17, preguntaba en un editorial la redacción de la revista chilena de izquierda Punto Final. «La Unión Soviética es la principal responsable del desprestigio del socialismo»18, comentaba en la misma revista el socialista Jaime Faivovich. «Esta intervención no fue en la defensa del socialismo», declaraba por su parte el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir), «sino en defensa de los intereses de la burocracia de la urss»19.
También en Chile, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) publicó un lúcido estudio comparativo de la intervención soviética en Checoslovaquia y la intervención militar estadounidense en la República Dominicana en 1965. Se constataba en él la falta de una «mayor diferencia entre las argumentaciones soviéticas y norteamericanas en cuanto a los motivos políticos y estratégicos de las intervenciones» y se concluía que «la conducta de eeuu y la urss con relación a sus respectivos bloques no presenta diferencias sustantivas»20. A mis ojos, la tarea de la izquierda marxista e internacionalista era ya –y en realidad desde hacía muchísimo tiempo– la de plantear, investigar y elaborar tanto teórica, como políticamente la cuestión de la naturaleza imperialista de la urss desde los tiempos de la contrarrevolución estalinista.
La discusión, evidentemente muy en privado, de esta cuestión en Polonia no era difícil. Los críticos polacos de izquierda de las dictaduras burocráticas en la urss y todo el bloque soviético llegaban tan fácilmente a un acuerdo sobre este propósito que no hacía falta elaborar nada. Todo lo contrario pasaba con la izquierda latinoamericana. En la segunda mitad de los años 70, viví durante cuatro años y medio en Cuba en condiciones de especialista extranjero. Tenía allí fuertes vínculos con los latinoamericanos militantes de diversas corrientes de izquierda, y en especial con dos partidos: el mir chileno y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt) argentino. A este último adherí, lo que abrió ante mí el acceso a los verdaderos tesoros: la gran historia del movimiento obrero argentino, sus experiencias y enseñanzas. Sus estudios me armaron bien para mi militancia futura en Polonia, en las filas de Solidarność.
Los sectores latinoamericanos a los cuales me vinculé no eran prosoviéticos sino, por lo general, muy críticos de Moscú. Pero se cuidaban mucho de abordar el asunto, porque desde hacía varios años Cuba se había instalado firmemente en la órbita del bloque soviético. Situada geográficamente fuera del alcance real del Kremlin, mantenía en lo fundamental su independencia política respecto de la urss, pero se sometió a duros y dañinos, aunque inconsecuentes, procesos de sovietización. En esos días, en Cuba, la crítica de la urss era de hecho mucho más eficazmente sofocada que en Polonia. Hasta los más críticos, ya fueran cubanos o latinoamericanos, rechazaban tajantemente cualquier alusión al carácter imperialista del Estado soviético. Si uno se aventuraba en ese terreno, se arriesgaba a una ruptura o una exclusión.
La excepción era mi gran amigo, el mexicano Jorge Alberto Sánchez Hirales. Antiguo dirigente estudiantil comunista y militante de lo que fuera luego en México la Liga Comunista 23 de Septiembre, cayó preso durante el tiroteo en el cual murió el líder del grupo René Ramos Zavala, pero salió de la cárcel con otros 29 presos, en el canje por la vida de un cónsul estadounidense secuestrado por la guerrilla. Vivía en Cuba como asilado político. Era antiestalinista y la cuestión del imperialismo burocrático ruso le interesó vivamente; además, tenía la formación teórica necesaria para su estudio. Pero nuestro trabajo se interrumpió porque él se acogió a una amnistía y en México murió pronto de leucemia.
De Solidarność a la izquierda radical occidental
De vuelta en Polonia, durante la revolución de Solidarność de 1980-1981, yo era dirigente regional de este sindicato independiente en mi ciudad y región natales y también animador nacional del movimiento de los consejos obreros. Se militaba en esta revolución bajo una amenaza constante, cotidiana, de una intervención militar soviética, que en caso de haberse producido, habría sido la cuarta dentro del bloque soviético mismo y la quinta en general, porque la urss intervenía entonces en Afganistán. Me recordaba a octubre de 1956: los soviéticos no intervinieron entonces sino en Hungría. Mi esperanza era que tal vez intervenir en dos países al mismo tiempo fuera, una vez más, demasiado costoso para el Kremlin.
Desde agosto de 1980, es decir, desde el estallido de la revolución en los astilleros del Báltico, y durante 16 meses, el tema constante de las conversaciones entre los polacos era: «¿Entrarán o no entrarán?». Los cubanos presentes en el país me decían: «Fidel teme mucho que haya un acuerdo: que los yanquis acepten la invasión soviética de Polonia a cambio de la luz verde soviética para la invasión yanqui de Cuba». Yo solía comentarles que un acuerdo así sería un típico acuerdo interimperialista y que temerlo seriamente implicaba reconocer que la urss era imperialista. Algunos reconocían entonces que así era.
Cuando en diciembre de 1981 estuve de visita en Francia por una invitación sindical, me sorprendió allí la instauración en Polonia del estado de guerra y la represión generalizada de la revolución. No intervino el ejército soviético sino el polaco. Ronald Reagan estaba muy bien informado sobre lo que preparaba el régimen en Polonia, literalmente de primera mano, porque el hombre que en el Estado Mayor General polaco dirigía los preparativos para la instauración del estado de guerra, el coronel Ryszard Kukliński, era agente de la Agencia Central de Inteligencia (cia)21. Evidentemente, los estadounidenses no nos advirtieron.
Me quedé en Francia en el exilio. Nunca antes había estado en un país capitalista. Nunca antes había tenido contactos y vínculos con la izquierda radical occidental. Y adherí a ella; lo hice a una corriente con firmes credenciales históricas antiestalinistas, solidaria con las sublevaciones de masas y las oposiciones democráticas en el bloque soviético y además, poseedora de un legado internacionalista de primera calidad: durante la guerra de Argelia, una solidaridad práctica con la revolución en ese país norafricano. Aunque en Polonia yo no había podido informarme mucho de ello, sobre la base de lo que sabía, desde joven apreciaba como un caso de militancia internacionalista ejemplar el apoyo de los círculos anticolonialistas franceses a la organización clandestina del Frente de Liberación Nacional argelino que durante esa guerra colonial actuaba en el territorio de Francia. Se confirmó enteramente: la corriente a la cual adherí, la iv Internacional (sección francesa), resultó ser una de las más activas y ampliamente involucradas en las actividades de solidaridad con Solidarność, ahora clandestino, en Polonia. En general, la izquierda antiestalinista francesa era la más solidaria con Solidarność en toda Europa del Oeste. Además, en esta corriente había un ambiente democrático que yo apreciaba enormemente, porque durante toda mi vida anterior la única experiencia de democracia que había vivido era la democracia obrera en el seno de Solidarność.
Pronto plantée tres asuntos nuevos con respecto al acervo político y teórico de la corriente: la explotación de la clase obrera por la burocracia dominante en el bloque soviético, el imperialismo ruso y la cuestión nacional en la urss; concretamente, el apoyo a la reivindicación de la independencia nacional por los pueblos no rusos oprimidos. Desde 1984, comencé a publicar artículos sobre los aspectos históricos y la actualidad de la cuestión nacional ucraniana. Tuve en este plano apoyo del Instituto Canadiense de Estudios Ucranianos (cius, por sus siglas en inglés). En general, en Francia, como en toda Europa occidental, era una cuestión casi totalmente ignorada. El cuento de hadas según el cual la Revolución de Octubre y los bolcheviques resolvieron la cuestión nacional heredada del imperio zarista dominaba prácticamente por doquier. Había que desmantelarlo.
Leí recientemente una alusión crítica a mi punto de vista, en la cual se sostenía que no era necesario atribuir a la urss un carácter imperialista para denunciar la opresión nacional en este Estado. Pero precisamente no se denunciaba ni se conocía. Cuando en 1985 murió Konstantín Chernenko, el tercer gerontócrata sucesivo muerto en menos de dos años y medio en el puesto del secretario general del Partido soviético, plantée que la urss entraba en la fase final de una crisis terminal y que pronto se derrumbaría bajo el peso de sus propias contradicciones y además fragmentándose, natural e inevitablemente, en 15 Estados diferentes. Muy pocos camaradas entendían por qué algo semejante tendría que ocurrir. La izquierda radical internacional se imaginaba (de verdad) que la urss era habitada por los rusos y las «minorías nacionales». Seis años más tarde, el Estado soviético se vino abajo literalmente como un castillo de naipes, sin que alguna gran potencia enemiga lo empujara hacia el precipicio.
La cuestión de la explotación de los trabajadores en el bloque soviético encontró una resistencia inicialmente fuerte: ¿cómo puede haber allí explotación si no hay capitalismo? Decir que hay explotación quiere decir que hay capitalismo, mientras que estás de acuerdo con nosotros en que allí el capitalismo fue derrocado. Entonces, ¿que había causado las grandes sublevaciones de la clase obrera polaca, en Poznan en 1956, en Gdańsk y Szczecin en 1970, en Radom, Ursus y Płock en 1976 y finalmente en todo el país en 1980, sino el aumento de lo que Karl Marx había llamado la explotación absoluta de la fuerza de trabajo?
Cada una de estas sublevaciones fue precedida ya sea por un endurecimiento importante de las normas de trabajo sin una mejora del equipamiento técnico, ni de la productividad, es decir, se trataba de la imposición de un trabajo más duro por el mismo salario, o por una variante de lo mismo: una subida drástica de precios de los artículos de primera necesidad. Esto, en Polonia, lo sabía todo el mundo y estaba perfectamente demostrado. Si no encajaba teóricamente era porque sobre este terreno el pensamiento teórico de la corriente era deficiente. Esta resistencia logré vencerla; se admitió que se hablara de la explotación, aunque creo que en la historia de la corriente yo era el único que lo hacía y desarrollaba en el plano teórico.
Un acto de autoemancipación
Sin embargo, no pasaba lo mismo con el imperialismo ruso –con la urss como potencia imperialista–. Para mis camaradas, el imperialismo no podía ser sino capitalista. Si yo afirmaba que la urss era imperialista, esto implicaba, decían, que compartía de hecho la teoría según la cual en el bloque soviético había una forma de capitalismo: el llamado capitalismo de Estado. Pero a mí jamás se me ocurrió estar de acuerdo con los partidarios de esta teoría, en cualquiera de sus numerosas variantes. Había vivido en las realidades de este bloque toda mi vida, conocía bien la teoría marxista del capital y además, ahora vivía en una sociedad capitalista: todo eso era absolutamente suficiente para saber que en el bloque soviético no había ninguna forma de capitalismo, que este había sido, en efecto, abolido. El problema no era ese; lo que era falso era la identificación exclusiva del imperialismo con el capitalismo.
La Rusia zarista era una potencia imperialista antes del desarrollo del capitalismo en sus territorios; Lenin lo llamaba imperialismo «militar-feudal». Ahora, como resultado histórico de la combinación de dos fenómenos sucesivos –la Revolución de Octubre y la contrarrevolución estalinista, que no restauró el capitalismo–, había otro imperialismo que podíamos llamar «militar-burocrático», evidentemente distinto del capitalista. La Rusia zarista, aún poco capitalista, participó activamente durante la Primera Guerra Mundial en la lucha por un nuevo reparto del mundo entre las grandes potencias y por esto era imperialista. Lo mismo la urss estalinista. Con la participación en la partición de Polonia en 1939, inició en Europa la lucha por un nuevo reparto del mundo entre las grandes potencias imperialistas y continuó participando en él, ya conjuntamente con otras grandes potencias, durante la Segunda Guerra Mundial. Es falso sostener que la urss entró en esta guerra en 1941. Lo hizo en 1939, invadiendo Polonia en colusión con Alemania.
Lo que determina si un conjunto social constituye una clase es su participación o no, como tal, en la lucha de clases (es la tesis de la primacía de la lucha de clases sobre las clases). Lo que determina si una potencia es imperialista es su participación como tal o no en la lucha por un nuevo reparto del mundo entre las grandes potencias imperialistas. Sostener que la urss no era imperialista equivalía a sostener que el nuevo reparto del mundo y la guerra misma no eran imperialistas o que participar en el reparto imperialista del mundo no significaba ser una potencia imperialista.
Sin embargo, en la corriente donde yo militaba se creía que después de una de las más gigantescas, asesinas e incluso genocidas contrarrevoluciones en la historia de la humanidad, que era la estalinista, la urss era más progresista que las sociedades capitalistas en la medida en que no se había restaurado en ella el capitalismo. Supuestamente se preservaba así un logro de la Revolución de Octubre: la abolición de la propiedad privada. Pero el carácter de la sociedad no lo deciden las formas de propiedad sino las relaciones de explotación –o las relaciones de no explotación, en una sociedad sin clases–. En la década de 1930, cuando no se conocían ni se imaginaban las verdaderas dimensiones de esta contrarrevolución y los terribles atolladeros e impasses históricos a los cuales ella conducía en los planos social, económico, político y cultural, un error semejante era explicable. Pero con el tiempo dejó de serlo. ¿Por qué entonces mi corriente, como también lo hacían muchas otras corrientes de la izquierda radical occidental, se aferraba, contra viento y marea de la historia, a una tesis completamente anacrónica?
Me parece que las razones eran esencialmente dos. La primera era bastante obvia: la enajenación de esta izquierda frente a las realidades y las historias vividas que pesan sobre la conciencia de los que las experimentan y hacen que las teorías sociales o las teorías de la historia tiendan a adecuarse a ellas. La izquierda occidental no «vivía» la Europa oriental. Parece una banalidad, pero lo banal no se hace por sí mismo evidente. La segunda razón se vinculaba, al parecer, con las tendencias sedimentadas de toda organización que hacen que ella secrete ideologías conservadoras y, entre otras, reproduzca determinadas visiones anacrónicas del mundo. Puede incluso convertirlas en dañinos mitos fundadores o identitarios de la organización. Como quiera que sea, el mito de la urss «no imperialista» era tan inquebrantable que frente a él había que callarse, porque si se hablaba en el seno de esta izquierda sobre el imperialismo ruso, quien lo hacía se arriesgaba a ser tratado como un bicho raro y ajeno políticamente o incluso marginado.
La negación del imperialismo ruso afectó terriblemente, durante 80 años, la percepción de la historia contemporánea del mundo. Lo hizo hasta el punto de que la izquierda radical occidental negara que este imperialismo había resurgido, ya sobre una base capitalista, cuando en 2014 Moscú empezó a reconquistar Ucrania. El artículo que publiqué entonces sobre el imperialismo ruso y sus tres formas históricas sucesivas era una voz completamente aislada y evidentemente ignorada en el seno de esta izquierda22. Para mí, su publicación fue un importante acto de autoemancipación política.
Así, con un enorme retraso, me atreví finalmente a decir en público algo que amaneció en mi cabeza en octubre de 1956 y que de hecho ya entonces era evidente. La izquierda radical lo escamoteó o disimuló con una eficacia extraordinaria hasta marzo de 2022. Si hoy hay finalmente en ella corrientes que reconocen la realidad del imperialismo ruso y la necesidad de combatirlo junto al pueblo ucraniano, basta ver sus publicaciones para darse cuenta de que hacía falta el estallido de esta guerra para que la noción del imperialismo ruso apareciera en ellas por primera vez en toda su vida. Pero hace falta mucho más: se necesita que la guerra de Ucrania las sacuda hasta la médula.
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1.
Tadeusz Kościuszko (1746-1817) fue un militar polaco, general de los ejércitos estadounidense y polaco. Combatió como voluntario en la Guerra de Independencia de Estados Unidos y luego, en 1794, encabezó una insurrección armada contra la partición de Polonia entre Rusia, Prusia y Austria.
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2.
V. su discurso secreto del 22 de septiembre de 1920 en В.И. Ленин: Неизвестные документы. 1891-1922 гг., росспэн, Moscú, 2000, pp. 370-395. En inglés, en Richard Pipes y David Brandenberger (eds.): The Unknown Lenin: From the Secret Archive, Yale UP, New Haven-Londres, 1996, pp. 95-115.
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3.
V.I. Lenin: «El folleto de Junius» en Obras completas vol. XXIII, Akal, Madrid, 1977, p. 430.
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4.
Año en el que la socialdemocracia aprobó los créditos de guerra, lo que provocó la crisis de la II Internacional y abrió paso al nacimiento de la III.
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5.
Mao Zedong: «Abandon de l’imitation aveugle du système soviétique: devant le marxisme-léninisme, tous ont des droits égaux. Discours prononcé à la Conférence de Chengtou, 10 mars 1958» en Le grand livre rouge. Écrits, discours et entretiens 1949-1971, Flammarion, París, 1975, p. 48.
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6.
E. Snow: «Will Tito’s Heretics Halt Russia?» en The Saturday Evening Post vol. 221 No 25, 1948, pp. 23 y 108-110; «Will China Become a Russian Satellite?» en The Saturday Evening Post vol. 221 No 41, 1949, pp. 30-31 y 147-150.
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7.
J.C. Guanche: «El compañero señor Chibás. Un análisis del nacionalismo populista cubano» en 1959. Una rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello / Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, pp. 153-155.
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8.
C. Franqui: Diario de la revolución cubana, Ediciones R. Torres, Barcelona, 1976, p. 366.
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9.
A. Hart Dávalos: «El Che: la Sierra y el Llano» (prólogo) en E. Guevara: Diario de un combatiente. Sierra Maestra-Santa Clara (1956-1958), Ocean Press / Centro de Estudios Che Guevara, Nueva York-La Habana 2011, p. 8.
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10.
Conocida también como la «Crisis de los Misiles» o la «Crisis del Caribe», se desencadenó cuando EEUU detectó la existencia en Cuba de bases soviéticas de misiles nucleares y la humanidad estuvo más cerca que nunca de una guerra nuclear mundial.
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11.
«Fragmentos de la intervención del Comandante en Jefe Fidel Castro en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, 25-26 de enero de 1968», Woodrow Wilson International Center for Scholars. Cold War International History Project, ID Record 110767, pp. 72 (primera sesión), 15 (segunda sesión) y 74 (segunda sesión).
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12.
R. Dalton: Un libro rojo para Lenin. Poema-collage. La Habana, 1970-1973, Ocean Sur, Ciudad de México, 2010, pp. 47-50. V. también R. Dalton: ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha, Casa de las Américas, La Habana, 1970, pp. 11-13.
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13.
«Editorial de Granma del 7 de noviembre de 1966: ‘Nuestro homenaje a la revolución de octubre’» en Documentos de política internacional de la Revolución Cubana vol. 3, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1971, p. 59.
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14.
J.G. Blight y Ph. Brenner: Sad and Luminous Days: Cuba’s Struggle with the Superpowers after the Missile Crisis, Rowman & Littlefield, Lanham-Boulder-Nueva York, 2007.
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15.
«Fragmentos de la intervención del Comandante en Jefe Fidel Castro», cit., p. 42 (segunda sesión).
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16.
J. Sánchez Monroe: «Las relaciones cubano-soviéticas en 1968 vistas desde Cuba» en Temas No 95-96, 2018, p. 98.
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17.
«Los sucesos de Checoslovaquia» en Punto Final No 62, 1968, p. 2.
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18.
J. Faivovich: «Desprestigio del socialismo» en Punto Final No 65, 1968, p. 18.
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19.
Secretariado Nacional del MIR: «El MIR y los sucesos de Checoslovaquia», 9/1968.
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20.
Mercedes Acosta y Carlos María Vilas: «Santo Domingo y Checoslovaquia en la política de bloques» en Estudios Internacionales vol. 2 No 4, 1969, p. 575.
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21.
Ver Benjamin Weiser: A Secret Life: The Polish Officer, His Covert Mission, and the Price He Paid To Save His Country, Public Affairs, Nueva York, 2004, así como «Documents on Controversial cia Spy Ryszard Kukliński», desclasificados por la cia, en Woodrow Wilson International Center for Scholars, Cold War International History Project, www.wilsoncenter.org/article/documents-controversial-cia-spy-ryszard-kuklinski.
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22.
«Tres formas históricas del imperialismo ruso» [2014], republicado en Nueva Sociedad No 299, 5-6/2022, disponible en www.nuso.org.